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De los vegetales silvestres


1. No siendo yo botánico, no hay que pedirme las clases, caracteres ni nombres griegos de los vegetales, sino tal cual noticia muy superficial como la puede dar un viajero distraído con otras cosas. Habiendo dicho en el capítulo 29 que aquellos países son llanos, casi siempre arcillosos y alguna vez areniscos, se sigue que su vegetación debe participar de la misma uniformidad, no habiendo otras causas que la puedan variar, sino la temperatura de la atmósfera, sensibles solo en larguísimas distancias, y en ciertas plantas, y la de tener el suelo más o menos humedad y miga para penetrar las raíces. En efecto, he notado constantemente en aquellas campañas incultas, que tienen las mismas plantas, altas de tres a cuatro palmos, tan tupidas que no permiten ver el suelo, sino donde hay caminos, y en los arroyos y canalejas que hacen las lluvias. Las especies de plantas son pocas, pero entre los paralelos de 30 y 31 grados en la frontera del Brasil, donde el país es más alomado, se encuentran bastantes plantas que no he visto en otras partes. Entre ellas hay algunas cuyos tronquillos, hojas y flores parecen estar llenos de escarchas y una de cuatro hojas anchas largas de tres pulgadas en figura de lanza y pegadas al suelo, da por junio una vara y flor como el renúnculo, áspera y de un rojo naranjado que jamás se pierde aunque esté seca.

2. En las cañadas y parajes que se suelen inundar con las lluvias o con crecientes de arroyos, dominan plantas diferentes y más elevadas como espadañas, pajas, cortaderas, alciras,   —42→   pitas o cardales de varias especies, y otras que no se nombran: llaman pajonales a estas cañadas y bajíos. Si la humedad es considerable, se crían entre dichas pitas o caraguatas, cebollas como el puño, que dan flores carmesíes al modo de azucenas, y en algunos lugares anegados del Paraguay recogen los indios silvestres una especie de arroz muy bueno. Al Sur del Río de la Plata y donde es país salitroso, hay varias plantas que lo son, y que tal vez servirían para jabón y tintes.

3. Cuando las plantas están ya duras y sequizas, las pegan fuego para que retoñen y las coman tiernas los ganados; pero sin duda perecen así las plantas más delicadas y se queman las semillas disminuyendo las especies. Solo se detienen estas quemazones en los arroyos y caminos extendiéndose tanto con el viento, como que yo caminé más de doscientas leguas muy al Sur de Buenos Aires sobre una campaña que principiaba a retoñar y había sido abrasada de una vez. Como las orillas de los bosques son siempre muy cerradas y verdes, también detienen el fuego; pero quedan chamuscadas para arder en el incendio siguiente. Perecen igualmente infinitos insectos, reptiles y cuadrúpedos menores, y las águilas y gavilanes acuden a las quemazones para comer estos despojos.

4. Lo dicho hasta aquí de la vegetación de los campos sin bosques, padece alteración por el influjo del hombre y de los cuadrúpedos; porque en las estancias o dehesas pobladas algunos años de ganados mayores y de pastores, se exterminan aquellos pastos altos y los pajonales, y nace la grama común y un abrojo achaparrado de hoja muy menuda. El ganado lanar abrevia el exterminio de toda planta elevada, y fomenta la grama. He observado mil veces, que en cualquiera desierto donde el hombre se establezca, nacen al año, al rededor de su choza, malvas, ortigas, abrojos comunes y otras varias plantas que no había visto a treinta leguas en contorno. Basta que el hombre frecuente un camino, aunque sea solo a caballo, para que a los lados u orillas nazcan algunas de dichas plantas, que no se notan en los campos inmediatos; y basta que cultive un huerto, para que nazcan verdolagas, ortigas, etc. En la inmediación de las   —43→   madrigueras de la vizcacha, nace la ortiga vizcachera que no se ve en otra parte.

5. Vamos a tratar de árboles. Los hay en las cercanías del estrecho de Magallanes, y desde allí al Río de la Plata, se encuentran en raros parajes de la campaña, algunas listas o manchas de algarrobos y espinillos claros. En suma, escasea tanto la leña en aquellas partes, que hacen fuego con cardos y biznagas, y con los huesos y sebo de las yeguas silvestres, que se matan muchas veces solo con este objeto. Aun en los hornos de ladrillo de Buenos Aires y Montevideo, queman porciones enormes de huesos, bien que se remedian mucho con los duraznales que siembran para aprovechar la leña. También cortan bastante de las orillas de los arroyos que vierten inmediatamente en el Río de la Plata, y aun la traen de las islas y orillas de los ríos Paraná y Uruguay. Pero toda esta leña se va visiblemente exterminando, y por lo que hace a maderas para edificios, carretas y embarcaciones, casi toda se baja del Paraguay y Misiones jesuíticas.

6. En el Chaco o al occidente del río Paraguay, y en seguida del Paraná hasta Santa Fe hay más bosques. Los de las orillas de arroyos y ríos, son como en todas partes muy tupidos o cerrados, y abundan en troncos; y los de las campañas, están mucho más claros, componiéndose la mayor parte de quebrachos, cebiles, espinillos y algarrobos. Estos son diferentes de los de España; y los indios y gente pobre, comen sus vainas estrechas como las de judías, aunque son poco dulces; pero otros las machacan y ponen en agua para que fermenten, y les resulta la bebida llamada chicha que no es desagradable y que llega a embriagar bebiéndola con exceso. Otra especie de algarrobo da vainas mucho más gruesas, arredondeadas y negras, que sirven tan bien o mejor que las agallas para hacer tinta de escribir.

7. Todos los bosques que hay desde el Río de la Plata hasta Misiones, están en las orillas de los ríos y arroyos, donde la población los va exterminando; pero en las citadas Misiones y en seguida hacia el Norte del Paraguay, se encuentran ya bosques muy grandes con árboles muy diferentes de los citados; y no solo en los arroyos y ríos sino también en lomas y serrezuelas.   —44→   La espesura de estos bosques es tanta, que dificultosamente se camina a pie dando rodeos por dentro. El suelo está siempre cubierto de hojas secas, de ramas y troncos podridos, de alechos y de cazaguatas, de modo que es difícil puedan las semillas que caen tocar en tierra, ni ser cubiertas de polvo porque el aire entra sensiblemente. Dentro he visto alguna vez un arbusto cuya forma y las hojas son de pimiento, de figura de cuerno aunque tres o cuatro veces más alto. Creo que llaman Aji cumbari y su fruto es amarillo, naranjado, redondo y del tamaño de la pimienta negra, pero tan cáustico, que su jugo hace mudar la piel. El mismo efecto ocasiona un gusanito que se suele encontrar en este arbusto, solo con dejarle correr sobre el revés de la mano.

8. Se ven en estos bosques muchísimas especies de árboles todas diferentes de las de Europa y tan interpoladas, que para encontrar una docena de la misma es menester registrar a veces un grande trecho. Hay por allí considerables bosques de naranjos, que presumo posteriores a la conquista, porque siempre los he visto cerca de pueblos o donde los ha habido. Este árbol no admite agáricos ni plantas parásitas, ni sufre debajo ni en su alrededor, otra vegetación que la suya. Así estos bosques son limpios y sin más embarazos que sus hijuelos; aunque algunas veces se ve uno u otro arbolón de otra especie, que yo creo anterior a la extensión de los naranjos. Aunque su fruto sea generalmente agrio, también es en algunos agridulce; juzgo que todas en su origen eran dulces y que les viene el ácido de la falta de cultivo; porque he observado muchas veces que las calabazas comunes que nacen y se crían junto a las chozas abandonadas del campo, dan un fruto más amargo que la hiel, no obstante que en su origen no lo era.

9. Presumo que en los bosques grandes del Norte habrá árboles de un grueso extraordinario, aunque no los he visto. Hoy se ignora también la aplicación y usos que pueden darse a muchas de aquellas maderas, pero el tiempo los descubrirá. Algunas son más fuertes que otras de la misma especie. Por ejemplo los cedros del monte grande entre los 29 y 30 grados de latitud, aunque criados en tierras alomadas, no tienen la fortaleza   —45→   y duración que los cedros del Paraguay. Sin embargo hablando en general, las maderas del Paraguay son más compactas, sólidas y vidriosas que las de Europa; por lo menos se experimenta que una embarcación construida de ellas dura triplicado tiempo.

10. La del tataré se consume sin hacer llama ni brasa y de mal olor. Es muy compacta, suavísima, amarillenta y tan tenaz, que no pueden arrancarse los clavos de ella. La emplean con preferencia para baos, curvas y ligazones de los barcos; y machacando la corteza y poniéndola en agua, resulta tinta. De la del ybiraro o lapacho hacen la mejor tablazón, vigas, tijeras, macas, pinas y rayos de carreta: dichas tablas son las que más duran en los forros de las embarcaciones. Emplean la del algarrobo para pinas, varengas, etc.; y la del urundei-puita que es roja, para portes labrándolos cuando están verdes; porque después desbocan las herramientas. Esta madera es durísima y cuasi incorruptible bajo la tierra, principalmente si la clavan en sentido contrario o por la parte de las ramas. Tampoco se pudre el yandubai o espinillo, pero como sus palos son cortos, tuertos y no gruesos, los emplean solo para hacer corrales de estada y para quemar; porque es la leña mejor del mundo, tanto por la grande actividad de su fuego y duración de sus brasas, como por la facilidad con que arde tanto verde como seca. La madera del uruadeiirai se emplea en muebles preciosos, porque es durísima de fondo amarillazo con vetas tan vivas, negras, rojas y amarillas, que quizás ninguna madera le iguala en esto. Verdad es que se confunden y oscurecen con el tiempo, pero se preservarían con algún barniz. Es árbol de primera magnitud y muy grueso como el otro yrundei; pero a pesar de su dureza, le persiguen más que a ninguno unos gusanos como el dedo; de modo que pocas veces pueden sacarse tablas que pasen de media vara de anchura. Del tatáiba o moral silvestre hacen tablas y muebles por su bello color amarillo. El timbé es un arbolón de primer orden, bastante sólido, no pesado, y de madera que jamás se raja; por cuyos motivos la prefieren para canoas y para cajas de escopeta. Del cedro que es muy diverso del del Líbano, asierran muchísima tablazón para todo uso. También la usan para baos y forros de embarcaciones, y aun   —46→   para remos, por la facilidad con que se trabaja, pero no hay madera tan sensible a lo seco y húmedo, y sus tablas se separan siempre aunque estén bien unidas. Del apeterebí sacan vigas y también palos para embarcaciones; pues aunque no tengan el grueso y longitud de los pinos del Norte, son más sólidos fuertes y pesados. Hay variedad de laureles diferentes de los de España, y los emplean principalmente para cuadernas de embarcaciones. Hacen del ñandipá cajas de escopeta: del caimbacá, del sapiy y del naranjo ejes de carretas: del palo de lanza varas y lanzas de coche etc., y del guayacán apenas hacen uso. Aprovechan mucho en tijeras para cubrir los edificios de la palma Caranday que se cría en lugares llanos, bajos y húmedos del Paraguay. Su tronco es duro y se conserva mucho a cubierto del agua. Sus hojas nacen juntas y forman figura de abames, y sus dátiles valen poco. En los mismos bosques se hallan los que en Madrid llaman plátano de Oriente y lauro real, y habiéndose llevado estos a Europa, no sé cómo no se han conducido los demás que son más útiles.

11. Me detendré un poco a hablar de la utilidad que puede sacarse de algunos árboles, y de lo que me parece extraño. Hay bosques extendidos de curiys no muy distantes al Este de los ríos Paraná y Uruguay desde Misiones hasta el Norte. Suponen algunos que el curiy solo tiene una raíz perpendicular: lo cierto es que su tronco es tan recto y largo como el de los pinos del Norte y tan grueso o más. Su madera es resinosa semejante a la del pino común, pero sus hojas mucho más cortas y anchas con la figura de moharra de lanza, y la punta aguda. Las ramas nacen en coronas o a la misma altura en dirección horizontal, sin ser muchas ni gruesas: a bastante distancia más arriba nace otra corona, y lo mismo hasta la copa. Sus pifias arredondeadas del tamaño casi del de la cabeza de un muchacho, tienen las escamas menos sensibles que nuestros pinos, y cuando están sazonadas se deshacen totalmente, quedando solo el palito de enmedio grueso como el dedo. Sus piñones son muy largos, del grueso del dedo pulgar en el extremo más abultado, y asados son tan buenos o mejores que castañas. Los indios silvestres los comen mucho, y moliéndolos hacen harina para comer tortas.   —47→   Yo creo que sería su madera excelente para tablazón, y para palos, vergas y masteleros de navío. Los jesuitas sembraron algunos en los huertos de sus Misiones, y son ya árboles de primera magnitud: podrían prosperar en Europa.

12. El ybirapepé es un grande árbol de buena madera, por cualquiera parte que se asierre el tronco horizontalmente, resulta una estrella cuyos radios son casi tan largos como el diámetro del núcleo. El ybaró es otro árbol que da mucho fruto en pomos. Es redondo con el cuesco esférico, liso, lustroso y oscuro que sirve de juguete a los muchachos. Entre él y la piel exterior hay una pulgada glutinosa, que algunas indias estrujan y se sirven de ella como de jabón.

