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Discurso I

Ciencia del hombre.

                                          ¿Qué es el hombre(4), Damon? Naturaleza
cierra el camino a la Razón, obscura
siempre que en busca va de su grandeza.
   Tiene el hombre en sí mismo
la ventura que hasta los cielos mismos le levanta, 5
excelso sobre toda criatura;
   Y ni a sí se comprehende, ni quebranta
la ley que un tardo cuerpo le prescribe,
peso forzoso que en su ser aguanta.
   Aquella unión del alma, por quien vive, 10
con la materia vil, que en sí la encierra,
¿quien, puesto que la advierta, la concibe?
   Produce fértil la espaciosa tierra
sujetos mil, que la Razón alcanza
cuando las sombras del error destierra; 15
   Ya si en sabrosos frutos afianza
a la vida, en la fértil Primavera,
del aterido Invierno la esperanza.
   Ya si alta en sus entrañas, no grosera
mas artífice diestra labra, y cuece 20
del oro altivo la abundancia fiera:
   Ya si con la república que ofrece
sobre la hermosa faz de cultas flores
el humano deleite favorece;
   Y fácil respondiendo a los sudores 25
del desvelo científico, no veda
que entienda y goce el hombre sus favores.
   Penetra la experiencia y desenreda
el ciego laberinto de las cosas
que lleva el tiempo en la veloce rueda; 30
   ¿Y a las que son eternas, tenebrosas
sombras han de cercar, que nos impidan
la luz de mil vigilias laboriosas?
   ¿Los materiales entes que se anidan
en la mansión del mundo, y que oficiosos 35
los simples elementos consolidan,
   Nos harán con su ciencia venturosos,
en tanto que se ignora el que comprehende
inútiles arcanos, si gloriosos?
   El Ánimo inmortal, aquel(5) que hiende 40
de todo lo criado el artificio,
entendiéndolo todo, no se entiende:
   Porque ni de su ser el beneficio
cultiva(6) cuanto debe, ni señala
las leyes con que mueve su edificio. 45
   Él a la eternidad su esencia iguala,
y obra como mortal en sus acciones,
confundiendo la buena con la mala.
   Tras esto, docto en enlazar razones
distingue las criaturas, y resuelve 50
de su ser por sus varias distinciones;
   Y en tanto(7), ciego en sí, no desenvuelve
las leyes de su esencia, que en acerba
y tenebrosa sombra él mismo envuelve.
   ¿Posible es, que ha de ser tanto proterva 55
nuestra mísera suerte, que ignoremos
la del mismo vigor que nos conserva?
   No(8): dentro de nosotros conocemos
que podemos obrar, y juntamente
porque así o de otro modo obrar podemos. 60
   Se condena a sí mismo el delincuente
recorriendo el proceso de su vida;
mas con ella se goza el inocente.
   Siente, concibe, piensa, con debida
proporción cuenta el hombre sus potencias, 65
y un móvil reconoce de su vida.
   Distingue en sus acciones diferencias
que deriva de orígenes contrarios,
de su obrar deduciendo sus esencias.
   Compone, inventa, inquiere, y de tan varios 70
ejercicios su mente el fin percibe,
sin salir de sus medios ordinarios.
   El árbol crece, fructifica, vive;
mas ni sabe que vive y fructifica,
ni gobierna sus obras o apercibe. 75
   Pesadumbre o placer el bruto indica
si es objeto doliente o deleitable
el que el sentido a su interior aplica;
   Pero nunca se juzga miserable,
ni dichoso se juzga, y ciego sigue 80
en su modo de obrar uno y durable.
   Sólo el hombre, Damon, sólo consigue
obrando comprehender la acción que intenta,
sin que a un constante obrar se ate u obligue.
   ¿Cuál será nuestro mal?(9) ¿Quién nos ausenta 85
tanto de nuestro ser, que nos extraña
de aquello que en nosotros se aposenta?
   ¿Quién nos lleva al error? ¿Quién nos engaña?
¿el hombre a sí se ignora, y entre tanto
sabe el fin que a sus obras acompaña? 90
   De un inútil saber el dulce encanto(10)
robando el tiempo a la verdad sincera
su edad envuelve en tenebro so espanto.
   El sabio entendimiento, que pudiera
descubrir las verdades convenientes, 95
si a ellas sus luces y vigor volviera;
   Divertido en discursos imprudentes
se aleja de sí mismo, ¡y ay! se priva
de sus bienes más puros y excelentes.
   La opinión le complace, y donde estriba 100
la verdad le es austero y enojoso:
a ella se niega, y el error le aviva.
   Busquemos nuestro fin. Cuando dichoso
logre medir la rutilante esfera
suspensa en el espacio prodigioso: 105
   Cuando, al lado del Padre que modera
lo que él mismo crió, formarse el mundo,
tomar las cosas sus asientos viera:
   Cuando fijo el Planeta rubicundo
dilatar desde el centro su madeja, 110
o dar entorno su esplendor fecundo;
   ¿Qué me puede servir? Allí se queja
con profundo gemido el sentimiento,
que por tornarse a su interés forceja:
   Y díceme: ¿Cuál es tu pensamiento? 115
¿Te harán dueño del cielo sus medidas?
