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Reconocimiento del Paraná desde la boca del Iguazú hasta su Salto Grande

Antes de convenir en la Demarcación del artículo 8.º del tratado de límites, proponía el coronel Roscio en sus oficios, se debían practicar ciertos reconocimiento preliminares, que no determinaba, pero que graduaba necesarios. Ofrecía un expediente no menos indefinido, para substituir al Igurey de que no había noticias, otro río que no declaraba, pero de las condiciones recomendadas en el mismo tratado, y rehusaba   -386-   constantemente la substitución del Ygatimy ordenada por Su Majestad en su Real instrucción de 6 de junio de 78. Pedíanos en todos estos puntos nuestro dictamen para no conformarse en lo esencial, y escusaba siempre dar el suyo, hablando en todo con misterio y sin declarar jamás cosa alguna de positivo. Se perdían los instantes más preciosos de la estación, y se consumían los víveres, en infructuosos debates y puras disputas, todo pronto, y nada se resolvía. Pasósenos pues en esta hasta el 11 de julio, que por no quedar enteramente ociosos, o tomar otro partido de mayor violencia, como sería el de retirarse a Candelaria: y también por si se abría entretanto algún camino de ajuste o composición, nos vimos obligados a contemporizar con el artificioso sistema de los reconocimientos preliminares y demoras. Propusimos en consecuencia a nuestro concurrente, de practicar primero la del Paraná hasta su Salto Grande en las canoas ligeras para lo que el tiempo y vaciante del río eran favorables y después el del Yguazú y río de San Antonio, abriendo entretanto la picada, y tomando las medidas más conducentes a su logro. La propuesta fue admitida en todas sus partes, y puesta desde luego en todas sus partes, y puesta desde luego en ejecución.

Resuelto primeramente el reconocimiento del Paraná, desde la boca del Iguazú hasta el Salto Grande, fueron destinados a esta diligencia el teniente de ingenieros don José María Cabrer por una parte y por la de Portugal el capitán de artillería y astrónomo Joachin Feliz da Fonseca, llevando cada uno 4 canoas, 15 soldados de escolta, 1 baqueano de los del Pueblo del Corpus, que eran los más prácticos del río y víveres para dos meses. El 14 de julio dieron principio a su navegación, bajando hasta la barra del Iguazú, en uno de los dos barcos que se enviaron a Candelaria por las provisiones, y el 15 de mañana, no sufriendo las canoas la carga de toda la comitiva, equipajes y bastimentos, las enviaron por delante poniendo en cada una un centinela para custodia de lo que conducía, y siguieron pie a tierra por la costa oriental del Paraná, que no ofrecía mal camino, aunque algo desigual y pedregoso. Nosotros resumiremos fielmente su relación.   -387-   Como a las 2 millas cortaron el arroyo Mboychy, frente de cuya boca en otro en el Paraná, que lleva el mismo nombre según los baqueanos, y a que llama Royrobay el plano de la antigua Demarcación, dado por el brigada don Joseph Custodio, que no deja de variar alguna cosa en la nomenclatura de los ríos. Andadas otras 2 ½ millas lucieron alto sobre una pequeña cala de la costa, donde pasaron la noche, a causa de unos soldados portugueses, que tirando loros de que abundan los montes, se internaron por ellos y sin regresar hasta puestas de sol, con no pequeño cuidado de toda la partida, que recelaba, podían haber caído en manos de infieles, cuyos ranchos recién abandonados tenía a la vista, y en ellos se encontró porción no mala de cera silvestre.

El 16 después de 1 milla de marcha enfrentaron con las dos isletas que se halla en la boca del Acaray arroyo caudaloso y de brazos complicados que nace entre las reducciones del Tarumá y la villa de Curuguaty, situadas como 30 leguas al ONO y ENO. Los villeros pudieron haber auxiliado esta trabajosa expedición con algunas reses y mulas que tenían facilidad de introducir por el Carema, uno de sus mejores yerbales al N del Acaray, mas aunque con este objeto se requirió oportunamente desde Candelaria al Gobernador intendente del Paraguay, don Pedro de Melo y Portugal, no surtió el efecto deseado, teniéndose la idea por impracticable, aunque en realidad no lo era y de ello sobraban experiencias. A las 9 millas se encontraron los dos Ibachays: y otra después, siendo muy fragosa la margen del Paraná, le atravesaron en las canoas, y continuaron por la de Occidente algo más de una legua, viniendo a observar la latitud de 25º 24' 46" pasado el Mandiupá, con otros dos regajos, y el sitio llamado sin motivo especial el Pueblo viejo de Loreto. El camino de este día pasó de 6 millas, aunque fue bastante embarazoso, y estaba cubierto de piedras puntiagudas y pantanos se vieron muchos rastros de venaos, antas, coatís y una copiosa pesca de 14 grandes peces, entre dorados, zurubíes y pacús, hizo olvidar bien pronto los trabajos de la jornada. El 17 trepando grandes torreones y asombrosos   -388-   precipicios, en que se valían más de las manos que de los pies, anduvieron 8 millas, cortando el Guaypripajá con una isleta en su boca, el gran despeñadero del Taliyupía con su agradable campestre inmediato, el Capibary, y en la otra costa el Capiruguay yerbales todos del Pueblo de Santana; y pasaron frente de la barra del Hocoy, que lo es del de Itapua, habiendo hecho abundante provisión de naranjas de buena calidad, con que templaron su ardentía y cansancio. El 18 pasaron otros yerbales muy frondosos, y no tan ásperos del Pueblo de San Ignaciominy el Tacuru, el Pindayguy y el Itapitanguá, y el vistosísimo aunque pequeño Itaypá con su hermoso salto de 48 pies de altura; y observaron la latitud de 25º 11' 48" andadas 7 millas, y poco antes de otra isleta en que el río forma una ensenada de 4 millas, al NE recogiendo las aguas del Mbaebuy y Zuruby donde hicieron alto el 19. La dirección del Paraná desde el Iguazú hasta el Mandiupá en los 25º 27' de latitud es a los 8º NO y de allí cambia a las 30 NE hasta la dicha isleta de Mbaebuy, y principio de la referida ensenada.

El 20 después del Itabó del Aguaray con el Arrecife Rucay o Mborevitaguá que cruza el río de un lado a otro del Itituracay Pechijy Iticuy, y al oriente el Yuquery, yerbales del Corpus, sentaron el real frente del Aray, en el paralelo observado de 25º 1' a 6 ½ millas del campo anterior.

Las corrientes del Paraná que aumentaban su fuerza a paso que estrechaba el canal, hicieron faltar no pocas veces las silgas de las canoas, creciendo por instantes la dificultad de la navegación con la confusión de los hervideros y remolinos encontrados, lo bravo de las puntas salientes y anduvieron el 21 otras 6 millas y acamparon sobre la confluencia del Yacanguazú uno de los arroyos más caudalosos de esta costa occidental, en dictamen de los y baqueanos, dejando antes otros menores yerbales todos del mismo pueblo, entre los cuales se distingue no poco el Ibaró con la isleta de su barra. En el paso de este arroyo dieron de manos a boca con 4 indios y 2 chinas (así llaman por lo común a las mujeres) de la nación de los   -389-   Cahinguas o Monteses, que en lo oculto de su retiro guisaban descuidadamente unos monos que habían cazado, el más delicioso de sus manjares. Sorprendidos con el arribo de tales huéspedes que no esperaban, empezaron a gritar los varones, tocando unos pitos como avisando a otros compañeros que podrían estar pero que no respondieron, ni se dejaron ver. Las indias fiadas en el natural y poderoso atractivo del sexo, se mantuvieron con mayor quietud, especialmente la de menor edad, que siendo como de 18 años, de agradable fisonomía, color claro, y bien proporcionada de cuerpo, se mostró llena de confianza, y presto la primera a conversación dando a entender, no le eran desconocidos aquellos trajes. Efectivamente dieron noticia de los españoles cercanos de la villa de Curuguaty, de sus ganados y campos limpios, etc. Unos y otros tenían cortado el pelo que cae a la frente, los hombres traían además coronas y las cejas rapadas, y todos estaban bien lúcidos y gordos, hasta un perro que les acompañaba, prueba nada equivoca de abundantes los comestibles. En la costa opuesta habitan los y Yohuses que son los indios mas fieros, belicosos y antropófagos de toda la comarca que no se dan a partido de manera alguna.

El tiempo con sus muchas aguas, y recias turbonadas, embarazó la jornada del 22, pero el 23, cruzando el referido Iacanguazú, el Guazubicuá de Santamaría con un salto de 25 pies, el Ibirañatimaguazú, con otra catarata mayor y más hermosa, como de 70 pies de altura, cortada en forma de anfiteatro, que parece artificial dando paso libre y espacioso la curvidad, de los caños que se despeñan, y finalmente el Yacoyabay, todos ellos yerbales también del Corpus, en el espacio de 3 leguas pasaron sobre el arroyo de Santa Teresa bajo la latitud, observada de 24º 46', En la ribera oriental dejaron a la misma distancia del Mbuyrahajá el Ibirañatimaminy y otros siendo la navegación del Paraná por extremo difícil y peligrosa. Después de Santa Teresa encontraron el 24, otro arroyo con rápido y gracioso despeñadero, que salpica sus aguas, y en la orilla opuesta, el anchuroso Yaguaray, término del conocimiento de los   -390-   prácticos, y donde los antiguos divisores dejaron sus barcos grandes, y continuaron con los pequeños, recelando la furia y violencia de los remolinos y corrientes que seguían, llamados Panellas. Nuestra escuadra ligera de canoas pasó también adelante, venciendo las panellas, y nuestros geógrafos como buenos infantes, siempre por tierra, sin perder la margen occidental desde que la tomaron, hicieron noche a las 3 ½ millas rebasado el Ytaybegrande, que con efecto, es de alguna consideración. Continuaba la suerte en favorecerlos con abundante pesca, y eran muy comunes los cuervos y gaviotas, indicio cierto de no distar mucho por aquellas alturas la campaña y ganados, según los naturales. En los días 25 y 26 dieron a las 10 millas con otro arroyo que tuvieron por el de los Pozuelos del Plano antiguo; y observaron media legua más arriba la latitud de 24º 32' 11". El 27 en el trecho de 3 millas cortaron otros dos arroyos no pequeños, estimando el último en los 24º 29' por el nombrado de las Pelotas, de donde no parece subieron los oficiales de la última demarcación, y enviaron por tierra una partida, cuyo cabo Francisco López, que entendía de rumbos, dice el Diario, levantó el plano hasta el Salto del Paraná, que encontró a las 12 leguas y estaba ya demarcado por las terceras Divisiones.

Más esforzados nuestros exploradores adelantaron todavía otras 2 millas su navegación, pasando 3 pequeñas isletas, y el 28 se vieron obligados a dejar las canoas en los 24º 27' de latitud después de reiteradas tentativas para superar la velocidad de las aguas que corrían con extraordinaria precipitación. Resueltos con nuevo empeño siguieron el 30 su bien sostenida empresa con los dos tercios de su gente, y restando el otro por resguardo de las mismas canoas. A las 2 millas encontraron un arroyo de barranca escarpada y pedregosa, y no de corto caudal, que teniendo en su barra 36 varas de ancho, fueron forzados a pasarle en Pelota, especie de batea hecha del hijar o cuero que sirve de canoa a los indios, y de que tiran los nadadores por medio de una huasca que toman en la boca. A otras 4 millas encontraron otros dos, y uno en la costa de frente, todos   -391-   medianos, con despeñaderos visibles, y 2 islas en el Paraná, hacia sus barras. Siguió después un torreón resbaladizo, como de cien pies de profundidad, que pasaron con riesgo, que aumentaba la vista del río con sus encrespadas olas: y llegaron el 31 a la latitud de 24º 19' 46", caminadas cerca de 3 leguas en las dos marchas. En los 2 primeros días de agosto, vencieron otras 8 millas, con otros arroyos e isletas de menor entidad; y pararon frente de un cerro elevado de la orilla opuesta, y sobre una laguna profunda, que rodearon a su regreso, y tiene media legua de largo, con desagüe en el Paraná, y por este sitio corre suavemente a pesar de lo pedregoso de sus márgenes. A esta laguna venían de todas partes veredas o caminos, cubiertos de trampas, cimbras, y lazos para toda caza mayor, y menor, tejidos con no pequeña industria de cuerdas del Guembé a 4 ramales, y dispuestos con maña por los infieles, como se deja entender, de que había no distante alguna numerosa toldería.

El 3 de mañana vieron cerca de dicha Laguna el Saltochico del Paraná, formado de multitud de isletas pedregosas, entre las que corren las aguas repartidas con agradable y sordo murmullo, levantando blancas y vistosas pirámides, y observaron 24º 11' 7" sobre la mayor de las islas de la parte ya del septentrión. En este paraje hace el río un saco de bastante anchura, que se interna no poco sobre la costa misma de occidente y al verle enteramente seco, de resultas de la gran vaciante del Paraná, que era tal como no se había experimentado en muchos años, exclamó el astrónomo portugués: "este es el Ygurey, piles en Guaraní significa Arroyoseco", a que nuestro geógrafo nada contestó, no perteneciéndole la decisión de este punto, más averiguó de los indios, no tener tal significación la palabra Igurey. El mismo día de tarde continuaron otras 2 millas, en cuya distancia hay otras 9 islas de mayor extensión: y dudosos por lo manso del río, de si sería aquel el Salto grande, observaron sobre la del N la latitud de 24º 9' 8". No obstante para mayor seguridad de su derrota hicieron el 4 a la ligera un corto reconocimiento de lo interior del cauce del Paraná, dejando la mayor parte de la gente en la isla, junto a la que   -392-   desagua un arroyo que medido a cordel tuvo de ancho 15 toesas, cerca de su boca, y en esta 31, siendo de arrebatada corriente.

Cierta partida de Paulistas que a las órdenes de un teniente coronel y de un capitán de artillería57 penetró, el año de 1783, reconociendo estos parajes, hasta el arroyo de Pelotas, dio a este de que venimos tratando el nombre de Iguarehy, lo que tal vez no sería sin premeditado designio, siendo fácil de equivocar con el Iguarehy de que habla el tratado. Cabrer supo esta célebre anécdota de su concurrente Joachin Feliz, y da noticia de ella con oportunidad en su diario. El astrónomo portugués llevaba una relación individual del viaje de los paulistas. En este sitio hicieron una prodigiosa pesca de Manguruyús, no tanto por su número como por el tamaño y crasitud de los peces. Los más eran como de dos varas de largo y de 8 arrobas de peso. Aunque pescado de cuero, sin escamas y algo blando, es de buen gusto, y parece de la clase de los de Linneo. También cazaron un Macucó, especie de perdiz gris, bastante común en los montes del Paraná. Vuela poco y con mucho estruendo. Canta un sonido semejante a su nombre. Su cuerpo es aovado, de la magnitud de un pavo pequeño y de una carne blanca y delicada.

Las orillas del río abundaban de naranjos, limones y palmas.

El 5 no siéndoles dable romper por las márgenes del Paraná, cubiertas de peñascos, sueltos y disformes, con paredones elevadísimos y escarpados a trechos; subieron al monte, y abriendo picada para continuar, dieron luego con la que habían seguido antiguamente los Paulistas, como ha referido, y en que se conservaban todavía los palos o durmientes que les sirvieron de arrastrar las canoas. Guiados por ella, aunque embarazada de enredaderas e hisipos, pasaron a las 4 ½ millas, un arroyo con agua a la cintura, y bastante ancho, que desagua en el Paraná por entre dos paredones o murallas acantiladas de altura considerable, Los de San Pablo hubieron de construir   -393-   un puente de doce tijeras para pasar este arroyo, el que según su relación, tiene un brazo septentrional, que proviene de unas lagunas inmediatas. Sus orillas son pantanosas, la corriente precipitada, y por la situación, parece el Garey del plano antiguo. Algo al sur de la boca de este arroyo entra otro por la banda opuesta de igual entidad y no menos hondo, con un pasmoso salto de 9 gradas, que obligó a los Paulistas a retroceder, habiendo empezado su ruta por aquel lado, poniéndole el nombre de Itatú que significa Salto. Por último observada el 6 la latitud de 24º 4' 58", como un cuarto de legua después del Garey, llegaron el 7 a mediodía, a observar la de 24º 4' 20" sobre la misma cresta del Salto grande del Paraná de que hablan como de una de las más hermosas considerables cataratas que puede describir la geografía, tanto por el gran caudal de aguas como por lo elevado de la rampa, por donde caen divididas en gruesos torrentes por 14 islas frondosas cubiertas de grandes árboles y palmas, que le hacen de una vista sobremanera agradable y digna atención. De la otra parte del Salto se explaya el río notablemente siendo sus orillas menos altas y más suave su corriente, de modo que ofrece una navegación tranquila de muchas leguas.

Nuestros geógrafos, no teniendo instrucción de pasar adelante por ser disposición de las Cortes, que la primera partida de la segunda división hubiese de reconocer demarcar el tramo del Paraná que restaba hasta el Igatimy, dieron por concluido su trabajo, y regresaron el mismo día, rectificando sus operaciones. La mañana del 12 llegaron al puerto de las canoas, con algunos enfermos, de resultas de la fatiga y cansancio, y por la escasez de comestibles, que les llegaron a faltar del todo, teniendo que mantenerse algunos días con frutas silvestres, cocos y dátiles. Repuestos algún tanto de su debilidad bajaron el 16 hasta el Yaguary, donde construyeron, el 17, una balsa de dos canoas y unos palos atravesados para cada destacamento. El 18 continuaron en ellas aguas abajo, y el 20 de mañana entraron finalmente en el Iguazú, desandadas cerca de 33 leguas que entre senos y vueltas corre el Paraná a los 12º SO desde su Saltogrande a la barra de este río, y llegando   -394-   aquella misma tarde con toda dicha al campamento general, después de 37 días de expedición.




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Reconocimiento de los ríos Iguazú y San Antonio

El reconocimiento que acabamos de referir del Paraná, no embarazó de modo alguno, que por otra mano se fueran disponiendo las cosas, y preparando los caminos para emprender sin demora, como se había ido, el de los Ríos Iguazú y San Antonio, que se consideraba aun más penoso y arduo. El mismo día por 14 de julio, que salieron los geógrafos para aquella expedición, salió también nuestro piloto don Andrés de Oyarvide acompañado del alférez de milicias don Juan Joseph Valdez, alguna gente de armas, y el baqueano portugués y alférez Manuel de los Santos, a navegar en una canoa y reconocer hasta el Salto de Iguazú, distante cosa de 6 ½ millas del campamento siendo la idea explorar las márgenes deste río, y averiguar, si era posible, con las noticias que daba el Diario de la antigua demarcación, el paraje donde montaron entonces las canoas, abrieron la picada y subieron a la cima de dicho Salto. De hecho como a las 4 millas dieron con el sitio deseado, sobre una pequeña ensenada con playa de arena de la ribera meridional y cerca de una preciosa cascada, que se despeña de notable altura, en los mismos términos que la pinta el Plan de instrucción. Con el conocimiento de esta baliza, se dispuso al día siguiente un destacamento de 30 hombres, que provistos de todo lo necesario para su alimento y defensa, como asimismo de hachas, machetes y demás instrumentos propios por romper el monte abrieron efectivamente la picada que se les ordenó, siendo dirigidos por dichos oficiales, la cual tenía 5 millas de distancia, y conducía a las aguas superiores del Iguazú, que en aquellas alturas se explaya considerablemente entre multitud de frondosas islas y canales. Tardaron en esta faena hasta el 25, y el 26, volvió Oyarvide con el encargo de establecer un puesto en el salto, con almacenes para depósito de víveres y pertrechos, y fabricar algunas   -395-   canoas. El comisario de Su Majestad Fidelísima no menos prolijo que hábil arquitecto en la construcción de estos pequeños buques no quiso fiar la obra a ninguno de sus inferiores, y tomando sobre sí la dirección de su astillero, caminó también al Salto el 27, lleno todo de esta idea. Con un tal magisterio se hubiesen hecho con detención las canoas necesarias y con todas las proporciones del arte; pero los timbós y cedros de tamaño correspondientes escaseaban en aquellas cercanías, y el coronel Roscio se vio forzado a descender el 9 de agosto, dejando para concluirse tres canoas pequeñas, las únicas que se encontraron, y en ánimo de buscar alguna otra de la parte de abajo para subirla después en caso de necesidad, como aconteció efectivamente. Oyarvide regresó también el 20 del mismo acabados los ranchos, y 2 canoas regulares que pudo hallar, navegando el Iguazú en otra que hizo montar al efecto, y cuya faena se llevo 3 días, sin embargo de haber descubierto otra subida, que sino más suave, a lo menos acortaba de algún tanto la distancia de la picada. El alférez Valdez quedó con algunos de sus milicianos para conservación de aquel puesto.

