Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Diez años de «Adonais»

Ricardo Gullón





  —69→  

Diez años de «Adonais»: Se cumplen ahora los diez años de vida de la colección Adonais, fundada en 1943 por Juan Guerrero, el siempre animoso y entusiasta Cónsul de la Poesía Española (el título lo concedió Federico García Lorca, con el asentimiento de los mejores poetas contemporáneos, y no pudo recaer en persona que mejor lo mereciera). Esta es, pues, excelente oportunidad para elogiar públicamente el fervor de uno de los mejores y más leales amigos que nunca tuvieron la poesía y los poetas.

Juan Guerrero Ruiz cuenta en su Haber con partidas considerables animador de Índice (el Índice de 1921); de Verso y Prosa; de la página literaria de La Verdad de Murcia, famosa en un tiempo; de la editorial Hispánica; amigo entrañable de Juan Ramón Jiménez y de los poetas más jóvenes, su casa es capilla donde se rinde culto a la poesía, museo y... también hogar en que se agasaja a cuantos de cerca o de lejos tienen algo que ver con ella. Cualquier poeta, escritor, artista plástico de paso por Madrid, está seguro de encontrar en Hermosilla 44 afectuosa bienvenida, corazones amigos y un ambiente de simpatía y afecto muy reconfortante. Guerrero improvisa, en media hora y seis llamadas telefónicas, una recepción, y acierta a reunir en torno al forastero las personas que este deseaba conocer.

Hace diez años decidió el animoso Cónsul iniciar la publicación de una serie de libritos poéticos y nombró Secretario de la colección a un joven poeta, José Luis Cano. La colección recibió el nombre de Adonais y su primer volumen: Poemas del Toro, de Rafael Morales, terminó de imprimirse, según reza el colofón, el 20 de abril de 1943. Los pequeños volúmenes, de cubierta limpia y alegre, lograron buen éxito y, gracias al núcleo de fieles suscriptores que desde el comienzo apoyaron la empresa, pudo esta consolidarse y mantenerse.

Guerrero y Cano adoptaron una fórmula feliz: a los libros de poetas ya conocidos, fueren de la generación del 25 -Aleixandre, Gerardo   —70→   Diego, Dámaso Alonso... o de la subsiguiente -Vivanco, Muñoz Rojas, Ridruejo, Gil...- se dieron los jóvenes y entonces desconocidos -Bousoño, Nora, Maruri, Crémer, García Nieto...- y excelentes traducciones de obras poéticas extranjeras.

Cuando iban publicados treinta volúmenes, la colección Adonais pasó a manos de otros editores; por fortuna quedó rigiéndola José Luis Cano, continuando las directrices iniciales. Son casi un centenar los tomitos de la serie y su importancia es tal que sin ellos difícilmente se entendería la evolución de la poesía española a partir de la guerra civil. Entre ellos figuran revelaciones como Los Muertos, de José Luis Hidalbos, y Alegría, de José Hierro, quizá los dos libros más importantes escritos hasta ahora por los poetas del 52; figuran también -por limitarme a los jóvenes- los dos primeros de Carlos Bousoño, Suárez Carreño y Eugenio de Nora, y obras de Julio Maruri, Lorenzo Gomis, Caballero Bonald, Manuel Arce, Carlos Salomón...

Ha publicado estimables antologías de Poesía francesa religiosa (por Leopoldo Rodríguez Alcalde), Poetas metafísicos ingleses (por Mauricio Molho y Blanca G. de Escandón y Poetas catalanes contemporáneos (por Paulina Crusat) y versiones excelentes, genuinamente poéticas, del Adonais, de Shelley y los Cuatro Cuartetos, de T. S. Elliot (por Vicente Gaos); Poemas, de Kathleen Raine (por Mariano Manent) y de Carlos Drummond de Andrade (por Rafael Santos Toruella); Doce poemas de Holderlin (por José María Valverde); Poesías de Keats (por Clemencia Miró) y de Miguel Torga (por Pilar Vázquez Cuesta), y otras cuya mención evito para no alargar demasiado la nómina.

Gracias al sistema de publicación periódica y a la fidelidad de los suscriptores, los poetas encontraron en la colección Adonais vehículo adecuado para llegar al público que mejor podía comprenderles y alentarles. Los tomitos de la serie no tardaron en alcanzar cierta popularidad (la que puede esperar este género de obras) y sustituyeron con ventaja, pese a lo reducido de su formato, a las habituales ediciones «de autor», casi siempre recibidas con recelo por los libreros y los eventuales lectores.