13. El ombú es muy grande y frondoso, que prende de rama gruesa, sin errar jamás, y sin reparar que el suelo sea bueno o malo, húmedo o seco. Crece en la mitad del tiempo que otros, y es bueno para sombra y para paseos y caminos. Su madera se pudre antes de secarse, no arde al fuego, ni sirve para nada. Hay uno en el jardín botánico de Madrid y otro en el Puerto de Santa María, donde han averiguado que sus hojas limpian y curan las úlceras.

14. El papamundo es de la mayor corpulencia, de bellas hojas, muy frondoso y de un fruto como ciruelas que comen los de paladar grosero. Hay otro árbol muy común frondoso y grande en el Paraguay. Su tronco parece compuesto de un haz de muchos que entran y vuelven a salir y hacen alguna vez asas como las de un cántaro.

15. El higuerón es grande y frondoso en extremo, que crece como todos cuando nace aislado en el suelo; pero cuando nace en la horqueta muy alta de otro árbol grueso o sobre un poste o estaca, arroja sus raíces rectas, separadas y flotantes al aire, hasta que en llegando al suelo prenden, engruesan y se unen unas con otras formando tronco abrazando y ocultando para siempre el árbol o estaca donde nacieron. Si el higuerón nace pegado a una peña, la va abrazando de modo que su tronco tiene a veces una vara o más de ancho pegado a la peña con solo tres o cuatro dedos de grueso.

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16. Aunque la familia de nopales o tunales sea la más desproporcionada y mal hecha entre los árboles, yo he visto dos verdaderas tunas, árboles más bien formados del mundo: su tronco alto siete a ocho varas, era liso y tan redondo como si le hubiesen torneado; y solo de lo más alto salían muchas ramas a un tiempo arraquetadas para formar la copa esférica, tupida y compuesta toda de dichas raquetas o palas: las flores también se asemejan a las de la tuna o nopal aunque son más pequeñas. Los encontré en dos bosques del pueblo de Atirá, distantes como una legua uno le otro, y no tenían hijos o renuevos; de modo que me figuré que su especie no tiene sino estos dos individuos.

17. Lo que en el Paraguay llaman azucena del bosque es árbol común, de talla mediana, muy verde y copudo. Se cubre totalmente de flores, que aunque de solos cuatro pétalos hacen bella vista largo tiempo por su muchedumbre y hermoso color morado; el cual degenera en blanco con el sol y los días. En los jardines del Río Janeiro lo recortaban y criaban como a los bojes y mirtos. En Buenos Aires y Montevideo llaman plumerito a un matorral común junto a los arroyos que da unas flores en figura de hisopo o plumero, porque en vez de hojas tienen unas como cerdas gruesas rojas muy vivas de dos a tres pulgadas de largo: las mujeres se adornan con ellas.

18. He oído nombrar en España a la yerba llamada vergonzosa o sensitiva porque tiene la propiedad de cerrar las hojas al tocarlas, y por aquellos países hay dos o tres con la misma propiedad. Pero también la tiene el yuquery que es muy común en lugares húmedos. Es especie de Aromo, y se le parece en hoja, formas y magnitud, aunque las ramas son más horizontales. Da vainas como judías aplastadas, y muchas juntas que forman grupos casi circulares.

19. Por los veinte y cuatro grados de latitud vi matorrales de dos varas de elevación, cuyos troncos y las hojas parecían a la vista y al tacto un terciopelo, y también hallé berenjenas silvestres, albahaca y salvia, pero esta es arbusto.

20. No escasean aquellas cañas o taguaras gruesas como el muslo muy fuertes y útiles para andamios y para muchas   —49→   cosas. El ejército guaraní forró sus cañutos con piel de toro, y se sirvió de ellos como de cañones contra las tropas combinadas de España y Portugal que trataban de efectuar el tratado de límites del año de 1750. Se hallan a la orilla de los arroyos, pero sobresalen a todos los árboles. La raíz es como la de caña común; aunque mucho más gruesa, y como ella se cría en matorrales, pero dicen que tarda siete años en ser adulta: que entonces se seca, y que vuelve a arrojar al segundo año. El taguapará se encuentra solo en los arroyos tributarios del Uruguay, es una caña que usan para bastones, por que es llena, fuerte, sólida y bien pintada de negruzco sobre fondo pajizo. De otra también sólida y llena se sirven para astas de lanzas y para afianzar los tejados. La taquapi tiene sus cañutos muy largos y lo que los forma es tan delgado como una piel o corteza. En ellos suelen los viajeros hacer velas de sebo, y van cortando del molde a proporción que la vela se consume. Aun hay otras cañas llenas y vacías desconocidas en España donde probarían bien.

21. El árbol que da la llamada yerba del Paraguay se cría entre los demás en todos los bosques de los ríos y arroyos tributarios del Paraná y Uruguay, y también en los que vierten en el del Paraguay por la banda del Este desde los veinte y cuatro grados de latitud hacia el Norte. Aunque los he visto como naranjos medianos, no sucede así donde benefician sus hojas por que los chapodan cada dos o tres años que es el tiempo que creen necesario para que estén sazonadas. Pertenece a la familia del laurel a quien en todo se parece, tiene las hojas dentadas en su contorno. La flor es blanca en racimos de treinta a cuarenta con cuatro pétalos y otros tantos pistilos que nacen de los intermedios; y la semilla que es roja morada, como granos de pimienta, encierra cada una tres o cuatro núcleos.

22. Para beneficiar la yerba chamuscan las hojas, pasando la misma rama por la llama. Después la tuestan, y últimamente la desmenuzan hasta cierto punto, poniéndola así apretadamente en un depósito, porque recién hecha no tiene buen gusto. Para usarla ponen un puñadito en una calabacita que llaman mate con agua caliente, y al instante chupan por un cañutillo o bombilla   —50→   que tiene en lo inferior agujeros para dar paso al agua deteniendo la yerba. Esta misma sirve tres o cuatro veces echando nueva agua, y algunos ponen azúcar. La toman a todas horas siendo el consumo diario de un vicioso una onza, y la que trabaja o beneficia un jornalero no baja de un quintal o dos. Los indios silvestres del Mondai y de Maracayú usaban tomar esta yerba, y de ellos lo aprendieron los españoles. Se ha extendido tanto el uso de esta yerba, que se lleva mucho a Potosí, Chile, Perú y Quito: el año de 1726 se extrajeron del Paraguay 12500 quintales de ella, y el de 1798, 50000.

23. Los padres jesuitas plantaron estos árboles en sus Misiones y beneficiaban la yerba con toda comodidad. Separaban además las puntitas de los palos, desmenuzaban más las hojas y llamaban a esta yerba caa mirí: más nada de esto influye en la calidad, sino el que esté bien chamuscada, tostada y cogida en sazón no impregnada de humedad. Así sin consideración a quitar palitos ni a lo menudo, dividen la yerba en fuerte, y electa o suave.

24. Diré algo de algunos otros usos que hacen de los vegetales. En los lugares húmedos del Norte del Paraguay, abunda una planta que da varitas como de cuatro palmos casi tapadas con las hojas bastante grandes que le están pegadas a lo largo. Tiene muchas y largas raíces flexibles muy amarillas por dentro, que sirven de azafrán para colorear los guisados. Las cortezas del cebil y curupai les sirven para curtir los cueros con más brevedad que con zumaque, con la del catiguá hacen un cocimiento en la que empapan la piel o la tela que quieren teñir: luego la estregan con las manos un rato en agua con ceniza poniéndola al sol hasta que se seque. Últimamente la lavan en agua clara y queda teñida de un rojo fuerte. El caacangai es una yerba que se extiende por el suelo en el Paraguay: de sus raíces encarnadas hacen un cocimiento: empapan en él la tela preparada con agua de alumbre, y resulta un rojo que se aviva, lavándola con orines podridos, cuyo olor le quitan enjabonándola. El urucú es árbol común en el Paraguay, cuyo fruto se abre y encierra multitud de granitos, que lavados tiñen el agua de un rojo bellísimo, y precipitan el color en poco rato al fondo; mas   —51→   no sé que hagan uso de él para tintar telas. Con las astillas del tatayiba o moral silvestre hacen un cocimiento: en caliente empapan en él la tela preparada con alumbre, y resulta un bello amarillo en la seda y algodón. La lana no le toma tan bien. Aun se sirven de otras plantas para teñir amarillo.

25. Las gomas y resinas de que tengo noticia son las siguientes, todas las del Paraguay y Misiones. En las partes septentrionales se encuentra el árbol muy grande llamado palosanto. Su madera fuerte y olorosa hecha astillas y hervida despide una resina que recogen sobre el agua, y se cuaja enfriándose. Se sirven de ella para sahumerios, porque da muy buen olor. Llaman a un árbol incienso porque herido destila una resina de olor y color de incienso: por tal le usan en los templos del Paraguay y Misiones, aunque lo recogen impuro o mezclado con arena y corteza. Los indios del pueblo de Corpus encuentran en el cauce o madre del Paraná cuando está bajo unas bolitas de resina algo transparentes, las mayores como una pequeña nuez. Y no dudo que las destilan los inmensos bosques de más arriba, ni que son un incienso superior al que se quema en España. Dichas bolitas prenden luego en la llama, y a proporción que se queman se derriten en forma y color de caramelo, otro sustancia que no prende en la llama, pero que poniéndola en brasas despide un humo de muy suave olor, mejor que el que daba cuando ardía.

26. El mangaisy es un árbol que no se encuentra en aquel país sino hacia el río Gatemí. Su goma llamada goma elástica, es tan conocida, que en Europa la dan ya muchas aplicaciones.

27. Cuentan del nandipá que hiriendo su tronco sale una resina, que mezclada con igual dosis de aguardiente y puesta al sol se convierte en un barniz, bueno para maderas y muebles preciosos. De otro árbol sacan por incisión la verdadera trementina, y de otro la excelente goma-elemi.

28. En las Misiones abunda el aguaraibai cuyo tronco es a veces como el cuerpo y las ramas algo desparramadas. En invierno no caen las hojas, que son de un verde más claro que las del sauce, largas pulgada y media a dos, anchas tres líneas,   —52→   agudas, dentadas, nacen a pares y una en la punta, y estrujadas sueltan una humedad pegajosa que huele a trementina. La flor en racimos blanca y pequeña, produce una cajita con semillas. Me parece haber visto dos arbolitos de estos en el jardín de plantas de París. Toman sus hojas, hierven en agua o vino hasta que sueltan la resina: las quitan, continuando el fuego hasta que tiene el caldo punto de jarabe; y a esto llaman bálsamo de aguaraibai, o de Misiones: sacan una arroba de cincuenta hojas. Cada pueblo de Misiones, envía más de dos libras anualmente a la botica real de Madrid, sin que hasta hoy se haya publicado relación de sus virtudes.

29. Se aplica por allá, con buen efecto, a las heridas, ablandándolo con vino tibio si es que se ha endurecido. Creen que fortalece el estómago untándole con él por fuera; y que haciendo lo mismo en las sienes y en lo más alto de la cabeza, alivia su dolor. Suponen que aplicado exteriormente, mitiga los cólicos, el dolor de costado, la dureza del estómago, la opilación y los flatos, y que tomando con azúcar la dosis de dos almendras mañana y tarde, cura la disentería, la flaqueza de estómago, y a los que arrojan sangre por la boca. Lo inventó el jesuita Segismundo Asperger que ejerció la medicina y botánica cuarenta años en Misiones. Allí practicó cuantos ensayos le parecieron con los indios, y de resultas, dejó escrito un recetario solo de los vegetales del país, que conservan algunos curanderos: si se examinase, tal vez se encontraría algún específico útil a la humanidad.

30. Aseguran que hay en el Paraguay y Misiones, ruibarbo, canchalagua, catorguala, doradilla, cabellos de ángel, ruda, salvia, suelda, consuelda y otras yerbas medicinales. Hay también lo que llaman piñones purgantes, porque purgan con violencia en un cuarto de hora comiendo medio piñón, esto es la dosis de media almendra. Suponen que la parte del germen hace vomitar; que la otra produce cursos, y que comiéndolo entero se verifican ambos efectos. Paseando yo por donde había de estos árboles con la gobernadora y su hija, las expliqué la propiedad de tales piñones, y esto bastó para que quisiesen probarlos, comieron entre las dos poco más de uno y lo hallaron   —53→   de buen gusto: pero apenas habrían pasado veinte minutos, cuando en ambas principió la función por arriba y por abajo, sin dar lugar a melindres. Nada de eso tiene mala resulta, y se corta repentinamente con solo beber vino. Fray Miguel y Escriche, cura de Itapua, y que hacía de médico o curandero, me aseguró que las hojas de un árbol común en los bosques, causaban el mismo efecto que las de jalapa tomadas en la mitad de la dosis, esto es, que tenían doble virtud purgante.

31. Digamos algo de las plantas enredaderas o parásitas. Los isipos o rejugos son infinitos en los bosques. Suben y bajan por los mayores árboles, pasan de unos a otros, y puede decirse que son los que ligan y sujetan los bosques para que el viento no los arranque. Los hay muy gruesos, y a veces se enroscan con otros troncos formando espirales y uniéndose tan íntimamente, que parecen ser una pieza. Entre las muchas enredaderas hay algunas que hacen bella vista, cubriendo totalmente a grandes árboles con sus flores amarillas y naranjadas; entre la multitud de plantas parásitas, hay varias especies llamadas flores del aire, recomendables por la extrañeza y hermosura de sus flores o por lo grato de su fragancia.