Durante este tiempo, dio el Iguazú una baja tan considerable que numerosos barcos quedaron en seco y bien distantes de la lumbre del agua, mediando una lomada o albardón de piedras sueltas, que se descubrió de repente, y embarazaba el paso al canal. De un lado y otro del campamento velaron también varias cadenas de piedras, o arrecifes, que imposibilitaban o hacían muy peligrosa la navegación del río. Una canoa chasquera que llegó el 26 de julio con cartas del Pueblo del Corpus, de donde había salido el 14 fue detenida por el mayor de estos arrecifes o reventazones antes del Real de los portugueses. Cinco indios que vinieron en ella, nos dieron la noticia de haber arribado a sus playas, el 30 de junio el cadáver del dragón Luis García, ahogado, como ya dijimos, el 18 y que llevaron las aguas cerca de 40 leguas, tal vez no sin providencia especial, para que lograse como de hecho se le dio sepultura en aquel cementerio! También tropezaron con la misma Cachoera, como llaman los portugueses   -396-   las canoas que regresaron del Paraná el 20 de agosto, y únicamente la pudieron pasar descargadas y suspensas a fuerza de brazos. El 23 se nos murió el indio Juan Cherí, calafate y carpintero del barco de San Cosme. Su enfermedad fue una especie de opilación de humores, que dirigió su ataque a la cabeza y pecho y le hubo de acelerar la muerte una sangría que se hizo dar fuera de tiempo por el Curuzuyá o curandero de los indios, sin noticia del profesor de medicina don Feliz Pineda, que desde el instante pronosticó malos efectos.

El 21 fueron nombrados los destacamentos que debían ir al reconocimiento del San Antonio. Componíase el lusitano de 8 soldados, 1 cabo y 15 indios remadores; el español de 8 dragones, 1 cabo y 12 milicianos del Paraguay, que manejaban con no menos destreza el arma que el remo; y ambos fueron provistos de víveres y municiones para dos meses igualmente que de instrumentos para romper el monte, quedando en recurrir a tiempo por nuevo socorro. El teniente de ingenieros Francisco das Chagas Santos, don Andrés de Oyarvide fueron puestos a la cabeza de dichos destacamentos y en la orden de su destino, se les dio la instrucción de navegar y reconocer el Iguazú hasta la barra del San Antonio, subir después las aguas de este hasta su origen, procurar de allí su unión y enlace por lo más elevado del terreno, con las vertientes del Pepiryguazú y bajar finalmente por las aguas de este último hasta su confluencia, si era dable, en el Uruguay; y de no, recorrerlo a lo menos en cierto tramo, hasta quedar seguros de su conocimiento y de la trabazón exacta de sus trabajos con los de la primera subdivisión que debían terminar en la boca de dicho Pepiryguazú. Dispuesto todo esto en la forma referida partieron de nuestro campo en los días 21 y 25 del citado agosto llevando a mas porción de indios, que les ayudasen a subir las provisiones y pertrechos por la Picada, cuyo camino a la verdad no era de los mejores.

La agradable pintura que nos hacían del Salto del Iguazú excitó en nosotros el deseo de verlo; y llevados de esta curiosidad, acompañamos el mismo día 25 la partida de Oyarvide, siéndonos forzoso hacer a pie toda la jornada, por ir sobrecargadas las canoas con los   -397-   víveres y hatos de la gente. El coronel Roscio quiso también volver en esta ocasión, salió delante en una canoa ligera, que se había hecho construir a su modo para pasear el río. Una marcha de todo el día nos costó llegar a la boca de la picada, que distaba solo 4 ½ millas del campamento donde pasamos la noche. Las orillas del Iguazú se hallan cubiertas de grandes piedras, sueltas y negras, colocadas unas sobre otras como derrumbadas de la barranca, y algunas de tamaño disforme. Todas eran de figura casi redonda estaban como lavadas por las aguas, y en partes bañadas de vierto betún brillante, o aceite petrolino, que hacía resbalar con facilidad de manera que el camino nos vino a ser por extremo penoso. A trechos se hallaban sin embargo algunos arroyuelos con playa de arena, que servían de refrigerio y descanso y también en estos era muy común cierto aceite o jabón glustinoso (sic), especie de asphalto amarillo, que nadaba sobre el agua, formando nata gruesa y espumosa. Vimos igualmente en dichos arroyos varios guijarros o piedrecitas, redondas, ovaladas de otras figuras: unas opacas, bruñidas y matizadas, tal vez, de vetas de diversos colores, y otras transparentes, o medio diáfanas, escabrosas y teñidas ya de verde, ya de encarnado o amarillo etc. El 26 subimos la picada y el 27 quedaron en los ranchos todos los víveres y pertrechos, regresándose este mismo día el comisario portugués a efecto de hacer montar otra canoa de que carecía el destacamento de su nación, y sin tener el gusto de ver el salto objeto principal de su segundo viaje.

La tarde del 28 tuvimos nosotros la satisfacción de reconocer bien de cerca esta gran catarata, pasando en una canoa, acompañados de Oyarvide, las Chagas y otros que ya eran baqueanos y fletando después por una isleta de piedras, y atravesando desnudos diferentes canales de poca agua y corriente hasta el borde mismo del precipicio. Es el Salto del Iguazú uno de los portentos pasmosos de la naturaleza. Las dos orillas del río, que cosa de una legua por bajo del Salto son de piedra y se van elevando progresiva y perpendicularmente hasta la altura de 60 a 7o varas, a manera de dos paredones   -398-   o lienzos de muralla acantilados, a que los indios llaman Tembey, se acercan poco a poco una a otra, y llegan por último a unirse, una área como de cincuenta toesas de ancho, o algo más en forma de herradura, y proyectada al NNO. El Iguazú corre en la parte superior manso y explayado de una milla entre, multitud de rocas o isletas, de árboles y palmas y al encontrar con aquella gran caja, o profunda Sima, que le está preparada se reparte por ambos lados y va precipitando sucesivamente en distancia de otra milla, dividido en grandes y vistosos torrentes. Entre estos se notan dos muy considerables y asombrosos: el uno al frente de la catarata, que desciende primero por varias gradas, vistiéndolas de torneadas y blancas espumas, y saltando después la inferior, haciendo un hermoso arco, que llena todo el ámbito del mismo frente y el otro que es aun de mayor entidad, se despeña todo unido de arriba abajo por la parte oriental, tomando una extensión de más de cien toesas.

Otros muchos se registran a derecha e izquierda de diversos tamaños y hermosura; y todos ellos estrellándose en el fondo de la caverna, erizado de monstruosos peñascos, hacen temblar todo el contorno, difundiendo a larga distancia el ronco estruendo de un furioso huracán, y cubriendo los aires de humedad y densa neblina que en columnas de humo con los agradables adornos del arco iris sube hasta los cielos. Tenía en esta maravilla su literal aplicación aquello de David: "elevaverunt flumina fluctus suos a vocibus aquarum multarum" (ps. 92) y esta fue en efecto la inscripción que oportunamente hizo gravar nuestro geógrafo Oyarvide, a su retirada del San Antonio, en el grueso tronco de un árbol que miraba a dicho Salto, convidado por su cara de occidente a ver aquel prodigio, con otro mote no menos del caso: "venite el videte opera Domini" 1788 (ps. 45).

Satisfecha nuestra curiosidad, regresamos el 29 al campamento dejando todo pronto de nuestra parte, y la tarde del 30, montada la canoa que faltaba a los portugueses, se acomodaron ambos destacamentos en seis de estos pequeños buques, y dieron principio a su navegación. El tiempo no les dejó de favorecer en los primeros días: después les   -399-   llovió alguna cosa, pero el río no obstante lo encontraron tan bajo y con tal multitud de arrecifes descubiertos que le cruzaban, que es indecible el trabajo que tuvieron para superarlos. En muchos de ellos tenía la gente que ponerse en el agua, y alijando las canoas, pasarlas de rastro, con las cargas al hombro, y en todos era por lo común violenta la corriente, peligrando no poco la pequeña escuadra con el frecuente golpe de las encrespadas olas. Oyarvide empleó 13 días en llegar a la barra del San Antonio: en los 25º 35', distante del Salto del Iguazú 57 millas según las vueltas del río; las Chagas gastó 2 días más, y subiendo ambos las aguas de aquél el 13 de septiembre se navegaron con no menos dificultad por la creciente de las últimas lluvias hasta la distancia de 7 leguas; y pararon el 19 sobre la ribera occidental en los 25º 41' de latitud cerca de una pequeña cascada que se despeña de altura, y no lejos de un salto que como en otro tiempo a los antiguos demarcadores, embarazó también ahora pasar adelante con las canoas.

Despachando, el 20, dos de ellas al Salto del Iguazú, por nuevo socorro, y conduciendo algunos enfermos, tomaron el partido de hacer unos ranchos en aquel paraje, para depositar el resto de sus provisiones, y trataron luego de continuar su diligencia por tierra, abriendo picada en el monte sin apartarse mucho del cauce del río que debían reconocer. El tiempo que se les había empezado a declarar adverso, siguió con repetidas aguas y fuertes turbonadas, y los indios empezaron también a decaer de ánimo a vista de los trabajos que se les presentaban. Tres de la partida portuguesa hicieron fuga la noche del 24, llevándose dos canoas pequeñas, que dejaron a corta distancia. Con todo dividiendo sus cortas fuerzas, dejaron una guardia proporcionada en los ranchos y dieron principio a la picada, el 26, continuando la penosa fatiga de esta obra con ordenada alternativa entre los destacamentos hasta el 30 de octubre, siendo tal la espesura e intrincada breña de los montes, que la mejor jornada no excedía de una milla, a pesar de los más poderosos esfuerzos.

Como la estación era propia de lluvias las del mes de octubre fueron   -400-   más copiosas y frecuentes; muy densas y constantes las neblinas y creció el número de enfermos a proporción de las humedades, aires nocivos del bosque, y multiplicación de los insectos y sabandijas, mosquitos, jejenes, tábanos y plagas molestísimas que alternaban y sucedían unas a otras en las 24 horas del día sin intermisión. Entre ellas era muy de notar cierta mosca grande y parda que volaba solo de mañana o tarde, y al picar dejaba uno o dos huevezuelos introducidos en el cutis, de que provenían otras tantas ninfas o gusanos blancos, agusados hacia la cola, sin pies, y con dos series de puntos negros o posos laterales: los cuales roían y atormentaban muchos días lo que no es creíble. La mala calidad de los alimentos, el continuo acarreo de los pocos que habían dejado en los ranchos, cuya pensión se alimentaba con la distancia; las contingencias y demora del socorro que aguardaban; los retirados (sic) de los recursos y el trabajo de romper diariamente y abrir a fuerza de brazo una selva impenetrable, un monte que no tenía fin, todas estas calamidades juntas y desazones llegaron a postrar el vigor de aquellas gentes, y abatió su espíritu en tales términos que los indios desertaban a cada paso, teniendo a menos aventurarse a los grandes riesgos del desierto, que sufrir aquellas penalidades. Dos de estos infelices se hallaron días después muertos sobre las playas del Iguazú, y otros tres se recogieron casualmente estando sobre el punto de espirar de flaqueza y falta de sustento no habiendo encontrado otro que unas frutas y miel silvestre. Nuestros geógrafos pues, no habiendo ya de quien echar mano, se vieron constreñidos a resolver su retirada, antes de verse en el último apuro y formado de acuerdo un instrumento que con fecha de 30 de octubre expresa todas aquellas causales, la pusieron en ejecución el primero de noviembre dejando un rozado a orillas de un pequeño arroyo que les pudiera servir de marca en caso de volver.

Durante este medio tiempo, las canoas que fueron por víveres el 20 de septiembre, llegaron la mañana del 24 al Salto del Iguazú donde se había mantenido el alférez Valdes, con algunos milicianos para conservación de aquel puerto, y tener abierta la comunicación. Aquella misma tarde   -401-   bajaron los enfermos por la picada: se embarcaron en otra canoa que se tenía siempre por bajo del Salto y aunque tuvieron la mala suerte de naufragar en el gran arrecife descubierto poco después del primer campo de los portugueses, fue sin otra desgracia que la pérdida de algunas armas y ropas; ellos se transfirieron a pie por las riberas del Iguazú hasta su barra donde se hallaba ya nuestro campamento como diremos abajo, y la canoa, con una tipa que por fortuna se conservó dentro de ella, en que venían las cartas de los facultativos al día siguiente. El barco grande de Itapua que fue a Candelaria por los víveres para la partida española, había llegado a nuestro real el mismo día 20 de septiembre. El del Corpus que conducía los destinados a la portuguesa, y otro de San Ignaciominy, con mantenimiento para los indios no estaban distantes. Con lo que terminada la escasez, que ya se había empezado a sentir en nuestras tropas, se pudo habilitar el socorro por los destacamentos del San Antonio y el 27 salió en 5 canoas, construidas las más de ellas por nuestro concurrente que no sabía estar ocioso. Los malos tiempos detuvieron este convoy hasta el 9 de octubre en el Salto del Iguazú. El 31 del mismo llegó sin embargo los ranchos del Río de San Antonio y el 4 de noviembre al paraje donde se hallaban los profesores, que como se acaba de ver, traían ya 4 jornadas de regreso.

Animados nuestros geógrafos con la llegada oportuna de este auxilio y con la de los indios que lo conducían, que eran de los venidos de refresco en el citado barco de Itapua, suspendieron la retirada y reemplazados los más endebles y enfermos, de los que falleció el 5 un indio del Corpus que servía a los portugueses; acometieron el 7, con nuevo brío la empresa ardua de su reconocimiento, volviendo segunda vez, y a los dos días, al arroyo de la marca. Pasaron el 10 otro nombrado de las Antas por los antiguos demarcadores, a causa de las muchas huellas de este cuadrúpedo, que notaron en él, y que ahora confirmaron. El 28 advertido un gran desfalco en las remesas de víveres que les hacían a menudo del rancho de la provisión que causaban los mismos conductores, se vieron obligados a desprenderse de varios   -402-   de su escolta, disminuyendo así el consumo, y remitiendo algunos otros que habían caído nuevamente enfermos. El 5 de diciembre, les alcanzó el alférez Valdes con cartas del campo general, de donde había salido el 17 de noviembre en compañía del cabo portugués Joseph Lopez, conduciendo un corto socorro de dietas por los enfermos que se suponían, y que habían dejado, el 27 del mismo, en el puerto de San Antonio.

Crecían con la distancia la dificultad de los acarreos, y la falta de los víveres. Los portadores apenas entregaban libras por arrobas, de las especies que habían recibido, sin haber modo de evitar este desorden. Fuera de esto, por camino tan penoso y dilatado la carga de un hombre, que había de llevar a más algún hato, armas y municiones para su defensa no podía exceder de mucho lo que el misma necesitaba para su propio sustento, aun regulado con toda moderación. Bien a costa suya experimentaron aquellos honrados oficiales las funestas resultas de este desconcierto en otra conducta de provisiones, que recibieron el 6 de diciembre. Las mermas fueron tan considerables, que se vieron aun forzados a disminuir su comitiva, formando, el proyecto de llevar adelante y concluir, mas que fuese solos, el examen de aquel río, que daba ya muestras de no tener lejos sus cabeceras. Tomada esta resolución, como el último esfuerzo a que daban lugar tan opuestas circunstancias, siguieron, el 7, con lo más alentados su penosa ruta: caminando a trechos por el álveo mismo del arroyo para excusar en lo posible la dura faena de romper el monte.

De esta manera y con esta constancia llegaron finalmente nuestros geógrafos, el 11 de diciembre, a una elevada y pendiente loma que da origen al río San Antonio con un copioso manantial en los 26º 12' de latitud. La misma cuchilla reparte aguas por su cara del sur al Uruguay y cortada su meseta en esta dirección por lo más alto del terreno, y vieron a los 460 pasos otra vertiente pantanosa y no menos fecunda, nacimiento según los diarios de la antigua demarcación, del río denominado entonces Pepiryguazú. Nuestros exploradores no pudiendo   -403-   pasar adelante, como les ordenaba su instrucción, dieron aquí por concluida la diligencia, gravando en un hermoso Cary de 6 varas de cerco, aquella célebre inscripción que Hércules en otro tiempo en la ciudad de Cádiz. "Non plus ultra 1788" y labrado otro segundo instrumento que los exonera de cargo, verificaron su regreso el mismo día, rectificando sus operaciones. incorporados, el 13, con la tropa de inválidos, en que iban no pocos mordidos y agusanados de la cruel Motuca, una de las mayores molestias de aquel expedición, y de que no se libró nuestro Oyarvide, llegaron juntos, el 19, al puerto de San Antonio, y embarcándose en las canoas el 20 al amanecer, arribaron felizmente al Salto del Iguazú, el 23 de mañana, y a la tarde al campamento general, contando muy cerca de cuatro meses de campaña.

Resumiendo ahora los trabajos de estos oficiales por la relación y plano que presentaron, corre el San Antonio 7 leguas a los 92 grados NO desde su origen en los 26º 12' de latitud hasta su barra en los 25º 35'; incluyendo en esta distancia su (sic) pequeñas e infinitas vueltas, y siendo únicamente navegables para canoas las últimas 7 leguas.

Todos los arroyos que le entran son de poca entidad, y por su banda de occidente lo que hace presumir que las caídas de todos aquellos terrenos orientales formarán tal vez otro río no distante, que fluirá también al Iguazú. El curso de este desde la boca del San Antonio hasta su confluencia con el Paraná es de 23 leguas al O pero con vueltas tan dobladas y tendidas a N y S, que el apartamiento de aquellos dos puntos es solo de 34 millas. En todo este ramo conserva una anchura casi igual, como de 300 a 400 toesas. Tiene, muchos arrecifes que le cruzan de un lado a otro, embarazando no poco su navegación, y en el gran número de estas que se le cuenta, las únicas considerables son la del Pesquero, las Cuatro hermanas, la de las Tacuaras, y la Sola llamadas así por los antiguos demarcadores. No tiene otro arroyo notable que el San Francisco 5 millas largas por bajo del San Antonio, y en la misma ribera meridional. El gran salto se halla a las 13 millas justas de su barra, y en los 25º 4' 4" de latitud. Las crecientes   -404-   del Paraná hacen reposar las aguas del Iguazú, facilitando en tal manera su navegación y cubriendo los arrecifes hasta cerca de esta hermosa catarata, que no sería difícil registrarla interiormente en canoas, lo que fuera de estos casos sería impracticable. Tiene el Iguazú sus primeras fuentes en los campos a inmediaciones de la pequeña villa de Curitiba, hacia la costa del Brasil altura de [...]58. Corre más de [...] al [...] y por esta razón es también conocido con el nombre de Río Grande de Curitiba. Los portugueses laboriosos hostigadores, de los terrenos más altos, hicieron reconocer este río el año de 1773 al capitán de auxiliares F... Silbeyra; que bajó por sus aguas en unas canoas y una escolta de 50 hombres con designio de formar un establecimiento hacia su barra; mas habiéndosele acabado las provisiones, envió por nuevo socorro la mayor parte de su gente, que no volvió, y él, temiendo los indios Coronados y falto de auxilio se vino a los pueblos de Misiones, donde fue preso por su Gobernador remitido a Buenos aires; pasó algunos años en la Ciudadela de Montevideo.

Nuestro Real pues, como ya se apuntó subsistió dentro del Iguazú, desde 1.º julio hasta 18 de septiembre. El mal temperamento de este río, lóbrego y húmedo; la estrechez de sus orillas pendientes y pantanosas y lo incierto de sus crecientes, que hacían dudosa la salida de nuestros barcos, nos resolvieron a transferirlo este día, fuera de barra, sobre la punta N del Paraná, donde se respiraba un aire más libre, se gozaba de un cielo espacioso, abundaba la pesca y siendo otra proporción era también punto más señalado para las observaciones astronómicas. Guardaba asimismo esta determinación con los barcos de los víveres que estaban para llegar de Candelaria, no tendrían facilidad de entrar en el Iguazú. Sin embargo de estas ventajas, la situación local de nuestro nuevo campo no era de las más adecuadas ni estaba fuera de peligro. Inclinado todo el terreno, y cubierto de arena suelta, sobre una tonga de arcilla o barro resbaladizo;   -405-   fuera de no tener firmeza para clavar las tiendas, ni formar ranchos, eran continuas las filtraciones en tiempo de aguas, muy frecuentes y horrorosas las grietas del suelo que se abrían, y terribles e instantáneos los derrumbamientos en tan grandes masas, que nos hacían estremecer. Un notable fenómeno de esta clase, nos advirtió el 10 de octubre el gran riesgo a que estábamos expuestos. Formado un pequeño depósito de aguas con las lluvias antecedentes, de lado superior de la barranca, y bien cerca de nuestro campamento se desplomó la tarde de este día, un gran promontorio de más de 20 varas cúbicas de tierra, corriendo un espacio de 60, y llevando consigo un grueso árbol de otras 20 de altura, que dejó en medio del río, tan derecho y firme, como si hubiese nacido en aquel paraje, donde permaneció del mismo modo a nuestra retirada. Las aguas del Paraná se abrieron a la caída de tan vasta mole, y su movimiento fue sentido a la distancia de 500 toesas por los barcos de los portugueses, que estaban doblada la punta del Iguazú. Paseando la tarde anterior con nuestro concurrente por aquel sitio, las filtraciones turbias y cenagosas anunciaban ya la próxima ruina. Otros médanos, aunque de menos entidad, se despeñaron en varias ocasiones; y todos redoblaban nuestros cuidados sobre nuestro campamento, que como se ha dicho estaba muy expuesto a igual fracaso, y no había lugar más seguro, donde transferirlo en aquellas cercanías. Por esta causa se tomaron algunas precauciones: como evitar cuidadosamente los estanques y represas dando fácil salida a las aguas; revestir las regueras y arroyuelos que brotaban todos los días, rascando y excavando las tierras, con canales de madera o medias cañas, hechas del astil de las palmas, partido a lo largo y por último, sostener los terrenos vacilantes y movedizos con estacas y palos a pique, fortificando las laderas y parajes arriesgados. Con estos diques artificiales y a poder de industria, pudo permanecer segura nuestra mansión hasta fin de año.

