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Doña Perfecta

Drama en cuatro actos, arreglo teatral de la novela del mismo título


Benito Pérez Galdós



Portada



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PERSONAJES
 
ACTORES
 
DOÑA PERFECTA,   viuda noble. SRA. TUBAU.
ROSARITO,   su hija. SRTA. SUÁREZ (NIEVES).
MARÍA REMEDIOS,   viuda plebeya, familia de DON INOCENCIO. SRA. ÁLVAREZ (JOSEFINA).
LIBRADA,   criada. SRTA. CANCIO.
PEPE REY,   ingeniero de caminos, sobrino de DOÑA PERFECTA. SR. THUILLIER.
DON INOCENCIO,   canónigo y humanista. SR. MARIO.
CRISTÓBAL RAMOS (CABALLUCO),   cabecilla. SR. AMATO.
JACINTITO,   hijo de MARÍA REMEDIOS. SR. VICO (ANTONIO).
DON CAYETANO,   hermano de DOÑA PERFECTA. SR. MANSO.
DON JUAN TAFETÁN,   viejo verde. SR. BALAGUER.
VARGAS,   teniente coronel de infantería. SR. VALLÉS.
PINZÓN,   capitán de caballería. SR. MORANO.
EL TÍO LICURGO,   lugareño. SR. VALENTÍN.
PASOLARGO,   cabecilla. SR. VILLANOVA.
ESTEBAN ROMERO,   cabecilla. SR. URQUIJO.
CABO CARTERO. SR. BONAFÉ.
 

La escena en Orbajosa, ciudad antigua, cabeza de partido.

   

Época 187...

 



  -[5]-  

ArribaAbajoActo I

 

Jardín interior, o patio ajardinado, en la casa de DOÑA PERFECTA. A la derecha una fachada del edificio, que es antiguo y muy irregular: puerta grande que conduce a las habitaciones y es paso para la calle.

   

En el fondo, rompimiento con dos filas de altos cipreses. Por allí se va a la huerta.

   

A la izquierda una tapia y cipreses y otros árboles corpulentos que dan sombra a la escena.

   

Una mesa a la izquierda, un sillón y sillas rústicas. A la derecha mesa más pequeña. Hora: las dos de la tarde.

   

Derecha e izquierda se entiende del espectador.

 

Escena I

 

EL TÍO LICURGO que viene de la huerta; MARÍA REMEDIOS, que entra en escena por la derecha, con mantilla, como viniendo de la calle.

 

EL TÍO LICURGO.-  ¿Qué se le ha perdido por acá, señora doña María Remedios?

MARÍA REMEDIOS.-   (Mirando a la ventana del comedor.)  ¿Están comiendo?

EL TÍO LICURGO.-   Sí señora. Hora y media de comistraje llevan ya. Tres principios, tres, me ha dicho Librada que hay.

MARÍA REMEDIOS.-  Y todo por ese fantasmón de ingeniero, que nos han traído de los Madriles, hombre sin fe, repodrido en las matemáticas, y harto de impiedades y maleficios... No sé en qué piensa la señora.

EL TÍO LICURGO.-   No es idea de la señora mismamente, sino de su hermano, el abogado de allá, ¿sabe? el cual que   -6-   le mandó carta diciéndole: «quiero que mi hijo se case con tu hija».

MARÍA REMEDIOS.-  Sí, sí... ¡Ah, mundo amargo, mundo tentador, esclavo de la materia!... ¡Y sacrifican a la pobre Rosarito...!

EL TÍO LICURGO.-  Eh... hable bajo.

MARÍA REMEDIOS.-  Quiero verle.  (Se aproxima a la ventana, de costado.)  Es aquel que habla más que come.  (Vuelve al proscenio.)  El demonio le ha dado figura simpática, y un hablar galano para que engañe mejor. ¡Ah, mundo perverso! Ya sé; es de estos que predican en los centros de pecado que hay en Madrid, y que se llaman... no me acuerdo.

EL TÍO LICURGO.-   Se llaman... espérese... se llaman... Pues yo tampoco lo sé.

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Mundo ingrato!... ¿Y qué me dice usted del desaire que han hecho a mi niño?

EL TÍO LICURGO.-  Ya sé; la señora ha convidado a don Inocencio; pero no a Jacintito.

MARÍA REMEDIOS.-  Estoy volada... La señora me lo perdone... pero este desprecio... ¡Ah!... Cuando todos dicen, y con razón, que mi niño está cortado para su hija... tan modosito, tan instruidito... abogado a los veinte años... Y luego... ¡con la crianza que le ha dado mi tío don Inocencio! Las ideas sanas, los principios religiosos, metidos así... a marcha martillo.

EL TÍO LICURGO.-  Pero como las niñas de ogaño bailan al son de lo nuevo, por no decir de lo peor...

MARÍA REMEDIOS.-    (Indignada.)  Quítese usted allá... ¡Que será capaz Rosarito...!

EL TÍO LICURGO.-  Entre el sí y el no de una mujer, no pongas la punta de un alfiler.