32. La parásita llamada guembe, nace en la horqueta alta de los mayores árboles cuando estos principian a podrirse interiormente. Tiene varios troncos del grueso del brazo, largos de una a dos varas, las hojas son de mango muy largo, verdes muy lustrosas, largas tres palmos, anchas la mitad, con su contorno profundamente hondeado, y anualmente se caen algunas de las inferiores. El fruto es una mazorca totalmente parecida a la del maíz en la magnitud, figura y granos, que suelen comer cuando están maduros porque son algo dulces. Desde su elevación arroja raíces rectas sin nudos del grueso del dedo, que a veces dan vueltas al árbol, y otras bajan derechas y flotantes hasta el suelo donde prenden. Las cortan con un cuchillo atado a una caña; y de su piel, que es delgada y se saca fácilmente con los dedos tuercen cables o amarras para todas las embarcaciones del Paraguay y aun para fragatas de guerra sin más preparación que la de mojarlas si están secas. Es menester darles más grueso que a las de cáñamo, porque no tienen tanta fuerza   —54→   y se rozan más estando secas y dando vueltas, pero son baratas, nunca se pudren en el agua ni en el cieno, y resisten muy bien.

33. Son muchas las plantas llamadas pitas, cardas, y caraguaias, y las hay entre ellas que nacen lo mismo en el suelo que en los troncos y tejados. Todas conservan en sus cogollos el agua de las lluvias y rocíos que a veces recogen los viajeros para beber. Yo solo haré mención de dos: la una abunda infinito en las orillas de los bosques y también a descubierto. Sus hojas o pencas, tienen el color, anchura y grueso que las de la piña o ananá; pero son mucho más largas y espinosas, y encierran unas hebras mucho más finas que las de la pita de España, aunque nadie las aprovecha. Se multiplica por renuevos, y el que de ellos ha de dar fruto, nace con las pencas de color de nácar el más vivo. De entre ellas sale un vástago de una vara escasa, grueso, lleno de florecitas de cuatro hojas que dan muchos y apretados dátiles largos de dos pulgadas, gruesos una, naranjados estando maduros, que algunos muchachos suelen comer asados.

34. La otra caraguatá llamada ibira da un fruto muy semejante a la famosa ananá, pero nada vale. No vive a descubierto, sino en lo interior de todos los bosques del Paraguay. Sus pencas son poco espinosas: de poco grueso, largas de una a dos varas y con dos pulgadas de mayor anchura. Las cortan o arrancan las matas; las pudren como el cáñamo, sacan fácilmente con los dedos la piel, y quedan las hebras tan finas como las del cáñamo y del mismo color, a las que llaman estopa de cuaraguatá. Sin más beneficio las hilan para coser zapatos; y enredándolas un poco con un rastrillo hecho de seis u ocho clavos comunes, calafatean con ellas las embarcaciones con la ventaja, de que nunca aflojan ni se pudren en el agua. No hay duda que pueden hacerse del caraguatá lonas, jarcias y cables, que resistirían más que los de cáñamo, según yo he experimentado en pequeño. Verdad es que presumo no tendrán tanta flexibilidad, y pues no admitirán bien el alquitrán.

35. Cuentan en el Paraguay tres especies de guaiabas y más de doce castas de frutas silvestres, ponderándolas mucho,   —55→   pero para mí ninguna vale lo que las serbas, nísperos y madroños. El árbol común llamado tarumá, la da en el tronco, y aun en la raíz, si está descubierta en alguna parte, es morada del tamaño de una ciruela algo larga. Hay zarzas comunes, pero pocas y no dan fruto. Tal vez lo producirán si las podasen o machacasen a palos, como hacen en los rosales en el Paraguay para que den rosas.



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De los vegetales de cultivo


1. Ya se sabe que la zona tórrida no produce trigo. Aun en lo restante de las provincias del Paraguay y Misiones, se siembra muy poco, y produce cuando mucho tres o cuatro por uno. Consta sin embargo que poco después de la conquista, se llevaba a vender trigo del Paraguay a Buenos Aires; lo que no podía suceder si no por la mayor facilidad de sembrarlo, habiendo más indios o brazos.

2. La cosecha media de trigo en Montevideo, es el doce por uno, y en Buenos Aires el diez y seis. El grano me parece bastante menor que en España, y quizás esto contribuye a que produzca más. Como quiera el pan en aquellos países es de lo mejor del mundo, sobre todo si el trigo es de la cañada de Morón o de la Costa de San Isidro.

3. Como en los campos al Norte del Río de la Plata, se ocupan casi en cuidar los ganados y en hacer cueros y salar carnes, siembran poco trigo, y les llevan el que les falta de Buenos Aires donde computan su media cosecha en cien mil fanegas del país, que hacen 219300 de Castilla. El consumo de dicha ciudad se regula en setenta mil fanegas de las suyas, y llevan a vender el resto en el Paraguay, Montevideo, Habana, Brasil e Isla de Mauricio. No se eche cuentas de la población por el consumo de trigo; porque los pastores y campestres no comen pan sino carne: aun los esclavos y pobres de las ciudades apenas lo prueban. En el Paraguay y Misiones suplen su falta con el maíz y mandioca, de que hacen también pan.

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4. El mejor clima para trigo, sería el del Sur del Río de la Plata, pero antes de los cuarenta grados de latitud hasta el estrecho de Magallanes parece salobreño, y capaz en pocas partes de producir trigo. De modo que por esto y por la escasez de aguas potables en muchas leguas a lo largo de la costa, no podrá haber allí mucha población; pero en aproximándose a la falda oriental de la Cordillera de los Andes, es ya el suelo excelente para los frutos de Europa.

5. Consta igualmente que el año de 1602 había en las cercanías de la capital del Paraguay muy cerca de dos millones de urdes, y que de allí llevaban vino a vender en Buenos Aires; pero no hay en el día allí ni en el país que describo, sino una u otra parra: y de Mendoza llevan anualmente, en carretas, a vender en Buenos Aires y Montevideo 7313 barriles de vino, y de San Juan 3942 aguardiente de uvas, supliendo lo que les falta de ambos licores, con el que llevan de España. Mendoza y San Juan son dos ciudades de la falda de la cordillera de los Andes en la frontera de Chile, cuyos territorios son tal vez los más abundantes del mundo.

6. Quizás se aburrieron de las viñas porque su fruto es muy perseguido de pájaros, cuadrúpedos, hormigas, avispas y otros insectos que abundan infinito, o porque luego que se multiplicaron los ganados, les fue más fácil tener licores a cambio de pieles y sebo. Esto además es más conforme a la inercia o flojedad que se atribuye a aquellas gentes; las cuales repugnan ser labradoras, y muchas veces no segarían si el gobierno no las forzare.

7. Desde los veinte y nueve grados de latitud hacia el Norte, cultivaban el tabaco de hoja, y lo llevan libremente a todas partes, pagando al Erario la sisa y la alcabala, que redituaban sesenta mil pesos fuertes anuales, sin aumentar un empleado a los que había para otras cosas. En cuanto al de polvo, los comerciantes lo compraban del estanco de Sevilla, y lo llevaban y vendían como podían, pagando sus derechos. Todo eso duró hasta que en 1779 se estancó todo tabaco, cuyas resultas han sido redituar poco o nada al fisco, emplear inútilmente a millares   —59→   de gentes, fastidiar a la superioridad con recursos y cuentas, dar sujeciones a los viajeros y comerciantes, últimamente aniquilar el cultivo del mismo tabaco, según se conoce de que con la libertad se extraían del Paraguay quince mil quintales al año, y ya en 1799 no se hallaban medios de asegurar de cinco a seis mil que se venden en aquellos estanquillos. La calidad del tabaco es de poca fuerza aunque de buen gusto.

8. Cultivan la caña dulce y el algodón solo en el Paraguay y Misiones; aunque si ocurren fríos tempranos, perjudican mucho a ambas plantas. El azúcar es de buena calidad; pero prefieren muchos reducirla a miel y a aguardiente, que una y otro tienen muchos apasionados. Llevan el azúcar sobrante a Buenos Aires, cuyo clima no lo produce; pero como no sea en cantidad suficiente, suplen su falta comprándolo de la Habana y del Brasil. La cosecha de algodón es tan escasa que apenas se lleva del Paraguay y Misiones el necesario para pábilo en el Río de la Plata. El resto se emplea donde cultivan, en lienzos tan ordinarios, que solo lo usan los esclavos y la gente pobre.

9. El país del azúcar lo es igualmente de mandioca o yuca que es de dos especies: la mandiocué da muchas y grandes raíces, que ralladas y exprimidas, sueltan una agua que mata los cerdos si la beben, y también se comen la raíz recién exprimida. El hombre debe temer lo mismo; pero los portugueses del Brasil no comen otro pan que lo que llaman fariña, y es esta misma raíz rallada, exprimida y tostada. Los españoles solo la cultivan en la cantidad que basta para extraer almidón. La otra especie llamada simplemente mandioca, se cultiva mucho. Sus raíces blancas o blancas amarillazas con la piel rojiza, son muy conocidas en toda la América caliente, consistiendo en ello la felicidad de aquellos países, porque de ellas hacen pan, y además las comen de muchas maneras. Convendría probar su cultivo en Mallorca y en las provincias meridionales de España.

10. Siembran y prueban bien en todas partes las especies conocidas del maíz; pero he visto otra en el Paraguay llamada albati guaicurie, que sin llevar ventaja a las otras ni diferenciarse de ellas en los granos ni en otra cosa, cada grano está   —60→   separadamente envuelto con hojas pequeñas idénticas a las que cubren toda mazorca.

11. Hay especies de batatas blancas, amarillas y moradas. La llamada abaiybacue en el Paraguay y Misiones, tiene piel roja y es del grueso de la pantorrilla, larga lo que la pierna, con la carne blanca y de buen gusto. Todas deberían llevarse a España, como también ocho o diez especies de calabazas y de judías. Entre estas últimas son excelentes la llamada pallarés y las que dan un arbusto que no perece en invierno. En todas partes prueban bien las habas, guisantes, lentejas, arvejas y el maní o mendubí. En España conocen al último por cacahuete y extraen de él aceite.

12. También le extraía por allá un curioso de la semilla del tártago y hacía jabón. Esta planta es conocida en Europa y la hay en el jardín botánico de Madrid; pero como no la he visto por allá sino junto a las casas, sospecho que es de las producidas por la presencia del hombre como las ortigas.

13. Los almendros y ciruelos crecen mucho y se visten de flor en el Río de la Plata; pero hasta hoy no han dado fruto. Los melocotones al contrario dan mucho y bueno, y aun hay allí algunas especies buenas llevadas de Chile y otras partes que quizás no se conocen en Europa. Llaman allí damascos a los albaricoques, cuyo origen es este: Antonio el Choricero, que era italiano, hizo llevar de su país un cajoncito con semillas de col y de lechuga, entre la cual encontró dos huesos de albaricoque que no conoció, pero las sembró en mi tiempo y de ellos vienen todos los que hay. En el Paraguay no hay almendros ni ciruelas y los melocotones dan rara vez fruto malo y agusanado.

14. Tampoco hay en el Paraguay peras ni guindas; que aun en el Río de la Plata valen poco. Las naranjas y sus análogas son abundantes y buenas en el Paraguay; pero uno y otro disminuyen al acercarse al Río de la Plata. La pacoba o plátano se cría bien en el Paraguay; pero se hiela fácilmente y da poco fruto. La piña o ananá no requiere tanto calor como la pacoba, y da regularmente aunque creo no es tan delicado el gusto como la de otras partes. La manzana es buena en Montevideo, no   —61→   tanto en Buenos Aires, no fructifica en el Paraguay, y existe silvestre en la falda de la cordillera de Chile. En todas partes hay higos, membrillos, y granadas, que se quedan en mediana calidad y aun no llegan a ella en el Paraguay. En cuanto a olivos, solo hay algunos en Buenos Aires que dan todos los años.

15. El melón vale poco, y en el Paraguay nada. La sandía es mejor en unas partes que en otras, según el terreno y sin consideración a la latitud; pero en las cercanías de la Asunción suele tener más semillas que carne. La fresa es allí desconocida, pero abundan los fresones que llaman frutillas en el Río de la Plata, donde producen bien el cáñamo y el lino, aunque el costo de beneficiarlos es excesivo. Las hortalizas en general crecen más o menos bien según crece la latitud, y en el Paraguay y Misiones siembran el arroz que necesitan, en las cañadas sin regarlo.

16. En el Paraguay es común y silvestre la planta del añil, el que podrían beneficiar, y quizás la seda, si llevasen gusanos, porque hay morales. Lo propio digo del cacao y del café, pero se opone a todo lo caro de los jornales, las pocas necesidades y ambición de aquellas gentes, la falta de instrucción, y la imperfección de los instrumentos de labor. En el Paraguay y Misiones se sirven para azadas, de las paletillas de vaca, acomodándolas en un mango, y sus arados son de un palo punteagudo, que cada uno se hace y se acomoda, sucediendo lo mismo con el yugo y demás aperos. Verdad es que sucede lo mismo en casi todos los oficios; el platero hace sus crisoles, el músico su guitarra y las cuerdas, el tejedor los telares y peines; y las mujeres sus usos, las velas, jabón, dulces, remedios y tintes.