La colección así resolvió el problema editorial en lo que se refiere a los poetas. Guerrero antes y Cano ahora la dirigieron con criterio amplio y generoso, sin entrar en otras discriminaciones que las obligadas y basadas en la calidad de los originales. Por la inteligencia y la tenacidad de José Luis Cano los volúmenes de Adonais se acercan al centenar sin que haya decaído el interés de los textos. Contribuyó al éxito la creación del premio de poesía Adonais, pues en los concursos para otorgarlo se pudo seleccionar, además del libro galardonado, otros a los que la adjudicación de accésits distinguía y recomendaba para ser publicados.

  —71→  

Seis veces se concedió el premio Adonais: la primera (mal comienzo) los jurados no se pusieron de acuerdo y el galardón se distribuyó entre tres poetas: Vicente Gaos, José Suárez Carreño y Alfonso Moreno. La segunda fue la gran revelación de José Hierro, con Alegría, la tercera resultó premiado Corimbo, de Ricardo Molina, frente a un libro magnífico de Blas de Otero, Ángel fieramente humano, que, preferido en las votaciones, fue inmediatamente acogido en otra colección prestigiosa; la cuarta fue enturbiada por una superchería, pues, al parecer, el libro premiado no era de quien figuraba como autora, sino de un miembro del jurado que votó su propio texto. En los dos años últimos el Jurado acertó en la elección: El caballo, de Lorenzo Gomiz -premio 1951- y Bajo la luz del día -premio 1952-, del dominicano Antonio Fernández Spencer, son obras de clara originalidad y de genuina poesía.

Está proyectado un volumen extraordinario, antológico, en el cual se recogerán poemas de todos los poetas de lengua española representados en la colección. Tal selección dará una idea bastante aproximada de los avatares y las tendencias de la poesía en España a partir de la guerra. Panorama incompleto, pues, salvo Señal de vida, de José María Souviron; Presencia a oscuras, de Ernestina de Champourcin, y Concertar es amor, de Juan Gil Albert, no incluye obras de los poetas residentes fuera de la península, pero aun así importante para trazar la corriente general de la nueva poesía, ya que, en la generación del 52, no hay ya emigrados, y son estos jóvenes quienes acentúan la transformación de nuestra lírica.

Se advierte cierto parentesco entre algunas obras de la colección (y de ahí la frase de Eugenio d'Ors: «se parecen como un Adonais a otro Adonais») mas una lectura atenta basta para destacar no diferencias sino oposiciones. José Luis Cano ha sabido superar las parcialidades a que todo poeta se siente inclinado cuando ha de juzgar la poesía y acogió a líricos de las más varias inclinaciones y técnicas: de García Nieto a Celaya, de Molina a Hierro, de Rafael Laffón a Luis Felipe Vivanco, cuanto en este país alcanza rango lírico y jerarquía estética tuvo acceso, o pudo tenerlo, a la colección Adonais. Tal es la razón de que al festejar su décimo aniversario el balance ofrezca resultados estimables y claras esperanzas de larga y fecunda vida.

Tiempo de verbena: Madrid, para dar la bienvenida a los miles de extranjeros que la visitan, adelanta verbenas, fiestas, alegrías populares. Hace una semana estuve allí, gozando la delicia de una primavera tibia, suculenta, olorosa, estremecida, y encontré de nuevo -¡estupendo y nada sorprendente hallazgo!- en la esquina de mi calle, en un pequeño organillo de finísimo sonido, la música de Chueca.

  —72→  

Quizás para los «delicados» esta música no ofrezca los suficientes grados de selección y alquitaramiento que exige la moda, más me confieso incapaz de oírla sin dejarme seducir por su encanto inspirado, espontáneo y sencillo. He aquí canciones con ángel (pensé alguna vez, al oírla), canciones que llevan dentro el alma de un pueblo, la magia y la gracia de un pueblo que sabe reír, cantar y llorar con el corazón en los labios. Sí, estas canciones también vuelan y siguen diciendo, todavía en el transformado Madrid del aeropuerto transoceánico y las nuevas avenidas de Barajas y la Ciudad Universitaria, la esencia de la ciudad preciosa y graciosa a que se refieren.

Chueca es nuestro Strauss. Quiero decir Johann Strauss, el de los valses. Solo que aquí son chotis, mazurcas y pasodobles, como los de Agua, azucarillos y aguardiente, equivalentes a las vaporosas melodías de El Danubio azul. En Madrid, a orilla del Manzanares, cuando las chulas se arrebozaban en mantón de Manila y los guapos vestían chaqueta de alpaca, ceñida al talle, al vals mismo, transformado por el manubrio, sonaba recortado y castizo.