El invierno nos fue templado y seco. Las aguas empezaron el 20 de agosto y en septiembre y octubre, fueron abundantes, con turbonadas frecuentes de piedras, truenos y relámpagos, que causaban por lo   -406-   regular los vientos de 1.º y 2.º cuadrante, y limpiaban los de 3.º y 4.º. El 8 de octubre se experimentó un furioso huracán del SE que duró de la 1 a las 2 de la mañana, y causó estragos en los montes, desgajando arrancando de raíz los árboles más corpulentos y asombrosos. El mayor frío se sintió el 13 de dicho mes de octubre al salir el sol con tiempo claro y viento del S y el mayor calor el 28 de noviembre, a las 4 de la tarde, con ventolinas del N. El termómetro de Nairne manifestó el estado de la atmósfera, con 48 partes escala de Fahrenheit, en el primer caso, y con 102 en el segundo. Pasando del otro lado del Paraná, a fin de descubrir mejor el cielo, se lograron varias observaciones, de latitud, por las estrellas; de longitud, por los eclipses de los satélites de Júpiter y por el de sol del 27 de noviembre que casi fue anular, y de la variación de la aguja magnética, por los azimudes de este astro. La barra pues del Iguazú se halla con arreglo a las más exactas en la

Latitud meridional 24º 35' 36" Variación magnética
Longitud de la isla de Ferro 323.32' 30'' NE 10º 30'

Las circunstancias de estas y de más observaciones practicadas durante el curso de nuestra comisión, se podrán ver en el catálogo de ellas, que como ya hemos anunciado, hará la segunda parte de este diario.

El 1.º de noviembre llegó a nuestro campo otra canoa que había salido del P. del Corpus ocho días antes, y conducía pliegos del servicio del señor virrey de Buenos Aires, y de los comisarios de la primera subdivisión que se hallaban en el de San Juan. En ellos se nos daba noticia de haber descubierto los geógrafos de aquellas partidas el verdadero río Pepiryguazú 16 leguas a oriente del que equivocadamente tomaron por tal los antiguos demarcadores y se nos incluía el plano del Uruguay que acababan de levantar, navegándolo hasta el Pueblo de San Javier el de la Española don Joachin Gundin, con expresión y notas de esta descubierta. El 19 de diciembre llegó tercera canoa, que había salido también del Corpus el 11 de mañana y nuestro comisario director don Joseph Varela, recibida nuestra contestación sobre el particular, recomendaba con nueva instancia, se reconociese el Iguazú en distancia de 20 leguas, a oriente   -407-   del San Antonio, con el objeto de ver, si se hallaba algún otro brazo, que descendiendo de la parte meridional, confrontase con las cabeceras del verdadero Pepiryguazú, recién descubierto; pues hallado aquel error, podría tal vez, convenir que la nueva línea divisoria tomase su giro por estos ríos. La crítica situación en que nos hallábamos, sin víveres y toda la gente enferma o endeble, dificultaba a la verdad, no poco aquel examen; más sin embargo lo propusimos, al día siguiente en conferencia formal al coronel Roscio, manifestándole dichos oficios y planos del Uruguay. El comisario de Su Majestad Fidelísima sin pararse a consultar el modo, que ofrecía sus inconvenientes; no solo se negó redondamente a prestarse al tal reconocimiento sino que adelantó no lo dejaría practicar sin orden expresa, tratándose de terrenos que el mismo tratado clara e individualmente cedía y consideraba de Portugal. Nosotros graduamos inútil insistir, por entonces más sobre el asunto, y lo diferimos por tratarle con la debida extensión, cuando hubiésemos de pasar a la barra del Pepiry, persuadidos que este río podría dar mayor facilidad para conseguirlo.

Finalmente terminada tan prolija competencia que motivó nuestro concurrente, embarazando la demarcación de estos ríos, sin que se hubiese logrado erigir un solo marco después de tan largos y costosos reconocimientos; luego que arribaron los destacamento el San Antonio, y bajaron los indios las canoas para utilizarse de ellas, fue acordado nuestro regreso a Candelaria y puesto en ejecución la mañana del 26 de diciembre después de misa. Las naciones de infieles que habitan aquel país, y de que se dejó ver una numerosa toldería de más de cien personas sobre las playas del Iguazú, días antes de nuestra partida, dieron lugar a que se gravasen, en el robusto tronco de un corpudo higuerón, cuya sombra cubría todo nuestro Campo, las dos inscripciones siguientes: 1.ª en la faz occidental "Scitote quoniam Dominus ipse es Deus Kal. Jan. 1789" 2.ª en la oriental "Converte nos Deus salutaris noster, est averte iram tuam a nobis (Salmos 81. 99).

Como se hubiese empezado a sentir desde fin de noviembre, la gran creciente o inundación periódica, que cual otro Nilo, tiene el Paraná   -408-   en los tres primeros meses del año, provenida de las copiosas lluvias que hacia las minas generales y otros parajes de la zona tórrida, donde éste tiene sus cabeceras, causan las brisas australes con lit proximidad del sol; es indecible la velocidad de las aguas, y la prontitud de nuestro viaje. El 27 hicimos noche en el Pueblo del Corpus, y el 28 después de mediodía vinimos a dar felizmente a Candelaria; empleando solo 32 horas en navegar la distancia de 56 leguas que a la ida nos había costado 60 días. Esta navegación de regreso por medio del río que dejaba descubrir rumbos más dilatados y seguros que por las orillas hecha siempre a remos, a paso más igual y constante, y con unas mismas aguas o corriente, sin cruzar de un lado a otro, ni usar de silga, facilitó una derrota más correcta que la que se había sacado a la ida al Iguazú, sujeta a todos aquellos inconvenientes; y pudo determinarse ahora con mas exactitud la proyección del Paraná. Cuya descripción en general, siendo un río caudaloso, no será fuera del caso: y en ella nos arreglaremos al resultado de numerosos trabajos, a las noticias más exactas y modernas y especialmente a la gran Carta de esta América, construida el año de 1775 por el geógrafo del reino don Juan de la Cruz59, y últimamente acabaremos el capítulo como tenemos ofrecido, con la competencia del comisario portugués.




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Descripción del río Paraná

Dos son los ríos más remotos y que debemos considerar como las cabeceras del Paraná: 1.º el río de las Muertes, que tiene su principio en la capitanía del Río Janeiro, algo al S de la Villarica, situada en los 20º 24' de latitud austral; el cual corridas al pie de 60 leguas por el 3.º y 4.º cuadrantes, se junta con el que llamado Río Verisima, que baja del N y tiene sus primeras puntas en los 18º 45' contiguas a las del gran Río de San Francisco. Unidos estos dos ríos sobre el paralelo de los   -409-   21º toman el nombre de Paranaguazú, o gran Paraná que en lengua de los indios quiere decir Pariente del Mar, lo que no da mala idea de su grandeza y andadas 86 leguas al ONO se le agrega el Paranaiba que compuesto de otros anejos considerables, trae su origen de los 17º 30' al NE donde lo tiene también el celebre Río de Tocantines, que fluye al septentrión y desagua en el de las Amazonas por la ciudad del Pará. Continua después el Paraná al O el espacio de 13 leguas hasta la boca del Río de los Cayapos que viene del N y dando dulcemente una vuelta larga, prolonga su curso como al S SO el dilatado trecho de 187 leguas hasta el pueblo de la Candelaria capital de las Misiones, de donde tuerce otras 60 al O hasta la ciudad de las siete corrientes.

En todo este tramo recibe el Paraná cantidad de caudalosos ríos por una y otra parte; sobre el paralelo de los 20 el famoso Tiete o Anemby, y riega con sus primeras fuentes la ciudad de San Pablo, la Villa de Torocabas y varias aldeas portuguesas. Los paulistas bajan por este río al Paraná; entra después por el Colorado o Pardo, que está 7 leguas más al S por la banda opuesta, y arrastrando sus canoas desde sus cabeceras al río Camapuá distante solo 2 leguas descienden por él al del Paraguay, suben por este y el de Cuyabá; corren los dos grandes territorios de Cuyabá y Matogroso y hacen una navegación de 400 leguas sin otro embarazo que aquella pequeña intermisión. Con otra igual a corta diferencia, les sería muy fácil pasar del Taurú al Guaporé o Itenes, penetrando por el de la Madera al de las Amazonas, y navegar de este modo la mayor parte de la América Meridional. Cerca de los 22º vierte sus aguas en el Paraná el Paranapané: antes de los 23º el Ibay o Guabay y anteriormente en los 24º el Pequery o Itatú, y en los 25º 35' el de que hemos hablado; todos ríos de consideración, particularmente el primero y último, que nacen también hacia la costa del Brasil y cruzan la célebre y antigua provincia del Guayrá donde estuvieron formadas la Ciudad real o de Ontiveras, la Villarica y las 13 floridas Misiones de los Jesuitas, que destruyeron los Mamelucos o Moradores de San   -410-   Pablo, en sus tiránicas excursiones, para capturar indios, llamadas Malocas.

Por la orilla occidental frente del citado Pequery, desagua el Igatimy en otro tiempo Igurey, por donde debe ir la línea divisoria. En su margen septentrional tuvieron los portugueses años pasados una población que estableció en aquel paraje el brigadier Joseph Custodio, y tomó y destruyó el de 1777, don Agustín Pinedo, siendo gobernador del Paraguay. Luego después de los 24º tropieza el Paraná en la gran cordillera de Maracayu, y le causa el Salto Grande de que ya dimos noticias, impidiendo su navegación en las 15 leguas inmediatas los peligrosos hervideros y rapidez de sus corrientes. Desde la altura del Monday e Iguazú entra ya el Paraná en la provincia de Misiones, registrándose hasta 16 de los pueblos no lejos de sus riberas en la occidental la de Jesús y Trinidad a N y S del Capibury, más abajo la Encarnación de Itapuá en el Aguapey San Cosme, Santiago, y Santa Teresa en el Atingy, y sobre el Yabebiry, o Anangapé Santamaría de Fe y San Ignacio guazú, el primero y más antiguo de todos; en la oriental el Corpus sobre el Igauguy a un lado y otro del Yabebiry oriental, y Loreto, antes de otro Santana, Candelaria, sobre el Igarupá en las cabeceras de este, los tres restantes San Carlos, San Joseph y Apóstoles. Cerca de Corrientes se ve fuera de estos el Ytaty que es reducción antigua de Padres Seráficos.

Sobre San Juan de Vera de las Corrientes, en la altura de 27º 30' se reúne el Paraná con el majestuoso Paraguay, cuyos dos caudalosos torrentes se disputan largo trecho la preferencia con particular división de sus aguas. Queda la ciudad en el recodo de oriente tomando su nombre de la rara hermosura de esta gran confluencia y prevaleciendo glorioso el Paraná, discurre 113 leguas como al S SO, dividiendo los confines de las dos gobernaciones de Tucumán y Buenos Aires, y admitiendo en su seno multitud de pequeños arroyos, de que varios tienen su aldea, o capilla. Deja en los 29º la Villa de Santa Lucía, antes del arroyo de su mismo nombre, llamado   -411-   también de los Astores que baja del Iberá o Laguna de Carazares en el primer cuadrante. Esta Laguna, así como en el Uruguay, vierte también sus aguas en el Paraná, o más bien se las restituye, siendo como quieren algunos no sin fundamento un resurgidero del mismo río, por medio de otro sangradero llamado Río Corrientes, que fluye todo el año, cerca de los 30º de latitud. Del 4º cuadrante trae su curso el Río Salado, nombrado así por sus aguas salobres. Nace en el valle del Calchaquí: cruza las de jurisdicciones de Salta y Tucumán; y repartido en dos en el país Abipones: el menor, llamado por esto el Saladillo, forma dos grandes Lagunas, la de las Víboras, y la del Cristal que comunican al Paraná por varios canales y el otro más meridional desagua por Santa Fe de Vera, situada en los 31º 40', dejando esta ciudad al septentrión cercada de agua por los tres primeros cuadrantes. El Zarcarañá o Carcaraña no es otro que el Río Tercero, que tiene su origen en el Valle de Calamochita comarca de Córdoba, y fluyendo al 2.º que le tributa su feudo al Paraná por el rincón de Gaboto donde estuvo la fortaleza de este nombre o de Santiespiritus, construida por el célebre descubridor de este río: Sebastian Gaboto. La Villa del Rosario se halla al Sur del Carcaña (sic) en los 33º de donde cambia el Paraná en dirección al SE y andadas por último otras 40 leguas, muda también su nombre en el de Río de la Plata, juntándose por los 34º con el Uruguay, dividido en 7 bocas.

Tiene pues el Paraná, según lo dicho, muy cerca de 541 leguas de curso, sin contar sus menudas vueltas, y considerando en general su figura, hace con la costa del Brasil un cuadrilongo de 300 leguas de largo y 100 de ancho, siendo los dos lados más cortos el Río de la Plata y el que nombramos Paranaguazú hacia sus cabeceras. Con el Uruguay corta una hermosa y dilatada península, tendida del N NE a S SO entre los paralelos de 27º y 34º, teniendo de ancho por donde más 30 leguas y 8 en su garganta o istmo que cae entre los pueblos del Corpus y San Javier, compuesto de unas asperezas intransitables. Forma un cuantioso número, de islas, algunas   -412-   de consideración. Antes del Salto del Guayra se halla la mayor di, todas, que es de 20 leguas de largo; poco después de Itapuá se halla otra algo menor, y desde la Bajada, pueblo reciente de españoles, frente de Santa Fe, sigue una cadena de ellas, que casi le divide en dos brazos hasta la confluencia del Uruguay, siendo muy de notar que hasta en las aguas se advierte la misma separación, conservándose salobres las occidentales del Río Salado, y dulces las orientales. A más del referido Salto del Guayrá, hasta donde navega el Paraná tranquilamente desde sus más remotas puntas, hay otro como 20 leguas por bajo de Candelaria, que impide su navegación la mayor parte del año fuera de estos embarazos está su cauce interrumpido de un sin número de bancos de arena y arrecifes, que hacen preciso el auxilio de un práctico bien experto, con especialidad hasta Corrientes donde abundan más los escollos.

Es el Paraná muy semejante al Nilo, no solo en lo dilatado y caudaloso de su curso, hermosura de sus cataratas o saltos, y en las siete bocas de su desaguadero en el Río de la Plata sino también en sus periódicas y grandes inundaciones. Empiezan estas a repuntar por lo común a mediado diciembre cuando la estación del calor se ha dejando sentir con más vehemencia. Crecen las aguas todo enero y parte de febrero; y después tardan en bajar cerca de otros dos meses; de manera que el río no se mete en caja hasta el 15 de abril. Las brisas pardas del SE al S que reinan tanto de septiembre a noviembre, causadas por la proximidad del sol que se acerca del austro, inundan de vapores y lluvias aquellas regiones de la Zona Tórrida, donde el Paraná tiene sus cabeceras, y son el verdadero origen de estas crecientes; no de otra manera que el Artesio, o Norte causa las del Nilo en sus respectivos tiempos; esto es en medio del Verano de aquella región, o por los meses de junio y julio. En el invierno baja el Paraná regularmente más que en alguna otra estación del año a no ser que las muchas aguas lo hagan crecer por el mes de junio como se suele verificar no pocas veces. En estas ocasiones disminuyen los riesgos de la navegación y los barcos cargados con doce mil arrobas de yerba, pasan sin detención   -413-   por el Salto de Candelaria, venciendo del mismo modo con facilidad los demás obstáculos. Por último con estas inundaciones reverdecen los pastos secos, se fertilizan los campos agostados, las tierras adquieren nuevo vigor y substancia con el limo y brozas, se refrigera el ambiente de los intensos calores del clima y del estío, terminan las plagas y epidemias, los animales respiran nuevo aliento y las gentes nueva vida60.

Aunque, se había convenido en reconocer el Paraná, era únicamente con la mira de demarcarlo y con la de indagar la boca del Igurey como afirma nuestro concurrente, lo que sería contra la instrucción de Su Majestad que sentada la inexistencia de tal Río, ordena tomar en su hogar el Igatimy.

De no tomar este partido, nada se hubiera hecho. El Coronel Roscio no declaraba su dictamen, ni dejaba aquel estilo reservado, lleno de precauciones y misterios, sin determinar cosa alguna de por si, ya con el pretexto de no tener baqueanos, ya con otras ideas, y generalidades fuera del caso, pero sin convenir de forma alguna en la demarcación de aquellos ríos. Quería emplear el tiempo en puros reconocimientos, propuestos por otro para errar por mano ajena y deseaba un expediente más favorable que el Igatimy, que también le habían de proponer, para ver el modo de hacerlo todavía más ventajoso, sin arriesgar, ni ceder nada de su parte. La estación se nos pasaba. Los víveres se consumían en puros debates; y nos vimos obligados a contemporizar con el sistema moroso de los reconocimientos por no estar en la inacción, dando parte de todo al señor virrey del Río de la Plata. El Paraná fue reconocido hasta el Salto Grande; el Iguazú y el San Antonio lo fueron igualmente, y el comisario portugués, recibida entre tanto la contestación a sus oficios del primero de su   -414-   nación, entabló de nuevo su negociación política, persuadido de que el asunto podría dar de sí alguna cosa.

Parece que el coronel Roscio con esta especie de lo que varía la denominación de los ríos ha proporcionado lugar a que se crea, que el Igurey se halla por bajo del Salto Grande del Paraná, habiendo mudado algunas letras de su nombre, y es aquel río de que hablamos pág. 282 llamado Iguarehy por la Partida de Paulistas que bajó a reconocer aquellos terrenos el año de 1783, mas ya dijimos ser esta una invención premeditada, y un designio malicioso. El Igurey se ha considerado siempre de la banda del N del Salto Grande, y de la Cordillera de Maracayú, y no a corta distancia, con que de haber cuidado algo su nombre, debemos suponer más bien, que será el Iaguarey. Río caudaloso que entra en el Paraná por la orilla occidental como 22 leguas, a septentrión de la expresada cordillera y Salto. Las cabeceras de este gran río confrontan con las del nombrado Corrientes, en el artículo del Tratado Preliminar que fluye al Paraguay, y tal vez acomode mejor para límite que el Igatimy por cubrir nuestros establecimientos del Ipaná, la reducción de Belén y la villa de la Concepción.

Uno de los motivos que nos obligó a llevar tan adelante, esta contienda aunque conocíamos no se había de sacar fruto alguno, fue la contestación del señor virrey del Río de la Mata, sobre los primeros debates ocurridos en el Iguazú y recibida por nosotros en 1.º de noviembre.

Ya dejamos notado en el oficio 10 de nuestro concurrente, que por estas expresiones del tratado "continue (la frontera) a encontrar las corrientes del Río de San Antonio" no entiendo se haya de tomar por límite el mismo Río de San Antonio.

La falta de conformidad en las órdenes, que tantas veces se solicitó desde las primeras juntas del Chuy, y jamás con resultas, fue con efecto la causa principal de no haber convenido en la demarcación del Paraná el comisario portugués. También hemos visto, se negó practicar el reconocimiento del Iguazú, en las 16 ó 20 leguas, a oriente de la boca del San Antonio (pág. ) como ordenaba ahora el señor

  -415-   virrey, en su oficio antecedente. Recibidas estas contestaciones en Candelaria, remitimos a Su Excelencia con fecha 16 de enero de 1789, un tanto de la competencia referida y la contestación fue la siguiente61.