¿Darante en él el suspirado asiento
   Sus inmensas esferas reducidas
a tu cálculo fiel, o al devaneo
de leyes a tu antojo prefinidas? 120
   Forastero en su patria, da el deseo
rienda a la inquisición de otras razones,
que sirven, no a tu bien, tu recreo.
  La industria con que mueves y dispones
la máquina del mundo a tu albedrío, 125
cuando en tu pensamiento la compones:
   El orden que en él ves, do el señorío
luce de su Criador, acomodado
de tu ingenio soberbio al extravío,
   ¿Qué te sirve saberle, si olvidado 130
del orden que te toca, en el ajeno
pierdes la estimación de tu cuidado?
   El Universo todo no más bueno
será, porque averigües la constancia
con que procede de excelencia lleno. 135
   No pende su valor de tu arrogancia:
mano más poderosa le mantiene
que no debe su imperio a tu ignorancia.
   Tu orden cuelga de ti: tu mano tiene
aquí su imperio todo: aquí la torna; 140
no ya más de su oficio se enajene.
   El falso gusto a la Razón soborna,
y la saca de sí: vuelva al destino,
y ¡o! estima la alta esencia que te adorna.
   ¿De un ser inmaterial, puro, divino 145
gozas la posesión, y le abandonas
por seguir la materia en su camino?
   Mides el trecho de las cinco Zonas
que mudar no te es dado: en la cadena
de los entes creados te aprisionas, 150
   Empeñado en seguir con docta pena
un progreso inmudable, definido
que alterar puede solo el que le ordena:
   ¿Y el orden inmortal, que es concedido
en tu ánimo a tu imperio, no te mueve? 155
¿cuando el hombre del mando ha rehuido?
   Allá Neuton en su atracción se cebe,
mientras tú en la virtud. ¿A sus colores
la humanidad que beneficio debe?
   No ilustran la virtud los resplandores 160
del manto de la luz, que se dilata
del mayor a los orbes inferiores.
   El Señor que las cosas cría y ata,
deja que las dirija. Tú a ti mismo:
sin ti, tu orden se tuerce o se desata. 165
   En tanto, no curioso(11) en el abismo
de tus misterios entres: tal codicia
te dará de uno en otro barbarismo.
   Convidó la ambición de la noticia
a mil sabios ociosos, que perdieron 170
el tiempo, que él por sí se desperdicia.
   En vana ocupación le consumieron
por saber lo imposible: así mudables
se apartaron en sectas, y opusieron.
   Con torpe vanidad los miserables 175
la Verdad invocaban en su abono,
que yacía en sus senos inviolables:
   Y inflamado en los bandos el encono,
por mantener el odio ya heredado,
el mayor desatino halló patrono. 180
   Lo que debe saber no lo ha ocultado(12)
del súbdito mortal la Providencia,
ni a su especulación juntó el cuidado.
   Grita al rústico y sabio la conciencia
con tono igual en lo interior del pecho 185
doctrina no fundada en experiencia.
   Allá y acá en sus obras satisfecho
el feroz Africano, el Europeo
se encomienda a la paz, o ya al despecho.
   Mas declina a las veces el deseo(13). 190
La ocupación del hombre aquí se encierra:
aquí su ciencia toda, aquí su empleo.
   ¿Seras tú parte de la obscura tierra,
por más que en ella morador visible
reconozcas que su ámbito te cierra? 195
   ¿Aquel lazo común(14), lazo invisible
que liga el Universo, y mudamente
sus partes lleva en giro irresistible,
   Atarate también, puesto que afrente
tal ley tu libertad? si aniquilara 200
tu ser el Brazo eterno omnipotente
   ¿El inmenso edificio vacilara
o cayera en pedazos dividido,
suelta la trabazón que le juntara?
   No así agravies tu ser: no sin sentido, 205
cual Estoico fatal, tu servidumbre
defiendas, doctamente envilecido.
   Sacude la terrena pesadumbre,
y llámate inmortal. Por ti contiene(15)
sus dones este globo, el sol su lumbre. 210
   El Universo todo algún fin tiene,
y este fin se halla en ti: tuyo es el uso;
la Razón te le muestra cual conviene.
   Quita al hombre del orbe: no confuso,
mas inútil verasle: sus esferas 215
carecerán del fin que las dispuso.
   ¿Suplirán tu lugar las rudas fieras,
materia organizada, parte viva
del orden que en el todo consideras?
   Mas si entran en el orden, él las priva 220
del uso. No en aquel tiene su asiento
quien este logra en la potencia activa.
