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ArribaAbajo- XIII -

De lo practicado por los padres jesuitas para reducir y gobernar a los indios


1. Llegaron los padres Jesuitas al país de mi descripción el año de 1639 y administraron temporal y espiritualmente treinta y tres pueblos de indios guaranís o tapes que es lo mismo. Tres de ellos que son los últimos de la tabla al fin de este capítulo, están a la parte Norte de la provincia del Paraguay, y los treinta restantes componen la provincia de Misiones del Paraná y Uruguay. De los treinta y tres citados pueblos, solo fundaron los padres los veinte y ocho de la citada tabla; porque los cinco restantes son los que hoy existen de los que les encargaron a su arribo, ya formalizados mucho antes, y aun repartidos en encomiendas, según se dijo en el precedente capítulo núm. 11 y consta de los papeles del archivo de la Asunción, por cuyo motivo se han anotado entre los de dicho capítulo.

2. Según escriben los mismos padres redujeron los veinte y cinco primeros pueblos de la citada tabla, predicando y soportando trabajos y martirios como misioneros apostólicos. Pero separando los seis que son colonias, porque su fundación les dio poco que hacer, no puedo menos de notar, que para fundar los diez y ocho primeros, solo emplearon veinte años dejando pasar después ciento doce desde la fundación de San Jorge a la de San Joaquín, sin fundar otro que el de Jesús, sujetando algunos indios silvestres con otros muchos sacados del de Ytapuá que tenía ya setenta y un años de antigüedad; de   —178→   modo que Jesús puede decirse colonia de Ytapuá, como lo son los seis que le siguen en la tabla. La circunstancia de haber coincidido los citados veinte años fecundos en formar pueblos con los mismos, en que los portugueses llamados allí entonces mamelucos, persiguieron con furor por todos lados a los indios guaranís, y en que estos llenos de pavor, huyeron a refugiarse entre los grandísimos ríos de Paraná y Uruguay y en sus bosques inmediatos, donde no penetraron, ni era fácil, aquellos inhumanos corsarios, digo que esta coincidencia del tiempo fortalece mucho la presunción de que en la fundación tan rápida de aquellos primeros pueblos, tuvo tanta parte el miedo de los mamelucos como la que tuvo el miedo de las armas españolas en la formación de los del capítulo anterior. El grande mérito de los padres Jesuitas, estuvo en la constancia y habilidad con que dirigieron y libertaron a los indios de tan terrible persecución a costa de tan largas y trabajosas peregrinaciones, de las cuales puede tomarse alguna idea leyendo lo poco que se dirá de cada pueblo en particular en los capítulos 16 y 17.

3. El modo de formar los padres los tres últimos pueblos de la citada tabla, no solo comprueba mi presunción anterior, sino que hace ver que nadie conoció mejor que ellos la insuficiencia de los medios eclesiásticos o persuasivos. Instruidos de que había en el Tarumá guaranís silvestres, les despacharon algunos indios instruidos de los pueblos del Paraná, que eran de la misma lengua, con algunos regalitos diciendo se los remitía un padre jesuita que los amaba mucho y deseaba llevarles otros con abundancia de vacas para existir sin trabajar y que aun quería vivir entre ellos. Se repitieron iguales embajadas y reconocimiento del país, y de resulta marchó el padre el año de 1720 con las ofertas, acompañado de bastantes indios escogidos en los pueblos del Paraná, que llevaron el equipaje y ganados, y que se quedaron para cuidarlos, para servir al jesuita y para fabricar las casas o chozas precisas. Comidas las vacas, se llevaron otras y otras por muchos indios de los citados pueblos que se fijaban allí con varios pretextos. La abundancia de comida, la dulzura del padre, la buena conducta de   —179→   los indios del Paraná, las músicas y fiestas, y el no molestar en nada a los indios silvestres, atrajeron a cuasi todos los de esta especie que había en la comarca, y se llamó esta reunión pueblo del Rosario. Pero cuando el año de 1724 hubo ya más indios del Paraná que silvestres, reemplazó al primer jesuita otro del carácter que convenía, el cual con su fuerza armada circundó a los indios silvestres, y se los llevó al pueblo de Santa María de Fe y en seguida los repartió en otros pueblos de los del Paraná, donde los sujetaron y redujeron, menos a 60 familias que lograron escaparse a su Tarumá el año de 1733.