Como no hubo ajuste alguno sobre la demarcación del Iguazú y Paraná, ni nuestro convenio fue otro que pasar a reconocer el Pepiry por la parte del Uruguay, no habiéndolo podido practicar por la serranía de San Antonio, no se formalizó expediente alguno de los que ordena el Tratado solo para aquellos casos, ni nuestro Concurrente convino después en ello a nuestra solicitud para dar gusto al señor virrey. Por la misma razón de no haberse concluido los trabajos, no se pusieron tampoco los planos en limpio, ni remitieron a Su Excelencia debiéndolo verificar todo después del examen del referido Pepiryguazú, mas como los pedía con instancia, se cortó el del Paraná, y envió a Buenos Aires, firmado de acuerdo con el comisario portugués, luego de nuestra llegada al pueblo de Santo Ángel cuyo viaje, y operaciones del Pepiry serán materia del capítulo siguiente.






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Capítulo XI

Viaje al pueblo de San Ángel. Discusión sobre el verdadero Pepiry o Pequiry y reconocimiento de los dos ríos que la causaron.


Dimos ya noticia (pág. ) de la representación, que dirigimos al señor virrey de Buenos Aires, en 17 de marzo de 87, sobre la dificultad o detención que se podría encontrar de parte de los portugueses, para que la primera subdivisión se encargase del reconocimiento del Pequyry, o Pepiryguazú, como ordenaba el Plan de Detal, atendida la mayor facilidad que tendía en este trabajo, debiendo terminar su respectiva demarcación en la boca de dicho río, y los grandes embarazos que por el contrario presentaría la elevada Cordillera de San Antonio,   -416-   para que lo practicase la segunda, que no lo podría conseguir, sino acosta de una nueva expedición, trasladándose a su barra por lado del Uruguay. La experiencia no hizo más que confirmar nuestros recelos. El señor marqués de Loreto, obró cuanto estuvo de su parte. Sus recursos llegaron hasta el Brasil, pero el primer comisario de Su Majestad Fidelísima hizo tal oposición informando de tal suerte al virrey del Janeiro que no pudo tener lugar un expediente tan conforme al espíritu del Tratado y que abreviaba de tantos meses la demarcación; siendo esto tanto más de notar, cuanto restó ociosa más de un año en el Pueblo de San Juan la citada primera subdivisión. La segunda pues, fue encargada expresamente del reconocimiento y demarcación del Pepiryguazú, en 27 de junio de 88, cuando apenas había empezado sus operaciones en el Paraná.

Tomada esta resolución, y no habiéndose conseguido el examen de dicho Pepiry por lado de la serranía de San Antonio, como se acaba de ver en el capítulo antecedente; luego que regresamos a Candelaria, se trató de transferirnos al Pueblo de San Ángel el último y más septentrional de los del Uruguay, y que por lo mismo, ofrecía mayor proporción para el objeto. El coronel Roscio, persuadido que las inmediaciones del primer comisario de su Nación le facilitarían habilitarse con mayor prontitud, se puso luego en marcha con su partida, el 11 de enero del 89, mas nosotros tuvimos por más conveniente, verificar primero los preparativos, que se hallaban no poco atrasados: y dar entrada tanto algún descanso a las gentes que venían demasiado extenuadas del Paraná, y necesitadas de refresco, que emprender con precipitación nuestro viaje en medio de los más fuertes calores, para ir después a detenernos en aquel pueblo sin utilidad. En todo el destacamento de milicias del Paraguay no se halló un solo individuo, que pudiese continuar el servicio; y nos fue forzoso pedir su reemplazo al gobernador intendente de aquella provincia don Joachin. A los que no le pudo reclutar y remitir hasta entrado marzo. El relevo sucesivo de dos ministros de Real Hacienda don Manuel Moreno de Argumosa, y don Francisco Díaz, a quien sucedió el 30 de enero por disposición del señor virrey don   -417-   Juan Bautista Florez, administrador del pueblo del Corpus, retardó bastante nuestras providencias, expedidas anticipadamente desde la barra del Iguazú para hacer nuevo acopio de víveres, y de más pertrechos, componer carretas etc. La cosecha, a más de esto, fue tardía y escasa, de manera que el bizcocho no se obtuvo hasta principio de abril, y no en la cantidad pedida. Fue asimismo necesario un nuevo surtimiento de medicinas, consumidas ya todas las que si sacaron de la capital; como también un presupuesto de caudales para pagar los sueldos y gratificaciones vencidas, jornales y demás empeños de la Tesorería de Su Majestad y proveer a los nuevos gastos extraordinarios, y subsistencia de la subdivisión en el presente año de 89, que se juzgó se emplearía en la expedición del Pepiry. Con este motivo se despachó a Buenos Aires, el 20 de marzo al alférez de dragones don Tomás de Ortega, que hizo su viaje por el Paraná, llevando consigo 78 soldados de su destacamento, que se hallaban no menos impedidos, y necesitados de relevo.

Todas estas causas nos detuvieron en Candelaria hasta el 23 de dicho mes de marzo, que auxiliados por los pueblos con peones, caballos, bueyes, reses de consumo y algunas carretas que faltaban por componer, y a cuyo cuidado quedó el Ministro Florez, emprendimos por último la marcha a San Ángel por los pueblos de San Joseph, Apóstoles, y Concepción, donde arribo la comitiva el 1.º de abril. La situación geográfica de estos dos primeros pueblos se dio ya a nuestra ida a Candelaria. Concepción dista de Apóstoles 13 millas a los 69 grados SE y se halla en 27º 58' 51" de latitud austral. El camino se aparta poco del rumbo general, y corta dos gajos del Chimirá, dos del Arcecutay y dos del Iaguané. El Iapeâ se forma sobre el pueblo, y todos estos arroyos que son de corta entidad, fluyen al sur para entrar en el Uruguay, cuyo paso dista 6 millas a los 52º SE y en él se observó la latitud de 28º 2' 45" por el astrónomo portugués Joachin Feliz, que llevaba los instrumentos.

En este pueblo de la Concepción tuvimos la infausta noticia del fallecimiento de nuestro muy amado y piadoso monarca el señor don Carlos   -418-   III, que Dios haya, el 14 de diciembre último y la exaltación al trono de su hijo primogénito y Príncipe de Asturias el señor don Carlos IV, que Dios conserve, el 17 de enero. También en este pueblo se había hecho el acopio de bizcochos y demás provisiones, luego que fueron recibidas, se continuó la marcha, molestando el tiempo no poco, con repetidas lluvias en el Paso del Uruguay, en que emplearon las carretas del rey hasta el 10 de abril. Las de los pueblos del departamento de Candelaria, se regresaron desde aquí con los peones y caballos que nos habían franqueado, para excusarles el trabajo de pasar el río: y el gobernador de Misiones dispuso se nos diese igual auxilio del pueblo de San Nicolás, situado ya del otro lado, 11 millas a los 38º SE en la altura de 28º 11' 23". Tiene este pueblo sobre la margen de dicho Uruguay una hermosa capilla nombrada de San Isidro, y después se cortan los dos primeros arroyos de Icatuacá y Capüpany, que reuniéndose corren a occidente y aumentan las aguas del Piratiny, distante cosa de 3 millas. El 11 se salió de San Nicolás, se cruzaron el Guacaracapá, el Tacuaraty, con otro que se les junta; los tres gajos del Cambay con la Capilla de San Gerónimo que de sirve de límite en medio de ellos; el Pirayú, con la de San Antonio que lo es de San Luis y se vino el 12, a dar sobre este pueblo, caminadas 7 leguas a los 46º SE en el paralelo observado de 28º 25' 24". Dejando el 13, las dos capillas limítrofes, llamadas de San Francisco y San Isidro, se paró en el pueblo de San Lorenzo después de 12 millas largas de marcha, a los 82º SE en la latitud de 28º 33' 14". Otras dos Capillas de San Joseph y San Carlos sobre las tres piernas del Caroqué, separan las pertenencias de San Lorenzo y San Miguel, que dista muy cerca de 10 millas a los 55º SE y se halla en los 28º 33' 14" de latitud. El arroyo del Caroqué desagua en el Iguy con dirección al Norte, y es célebre en la historia de Misiones por el martirio de los tres jesuitas Roque González de Santaeraz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo, acaecido sobre sus márgenes hacia los años de 1688. El cuadro de estos ilustres misioneros se venera en la referida capilla de San Carlos; y sus huesos juntos, con los de otro jesuita Diego de   -419-   Alfaro, se conservan en el pueblo de la Concepción. El carril que pasa por dichas capillas, deja a San Miguel como media legua al sur y terciando de allí al cuarto cuadrante, va a dar en el de San Juan Baptista, otras 10 millas distante de aquel ángulo de 58º NE y en el paralelo de 28º 27' 51". Nosotros nos adelantamos y tuvimos la satisfacción de visitar a los comisarios y oficiales de las dos primeras partidas, que, como se ha dicho, se hallaban acampadas en este pueblo. La tropa de carretas llegó el 16, y empleando los dos días siguientes en el paso de los dos Iyuyres sobre el primero de los cuales, que es el menor, se hallan de un lado y otro las dos capillas de término, San Juan Nepumuceno y San Roque, se vino el 18 a sentar el Real en el Pueblo de San Ángel, sito 4 leguas largas a los 39º NE y en 28º 18' 13" de latitud.

Por la derrota que hemos seguido, se viene en conocimiento, de que los cinco pueblos, San Juan, Santa Miguel que da su nombre al departamento, San Lorenzo, San Luis y San Nicolás, se hallan en el albardón que reparte aguas a los dos ríos Piratiny e Iyuy; los cuales naciendo hacia los 29º de latitud donde tienen también su origen el Yaguary y Toropy, corren el espacio de 35 leguas, por terrenos montuosos ásperos, bajo la dirección del NO a O NO la misma en que yacen los pueblos, y han a desaguar en el Uruguay, a N y S del paso de Concepción. El Piratiny, es navegable desde el paso de San Luis y él Iyuyguazú, que es el gajo más septentrional, que viene de los 28 al NE lo es también desde San Ángel mas los pueblos no saben en el día aprovechar tan ventajosas proporciones como en tiempo de los jesuitas. La lengua de tierra, o albardón que dejan entre si dichos ríos, tiene por donde más de 8 a 10 leguas de ancho, forma diversas rinconadas y potreros, y sus tierras aunque coloradas y poco salitrosas, no dejan de ser de buena calidad. En varios parajes de Misiones, más principalmente en estos arroyos, se encuentra una piedrecita, o concreto de tierra verde celeste, que, se cría dentro de las grandes piedras, a pequeños embriones y sin figura determinada, especie de ocre verde, provenido de alguna precipitación de cobre   -420-   disuelto por acido (ochra cupri pulverea viridis). Los pintores la muelen y reducen a polvo, y mezclándole un poco de agua o más bien agrio de naranja o limón, la disuelven bien y emplean ventajosamente en sus obras.

El 20 de abril se retiraron los alcaldes indios peones, tren de carretas y animales de San Nicolás se alojaron las tropas, oficiales de la partida, en los cuartos del Colegio, y otras del pueblo, que su don Carlos Ruano había preparado. Desde luego se trató con el comisario de la reina fidelísima, nuestro concurrente, que como se ha dicho antes se hallaba en San Ángel con la partida de su cargo, de dar principio a las operaciones y como el albardón de Santana y la picada abierta por los geógrafos de la primera subdivisión, estuviesen muy a tras mano, y no diesen facilidad para salir a la orilla de donde se consideró indispensable, formar algunos ranchos, acopiar víveres, y construir canoas, para practicar el reconocimiento del Pepiry, y demás que ocurriera; se tomó el expediente de hacer abrir otra picada, que tuviera, si era dable, todas aquellas proporciones. Con efecto dispuesta una partida de gastadores escolta de una y otra nación con dos baqueanos del pueblo, que solo tenían el nombre de tales salió el 7 de mayo, con provisiones por dos meses, bajo la conducta de dos facultativos don Andrés de Oyarvide y Joachin Feliz da Fonseca, que fueron instruidos con anticipación de la dirección que se deseaba dar a la picada, y llevaron para su gobierno un plano lo más arreglado que pudo ser del terreno. Dirigieron su marcha por un hermoso albardón, cubierto de frondosas islas, que gira al NE la distancia de 15 leguas costeando a occidente el Iyuyguazú que baja del paralelo de latitud 28º y cortando varios arroyos de poca entidad primeramente el Yanoy que rodea la Población bien de cerca al ES para entrar en el mismo Iyuy y después los Itapey Ñacapuyta y Ñacayuguy que bordado de árboles como los demás de esta América, corren al 4.º cuadrante. Entraron, pasado dicho albardón por una picada como de 2 1½ millas, abierta en tiempo de los jesuitas, en un campo espacioso, cercado de   -421-   monte por todas partes que se extiende 4 ½ leguas, sobre 1 de ancho a los 10º NO y termina en la latitud de 27º 37' 16". Hacia el fondo de este gran potrero, a que los indios llaman Ñucoraguazú y donde tienen yerbales, con buenos pastos y abrevaderos para los ganados, penetraron el bosque nuestros geógrafos con no poco trabajo y llevando a la derecha el que Cebollaty, que nace también en los 28º con dirección casi opuesta al Iyuyguazú, siguieron al N NO la distancia de 8 leguas. Doblaron cerros ásperos, cortaron multitud de pequeños arroyos tributarios todos del mismo Cebollaty. Pasaron por último este río, que graba demasiado a occidente en una canoa construida al efecto, se encaminaron a los 50º NE y andadas otras 3 ½ leguas por terrenos no agrios y montuosos puede decir sin ver el cielo, salieron el 29º de junio a la orilla del frente de la barra misma del Pepiry, de los antiguos demarcadores.

Trazada esta ruta, se regresaron los facultativos dejando a la partida de trabajadores al cuidado de su perfección, limpiándola, dándole mayor anchura, desechando en lo posible los cerros más pendientes, cañadas pantanosas, y otros malos pasos, hasta quedar transitable para cabalgaduras, y que se pudieran introducir por ella las provisiones. Quedaron asimismo en cargados de formar algunos ranchos en el Ñucoraguazú al principio de la picada, en el paso del Cebollaty y en la salida al Uruguay, donde fuera de esto, debían a lo menos construir una docena de buenas canoas, para practicar los reconocimientos, que se pretendían. Mas habiéndose remitido el tiempo en aguas con notable tesón, no les fue dable desempeñar este trabajo, que a la verdad no era pequeño, hasta fin de septiembre, que dejándolo enteramente concluido y a cargo de un corto número de dragones, se retiró el grueso de la partida, en que venían no pocos enfermos, entre otros el capitán don Joseph Bareyro y que de sus milicianos, que pidieron su licencia, y fue necesario concedérsela, no estando capaces de seguir el servicio.

Consiguiente a esta disposición de circunstancias se tomaron de acuerdo con el comisario portugués las más activas providencias para   -422-   verificar nuestra salida sin perdida de un solo instante, habiendo entablado de antemano una faena común de charques para las dos Partidas, que no tuvo el mejor suceso por las lluvias. La falta de los paraguayos se remplazó como se pudo, con 50 indios de los pueblos de San Luis y San Nicolás, de donde se hicieron también venir algunas carretas, bueyes, caballos y reses de consumo. Los caminos y malos tiempos detuvieron todo este trabajo bastantes días, particularmente el paso de los dos Iyuyres, impetuosamente crecidos con las copiosas aguas de los dos meses anteriores. A la sazón era suma la escasez de mantenimientos con que nos hallábamos. Consumido el y bizcocho y miniestras que habíamos sacado de Concepción, no se probaba el pan en las dos partidas desde el mes de julio, sin hallar modo de evitar esta calamidad, que comprendía igualmente oficiales y comisarios.

Todo el alimento de nuestras gentes se reducía a carne cansada, flaca y mal muerta. Una remesa de 300 quintales de harina, que desde principio del año había pedido el pueblo de San Ángel a la capital de Buenos Aires, se hallaba entorpecida desde entonces por las intrigas y monopolios de la administración general, que tenía interceptado el comercio de la provincia, y la introducción de todo género, con el plausible motivo de que los comerciantes engañaban a los indios y perjudicaban con sus tratos a los bienes de comunidad. Los recursos a la superioridad no eran eficaces. Los portugueses después de poner sus gritos en el cielo a vista de una carestía tan general, que parecía meditada, se empezaron a proveer de Río Pardo, tomando de aquí margen para otras introducciones clandestinas. Toda la plata que expendieron las partidas que no que no fue poca, paso por este medio a los dominios de Portugal, y los pueblos perdieron el logro del beneficio que les hubiera causado, despertando su industria, y dando actividad a su giro. La miseria y el contrabando son los efectos más seguros de la prohibición del comercio.

El Ministerio de Real Hacienda después de repetidas instancias a los tenientes y gobernador de Misiones, no pudo habilitar la partida, mas que con unas fanegas de maíz, que se conservaron cuidadosamente para   -423-   los que debían salir a navegar. Con tan cortos auxilios nos pusimos en marcha el 14 de octubre para no malograr lo ventajoso de la estación. La subdivisión portuguesa salió dos días antes, y ambas se vieron acampadas en el Ñucoraguazú el 21 del mismo. Desde luego se dispuso la condución de las provisiones a los ranchos del Uruguay, y prontas las mulas con sus Cangallas, o aparejos se cedió también la de delantera a la comitiva de la reina fidelísima, que salió el 25, acompañando a pie con un bordón en la mano del coronel Roscio, que llevado del deseo de ver el Pepiry de la antigua demarcación, temió montar a caballo por las asperezas y ramas de la picada. El 26 fue puesta en marcha nuestra caravana de bastimentos a cargo del alférez Valdez, con una escolta de seis dragones y al otro día seguimos nosotros igualmente en pos de todos, montados en un macho pequeño, bastante a propósito para las circunstancias del camino. En el paso del Cebollaty alcanzamos las dos tropas, el 28 a la tarde, habiendo cortado hasta 31. Arroyos, que daban sus aguas a este río, corriendo de la izquierda o de occidente entre igual número de cerros encumbrados montuosos, que nos obligaron a echar pie a tierra para pasarlos y en que abundaban los cedros, hitos, laureles, inciensos, canelos, lapachos y otras maderas excelentes, con particularidad el árbol de la yerba. La mañana del 29 se empleó toda en pasar el Cebollaty, y el 30 llegamos todos a la orilla del Uruguay, donde estaban formados los ranchos o almacenes, en que se depositaron los víveres; habiendo cruzado asimismo otros 12 arroyos, que corrían a la inversa o de oriente, entre otras tantas colinas no menos escabrosas y pendientes.

El comisario portugués quiso, fuésemos en persona y reconocer la boca del Periry de los antiguos demarcadores, que teníamos justamente frente de los ranchos, el Uruguay de por medio y efectivamente botando al agua dos de las canoas acabadas de construir, pasamos allá juntos la mañana del 31, y saltamos en tierra sobre las dos puntas que forman su barra. En la oriental se vieron dudosos, indicios de un antiguo desmonte, retoñados los árboles que habían sido cortados,   -424-   y en el centro, un tronco viejo, desnudo y carcomido del tiempo, que parecía haber tenido impresos algunos caracteres; y se tuvo por el de 13 pies de altura, de que habla el Plan de Detal, en que inscribieron los antiguos demarcadores R F 1759. Sobre la occidental hallamos otro desmonte o rozado de pocos meses, y en medio un árbol con dos inscripciones que decían: 1.ª "Hucusque auxiliatus est nobis Deuss = Pepiry 1788" 2.ª "Sine auxilio tuo, Domine, nihil sumus = Pepiryguazú 1788". Aquella estaba abierta en una plancha de cobre, y esta en el tronco mismo del árbol; y ambas fueron puestas por los geógrafos don Joachin Gundin y el doctor Joseph Saldaña en el segundo reconocimiento que practicaron del Uruguay, por disposición de los comisarios de la primera subdivisión, en los meses de julio y agosto del citado año de 88. Verificado este misterioso examen nos retiramos a los ranchos y como los caballos y demás bestias de carga no pudiesen subsistir allí, por falta de pastos, que absolutamente no los había dentro del monte, habiendo tenido que mantenerse durante el viaje, de hojas de árboles, especialmente de las de la caña Tacuarembó, que comían menos mal, fue acordado nuestro campo de afuera, dejando un destacamento de cada parte por custodia de víveres y canoas. En esta virtud aun no fue de día el 1.º de noviembre que volvió el coronel Roscio a empuñar su bordón, y nosotros a tomar el mulillo, que fue todo nuestro desempeño, poniéndonos el 3 a la tarde, en el Ñucoraguazú, después de 29 horas de marcha, sin embargo de haber llovido copiosamente desde el 2, y haberse puesto el camino punto menos que intransitable. Nuestro concurrente tardó hasta el 7 empleando 14 días en su trabajosa romería, de ida y vuelta.

Concluida felizmente esta penosa jornada y viendo que el coronel portugués enderezaba sus miras al Pepiry de los antiguos demarcadores, tratando con actividad y eficacia de su reconocimiento como la sola obra de nuestra comisión; al paso que un entero olvido se desentendía estudiosamente del verdadero Pepiryguazú, que una vez descubierto, como ya se apuntó, por los geógrafos de las primeras partidas, debía ser el principal objeto de nuestras atenciones; nos vimos   -425-   obligados a pasarle el siguiente oficio, solicitando el reconocimiento de este río, después de haberle hablado en diferentes ocasiones sobre el particular sin el menor fruto, dando margen por este estilo a una dilatada discusión, que no podemos dejar de insertar, antes de exponer las operaciones que siguieron.