17. Poseen algunas flores de Europa, y otras americanas. La diamelo es un matorral que da muchas flores largo tiempo, componiéndose cada una de muchas apiñadas y blancas, del olor más suave del mundo. No dan semilla, y la multiplican por acodos. La peregrina no da olor, y se multiplica por semilla. Da muchas flores bien jaspeadas de rojo y blanco.



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ArribaAbajo- VII -

De los insectos


1. No es fácil describir puntualmente los insectos, porque sobre ser pequeños y de innumerables especies, obran por lo común ocultamente, o a distancia que no permite observar sus operaciones. Yo por consiguiente, que los he mirado de paso, y que ignoro lo que otros han escrito, diré tal cual cosa de algunos, nombraré a otros, dejando tal vez olvidada la mayor parte.

2. En el Paraguay distinguen dos familias, una de abejas y otra de avispas, y las diferencian, suponiendo que éstas pican y no hacen cera, y que las abejas hacen cera y no pican. Según esto la abeja de España que pica y hace cera, y lo mismo otra americana que he visto, serían un intermedio entre las dos familias. Sea lo que fuere yo ahora reputaré por abejas, a todas las que no saben o no pueden construir los muros exteriores de sus casas, los buscan ya hechos en los agujeros de troncos para hacer sus panales; y llamaré avispas a las que fabrican su habitación interior y exteriormente.

3. He oído de la avispa y de la abeja en España, que en cada panal hay una sola hembra y maestra con una multitud de machos que la fecundan: que el resto de los individuos son neutros o sin sexo y destinados únicamente al trabajo, y que se multiplican las colmenas o familias por los enjambres que salen. Yo ignoro si esto es cierto en Europa, y tampoco sé si así lo practican mis abejas; pero no dudo que nada de lo dicho sucede a mis avispas, sino que todos sus individuos son machos   —64→   o hembras a lo ordinario, y que se multiplican los panales por parejas, y no por enjambres.

4. Numeran en el Paraguay hasta siete especies de abejas: la mayor el doble que la de España, y la menor ni la cuarta parte que la mosca común. Ninguna de ellas pica y todas hacen cera y miel. Esta, por lo que yo he visto, tiene la consistencia y el color de almíbar fuerte de azúcar blanca, y yo solía por las tardes desleírla en agua, y la bebía, no solo por su buen gusto, sino también por que tiene la cualidad de refrescar el agua, o de parecerlo. Pero la miel de la especie mayor de abejas, suele participar del gusto de las hojas de las flores que el insecto conduce, y aun mezcla con ella. La miel de otra, llamada cabatatú, da intenso dolor de cabeza y al mismo tiempo emborracha como el aguardiente; y la de otra, ocasiona convulsiones y dolores vehementes, hasta que van cediendo a las treinta horas sin otra mala resulta. Una abeja más cuadrúpeda y algo menor que la de España, no deposita su miel en panales, sino en cantarillas esféricas de cera de seis líneas de diámetro. Llevaron del Tucumán a Buenos Aires, distante 150 leguas, una colmena de esta especie; lo que indica que tal vez esta abeja y otras varias de América, se podrían trasplantar a España. Los indios silvestres comen mucha miel y desliéndola en agua y de jándola fermentar, la beben y se embriagan.

5. En cuanto a la cera, la que he visto es amarillaza, más obscura que la de España, más blanda, y la gastan solo en los templos del campo y de los indios sin saberla blanquear. La que acopia la especie mayor de abejas, es mucho más blanca, y tan consistente, que le mezclan la mitad de sebo los vecinos de Santiago del Estero, los cuales recogen anualmente catorce mil libras en los árboles del Chaco. Si esta especie se domesticase en colmenar, daría una utilidad muy considerable.

6. Nada más puedo decir de aquellas abejas que no pican, porque las he observado poco no siendo fácil hacerlo, viviendo como viven todas, dentro de los grandes y cerrados bosques, las más veces a bastante altura de los árboles. Pero tratándose de cera diré aquí que es mejor, más blanca y consistente la que fabrican unos insectillos en bolitas como perlas, pegándolas   —65→   muy juntas en bastante número, a las ramitas del guabiramí, que es una matilla alta de tres a cuatro palmos, la cual da una de las mejores frutas silvestres, arredondeada, menor que una zarza, y de la figura y color que la guacaba.

7. Aunque creo no conocer todas las avispas, indicaré a once especies. Solo una vez he visto un tolondrón pegado y suspenso a un tronco del grueso del brazo: era esférico, de tres palmos de diámetro, y fue menester un hacha para desprenderle y deshacerlo, porque en partes tenía hasta medio palmo de arcilla bien amasada, componiéndose interiormente de panales de cera con buena miel totalmente cubiertos con dicha arcilla. La avispa era de color negruzco, del tamaño de la de España, aunque más cuadrada, y pica menos. Ignoro si se multiplica por enjambres como la abeja de España, aunque lo presumo.

8. Todas las avispas siguientes pican mucho. La más común, naranjada, y bastante mayor que la común de España, fabrica sus panales como ella idénticos, aunque mayores y de la misma madera algo podrida, que de madrugada recoge en bolitas como guisantes, royendo la superficie [de] los maderos secos sin corteza que el rocío de la noche ha [ablandado]24 un poco. Solo una pareja o dos avispas, principia su panal pegándolo por un pedículo a la viga que sobresale bajo del tejado, o alguna peña: siempre con la advertencia de que esté a cubierto de la lluvia. Comenzada la obra, no la desampara una de ellas, pero no hacen sino más que seis casetillas en las que deposita la hembra un gusanillo, que ignoro con qué le alimentan, porque no acopian miel, ni les llevan arañas ni gusanos: los padres comen frutas suculentas y otras cosas. Cuando vuelan los hijos y pueden ya engendrar, aumentan el único panal alrededor con nuevas casillas, y las llenan de hijos mientras los primeros padres hacen lo mismo en sus primitivas casetillas. Así continúan hasta que siendo el panal algo menor que un plato, se destacan parejas a formar otros algo separados en la inmediación, y en llenándose de ellos el lugar adecuado, le buscan lejos. Siempre están de guardia en el panal la mitad de las avispas, mientras las demás buscan lo que han menester.

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9. Infiero de lo dicho, que en el panal de esta avispa no hay maestra o jefe que mande ni dirija: que todos los individuos son fecundos; que cada pareja cuida solo del producto de su común particular reducido a seis hijos, poco más o menos, y que cuando el panal es ya tan grande que se incomodan unas a otras, buscan25 otros lugares donde fundar nuevas repúblicas. Todo esto creo que se verifica en las demás avispas sociables, incluso la de España.

10. Otra avispa más pequeña, negrizca con pintas amarillas, busca mayor resguardo; pues no solo hace su panal más abrigado del tejado o de lo más tupido de alguna parra, sino aun con preferencia en el techo de lo interior de un cuarto, si encuentra en el tejado un resquicio por donde entrar. Lo hace de la misma materia y lo pega a una viga o tijera por un pedículo, principiándolo solas dos, según dicen porque no se lo he visto principiar. El panal, exteriormente, tiene la figura de un gorro alto palmo y medio, y ancho dos en lo inferior. Sirve este para abrigar y cubrir los redondeles de las celdillas de criar, que son pequeños en el fondo del gorro que es la parte alta y van ensanchando puestos unos bajo de otros horizontalmente sin tocarse y pegados a lo interior del gorro. Este nunca se cierra por debajo, por donde con mucha celeridad van añadiendo más panales, aumentando la prole, sin hacer miel, y sin que yo sepa con qué la alimentan. Cada avispero de estos tiene más individuos en mi juicio, que cuatrocientos de la precedente; y en cuanto a lo demás, me figuro que son idénticas en lo dicho en el núm. 9 aunque no lo aseguro.

11. Otra he encontrado al resguardo de alguna peña, y nunca en las casas ni cerca de ellas. Su panal es mucho más estrecho que el de la anterior, aunque construido de la misma materia, con muchos redondeles o panes horizontales sin miel y cubiertos de una costra o gorro. Me aseguran que solas dos principian la obra, y esto basta para que yo crea de esta avispa todo lo dicho de la primera en el núm. 9.

12. No hice reparo de cómo se multiplica, ni donde cría otra avispa común y negrizca del tamaño de la común en España:   —67→   no puedo por consiguiente asegurar si es sociable, como las precedentes. Mi vecino empapeló las uvas de su parra, y las libertó un año: hizo lo mismo el siguiente, pero la avispa agujereando los papeles no le dejó una uva.

13. Otras dos avispas, llamadas lechiguaná y camoatí, hacen panales algo parecidos a los del número 10 y del propio material. La primera le suspende de las ramitas de algún arbusto a la orilla del bosque, y la segunda de alguna mata grande de paja en campo libre o cañada. La costra que encierra y cubre los panales de la lechiguaná, es mucho más dura que en la otra y tiene además por fuera bastantes desigualdades muy reparables, de las que carece la del camoatí. Las dos son muy fecundas como que sus gorros de panales llegan a tener media vara de diámetro, y más de altura, con miel abundante, buena y más consistente que la de aquella abeja; no acopian cera, y en cuanto a lo demás, creo de ellas lo dicho en el número 9.

14. Las avispas precedentes son sociables o viven muchas juntas, pero las cuatro siguientes al contrario, son solitarias. Por lo menos yo no he notado jamás que se reúnan dos de su especie ni de otra.

15. La primera es negra con algunas manchas amarillas vivas: tiene el cuerpo como dividido en dos, por una cintura larga muy delgada, y me parece haber visto una en un mesón de Andalucía. Cría en los cuartos, aunque duerme fuera, trae en la boca una bolita de barro como un guisante, y la extiende en lo alto del marco de la puerta o ventana, o en alguna viga o tijera del techo. Luego, con más bolitas, forma encima un canuto largo como pulgada y media con estuco o barniz por dentro y depositando al hijo en el fondo, conduce del campo una a una arañas muertas a picotazos hasta llenar totalmente de ellas el canuto cerrándolo con barro. En seguida hace otro canuto al lado, otro encima, y en fin hasta cuatro o cinco. Cuando finaliza el último, ya el primer avispillo se halla en estado de volar y parece que la madre le escucha y le abre la puerta por donde se va al instante para no volver más. Suele servir el mismo   —68→   canuto para nuevo hijo. En mi cuarto del Paraguay nunca faltó en verano una de estas avispas, y observé al deshacer los canutillos, que habían perecido los avispillos siempre que alguna de las arañas se había podrido, o que había principiado a hacer su tela por no estar bien muerta o envenenada. Suelen los muchachos matar a la avispa; y cortándola por la cintura toman la mitad postrera y la aplican con disimulo a otro muchacho para chasquearle, porque aun así pica.

16. La segunda es naranjada, la mayor de todas y más del doble que la común de España. Busca los corredores o lugares cubiertos de la lluvia en las casas campestres, donde haya un suelo de polvo y tierra no muy dura, allí escarba prontamente con las manos todo alrededor un espacio como de un palmo, profundizando dos dedos apartando con la boca las piedrecitas, si las encuentra, dispone en el medio una canal u hondura larguita y marcha luego al campo, de allí trae arrastrando, caminando para atrás, una araña mayor que una avellana con cáscara, muerta a picotazos, y la deposita en dicha canal, de modo que descansando en los bordes, no llegue a tocar en el fondo. Inmediatamente le pega el avispillo en la parte más baja, y lo cubre todo con la tierra que antes había escarbado hasta emparejar el suelo, y se marcha para no volver más. Yo encontré otra avispa con su araña arrastrando, y la seguí hasta su depósito distante 163 pasos, sin contar los que ya antes habría caminado. La dejó alguna vez y caminó un poco, como si se asegurase de la derrota. Esta se hallaba toda cubierta de pasto a veces tan alto, que la avispa no pudo vencer la dificultad, porque se enredaba la araña con sus patas; pero dando un corto desvío llegó derechamente. El avispillo se va comiendo la araña, y cuando la ha consumido se halla ya en disposición de desembarazarse de la tierra que le cubría; y de marcharse a volar, sin haber visto a su madre la cual irá naturalmente a criar más hijos en otros lugares, porque yo no he observado que críe más de uno en cada paraje. La especie es muy escasa.

17. La tercera es común, amarilleja y del tamaño que la de España: con la boca hace unos canutillos penetrando las paredes de tapia y de ladrillo no cocido que están al abrigo de la   —69→   lluvia. En el fondo deposita a su avispillo y le alimenta con gusanos verdes, muertos a picotazos introduciéndolos por la cabeza. Se hallan a veces muchos de estos canutos o agujeros inmediatos, y presumo que cada avispa hace muchos, no los cierra, suministra los gusanos cuando son menester.

18. La cuarta, fabrica con barro tres o cuatro cantarillas esféricas menos la parte por donde están pegadas a las ventanas, resguardadas de lluvia, deposita en el fondo el avispillo, y le va alimentando con los mismos gusanos que la precedente, intro[du]ciéndola por el gollete que está arriba, y tiene la figura de embudo.

19. Para mí es cosa singular el que estas cuatro últimas avispas sean tan solitarias, que nunca he visto dos juntas. También es el ignorar quien las fecunda, y el que no tengan panal o domicilio fijo, si no mientras crían. Aun se nota en estas avispas, que el veneno de sus aguijones, preserva de la corrupción pues de no ser así se corromperían en aquellos países tan cálidos las arañas y gusanos picados con que viven algunos días los avispillos hasta que son adultos. Si se hallase un medio de recoger o de imitar semejante veneno, podría esperarse que sería un eficaz preservativo contra la gangrena y que podría aplicarse interiormente sin riesgo pues los avispillos lo comen en las arañas y gusanos.