4. Quedó así la cosa, hasta que noticiosos el obispo y gobernador del Paraguay de que dichas familias estaban en su país, instaron mucho a los padres Jesuitas para que les formalizasen un pueblo donde estaban. Comenzó esta nueva negociación con regalitos como la primera, y fue el padre cura con vacas, indios, etc., cuando tuvo bastante gente escogida para sujetar a los silvestres, los circundó una mañana, intimándoles con buenas razones la necesidad de hilar a las mujeres y de trabajar a los varones. Así quedó como de repente formado el nuevo pueblo en 1746 con el nombre de San Joaquín en vez del Rosario que tuvo el que se había abandonado antes; pero se ejercitó bien la vigilancia del padre por algún tiempo para que no se le escapasen y también su dulzura, contemplación y suavidad, principalmente con los más díscolos. Concluido este pueblo, pensaron los padres Jesuitas en formar otro hasta comunicar los que tenían en el Paraná, con los de su provincia de los Chiquitos. Con esta mira formalizaron a 13 de noviembre de 1749, el pueblo de San Estanislao por los mismos medios dichos para el de San Joaquín. En ambos he visto muchos menos indios de los del Tarumá31 que de los que fueron con las vacas, etc., del Paraná, y todos refieren lo que he dicho de la fundación de sus pueblos, mereciéndome más crédito que el padre José Mas, uno de los primeros curas de San Joaquín, que dice en un escrito que dejó allí, que solo llevaron doce indios del Paraná. Sin duda quiso ocultar la violencia que hicieron, sin reparar que también ocultaba la habilidad, sagacidad, moderación y prudencia con que la manejaron y que hacía a sus padres   —180→   tan ignorantes, que no conocían la utilidad de los medios persuasivos o eclesiásticos.

5. Siguiendo la idea de formar una cadena de pueblos hasta los Chiquitos, enviaron los padres sus embajadas y regalitos a los indios albayas: convenidas las cosas como para los dos pueblos precedentes, marchó el padre José Labrador con vacas, etcétera y porción de indios escogidos en el Paraná con los cuales formó el pueblo de Belén, bajo del trópico el año de 1760. Conociendo desde luego que era imposible adelantar persuadiendo, y dar sujeción a los albayas con cuantos guaranís pudiese llevar, escogitó el medio de deshacerse de los más esforzados albayas, figurándosele sería después más fácil supeditar a los demás. Con esta mira hizo creer a los albayas que los indios de la provincia de los Chiquitos deseaban por su mediación hacer paz con ellos, y restituirles algunos prisioneros, que les habían cogido en una sorpresa. Así logró el padre que fuesen con él a los Chiquitos todos los albayas de quienes se quería deshacer, y habiendo llegado al pueblo del Santo Corazón, se celebró su arribo con bailes y torneos, pero habiéndolas separado mafiosamente para dormir, al toque de campana a media noche fueron los albayas atados, y los mantuvieron presos hasta la expulsión de los padres. Entonces los nuevos administradores les dieron libertad, y regresaron a su país donde refieren lo que he copiado. Mas nada se adelantó con lo dicho en la reducción de Belén, que se quedó y existe con solo los guaranís llevados del Paraná.

6. Habiendo hablado de los pueblos fundados por los padres Jesuitas, y del modo como los fundaron, trataré del gobierno que establecieron en ellos. Pero en cuanto a esto incluiré no solo a los veinte y ocho pueblos de la tabla al fin de este capítulo, sino también a los cinco indicados en el núm. 1, porque a los treinta y tres doctrinaron y dieron leyes.

7. Había en el pueblo de Candelaria un padre, especie de provincial, llamado superior de las Misiones, quien con facultad del papa, podía confirmar a los indios y era el jefe de todos los curas o pueblos. En cada uno de estos residían dos   —181→   padres, cura y sotacura que tenían asignadas sus funciones. Las del sotacura eran todas las espirituales, y las del padre cura las temporales en todos los ramos y sentidos: como estas necesitaban muchos conocimientos y experiencia, eran siempre los curas, padres muy graves, que habían sido antes provinciales o rectores de sus colegios, importando poco que ignorasen o supiesen el idioma de los indios. Su antecesor le dejaba en un prolijo diario anotado lo que convenía disponer para labores, fábricas, etc., y ellos eran en suma los que todo lo disponían. Aunque había en cada pueblo un corregidor, alcaldes y regidores indios, que formaban el ayuntamiento al modo que en los pueblos españoles, no ejercían jurisdicción, ni eran más que los ejecutores de las órdenes del cura, el cual civil y criminalmente daba sus disposiciones siempre blandas; pero sin permitir apelación ante otros jueces o audiencias españolas.