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Reconocimiento del Pepiryminy, o río de los antiguos demarcadores

Llamamos Pepirymini a este río, cuyo examen vamos a exponer y que los antiguos demarcadores equivocaron con el Pepiryguazú; como se ha hecho ver en los documentos que anteceden. Parecía lo más natural y conveniente principiar a un mismo tiempo el reconocimiento de los dos ríos en disputa, y a este fin se dirigieron desde luego todas nuestras miras; mas los portugueses no se hallaban con tan sanos deseos, ni estaban a la verdad tan prontos, como acababa de asegurar su jefe en los oficios, o a lo menos no se movían con aquella ligereza y actividad, que exigían las vivas protestas, con que pretendía hacernos responsables de los atrasos y perjuicios. Nombrados, el 17 de noviembre por una parte el teniente extraordinario de ingenieros don Joseph María Cabrer, y el geógrafo don Andrés de Oyarvide, y recibí la instrucción de sus respectivos destinos, aquel el Pepirymini y este el Pepiryguazú, salieron, el 19 de nuestro campamento del Ñucoraguazú, y llegaron el 23 a los ranchos del Uruguay quedando desde aquel día prontos con sus canoas, tripulaciones, escolta y víveres.

No se aguardaba el coronel Roscio esta reconvención tan ejecutiva de las vías de hecho, acostumbrado a dudar de todo cuanto se le anticipaba, muy persuadido de que usábamos de su misma política; mas se desembarazó por entonces de la sorpresa, nombrando de su parte otros dos oficiales para la misma diligencia. Fueron estos el capitán de artillería y astrónomo Joachin Feliz da Fonseca y el ayudante de ingenieros Francisco das Chagas Santos, que transferidos, el 25, a los   -426-   ranchos de la Guardia con sus correspondientes comitivas fueron luego requeridos cada cual por su respectivo concurrente para dar principio a las operaciones, siendo no poco de atender al consumo inútil que hacían de los bastimentos, tanto más estimables en aquel paraje, cuanto eran escasos y costosos de introducir por el fragoso camino de la picada. Tenían aun que fabricar algunas canoas, y debían acopiar también mayor porción de provisiones, y no pudieron responder a los deseos de su comisario hasta el 8 de diciembre. Nuestro ingeniero Cabrer pudo fácilmente avenirse con esta disposición, reducido su encargo únicamente a seguir a Joachin Feliz, y aun se aprovechó de esta demora para mejorar y aumentar también el número de sus pequeños buques pero Oyarvide, a quien se le había recomendado la brevedad, exigiéndolo así la calidad de su comisión, y a quien no se ocultaba desde el principio la simulada tibieza de los portugueses, que interesados en eludirla, tiraban a retardarla, con la idea, tal vez que bajase el río, y no fuera practicable, resolvió ponerla por obra de su parte el 27 de noviembre dejando a su colega Las chagas, que aun no trataba de seguirlo.

Nosotros para mayor claridad separaremos la relación de estos trabajos, como se ha obrado hasta aquí; mas entretanto siendo inútil permanecer en el Ñucoraguazú con el grueso de las partidas y no poco costoso a la Real Hacienda se dejó una guardia competente para la conservación de aquel puesto importante, y mantener abierta la comunicación con los otros intereses, y bajamos el 22, al pueblo de San Ángel en compañía de nuestro concurrente poniéndonos también de este modo más en proporción de facilitar los socorros, con que mensualmente se debían auxiliar las dichas guardias, y los destacamentos, de arribos facultativos. A la sazón era ya relevado del mando y dignidad de virrey del río de la Plata el señor marques de Loreto. Habiéndole sucedido, el 4 de noviembre el excelentísimo señor don Nicolás de Arredondo mariscal de campo de los Reales Ejércitos: e instruido con documentos de cuanto se había actuado, no dejó Su Excelencia de prestarnos su aprobación. Asimismo se habían retirado a principios de dicho noviembre, las primeras partidas   -427-   del Pueblo de San Juan, quedando, solo el comisario principal de la reina fidelísima, como particularmente encargado de ambas subdivisiones portuguesas. Nuestro comisario director don Joseph Varela se dirigió con la peculiar de su cargo a Montevideo por la vía de Santa Tecla y destacó al piloto don Joachin Gundin, para que acabase de levantar el plano del Uruguay, a cuyo efecto llevó la Colección de instrumentos astronómicos; la que se debía entregar por expresa orden del excelentísimo señor don Antonio Valdez Ministro de Marina al capitán de fragata don Alejandro Malespina, que destinado a dar la vuelta al mundo con dos corbetas, acababa de tocar en Buenos aires. Joachin Feliz por otra parte se había llevado a su destino del Pepiry la otra colección portuguesa, y así vinimos a quedar destituidos de recursos y se perdieron las observaciones que ocurrieron en San Ángel.

El 8 de diciembre de 89, emprendieron pues el reconocimiento del Pepirymini Cabrer y Joachin Feliz62, en 16 canoas tripuladas por indios, una escolta de 20 hombres de armas entre soldados, dragones y milicianos, que mandaba el alférez don Juan Joseph Valdez, 2 baqueanos de monte o directores de picada de la villa de Curitiba, y víveres para unos dos meses y medio, o poco más, con algunas municiones y pertrechos, que fue todo lo que se pudo acomodar en los pequeños vasos, dejando otra cantidad casi igual de provisiones en el almacén general del Uruguay. Apenas dieron principio a su navegación, cuando empezaron también las infelicidades y los trabajos que siéndoles después tan comunes, se llegaron a familiarizar con ellos; las volcaduras de las canoas y cada paso con riesgo, y tal vez pérdida de alguno de los que no sabían nadar, y siempre con avería de sus pobres tratos y comestibles; la dura pensión de arrastrar las mismas canoas, largos trechos por cima de las piedras, con toda la gente en el agua a desmontarlas a fuerza de brazos por innumerables saltos y arrecifes, transportando su carga a hombros por tierra; la continua   -428-   batalla y choque perpetuo de las corrientes que precisamente habían de vencer, remolinos, peligrosos, caxoeras rapidísimas; la anticipada fatiga de sondar y escoger los mejores canales que formaban las islas, la de limpiarlos de la ramazón alta de los árboles de que estaban cubiertos y finalmente la de remover y apartar los viejos troncos, y chopos ocultos, peñascos gruesos, lajas resbaladizas y cortantes, con otra infinidad de estorbos que encontraba a cada momento, y en que se detenía su pequeña escuadra, etc. Con esta molestia y penalidad tardaron hasta el 25 de dicho diciembre en subir la distancia de 20 leguas contando sobre 150 arrecifes de difícil tránsito, y 2 saltos de más consideración, hasta la altura observada de 26º 51', siendo el cauce del río tan tortuoso y quebrado, que la misma distancia contada por su rumbo directo que es al N E ¼ N no pasa de 7 leguas.

En este paraje, poco arriba del arroyo nombrado de las Tarariras en la pasada demarcación, y hacia donde a corta diferencia parece, dejaron también sus balsas en aquel tiempo: no siendo ya el río de manera alguna navegable por su corto caudal, la escabrosidad de su fondo y aspereza de sus barrancas, u orillas, formaron sobre la de occidental unos ranchos para depósito de sus bastimentos; y despachando, el 30 varias de las canoas, bajo la conducta del alférez Valdez, por las que habían dejado en el Uruguay, siguieron el 13 de enero de 90, su descubrimiento por tierra, no habiéndolo antes permitido las lluvias y malos tiempos.

Doblada una pedregosa serranía, con algunos regatos de corta entidad, pasaron el 16 a las 3 leguas, después de haber registrado el desmonte hecho por los demarcadores del año de 59; y en su centro el gran árbol de Tupía, con una Cruz gravada en su tronco, como marca del último punto de su exploración. Acostumbrados en el Paraná a enriquecer y extender sus conocimientos sobre el terreno prescripto por sus antecesores, más animosos también ahora numerosos geógrafos pasaron adelante, abriendo a repetidos golpes de machete la intrincada breña, más difícil de romper en las márgenes y cercanías del río, de que no podían separarse sin perderlo, extraviándose   -429-   por el interior del Monte. Con la precisa demora de esta diaria ocupación, y obligados a seguir el sinuoso Zigzag, necesariamente habían de hacer muy cortas jornadas, tanto que por lo regular no excedían de una milla o media legua, y a veces hacían alto sobre el mismo sitio de la noche anterior después de haber dado una gran vuelta con el río, que podrían haber excusado, cortándola por su garganta, de tener su noticia anticipada. Un arroyo pequeño, con barranca de piedra viva y escarpadas manera de un muro inaccesible, les obligó, el 27 andadas 9 leguas a pasar con agua a la rodilla a la ribera oriental, por un salto que contaban ya el 8º, dejando una cruz que sirviese de guía a los que condujesen los víveres que aguardaban ya con impaciencia del rancho de la provisión.

Al paso que se internaban, más y más erizado el terreno de monstruosos peñascos, lajas acantiladas, y horrorosas desigualdades, multiplicaba los saltos del río, y eran forzados a repasarlo más a menudo, creciendo las dificultades de su marcha en la misma razón que los embarazos de su retirada, que en caso de creciente podrían ser insuperables. Fuera de esto habían notado varias veces desde su entrada en el río vestigios de infieles, mas desde el puerto de las Canoas, fueron más frecuentes, encontrando diversas rancherías de parcialidades distintas y numerosas, que aumentaban su cuidado por estar recién desamparadas, y humeando en ellas todavía los fogones. Vieron al derrededor de estos hogares muchos despojos y huesos de antas, venaos, loros, yacues, peces, ollas de barro cocido y pulidamente labradas; canastillas como para frutas, muy bien tejidas de la paja o cáscara del güembe y colgadas por sus asas de los árboles hasta cobos o cestos, aun más airosos de bejucos o carrizos para pescar; muebles todos hechos con la industria, al estilo y gusto de los pueblos civilizados, y que indican haber entre aquellos indios algunos desertores. Esto no obstante redoblando numerosos oficiales su cautela, como requería la calidad de aquellos habitantes del bosque, y pedía la cortedad de sus fuerzas precisamente repartidas en varios destinos, continuaron todavía otras 5 leguas su penosa ruta, hallando varios   -430-   islotes otros regajos que descendían de las quebradas y empinados cerros de ambas orillas y aumentaban el caudal del río, ya demasiadamente disminuido como cercano a su origen.

Considerando aquí lo mucho que se iban empeñando; la escasez de mantenimientos, los con que se hallaban, la tardanza del socorro que habían dejado recomendado, lo incierto del que les debía venir del Uruguay, el general desaliento de su reducida comitiva, agobiada del peso de las cargas, y el inminente riesgo de los indios tupices, que subía de punto con la distancia, a vista de todos estos inconvenientes y demás obstáculos que les rodeaban por todas partes, dificultando cada días más, o imposibilitando del todo la continuación de aquella diligencia; acordaran el 30 su regreso, y lo pusieron en práctica al día siguiente. Las gruesas y frecuentes lluvias, las turbonadas, tiempos de truenos y relámpagos, y más, que todo los huracanes temibles que causando asombrosos destrozos en los montes los ponían en la mayor consternación con el estruendo y los agigantados árboles que arrancaban de raíz, y caían a su lado, no les habían dejado de perseguir desde el principio de su comisión, mas ahora parece trataban de oponerse a la resolución de su retirada, cargándoles de tal suerte, que vistiendo la ropa mojada muchos días de seguido, se vinieron todos a enfermar de las humedades y fríos, del cansancio y vigilias, y sobre todo por la multitud de sabandijas ponzoñosas y molestosos insectos, voraces de sangre humana que con sus ardientes aguijones los mortificaban lo que no es decible, cubriéndolos de ronchas picantes, sarnas contagiosas, dolorosos granos en que anidaba tal vez, y se nutría la ninfa o gusano del mismo insecto. Los dos facultativos, como de más delicada fueron también los que adolecieron más, y sobre que se cargaban las mortíferas plagas de mosquitos, jejenes, tábanos y otras muchas moscas de varias especies, que se sucedían unas a otras, y remplazaban en las horas del día y de la noche según las estaciones. El de Su Majestad Fidelísima con especialidad, se llegó a hinchar y poner monstruoso de horrorosa lepra, de manera que aunque el 6 de febrero encontraron el socorro que   -431-   guardaban, no pudieron ya dejar de seguir su determinación y el 1 llegaron al puerto de las Canoas.

Como el reconocimiento de este río, practicado ya suficientemente en la antigua demarcación, se reiteraba ahora a instancias del comisario lusitano, y a pesar de nuestras repetidas protestas, fundadas sobre su inutilidad; la instrucción que llevaba el geógrafo español, se relucía únicamente a seguir y acompañar, como era justo, al portugués, hasta donde lo quisiese continuar, sin embarazar, ni proponer de su parte operación alguna. Por este motivo pudo Cabrer fácilmente convenir y regresar, hasta el referido puerto de las canoas; mas cuando su concurrente trató de llevar adelante su retirada con el pretexto de su enfermedad, aunque ni él ni los suyos disfrutaban de mejor salud, resolvió aguardar antes nueva determinación, que abandonar del todo su destino, sin expresa orden de su jefe. Dio cuenta de todo lo que se había operado, y del prudente partido que tomaba, remitiendo los más graves de sus enfermos con el mismo Joachin Feliz, que contento con dejarle parte de su escolta, se puso en derrota con el resto, el 20, y arribó el 3 a los ranchos del Uruguay. Informó desde ellos a su respectivo comisario, y como en las cartas y relación de su viaje hablase poco o nada de su dolencia, fundando las causas de su regreso en las dificultades invencibles, que ponderaba haber encontrado en la prosecución de aquella obra, habiéndose vencido superiores en la expedición de San Antonio, le fue dada la disposición de recomenzarla, sin obtener otra indulgencia con sus representaciones, que el envío de un físico, que procurase mejorar su mal estado de salud con una curación paliativa.

¡Tal era el empeño de los portugueses en seguir el examen de este río, que no los contenían los mayores embarazos! Creían que consiguiendo ligar sus cabeceras con las del río San Antonio mejoraba la condición de su disputa, y nadie dudaría y de ser el verdadero Pepiryguazú. Ponían en esto su mayor esmero, y todo otro trabajo no era de importancia para la Demarcación de límites. En vano se trataría, disuadirlos de esta falsa idea, o más bien de esta voluntaria   -432-   ilusión. Era un sistema artificioso que contaba más de 30 años de antigüedad, y todos nuestros esfuerzos hubieran sido tan inútiles como la primera vez. No podíamos dejar de convenir en adelantar más tan infructuoso como difícil descubrimiento, y solo aspiramos a sacar la ventaja posible de nuestra forzada condescendencia. Parecía de moral imposibilidad llegar a ver por esta parte el celebre Cury de las vertientes del San Antonio: y de seguridad moral que este río no bajaba del famoso Cerro de Pinheyro. Fundados en una estima arbitraria sujeta y mil errores, lo habían supuesto así los demarcadores antiguos; dando sentado que los pantanos que provenían de las faldas meridionales de dicho cerro, y en que estuvieron numerosos geógrafos, subiendo por el San Antonio, daban origen a su pretendido Pepiry. Aun cuando se tratase de alguno de sus brazos transversales, sería esta suposición una casualidad inesperada. ¿Cuánto lo sería más respecto del canal principal que es el que ahora se seguía? Sobre ella no obstante se dieron en aquel tiempo estos ríos por fronterizos y no hubo dificultad en dirigir por ellos la Línea Divisoria. Nuestro concurrente estaba, o lo afectaba estar, no menos imbuido de esta quimera, y en ella hacía estribar todas sus esperanzas. Conque si la experiencia llegaba a manifestar lo erróneo de estos principios quedaba destruido su más sólido argumento. Cabrer tuvo pues la orden de guardar a su cooperante, y el suceso no hizo más que acreditar nuestra conjetura como se va a ver.

Habían para este tiempo vuelto del efectivo Pepiry los otros dos geógrafos, y aunque no habían conseguido perfeccionar su indagación, fue necesario interrumpirla por entonces, para atender al reconocimiento de aquel otro río, que ocupaba todas nuestras fuerzas, atemperándonos hasta en esto al sistema lusitano, para hallar después la misma facilidad y correspondencia, en caso de haberse de volver también a este río como era probable. La fatal navegación del Pepirymini nos obligaba a socorrer a Cabrer todos los meses, no siendo fácil remitir de una vez considerable cantidad de provisiones, y apenas bastaban para llenar este objeto todas nuestras gentes y canoas, que padecieron   -433-   frecuentes naufragios y grandes averías en esta carrera. La partida portuguesa sufrió aun mayores desastres, viniendo a ser víctima de estos repetidos incidentes varios de sus individuos. La extraordinaria rapidez de las aguas, sus formidables hervideros, los saltos y el sin número de arrecifes hacían inevitables semejantes desgracias, ocasionadas tanto por la pequeñez y debilidad de los bastimentos no soportándolos de mayor porte el poco fondo.

Tardó Joachin Feliz en reponerse hasta principios de abril y reunido el 19 con su compañero, emprendieron de nuevo su ardua investigación el 26, y el 7 de mayo estuvieron en el punto mismo de donde se habían regresado el 30 de enero anterior, habiendo encontrado los arroyos crecidos por las fuertes lluvias, y muerto un tigre y un lobo marino. Por cerros encumbrados y breñas impenetrables de la caña llamada Tacuarembó siguieron el mismo día la ribera de occidente, cortando algunas zanjas y regajos, y alcanzándolos el 14 un pequeño auxilio de víveres, despachado del rancho de la provisión, despidieron con la escolta que lo conducía algunos indios que se habían enfermado en los 26º 20' de latitud, pasadas como 5 millas, seducidos del tamaño de un arroyo, que bajando del 4º cuadrante disputaba al río su magnitud, le examinaron no pequeño trecho; mas torciendo demasiado al SO rumbo que les separaba mucho de su deseado Cury, le abandonaron luego y tomaron el brazo del NE conociendo también ser el mayor. Subieron el 22 a las 10 millas, una hermosa catarata, que arrojaba el caudaloso torrente por una elevación de 50 pies, repartido en cuatro caños distintos, llamándola Salto 14, y remediada su necesidad con una abundante cosecha de piñones, gustoso y saludable maná que próvida y liberal mano les deparó en aquel desierto espantoso no menos destituido de humano recurso que los de la Arabia, montaron otros tres saltos de menor altura, todos causados como los anteriores, por la escarpada fragosidad y planicies o mesetas alternadas del terreno. Cruzaron el 27, el paralelo de 26º 12 donde debía yacer el suspirado Pinheyro 2 millas a occidente según un plano que les gobernaba del   -434-   coronel Roscio, y el 28 finalmente andadas otras 2 leguas toparon con un pequeño y barrancoso manantial cercado de un tremedal arenoso que da origen al dichoso río en los 26º 10' de latitud y proviene de las faldas de una colina de 400 pasos, que tendida EO reparte también aguas al septentrión.

Tratose luego de reconocer la tal colina, al día siguiente salió una partida, que empleó hasta el 31, en recorrer su pierna oriental en la distancia de más de 2 leguas. De su extremo nacía un río como de 5 a 6 varas de ancho y 2 a 3 cuartas de hondo, fondo pedregoso, orillas barrancosas, y adornadas de grandes tacuaras, y que formando desde su principio una vistosa confluencia, giraba como en vuelta del NE. Del 1.º al 5 de junio examinó la dicha partida la pierna occidental de la misma cuchilla, y terminaba también a las 3 leguas, dimanando asimismo de todos sus derrames y vertientes otro río, aun de mayor caudal que el primero y que discurría al O el cumplido tramo que alcanzaba la vista. Componíase la citada partida investigadora de baqueanos y soldados prácticos de una y otra nación, que habiendo estado antes en el San Antonio conservaban la idea precisa del nacimiento de este río, y situación del Pinheyro con la inscripción latina Non plus ultra, grabada en su tronco el año 1788, y todos depusieron uniformente no haber hallado tales señales, ni ser aquella loma la de las cabeceras del San Antonio.