20. Como el Paraguay y Río de la Plata no son países fríos, se puede sospechar que la temporada de criar las hormigas sea más larga que en España; por lo menos por ella salen y trabajan las hormigas todo el año, menos tal cual día de frío. Por eso no hallo extraño el que haya a mi parecer allí no solo más especies de hormigas, sino que cada una de ellas tenga más hormigueros y más numerosos en individuos. Se comprueba esta idea sabiendo que viven únicamente de hormigas dos especies de cuadrúpedos grandes y forzudos y aun muchos tatús. Pero también creo que las hormigas van a menos, en razón de la cercanía al Estrecho de Magallanes.

21. La hormiga llamada araraa, abunda infinito en el Paraguay; pues no solo están de ellas llenas los troncos gruesos   —70→   de los bosques y las maderas cortadas, sino también los delgados si tienen la corteza agrietada. Y como las paredes de las casas campestres son de palos clavados en tierra muy juntos y tapados los intermedios con barro que se raja al secarse, los araraas26 entran y salen sin cesar por todas las grietas. La magnitud del araraa varía bastante en el mismo hormiguero o paraje, y los mayores se acercan en tamaño a las mayores hormigas que he visto en España. Su color pardo obscuro es algo más claro en lo postrero del cuerpo, donde aparenta tener vello. Es la más veloz y camina comúnmente a embestidas, deteniéndose como para observar. Corre los troncos, ramas y paredes y también por el suelo, para ir a buscar otros, y no he visto que acopie alimento, sino que come lo que encuentra, pero no hojas ni semillas. En las casas no sé que toque sino el azúcar, comunicándole mal gusto y olor. No fabrica hormigueros, ni saca tierra ni madera, y vive en las rendijas. Tampoco forma aquellas procesiones bien ordenadas que otras, ni he visto que tenga alados o aladas; siendo presumible que no las tiene cuando no se las ve acopiar comida.

22. Una de las menores habita dentro de las casas, ya sean estas campestres o estén en las mayores ciudades, aunque ignoro su guarida, y si la tiene fija, como también si acopia víveres, y si tiene aladas. Pero lo cierto es, que obran acordes y que van en procesión adonde encuentran carne, azúcar o dulces, que son las cosas que más les gustan, igualmente que las frutas, más no sé que hagan caso de hojas y semillas. En muchas casas es imposible conservar azúcar ni almíbar, y para precaverlos, los ponen sobre una mesa, y cada pie de esta dentro de un lebrillo de agua. Comúnmente basta esta precaución; pero también he visto que agarrándose unas a otras las hormigas formaban sobre el agua un puente largo un palmo, ancho un dedo y que las demás pasaban por encima a la mesa. Si esta se cuelga, suben las hormigas al techo hasta encontrar las cuerdas y bajan a comer por ellas. También se ha probado, infructuosamente, envolver con lana y orines los pies de la mesa; no pasan por el alquitrán mientras está fresco. Es bueno llevar el dulce a otro cuarto distante por que tardan a encontrarlo; pero si se lleva con él a alguna hormiga, luego van otras.

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23. Hay otra hormiga en el Paraguay, no en el Río de la Plata, que estrujada huele mal y por eso la llaman fairé que significa hormiga hedionda. Nadie sabe a dónde reside, ni qué es lo que ordinariamente come, porque no se ve sino cuando sale. Lo hace casi siempre de noche y anticipando dos días a una grande revolución de tiempo, y se desparrama la multitud, ocupando todo el suelo, techo y paredes del cuarto por grande que sea. No dejan cofre, grieta ni agujero que no registren, y en breve rato se comen las arañas, grillos, escarabajos y bichos que encuentran. Si tropiezan con un ratoncito echa a correr; pero si no acierta a salir del cuarto, se le van pegando cuantas hormigas pisa, y sin soltarlo le van comiendo hasta que al fin le sujetan y consumen. Dicen que practican lo mismo con las víboras, lo cierto es que al hombre le precisan a salir de la cama y del cuarto corriendo. Por fortuna se pasan meses y aun años sin que vuelvan a parecer. Me dijeron que para sacarlos del cuarto, bastaba encender en el suelo una cuartilla de papel: lo practiqué y en pocos minutos marcharon sin quedar una. Me ocurrió una vez escupir sobre algunas de las que andaban por el suelo, y huyeron todas en poco tiempo, cosa que repetí después en dos ocasiones con el mismo efecto. Su figura es regular, negra, de mediana magnitud y su cuerpo no tan duro como el común de las hormigas. No la he visto acopiar comestibles, ni sé que tenga aladas e ignoro todo lo demás.

24. Una mediana negrizca y blanduja que se estruja fácilmente, habita únicamente los árboles, con preferencia los frutales y parras, donde sin comer uvas las ensucia con sus excrementos. Me persuado que no tiene otros hormigueros o madrigueras, que no acopia comestibles y que carece de aladas. Aunque sospecho que engendra a unas orugas que se ven en las hojas dobladas.

25. La mayor, que será como tres o cuatro de las más grandes de España, es muy escasa, negra, lindamente manchada de rojo vivo, y tan dura, que es menester fuerza para estrujarla. Siempre la he visto ir sola sin conducir comida, y no sé si tiene madriguera común con otras, ni lo que come, ni si tiene aladas.

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26. En los terrenos bajos que a veces se anegan, se encuentran montones de tierra cónicos, poco duros, y como de una vara de altura muy cerca unos de otros. Son obra de una hormiguita negrizca, y creo no salen del hormiguero con motivo de comer vegetales ni otra cosa. Las inundaciones las fuerzan a salir, y las de cada hormiguero forman un pelotón arredondeado como de palmo y medio de diámetro y cuatro dedos de grueso. Así se sostienen mientras dura la inundación sobre el agua; y para que la corriente no se las lleve, se agarran algunas a una yerba o palito, hasta que pueden volver a su guarida. Muchas veces las he visto formar puentes como el citado en el número 22. En sus pelotones no se ve una alada, ni es creíble se hayan quedado en unas habitaciones inundadas donde las hormigas no han podido permanecer. Creo que solo comen tierra, y que son las que con preferencia busca el norumi para alimentarse de ellas.

27. Otra pequeña rojiza, forma de la tierra que saca un montón arredondeado de más de media vara de diámetro y la mitad de altura: creo coma tierra, pues no he notado salga para comer. Para multiplicar los hormigueros, una colonia de ellas se transfiere de noche por camino subterráneo, fabricado tan superficialmente, que con frecuencia se conoce haberse caído la bóveda. Cuando las huevas o crisálidas están ya bien formadas, sacan las hormigas de lo interior motas de tierra y las colocan sobre el hormiguero formando una costra o bóveda tal, que fácilmente la penetran los rayos del sol para calentar y vivificar dichas crisálidas que colocan debajo de la costra sin que esta las oprima. Si se observa por la mañana que las crisálidas están bajo la bóveda, no hay que temer el agua aquel día, aunque haya nubes, y creo que la hormiga conoce el tiempo a lo menos con un día de anticipación. Deshaciendo estas bóvedas, he notado siempre que las hormigas no pierden un momento en recoger a los hijos, en reparar el destrozo y en acometer al agresor. Al mismo tiempo se observa que las aladas están como aturdidas sin auxiliar a nadie, ni cuidar de las crisálidas, y que apenas aciertan a ocultarse ellas mismas.

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28. La cupiy es muy numerosa, blanquizca, bastante grande, de piernas más gruesas y más echadas a fuera que todas, y la más torpe para caminar. Sus madrigueras llamadas tacurús, tienen diferentes formas, según donde están. Si es en árbol (que ha de ser grande, grueso, viejo y algo secarrón), lo fabrica el cupiy en el tronco principal o en el de alguna rama muy gruesa, dándole la figura de un tolondrón, negro, arredondeado hasta de tres palmos de diámetro, y compuesto, por dentro, de innumerables exfoliaciones que separan la multitud de caminos embarnizados, anchos y bajos de techo. Todo esto se construye con la sustancia del tronco. Desde el tacurú principian las galerías del grueso de una pluma, sobrepuestas a lo largo del tronco de las ramas y cubiertas con bóveda de engrudo. El insecto no come las hojas, flores ni frutas, ni las ramitas delgadas, sino los troncos o su sustancia hasta que el árbol cae consumido. Si el cupiy se establece en alguna casa, forma del modo dicho el tacurú en una viga y taladrando las paredes de tapia y de adobo crudo, busca otras maderas y las consume, sin que se sepa un medio de ahuyentarle o exterminarle totalmente. Si se fija en cañadas arcillosas, hace el tacurú durísimo de la misma arcilla en media naranja como de tres palmos de diámetro y tan cerca unos de otros, que a veces solo distan tres o cuatro varas en dilatadísimas extensiones de campo. Pero si le edifica en lomada de tierra rojiza, el tacurú es cónico como de cinco palmos de diámetro y hasta seis u ocho de altura, con sus caminos por dentro barnizados de negro. Los tatús se introducen escarbando en los tacurús y se comen los cupiys.

29. Estos nunca salen al descubierto, ni comen sino tierra o madera: sus aladas tienen seis alas, y son muy negras, [son]27 mayores que los cupiys con pies más delgados y derechos. Salen a borbollones de los grandes tacurús por una raja horizontal de un palmo abierta a propósito; y en una ocasión me detuve más de una hora sin ver el fin de la erupción. Casi todos los pájaros, incluyendo halcones y gavilanes, comen estas aladas, y también las arañas, grillos, etcétera.

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30. No es creíble que salgan las aladas a buscar comida, porque alimentándose solo de tierra o madera, no pueden faltarles estas donde están. Podría presumirse que son echadas a fuerza por los cupiys a quienes podrían incomodar; pero como se observa que las erupciones preceden siempre a una notable mutación de tiempo, y que las aladas se unen en el aire luego al salir, parece que no salen descontentas, y que su emigración tiene alguna otra causa que la motiva. Sea esta la que fuere las tales erupciones de aladas no tienen por objeto el fabricar otros tacurús, porque son incapaces de semejante operación, porque perecen luego todas o cuasi todas las aladas, y porque los cupiys son los que multiplican los tacurús por minas subterráneas más largas que lo que se debía esperar del insecto; pues una noche noté que salieron minando en mi cuarto a donde no pudieron llegar sin haber minado a lo menos diez y ocho varas.

31. El cupiy puebla millares de leguas cuadradas y parece imposible que haya podido extenderse tanto por medio de sus minas, especialmente cuando se caminan muchas veces algunas leguas sin encontrarlo. Lo mismo puede decirse de todas las hormigas e insectos, principalmente de las moscas, garrapatas, grillos y otra multitud que son comunes a Europa y América.

32. Volviendo a las hormigas, hay otra rojiza y grande, que con la tierra que saca forma un montón en segmento de esfera, cuyo círculo tiene de cuatro a cinco varas de diámetro, con una de altura. Aunque de lo dicho puede calcularse la cavidad interior del hormiguero, basta saber que pasando una mula sobre uno que se había ablandado con las lluvias, se hundió de modo que estando en pie, solo se le veía la cabeza desde la distancia de veinte pasos. En la superficie del hormiguero, hay distribuídos multitud de agujeros que miran a todos vientos, y en cada uno principia una senda limpia, ancha dos pulgadas, y que se extiende rectamente como 200 pasos. Por cada senda va una procesión de hormigas y vuelve cargada de pedacitos de hojas, porque las semillas escasean en países incultos. Siendo las procesiones tantas como las sendas, y todas estas   —75→   divergentes, es de presumir que en cada hormiguero hay otras tantas sociedades. Caminando en enero por las cercanías de Santa Fe, donde abunda extraordinariamente esta hormiga, hallé tal erupción de sus aladas volando que marché tres leguas entre ellas. En dicha Santa Fe suelen hacer tortillas de la parte posterior de su cuerpo que tiene mucha gordura y buen gusto.

33. Solo en las costas de los bosques y entre los matorrales del Paraguay, he notado que otra hormiga saca tierra roja y haciendo un montón que se endurece mucho y que sobre el montón forma uno o dos tubos de tres a cuatro pulgadas de diámetro largos de uno a dos palmos, y verticales, por donde salen y entran las hormigas rojizas grandes que parecen pocas, pues no hacen senda ni forman procesiones. No concibo la utilidad de unos tubos que dificultan la entrada del insecto y facilitan la de la lluvia: ignoro lo demás.

34. Otra también rojiza, grande y poderosa, fabrica en los campos un socavón redondo de una vara de diámetro y como la mitad de profundo. Su boca está enmedio de lo alto, redonda de un palmo, y cubierta solo con grande espesura de pajas largas una pulgada, que permiten la entrada de la hormiga, no la del agua. Acopia muchas hojas verdes en pedazos, y creo que comería semillas y que tiene aladas, aunque no las he notado.