   No parte, habitador tu entendimiento
del Universo es. De a su grandeza,
cuanto darle es debido, el pensamiento. 225
   La madre universal Naturaleza(16)
no al animo sus leyes comunica,
ni él tiene en sus enlaces su entereza.
   Por sí vive y se mueve: multiplica
sus obras voluntario, o las reprime, 230
y él mismo a sus decretos las aplica.
   Árbitro de sí propio(17), ora deprime
su grande dignidad, o la levanta,
según la nota que en su obrar imprime.
   Guardar un orden debe y le quebranta. 235
¿Cuando el sol de su eclíptica desierta?
¿Cuando dio muestras de sentir la planta?
   ¿El bruto cuando habló? Cuando despierta
la insípida materia vio en sus obras
principio libre de constancia incierta? 240
    O tú, alma Libertad, cuando recobras
al hombre de la esfera de los brutos,
y en unos faltas, si en el otro sobras,
   ¿Habrá quién, al contar sus atributos
te ignore en sí, Filósofo salvaje(18), 245
sordo a sus interiores estatutos?
   Escóndase en los montes: torpe baje
hacia la tierra el rostro, y rumie el heno,
y en vello trueque el adoptado traje.
   Por ti el mortal de su grandeza lleno(19) 250
su dignidad respeta; o la corrompe,
no sin pesar que le remuerde el seno.
   El tropiezo detesta que interrompe
el orden de su ser, y le detesta
por más que libre y sabidor le rompe. 255
   ¡Tanto ofender su dignidad le cuesta!
Mas tú eres, Libertad, tú la que infamas
el error que por ti se manifiesta.
   Grandes acciones en el pecho inflamas
mas rústico y servil: entorpecido, 260
a su estado primero le reclamas.
   No para viles obras producido
fue el Ánimo inmortal; de su excelencia
no es propia la miseria en que ha caído.
   No entretiene a una eterna inteligencia 265
sin degradar su ser, el torpe oficio
que ofusca la memoria de su esencia.
   ¿De la sutil Razón digno ejercicio
vendrá a ser alagar en vil cocina
la gula del que compra su servicio? 270
   El que en el orbe sublunar domina
¿en rizar un cabello afeminado
su fuerza ocupará casi divina?
   ¿Para esto el ser eterno nos es dado?
¿La Razón que se eleva, vuela, y pasa 275
la inmensidad que abraza lo criado?
   ¡Sociedad, Sociedad!(20) la justa tasa
que aplicaste al discurso de la vida,
con su altura tal vez no se compasa.
   Cara seguridad en tu acogida 280
compra el hombre, si el tímido recelo
a oprimir su grandeza le convida.
   ¡Oh cuántas grandes almas sobre el suelo
empuñan el arado, y rudamente
yacen esclavas del civil desvelo! 285
   ¡Y oh cuantas que autoriza el eminente
grado, si se consulta al de Estagira,
mostrar el clavo deben en la frente!
   Mas la culpa es del hombre(21): él se retira
de su bien, y se labra sus prisiones: 290
él contra su igualdad trama y conspira.
   Con virtud me le da(22): los eslabones
de la civil unión sueltos quedaron;
inútiles sus leyes e invenciones.
   Los vicios, no los hombres, sujetaron 295
los que a vida civil los redujeron,
y a una ley y a un poder los obligaron.
   Rey a los vicios, no a los hombres, dieron:
juntáronlos en pueblos las maldades,
donde a obrar concertadas acudieron. 300
   Las cúpulas que elevan las Ciudades
susténtalas la iniquidad; sin ella
nos llaman hacia sí las soledades:
   Donde segura la Virtud descuella
desatada y golosa, y libremente 305
políticas prisiones atropella.
   Trocose en negocioso el inocente
camino del vivir; y hasta en el vicio
añadió la invención traje aparente.
   La Virtud(23) no conoce el artificio, 310
y se avergüenza, como va desnuda
de parecer en el civil oficio.
   ¿Quién es el hombre que su ser ayuda
hasta llevarle a su perfecto extremo,
sin que antes bien a degradarle acuda? 315
   Fatígase en mover el grave remo(24)
de la vida, y trabaja sin descanso
por ser ladrón, adúltero, o blasfemo.
   ¿Por obrar con maldad tanto me canso?
¿Trabajosa malicia me es más grata, 320
que un justo proceder tranquilo y manso?
   Filósofos divinos, a quien trata
benigna la Razón, la gran potencia
que el alto ser del Hacedor retrata;
   Si hay entre el hombre y bruto diferencia, 325
y en el hombre algún orden, y este acaso
consiste en la virtud y su excelencia,
   Responded(25): ¿por qué siempre tuerce el paso
de su orden el mortal, y en las virtudes,
si no falto, a lo menos anda escaso? 330
   Traición, hurto, avaricia, ingratitudes,
falsedades, engaños, guerra, y cuantas
ejerce la maldad solicitudes,
   No debiendo ser una ¿por qué tantas
serán, pues no en el hombre se nivelan 335
al ser a que, o gran Ente, le levantas?