8. No daban los padres curas licencia a nadie para trabajar en utilidad propia, precisando a todos sin distinción de edad ni de sexo, a trabajar para la comunidad del pueblo cuidando el mismo cura de alimentar y vestir igualmente a todos. Para esto almacenaba todos los frutos de la agricultura y los productos de la industria, dando la salida más ventajosa en las ciudades españolas a los sobrantes de algodón, lienzos, tabaco, menestra, cueros al pelo, yerbas del Paraguay y maderas, conduciéndolas en embarcaciones propias por los ríos más cercanos, trayendo en retorno herramientas y lo que habían menester.

9. De esto se colige, que los padres curas eran árbitros de los fondos sobrantes de las comunidades de los pueblos, y que ningún indio podía aspirar a tener propiedad particular. Esto quitaba todos los estímulos de ejercitar la razón y los talentos; pues lo mismo había de comer, vestir y gozar el más aplicado, hábil y virtuoso, que el más malvado, torpe y holgazán. Colígese igualmente, que si por un lado era este gobierno adecuado para enriquecer a las comunidades, por el otro hacía que todo trabajo fuese lánguido no importándole nada al indio, que su comunidad fuese rica. Sin embargo, este gobierno de los indios, mereció los mayores elogios de algunos sabios   —182→   de Europa, que creyeron ser los indios incapaces de alimentar a sus familias, por su ninguna economía ni previsión para conservar nada para los tiempos de escasez: en suma los creyeron como unos niños, a quienes no podía convenir otra especie de gobierno, y que con él eran felices.

10. Pero ignoraron dichos sabios que los pueblos de indios del capítulo precedente, que eran de la misma nación que los jesuíticos, existieron un siglo vistiendo y alimentando sus familias particularmente cada uno, sin necesidad de ecónomo que almacenase el fruto de su trabajo que no era completo, porque el de dos meses al año pertenecía a un encomendadero. Tampoco reflexionaron que los indios jesuíticos como todos cuando eran silvestres, trabajaban y tenían previsión y economía bastante; pues que alimentaban cada uno a su familia. No hubo pues tal niñez, e incapacidad en los indios; y cuando quiera suponerse, lo cierto es que el gobierno en comunidad no se las quitó en más de siglo y medio, persuadiendo claramente que semejante conducta embotaba los talentos.

11. Los pueblos de Loreto, San Ignaciomirí, Santa María de Fe, Santiago, Corpus, Itapua y San Ignacio-guazú, estaban sujetos a encomiendas cuando los padres jesuitas se encargaron de ellos y continuaron muchos años después. Esto no podía menos de incomodar mucho a los padres; porque los encomendaderos les quitaban de sus pueblos la sexta parte de los indios más útiles, llevándolos por turno a más de sesenta leguas de distancia y privando por consiguiente a las comunidades de los mismos pueblos, del trabajo que utilizaban los encomendaderos. Agregábase que con motivo de visitar las encomiendas, iban anualmente los gobernadores con grandes comitivas y soldadesca costeadas por los pueblos, deteniéndose lo que les daba la gana. Para evitar todo esto, solicitaron los padres la abolición total de encomiendas en dichos sus pueblos. A la verdad pedían una cosa justa, habiendo terminado ya las vidas de los dos primeros poseedores, según estaba convenido, y unida a la justicia de su pretensión, el favor que tenían en la corte, lograron los padres abolir las encomiendas en sus citados pueblos, pero es de creer que no sería sin grave sentimiento   —183→   de los gobernadores que las conferían a sus amigos y de todos los españoles que aspiraban a obtenerlas.

12. Aunque hubo en el Paraguay licencia en punto a mujeres, y poca frecuencia de sacramentos porque faltaban eclesiásticos, según vimos en el anterior capítulo, no hubo ni pudo haber ningún vicio de los que tanto se ponderaron. No se conocía allí moneda metálica, minas, fábricas, edificios costosos, ni cuasi comercio, ni había lujo en nada, contentándose, el que más, con una camisa y calzones del peor lienzo del mundo. Todo esto y la suma pobreza del país, consta de muchos papeles del archivo de la Asunción. El ponderado trabajo de los indios, se reducía a la agricultura para alimentar un puñado de encomendaderos, y a cuidar de sus animales que eran entonces bien pocos. En cuanto a beneficiar yerba, no llegaba su cantidad a la décima parte que hoy, y no la beneficiaban solo los indios jesuíticos, sino igualmente todos los de los pueblos del capítulo anterior: de modo que creo por mis cálculos, que apenas podrían trabajar en esto doce indios jesuíticos.