Las verbenas, el aceitoso vaho de las churrerías, el vaivén de los columpios, el griterío de los vendedores del Don Nicanor tocando el tambor, el estampido del fulminante en lo alto de la columna, las fotos al minuto tras los telones jocosos donde era -y es- regla, que damas y caballeros trocaran por un instante los papeles, los puestos de horchata y agua de cebada, el ambulante de los globos y los gorritos de papel, los pitos y los matasuegras... Todo esto y la baraúnda, la señora gorda y los niños flacos, el papá cansado y el galán enamoradizo, la modistilla y la clorótica, armonizaban con la habanera y el pasodoble, con la lentitud sin desmayo y el dinamismo sin apresuramiento.

Madrid tuvo en Chueca, en Barbieri, en Bretón y en algún otro, hombres que supieron expresar con las melodías adecuadas el estado de ánimo arquetípico de un alma y un pueblo. Corresponden al pasado, a un cercano ayer del que aun que dan vestigios, testigos, nostálgicos supervivientes de un tiempo, reinventado en la fantasía, dulce de vivir y soñar. Música ligera, sí, porque los tiempos lo eran, y sobre las graves pesadumbres del 98, sobre las tristezas de la guerra y los coros de repatriados, emergían las notas optimistas y airosas del pasodoble. Y acaso fue Chueca quien mejor supo expresar la gracia indomeñable de un pueblo que no perdió su capacidad para reír, de un pueblo que no quiso reconocerse en las imágenes del desastre y se rehízo sin perder el decoro ni la entereza. Quizá por eso, por ser esencia de Madrid y de España, sigue su música siendo actual y encuentra en el alma española permanente resonancia.

  —73→  

Ya sé cuanto puede influir en los hombres maduros la nostalgia de la juventud perdida y cómo les afecta -nos afecta- cuanto ayuda a recordarla, a servirla. No mencionaría y destacaría la actualidad de Chueca sino advirtiera que los adolescentes gozan su música con la misma fruición que los viejos; este deleite la proyecta hacia el futuro y confirma su calidad excepcional dentro de un arte apoyado en lo popular, que sería injurioso confundir con lo chabacano de las recientes producciones mayoritarias, impregnadas del mal gusto hiriente y avasallador del pretencioso hombre masa.

Novelistas nuevos: Los escritores jóvenes siguen aquí dedicando sus preferencias a la novela. Cuentan ahora con el apoyo de varios editores, principalmente en Barcelona, persuadidos de que no es mal negocio editar narraciones de autores españoles. El público les presta una acogida, que cuando menos, resulta de benévola curiosidad. Y los críticos leen afanosamente las obras que el tiempo les trae, con el deseo de hallar entre ellas alguna revelación, alguna maestría, si quiera incipiente, para vocearla entusiásticamente.

No sé lo que ocurrirá en otros países, pero, de este puedo decir, que la cofradía crítica se halla anhelante de realizar descubrimientos, aun de parva cuantía, y que, en la generalidad de los casos, lejos de confesar abruptamente su decepción, cuando la siente, se entretiene tejiendo engañosas guirnaldas para consuelo de palmarias frustraciones. Así está ocurriendo en el caso de Nosotros los Rivero, de Dolores Medio, premio Nadal 1952, libro que difícilmente pudiera resultar más artificial, insignificante y aburrido de lo que es.

Dos novelas me atrevo a recomendar a ustedes, en la creencia de que no les defraudarán: Juan Pedro el tallador, de Ildefonso Manuel Gil, quien con su primer libro narrativo -La moneda en el suelo, ahora traducida al francés, premio Internacional en 1951- demostró poseer energía creadora y don para crear atmósferas y personajes de intensa realidad; en esta segunda salida al campo novelesco tales aptitudes quedan patentes con la invención de un relato en el que deja plantado, reciamente plantado, uno de los personajes más humanos, verdaderos y mejor estudiados de nuestra novelística reciente.

El vendedor de vidas, de Elisabeth Mulder, es muy superior a cuanto su autora escribiera hasta hoy. Así como la novela de Gil revela iberismo recio, la de Mulder trasluce un «europeísmo» de la mejor calidad, un tono delicado en la presentación de los hechos que sugiere lo que, de otra suerte, las palabras no acertarían a expresar con ese punto de insinuante lirismo.

Lo mejor de esta obra es la lograda sensación de misterio que produce   —74→   el protagonista, a quien el don de presciencia sitúa en el umbral mismo de ese mundo secreto donde se forja el futuro. Elisabeth Mulder ha puesto en la evocación del ambiente y en el trazado de las figuras novelescas una fragante gracia que bien pudiéramos llamar poesía y una riqueza de matices y complejidades que confiere a su orbe novelesco la autenticidad de lo creado en sangre y sueño vivos.





Indice