|
Oh vosotros, Espíritus agudos, |
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de atinada razón y juicio entero, |
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profetas enviados a la tierra |
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para ensenarla y reformarla en todo; |
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vuestro iniciado soy, catequizadme. |
5 |
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He aquí ya desechados los despojos |
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de mi primera educación: al templo |
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de la Razón me acojo, suspendiendo, |
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con voto a la Verdad, en sus columnas |
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sentencias y opiniones adquiridas |
10 |
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en el falso comercio de los hombres. |
|
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Yo debo el ser a otro poder, y debo |
|
|
sujetarme a las leyes que convienen |
|
|
al orden que me dio la excelsa mano. |
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La bestia solitaria, las que imitan |
15 |
|
la humana sociedad en sus catervas |
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la ave que rompe el invisible velo |
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del líquido elemento que nos ciñe, |
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los entes todos que a formar conspiran |
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la enlazada república del mundo, |
20 |
|
diversos todos en obrar, mantienen |
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|
el orden singular que les es dado |
|
|
constantemente, y como el ciego sigue |
|
|
la senda de la mano que le guía. |
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|
Si yo también entre los entes tengo |
25 |
|
asiento señalado, y mis acciones |
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|
conspiran a algún fin; aquí os invoco: |
|
|
¿Cuál es el orden de mi esencia? ¿Cuáles |
|
|
las leyes que a mi término me llevan? |
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|
«Ejerce la virtud, y a un Dios adora. |
30 |
|
Mas ¿quién me guiará? Mas ¿por qué causa |
|
|
si es mi orden la virtud, quebranto o tuerzo |
|
|
tan fácilmente el proceder de mi orden? |
|
|
¿Qué os dice la Razón? Yo miserable |
|
|
traigo conmigo a la cansada vida |
35 |
|
la persuasión de la virtud impresa |
|
|
en las íntimas túnicas del alma; |
|
|
y siendo esta mi ley, causa ligera |
|
|
opone a su observancia las pasiones |
|
|
que trastornan mi estado, y al delito |
40 |
|
me inclinan o me arrastran, cual si fueran |
|
|
el orden de mi esencia las maldades. |
|
|
¿De dónde en mí la inclinación al vicio? |
|
|
¿De dónde en mí que involuntaria casi |
|
|
resbale a la maldad súbitamente |
45 |
|
la fácil voluntad, como pudiera |
|
|
en deleznable hielo incauto niño? |
|
|
¿Será que Dios, el justo, el bueno, el sabio, |
|
|
dar quiso ser a un ente, en quien la fuerza |
|
|
que induce a quebrantar la ley prescrita, |
50 |
|
avasallase al infeliz principio |
|
|
que a la observancia de la ley induce? |
|
|
¡Tiránica creación! Y predicando |
|
|
tal Deidad los Sofistas ¿decir osan |
|
|
que un Tirano en su Dios el Fiel anuncia? |
55 |
|
¡Miserable Razón! si se dirige |
|
|
por tu trémula luz el pensamiento, |
|
|
nada se arroja a establecer del orden |
|
|
que impuso el Hacedor en sus criaturas |
|
|
sin que, o no Dios, o injusto, le presente. |
60 |
|
Confusa tropa de ignorantes Sabios |
|
|
ansiosa acude: con ardiente ahínco, |
|
|
por socorrer mi indecisión, furiosos |
|
|
asen de mí, y a la región me llevan |
|
|
donde en su trono la Opinión reside. |
65 |
|
Lóbrega sombra en tenebrosa noche,(51) |
|
|
cuando cubierto de preñadas nubes |
|
|
lúgubre esconde su semblante el cielo, |
|
|
no es comparable a la en que eternamente |
|
|
aquel triste lugar está sumido. |
70 |
|
Espeso bulto de cerrada niebla |
|
|
del centro se levanta, que a los ojos |
|
|
dudosamente su apariencia envía; |
|
|
del cual cercado y ofuscado el trono, |
|
|
desde él, señora la Matrona vana, |
75 |
|
con soberano ceño a sus esclavos |
|
|
en equívoca voz sus leyes dicta. |
|
|