Con el inesperado auxilio de las almendras de Cury o piñones, estando cubierto todo aquel paraje de un inmenso y frondoso pinar, hubieran podido llevar adelante su especulación numerosos geógrafos; mas lo graduaron superfluo. Los dos ríos que habían visto correr de aquella serranía, con direcciones casi opuestas del NE y O, abrazaban una área de muchas leguas, y les tenían lugar de una descubierta mayor que la que se les podía pedir. El San Antonio, según la latitud de su origen, no podía estar en aquellas inmediaciones, como lo suponía el plano arriba citado de nuestro concurrente, construido a lo que parece en la barra del Iguazú. El nuestro con arreglo a ellas, lo sitúa 9 millas largas más al O, que es hacia donde se le debe considerar, por ser el río   -435-   primero, o más occidental de los que fluyen al referido Iguazú, pero aunque esta circunstancia califica nuestro plano de mayor exactitud, con todo no le podemos dar por enteramente exento de error, no habiéndose encontrado el San Antonio a la distancia en que fue reconocida la cuchilla. Ciertos pues los dos oficiales, de no ser, ni con mucho fronterizo del San Antonio el supuesto Pepiry, ni menos descender de la célebre montaña del Pinheyro como se había creído, nueva equivocación de numerosos predecesores, que ponía de peor condición la causa de los portugueses, como habíamos conjeturado; acordaron su regreso, lo pusieron en planta, la mañana del 6 habiendo enviado por delante hasta 10 indios enfermos, de los que pereció uno de miseria en el camino. Tropezaron, el 10 con la segunda conducta de víveres, que aguardaban o mas bien con los conductores, que en vez de socorros, les llevaban el nuevo embarazo de suministrar los consumos de la comitiva. Contando ya 21 días de marcha y no pudiendo ser la carga de un hombre, particularmente en aquellos caminos, mucho mayor que lo que debía comer en ese mismo tiempo, aun arreglada su ración diaria con toda economía, como lo estaba en 30 onzas por todo mantenimiento; les restaba tan corta porción que aún no alcanzaba para el regreso de los mismos que los venían a socorrer. Por último a fuerza de industrias, y supliendo su escasez con alguna caza, frutas silvestres, miel y otros arbitrios de la laya que daban los montes, pudieron el 19 tomar las canoas y arribando el 21 a los ranchos del Uruguay, de donde habían salido el 8 de diciembre anterior, se restituyeron el 6 de julio con felicidad al pueblo de San Ángel.

Es pues en resumen, todo el curso del Pepiryminy, de 21 leguas los 15º SO desde su origen principal en los 26º 10' de latitud hasta su barra en los 27º 10' 30". La misma distancia subiría a 44 leguas si contásemos sus numerosas y complicadas vueltas. Los saltos más considerables son 17 e innumerables los arrecifes, de suerte que no da media legua de navegación tranquila y libre de riesgo en toda su extensión. Los geógrafos, aludiendo a no haber encontrado el Cury o Pinheyro de la marca que buscaron cuidadosamente lucieron gravar la   -436-   siguiente inscripción en varios árboles de hacia las asperezas y Collados de las primeras fuentes de este Río "Saliens im montes63, transiliens Colles: Quesivi illum et non invení. A. 1790 (Canticum Cant. C. 3.): y en su entrada en el Uruguay, debajo de Plancha de Cobre, que pusieron los facultativos de la primera subdivisión, dándole mal a propósito el nombre de Pepiry "Pepiry predato nomine vocor. a 1790." Duró esta trabajosa expedición 7½ meses en que padeció nuestra gente lo que no es decible. Naufragaron muchas canoas y balsas, perdiéronse cantidad de provisiones, armas y pertrechos y se ahogaron 1 soldado y 2 indios de la partida portuguesa.




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Reconocimiento del Pequiry o Pepiryguazú

Encargado del reconocimiento del Pequiry o Río de Mojarritas o Pececitos que eso significa en el idioma de los indios, nuestro geógrafo don Andrés de Oyarvide desde el 17 de noviembre se transfirió, el 19 como ya se dijo, a los ranchos del Uruguay, con todo el destacamento que le debía acompañar de nuestra parte. Siguiole dos días después por la de Portugal el ayudante de ingenieros Francisco das Chagas Santos, como había convenido el comisario de la reina fidelísima; pero esto fue más por aparato y ostentación, que con ánimo de concurrir de veras al desempeño de una obra de tal importancia y el envolvía grandes dificultades. La variante del río, que aumentando todos los días, hacía recelar no poder subir hasta sus cabeceras, el consumo inútil de las provisiones más necesarias, y lo estrecho de las órdenes para no perder instantes, no fueron motivos suficientes para sacar de su paso al ayudante portugués. Trataba con indolencia de aumentar el número de sus canoas, e introducir mucho acopio de bastimentos del campo de Ñacoraguazú, y la frialdad de sus disposiciones anunciaba sobradamente lo simulado de estos pretextos. Receló Oyarvide no tener concurrente,   -437-   o a lo menos conoció, que para lograrlo era menester ponerse en camino, y emprendió solo su navegación, el 27, con 4 canoas, 6 indios, 6 milicianos de la provincia del Paraguay, 3 dragones, 2½ meses de víveres, después de haber reconvenido y protestado Las Chagas sobre las resultas.

Montados dos considerables arrecifes entre otros menores del grande Uruguay, que bastaron a detener los comisarios de la antigua demarcación; y examinada a las 700 ½ millas la boca del Mbary que bajando de las caídas occidentales del albardón de Santana, donde están los yerbales de los pueblos de San Luis y San Miguel, fue equivocado en aquella época con el Uruguaypitá, estuvo nuestro geógrafo, el 8 de diciembre navegadas en todo 15 leguas en la barra efectiva de este río, poco equivocable con ningún otro de la costa del S, habiendo registrado las inscripciones, y desmontes, hechos con el Apetereby, y otro arroyo de la del N. por los oficiales de las primeras partidas. Corre el positivo Uruguaypitá la gran distancia de 60 leguas y se compone de tres brazos principales, que abrazan aun mayor espacio, teniendo su principio hacia los 98 grados de latitud del primero y segundo monte, cuyas faldas meridionales dan origen al Igay.

A las 8 leguas justas de dicho Uruguaypitá (o Río de aguas coloradas aunque en el país no es extraño por serlo generalmente las tierras) se halla en medio del Uruguay la decantada isla, conque todas las noticias antiguas, y modernas caracterizan el verdadero Pepiryguazú, y que realmente está frente de su boca a la distancia de 200 toesas. Es bastante montuosa, de mediana altura y su proyección de 2/3 de milla a los 11º NE. En su punta N se lee en el tronco de un árbol de Carupayná la inscripción "Te Deum laudamus, 4 de agosto de 1788" que don Joachin Gundin, geógrafo de la primera subdivisión puso por término de su segundo viaje, y en demostración de alegría de haber encontrado el deseado Pequiry por que tanto anhelaba. Extendió Oyarvide la misma tarjeta y añadió "Lætentur insulae multae. 12 de diciembre 1789".(Pral. 96). Pasó de allí a examinar la barra del río; que halló de 110 toesas de ancho, y siguiendo la misma idea de su antecesor inscribió en un   -438-   Zapiypitá de la punta S. aquello de los Cantares "Inveni quem diligit anima mea, Pequiry seu Pepiryguazú 12 diciembre 1789 (C. 3. V. 4.).

Montó, el 13 a las 3 ½ millas de la dicha barra un salto de 9 pies, marca no menos característica de este río y la referida isleta, arrastrando las canoas por la ribera occidental, y el 24 vencidos con el mismo trabajo otros muchos arrecifes en la distancia de 22 millas, teniendo el último hasta 14 pies de elevación, graduó indispensable formar un rancho pequeño y dejar en él parte de los víveres para su regreso, al cuidado de cinco individuos, que iban ya algo fatigados, y los pies muy heridos de las piedras y lajas del fondo del río. Tomada esta resolución, continuó su penosa fatiga con dos solas canoas y el resto de su gente. Eran tributarios del Pequiry en el tramo inmediato frecuentes arroyos no pequeños, y otros carros vistosos de agua que se despeñaban gradualmente de las serranías que le costeaban por ambas orillas. Entre todos sobresalía uno más notable que a las 8 ½ leguas, bajaba del oriente y penetrando por él cosa de 2 millas, le dio el nombre de Pequirymini, siendo glorioso émulo del brazo principal. Crecía la escabrosa altura de las sierras al paso que se internaba por ellas y culebrándose el río por las sinuosidades que formaban, venía a ser cada vez más difícil su navegación con la multitud de arrecifes grandes, que sobre el peligro de las corrientes aumentaban el trabajo de suspender más a menudo las canoas, y transportar las cargas sobre los hombros. Una serie de muchos días en que los malos tiempos y copiosas lluvias le hicieron perder la mayor parte, agravando lo ya demasiado fatal de tantos escollos con la nueva rapidez de las crecientes, redujo la jornada de los pocos que pudo aprovechar a solo la distancia de 4 leguas; y a su extremo fue nuevamente detenido, el 10 de enero de 90, por otra hermosa catarata que estrechando las superiores y explayadas aguas del Pepiry de 120 toesas, en un lecho angosto de 12, y 370 de largo, erizado de gruesos y negros peñascos, las precipita en un solo, tumultuoso y arrebatado torrente de nevadas espumas, por una progresión de gradas sucesivas, en que se distinguen tres estaciones principales, siendo   -439-   su total elevación de 11 toesas, y formando el todo el admirable prospecto de un pasmoso anfiteatro, que captaba la atención.

Ni las fuerzas, ni las provisiones conque se hallaba nuestro explorador alcanzaban para superar aquel nuevo embarazo. Era preciso abrir una picada por dentro del monte, subir por ella las canoas, y empleando en esta faena los pocos días de víveres que le quedaban, no podía hacer grandes progresos. Sin embargo considerando que el ayudante portugués podía arribar de un instante a otro con nuevo refuerzo, determinó esperarlo algunos días en aquel paraje, cercenando a los suyos la mitad de la ración, que siendo de dos libras, como se dijo antes, quedó reducida a solo una media de tasajo o charque y media de legumbres, o maíz. Entretanto, deseoso de adelantar del modo posible su investigación, siguió pie a tierra la orilla del río, hasta que a la distancia dicha 370 toesas, del otro lado ya de los arrecifes y reventazones del salto, lo detuvo otro arroyo de entidad, que venía del 4.º cuadrante a que llamó Bermejo, por el color de sus aguas. Subió después a la cinta de un gran cerro distante mil pasos al SO de la principal caída de la catarata, desde la alta cruceta de un elevado Apetereby relevó el cauce principal del Pepiryguazú, en la distancia de 6 a 8 leguas que se descubrían entre los 15º y 30º NE y el arroyo Bermejo, al NO. El terreno parecía disminuir de fragosidad y aspereza, más los montes continuaban tan espesos e interminables, como hasta allí, hacia las plagas del mundo, y a trechos grandes manchones de Pinares. En el robusto pie de un Timboybatá que se hallaba sobre el primer despeño de las aguas, y registraba todo el canal del río, hizo esculpir, la inscripción siguiente con relación a la misma alegoría que ya indicamos, "eum: nec dimittam. Pequiry seu Pepiryguazú. 10 Janº 1790" y en el Apetereby de la descubierta. "Simul montes excultabunt. 11 Janº 1790". (Cant.c, 3. v. 4) (Ps. 97).

Finalmente cumplido el 5.º día de aguardar a los portugueses, y no siendo ya dable suspender días tiempo su retirada, la puso en ejecución el 14 de enero; y la tarde del 15 encontró a su concurrente sobre la confluencia del Pepirymini, reducido a una pequeña balsa de   -440-   dos canoas, sin otra escolta que 4 soldados, que hacían también de remadores, y un sirviente. Corto socorro a la verdad, en que se confiaba demasiado, más que no obstante fue el único con que auxiliaron los lusitanos en esta importante expedición, mientras que al mismo tiempo nos prestábamos nosotros con todas nuestras fuerzas al reconocimiento inútil de su pretendido Pepiry. El coronel Roscio vivía muy persuadido, que si obraba de otro modo, o concurría de su parte como era justo, al examen del Pepiryguazú, autorizaba con los hechos la opinión contraria a la que había defendido por escrito con tanto tesón. Las Chagas se había detenido, como ya dijimos hasta el 8 de diciembre en los ranchos del Uruguay, para construir otra canoa cuyo tamaño le obligó a hacerle regresar, no habiéndola podido montar por los arrecifes. Su compañero Joachin Feliz pudo haberle franqueado algunas de las muchas que ocupó sin necesidad, mas esto sería ir contra el sistema propuesto; y así esta bizarra idea del comisario de Su Majestad Fidelísima fue la verdadera causa de la detención de su ayudante. Empeñado pues este en continuar en aquellos términos hasta el salto del Pequiry, sin que nadie pudiera disuadirlo de tan fútil empresa, siguió también nuestro geógrafo su determinación, y el 20 de enero llegó a la barra del río, habiendo recogido antes el repuesto de víveres que dejó a la subida, sus dos canoas y los 5 individuos ya mejorados.

Era la mente de Oyarvide en este proceder dar cumplimiento al segundo artículo de su instrucción, que le ordenaba subir el Uruguay a lo menos hasta lograr descubrir la boca del Uruguayminí, que los facultativos portugueses pretendieron equivocar, no sin refinada malicia con la del verdadero Pepiryguazú. Navegando en esta virtud el Uruguay aguas arriba, dio el 25 a las 12 leguas con la deseada confidencia del referido Uruguayminí, río nada fácil de confundir con otro alguno, tanto por su dirección del oriente, como por su gran caudal de aguas, y sobretodo por el dilatado valle de frondosos y corpulentos pinos, que se extienden por su ribera meridional hasta las orillas del Uruiguaypitá; circunstancias todas con que le caracterizan y distinguen los planos impresos, especialmente la gran carta de esta América por el   -441-   geógrafo del reino don Juan de la Cruz. Dejando pues abierta en un Zapiypitá de tres ramas de la punta S. la inscripción "Flumina plaudent manu. Uruguayminí. 25 Jan. 1790" (Ps. 97), adelantó nuestro piloto para asegurarse más de su conocimientos, otras 5 leguas la navegación del gran Uruguay, el que declinando algo del E al N se hace cada vez más ancho, manso y navegable; y dando aquí por acabada su diligencia el 27, el 4 de febrero con toda prosperidad a los ranchos de la Guardia, de donde había salido el 27 de noviembre anterior.

Dos días antes de su arribo encontró detenido en el Salto del Uruguay un socorro de provisiones que se le mandaba, y conducía el cabo de dragones Pedro Iguino. Su concurrente las Chagas había llegado el 27 de enero, y el que estuvo para ahogarse, habiéndosele virado la balsa, en que venía, en uno de los arrecifes del Pequiry, de donde le sacaron ya sin alientos ni sentidos, perdiendo todo su equipaje, y salvando casualmente los papeles, y algunos comestibles, con lo que pudo legar a salvamento.

Esta es en substancia la relación del diario de Oyarvide. El curso del río en las 21 leguas reconocidas, sin incluir las 8 descubiertas desde el Apetereby, es a los 38º E y su anchura como de 60 toesas hasta la barra del Pequirymini, y de allí hasta el Salto de 30. Enera de las razones que ya expusimos en la competencia que antecede, sosteniendo contra nuestro concurrente ser este el verdadero Pepiryguazú, la circunstancia solo de no hallarse otro río de mayor caudal, que entre en el Uruguay por la banda del N en las 10 leguas, anegadas por nuestro geógrafo, a saber 23 antes, y 17 después, nos lo persuade hasta la evidencia. El tomado por tal en la pasada demarcación, siendo menor indudablemente, deberá a lo sumo, ser el Pepirymini, pues no se ha encontrado río alguno de este nombre, y lo debe haber, como indica la relación de las partículas guazú y miní, comparativas de su magnitud en el idioma de los indios. No lo demuestra menos la etimología de Pequiry primer título con que el tratado preliminar señala este río y que en Guaraní significa río de Pececitos o Mojarritas. Las canoas de nuestras gentes se llenaban todos los días desde que entraron   -442-   por sus aguas de dichos animalitos, como refiere dicha relación. A mas que el mismo tratado no podía, en 1777, dar a entender con esta denominación de Piquiry el río aquel expresamente le fue suprimida en 1759, por los comisarios de límites de aquella época, como declaran en sus diarios, y dejamos advertido en nuestro tercer oficio (pág. 379). Luego el Pequiry o Pepiryguazú de que habla el artículo 8.º no es ni puede ser otro que el río de nuestra aserción.

Aunque Oyarvide no pudo llegar a las cabeceras de este río, ni menos indagar otro fronterizo a él, que fluyese al septentrión, hacia el Iguazú o Grande de Curitiba, como le prevenía su instrucción, y para lo que sería indispensable la campaña de otro año, con otros preparativos; el reconocimiento practicado, parece, daba luces suficientes para resolver el problema y que pudiera ser acertada la determinación de las Cortes, mas aunque lo expusimos así respetuosamente a la consideración del señor virrey de Buenos Aires, cuando dimos cuenta en 12 de marzo del regreso de los facultativos, consultando Su Excelencia el punto con el comisario director don Joseph Varela, que acababa de llegar a dicha capital, y que como primer autor de esta disputa tenía particular empeño en el examen de este río, y en que se adoptase por límite, fue resuelto lo contrario. La contestación del señor don Nicolás de Arredondo de 13 de abril es concebida en estos formales términos, "Sin embargo de conceptuar vuestra merced, que basta el reconocimiento practicado para instruir a las cortes del fundamento de nuestras pretensiones, y que puedan resolver con acierto, parece indispensable que se continúe el examen del Pepiryguazú y nuevamente descubierto, y por donde debe describirse la Línea Divisoria hasta sus cabeceras, y seguir por lo más alto del terreno, bajo las reglas del artículo 6 del tratado a encontrar las del San Antonio... y por tanto se deben disponer sin pérdida de tiempo los facultativos de ambas partidas por la conclusión de esta importante obra... etc".

Llegó a nuestras manos esta resolución a principios de mayo, cuando recomenzados los penosos trabajos del Pepiryminí con el restablecimiento del astrónomo portugués, llamaban toda nuestra atención;   -443-   y empleadas todas nuestras fuerzas y canoas en redoblar los socorros de víveres como exigía la mayor distancia a que se hallaban los destacamentos, y a lo que obligaba ya el rigor de la estación, malogrando y aun perdiendo la mayor parte de las provisiones en cada remesa con las continuas aguas y malos tiempos, como va referido; no pudo tener por entonces su debido efecto. Pero concluida aquella embarazosa expedición a primeros de julio, aunque lo crudo del invierno daba todavía pocas treguas, tratamos luego de disponernos sin demora para la nueva del Pepiryguazú, tanto más dificultando más distante, y cuanto nuestras fuentes estaban más postradas de la dura fatiga de 8 meses, que les había durado la de aquel río. Se pidió pues el remplazo de los milicianos del Paraguay, que ninguno de ellos había quedado en términos de continuar el servicio. Se dio asimismo baja a todos los indios de este Departamento que la proximidad de sus pueblos les hacía desertar con frecuencia, y se procuraron otros de los del Paraná, más prácticos en la peligrosa navegación de los ríos, más acostumbrados al manejo de las canoas. Se solicitaron mulas, caballos, y bueyes, y dieron finalmente todas las providencias necesarias para verificar un nuevo y proporcionado acopio de provisiones y pertrechos etc.

El comisario de Su Majestad Fidelísima entre tanto haciéndose olvidadizo de que la indagación del Pequiry había quedado en embrión, sin haber tenido tiempo de llegar a sus primeras vertientes, lejos de haber pasado a unirlas con las del otro río septentrional que corriese al Iguazú, como le había sido propuesto en nuestro primer oficio de 9 de noviembre del año anterior de 89, y él había convenido formalmente en el suyo de 18 de dicho mes; afectaba haber dado ya de mano a todos estos trabajos. Se desentendía de aquellas disposiciones preventivas, y se mostraba frío espectador de numerosos movimientos. Si alguna vez le llegamos a hablar en la materia, dándolo por sentado, se debía continuar el reconocimiento del Pepiryguazú interrumpido únicamente por atender el del otro río, no permitiendo las circunstancias seguir los dos a un mismo tiempo, como al principio; respondía con la indiferencia,   -444-   y tono de un curioso, no tomando más interés en la noticia, que si se le comunicara por entretenimiento o diversión. Viendo pues las cosas en este estado de crisis misteriosa que pasaban los días, y se perdían los preciosos instantes, aunque a nuestro ejemplo se debían preparar los portugueses para la nueva campaña, que requería hacerlo con anticipación, que llegaría la hora de salir y no estando avisados, ni prevenidos, podrían excusarse, y dejar de asistir a la conclusión y perfección de tan importante diligencia, empezada de común acuerdo, y que la necesidad sola había dejado pendiente, nos vimos obligados a formalizar los asuntos, para correr el velo y descifrar el emblema político del coronel Roscio, convidándole de oficio para el seguimiento de aquella operación. Por más que procuramos simplificar nuestro papel, sirvió no obstante de pretexto a nuestro concurrente que deseaba ansiosamente la más remota proporción, para renovar con mayor ardor sus antiguas pretensiones sobre los ríos Pequiry e Igurey enredando fuera del caso una complicadísima discusión tanto más escusada, cuanto los mismos puntos habían sido sentados con suficiente claridad y separación en el Paraná y en el campo de Ñacoraguazú y pendían ya de la decisión de las Cortes. Mas el partido estaba tomado, y el fin no era otro que ofuscar el verdadero derecho, y la razón, embrollando más y más las ideas y abultando a nuevas idas y venidas el voluminoso expediente sin pararse en la fidelidad ni exactitud de los medios. Nosotros, siguiendo el método que nos hemos propuesto en las materias polémicas, o contenciosas, daremos copia entera de los documentos originales, como piden la esencia y gravedad de los asuntos que se tocan, y exige la delicada Comisión de Límites.