13. Los escritores de todas las naciones acriminaron hasta lo sumo la conducta de los españoles respecto a los indios. ¿Pero procedieron mejor los ingleses, holandeses, franceses y portugueses, y los alemanes que envió a América su paisano Carlos V? Digan lo que quieran; pero solo los españoles han compuesto un código de leyes que rebosa en humanidad, y que protege tanto a los indios como que les iguala a los españoles, y aun los prefiere en muchas cosas. Dirán que tales leyes no se han observado; pero no es difícil cotejar los padrones o listas de los indios que había cuando se fundaron los pueblos que existen y he visto en aquellos archivos, con los individuos que tienen en el día; y se hallará, como yo he hallado, que los indios netos han aumentado, no obstante que innumerables se han convertido en españoles y mulatos por las mezclas. Además los españoles conservan hoy muchos millones de indios civiles y silvestres, cuando otras naciones europeas se hallarán quizás embarazadas para mostrar una aldea de indios en sus dominios americanos. Si muestran algunas silvestres, no será en lo interior como nosotros, sino fuera de sus fronteras de   —184→   donde los van alejando a balazos o suscitando guerras entre las mismas naciones europeas. Aun pudiera añadir más pruebas de lo mismo pero me limito a decir aquí, que lo que más han vituperado los filósofos de Europa, son nuestras encomiendas, y lo que más han aplaudido, es el gobierno en comunidad de los pueblos, no obstante que lo primero limitado a las dos vidas, fue el mayor esfuerzo de la prudencia humana, según vimos en el capítulo anterior núm. 5, y lo segundo lo peor en materia gubernativa, según se dijo en los núms. 8, 9 y 10.

14. El haber libertado de encomiendas a los pueblos jesuíticos, fue imponiéndoles la carga de pagar cada uno cien pesos fuertes a título de décimas, y uno de tributo por cada indio varón de 18 a 50 años. Pero como el erario debía rebajar de esto mil y doscientos para sínodo a los dos padres cura y sotacura, al confrontar el cargo y la data, casi venía a salir igual y si había alguna diferencia en favor de los curas, la condenaron siempre al erario. En suma fueron estos pueblos tan estériles al fisco, como los del capítulo precedente, porque además llevaban sus efectos, y los vendían en todas partes libres de derechos.

15. La corte notificó a los padres que después de siglo y medio empleados en educar a sus indios, debían estos saberse gobernar por sí y tratar con los españoles, saliendo de la sujeción del gobierno en comunidad, y conociendo la propiedad particular. Pero los padres sostuvieron la incapacidad de los indios y los males que resultarían a sus costumbres y religión si trataban con españoles. Propusieron al mismo tiempo que lo mejor era dar a cada indio alguna tierra y libertad dos días a la semana para su cultivo, para que dejándole usar a su arbitrio de la cosecha, se fuese poco a poco acostumbrando a manejarse por sí y a conocer la dulzura de los derechos de propiedad. Quedó la corte satisfecha, pero no preveyó que no permitiéndose, como no se permitía, al indio vender su sobrante a ningún español, ni a indio de otro pueblo, no podía adelantar otra cosa que comer como suyo lo mismo que le daba la comunidad, sin poder comprar nada sino a lo sumo permutar un alimento por otro. En efecto se vio que todos ellos llevaron sus   —185→   cosechas al almacén de la comunidad, y que esta se las distribuía como antes.

16. Es menester convenir, en que aunque los padres mandaban allí en un todo, usaron de su autoridad con una suavidad y moderación que no puede menos de admirarse. A todos daban su vestuario y alimento abundantes. Hacían trabajar a los varones sin hostigarlos poco más de la mitad del día. Aun esto se hacía a modo de fiesta; porque iban siempre en procesión a las labores del campo, llevando músicos y una imagencita en andas, para lo cual ante todas se hacía una enramada, y la música no cesaba hasta regresar al pueblo como habían ido. Les daban muchos días de fiesta, bailes y torneos, vistiendo a los actores y a los del ayuntamiento de tisú, y con otros trajes los más preciosos de Europa, sin permitir que las mujeres fuesen actrices sino espectadoras.