Cerca del trono abominable tienen |
|
|
perpetuo asiento la Arrogancia hinchada, |
|
|
la flaca Envidia, y el Desprecio adusto; |
80 |
|
y en torno dél con alas nunca ciertas |
|
|
vuelan en forma de malignos Genios |
|
|
los falsos Pensamientos, prontos siempre |
|
|
a inspirar la erección de los sistemas: |
|
|
fieles ministros de su Reina, al gusto |
85 |
|
de ella se ajustan y en sus siervos obran |
|
|
efectos a su oficio semejantes. |
|
|
Ella, celosa de su imperio, a todos |
|
|
por la Verdad se vende; y ellos ciegos |
|
|
por la Verdad con sumisión la adoran. |
90 |
|
Pusiéronme a su vista, y dirigiendo |
|
|
a mí su voz, «Mancebo. los mortales |
|
|
por mí (dijo) su nombre inmortalizan. |
|
|
La ciencia en mí reside: mis decretos |
|
|
sagrados son; el mísero que pruebe |
95 |
|
refutar su verdad, como execrable |
|
|
sufrirá la venganza de los míos. |
|
|
Yo se que en ti con ansia el gran deseo |
|
|
de hacer tu gloria perdurable asiste, |
|
|
y que a este fin elegirás ufano |
100 |
|
medios valientes que el heroico pecho |
|
|
del vulgo aparten y tu gloria afirmen. |
|
|
Fía de mí. El tumulto de las gentes |
|
|
de su ignorancia en los civiles partos |
|
|
se ocupa firme, y cuanto así dispone |
105 |
|
o al cielo lo atribuye, o de su esencia |
|
|
a la seguridad que en todo busca. |
|
|
Búrlate de él; y aniquilando estilos |
|
|
vulgares en la tierra, mis decretos |
|
|
propaga audaz si a mi favor aspiras.» |
110 |
|
Calló. Yo, simple, persuadido espero |
|
|
recibir el oráculo. A este punto |
|
|
vuelvo la vista a la región obscura, |
|
|
y en torno la rodeo; y afanado |
115 |
|
trasveo por la sombra un gran tumulto |
|
|
no bien distinto a la ofuscada vista, |
|
|
que busca la Verdad entre tinieblas. |
|
|
En este instante desde el pardo trono |
|
|
se oyó la voz de la Matrona. Todos |
120 |
|
a ella se vuelven en tropel confuso: |
|
|
faltos de luz, acelerando el paso, |
|
|
unos en otros tropezando caen, |
|
|
y no por eso la arrogancia pierden. |
|
|
Suspenso todo: la Opinión entonces, |
125 |
|
«Hijos (les dice), deshacer errores |
|
|
sin que a un error deshecho substituya |
|
|
nueva verdad el creador ingenio, |
|
|
no es obra de talentos generosos. |
|
|
Si os persuadís que os ligan otras leyes |
130 |
|
que las que os dicta la Razón, en vano |
|
|
os divorciáis del popular tumulto. |
|
|
Pasad la vista por la tierra: varia |
|
|
en estilos, en usos, de mil gentes |
|
|
de opuesto proceder vereisla llena. |
135 |
|
El Genio excelso que concibe cuanto |
|
|
debe a su ser, a la Ignorancia deja |
|
|
seguir los usos que introdujo, y solo |
|
|
se forma un mundo en que él habite y siga |
|
|
la ley que su Razón le señalare. |
140 |
|
Id, pues: formadle, que en la edad futura |
|
|
será premiada la fatiga, cuando suene |
|
|
con reverencia vuestro nombre.» |
|
|
Todos, su industria previniendo, parten |
|
|
a levantar el edificio a una |
145 |
|
con nueva fuerza y regocijo... Pero |
|
|
apenas juntos a tratar comienzan |
|
|
de la ley general que ha de imponerse; |
|
|
¡eterno Dios! ¿qué voz será bastante |
|
|
para expresar la división horrible, |
150 |
|
la discordia feroz que entre ellos hubo? |
|
|
Bien como cuando en popular Estado |
|
|
plebeya gente a su negocio atenta |
|
|
del bien común a conferir se junta, |
|
|
que hacia el propio interés encaminando |
155 |
|
cada individuo el general, discordes |
|
|
juzgan que a todos extenderse debe |
|
|
la ley que a sí se aplica cada uno: |
|
|
crece el calor de la disputa, y puesta |
|
|
ya en su.punto la cólera, soberbios |
160 |
|
gritan y esfuerzan su opinión, y al cabo |
|
|
sin formar ley alguna se separan, |
|
|
y cada miembro a su albedrío sigue |
|
|
la que más a su objeto es conveniente: |
|
|
así avivando la Arrogancia el fuego, |
165 |
|
del Desprecio ayudada y de la Envidia, |
|
|
en aquellos esclavos miserables |
|
|
se encendió la discordia y bravo enojo. |
|
|
De aquí y de allí a una voz se oyen clamores |
|
|
que entre sí se confunden, y a la oreja |
170 |
|
sólo un ruido atronador ofrecen. |
|
|
Declaman, ponen, contradicen, fundan, |
|
|
derriban: y el discurso enardecido |
|
|
en injurias prorrumpe con que airados |
|
|
mutuamente se hieren y motejan. |
175 |
|
Yo atónito miraba y admiraba |
|
|
la civil desunión: y revolviendo |
|
|
