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Guillermo de Torre está en lo justo, creemos, al conectar los esperpentos con el movimiento ultraísta: «... la distorsión de las imágenes de la realidad que, -sin haber llegado aún al escarnio de la misma- reflejan sus escritos de entonces, acusan vagas influencias, entrevistas, intuitivas de la poesía y la pintura avanzadas. Un desplante ocasional (como cuando precediendo a la frase: «el esperpentismo lo ha inventado Goya», exclama Max Estrella: «los ultraístas son unos farsantes») parece más bien una finta defensiva que se anticipa al posible ataque. Y cierta metáfora audaz («De repente el grillo del teléfono se orina en el gran regazo burocrático») declara inequívocamente su fecha vanguardista». (G. de Torre, «Teoría y ejemplo del esperpento», Cuadernos (París), n. 54, 1961, pág. 39).

 

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Baroja, que seguramente albergaba contra Valle-Inclán algún resquemor personal, nos dice, sin embargo, con su habitual -y noble- franqueza: «Yo no tengo empacho en confesar que la teoría y la técnica literaria de Valle -Inclán no me producían ningún entusiasmo. Lo único que encontraba extraordinario en este escritor era el anhelo que tenía de perfección en su obra. Esto me parecía bien. En otro lado he escrito que Sorolla me decía una vez que él se había hecho rico y famoso con la clase de pintura que hacía, y que si supiera que con otra forma de arte podía producir otra de más categoría, no la intentaría y seguiría fiel a la que le había dado el éxito y la fortuna. Esto Valle-Inclán no lo hubiera hecho. Si hubiese vislumbrado un sistema literario, una forma nueva, aunque no la hubiesen estimado más que diez o doce personas, hubiera abandonado sus viejas recetas y hubiese ido a lo nuevo, aun a riesgo de quedar en la miseria. Yo, por mi parte, no creo que sería capaz de hacer lo mismo...» El escritor según él y según los críticos, Obras completas VII (Madrid, 1949), 407.

 

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La situación política de los años 1916-1922, llena de extrañas contradicciones, daba origen a frases como la del banquero Francisco Cambó: «Considerando la situación del país, lo más conservador es ser revolucionario» (cit. por Geral Brenan, The Spanish Labyrinth, ed. N.Y., Macmillan, 1944, pág. 57). En Barcelona, los gansters estaban a sueldo de la policía. La inflación desmoralizaba al ejército, a los funcionarios, a todos los que tenían un sueldo fijo. Los políticos estaban desmoralizados ya desde hacía bastante tiempo.

 

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Brenan, op. cit., pág. 65. La huelga y su represión hacían inevitable una dictadura militar: «Que gobiernen los que no dejan gobernar», la frase de Antonio Maura, expresaba muy claro la situación. Los valores políticos resultaban totalmente negativos: caciquismo, parlamentarismo teatral y estéril -fruto de elecciones corrompidas- por una parte; por otra, el rey y sus cínicas maniobras, que condujeron al desastre de Anual, y un ejército totalmente desprestigiado, frente a los anarquistas y sus bombas. Al cinismo de los conservadores se enfrentaban los izquierdistas exaltados por ideas inocentes y utópicas. La huelga general, según teorías desarrolladas por los sindicalistas franceses, les parecía, en particular, una panacea segura, el mejor medio de llegar al poder: «tanto confiaban en el éxito los dirigentes (izquierdistas) que Lerroux, según se decía, esperaba llegar a Presidente de la República en el plazo de una semana». (Brenan, pág. 65). Los esperpentos teatrales (Las galas del difunto por ejemplo) pintan perfectamente el ambiente de la época, entre envilecido y enloquecido.

 

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Gerifaltes de antaño, cap. XII. Acerca de la visión histórica de Valle en su época carlista escribe E. de Nora: «Que esta idealización se dedicaba a un proyecto de mundo histórico probablemente utópico; que en definitiva el triunfo de la Causa carlista hubiera modificado muy escasa y superficialmente la España detestada por Valle-Inclán, acaso éste no lo comprendió sino más tarde, y de ese total desengaño surgió como correspondencia artística el "esperpento"» (op. cit., I, pág. 76).

 

26

Para una definición de lo grotesco, véase el libro de Wolfgang Kayser, The Grotesque in Art and Literature, Bloomington, Indiana University Press, en especial el último capítulo. Las definiciones finales de Kayser (lo grotesco como «el mundo extrañado» (o «enajenado»), como «juego con lo absurdo», o como «tentativa encaminada a invocar y subrayar los aspectos demoníacos del mundo», convienen perfectamente al esperpento valle inclanesco. (Por otra parte el libro de Kayser, que tantos escritores insignificantes saca a colación, no cita ni a Quevedo ni a Valle-Inclán.)

 

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Para una definición de lo grotesco, véase el libro de Wolfgang Kayser, The Grotesque in Art and Literature, Bloomington, Indiana University Press, en especial el último capítulo. Las definiciones finales de Kayser (lo grotesco como «el mundo extrañado» (o «enajenado»), como «juego con lo absurdo», o como «tentativa encaminada a invocar y subrayar los aspectos demoníacos del mundo», convienen perfectamente al esperpento valle inclanesco. (Por otra parte el libro de Kayser, que tantos escritores insignificantes saca a colación, no cita ni a Quevedo ni a Valle-Inclán.)

 

28

M. Borelli, Sulla poesia di Valle-Inclán, Edizioni palatine in Torino, 1961, págs. 91-92.

 

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La evolución ideológica -y, más estrictamente, política- de Valle-Inclán es un tema de importancia suma, al cual sin embargo los críticos han solido prestar escasa atención. Excepción notable es un artículo de José M.ª de Quinto en Ínsula: «En todo gran escritor se producen sin duda hondas tensiones entre la realidad y su obra, de tal modo que ésta acaba por ser, dialécticamente, el resultado de toda una serie de interacciones. Cómo explicar, si no, el peso de Valle-Inclán desde una poética «modernista» (La lámpara maravillosa, 1913) a la poética del «esperpento» (Luces de bohemia, 1920). ¿No encuentra una clara correspondencia con la transformación ideológica que le lleva desde el carlismo militante a la expresa simpatía por el bolchevismo? ¿No se han producido dichos cambios estéticos e ideológicos como consecuencia directa de una trágica toma de conciencia del escritor con la realidad española?» «Un teatro desconocido: el de Valle Inclán», Ínsula (236-237), p. 23.

 

30

G. de Torre, «Claves de Valle-Inclán», Ínsula, núm. cit., p. 3.