MARÍA REMEDIOS.-  Imposible que la niña...  (Muy nerviosa.)  ¡Ja, ja!... ¡querer a ese... preferirle a mi ángel!... Dígame, tío Licurgo, ¿y él es rico?

EL TÍO LICURGO.-  Tanto como la señora, o más.

MARÍA REMEDIOS.-  Y sabe, sabe mucho...

  -7-  

EL TÍO LICURGO.-  ¡Oh!...

MARÍA REMEDIOS.-  Por supuesto, cosas malas, que más valdría que no las supiera.

EL TÍO LICURGO.-  Más sabe el cuervo que la paloma.

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Ay, no! La señora sabe más que él, y que todos los gavilanes juntos. Y nosotros, los que bien queremos a la señora, la ayudaremos a espantar este pájaro de rapiña. Dígame otra cosa, Licurgo: ¿es cierto que usted y los Farrucos le ponen pleito?

EL TÍO LICURGO.-   Sí señora; nacen en las laderas altas de Alamillos, que al parecer son de este sujeto, don Pepito Rey, unas aguas maléficas, escrupulosas1 y mutativas, que se estancan en nuestra heredad, y nos matan toda la fisonomía vegetal de la tierra...  (Sale ROSARITO del comedor.) 

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Ah! la señorita sale.



Escena II

 

Dichos; ROSARITO, LIBRADA con el servicio del café.

 

ROSARITO.-  Ponlo aquí.  (En la mesa de la izquierda.)  ¿Se enfriará si tardan?... ¡Ah! Remedios.  (Vase LIBRADA, que vuelve luego con licores, copas y una caja de cigarros.) 

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Prenda querida!  (La besa haciéndole mimos.)  ¡Pobretina mía! Estás triste, ¿verdad? ¿Verdad que está triste y asustadica la paloma de la casa?

ROSARITO.-    (Sorprendida y risueña.)  ¿Yo? Si estoy contenta...

MARÍA REMEDIOS.-   (Recelosa.)  ¡Contenta!  (Viendo que salen los señores.)  Ah, ya salen: yo me escabullo.

ROSARITO.-  Oye.

MARÍA REMEDIOS.-  Me voy, me voy.  (Vase hacia la huerta.) 


  -8-  

Escena III

 

DOÑA PERFECTA, PEPE REY, DON INOCENCIO y DON CAYETANO que salen del comedor; ROSARITO arreglando el servicio del café; LICURGO que se descubre y se retira al fondo.

 

DOÑA PERFECTA.-  Pues sí, queridísimo Pepe, mi hija me lo decía esta mañana.

ROSARITO.-    (Como asustada.)  ¿Yo... qué?

DOÑA PERFECTA.-  Me decías que tu primo, hecho a las pompas y etiquetas de la Corte, y a las modas extranjeras, no podrá soportar esta sencillez rancia en que vivimos...

DON CAYETANO.-  Ni esta falta de buen tono.

PEPE REY.-  ¡Qué error! Nadie aborrece más que yo los artificios de lo que llaman alta sociedad.

DON CAYETANO.-   (Cogiéndolo por un brazo, lo lleva a la mesilla de la derecha.)  Tú aquí... conmigo2.

PEPE REY.-    (Tomando asiento.)  Ya lo he dicho: mi deleite es el sosiego del campo, mi sociedad la familia, mi descanso el estudio, mis amores... hasta hoy, la Naturaleza y la ciencia.  (ROSARIO le sirve café.) 

DON INOCENCIO.-   (Cogiendo su taza.)  Lo que digo: es usted, mi señor don José, un gran filósofo... práctico.

PEPE REY.-  ¡Oh, no! guárdense las expresiones laudatorias para el virtuoso sacerdote, para el sabio humanista de Orbajosa.

DON INOCENCIO.-    (Rechazando los elogios con modestia.)  ¡Oh, por Dios!...

DOÑA PERFECTA.-  Don Inocencio vale mucho; tú también. Felices nosotros si conseguimos que esta humildad, que esta vida obscura no se te hagan aborrecibles.

PEPE REY.-  ¡Quia! Dos días no más llevo aquí, y ya siento que el alma se me ensancha, se me renueva en este ambiente de paz. Todo, todo lo cambio por   -9-   este rincón apartado y tranquilo, donde pienso encontrar mi dicha.

DON INOCENCIO.-   (A DOÑA PERFECTA, que toma café a su lado.)  Bien, bien.

ROSARITO.-    (A PEPE REY, por el café.)  Lo encontrarás poco fuerte.

PEPE REY.-  Está delicioso.

DON INOCENCIO.-  Riquísimo.

DON CAYETANO.-  Y ahora, en cuanto tomemos café, te enseñaré lo mejor de mi biblioteca, de la cual no pudiste ver esta mañana más que la broza, lo moderno.

ROSARITO.-  (¡Pobrecito, ya le cayó que hacer!)

DON INOCENCIO.-  Es muy notable la colección de su tío de usted.

DOÑA PERFECTA.-   Ejemplares rarísimos: ya verás.

PEPE REY.-  Siento ser absolutamente lego en todo eso de las curiosidades bibliográficas.