en lo íntimo del pecho con angustia |
|
|
lo que presente vía; vuelto al cielo, |
|
|
!oh Dios! (exclamo), si una ley me obliga |
180 |
|
impuesta en mí para agradarte ¿de éstas |
|
|
cuál seguir debo? En esto, cual si fuera |
|
|
digno mi ruego de un prodigio, el cielo |
|
|
rasga su velo, y de su seno lanza |
|
|
un cúmulo de luces esplendentes, |
185 |
|
que hicieron clara la región obscura |
|
|
aún más que cuando con cabellos de oro |
|
|
tranquilo el sol de sus reflejos dora |
|
|
sin embarazo la serena esfera. |
|
|
Graciosa Virgen luego sustentada |
190 |
|
de nácar y oro en transparentes nubes |
|
|
el aire hiende hacia nosotros. Alza |
|
|
su rostro a ella la Opinión, y al verla |
|
|
súbita huye repitiendo ronca. |
|
|
¡oh Verdad! ¡oh Verdad! Al gran portento |
195 |
|
cesa el tumulto; y fue de ver que apenas, |
|
|
o sospecharon, o entreoyeron que era |
|
|
la Verdad la que a ellos descendía, |
|
|
trocada en lazo estrecho la discordia |
|
|
se unen amigos, y conformes niegan |
200 |
|
que aquélla sea la Verdad. La miran, |
|
|
y heridos de su luz la desconocen |
|
|
porque verla no pueden. Votan todos |
|
|
que es apariencia, o concertada máquina |
|
|
de artífice fanático que tienta |
205 |
|
aparentar milagros en su abono. |
|
|
Ríen y aplauden su advertencia aguda |
|
|
y gran discernimiento; y desatados |
|
|
en donaires y juego, de la Virgen |
|
|
se burlan y se gozan con su triunfo. |
210 |
|
Ella tranquila, de piedad risueña |
|
|
bañadas las angélicas mejillas, |
|
|
la ciega turba con desdén miraba, |
|
|
en la cándida frente delineando |
|
|
compasión y desprecio. Silenciosa |
215 |
|
a sí me llama, y a la esfera suma |
|
|
arrebatando el presuroso vuelo |
|
|
a su lado me lleva: y mis Sofistas, |
|
|
segunda vez entre tinieblas, tornan |
|
|
a desunirse y difamarse; y sueltos, |
220 |
|
cada uno parte a fabricar su mundo. |
|
|
Yo embelesado con mi dicha, apenas |
|
|
crédito daba a mis sentidos: subo |
|
|
y no pienso en que subo. A gran distancia |
|
|
detuvo en fin su ascenso, y desplegando |
225 |
|
los dulcísimos labios, en la mía |
|
|
puesta su vista, hablome de esta suerte. |
|
|
«Si ya las dudas en que ociosa vela |
|
|
la liviandad de los altivos sabios |
|
|
que a Dios corregir quieren, mi designio |
230 |
|
fuera aquí declararte sin reserva; |
|
|
contigo hollando las esferas todas, |
|
|
y el diáfano espacio penetrando |
|
|
por donde siguen su carrera cierta |
|
|
esos orbes inmensos que a tu vista |
235 |
|
sólo blancas vislumbres aparecen, |
|
|
te pusiera en el centro del empíreo, |
|
|
y al lado del Artífice supremo |
|
|
sus leyes y destinos alcanzaras. |
|
|
Yo sé que entonces juzgarías vanos |
240 |
|
y de ningún momento los esfuerzos |
|
|
que tanto allá en tu mundo se celebran, |
|
|
cuando sin freno alguno los mortales |
|
|
al gran Dios sus quimeras atribuyen. |
|
|
Vieras el Universo cual formado |
245 |
|
fue por su mano excelsa; no cual ellos, |
|
|
con viles leyes de su mente indignas, |
|
|
ignorantes artífices le forman. |
|
|
Burlaras los pomposos atributos |
|
|
del divino Neuton, del gran Cartesio, |
250 |
|
con que se honoran porque al fin consiguen |
|
|
herrar con agudeza entre ignorantes. |
|
|
Pero no es éste tu destino. ¿Juzgas |
|
|
que Dios, el justo Dios, te negaría |
|
|
este conocimiento si tu esencia |
255 |
|
por medio dél lograra mejorarse? |
|
|
No lejos de la Luna, en este espacio |
|
|
medio entre ella y tu globo, parar debes |
|
|
tú que fuiste a su esfera destinado.» |
|
|
¡Ah! (dije yo): pues la ocasión convida |
260 |
|
y fácil no es que la Verdad dos veces |
|
|
a un mísero mortal busque y visite |
|
|
haced, haced Señora, que mis dudas |
|
|
tengan fin. Conducidme donde note |
|
|
como el Sol sobre su eje se rodea |
265 |
|
como dilata de la luz los rayos |
|
|
su benéfica lumbre y raudo fuego: |
|
|
si arrebatados hacia el centro oponen |
|
|
su íntima fuerza los menores globos, |
|
|
y de la oposición nacen sus giros: |
270 |
|
si hasta las Fijas la materia cunde |
|
|
de la lumbre solar, y tienen de ella |
|
|
el brillo que en sus haces resplandece; |
|
|
o si es para ellas nuestro Sol lo que ellas |
|
|
para nosotros son, y siempre ardiendo |
275 |
|
bañan de luz innumerables orbes: |
|
|
si con sus soles a extinguirse llegan |
|
|
algunos mundos, y renacen otros |