   Para errar torpemente se desvelan,(26)
mientras que menos tiempo yo consumo
en creer lo que del cielo me revelan.
   No es saber con verdad, cuando presumo 340
que puede ser así: fúndase en esto
la humana ciencia, y se resuelve en humo.
   Sólo sé que conozco descompuesto(27)
mi ser, y obscurecida su alta esencia,
y está en mi arbitrio el dirigirla puesto. 345
   Si a la virtud me llama la conciencia,
y la debo oponer a las maldades;
ésta es del hombre la sublime ciencia:
las demás vanidad de vanidades.


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Discurso II

Imposibilidad en que se halla el entendimiento de alcanzar la verdadera noticia y culto de Dios.

                                         Oh tú santa Verdad, Verdad divina
excelso bien, que la miseria humana
conduces sola al inmortal descanso:
Tú que mueves el flaco entendimiento,
y haces que el hombre de su ser mantenga 5
la augusta dignidad, que en sí contiene;
pues por ti, sacudiendo el torpe sueño,
la Razón ejercita, así mostrando
cuando inquiere las causas de las cosas,
que es ella de su ser el distintivo: 10
desciende ya de la mansión etérea,
que esconde tu valor a los mortales,
y tu vigor en ellos comunica:
Desciende ya, y las alas encogidas
despliega por la esfera transparente, 15
y tu vuelo a los hombres se encamine,
por más que de su vista te distraiga
haber sido una vez ya despedida.
Bate, bate las alas prestamente,
y sella con la planta de diamante 20
este obscuro edificio que habitamos,
obscuro por tu ausencia. Sus tinieblas
desharás; y esparciendo tus reflejos
de lumbre perdurable, hasta el abismo,
santa Verdad, arrojar a las sombras 25
que a la esencia del hombre contradicen.
   Su labio invoca tu Deidad airada
cuando en el vano sacrificio pierde
los humos con que anubla tus altares.
Oyes el ruego, y a los ruegos sorda, 30
gozándote en ti misma, ni te inclinan
los votos, ni los humos reverentes
que del sabeo aroma se levantan
a llamarte en espesos remolinos,
atraen tu presencia desde el cielo, 35
do en quieta paz tu posesión obtienes.
Mas ven, santa Verdad, que no son todos
malvados en la tierra. Pechos justos
su ruego envían a tu sorda oreja
con puro labio, y con deseos puros. 40
Ellos son los que llegan a las causas
de los prodigios que en el mundo admiran,
con docto miedo y reverente paso.
Ellos son los que nunca a Dios usurpan
el poder, a su antojo fabricando 45
vanos mundos, o atando a sus discursos
las leyes con que dura el Universo.
Ellos son los que tímidos no tocan
los misterios al hombre inaccesibles
y sólo aspiran a saber aquello 50
que el justo cielo a la Razón permite.
Ellos son los que estudian en sí mismos
hasta donde su espíritu se alarga,
y nunca niegan porque nunca alcancen
el ser o la razón de lo que inquieren. 55
   ¿Y a estos se niega la Verdad? ¡Ah! «En vano
»pródiga al hombre dio Naturaleza
»estímulo al saber, y entendimiento
»que a lo íntimo penetre de las cosas,
»si nunca en ellas la verdad se muestra.» 60
Mas ¿quién a la Deidad omnipotente
las causas pide de la ley que impone?
Este ser le debemos, que pudiera
negarnos, reduciendo nuestra esencia
a no parecer nunca entre las cosas; 65
¿y razón de sus obras todavía
al Árbitro pedimos de las nuestras?
   Atento el hombre a su miseria un tiempo(28),
con diestra mano y reflexión aguda
socorros sólo a su vivir buscaba, 70
que al frecuente peligro se opusiesen.
Del veneno el antídoto formando,
contra el tiempo y las fieras, en las fieras
defensa halló y abrigo juntamente.
Sembrados mil groseros edificios 75
por el campo espacioso, como brillan
engastados los fúlgidos luceros
por el cerúleo cielo en clara noche;
no a la soberbia ostentación, o a aquélla,
que en la urbana ambición halló disculpa, 80
civil magnificencia dedicados;
mas solo al beneficio de la vida,
a mil familias inocentes daban
mansión a su inocencia conveniente.
Domesticar el rústico novillo; 85
romper la frente a la fecunda tierra
para que más fecunda, de sus dones
luciese alarde en el enjuto estío;
acostumbrar las simples ovejuelas
a la voz del zagal; torcer la margen 90
al risueño arroyuelo, y con sus aguas
fecundar las hidrópicas legumbres:
ciencias fueron, si bien no muy sutiles,
que hicieron por lo menos venturosos
a los que en sus progresos se ocupaban. 95
Poder vivir exentos del peligro(29)
fue la ciencia primera de los hombres.