17. Tampoco las permitían coser, cuya ocupación estaba vinculada en las músicos, sacristanes y monacillos. Pero las hacían hilar algodón, y los lienzos que tejían los indios, reducido el vestuario, los llevaban a vender con el algodón sobrante a las ciudades españolas, lo mismo que el tabaco, menestras, yerba del Paraguay, maderas y cueros al pelo. Los padres curas y compañero o sotacura, tenían sus habitaciones que no pasaban de regulares, y sino es para pasear la grande huerta cerrada de su colegio, jamas salían de ellas ni pisaban las calles del pueblo, ni entraban en casa de ningún indio, ni se dejaban ver de ninguna mujer, ni de otros varones que los muy precisos para distribuir sus órdenes. Si algún enfermo necesitaba auxilio espiritual, se le conducía de su casa indecente a un cuarto cerca del colegio destinado con limpieza a solo este fin, y el sotacura llevado en silla de manos con grande aparato, le administraba allí los sacramentos. Cuando se manifestaban en el templo, aunque fuese solo para decir misa rezada, era con una ostentación que no cabía más, vestidos de lo más precioso, rodeados y asistidos de sacristanes, monacillos y músicos que creo no bajasen de ciento. Todas sus iglesias eran las mayores y más magníficas de aquellas partes, llenas de   —186→   grandísimos altares, de cuadros y dorados; los ornamentos no podían ser mejores ni más preciosos en Madrid ni en Toledo. Todo esto convence que en templos y sus accesorios, en vestir los días de fiesta a los actores y ayuntamientos, gastaron los padres los grandísimos caudales que pudieran apropiarse si hubieran sido ambiciosos. Lo mismo digo de otros muebles, como relojes de mesa y de cuarto, de los que había muchos muy buenos en todos sus colegios; y de contentarse con el poco trabajo que, sin hostigarlos querían hacer los indios. Verdad es que si por un lado este menos trabajo de los indios acredita la moderación de los padres, no deja de ser por otro disminución de la industria y del caudal de la nación.

18. Sus pueblos tenían calles anchas a cordel, y los edificios al piso, consistían en cuadras largas, una para todos los que pertenecían a un cacicazgo, bien que después las dividieron en cuartitos de siete varas, uno para cada familia, pero sin ventana ni chimenea, ni otra cocina, reduciéndose sus muebles a una hamaca de algodón para el amo, y los demás dormían sobre pieles en el suelo, sin tabiques que los ocultasen. Muy poco o nada costaba a los padres el alimento de sus indios, pues les sobraba la carne de vaca o toro en el procreo de sus estancias. Daban por vestido a los varones un gorro, una camisa, calzones y poncho, todo de lienzo de algodón grueso, claro y ordinario, les hacían cortar raso el cabello, sin permitirles calzado. Tampoco lo permitían a las mujeres, reduciéndose todo su vestido al tipós o camisa sin mangas del citado lienzo, ceñida a la cintura. Las precisaban a hacer de su cabello una coleta como los soldados, y a deshacerla al entrar en el templo para llevar el pelo tendido, sin nada que cubriese la cabeza. según he podido juzgar visitando todos los pueblos ninguno entendía el español, ni leían ni escribían, sino en guaraní los pocos precisos para llevar cuenta de las entradas y salidas de almacenes, etc. Ciencia ninguna y de las artes poco, porque solo tejían lienzos para vestirse, y para esclavos o gente muy pobres: por el propio estilo la herrería, platería, pintura, escultura, música y baile, etc., que de todo intentaron enseñarles los Jesuitas llevados   —187→   con este objeto. Todos estaban bautizados, sabían las oraciones, por que precisaban a todos los muchachos y a las solteras a decirlas altamente en comunidad bajo del pórtico del templo al romper el día. Sin embargo, dicen los que han reemplazado a los padres que había poco fondo de religión, y no es extraño cuando dicen los mismos indios que tuvieron pocos curas jesuitas capaces de predicar el Evangelio en guaraní. Aun en el Paraguay donde cuasi no se habla sino el guaraní, solo he hallado dos eclesiásticos que se atreviesen a predicar en dicha lengua, confesando el mucho trabajo que les costaba. Ni bastaba uno o dos padres para pueblos en que había de seis y ocho mil almas. Para remediar en parte este inconveniente, hicieron los Jesuitas que algunos indios ladinos aprendiesen algunas pláticas, y que las predicasen en la plaza después de alguna fiesta o torneo: yo he oído algunas, y decir en ellas bastantes disparates que el orador metía de su cabeza. Como el carácter del indio es tan grave, tan poco hablador y bullicioso, admira su formalidad y compostura en los templos.