|
|
que el grande espacio sucesivos pueblen: |
|
|
porque a Saturno iluminado anillo |
280 |
|
ciñe, y sobre él en concertado torno |
|
|
le siguen cinco lunas: donde moran |
|
|
los híspidos cometas, y qué causa |
|
|
los trae y lleva por el vago espacio: |
|
|
si::: «Oh simple! (entonces la Verdad riendo |
285 |
|
me interrumpió) ¿Por qué severamente |
|
|
no a Dios te quejas de que en ti no ceda |
|
|
el gobierno del orbe? Inocentillo, |
|
|
candor curioso en tus potencias obra |
|
|
lo que obra en otros la malicia. Inquieren |
290 |
|
causas al Todo-Sabio reservadas; |
|
|
y nunca dando con lo cierto, arguyen |
|
|
que nada hay cierto, y a su esencia misma |
|
|
alargando sus dudas, la trastornan. |
|
|
Óyeme atento: la inocencia tuya, |
295 |
|
que por la duda a la verdad camina, |
|
|
no a la túmida gloria y vano nombre, |
|
|
digna es de un desengaño. La jactancia, |
|
|
llena de sí, no es de él merecedora. |
|
|
El que hoy lamenta su miseria y males |
300 |
|
congojoso mortal, no de esta suerte |
|
|
salió a luz de la mano poderosa |
|
|
del próvido Señor que el ser le diera. |
|
|
El Universo edificado apenas |
|
|
llenó el espacio, y al imperio docto |
305 |
|
del Dueño omnipotente cada cosa |
|
|
tomó ser y lugar; el movimiento |
|
|
impreso en ellas descubrió el enlace |
|
|
con que una en otra eslabonadas giran. |
|
|
Ya obraban todas cuando el hombre, exento |
310 |
|
del enlace común, la vez primera |
|
|
nació a la vida. Posterior al orden |
|
|
del Todo universal Dios le produjo, |
|
|
porque en él Dios no quiso que él entrara: |
|
|
quísole libre, y le eximió por eso |
315 |
|
de la inmensa cadena destinada |
|
|
a obrar siempre de un modo irrevocable. |
|
|
¡Cuánto a la ciencia del Criador benigno |
|
|
debió entonces el hombre! Enriqueciendo |
|
|
a la ingrata criatura, perfecciones |
320 |
|
puso en él, si no inmensas e infinitas |
|
|
cual lo son en su esencia, semejantes |
|
|
empero en el obrar a las que encierra |
|
|
la inmensidad de su vigor oculto. |
|
|
Si entiende Dios, entendimiento al hombre |
325 |
|
concedió: si reside en su sustancia |
|
|
potestad de querer, el hombre goza |
|
|
de potestad así: si libre y suelto |
|
|
elige y ejecuta en sus designios |
|
|
el Ente de los entes, en los suyos |
330 |
|
elige y ejecuta su criatura. |
|
|
¡Oh desperdicio de inmortales dones |
|
|
a nefandos abusos convertidos! |
|
|
¿Juzgas acaso que tan alta fuerza, |
|
|
vigor tan eminente te fue dado |
335 |
|
para que no en las obras imitaras |
|
|
al que eres en potencias semejante? |
|
|
Si en el vigor a tu Criador imitas, |
|
|
tus efectos en todo parecidos |
|
|
serlo a los suyos deben. Ahora esfuerza |
340 |
|
tu razón, y examina de qué modo |
|
|
Dios y el Mortal de sus potencias usan. |
|
|
La integridad de la Razón suprema, |
|
|
¿por ventura al engaño algunas veces |
|
|
inclinó su saber? El todo Justo, |
345 |
|
el todo Bueno, el Verdadero todo, |
|
|
o, lo que es más decente, la Justicia, |
|
|
la Bondad, la Verdad, la Ciencia, el centro |
|
|
único indivisible que contiene |
|
|
en sí cuantas no caben perfecciones |
350 |
|
en la clausura de tu angosto juicio, |
|
|
y es sólo en cada una, y en él todas, |
|
|
¿acaso en sus efectos contradice |
|
|
al ser que tiene en sí? ¿Dónde el abuso |
|
|
ves de su libertad, de aquella fuerza |
355 |
|
con que le es dado aniquilar a una |
|
|
el Universo entero, a las estrellas |
|
|
asociar el abismo, y de su centro |
|
|
arrancar las columnas de diamante, |
|
|
y el nudo disolver que el orbe afirman?. |
360 |
|
Antes veneras su bondad. Del mundo |
|
|
corriendo en cerco la región poblada, |
|
|
su afable y liberal beneficencia |
|
|
impresa en todo ves: de largos bienes |
|
|
colmadas las criaturas, ora faltas |
365 |
|
de sentimiento reposadas obren |
|
|
por impulso exterior, ora en su seno |
|
|
el estímulo lleven de sus obras. |
|
|
¡Oh cuánto, cuánto en proceder desdicen |
|
|
de su ser los mortales! ¡cuánto injustos |
370 |
|
por alejarse de su Autor trabajan! |
|
|
Desde que el manto de la luz despliega |
|
|
la risueña mañana, hasta que el velo |
|
|
de la noche se esparce y le retira, |
|
|
hierven afanes de malicia insana |
375 |
|
en el pecho del hombre. En las tinieblas |
|
|
cuando del sueño la quietud benigna |
|
|
con el blando letargo sus afanes |