Halladas las defensas, y seguros
ya del riesgo continuo; sin tardanza
tornáronse a buscar lo que ofreciera, 100
no ya seguridad, sino regalo
y deleite tal vez que compensase
los males compañeros de la vida.
La docta Poesía, entonces presta
su esfera celestial desamparando, 105
en traje, no pomposo, mas sucinto,
y tal que delineaba de sus miembros
la hermosa proporción y compostura,
bajo a la tierra en encendidas alas
y esparciendo su lumbre prodigiosa 110
por los tranquilos pechos, inflamados
prorrumpieron en himnos, que a las aves
el canto no aprehendido interrumpían.
   ¡Ay! ¡y cuan presto convirtió en desgracias
sus venturas el hombre!(30) Aquel deseo 115
que a hacerle venturoso le llevaba,
vino a hacerle infeliz. Introducida
la mísera discordia en sus moradas,
enajenó los ánimos unidos,
y abrió el camino a la sangrienta guerra. 120
Los que antes aguzaban el ingenio
para alargar la edad, y mantenerla
exenta de molestias y peligros;
vueltos ya contra sí, buscaban artes
con que acabar la edad, o reducirla 125
a caducar en juveniles días.
Entre el estruendo del clarín agudo
corrió el tiempo pisando, en vez de selvas
habitadas con paz y regocijo,
corbos escudos, sanguinosas mallas, 130
y carros rechinantes: cual de Marte
la corrida feroz nos representa
la mítica creencia del Griego,
cuando blandiendo la fornida lanza
y ceñida la cota de diamante 135
en la cruda batalla se embravece.
Sus cúpulas alzaron las Ciudades,
y los soberbios montes trasladados
subieron en los grandes edificios,
que levantaron la ambición y el arte. 140
Entonces fue(31) cuando aspiró el deseo
a saber lo imposible. En la abundancia
reinó el ocio; y el ocio no contento
buscó solicitud, que alimentase
la inquietud con que el ánimo nos mueve. 145
Oh tú, Necesidad, ¿por qué cesaste
de aguijar el conato de los hombres?(32)
Tú de las artes útiles maestra,
sin enredarnos entre obscuras dudas,
nos dejaste preceptos, que conservan 150
y deleitan la edad que nos es dada.
Cesaste de afligirnos: y el que un tiempo
en la verdad, abierta a sus sentidos,
halló remedio y ciencia juntamente;
falto de ocupación, su entendimiento 155
convirtió a mil objetos reservados,
y de sabio que fue, se hizo adivino.
La Verdad, fugitiva, acostumbrada
a morar en los pechos laboriosos,
visto el trastorno del mortal desvelo 160
que a la curiosidad todo se daba,
subiose al cielo, y nos dejó en castigo
la ambición de saber. Livianas sombras,
que su traza y figura representan
esparció por la esfera que nos ciñe, 165
las cuales, discurriendo por las cosas,
prestasen pasto a la Razón soberbia.
Pacífica en su reino, desde el solio
que goza allá en las célicas regiones,
vio con risa a los doctos de la tierra 170
cazar ansiosamente sombras vanas,
y afirmar su verdad muy satisfechos.
Los dividió el engaño(33): desde entonces
ahuyentada la paz, que escasamente
su lugar en la tierra mantenía, 175
sucedió la discordia, y todo el orbe
fue con sangre y disputas inundado.
La defensa del límite adquirido
dio el acero a la mano: y la codicia
de igualarse al Autor que entiende solo 180
las causas de las cosas que produjo,
al labio dio el sofístico ejercicio:
cedió la Paz, cedió la Verdad santa,
y obstinándose más en sus contiendas
el linaje mortal; al fin se hicieron 185
la Guerra y la Opinión reinas del mundo.
   De una y otra el tiránico dominio siente
la Religión(34). Cuando la Guerra
el fuego aplica a las paredes sacras,
y hace que de los templos las columnas 190
tiemblen, y caigan entre espesos humos
los techos desquiciados, oprimiendo
con su peso los santos simulacros
del Señor, por quien somos lo que somos.
Cuando iracunda, con sangrienta mano 195
derriba de las aras venerables
y destruye en livianos desperdicios
las imágenes mismas del que vela
sobre nuestra entereza, y la mantiene:
La Opinión insolente con altiva 200
cerviz, cual si se abrieran a sus ojos
las íntimas entrañas de las cosas,
o cual si a sus decretos inclinara
su torno el mundo, o se rasgaran leves
los velos celestiales a su vista, 205
con ella hasta el retrete penetrando
donde tienen las causas su principio;
libre pronuncia, y sin temor decide
cuanto el antojo a su invención ofrece.