19. El año de 1768, dejaron sus pueblos los padres Jesuitas a igual número de frailes; pero solo se fió a estos lo espiritual, encargando lo temporal que antes tenía el jesuita cura a un administrador secular. Se creó también un gobernador militar de todas las misiones del Paraná y Uruguay y pudiendo decirse, que todo lo de aquellos pueblos no mudó sino de mano; pero como los Jesuitas eran más hábiles, moderados y económicos, miraban a sus pueblos como obra suya y como propiedad particular los amaban y procuraban mejorar. Los gobernadores seculares, y los administradores citados puestos por ellos, sobre no tener la inteligencia de los padres Jesuitas, han mirado los bienes de las comunidades como una mina que no podían disfrutar sino un corto tiempo. Así no es extraño que las comunidades hayan empobrecido, y que los indios hayan sido más hostigados en las labores, menos vestidos y peor alimentados. En suma el erario tampoco utiliza nada en estos pueblos, que están hoy en el mismo pie que los del capítulo precedente. Lo único que han logrado algunos indios particulares tratando con los españoles,   —188→   es tener bienes y bastantes ganados y conveniencias para vestirse y tratarse a la española. Pero como no se tiene el cuidado que tenían los padres Jesuitas, ha desertado como la mitad de los indios de cada pueblo, y andan libres mezclados con los españoles viviendo de su trabajo. A esta deserción se debe el haber poblado las campiñas de Montevideo y Maldonado, y la mayor parte de los adelantamientos que se admiran en la agricultura, navegación, comercio y número de ganado mansos.

20. Pondré aquí algunas cosas que supe y observé visitando todos los pueblos del capítulo anterior y del presente; porque darán alguna idea del carácter tape o guaraní, y del estado de su civilización. Aunque a estos indios parece que no les disgustan los empleos con apariencia de mando, no los pretenden, y sin dificultad los dejan para tomar otro cualquiera que sea; porque conocen poco el precio de las dignidades, el honor y la vergüenza. No omiten el robo ratero, porque casi lo creen habilidad, ni a esto llaman hurtar, sino tomar; y si son ganados arrear; no hacen robos violentos ni de grandes cantidades, aunque puedan; nada enseñan ni prohíben a sus hijos; se dejan fácilmente seducir para lo malo, y no son celosos. Tal vez no hay ejemplar que la india de diez años arriba, haya dicho que no a ningún solicitante, sea viejo o mozo, libre o esclavo, blanco o negro. El amor y la compasión son en ellos pasiones tan frías, como que muchas veces de orden del administrador azota fuertemente el marido o el padre a la mujer o al hijo.

21. Se embriagan siempre que pueden sin mala resulta, y nunca dejan de ponerse a hacer lo que se les manda, aunque no sepan ni lo entiendan; pero para que no les manden dicen siempre que no saben, cuando se les pregunta si saben hacer alguna cosa. Nunca dicen paremos ni comamos acompañando a un viajero, y si va este delante, jamás le advierten si yerra el camino. Por esto si van de guías, es menester hacerles ir cincuenta pasos adelante. Sufren mucho la intemperie, lluvia, mosquitos y el hambre; pero en llegando a comer lo hacen con mucho exceso. Les gusta ir a caballo corriendo; aman las fiestas, torneos, sortijas y carreras de caballos, pero tienen   —189→   poco cuidado de estos animales; los maltratan sin lástima con excesos de fatiga, y con los malos aparejos. A los perros y gatos no les dan sino lo que ellos pillan y nunca los matan, dejándoles criar todo lo que paren. Tampoco cuidan ni dan nada a las gallinas y cerdos; en todo son espaciosos, puercos y tan sumamente sufridos en los dolores y enfermedades, que jamás se quejan. No tienen médicos y si algún español o el cura les receta alguna medicina la repugnan mucho; si es lavativa se dejan morir con preferencia. Cuando se conocen muy agravados, piden se les ponga fuego bajo de la hamaca, no toman ningún alimento, ni hablan ni quieren que se les hable, y mueren sin inquietud por lo que dejan ni por lo futuro. Los he visto ir al suplicio de horca con igual serenidad de semblante que a una fiesta. También ven morir y matan sin piedad.