|
|
pudiera interromper; ellos ¡ah tristes! |
|
|
duermen velando, a los cuidados torpes |
380 |
|
atentos que el vivir desasosiegan. |
|
|
Cuenta el avaro en el austero lecho |
|
|
sus males embebidos en el oro |
|
|
que guarda aun de sí mismo. El vengativo |
|
|
sueña la injuria, y de la viva imagen |
385 |
|
arrebatado, a la venganza corre, |
|
|
y hiere y mata, y en matando duerme. |
|
|
Sus tropas sueña el infeliz Monarca, |
|
|
y al Imperio vecino en ellas lleva |
|
|
la muerte y la hambre de la sed pendientes |
390 |
|
en que arde su ambición. En tales obras |
|
|
¿hallas que el hombre a su Criador imita? |
|
|
No fue su intento embarazar la tierra |
|
|
con vivientes avaros o ambiciosos, |
|
|
homicidas o adúlteros. Los vicios |
395 |
|
¿como nacer de la Virtud pudieran, |
|
|
de la inmensa Virtud? Sabios profanos |
|
|
que al hombre hoy consideráis perfecto, |
|
|
estable en su orden, y existiendo en suma |
|
|
cual conviene a su ser ¿que Deidad triste |
400 |
|
predicáis, miserables? Mata el hombre: |
|
|
sirve a su ser; la mano según eso |
|
|
del Criador no es del todo omnipotente, |
|
|
pues obligada a permitir estuvo |
|
|
almas malvadas a matar dispuestas. |
405 |
|
Y si en lo bueno limitáis la eterna, |
|
|
la sola Omnipotencia ¿a cuál angustia |
|
|
reducís sus restantes atributos? |
|
|
La Bondad sin poder ¿de qué manera |
|
|
será suma, infinita? La justicia |
410 |
|
¿cómo obrará con disculpable enojo |
|
|
castigando delitos necesarios? |
|
|
¡Execrable saber, horrible ciencia, |
|
|
que ella por sí la corrupción humana |
|
|
que pretende salvar muestra y descubre! |
415 |
|
Ciegos Sofistas, si el mortal tuviera |
|
|
consigo hoy la bondad que le era propia, |
|
|
no os cansaríais en probar que es bueno. |
|
|
Compara el hombre a su Hacedor. Las artes |
|
|
allá en tu mundo su esplendor reciben |
420 |
|
de la mano valiente. De un Velázquez |
|
|
indican bien las elegantes tintas |
|
|
del artífice diestro la excelencia. |
|
|
Menos descuidos en el lienzo nota |
|
|
el fastidioso Gusto; mas levanta |
425 |
|
del Pintor el talento: viles obras |
|
|
de vulgar interés, ya las subscriba |
|
|
célebre nombre, por ajenas raya, |
|
|
y niega que a tal nombre pertenezcan. |
|
|
¿Juzgas que el hombre, cual procede y vive, |
430 |
|
obra es digna de un Dios? Donde en los males |
|
|
que traza y sufre; en la cruel discordia |
|
|
que alimenta y instiga, tan constante |
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que nunca el Sol por el rosado oriente |
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puro y gallardo amaneció a la tierra |
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sin ver su suelo con la sangre tinto |
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de horrísonos combates, ¿dónde en esto |
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la Bondad infinita resplandece? |
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cuando inclinada a la sentencia inicua |
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por el oro elocuente la balanza |
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de juez civil, en tribunal vendible |
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oprime la inocencia desvalida; |
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¿dirás que luce permitiendo injustos |
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la justicia inmudable, eterna, inmensa? |
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Solo en un bosque un pequeñuelo niño |
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abandona a su suerte: si el descuido |
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de las fieras la vida le permite, |
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crecerá embrutecido, y todo ajeno |
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de su ser, nuevo miedo de los montes, |
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más que a los hombres se unirá a las fieras. |
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¿Por qué le deja la Razón? Al tierno, |
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al simple jilgerillo, que aún sin pluma |
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travieso joven de su nido aleja |