Repartida en los juicios de los hombres, 210
con furor filosófico en algunos
a su ley las eternas sujetando,
se atreve a la Deidad, y de su esencia
describe el modo y la razón, no menos
que si Dios de su ser deudor le fuera. 215
Aquí a las aras se abalanza, y de ellas
arroja las ofrendas que tributa
lai criatura al Criador: enfierecida
con la Razón prestada, al Ente mismo
que prestársela quiso, desconoce. 220
Allí, desvaneciendo las noticias
que al juicio de las gentes son comunes,
en la virtud y en la maldad deshace
su intrínseco valor, y las iguala;
cual si al hombre, el mejor de los vivientes, 225
faltara un orden, cuando en sí le muestran
la fiera, el ave, el árbol, la torpeza
de lo mismo insensible, y en sus giros
la esfera rutilante, do anegados
los nunca errantes astros, mudamente 230
obedecen la ley que recibieron.
   ¡Siquiera aquéllos, deteniendo el curso(35)
de sus vueltas durables, no trajeran
consigo el tiempo en que a la luz nacimos!
La Piedad otro tiempo combatida 235
por el amor a las costumbres viejas
lo es hoy por la malicia. Como suelen
con súbita presteza y a menudo
nacer vanas ampollas en el agua,
cuando rompe violenta sobre piedra 240
que enfrena su corriente y la resiste:
así por todas partes discurriendo
la Opinión, en la piedra tropezando
donde el ara divina se sustenta,
que el Dios ungido levantó y defiende, 245
ampollas filosóficas engendra
que combaten el ara: mueren unas,
y otras suceden, y otras; pero el ara
erguida y firme, cual sagrado Olimpo
alza sobre ellas la serena cima. 250
   Siglo infeliz, ¿la gloria de tus letras
estriba(36) sólo en que los hombres nieguen
que el Ente más feliz a sus criaturas
no hacer felices quiso? ¿Un culto pueblo
dejará de ser culto, porque ignore 255
que la Deidad que el Universo mueve,(37)
es el mismo Universo, transformada
la Materia en figuras diferentes?
El rústico Otentote, el rudo Scita,
el que del hombre en cautiverio habido, 260
hombre el abominable, hace alimento,
¿perderá su rudeza cuando alcance
que es necesario el mal(38): que los mortales
aprisionados en fatal cadena
matan, roban, engañan sin su culpa, 265
puesto que Dios en la elección primera
eligió el más perfecto de los mundos,
y es necesario el mal en lo perfecto?
Admirable Sofista, tú que gritas tu
celo por el bien de los humanos; 270
por vida tuya, cuando agudo empleas
la intención de tu espíritu en mostrarnos
que es de su religión árbitro el hombre,
¿en qué máquina, dinos, descendida
vino a hacerte partícipe dichoso 275
de sus designios la Deidad eterna?
   «La Razón diligente, que descubre
»los grados de las cosas, me amonesta
»que hay un Dios, y a ese sólo adorar debo.»(39)
Mas ¿cuál es ese Dios? Platón divino, 280
sutil Estagirita, respondedme,
Tú, rígido Zenón: tú de un vil huerto
ocioso agricultor, donde el deleite
se levantó a opinión, de torpe vicio:
venerables Filósofos vosotros 285
a quien no puso miedo el rayo ardiente
del Jove tronador, ni en quien el hijo
vengó jamás con la saeta airada
la burla de los Píticos furores
en el mímico oráculo de Delfos; 290
ea, pues la Razón fue vuestro norte,
y conducidos de ella el Universo
desentrañasteis todo, señalando
las leyes inmudables en que libra
su duración; si pueden vuestros juicios 295
convenirse una vez, decidme todos:
yo debo un culto a una Deidad suprema,
¿cuál es esa Deidad? ¿qué culto pide?
¿Os dividís? ¿Ninguno así conviene
con el sentir del otro? Conocemos 300
en fin que sois Filósofos(40). Si es dada
al hombre la Razón para que alcance
lo que más a su ser es conveniente;
si a todos es común, si todos piensan,
si raciocinan todos, ¿por qué causa 305
no todos de una suerte raciocinan?
Podrá, por cierto, el hombre en sus conflictos
implorar el favor, más que de Jove,
del obscuro(41) Hegemónico del mundo.
Los inútiles Entes(42), que dormidos 310
allá en los intermundios tenebrosos
en ocio yacen, sentirán sin duda,
cuando Apolo sus víctimas usurpe,
que a ellos sus votos el mortal no envíe
para que nunca en su cuidado entiendan. 315
Vendrán mejor las aras al Esclavo(43)
de la suerte inviolable, al que obedece
al Hado a quien las cosas obedecen;
que al que sobre la concha del mar gobierna,
con húmedo tridente y voz hinchada. 320
Y tú, Platón(44), ¿qué Dios nos determinas
entre la muchedumbre de tus Dioses?
Mas ¿qué busco en vosotros, si buscando,
también cual yo, dudáis lo que no dudo?
Conocisteis el bárbaro ejercicio 325
del torpe Sacrifículo(45): el incienso
negasteis a los bultos impudentes
del idólatra ciego; y entre tanto,
queriendo hollar la incomprehensible senda
de conocer a Dios, nos enseñasteis 330
Dioses más torpes que los torpes bultos:
ved la Deidad que la Razón descubre.
