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Don Quijote y los niños

Antonio Rodríguez Almodóvar





Dos magníficas exposiciones sobre el Quijote estimulan estos días nuestro deambular por la ciudad de la gracia, antes de que se ponga obligatoriamente estupenda. Las dos son complementarias. Una está en la Fundación José Manuel Lara y otra en el Museo de Pintura. Con ambas aumenta, provisionalmente, ese recorrido cervantino del que Sevilla se enorgullece (con lo mal que lo pasó aquí don Miguel), azulejo por aquí, rincón por allá, remembranzas de este o aquel episodio salido del descomunal ingenio, con los que el inmortal nos quiso hacer inmortales. Debería ser, pues, de obligada peregrinación para todo aquel que se precie de sevillanía, que es un doctorado más difícil de lo que parece. Pero sobre todo debería servir para iniciar a los niños en el difícil arte del Quijote.

Dentro de nada celebraremos los cuatrocientos primeros años de la primera edición de la Primera Parte de El Ingenioso Hidalgo... y bueno es que vayamos tomando posiciones. Las instituciones hacen planes, los políticos meten la efemérides en su agenda electoral (para Zapatero es poco menos que una cuestión de Estado) y, en fin, que hay que ponerse las pilas, como manda el ingenio popular vigente.

Lo malo es qué hacer con el Quijote y los niños. No nos engañemos. Si ya resulta complicado arrimarles lecturas más livianas, cómo introducirlos en el tocho. La verdad es que ingenio no falta, y ediciones más o menos a su alcance, tampoco. Más parece que falta la necesaria convicción entre los adultos de que el Quijote es un libro perfectamente capaz de encandilar a los peques y a los cadetes, sin necesidad de sucedáneos ni purpurinas. Y me sigue pareciendo que a lo mejor tendríamos que hacer campaña para que los adultos, incluidos los maestros, se volvieran a enamorar de la novela de Cervantes. Pero como esto es harina de otro costal, volvamos a nuestro cometido específico.

Me voy a referir sólo a ediciones del Quijote con vocación de servir en ese rito introductorio para niños y adolescentes, y que a día de hoy puede uno encontrar en las librerías. Del tipo comic están una de Will Esiner, en Norma Editorial (del año 2000), y otra en Libro Hobby, que acaba de salir, denominada precisamente Mi primer Quijote en cómic, y que asegura ser una «versión completa para niños», con arreglo a algún criterio que se me escapa. Entre las «clásicas», la edición de Susaeta (sin año de edición, como es mala costumbre de esta editorial), para mi gusto con demasiados brillos. Los comentarios por capítulos y los glosarios no están mal. Otra edición, más modesta, pero más asequible, es la de Ed. Alfredo Ortells, con selección de capítulos ilustrados.

Mucho más cuidada es la de SM, con la aclaración un tanto curiosa de «Edición cultural», dirigida por Andrés Amorós. Las notas a los márgenes son muy útiles y cómodas para el lector primerizo, y los 60 temas «culturales» que propone, para ampliar el conocimiento contextual de la obra, bien elaborados.

En el capítulo más imaginativo de las relecturas, esto es, de los textos A propósito de El Quijote, citaré El pequeño Borges imagina el Quijote, Sirpus, Barcelona, 2003, ilustraciones de Ramón Moscardó, perteneciente a la serie que Carlos Cañeque dedica a introducir a los lectores neófitos, por vía de una ficción sobre la ficción, en las grandes obras de la literatura universal.

Para otro día dejaremos cuestiones más peliagudas, tales como: ¿Puede reducirse el Quijote para los niños? ¿Cómo hacer esto? ¿No fueron ya bastante negativas aquellas ediciones escolares de los tiempos del franquismo, cuando el Hidalgo pasaba por encarnar no sé cuántas virtudes patrias? ¿Cómo acercar la obra de Cervantes a los nuevos tiempos? Casi nada.





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