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y cría en su mansión ¿cuándo el instinto |
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concedido a su ser le desampara? |
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Déjele libre: partirá a la selva |
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gozoso y diligente, a sus iguales |
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juntarase, y mezclando sus gorjeos |
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con los festivos de la tropa amiga, |
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elegirá consorte, y negocioso |
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con maña no olvidada en sauce espeso |
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fabricará para los dos su nido. |
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Si es distintivo la Razón del hombre, |
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¿por qué perderla puede? ¡Oh! duraría |
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en él sin decadencia, si guardara |
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su vigor ella y primitivo estado. |
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El bruto y la ave su vigor conservan, |
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porque no han decaído: ve si el hombre |
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ha, pues no le conserva, decaído; |
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o si un Dios justo a su mejor criatura |
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más flaca esencia concedió que a un ave. |
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No, no los hombres trabajaran tanto |
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para hacerse perfectos, si perfectos |
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cual requiere su ser permanecieran. |
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No a las naciones separaran leyes |
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y costumbres opuestas o distintas. |
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Sola tu especie en el vivir procede |
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inconstante, sin norma, en tantos usos |
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partida cuantos son los individuos: |
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avaro el uno, liberal el otro; |
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éste homicida, aquél de sus iguales |
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próvido defensor; socorre, usurpa, |
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regala, roba, engaña, desengaña... |
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¿Por qué a su instinto una brutal especie |
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obedece constante; y los mortales |
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no a la Razón constantes obedecen? |
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Sus mismas obras su delito gritan, |
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y su caida triste. Ellos unidos |
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en pensar, en obrar; quietos, dichosos |
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vivieran si del Ente soberano |
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cumplieran la intención con imitarle. |
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El bruto, el árbol, la rudeza informe |
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de los cuerpos no vivos, el fecundo |
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procrear de la tierra, el refulgente |
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círculo de los orbes; cuanto abarca |
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la limitada inmensidad, humilde |
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al arbitrio supremo, todo, todo |
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sus leyes guarda en inviolable curso |
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el hombre solo, el solo cual hoy dura |
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su orden quebranta, y si en su obrar maligno |
500 |
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socorro portentoso no le enfrena, |