35. Otra mediana y rojiza abunda y hace tales destrozos en las huertas, como que en una sola noche quita todas las hojas de una parra, naranjo u olivo frondoso. Para esto suben unas y despedazando las hojas, las dejan caer al suelo para que otras las lleven al hormiguero. Donde las persiguen mucho como en Buenos Aires, ocultan tanto su guarida, que se encuentra con dificultad. A veces la disponen bajo del piso de los cuartos, taladrando las paredes de las casas que son de ladrillo y barro; y si lo fabrican en el mismo huerto es siempre de noche, muy hondo donde esté menos expuesto a la vista y no haya labor; alejando y esparciendo tanto la tierra que sacan, que nadie puede conocer haya habido excavación. Todas están   —76→   ocultas de día, menos una u otra que nada conduce, y abunda mucho en aladas.

36. Aunque creo no haber hablado de todas las hormigas, y aunque mis apuntaciones sobre ellas no estén hechas con el cuidado que las de los cuadrúpedos y pájaros, lo dicho basta a lo menos para entender que su familia merece ser observada, tanto porque sus especies son muchas, cuanto por sus notables diferencias. En efecto las hay que hacen y otras que no hacen hormigueros. Entre estas unas aprovechan las grietas de paredes, y troncos, y otras parecen errantes sin domicilio. Algunas nunca salen de su casa comiendo tierra o madera; y entre las que salen unas acopian comestibles y otras no: aunque muchas tienen aladas las hay que no las tienen.

37. Cuentan de las colmenas de Europa, que cada una tiene una sola hembra llamada Reina o maestra, porque todo lo gobierna y dispone, la cual es fecundada por una multitud de zánganos, y que todos los demás individuos de la colmena son neutros o carecen de sexo; que están destinados únicamente a los trabajos, y a arrojar fuera los zánganos, luego que han cumplido su único oficio.

38. Lo mismo creen algunos que sucede con las hormigas, y que las aladas son las representantes de la citada maestra y sus zánganos. Pero esta idea no puede aplicarse a las hormigas que no tienen aladas ni a las que acopian provisiones. Además que un enjambre que sale de la colmena lleva maestra, operarios y cuanto es menester en el nuevo establecimiento que efectivamente hace; cuando en los de aladas no hay sino individuos inútiles para el trabajo, incapaces de formar un nuevo establecimiento. Así perecen todos, menos los que tengan la fortuna de introducirse en algún hormiguero sin que se pueda adivinar otro motivo de su erupción que el instinto de ejercitar sus alas.

39. La chinche es desconocida de los indios silvestres, y aun la desconocieron los españoles del Paraguay hasta el año 1769 en que suponen la condujo de Buenos Aires un gobernador en su equipaje.

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40. En Buenos Aires abunda infinito la pulga todo el año, no tanto en el verano; pero en el Paraguay solo la he notado en invierno. De aquí deduzco que le es insoportable el excesivo calor, y que quizás no podrá haber pasado de la América del Norte a la del Mediodía.

41. La nigua y pique tan conocida en la zona tórrida americana, existen en el Paraguay; pero no pasa los 29 grados de latitud. Yo jamás la he notado en los desiertos ni en los cuadrúpedos silvestres, pero luego que el hombre hace su habitación en el campo, se ven muchos piques en la basura; y si en los bosques más lejanos y desiertos establece un beneficio de maderas, se engendran infinitas niguas entre el aserrín y las astillas.

42. La vinchuca es una cucaracha o escarabajo nocturno que nunca he visto al Norte del Río de la Plata; pero que incomoda mucho a los viajeros desde Mendoza a Buenos Aires, chupándoles la sangre. Se llena de ésta su cuerpo oval y aplatado hasta ponerse como una uva; y después de haberla digerido, la expele hecha tinta negra que ensucia indeleblemente la ropa blanca; las adultas son largas media pulgada, y vuelan. En todas las campañas se encuentra un insecto o pequeño escarabajo que estrujado hiede como la chinche. Por cuatro noches de enero acudieron tantos escarabajos medianos a las casas de Buenos Aires, que al abrir las ventanas al día siguiente se encontraban los balcones llenos de ellos, y era menester limpiarlos con escobas y espuertas. Lo mismo se veía en la calle a lo largo de las paredes donde estaban entorpecidos.

43. En el Paraguay principalmente hay escarabajos de muchas especies de bellos y ordinarios colores, diurnos y nocturnos, de todas magnitudes y algunos grandísimos. No he notado que se tomen la pena que los de España de hacer rodar una bola de excremento, sino que escapan debajo unas cuevas en donde depositan huevos, para que los hijos tengan pronto la comida. Suspenden la postura de un huevo hasta que encuentran lugar propio para depositarlos bajo de los excrementos y de los cadáveres; solo las hembras trabajan en proporcionar lecho   —78→   y alimento a su prole; hecho su depósito se marchan y no le vuelven a ver. También indica esto que todo lo que toca a la generación y a sus resultas, y quizás a muchas prácticas de los insectos y cuadrúpedos, penden de su organización, como el sueño que todos le disfrutan sin aprenderlo. Su olfato es tan fino, que han acudido muchos escarabajos, antes de levantarse el que hace sus necesidades en el campo. Había en el postigo de mi casa un ratoncito muerto cuando llegó a reconocerle un grande escarabajo, que volando dio vuelta y encontró entre los ladrillos el lugar más inmediato donde poder escarbar. Luego rempujando con la cabeza le condujo, y con prontitud admirable hizo un agujero en que se fue introduciendo el ratón por la cabeza sin otro impulso que el de su gravedad, hasta quedar totalmente metido y oculto. El escarabajo se marchó para no volver más dejando su prole pegada al cadáver. Hay dos escarabajos que despiden de noche luz: el menor por lo postrero del cuerpo, avivándola más o menos, y el mayor llamado alua, por dos agujeros como ojos que tiene sobre el cuerpo. Tomando con la mano al último, da luz para leer una carta de noche.

44. En las casas, árboles y campos se encuentran en mi juicio, no solo todas las especies de araña que en España, sino aun muchas más, principalmente en el Paraguay. Allí hay una velluda, parda, obscura y larga como dos pulgadas que tiene dos uñas o largos colmillos huecos. Habita un agujero que escarba en tierra entre el pasto de los campos, barnizándole con una telita sin hacer telar fuera. Cuando se la sorprende fuera de su cueva, se levanta sobre las piernas poniendo el cuerpo vertical y esperando al agresor. Los guaranís la llaman ñandú (avestruz) y aseguran que su mordedura no mata, pero que causa hinchazón y fuertes convulsiones. Otra, del tamaño de un grano de culantro, fabrica en el Paraguay, y hasta los treinta y dos grados, capullos esféricos naranjados de una pulgada; los suelen hilar y tejer, porque aun lavados conservan el color. Pero se advierte en las hilanderas, que destilan agua por los ojos y narices, sin que por esto perciban dolor, incomodidad,   —79→   ni mala resulta. Otra, se pega de noche sin sentir a los labios y los chupa, resultando una postilla al día siguiente.

45. Aunque las arañas sean generalmente solitarias, hay en el Paraguay una que vive en sociedad de más de ciento. Es negrizca, del grueso de un garbanzo y hace su nido mayor que un sombrero. Se coloca en lo superior de la copa de algún árbol muy grande y frondoso o en el caballete del tejado; siempre con el cuidado de que tenga algún abrigo. De él salen, todo en contorno, muchos hilos blancos, gruesos, fuertes, largos de veinte a veinte y cinco varas; que podrían hilarse, y que están afianzados en las peñas o yerbas de la vecindad. De unos hilos a otros, pasan nueve hilos muy sutiles horizontales y otros verticales, en donde se enredan las moscas e insectos de que viven, comiendo cada una lo que pilla. Si junto a su domicilio pasa una calle o camino, tiene la araña el cuidado de no embarazarlo con sus hilos levantándolos. Todas perecen a la entrada del invierno, dejando en lo más abrigado del nido los huevos que se vivifican en la primavera.

46. En el suelo inmediato a las paredes o a las peñas, donde hay arena seca muy fina al abrigo de las lluvias, se cría el insecto llamado hormiga león, según creo torpísimo para caminar, pero que con una habilidad para mí incomprensible, forma un embudo ancho arriba disponiendo los granos de arena de modo, que si una hormiga u otros insectos tocan el más alto, resbalan todos hasta el fondo, donde reside oculto y solitario el artífice que devora al que resbaló.

47. Hay en el Paraguay un gusano de dos pulgadas, cuya cabeza, de noche, parece una brasa de fuego rojo muy vivo, y que tiene además a lo largo de cada costado una fila de agujeros redondos por donde sale otra luz más apagada amarillaza. También hay otro muy grande con el cuerpo matizado de matorrales altos de tres a cuatro líneas, negros y perpendiculares a la piel, componiéndose cada una de diferentes ramas, y cada uno de estas tiene cerdas en vez de hojas. En algunos tunales silvestres, se encuentran otros insectos, cuyos nidos suelen recoger para teñir de rojo.

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48. En todas partes abundan más o menos alacranes, grillos, cucarachas, gorgojos, polillas, tábanos y mosquitos de muchas especies, moscardones, moscas, gusanos y bichos. Yo encontré un ciento pies largo de cinco a seis pulgadas, grueso a proporción, y lo corté por enmedio con el sable, admirándome de ver que las mitades caminaron un palmo separándose, volviendo luego a juntarse sin que se conociese la unión, pero no sé si efectivamente se hizo la soldadura. Cuando las garrapatas son muy chicas, están en racimos colgadas de las plantas y ramas bajas, y se pegan al que pasa, causándole una picazón insufrible sin que se vean hasta que están llenas de sangre y se caen. El tábano común que creo vive solo 28 días, abunda tanto, que suele cubrir totalmente a los caballos y a los hombres; pero un moscardón amarillazo y muy común que cría en agujeros que hace en la arena, come muchos en poco rato. La mosca que depone gusanitos abunda tanto, que es preciso quitar los gusanos a las terneras y potros recién nacidos a lo menos una vez a la semana, para que no perezcan comidos, por el ombligo, en el Paraguay y Misiones, donde tampoco pueden vivir los perros silvestres, porque como se muerden cuando hay perra en brama, perecen todos agusanados. Yo he visto a más de dos hombres sufrir los más violentos dolores de cabeza algunos días, hasta que arrojaron por las narices de ochenta a cien gusanos grandes, de los que esta u otro mosca les habían depositado mientras dormían después de haberles salido sangre por las narices.

49. Las mariposas son muchísimas, bellas y ordinarias, grandes y pequeñas, diurnas y nocturnas. Algunas acuden a la luz con tal abundancia, que no la dejan tener encendida. Otra pardusca grande llamada ura deposita una bala con gusanitos sobre la carne de los que de noche duermen desnudos sin abrigo, que se introducen sin sentir bajo la piel. De resultas aparece como un granito que pica mucho, se hincha alrededor y comienza a sentirse un dolor regular. La gente del campo que por experiencia conoce lo que es, masca hojas de tabaco, escupe encima, y comprimiendo fuertemente la parte con los dedos, hace salir de cinco a siete gusanos velludos, obscuros, largos   —81→   media pulgada, sin que haya mala resulta. Padecen algunos en el Paraguay una especie de sarna, que en cada granito tiene un insecto del tamaño de una pulgada; y los extraen uno a uno con un alfiler para que cure el enfermo. De este modo le sacaron una vez sesenta a mi capellán. Parece que este insecto se origina de alguna disposición particular de los humores del cuerpo, como las lombrices del vientre.

50. Aunque hay muchas especies de langostas, y una que al volar parece suena un pequeño cascabel, solo trataré de la que lo devora todo, sin perdonar los trapos de lienzo, lana, seda o algodón ni a ninguna planta que yo sepa, sino la del melón y a las naranjas, aunque come las hojas del naranjo. Es rarísima esta plaga en el Río de la Plata, y también pasan bastante años sin que la haya en el Paraguay adonde arriba a primeros de octubre en bandadas tan grandes, que una me parece un nublado de lejos; y tardó dos horas en pasar. Estas bandadas no hacen mayores destrozos, pues aunque cuando se paran en tierra, lo comen todo, como es poco lo que se cultiva, lo salvan ojeándolo con ramas. Cuando se aumentan tales legiones, ya se sabe que no habrá langosta el año siguiente, sino acaso algunas bandadas como las mencionadas; pero si las legiones se paran en terrenos duros, y las hembras hacen con lo postrero del cuerpo unos canutos depositando en cada uno de cuarenta a sesenta huevos, principia entonces la aflicción. Se avivan los huevos por diciembre y nacen los langostinos negrizcos, que se reúnen en manchas muy apretados y ensanchan cuando crecen. Mudan después la piel tomando color verdoso con pintas negras, y lo devoran todo sin cesar de comer día y noche. A fines de febrero quitan otra vez la piel, desaparece lo negro, se visten de pardo, y se fortalecen sus alas, si bien aun no vuelan. Entonces cubren el suelo, a veces en tanta distancia, que yo caminé dos leguas sobre ellos. Finalmente sintiéndose ya con fuerzas, se suben a los árboles y matas cubriéndolas totalmente y están como inmóviles unos sobre otros sin comer a veces en ocho días hasta que llega una noche de su   —82→   gusto, que ha de ser clara, mejor con luna y poco viento, y vuelan y se marchan sin que se sepa donde, aunque se presume hacia el Norte. No vuelven sino a lo más en octubre para repetir lo dicho al principio: no creo que el mundo padezca plaga tan mala ni comparable a esta.