Nosotros omitimos cuidadosamente decir que procedíamos de orden del señor virrey del Río de la Plata, precaviendo que el coronel Roscio tomase de aquí margen para solicitar volver también al Paraná, cuya expedición no habiéndose ejecutado a entera satisfacción del señor don Luis de Basconcellos, virrey del Brasil, se había ordenado reiterar varias veces aunque jamás quiso convenir en semejante propuesta del señor marqués de Loreto. Nuestra precaución sin embargo no   -445-   bastó para contener a nuestro concurrente, El requerimiento hecho en primera, instancia por el gobernador de Río Grande, y en segunda por el mismo señor virrey del Brasil, fue entablado ahora en tercera con nuevo vigor a título de justa correspondencia como se va a ver, mas aquella cautela sirvió para eludirlo e impugnarlo con mayor facilidad.

Viendo este modo de reproducir siempre las mismas cosas de nuestro concurrente, que era nunca acabar, dejamos de responderle por ahora directamente, y tomamos el partido de acelerar las operaciones para acabarlo de resolver, considerando que la vías de hecho son siempre más eficaces que las disputas, y también por que tal vez estaría persuadido, de que nuestra determinación de proceder solos al reconocimiento del verdadero Pepiry, no había de llegar a tener efecto, como se había dejado decir en público, y que únicamente se profería porque jamás se había de ejecutar, con el objeto de intimidarlo. Nuestro oficio fue reducido a los términos siguientes, haciendole ver que su retirada había sido de este carácter.

Nuestro concurrente hubiera querido que quedase esto así; más a nosotros nos interesaba hacer constar que habíamos efectivamente, dado principio a las operaciones sin su concurso, para que, en adelante no se pudiese obscurecer, como era fácil, a quien tenía por costumbre contradecir y negar los hechos más notorios; y también queríamos satisfacer a los varios puntos que dejamos pendientes del anterior o penúltimo oficio del coronel Roscio, por que no se presumiese que no tenían respuesta, y principalmente por lo mucho que conviene esclarecer estos asuntos para su más acertada decisión. Uno y otro objeto procuramos incluir en el siguiente oficio que dirigimos pocos instantes después de haber puesto en marcha el destacamento encargado del reconocimiento del Pequiry.





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Capítulo XII64

Continuación del reconocimiento del verdadero Pepiryguazú y nuevas disputas de los portugueses sobre este río y el Igurey.


Hemos visto en los documentos que anteceden la tenaz resistencia que hicieron los portugueses a la continuación del reconocimiento del Pequiry o Pepiryguazú, ordenada expresamente por el señor virrey del Río de la Plata en 13 de abril de 1790, no habiéndose podido concluir en la campaña del año anterior. Bien era de conocer, que esta oposición sistemática llevada tan adelante, y únicamente entablada para negociar a título de justa correspondencia que se reiterase la expedición mal sucedida del Paraná, no dejaría de ceder de su aparente tesón, si llegado el caso de dar principio a las operaciones, se lograba persuadir con los hechos a los comisarios de Su Majestad Fidelísima no ser tan vana como se habían creído nuestra resolución de salir solos a verificar sin su asistencia la deseada conclusión de esta obra importante. Efectivamente no debiendo diferir más tiempo un medio tan eficaz de acabar de resolver a los portugueses, y que en otra ocasión había tenido un éxito feliz, conseguido en gran parte el acopio de las provisiones necesarias, y habiendo llegado setenta indios buenos canoeros, que se habían pedido de los pueblos de Itapua y San Cosme, salió el 3 de noviembre como expusimos con igual fecha al coronel Roscio, nuestro geógrafo don Andrés de Oyarvide, acompañado de algunos dragones a continuar el reconocimiento del verdadero Pepiryguazú.

Concluido el del Pepiryminí o Río de los antiguos demarcadores, a petición de nuestro concurrente, como se dijo arriba no había ya para qué conservar el campamento del Ñucoraguazú. La picada del albardón de Santana abierta el año de 88 por los comisarios de la primera subdivisión en los montes occidentales del Uruguaypitá, que entra en el gran Uruguay 15 leguas a oriente de dicho Pepiryminí   -447-   como también se expuso, acortaba de otro tanto la navegación y ofrecía más acomodadas proporciones por esta diligencia. Dejando pues su comitiva en el camino de este albardón, se adelantó Oyarvide a levantar y transferir a él el citado campamento del Ñucoraguazú, haciendo llevar asimismo por el río unas canoas, que habían quedado de algún uso de la anterior campaña. Esta disposición era ya dictada de acuerdo con los portugueses que viendo que las cosas iban de veras cedieron de su obstinado empeño y vinieron por último en dar sus manos a la ejecución de una obra que había quedado incompleta, y cuya utilidad no se les podía esconder. Pero respondiendo rara vez la actividad de los hechos a la de las palabras, no fueron también estas muy puntuales las que adelantó su jefe en su oficio del día 6. Muy satisfecho de sus buenas ofertas, y con el pretexto de los 60 indios pedidos últimamente que era natural tardasen no poco en venir, defirió aun para otro tiempo su concurrencia el coronel lusitano. Los primeros trabajos de esta expedición que en todas son los más penosos y arriesgados, quedaron al cuidado solo de los españoles, y nuestro oficial reducido a operar sin ayuda de otro, le fue preciso dividir su gente y tardó hasta fines de noviembre en la traslación de aquel campo.

En este medio tiempo la tropa de carretas que escoltaba el sargento de dragones Manuel Pérez, con un cabo y cinco soldados, llegó el día 12 a la picada de Santana, y en la mañana del 15 antes de amanecer, fue sorprendida y cruelmente insultada por los indios Tupices, que parece la habían venido observando de lejos por las orillas de los montes, o como dicen comúnmente bombeando, que es la costumbre de estas naciones hasta lograr su depravado intento. Recién venido Pérez de Buenos Aires, con poca experiencia, y olvidado de las vivas exhortaciones que a su salida de este pueblo había oído sobre la reunión, vigilancia y disciplina con que se debía andar por un país de tales fieras dejó separar aunque a corta dista los ocho indios que guardaban la caballada y demás animales, con el soldado dragón Joseph Rodríguez, que siendo criollo, gustaba mucho de andar sin armas, lo pagó bien en esta ocasión. Hicieron estos un ranchillo de varas   -448-   arqueadas y ramas por albergarse de la lluvia en que estaba cerrada la noche, y se echaron a dormir a pierna suelta dejando el cuidado de la ronda de los caballos, y el de sus propias vidas al celo de un indio de los más infelices e inocentes, que fue lo que le valió. Reunidos silenciosamente los bárbaros, como a las dos de la madrugada, alrededor de la pobre Chozuela, armados de gruesas y tostadas macanas, de arcos, flechas y de algunos chuzos o lanzas de que se habían apoderado en otros asaltos semejantes a los guaraníes, fueron inhumanamente asesinando uno a uno aquellos miserables, sin darles aun tiempo de que de este modo vinieron a ser víctimas de su indolencia y flojedad.

Dos sin embargo pudieron escapar del sangriento furor y aun que mal heridos a favor de la espesura del bosque, y obscuridad del tiempo no tardaron en llegar a la guardia, donde acababa de arribar también el otro indio que había quedado a caballo. No había esta dejado de sentir desde el principio el rumor, la gritería y algazara de los salvajes, que procuran siempre atolondrar y confundir a los que acometen a fuerza de un ruido espiritoso, voces descompasadas, y estrepito. No era difícil de adivinar cual era el objeto de aquel desacostumbrado estruendo que se oía y eran mucho de temer las resultas, considerando aquellos desgraciados enteramente indefensos. Pérez y el cabo Francisco Gonzáles con los demás dragones pensaban ir en su socorro, y era lo que debían haber ejecutado sin detención; mas mientras se deliberaban y disponían, les llegó la noticia de lo acaecido, y resolvieron no moverse del puesto, aguardando en él ser también, atacados, y hacer su última defensa. Consecuente fue la determinación que tomaron al descuido que habían padecido. Los tupies no pensaron en venir a ellos, y malograron la oportunidad de socorrer y aun salvar la vida de alguno de los suyos, dejando tal vez, bien escarmentados a los agresores. Con todo la sumaria información que se hizo del cazo, los disculpa enteramente de una conducta que parece tan poco vigorosa, atendiendo a la distancia que mediaba, que siempre era cerca de una milla, a lo tenebroso y húmedo de la noche que embarazaba el   -449-   uso de las armas de fuego, a la cortedad de sus fuerzas, a la superioridad de las que se graduaban al enemigo y a sus otras ventajas, de hallarse en su propio país, conocer el terreno, su destreza y agilidad para andar por los montes, etc.

Apenas fue de día pasaron con la debida precaución al teatro donde se había representado tan lastimosa escena, y vieron de uno y otro lado los seis cadáveres, de 4 indios de este pueblo, uno de Itapua, y el dragón Rodríguez, que con la más extraña barbarie habían destrozado y dejado enteramente desnudos, llevándose la ropa, aquellos desalmados caribes. Llenos de espanto, no menos que de tan piadoso dolor los recogieron y dieron sepultura provisional, y después eclesiástica al regreso de las tropas de aquel destino que condujeron los huesos, juntos con los demás de otros 20 indios, que en aquellas inmediaciones, no había mucho tiempo, habían sufrido la misma desgracia.

No era esta sola vez, en muchas otras nos habían ofrecido de estos lamentables espectáculos, así el Ñucoraguazú, como el albardón de Santana y demás yerbales que tienen los pueblos sobre el Uruguay, sobre el Yacuy, etc. Todos ellos están poblados de cruces y desde el año de 87 no se oyen más que relaciones trágicas de estos desastres. Los tupices sin embargo hasta este lance, habían respetado siempre nuestras partidas, aun reducidas a menor número, y el mal suceso de este día se debe solo atribuir a la sorpresa de haberlos cogido durmiendo y sin armas en abandono total de sus más serias obligaciones. ¡No es fácil de explicar cuánto temían los infieles a los capayus o soldados, que conocían por la huella de bota o pie calzado! ¡Hacían cielos y tierra de encontrarse con los que imitan en sus armas al rayo y al trueno, y todo su valor y encono estallaban sino contra los Tapes! Antes de aquel tiempo reinaban la paz y buena armonía entre las dos naciones, aunque sin tratarse, ni aun conocerse el carácter fiero y huraño de los bárbaros los había mantenido siempre escondidos en lo más interior y oculto de la selva, sin que jamás se dejasen ver. Los rastros y los fuegos daban solo indicio de su existencia;   -450-   y si alguna vez en ausencia de los misionistas se acercaban a sus yerbales o ranchos, lo dejaban todo en el ser que lo hallaban. Millares de arroba de yerba se conservaban allí con más seguridad que en los pueblos, y si se notaba algo de menos, no era más que una huasca, un pedazo de enero o clavo roto, que llevaban para hacer una flecha. Nunca se desmintió su inocencia en esta parte, ni dejaron señales de mala fe.

Los que dieron primero un motivo de queja, fueron los Guaraníes. Habiéndose dejado ver los Tupices, el año citado arriba de 87, en el yerbal de San Luís, cosa que antes no había sucedido, dudando los de este pueblo si vendrían de paz, aunque verdaderamente no daban indicio de lo contrario, ni era de recelar, siendo aquella primera vez que se presentaban, y con ciertos ademanes, o señas de acercarse, y querer hablar, animados de un espíritu marcial, que no era del caso, los rodearon en una isleta o capón, y aun que los más de los infieles lograron escapar por una ceja de monte pantanosa, atollados una india y un indio, ambos como de 12 años de edad, cayeron en poder de los guaraníes, que sin prevenir las resultas, los condujeron y depositaron en el pueblo de San Juan, donde se conservan aún muy gustosos, habiendo mudado de vida y religión, altamente irritados los salvajes con este hecho, que tuvieron por una expresa declaración de guerra, y por un principio de hostilidades, no pensaron ya más que en el modo de vengarse, y castigar su ofensa. Los Luiseños fueron también los que sufrieron el primer insulto. Su yerbal de las cabeceras del Igay, fue acometido con el mayor denuedo, incendiadas más de 4.000 arrobas de yerba que era todo el fruto de aquel año, muertos 15 hombres, y heridos muchos, escapando los demás por la fuga.

Los demás pueblos han ido participando sucesivamente de estas desgracias, y solo en una ocasión las dejaron de padecer impunemente. Fue esta por diciembre de 89 en el mismo albardón de Santana, donde por una prudente precaución del gobernador de Misiones combinando y reuniendo todas las faenas de yerba de los pueblos de este Departamento   -451-   se hallaban juntos más de 400 indios, y algunos españoles armados. Don Joseph Antonio Lescano, que había sido administrador de San Ángel, y don Pascual Areguaty, corregidor actual de San Miguel, los dos bien expertos y desembarazados, dirigían la facción. Los bárbaros fueron rechazados vigorosamente. Sin contar los que irían heridos que es de presumir no serían pocos, quedaron tendidos en el campo de batalla hasta 23 de ambos sexos y dos niños de pechos cautivos, siendo mucho de notar que las mujeres no eviten los combates. Nuestra perdida fue solo de un miguelista y algunos heridos levemente de las flechas. Los tupices sin embargo continúan sus asaltos con el mismo furor. Siempre que pueden sorprender a los pobres tapes no lo dejan de hacer, y no hay año en que no suceda varias veces. ¡Nos es decible cuánto han perdido los pueblos en esta desavenencia! Sobre los muchos naturales que perecen todos los días en tan frecuentes sorpresas, inevitables a causa de la espesura del bosque, se ha desterrado ya del todo aquel antiguo sosiego, aquella actividad tranquila que reinaba antes en sus faenas de yerba. La zozobra, el cuidado y los repetidos alarmas las han hecho mucho más raras, más costosas y menos productivas, y hasta se han visto forzados a desamparar los mejores yerbales. Ya lo hemos dicho más de una vez, los pueblos ganarían mucho en el trato y comercio con las naciones de infieles que les cercan por todas partes, y nunca harán sobrados esfuerzos para reconciliarse y entrar de nuevo en su amistad.

A los 6 días de ese funesto incidente que acabamos de referir (el 21 de noviembre) llegó Oyarvide del Ñucoraguazú, y del pueblo de San Ángel, el teniente de milicias don Juan Joseph Valdez con 20 de sus soldados, que aunque no hacían más que llegar del Paraguay, con aquella noticia los hicimos salir en diligencia. Restituida la tranquilidad del albardón con estos refuerzos, se pudo dar forma a aquel establecimiento, se hicieron ranchos y almacenes, se adelanto un puesto para la caballada y demás animales a paraje de buenos pastos y abrevaderos, que no se encontró sino a las 4 leguas, en los campos de afuera y entrada   -452-   del mismo albardón y el 28 trataron por fin de entrar en el monte, siguiendo la antigua picada de las primeras partidas, con un competente número de gente de armas, para evitar en lo posible semejantes insultos. Hallábase dicha picada toda interrumpida de gruesos troncos, y casi ciega de ramazón, espinos, e hisipos o enredaderas y tuvieron que aclararla, haciéndola transitable hasta para las bestias de carga. Fuera de esto sabiéndose por otra parte, que su dirección no era de las más adecuadas que llevaba por cima de grandes cerros, muy pedregosos y pendientes, e iba a salir muy adentro del Uruguay que no ofrecía la mejor navegación, la enderezaron más hacia su barra en el Uruguay, por terrenos no tan ásperos, aunque siempre lo era alguna cosa; y el 15 de diciembre la concluyeron del todo, dejándola de una distancia como de 4 ½ leguas al rumbo del N de modo que se podía ahora vencer cómodamente en dos días con cargueros, cuando antes apenas bastaban cuatro.

Hallaron sobre la margen de dicho Uruguaypitá un ranchillo recién hecho, con varios pozuelos de menestras dentro de él, las cinco canoas que había conducido de la boca del Pepiryminí el dragón Pedro Chaves, acompañado de algunos otros soldados e indios. Habían estos llegado a aquel paraje a principios del mes e impacientes de aguardar en la soledad, útilmente empleados en el corte y fábrica de canoas, como se les había prevenido solo pensaron en salir afuera y no acertando con el rastro antiguo de la picada por falta de baqueano, se escarriaron por los montes, y anduvieron errantes no pocos días. Dieron estos hombres no poco cuidado por el recelo de los tupices, más su mayor enemigo fue el hambre que los puso a los umbrales de la muerte. Faltos de todo alimento, su espíritu abatido y sin fuerzas los más de ellos estaban sobre el punto de espirar cuando tuvieron la fortuna de ser hallados por los que se destinaron a buscarlos. Socorridos estos miserables, se dedicaron todos a levantar un buen rancho, que pudiera servir para depósito o almacén de víveres, con su separación o Cuerpo de Guardia y acortar algunos cedros escogidos de que había gran abundancia por ir trazando las   -453-   canoas que se graduasen precisas. La poca inteligencia de los indios y paraguayos dio que hacer no poco a Oyarvide en esta faena, y su natural desidia la retardó hasta mediado enero de 91 que se pudo lograr, diesen acabadas 15 canoas de porte, fuera de las 5 ya citadas de la campaña anterior.

Verificado entretanto un suficiente acopio de provisiones de boca y guerra en el albardón, e introducida no pequeña parte al nuevo almacén del Pitá, se hubiera sin duda dado principio por este tiempo a las primeras remesas que de acuerdo se había convenido enviar por delante al salto del Pequiry, 20 leguas distante de su barra, que era el último punto reconocido, a donde se trataba de establecer ahora el tercer puesto, para atender desde allí a los trabajos ulteriores. Mas nos fue forzoso todavía por esta vez, aguardar a numerosos concurrentes, que no satisfechos de la tenacidad con que habían procurado impedir la ejecución de esta importante obra, se hallan de todos los medios imaginables para demorarla, no sin considerable atraso del servicio. En la idea, tal vez, de que la estación la acabara de embarazar, o de asistir cuanto menos les fuese posible a los trabajos, no había pretexto de que no se sirvieran. Uno de los más especiosos conque retardaron hasta fin de año la traslación de su campo de Ñucoraguazú, fue la dilación de los 60 indios marineros que habían pedido de los pueblos del Paraná en 6 de noviembre y que necesariamente no podían venir antes. No obstante lo ocurrido, ni las reiteradas ofertas de su jefe, el geógrafo portugués no se movió de San Ángel hasta el 9 de febrero, tres meses y días después del español, que estando pronto, hacía tiempo no cesaba de quejarse en sus cartas de esta demora, a la verdad no muy fácil de cohonestar con palabras.

Como encontraron vencidas las primeras dificultades que son las que regularmente llevan más tiempo, dándose los lusitanos buena traza en el apronto de sus canoas, no es extraño, que antes de acabarse el mes de febrero, pudiesen despachar de acuerdo con los nuestros dos grandes remesas de bastimentos al Salto del Pepiry. Componíase cada una de estas remesas de diez balsas de a dos canoas, y al regreso de salida de   -454-   los que fueron con la primera salió la tercera el 21 de marzo, yendo también con ella los dos facultativos, que no se atrevieron a emprender su navegación, sin llevar por delante a lo menos cinco meses de víveres para toda su gente. La empleada en esta expedición subía a 250 hombres, los 110 de armas, y aun no sobraron para guarnecer los diferentes puestos que obligó, a formar la mucha distancia, escoltar los incesantes acarreos de provisiones que no podían pasar de unos parajes a otros, acompañar a los geógrafos por donde quiera que fuesen. La guardia de estos puestos se encargó a un cabo de cada puente con algunos soldados, y en el campo de afuera del Albardón quedaron los oficiales de los dos destacamentos de dragones, el teniente Tomás Ortega y el capitán Alejandro de Souza Pereyra. De este modo se logró tener siempre abierta la comunicación con las más avanzadas que seguían la exploración del río, y según sus avisos que aguas abajo no tardaban en llegar, se les socorría oportunamente siendo concernientes las demás providencias, y disposiciones.