   Más temeraria, y disculpable menos,
hoy en sus yerros la Razón se aplaude(46),
fácil creyendo que su fuerza eleva. 335
Pudo en su Estoa, en su Academo, un Sabio
destituido de la voz divina
resbalar al error, cuando sujeto
al engaño común, a los vulgares
doctos errores, de verdades falto, 340
sustituir en su enseñanza quiso.
«El Dios supremo (Jenofón decía)
»que mueve todo, y poderoso rige
»el esclavo universo, declarado
»bien en sus obras su poder descubre: 345
»la forma, el ser de obscuridad ceñido,
»se niega a los mortales.» ¿Por ventura
será ninguno tu saber, si el juicio
de lo que el cielo te reserva apartas?
Pero es soberbio el hombre. Ni le vencen 350
claros estorbos que en sus luces toca:
ni crédito da a Dios, si de otra suerte
áspera menos su ignorancia instruye.
Cuanto me admira que en la Grecia un tiempo
no fuese el seno de los Sabios todos 355
la escuela de Pirrón: tanto me admira
que se hallen hoy celebros que antepongan
a firmes dogmas opiniones vanas.
Vino ya el tiempo, ¡ah! vino en que del cielo
recibimos la voz. El Dueño, el Padre 360
de los hombres, benéfico los hombres
trasladó a la verdad. «No es Dios el mundo,
dijo: no el fuego artificioso y sabio
insinuado en él. Torpes ideas,
ciegos errores, que inventáis Deidades 365
aun al hombre inferiores, resumidos
en humo, en nada, el miserable suelo
descargad de vosotros; y hermanadas
las gentes una vez, desde la plaga
que el austro hiela al círculo contrario 370
sólo mi nombre, el verdadero, reine.»
Corrió a la voz la docta muchedumbre
que en la esperanza de mejores dogmas
heredó al cierto Sócrates. Eterno,
inmenso, inmaterial, omnipotente 375
desde aquel punto, indubitable, a todos
compareció el gran Numen; cualidades
que antes dudaba o disputaba el docto.
¿Qué pretendéis, Filósofos impuros,
que así de esto os burláis? Id en buena hora, 380
id y adorad vuestras ideas vagas,
y caducos sistemas. Pero en tanto
no a la verdad atribuyáis abusos,
que el instrumento, por quien obra, causa.
   Víctima el hombre de su esencia, humilde 385
sirve a sus leyes. La Razón (no hay duda)
sólo en la tierra pasajera, alcanza(47)
cuanto es en si la adoración que debe.
¿Qué importará que un mísero Teodoro
la Deidad desconozca, si humillado 390
desmiente el mundo su impiedad risible?
Incita al pueblo a la Piedad el labio
de un Hermes, de un Ion: sin resistencia
levantan aras al oculto Numen
que adoran y no ven, y que pervierten 395
por causa triste de mortal flaqueza.
Al cielo elevan reverentes templos,
monumentos soberbios que atestiguan
su encogida humildad, donde hermanados,
no a añadir gloria al que de toda es Padre, 400
Dueño y Dispensador; mas antes sólo
con voto unido a agradecer acuden
el ser que deben al que darle quiso.
Los hombres mismos que de Dios admiten
fáciles la creencia, el culto, instados 405
del Hermes, del Ion; sordos al mando
de su voz cuando excita las virtudes,
objeto sabio de sus sabias leyes,
repugnan duros, y obstinados huyen
el santo freno, o con furor le rompen. 410
No me dirá del inmortal Lucrecio
la elocuencia mortífera, ¿qué causa
(pues tanto en ellas su desvelo pierde)
hace que el hombre a la Piedad se rinda,
y niegue a la virtud? Si de las altas 415
regiones asomaba amenazando
la Religión ceñuda a los mortales;
¿por qué no huyeron el aspecto horrible,
cual el de cruda y carnicera peste?
Desatinó el sofístico Poeta::: 420
¿Mas cuándo no un Poeta y un Sofista?
La Religión, si entre el etéreo velo
de la suma región tal vez al mundo
descubrió su semblante, no ceñuda,
mas dulce y blanda, a la mortal flaqueza, 425
que escuchaba en los hombres, clamaría:
«Mercenaria familia, siervos libres,
entes creados, pues de serlo habita
la noticia en vosotros, por decreto
del que en la grande sucesión de cosas 430
con la Razón y Voluntad de cuantas
pueblan el suelo os distinguió benigno;
pues conocéis que la existencia vuestra,
generosa entre todas, de otra mano
procede y la debéis, reconocedlo: 435
restituid al cielo el beneficio
en digna ostentación de sus bondades.
Ni ya sin ellas el aliento vuestro
respira con la vida: atados siempre
al arbitrio supremo, el ser camina 440
que vivís obediente al Ser inmenso.
Él os mantiene, os continúa, en tanto
que os espera en su trono, por la tierra
derramados llenando su designios.