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ArribaAbajo- VIII -

De los sapos, culebras y víboras


1. Solo he oído cantar a una rana como las de España en una lagunita dentro de la ciudad de la Asunción. En aquel país no diferencian los sapos de las ranas, y a todos en general llaman sapos. En el Chaco los hay que pesan algunas libras. Otros grandes no muy torpes ni barrigones, que tienen algo levantadas las orejas al modo de cuernecitos, saltan por aquellos campos bajíos cuando hay humedad. Bajo de los troncos tendidos, suele haberlos medianos a quienes atribuyen un veneno que mata a los perros que los muerden. También les atribuyen expelerlo de lejos a los ojos del hombre que les insulta, y que le ocasiona ceguera y grave dolor por algunos días. Otro, que será de una pulgada de largo, canta sin cesar en todas las albercas y anegadizos con voz fuerte y lastimera equivocable con el llanto de un niño muy pequeño. Otro muy común, blanquizco, del tamaño de la rana de España y tan ligero como ella, no se encuentra en el agua ni en tierra, porque habita en las ramas de los árboles y matorrales, dentro de las hojas del maíz, bajo de las tejas de las casas o entre la paja que cubre los edificios. Sube saltando y agarrándose con las uñas a las cortezas y escabrosidades de las paredes. Su voz es de una sílaba, no desagradable, algo diferente en los sexos que se contestan, pero no se oyen sino cuando ha de llover.

2. En el Paraguay comprenden bajo el nombre boi, a todas las culebras y víboras, porque las consideran sin duda de una misma familia. En efecto unas y otras son tan sensibles   —84→   al frío, que cuando lo hace se están ocultas, entorpecidas o como muertas, y cuando el tiempo es abochornado por el viento del norte, salen todas muy expeditas. Ninguna sube a los árboles, sino el curiyu a las ramas muy bajas; ni se internan en los bosques porque no hallarían qué comer; todas habitan los campos principalmente las cañadas donde encuentran más alimento y más facilidad de ocultarse. No obstante yo las tengo a todas por verdaderas anfibias y buenas nadadoras. Para caminar forman curvas horizontales con el cuerpo, y estriban con las escamas de sus costados levantándolas como si fuesen pequeños pies. Se alimentan de huevos, pájaros, ratones, apereás, sapos, pescados, grillos, insectos y también unas se comen a otras. Para pillar la presa, no tienen ni emplean otro artificio que la sorpresa y la sagacidad con que se acercan poco a poco sin ruido y sin que las vean por que no saltan. Si la presa es forzuda, después de hacer presa con la boca, la sujetan enroscándole el cuerpo hasta que la cansan y rinden: entonces princip[i]an a tragarla por la cabeza si tiene pelo para que este no embarace la introducción. Les cuesta largo rato el disponer la presa del modo más conveniente para tragarla. Para esto van mudando la boca de lugar poco a poco, facilitándoselo el componerse sus cabezas que pueden apretar unas, mientras las otras avanzan un poco adelante o hacia los costados. Cuando han principiado a tragar la presa, siguen su faena sin espantarse ni hacer caso de que nadie se les acerque como si no viesen ni oyesen: después de tragada, si están satisfechas, se estiran y quedan dormidas. Tal vez ningún animal tiene tantos enemigos como aquellas culebras y víboras; pues las persiguen de muerte sin cesar todas las águilas, gavilanes y halcones, todas las garzas y cigüeñas, las iguanas, el hombre, los frecuentes incendios de los campos y aun ellas mismas que se comen unas a otras como he dicho antes. Para defenderse, apenas tienen más recursos que el de morder y el de esconderse en los agujeros que encuentran hechos o en el agua o entre los pajonales cerrados. Las garzas y las cigüeñas, no gastan tiempo para pillarlas por la ventaja de lo largo del cuello y del pico. Así las cogen por junto a la cabeza, se la mastican un poco hasta aturdirlas y las tragan enteras. Los pájaros de rapiña   —85→   se acercan de costado, llevando por escudo una ala arrastrando, y procuran picar a la víbora o culebra en la cabeza hasta matarla, comiéndosela luego a pedazos.

3. Aunque las culebras y víboras tengan la propia figura exterior, y les sea común lo hasta aquí referido, difieren principalmente en que las culebras no muerden al que las irrita, y si lo hacen, es sin más resulta de la que tiene una herida común; pero las víboras irritadas, introducen con su mordedura un veneno que mata casi siempre. Aseguran algunos que difieren las víboras de las culebras, en que estas ponen huevos que el calor vivifica, y aquellas paren de cuarenta a sesenta hijos vivos y capaces de subsistir por sí: pero otros dicen que no hay tal diferencia y que las culebras paren como las víboras. No falta quien afirma, que los hijos de las víboras destrozan el vientre de su madre abriéndose camino para salir; pero no lo creo, mucho menos asegurándome un hombre de verdad, que habiendo puesto algunas víboras en un cajón para un enfermo de su casa, parió una quiririó cuarenta y cinco hijos y vivía como antes. Voy a decir algo en particular de las culebras.

4. El curuyú es un culebrón que asusta, torpe en tierra, no en el agua, bobo, que no muerde, y que habita en los ríos y lagos o sus inmediaciones, sin pasar, que yo sepa, al Sur de los 31 grados de latitud. Dicen que sube por el timón a las embarcaciones a comerse las gallinas y la galleta, y que por el olfato sigue los barcos: más lo que yo creo comerá principalmente, son pescados, apereás y acaso pequeñas nutrias, quiyás y capibaras, porque son los manjares que tiene más a la mano. Cuando está satisfecho, suele subirse a un arbusto, y colgándose por la mitad de cada lado de una rama, toma el sol durmiendo. El mayor que he visto sería del grueso de una pantorrilla delgada y larga como cuatro varas, bien manchado de blanco amarillazo y de negro: los indios silvestres lo matan y comen con gusto. Yo creo que este culebrón es de quien han hablado las relaciones antiguas de los conquistadores, y que lo han hecho exagerando sus medidas, formando fábulas y cuentos, como lo son decir que los indios lo adoraban, y que lo alimentaban   —86→   con hombres que tragaban enteros. Siguiendo estas relaciones escribió un gobernador a la corte, estando yo allí, que esta culebra tragaba entero a un ciervo y a un toro con cuernos y todo, y que los atraía de muy lejos con el aliento. Creo que los ingleses interceptaron esta relación del gobernador, y es natural que la hayan despreciado.

5. La llamada por su color boi-hobi es la culebra más flexible y más veloz, larga como una vara, algo delgada a proporción, de color verde lustroso y tierno, y solo habita los campos secos.

6. En los mismos habita la llamada nuazo por los guaranís, que significa gusano del campo. Es algo mayor que la precedente, más gruesa, menos flexible, de mayor cabeza y cuello más delgado, y de color pardo obscuro; es bastante torpe.

7. A otra llaman víbora de dos cabezas y suponen que indiferentemente camina por ambos lados; pero no tiene dos cabezas ni camina para atrás, ni la creo víbora ni aun culebra, sino más bien una especie de lombriz o gusano de la tierra. Será larga palmo y medio, y del grueso del dedo pulgar: la cabeza termina en hocico bastante agudo, y el cuerpo acaba repentinamente sin tener cola. El color es plateado, lustroso y sin las escamas que las demás, ocasionándola este defecto el ser muy torpe. Aseguran y creo que vive en galerías subterráneas que me mostraron, y eran largas, bastante profundas y no más anchas de lo preciso. Sale rara vez, y aunque parece que solo comerá tierra y lombrices comunes, una pilló por el pie a un pollo muy pequeño que casualmente lo había metido en la boca de su agujero y hacía fuerza para entrarlo. No sé cómo se multiplicará aunque hay bastantes en el Paraguay, sin pasar los 30 grados. Voy a indicar las víboras.

8. La mayor y de las más comunes, es la ñacanina en el Paraguay: su longitud de ocho a nueve palmos, del grueso de la muñeca, la cabeza grande, cuello delgado, color pardo claro. Habita, los campos, y es la más activa y tan ligera, que salta a veces a morder el estribo o pierna del que le pasa cerca: para esto se enrosca y se apoya con la cola. Una vez la encontré tragando   —87→   por la cola a la culebra del número 6, sin que esta la mordiese ni hiciese otra cosa que esforzarse inútilmente a escapar. La ñacanina es la menos ponzoñosa del país.

9. La quiririó es conocida de algunos españoles por víbora de la cruz, figurándose que tiene una en la frente. Su cuerpo como de tres palmos, grueso a proporción, la cabeza abultada, cuello delgado, y la librea bien matizada con labores negras. Es de las más comunes, y no es muy raro introducirse en los cuartos como que al irme a dormir vi que un quiririó estaba en la cama colgando un pedazo. Algunos creen haber experimentado que en hallando a un quiririó, han de encontrar a otro en el mismo sitio antes del tercero día, porque se siguen los sexos por el olfato; es de los más torpes y ponzoñosos. Hay otra víbora diferente a quien llaman también quiririó atribuyéndola el mismo veneno, pero no la conozco.

10. Solo una he visto de las que los guaranís llaman boi chiní y los españoles víbora de cascabel. La hallé muy torpe y larga más de cuatro palmos, parda clara, amarillaza, manchada de negro, y de cuerpo fornido no bien redondo, sino prismático triangular que termina con una especie de sonaja muy conocida, a la que aluden sus dos nombres. Su ponzoña pasa por muy activa; pero en mi tiempo no supe que hubiese mordido a nadie porque es muy escasa.

11. Aunque no la he visto me aseguraron había otra víbora de una vara, obscura, tan aplastada en su longitud, que parece una correa, a lo que alude su nombre de boi pé; pero que cuando la irritan se hincha y vuelve redonda. La suponen de las más ponzoñosas.

12. Ningún veneno es tan activo como el de la ñanduri no obstante de que solo tiene palmo o poco más, y el grueso de una pluma de escribir. Su librea es pardusca y su velocidad poca. No abunda y vive comúnmente en los campos que tienen matorralitos, mas no lo he visto al Sur de los 28 grados.

13. Los españoles llaman víbora de coral a la que los guaranís denominan boi chumbe que significa víbora de las fajas.   —88→   No la he visto en el Paraguay y es boba y torpe: en cuanto al veneno, no tengo experiencia, pero unos dicen que no lo tienen y que es culebra, otros que lo tiene el más activo, y aun hay quien dice inverosímilmente que no muerde sino que clava la punta de la cola. Es larga una vara, redonda y bellamente vestida de fajas, una blanca amarillaza, otra muy negra, y otra roja muy viva: así sigue al través de todo el cuerpo y de la cabeza.

14. Aunque creo no haber indicado todas las especies de víboras, digo en general de ellas que ninguna muerde sino para defenderse estando hostigada o temerosa, sin buscar voluntariamente a nadie: como que muchas veces las encontré debajo de las pieles de vaca tendidas en el campo donde se habían introducido de noche mientras dormían sobre ellas. Tampoco son temibles, estándose uno quieto, cuando de noche se sienten pasar sobre el cuerpo. Cotejando el veneno de mis víboras, creo que su actividad está en razón inversa de la magnitud, porque el de la ñacanina que es la mayor, no mata siempre, y nadie escapa del de la ñandurié que es la menor. La misma actividad ponzoñosa parece está en razón directa de la torpeza de las víboras; pues la quiririó, chini y ñandurié son más torpes y ponzoñosas que la ñacaniná que es la más ligera; como si fuese natural que las más pesadas tuviesen más defensa en la mayor actividad de su ponzoña. Pende también esta actividad, y mucho de lo más o menos irritada que está la víbora, y del calor de la estación; porque cuando hace frío apenas muerden ni tienen veneno. Aun parece pender la actividad de la ponzoña del sujeto mordido, pues los caballos y los perros perecen a las tres o cuatro horas, y el hombre no muere hasta dos o tres días: hay quien cree que hace menos estragos en los indios que en los españoles y africanos, añadiendo que mueren rara vez los hombres muy enfermos del gálico.

15. Mis precauciones contra las víboras, fueron llevar buenas botas, porque aseguran que cuando las pasasen los colmillos no penetraría el veneno. Caminaba además a pie lo menos que podía por los campos llenos de pasto, y cuando era preciso apear a comer o dormir, juntaba ante todas cosas mi caballada y vacas y les hacía dar muchas vueltas pisando el terreno   —89→   donde me quería fijar para que hiciesen mover y salir las víboras que hubiese, y las mataba: no conocen allí específico contra tales venenos. Sin embargo a unos hacen beber aceite si lo tienen: a otros aplican fuego en la mordedura, o media cebolla bien caliente cortada horizontalmente: a otros les chupan mucho la herida y a otros les atan lo mordido con una correa de cuero de un ciervo llamado guazuti. Pero mueren los más, y entre los que sanan quedan algunos con el juicio no cabal. Es de extrañar se críen tantos venenos en un país que no conoce la rabia o hidrofobia. En cuanto a los lagartos, me refiero a lo que escribí en mi obra de los cuadrúpedos de que hablaré en el capítulo siguiente.