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perpetuamente acciones (no lo dudes) |
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producirá contrarias a sus leyes. |
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¡Oh primitiva edad, edad sagrada, |
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tiempo no poseído! Allá en tu suelo |
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¿por qué hay quien ose defender que el hombre |
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nunca ser bueno ni dichoso pudo? |
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Pudo ser bueno, y ser dichoso; entonces |
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yo, compañera de su dicha, a todos, |
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consagrada a su bien, de mis misterios |
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partícipes hiciera. Embelesados |
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en el progreso de las cosas, claro |
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y abierto a su razón, reverenciaran |
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el solo Numen anunciado en ellas: |
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y obedeciendo las sencillas leyes |
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que en sí mismos notaran; divididos |
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en regiones diversas, no diversa |
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fuera la voluntad, y en obras unos |
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en las de un hombre las de todos vieras. |
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Ahora discordes, en continua guerra |
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consigo mismos, en su pecho sienten |
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áspera acusación que los agrava, |
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y alimento del miedo, a cada instante |
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culpa sus hechos congojoso el juicio. |
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¿Quieres la imagen de tu ser? Arranca |
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de la tierra los vicios. Los mortales |
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se amarán entre sí, y un soberano |
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conocerán en la Virtud tan sólo. |
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Mas ¿quién de ella arrancar podrá los vicios? |
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¿Quién hará bueno al hombre, a esta criatura |
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creada para ser buena? Alarga, alarga |
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la vista hacia tu mundo y examina |
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la haz de su redondez: verás que abundan, |
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más los inventos que los vicios dictan, |
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que los que dicta la Virtud, sobre ella. |
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Riscos valientes, pesadumbres toscas |
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por defensa industriosa contornadas |
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en muros defensores: la dureza |
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del bronce en instrumentos convertida |
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de fulminante estrago, a cuyo impulso |
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ceden a una la morada humilde, |
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y la gigante cúpula: en los mares |
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no ya el hórrido estruendo de las olas |
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cuando soberbio las azota el austro, |
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el de las naves a emular se atreve. |
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Pues si al bullicio de la unión urbana |
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te vuelves, y en silencio le examinas, |
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¡qué empresas! ¡qué designios! robos, fraudes, |