22. Finalizaré este capitulo añadiendo que los padres Jesuitas también intentaron someter a los indios silvestres del Chaco y a otros; pero como las fuerzas guaranís, de que podían disponer, eran incapaces de sujetarlos, tomaron el camino inútil de la persuasión mañosa. Así formaron muchos pueblos mencionados en sus escritos, de los cuales solo existen hacia Santa Fe, el de San Francisco Javier, San Jerónimo, San Pedro y Caiastá, que se han puesto con los del capítulo anterior, porque aunque cuidaron de ellos los padres, su fundación fue secular; pero aun no hay en ellos según he visto y me han informado, los que los conocen, ningún indio sujeto civil ni cristiano. Mas ¿cómo es posible otra cosa con unos indios tan libres, valientes e indomables, y por doctrineros que hasta hoy no han entendido los idiomas de los indios, ni estos los de los doctrineros?

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Tabla de los pueblos de indios fundados por los jesuitas

Tabla de los pueblos de
indios fundados por los jesuitas



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ArribaAbajo- XIV -

De los pardos


1. Para mejor inteligencia de lo que iré diciendo, será bueno saber que en los principios todo el país que describo y mucho más, componía un solo gobierno con un solo obispo que residían en la Asunción del Paraguay; pero no se tardó mucho en separar de él las provincias de Santa Cruz de la Sierra, de Moxos y Chiquitos, ni los portugueses en apoderarse de la isla de Santa Catalina y de las provincias de Cananea, de Vera, de San Pablo y del Guairá que todas pertenecían al mismo gobierno. De lo que restaba en 1620, se formaron dos, el del Paraguay y el de Buenos Aires, cuyos límites, largo tiempo indeterminados, se fijaron en el curso del río Paraná quedando aun sin asignarse en la parte de Chaco. El del Paraguay perdió mucho con haberle usurpado los portugueses las provincias de Jerez y Cuyabá y luego la de Matogroso.

2. Está poblado aquel país de tres castas de hombres muy diferentes, que son indios, europeos o blancos, y africanos o negros. Las tres se mezclan francamente resultando los individuos de que voy a hablar llamados con el nombre general de Pardos, aunque bajo el mismo incluyen a los negros.

3. Si el pardo es hijo de indio y blanco, le llaman mestizo, y lo mismo a toda la descendencia de este, con tal que no intervenga en ninguna de sus generaciones quien tenga sangre de negros poca ni mucha. Si el africano se une con blanco o con indio, llaman el resultado mulato, y también a la descendencia de este, aunque por continuar sus generaciones con blancos   —192→   llegan a resultar individuos muy blancos y rubios con pelo lacio y largo. En algunas otras partes les dan otros nombres: por ejemplo, si el hijo mulato hijo de negro y blanco se junta con blanco, sale lo que llaman cuarterón por tener solo la cuarta parte de negro; pero si la tal junta o unión del mulato es con negro, le llaman salto atrás, porque en vez de salir a blanco, se retira teniendo tres cuartos de negro.

4. Siéndome imposible saber todas las mezclas que han intervenido para formar un mestizo o mulato, hablaré algo de lo físico y moral de ellos con la generalidad que he dicho dan a estos nombres, prescindiendo de su color más o menos claro, de su pelo, y de las más o menos generaciones que le hayan formado: ni quiero que en materia tan obscura se tenga mi opinión por cosa demostrada, sino llamar únicamente la atención para que otros la mediten.

5. Los conquistadores llevaron pocas o ninguna mujer al Paraguay, y uniéndose con indias, resultaron una multitud de mestizos a quien la corte declaró entonces por españoles. Hasta estos últimos años puede con verdad decirse que no han ido mujeres de afuera, ni aun casi hombres europeos al Paraguay, y los citados mestizos se fueron necesariamente uniendo unos con otros, de modo que casi todos los españoles allí, son descendientes directos de aquellos mestizos. Observándolos yo encuentro en lo general, que son muy astutos, sagaces, activos, de luces más claras, de mayor estatura, de formas más elegantes, y aun más blancos, no solo que los criollos o hijos de español y española en América, sino también que los españoles de Europa, sin que se les note indicio alguno de que desciendan de india tanto como de español. De aquí puede deducirse, no solo que las especies se mejoran con las mezclas, sino también que la europea es más inalterable que la india, pues a la larga desaparece esta y prevalece con ventajas aquella. Verdad es que como dichos vienen de españoles con indias, queda alguna duda de que lo que prevalece puede ser el sexo viril tan bien como la especie. Como al gobierno de Buenos Aires han arribado siempre embarcaciones con españoles y mujeres de Europa que se combinaron con los mestizos hijos de los conquistadores, la raza   —193→   de estos se ha ido haciendo más europea, no se ha conservado tan pura ni conseguido las ventajas dichas de los paraguayos; los cuales, en mi juicio, por esto aventajan a los de Buenos Aires en sagacidad actividad, estatura y proporciones.