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ArribaAbajo- IX -

De los cuadrúpedos y pájaros


1. Tenía yo escritos bastantes apuntamientos sobre los cuadrúpedos del Paraguay, y Río de la Plata, y deseando saber si merecían algún aprecio los envié a Europa, para que sobre ellos diese su dictamen privadamente algún naturalista. Pero prohibí su publicación, porque no se me ocultaba, que su parte crítica estaba hecha muy deprisa, y porque en los viajes que iba a emprender me prometía adquirir nuevos cuadrúpedos, aumentar noticias más exactas de los que ya tenía, y en fin perfeccionar mi obra con nuevos datos y más reflexión. Sin embargo se publicaron en francés mis apuntaciones incompletas y, defectuosas como estaban sin mi noticia y contra mi voluntad expresa; por consiguiente no me creo responsable de sus errores. Vuelto a España y antes de leer la citada traducción francesa, publiqué en español mis apuntamientos para la historia natural de los citados cuadrúpedos aumentada y corregida en dos tomos, pero como después en el año 1803 vi el gabinete nacional de París y traté allí con varios naturalistas célebres, he conocido que la parte crítica de mi obra tiene algunas equivocaciones que confesaré aquí francamente, anotando aquellos de mis cuadrúpedos que he reconocido en dicho gabinete. Por lo que hace a mis apuntamientos de los pájaros del Paraguay y Río de la Plata que publiqué en tres tomos en castellano, me dicen se ha traducido y publicado en francés ocultando mi nombre, como si quisiese el traductor pasar por autor de ella, o privarme del honor que el mismo me hace, juzgándola digna de merecer lugar entre los libros franceses.

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2. En el citado gabinete hay dos cuadrúpedos de mi núm. 1º con el nombre de tapir. El de núm. 448 tiene a lo largo del cuello el filo que al otro le han suprimido erradamente. El del núm. 452 es mi núm. 2 que lleva el nombre de pecari de Guienne: y el del núm. 453 es mi núm. 3 con el nombre de pecari. Junto al daimblanc del núm. 487 se halla en el propio gabinete un ciervo rojo, que me parece ser mi núm. 6 no adulto.

3. Los varios tamanoirs del núm. 429 del mismo gabinete son mi núm. 8 ninguno adulto. El tamanduó del núm. 432 es mi núm. 9 macho cuyos colores han perdido bastante; y el del núm. 431 que lleva el propio nombre, las mismas formas y magnitud siendo todo negro, se puede presumir que sea una variedad que no he visto, o tal vez especie pintado, o diferente en realidad. Yo presumí hablando del núm. 9 que podría ser un no adulto de la misma de fourmillier de Buffon: pero habiendo visto algunos de estos en aquel gabinete creo que mi presunción fue errada.

4. Buffon y Daubentou describen a la pantera, onza y leopardo, notando aquel lo mal que han obrado otros naturalistas confundiendo estas tres fieras africanas entre sí y con otras de América. Pero también dichos señores embrollaron a mi yaguareté del núm. 10 con el chibignazú del núm. 13: y en el Paraguay hay quien crea haber allí una onza y dos yaguaretés todos diferentes entre sí y del negro, y quien no crea haya tal onza ni dos especies de yaguaretés además del negro, según anoté en mi obra. De esta variedad de opiniones infiero la grande dificultad que habrá en conocer y distinguir tales fieras, y mientras los naturalistas aclaran tantas dudas, diré mi parecer. Yo vi tres individuos vivos en la casa de fieras de París: uno con el nombre de panthere male: y otra con el de leopard male, y el tercero sin nombre que acaba de llegar de América. Los tres me parecieron yaguaretés menores que el descrito por mí, a pesar de algunas diferencias en el colorido. Verdad es que el tener el último los brazos más robustos, me hace temer pueda ser de la especie llamada allá yaguareté popé y los otros dos de la especie llamada yaguareté simplemente que tal vez será nueve pulgadas más corto. También creo que la descripción de la Pantera africana de Buffon, pertenece a mi yaguareté; y que lo es no adulto,   —93→   el individuo del citado gabinete núm. 249. Igualmente me lo parece la panthere de Santo Domingue del núm. 253 y no extrañaría lo fuesen las de los números 250 y 251 a pesar de sus anillos menores y más juntos.

5. En el mencionado gabinete de París, núm. 268, se ve mi núm. 12, con el nombre de couguar y mi núm. 13 en los números 261, 263 y 264 con el de ozelot. No me admiraría lo fuesen también los dos chatservals del núm. 254 pero lo que no tiene duda es que el núm. 289 es de mi yaguarundi núm. 16. En mi obra página 165 y siguiente me figuré fuesen mi núm. 18, el gato silvestre y el airá de Buffon; pero hoy estoy por la opinión contraria.

6. El núm. 203 del mismo gabinete, tiene dos fieras muy desfiguradas, llamadas marte tairá que son la de mi núm. 19. En mi descripción de esta se ve, que me parecieron de la misma especie el pekan de Buffon, el tairá de Barrere, y la petitte fuinne de Guicime de Buffon; pero hoy me inclino más bien a que no lo son.

7. Mi núm. 20, se ve con el nombre de marte grisson en el propio gabinete, núm. 201 y 202. La mouffette de Chili, núm. 237, solo discrepa de mi núm. 21, en que lo blanco de la frente y cuello es mucho más ancho de lo que yo he visto.

8. En la sala donde se preparan los animales para el gabinete de París, vi un buen esqueleto de mi núm. 22, y en el mismo gabinete, números 298 y 299, hay tres llamados Didelphis manicu virginensis que tienen muchas aparentes relaciones con el mismo. Verdad es que los creo diferentes, porque en ellos domina mucho más lo blanco sin amarillo, porque sus caras son mucho más blancas sin notárseles negro en el caballete del hocico, ni entre las orejas, ni en el cogote, ni apenas en el ojo; porque su vestido parece más tupido y menos débil; porque sus pelos blancos son más cortos, corvos y espesos, y porque uno de ellos tiene orejas totalmente negras. Allí mismo creo que está mi núm. 23, sin nombre ni número, y es el décimo contando de la derecha a la izquierda del que mira a la fila de los Didelfos, pero en la sala preparatoria vi otro llegado de Caiena de quien   —94→   mister Geoffroi me aseguró haber visto hembras de su especie que no tenían la bolsa que las de mi núm. 22. El Didelphis crabier del núm. 297 me parece ser mi núm. 24. En la citada fila de Didelfos los dos llamados tonan que no tienen número, son de mi núm. 26; y los cuatro que le siguen de diferentes edades sin nombre ni número y no contando los de sobre la madera, me parecen mi núm. 27. En verdad que a primera vista los creí núm. 25; pero mudé de parecer notando que la mancha sobre el ojo es larga, y no redonda, que no tienen línea obscura vertical en la frente, ni blanco en lo anterior de los brazos, y que la magnitud y proporciones se acercan más a las de mi núm. 27. Habiendo pues visto en dicho gabinete muchos fecundos que no conocía, confieso el error en que estaba figurándome que los conocía casi todos o a lo menos las especies grandes: y como en este error y el de la hembra de mi núm. 25 tenía bolsa en el vientre, fundé parte de mis críticas sobre los fecundos, confieso igualmente que tales críticas no son muy sólidas, y que será lo mejor que algún naturalista las rectifique.

9. En el mencionado gabinete número 278, lleva mi núm. 29, el nombre de renard tricoleur, y los núms. 197 y 198 son el 30 de mi obra, aunque con el nombre de raton crabier. Igualmente so encuentran allí muchos cuatés no adultos y los números 188 y 186 son de la variedad que describí en el mismo núm. 31.

10. Habiendo visto de lejos algunas nutrias grandes que sacaban la cabeza ladrando en los ríos, dudé si eran adultos los ocho individuos menores al parecer, que tuve presente para formar la descripción de mi núm. 32; porque a todos los tuve por de la misma especie. Después vi una piel que aunque muy estropeada, manifestaba ser de una nutria mucho mayor que dichos ocho individuos, y entré a dudar si sería de diferente especie que los citados. Últimamente en el núm. 232 del gabinete de París vi a la saricoviana de Buffon que cotejé con mi descripción, núm. 32, encontrando que aunque tienen identidad de formas, la del autor es mucho mayor; lo pajizo bajo de la cabeza se prolonga anchamente hasta el pecho, y el pelo no es tan perpendicular a la piel ni tan suave, tirando a acanelado, como   —95→   suelen las pieles viejas. Mas no por eso mudé de parecer en cuanto a las nutrias de Barrere, Brisson, Gumilla, Thevet y Steller, sino en cuanto a los demás; esto es que todas las que ladran como la de Maregrave, me parecen ser la saricoviana de Buffon; lo mismo que la mayor de Laborde, y las de Aublet y Olivier; aunque presumo que estos le dan el peso de mi capibara. En cuanto a la 2ª de Laborde quizás será mi núm. 33 y la tercera mi núm. 32. Las últimas noticias que refiere Buffon, las creo embrolladas; porque atribuye los ladridos a la saricoviana; y el vivir en sábanas y pillarlas el yaguareté no son cosas de ellas sino de, mis zuiya y capibara.

11. En el número 337 del gabinete de París puede verse un individuo joven de mi número 34 que lleva el nombre do caviai paca. Allí mismo, número 339, hay dos de mis acutís llamados caviai agouti y con el número 341 otro que también me lo parece: pero como lleva el nombre de caviai acouchi y Buffon los hace especies diferentes, parece prudente suspender el juicio sobre la identidad, sin perjuicio de lo que dije sobre ella en mi núm. 36. También se halla en el mismo gabinete núm. 333, con el nombre de cavia cobaia un apereá doméstico.

12. Comparando mi núm. 41 con el coendon del núm. 328 del citado gabinete encontré que este tenía las espinas más espesas, gruesas, fuertes y largas, los bigotes doblemente largos y gruesos que los del mío. Ademas no le noté pelos entre las púas, y me pareció mayor. Agrega Daubentou al coendon un dedo más en el pie, cinco pulgadas más de cuerpo y diferente color a las puntas de las púas, resultando de todo el creer que mi cuy era el citado coendon. Por consiguiente los dos Histrix de Barrere podrán ser dichos cuy y coendon. Lo propio digo de los de Brisson, aunque no les conviene la cola delgada y corta que les da. Creo también que dichas dos especies existen en Guayana, y que la primera de Laborde es mi núm. 9.

13. El geant número 14 del propio gabinete, es mi número 53; pero le faltan las mayores uñas y los colores naturales. El euconbert del número 415 es mi número 54, pero no   —96→   adulto, y le faltan orejas, cola y cuatro pies. El kabasson del número 420 es mi número 55. El cachicamé, número 417, son dos individuos adultos de mi número 57 pero les falta el color natural: y el apar, número 416, es mi número 60 cuyas conchas han perdido el barniz. En el gabinete de Madrid hay algunos de mi número 59.

14. En el número 61 creí con Buffon que su variná y alucitá eran una especie, y los tuve por mis carayas macho y hembra; pero hoy creo que los citados de Buffon son dos especies: esto es el variná caraya, macho, y el alucitá otra que podrá ser mi número 62. Estoy pues persuadido de que el variná de Buffon y de Abbeville, el guaribá de Brisson y de Maregrave, el parsitus de Lineo, los de Gentil en la isla de San Gregorio, los de Oexmelin en el cabo de Gracias a Dios, y los de Laiondamine y Binet son todos carayás machos: que el arabatá amarillo de Gumilla era un albino quizás de la misma especie; y que los alucitás barbudos de Barrere y Brisson, son carayás hembras, o machos no adultos. Pero hoy dudo, mucho que lo sean los que Dampierre pone en Campeche, y creo que el coaita de Buffon no es un carayá. Igualmente creo son carayás el zuoaita de Barrere, el Mico araña de Edwards, los barbudos del Marañón de Abbeville y del Panamá de Dampierre. Los que este dice son blancos, pueden ser carayás o cays albinos. Aun me inclino a que el caitayá del Brasil es carayá, y a que no lo son el chamek del Perú, y los que según Brisson tienen blanquizco el pelo en las partes inferiores.

15. Si los sai y sajú de los números 8 y 9 y los saimirís números 12, 13 y 14, todos del citado gabinete, son los que describe Buffon, confieso que erré creyéndolos mi número 62, mas no por eso dejo de presumir que la nomenclatura de los citados micos está muy embrollada por Buffon, porque me parece que los sin barbas del Panamá de Dampierre, el coinasa de Abbeville, los sajús pardo y cornudo de Brisson y los llorones de Gentil y Troyer, son todos mi cay: aunque dudo lo sea el capucina de Lineo. Los caitaias de Maregrave parecen mi cay: pero el primero albino, como el sapajú amarillo de Brisson. En cuanto al cay de Leri le tengo por carayá albino.

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16. Habiendo visto al Saki en el citado gabinete número 15 conocí que no era mi número 63 y que tampoco lo es el de Brisson. Pero sin comprender si lo es o no el de Maregrave, me inclino a que es mi mariquiná el sakec de Browun. En el propio gabinete número 17 hay un tití no adulto de mi número 64 con el nombre de sagouin ouistití.

17. He dicho que en castellano había publicado la descripción de cuatrocientas cuarenta y ocho especies de pájaros de aquel país, sin contar trece de murciélagos que uní a mis cuadrúpedos. En la misma obra anoté los descritos por otros, procurando enmendar sus equivocaciones; y refiriéndome a dicha obra diré aquí solo alguna cosa que no se anotó entonces.

18. No faltan pájaros que se encuentran al Mediodía de determinadas latitudes geográficas, y no más al Norte. También hay muchas especies comunes a los dos mundos, o que parecen serlo, por tener identidad de colores, formas y magnitudes, pero muchos de ellos no sufren el frío de las cercanías del polo boreal, donde se presume que están más próximos los continentes.