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tiránica ambición, lujuria ardiente, |
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malicia injusta, la inocencia al cielo |
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levantando los ojos oprimida |
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del pérfido poder, tramas, traiciones, |
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obras que apenas el civil desvelo |
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de las leyes reprime y escarmienta. |
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¡Hasta en las cosas que a su Autor consagran |
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mezclan los hombres su maldad! Pervierten |
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la inocente Piedad; y figurando |
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Dioses injustos, en nefandos votos |
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su auxilio imploran, o por medios torpes |
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a venerar su omnipotencia acuden. |
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Ve tu miseria. Mas ¿en ella acaso |
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irreparablemente un Dios benigno |
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dejara a sus criaturas? Existiendo |
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en su pureza propia, fuera en todos |
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una la religión, las leyes unas, |
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por su Razón no equívoca dictadas. |
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Perdió su oficio la Razón: al punto |
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desconoció a su Dios, y los deberes |
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alteró primitivos. El Dominio |
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inventó leyes nuevas, Dioses nuevos. |
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Atiende al vulgo: del que impera adora |
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el Dios, no el que él descubre. En sectas varias |
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dividida la tierra, sola en una |
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verás que la introdujo un Varón justo. |
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Dios pide un culto; y la Razón, dudosa, |
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si el mismo Dios no le revela, nunca |
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sabrá por sí cuál le será más grato. |
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Íntegro el hombre, sin tropiezo o duda |
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conocía su Dios y sus deberes. |
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Pues fuera entonces una sobre el suelo |
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la religión, por la Razón dictada: |
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arguye de esto, que corrupto el hombre, |
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la religión también debe ser una; |
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y que impotente la Razón, Dios sólo |
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puede dictar lo que ella ya no dicta.» |
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Dijo: y rasgando la región etérea |
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con ala vagarosa, hacia el empíreo |
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su vuelo dirigió ceñida en torno |
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de un rosado esplendor que despedía. |
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A mí una nube a la anaustiada tierra |
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me descendió; y ya en ella, con ahínco |
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torno a oír los Filósofos, y al cabo |
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llego a entender que en ellos nunca se oye |
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la habla que oír en la Verdad yo pude. |
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