6. Las resultas de africano e indio que se llaman mulatos, y que por lo general tienen un color obscuro amarillazo, también aventajan algo en las formas y sagacidad a sus padres, principalmente a la parte de indio. Pero me parece que estas ventajas no llegan con mucho a las de los mulatos resultantes de africano y europeo; porque tengo a estos por la gente más ágil, activa, robusta, vigorosa, de mayor talento, viveza y travesura. Tal vez harían ya un gran papel por allá, sino fuese porque en llegando a ser pasablemente blancos, mudan muchos de pueblo y diciendo que son españoles pasan por tales dejando su clase. En cuanto a la moral, noto muy poca diferencia entre mestizos y mulatos, pues aunque entre ellos los hay muy honrados, lo más general es ser inclinado a la embriaguez, al juego de naipes y a las raterías. Las leyes ponen al mulato en la última clase, después de los europeos y sus hijos, de los indios mestizos y aun negros; pero la opinión común los gradúa iguales a los negros y mestizos y superiores a los indios.

7. En mi tiempo se hizo en el Paraguay el padrón o lista del número de españoles y de negros y mulatos, y resultó de él, haber allí cinco de aquellos por cada uno de estas dos clases; y aunque no se haya hecho igual padrón en el gobierno de Buenos Aires, yo creo que aun son más allí o a lo menos tantos los españoles respecto a los negros y mulatos. Estas dos clases se dividen en libres y esclavos y el número de aquellos al de estos es en el Paraguay, según el citado padrón, como 174 a 100; esto es, que por cada cien negros y mulatos esclavos hay 174 de los mismos libres. Esta misma proporción es generalmente en las colonias no españolas de América como 1 a 35, y la del número de blancos al de negros y mulatos, como 1 a 45. La enorme diferencia entre estas proporciones que hace conocer los pocos esclavos del Paraguay, viene principalmente de que allí no se pone reparo en que los esclavos se casen con indias, cuyos hijos nacen libres. Pero también deben muchos su libertad a los generosos   —194→   paraguayos, quienes además los tratan con humanidad poco común; de modo que la suerte de los esclavos allí, es igual y muchas mejor que la de los blancos del común del pueblo.

8. En el gobierno de Buenos Aires, los negros y mulatos libres no pagan tributo al erario, y viven sin más diferencia con los españoles, que la de no obtener autoridad pública. No es así en el gobierno del Paraguay, donde dispuso el visitador don Francisco Alfaro, que desde la edad de 18 a 50 años pagase cada varón tres pesos de tributo anual; pero como entonces no se conocía allí la moneda ni había comercio, no podían muchos negros y mulatos pagar tal tributo. Por esto se discurrió lo que llaman amparo, que es entregarlos a los eclesiásticos y españoles pudientes, para que a su arbitrio, y como si fuesen sus esclavos, los hiciesen trabajar pagando el tributo por ellos. No tardaron mucho aquellos gobernadores en entregar dichos pardos libres a sus favoritos, importándoles poco que pagasen o no el tributo, haciendo lo mismo con las mujeres y con todas las edades. Aun hoy sucede casi lo mismo; bien que lo más viven libremente sin pagar nada, por ignorarse su paradero en las campañas; y si les hostigan se pasan a otro gobierno. Los pocos que lo pagan, no es al erario, sino a lo que llaman ramo de guerra, que es un fondo de que disponen los gobernadores.

9. Un gobernador que en 1740 se vio muy acosado de los indios albayas, sacó del amparo a muchos negros y mulatos; y libertándolos del tributo, fundó con ellos el pueblo de la Emboscada, obligándoles a hacer el ejercicio militar que no habían aprendido hasta entonces.