Si os dio Razón, para formaros dignos 445
de gozarle os la dio. La tierra, el orbe
la milagrosa y enlazada a un tiempo
variedad con que puebla sus espacios
el hermoso Universo, no a prestaros
noticia del gran Ente se dirigen 450
él con carácter indeleble en todos
la grabó, cuando os vio la luz primera;
mas en la unión del admirable mundo,
que mantuvierais pretendió, admirando
su infinito poder, alta memoria 455
de su existencia y dependencia vuestra.
Llenad la tierra de su gloria. Ciñan
cóncavos templos los loores santos
enviados al cielo: simulacros,
aras, ofrendas, y del pueblo electa 460
y pura parte en ministerio justo
muestren que sois agradecidos cuanto
que lo seáis el Criador requiere.»
   ¡Oh voz mal escuchada! ensordecida,
y el eco acaso entre las gentes sólo 465
duró, ofuscada la razón primera(48).
Porque esparcido, y a confines ciertos
reducido el linaje de los hombres,
bien que obediente a la impresión, del cielo
venerase el poder; de la alta esencia 470
así trocó la puntual noticia,
que respetando el natural impulso,
a objetos viles consagró los votos
al Ente inmenso y su virtud debidos.
¿Fueron exentos del error frecuente 475
los que en el hondo meditar libraron
su crédito perpetuo? En mil escuelas
mil Dioses. ¿Ni en que modo al cierto Numen
grato sería el ofrecido obsequio
a imaginarios Númenes? Crisipo, 480
¿cuál es tu Dios? El Ether invisible,
empero material, que ardiente ocupa
y vivifica el Universo todo.
Mas si es diversa del que el orbe rige
la esencia, la virtud, ¿tú por ventura 485
le adoras? No en el nombre solamente
se funda la Piedad. Si reverencias
a Dios, cual es reverenciarle debes:
de otra manera a tu celebro adoras.
   Ved el poder de la Razón. De Dioses 490
inundada la tierra. De principios
llenas las sectas: divididas todas
en señalar la potestad del Ente,
su término, su ser. Esto ¿qué indica?
Inclina al hombre la virtud: de gozo 495
baña su frente en teatral engaño
si el virtuoso, aunque fingido, triunfa.
Ve la Malicia su malicia en otros,
y los mormura. La conciencia admite
el sentimiento a su ejercicio impuesto. 500
En tanto el hombre, la virtud loando,
vive en los vicios. A su hermano engaña
el que se enoja si a engañarle llegan.
Roba el ladrón y mata vengativo
al compañero que sus hurtos roba. 505
   Sofista obscuro, tu soberbia humilla,
y retratada en mil varones sabios
ve tu fragilidad: si reconoces
en ellos tu Razón, los extravíos
que van con ella; a la Piedad traslada 510
(si de ella sabes) el suceso mismo.
Inclina al hombre el sentimiento santo(49)
que a la sublime adoración le guía:
sigue el impulso: erige los altares.
Pero en el punto de poner sobre ellos 515
de una Deidad el bulto o simulacro,
tuerce el destino, y en la basa apoya
en vez de un Dios, una serpiente inmunda,
un rudo buey, o un vil facineroso.
   Sócrates, tú el resuelto, el que igualmente 520
a los supersticiosos perseguiste,
que a los Sofistas y habladores vanos:
responde: en juicio al Areópago(50) arrastra
tu persona Melito. Las Deidades
en quien sus esperanzas deposita 525
la Ciudad mofa Sócrates, y a solas
a extraños Lares en su casa inciensa:
de impío lo acuso. Satisfaga al cargo,
o sin tardanza la cicuta beba.
¿Cuál es tu excusa? «La Deidad, oh Jueces, 530
aunque una sola, en semejanzas varias
al culto humano presentarse puede;
mas no alterada su inefable esencia,
en ridículos entes colocarse.
El cierto culto, pues a Dios se ofrece, 535
negocio es suyo el prescribirle. Cosas
a Dios pertenecientes, a el tan sólo,
que en si las tiene, declarar es dado.
¿Por medio cuál comprehenderá a lo inmenso
lo limitado en cárceles caducas? 540
Mi Genio::: «A la cicuta: al Pueblo niega
la potestad de reprobar los Dioses
o aprobarlos al culto. La malicia
triunfó en fin. Murió Sócrates a instancia
de la superstición. Pero si el cielo 545
segunda vez en nuestro siglo el Sabio
restituyera al mundo: si resuelto,
si doctamente sincero, cual antes,
ante algún Gorgias de la edad presente
lo que ante el Areópago disputara: 550
si a Dios fiara la noticia cierta
de lo que es su Deidad, esperanzado
de saberlo por él, bien convencido
de la angostura de su juicio: ¡pobre,
pobre Sócrates! presto a la cicuta 555
le llevaran incrédulos Voltaires,
cual crédulos Melitos en su tiempo.

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