No dejó el tiempo de favorecer, y aunque sin aquella unión que no permitían conservar los repetidos arrecifes y precipitadas corrientes del caudaloso Pepiryguazú, llegaron a su gran salto los dos geógrafos con sus respectivas flotas en los días 13 y 15 de abril, habiendo hecho gravar un Rursum, bajo las inscripciones puestas en la anterior campaña, con las fechas correspondientes de su arribo a los parajes. Dejando en aquel sitio la mayor parte de los mantenimientos y pertrechos, que llegaban con una guardia competente, hicieron regresar 20 de sus canoas al Pitá por otra remesa de municiones. Consideraron precisa, y montando las otras 20 a las aguas superiores de aquella catarata, siguieron el 19 del mismo, su penosa navegación. A las 5 millas, rebasado el río denominado antes Bermejo, dieron otro salto de no menor altura (10 toesas). El aspecto de las sierras y montes, que presentaban las dos orillas del Piquiry les hizo recelar, no les faltaría en adelante de estos tropiezos. Hiciéronse cargo que a proporción se debían aumentar las detenciones, los trabajos, y peligros; se resolvieron a dejar de una vez las canoas   -455-   estableciendo una nueva Guardia sobre la ribera occidental que debía comunicarse con la antecedente. Entretanto enviaron delante los gastadores, que les fueran trazando una ruta sin apartarse de la vista del río, y el 28 la siguieron ellos también con un nuevo boato de cargueros indios que conducían un conveniente repuesto de comestibles.

No se engañaron con la conjetura física a que les dio lugar el escabroso prospecto de los terrenos. Aún no habían andado dos leguas según las vueltas del río, cuando encontraron otro salto de 7 toesas de elevación, otro de 11 a las 3 leguas siguientes. Mas sin embargo de haber evitado estos dos grandes escollos, la doblada aspereza de los cerros y la espesura de los bosques que habían de romper diariamente a fuerza de brazo, les hubieran hecho dudar de lo acertado de su resolución de dejar las canoas, si a las 10 millas inmediatas no les hubiese aliviado de tan cansado afán un agradable e inesperado campestre, que a lomas suaves se extendía hasta la distancia de otras tres leguas. Daba principio en el Arroyo grande que bajaba del N con dos brazos, y nombraron así por su gran caudal, le cruzaba otro no menor, llamado por lo mismo del Campo, y terminaba en el de San Pedro a cuyos bordes llegaron el 15 de mayo, día del Santo Librador. Al salir a este campo despacharon los indios, que venían ya sin cargas, por nuevas provisiones, manifestando el río en su gran torrente, tener aun muy distantes sus primeras puntas, y para seguridad de la remesa fueron bien escoltados, exigiendo esta precaución las diferentes tolderías de indios monteses, que empezaban a indicar los repetidos humos del contorno.

Hasta el Arroyo Grande la dirección del Piquiry había sido como al N E tuerce después al S E como no se esperaba, el largo trecho de 5 leguas, y hacia la mitad de esta distancia, se le agrega del primer cuadrante el referido de San Isidro, cuyas circunstancias hicieron dudar al geógrafo portugués, si sería el cauce principal del primero, y se obstinaba en seguir por él la investigación. No alucinado con esta falsa idea nuestro Oyarvide examinó atentamente en alguna distancia los dos canales, y solo   -456-   de este modo logró hacer evidente lo voluntario de aquel equivocación que podía envolver una refinada malicia. No era el Pepiryguazú de tan poco momento, ni venía de tan cerca como el San Isidro, y desde él, como ya se apuntó, se interna otra vez por una intrincada selva de 13 millas, que obligó de nuevo a tomar las hoces. El menudo Ziezas de la Caja del Río alargó de mucho el tramo de esta segunda picada, y la dura pensión de los machetes se hizo más sensible con la necesidad en que se vieron de haber de cercenar la ración a su gente, tardando ya demasiado los socorros pedidos. Costando el Arroyo de los Ranchos, aunque en muchas otras partes los habían encontrado de los infieles, el de los Huídos, donde les desertaron algunos indios que volvieron después, con otras varias pequeñas vertientes, que bajan todas de la Cuchilla inmediata al septentrión, terminaron el segundo monte, sobre las playas del Arroyo pelado, que toma su nombre de un gran cerro desnudo que se registra en su misma confluencia, por donde le pasaron el 28 de dicho mes de mayo, teniendo el consuelo de salir a un nuevo campo donde se gozaba de otro cielo y respiraba un aire más libre.

No era este segundo campo tan llano y limpio como el primero. Tenía sus quebradas y asperezas, a trechos estaba cubierto de ásperos faginales, pero corría una distancia mayor de 9 leguas y se extendía hasta las cabeceras mismas del Pepiry, de las cuales empezaba otra ceja o cordón de monte dilatado al oriente. No bastando ya la precaución tomada antes, de disminuir la ración, tomaron el 2 de junio la de disminuir también su comitiva, obligando a ello la tardanza del socorro pedido, que no les alcanzó hasta el 8, lo que con todo no les sirvió de gran alivio, porque después de tantos días de marcha; apenas traía los conductores lo muy necesario por su propio sustento. La gran distancia, la calidad del camino y las cortas fuerzas de los cargueros, que como ya dijimos, eran hombres, no podían permitir otra cosa, siendo este uno de los mayores inconvenientes de esta clase de expediciones. Superados todos no obstante a fuerza de dieta y de constancia, cortaron en los días siguientes otros arroyos que

  -457-   descendían igualmente del N el del Arrecife, el de las Piedras, el del Valle, glorioso émulo del Pepiry, y descubrieron por último el deseado origen de este famoso río en los 26º 43' de latitud, Austral. Proviene de un esteral considerable y pantanoso que se forma de los derrames y faldas occidentales de una gran montaña, no tan alta, con gruesa y plana, y poblada de un bosque más claro y bajo que los anteriores. Aludiendo a estas circunstancias fue puesta la inscripción siguiente, el día del arribo de los geógrafos a aquel paraje, sobre un árbol de Aguarabay que desde la meseta de dicha montaña dominaba el nacimiento del Río, "Fundamenta ejus in montibus santis. Pequiry seu Pepiryguazú 14 Jun. 1791. (Salm. 86).

Habíase deseado de todo tiempo hallar otro río que tuviese sus cabeceras contiguas a las del Piquiry pero que corriese con dirección opuesta, al septentrión que desaguara en él Iguazú o Grande de Curitiba.

"Por las aguas de dicho río más vecino del origen principal del Pepiry y después y por las del Iguazú, continuará la Raya o Frontera decía" expresamente al artículo 5.º del tratado de límites del año de 50. Mediante esta disposición eligieron los antiguos demarcadores pata término de ambos dominios al Río de San Antonio, como fronterizo de su pretendido Pepiry, y en esta equivocada suposición lo nombra también ahora el Tratado Preliminar. Nada se había hecho con descubrir y examinar el verdadero Pepiryguazú, si desde sus primeras vertientes no se pasaba a buscar por lo más alto del terreno las de otro río inmediato que pudiera tener las condiciones que requerían los Tratados. Hecho cargo del peso de estas razones, lo había solicitado así nuestro comisario don Joseph Varela, en sus cartas de oficio del 14 de octubre y 24 de noviembre de 88, que recibidas cuando aún estábamos en el Paraná, fue convidado nuestro concurrente a practicar la indagación por el Iguazú, que como ya vimos, dejó de prestarse a ella, como lo tiene de costumbre. Así también lo ordenó poco después el señor marqués de Loreto, en oficio de 13 de diciembre que recibimos ya en el pueblo de la Candelaria, y como no retratadas estas órdenes, ni ejecutadas por falta de tiempo, obrasen todavía y toda su fuerza   -458-   vigor, se le habían insinuado asimismo a Oyarvide, en sus particulares instrucciones.

En esta virtud y en la situación más adecuada al intento, trató nuestro geógrafo de poner en práctica una determinación tan esencial, y necesaria, que sin ella se verían las Cortes muy embarazadas para señalar el curso de la Línea divisoria desde las puntas del Piquiry. Mas el portugués dio en ellas por concluidos sus trabajos, y se negó obstinadamente a llevar adelante el reconocimiento. Muy satisfechos de haber examinado ciertas caídas inmediatas y opuestas a las del Pepiry, que seguían al oriente, con inclinación al 2.º cuadrante, y hacia el Uruguay, no siendo por esta causa los septentrionales, que solo se debían buscar, resolvió su regreso, y día siguiente, 15 de junio, abandonando a su concurrente en aquel espantoso desierto, a pesar de las más serias protestas. No dejaba de constar al coronel Roscio que únicamente se debían inquirir las vertientes boreales, que fluyesen al Río de Curitiva, entre las que podían rodear de cerca las primeras fuentes del Pepiryguazú. El meridiano de demarcación, mal podría dirigirse por las orientales aun cuando fuesen las más vecinas. Nuestros diversos requerimientos solicitando el concurso de los portugueses para esta importante diligencia, estaban bien claros y terminantes o admitían tal interpretación. Pero como el objeto no era otro que eludirla, como lo había sido siempre, vino a pelo aquella sutileza, de que fije bien instruido el referido oficial.

No desanimado el español, ni con la presencia de las numerosas tolderías de infieles de que seguía rodeado, y manifestaban sus hogares a orillas de los montes, ni con la reducida escolta que le quedaba, dobló el mismo día por lo parte del Aguilón, la gran cuchilla de donde nace el Pepiry, y a los dos tercios de milla halló el nacimiento de otro río no menos caudaloso, que dirigiéndose en derechura al norte, mostraba desde sus principios tener todas las circunstancias indicadas y apetecidas. Entrañábase este nuevo río muy desde luego por asombrosas asperezas y breñas impenetrables, y como el trabajo de abrirlas y romperlas a fuerza de brazos, había crecido con la disminución   -459-   de los que se empleaban en tan ruda fatiga, advirtieron entonces más que antes lo arduo de su empresa, y lo expresaron así por la siguiente inscripción esculpida sobre un Timboybata de la orilla de occidente "Inquirere et investigare, pessimam ocupationem Deus dedit hominibus" (Ecclesco. C. 1.) San Antonioguazú 17 Jun. 1791. Nombre que impusieron al río, no tanto por haberlo descubierto dentro de la octava de este glorioso santo, cuanto por su mucha conformidad con el otro San Antonio de la pasada demarcación, supuesto fronterizo del Pepiryguazú.

¡Que ventajas no se hubieran seguido al servicio de ambas naciones, si costeando este río hasta donde sus aguas permitieran navegación, que según los indicios no sería a mucha distancia de su origen formadas algunas canoas, se le hubiera descendido hasta su entrada en el Iguazú, y después este hasta la barra del San Antonio, reconocida ya el año anterior de 88! Quedaban ligadas por esta parte todas nuestras operaciones, y no habría dificultad en determinar la proyección de la frontera, adoptada la opinión más probable de ser el río de nuestra disputa el verdadero Piquiry de que habla el artículo 8.º del Tratado Preliminar. No iba muy ajeno de estas ideas nuestro explorador. En ánimo de hacer algunas tentativas, cargó los instrumentos de fabricar canoas. No menos que las proporciones de su situación, conocía la necesidad que había de reconocer el San Antonioguazú. Se acordaba que en otro tiempo se había ordenado su investigación por lado del río de Curitiva, que envolvía insuperables embarazos, y leía en sus instrucciones el bosquejo de aquella orden antigua, que si a su salida fue solo condicional, no se le dejaría de dictar muy expresamente a su vuelta. Deseaba con ansia prevenir esta disposición, y sentía haberse de venir de tan lejos, dejando sin perfeccionar una obra, que probablemente le harían volver a concluirla. Mas el abatido espíritu de los pocos que le acompañaban, a vista de la intempestiva retirada de sus cooperantes, y la escasez de víveres, fueron obstáculos superiores al vigor que podía inspirar tan admirable pensamiento. Sólo a 2 leguas les dejó penetrar por las márgenes de aquel río lo fragoso de sus montes, haciendo los   -460-   mayores esfuerzos, y se regresaron, abriendo en aquel punto sobre un árbol de Ibataya que del Prodigo, "Hic fame pereo. Surgam et ibo ad Patrem" San Antonio guazú 20 Jun. 1791" y en su principio sobre un Plano de 4 toesas de alto: "Flumen Deirepletum sit aquis. San Antonio guazú 23 Jun. 1791"

A los dos días dieron de regreso con el cabo de dragones Francisco González, que, con otros seis soldados de escolta y 14 Indios les conducía el deseado socorro. Traía dicho cabo 64 días de viaje desde el puesto del Uruguaypitá, de donde había salido en las canoas que dejó en el gran Salto del Piquiry de allí se había conducido por tierra, con arreglo a las primeras órdenes que se le habían comunicado. Se deja entender bastante, cual sería el estado infeliz de aquella pobre gente, después de una marcha tan dilatada y penosa por aquellos desiertos. Todos ellos iban a punto menos que desfallecidos, no tanto por el cansancio y peso de las cargas, reducidas ya demasiado con tanta demora, en que la necesidad les había obligado, a echar mano de las provisiones que llevaban, cuanto por el continuo sobresalto y vigilancia que les había causado la inmediación de los infieles. Pocos días antes, parece, habían tenido estos salvajes unos con otros tan sangrienta refriega, que hubieron de perecer en ella todos los de una gran parcialidad; o a lo menos así lo daba a entender con sus ademanes y señas, no habiendo quien pudiera saber su lenguaje, una desdichada mujer que escapando sola del peligro con su hija de pechos en los brazos, se vino a valer de los nuestros, sin quererlos volver a desamparar. Pero lo que especialmente acabó de desmayar a dichos conductores, fue el encuentro de los portugueses que venían de retirada, y creyeron no poder alcanzar a nuestro geógrafo.

Animado este de nuevo con aquel auxilio, dispuso se volviesen a los ranchos los más cobardes y endebles, y con los más esforzados tentó el 26 nueva descubierta. Desde el arroyo nombrado de las Piedras, que cruza lo más hermoso y limpio del campo, y entra en el Piquiry como a 3 ½ leguas de su origen, se apartó Oyarvide de sus márgenes e hizo derrota a la gran cuchilla del septentrión que le costea y   -461-   sigue en todo su curso a bien corta distancia. Quería asegurarse de si esta cuchilla repartía aguas al Iguazú por su cara boreal, como indicaba en todo la inspección de los terrenos, y efectivamente dos considerables vertientes que encontró luego con aquella dirección, doblada la expresada serranía, le dejaron cierto de esta conjetura física, comprobándose también por ella que el San Antonio Iguazú no podía ser brazo de otro río que de aquel de Curitiva, como quedó sentado. Era la tal cuchilla por aquella parte de lomas dobladas, pero suaves y limpias, y las dichas dos vertientes, corriendo el espacio de 5 millas con proyecciones del N a NO, se ocultaban después en un inmenso bosque que no tenía fin.

Verificado este examen en los términos posibles, siguieron su regreso, cayendo nuevamente a su antigua picada de la orilla del río. Sobre el arroyo del Primer Campo se incorporaron, el 8 de julio, con los enfermos que habían enviado adelante, igualmente que con el teniente Valdez que les conducía otra pequeña remesa de provisiones en unión de los portugueses, y también lo dejaron al encuentro de los suyos. El 13 llegaron sin desgracia al puesto más avanzado del Salto Grande, acompañados de la india tupí con su hija a los hombros, y embarcándose todos en las canoas con los efectos sobrantes que no fueron pocos, arribaron el 2 con felicidad a la guardia del Uruguayapitá, de donde se constituyeron al campo de afuera y nuestro geógrafo a este de San Ángel el 1.º de agosto.

Según la relación y plano que nos entregó, y que hemos extractado fielmente corre el Piquiry desde su nacimiento en los 26º 43' de latitud austral la distancia de 11 leguas, al rumbo directo del O siendo las 8 primeras de campo raso, y las restantes de montes. Tiene de allí otras 71 leguas que en la mayor parte son también de campo, a los 40º NO y dejando después 15 al SO, por entre espeso bosque, desagua en el Uruguay bajo el paralelo de 27º 9' de manera que de toda la distancia de los tres lances principales del río 30 leguas en línea recta, pasan mucho de 60, las que riega con el movimiento de sus aguas en sus numerosas y repetidas vueltas. De la distancia de   -462-   otras 2 leguas, poco más o menos, le costea al septentrión la cuchilla alta o cordillera de que hemos hablado, siguiendo cabalmente sus mismas ondulaciones, y repartiendo aguas de uno y otro lado, al Iguazú y al mismo Pepiry. De ella se forman los arroyos que le entran por su ribera boreal. Por la meridional se le agregan pocos, y despreciables no permitiendo la inmediación del gran Uruguay, ni la natural pendiente de los terrenos hacia él. Entre unos y otros solos se distinguen el del valle, que estando hacia las cabeceras viene a ser su segunda vertiente principal. Fuera de los tres saltos de que hemos hablado, se le cuentan otros tres, sin un gran número de arrecifes, que dificultan sobremanera, o imposibilitan del todo su navegación, aunque, tal vez en las mayores crecientes sean todos superables.

Los terrenos que baña este gran río son comúnmente altos dobles y de una tierra colorada, o bermeja, semejante a toda la de Misiones, que parece la Damascena humus vegetabilis ochraceo rufa de Linneo. Los campos de la otra parte de la cuchilla del Piquiry, caídas ya del Iguazú, son de mejor calidad, la tierra más negra y crasa, y los pastos más tiernos y nutritivos. De los montes, aseguran los geógrafos, poderse decir sin exageración, no ser otra cosa que un puro y dilatado pinar. El árbol de la célebre yerba del Paraguay aunque no tanto como los pinos o curys, abundaba sin embargo bastante, siendo su calidad de la superior nombrada Caá miní. Largos trechos estaban solo poblados de estas dos especies, y los demás árboles comunes en otras partes, eran raros en esta y no muy corpulentos, de suerte que hay lugar de creer, no se dan bien entre los pinos.

Restanos solo decir que para no convenir los portugueses en la denominación de Piquiry o Pepiryguazú llamaron a este río el Caudallozo, que a la verdad no cuadraba mal a sus circunstancias; así como Rio do Ingano, al Uruguaypitá, queriendo significar por esta expresión el engaño que suponían haber padecido su primer comisario, cuando convino de este nombre con su concurrente don Joseph Varela al tiempo de firmar los planos de su primera división, como expusimos   -463-   más individualmente en la nota de la pág. La alegoría sería más razonable, si se refiriera a la equivocación, o engaño efectivo, en que acerca de estos dos ríos, y especialmente del Uruguaypitá, indujo al pretendido práctico de San Javier a los comisarios de la pasada demarcación. Copiemos ahora las nuevas disputas que suscitó el coronel Roscio sobre los mismos puntos del Igurey y Pepiriguazú, sin otro objeto que reiterar sus instancias de volver al Paraná, sobre que había recibido nuevas y más estrechas recomendaciones del virrey del Brasil (conde de Resende) el gobernador de Río Grande, hecho ya Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos de Su Majestad Fidelísima

Con efecto se había tratado de retirar las tropas del albardón de Santana cuando regresasen los geógrafos, más en la implícita suposición de que hubiesen concluido enteramente la diligencia cuando a la llegada del español se supo la intempestiva retirada del portugués, y el descubrimiento del San Antonioguazú, fue indispensable variar la resolución, y dejar en aquel campamento un piquete de cada parte, como a nuestra propuesta convino el coronel Roscio, hasta saber las resultas de Buenos Aires. Vivían aún las órdenes con que nos hallábamos de buscar un río, que fluyendo en el Iguazú, encabezara con el verdadero Piquiry, y el señor virrey podía ordenar se llevase adelante el reconocimiento del referido San Antonioguazú, en que parecía tener lugar todas aquellas circunstancias. Dando parte a Su Excelencia de todo lo acaecido hasta el 3 de agosto, después del regreso de Oyarvide lo consultamos sobre este punto, como asimismo sobre la respuesta que debíamos dar a los portugueses, si reclamaban volver al Paraná, como era de presumir. El señor don Nicolás de Arredondo nos había dejado de contestar a este segundo punto, sin embargo de que por diciembre del año pasado había puesto en sus manos nuestro segundo don Joseph María Cabrer la gran competencia del capítulo antecedente que pensaba sobre él; y acababa de ocurrir por el mes de noviembre anterior. No atreviéndonos a comprometer la autoridad de Su Excelencia no dejó de embarazarnos esta falta de contestación, esforzando los comisarios de Su Majestad Fidelísima de mancomún sus instancias, como no es creíble. Obligados a responder   -464-   por escrito, pues se negaban a tratar de otro modo, siendo este el sistema adoptado, hacía tiempo, sin otro fin que huir las operaciones, embrollar y complicar más y más los asuntos a fuerza de expedientes y controversias, no hubo otro medio de salir del caso, que tirar a diferir nuestra respuesta categórica, hasta obtenerla del señor virrey. Llegonos ésta en el correo de octubre, y como veremos después, no fue de mucho tan decisiva como la deseábamos. Entre tanto nos volvieron a dejar solos los portugueses en el albardón de Santana, poniendo desde luego en ejecución la tema de retirar su gente, y siéndonos forzoso mantener allí la nuestra para la conservación de aquel puesto y de las canoas del Uruguaypitá, hasta fin de año, que concluida la disputa y no dándose a partido de modo alguno. Se interrumpieron enteramente los trabajos.

Diario de la segunda
división de límites, al mando
de don Diego de Alvear, teniente
de navío de la Real Armada: con la descripción de su viaje desde Buenos Aires




 
 
FIN
 
 




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