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Cuentos de miedo, ¿por qué?

Antonio Rodríguez Almodóvar





Una de las cuestiones más inquietantes y misteriosas de la psicología infantil es por qué a ellos, a los niños, les gustan tanto los cuentos de miedo. O por lo menos les fascinan. Y como correlato, la inquietud que ello produce en padres y educadores, que se sienten inermes por completo ante algo que no entienden ni controlan. Las pedagogías racionalistas, en general, creen resolver el problema por la vía más fácil: apartando esas historias del camino de los niños. Vana pretensión. Por uno u otro resquicio, las historias de miedo les saldrán al encuentro, y ellos tan espeluznados y felices.

Fernando Savater tiene una conferencia sobre la cuestión genérica de las historias de miedo, que aborda el asunto desde la incertidumbre vital del individuo. Dice, entre otras cosas, que «cuando se siente miedo es cuando uno se siente vivo», que el miedo es «una señal de alarma, a ser ignorados, a que nos persigan, a ser destruidos», además del «placer del subidón que da el peligro». Y para ilustrar su teoría, formula esta imagen tremenda: «Nadie se duerme camino del patíbulo».

Por mi parte, siempre he creído que los cuentos de miedo de tradición oral (que existen en todas las culturas, será por algo) deben su protagonismo en la tertulia campesina a una cuestión más grupal que individual: sentir la protección del grupo, y su pertenencia al mismo, en el momento en que se comparte el miedo. Hay que añadir que en la mayoría de esas tremebundas historias (¡Ay, mamaíta mía, quién será!) subsisten vestigios de antiguos rituales de difuntos, de culto a los antepasados, como única religión que fue y es verdadera para numerosos pueblos. O lo que es lo mismo, que el tránsito narrativo entre este mundo y el otro nos asegura una familiaridad con los límites, y es un principio básico de igualitarismo social; cosa que no proporcionan las religiones históricas, que utilizan el miedo a la muerte como fuente de dominio de las castas sacerdotales sobre la gente común.

Varias historias de miedo, actuales por una u otra razón, traemos hoy a nuestro comentario: Los Cuentos de miedo, de Adgar Allan Poe (1809-1849), en una nueva y excelente edición de Susaeta, ilustrada por Nivio López Vigil, y con traducción de lujo de Julio Cortázar. Coincide esta reedición con un interesante debate suscitado días atrás en algunos medios de comunicación, a propósito de un musical sobre Poe estrenado en Barcelona, dirigido por Joan Lluis Bozzo. (Se puede seguir la polémica sobre la calidad literaria del escritor norteamericano, su tormentosa y desdichada existencia en El País, 7/10/2002). En todo caso, conviene no olvidar que Poe se inició en los cuentos de miedo a través de las tenebrosas historias de nodrizas negras. No recomendable para niños, por su crudeza, pero sí para adolescentes, por los torbellinos románticos que desata, entre otras razones.

Los otros dos libros sí son infantiles, y muy recomendables para combatir el miedo, tratándolo familiarmente, y despertar la solidaridad (los mismos principios que hemos esbozado antes, referidos a la vieja tradición oral): Una pesadilla en mi armario, de Mercer Mayer; y El túnel, de Anthony Browne. Los dos sirvieron el pasado día 12 de octubre para una inolvidable actuación de Paco Abril en la sala Chicarrreros, con risa catártica a raudales. ¿Quién dijo miedo?





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