DON INOCENCIO.-  Verá usted todo cuanto se ha escrito acerca de nuestra querida Orbajosa.

DON CAYETANO.-  Incluyendo aquellas obras que sólo citan a nuestra gloriosa ciudad episcopal, o a alguno de sus hijos. Con estos elementos preparo mi Floresta Urbsaugustana, en la cual creo que no se me escapará ninguna particularidad histórica ni biográfica de este nobilísimo pueblo.

PEPE REY.-  ¡Ah!  (Con gracejo.)  Yo creí que en Orbajosa no había más cosas buenas que... lo que está presente.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Jesús, Pepe!

DON INOCENCIO.-  En todas las épocas de nuestra historia, los orbajosenses se han señalado por su hidalguía, por su lealtad, por su valor, por su claro entendimiento...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Tú qué te creías?

PEPE REY.-  No; si no lo dudo.

EL TÍO LICURGO.-   (Adelantándose con falsa timidez y socarronería.)  ¿Da su permiso el señor don José...?

PEPE REY.-  ¡Ah! el buen Licurgo...

ROSARITO.-    (Aparte, con pena.)  Cómo le marean, pobrecito; el tío con sus librotes, y este con sus pleitos.

EL TÍO LICURGO.-  ¿Ha descansado el señor don José?

  -10-  

PEPE REY.-  Del viaje, sí... de usted, no. Ya es la tercera vez que viene a decirme que pleitea...

DON CAYETANO.-  ¿Contra ti?

PEPE REY.-  Contra mí.

DOÑA PERFECTA.-   Pero este Licurgo... Hombre, déjale que tome su café con tranquilidad.

EL TÍO LICURGO.-   (Con fingida aflicción.)  Señora mía, señor don José, yo no quisiera molestarles; pero el Ayuntamiento nos pide daños y perjuicios, porque las aguas maléficas y corruptas...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Y yo qué tengo que ver?... Déjeme usted a mí de aguas corruptas y de cuestiones maléficas, tío Licurgo... ¡Triste de mí, que jamás he visto un grano de trigo de esa dilatada estepa de Alamillos! Si soy yo quien debe pleitear, y perseguirles, y procesarles, porque esas tierras que disfrutan son mías, las han ido cercenando de mi propiedad: hoy una fajita, mañana otra... A mi padre le denunciaron este despojo; pero no hizo caso...

EL TÍO LICURGO.-    (Exaltándose, con falsa dignidad.)  Señor don José, ahí están mis linderos, en las santísimas escrituras.

DOÑA PERFECTA.-  Eh, no te exaltes... Yo garantizo a este, Pepe. Es incapaz... Por Dios, sé razonable. Las aguas malas nacen en tu heredad; es justo que tú...

PEPE REY.-  Bueno, queridísima tía; no me riña usted. Si usted cree que debo pagar daños y perjuicios...

DOÑA PERFECTA.-   No, yo no digo nada. Tú eres generoso y no gustas de oprimir al pobre.

PEPE REY.-  ¡Pero si es el pobre el que quiere oprimirme a mí!...

DON CAYETANO.-  Te advierto que este es un picapleitos formidable, y sabe más leyes que todo el Colegio de Abogados de Madrid.

PEPE REY.-  Lo creo.

EL TÍO LICURGO.-  ¡Leyes a mí! ¡Justicia! Del lobo un pelo, y ese de la frente. Pero mi derecho es mi derecho...

DOÑA PERFECTA.-  Vaya, Licurgo, déjanos en paz ahora.

  -11-  

PEPE REY.-  Sí, sí; que nos perdone la vida...

EL TÍO LICURGO.-  Si molesto, no es caso... Pero volveré. Mi derecho es mi derecho... Cada lobo a su senda.

ROSARITO.-  Sí, sí; pero basta ya.  (Cogiendo un cigarro de la caja que hay sobre la mesa.)  Toma un cigarrito, y vete con Dios...

EL TÍO LICURGO.-  Gracias, mi niña... Señora, señor don José, hasta más ver... Pobre, pero honrado. Sagrado es lo ajeno; pero lo propio, sagrado también.

ROSARITO.-    (Empujándole hacia fuera.)  Sí, sí... Adiós, hombre.

EL TÍO LICURGO.-   (Retirándose.)  Mi derecho es mi derecho.



Escena IV

 

Los mismos, menos LICURGO.

 

PEPE REY.-    (Pasando al otro lado.)  ¡Demonio de hombre! Estos villanos legistas me atacan los nervios.

DOÑA PERFECTA.-  No lo tomes así, hijo mío. Los pobres defienden el miserable terruño sobre que viven.

DON CAYETANO.-  No se hable más de eso.

ROSARIO.-   (Que se ha sentado junto a DON CAYETANO.)  Y este Licurgo maldito y los Farrucos no me entran más en casa.

DON CAYETANO.-  Sí, porque con estas incumbencias podríamos hacerle antipática nuestra noble tierra. ¿Verdad, sobrino, que te gusta Orbajosa? Di que sí.

DON INOCENCIO.-  ¿Gustarle? Lo dudo.

PEPE REY.-  ¡Oh, no!

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué piensas de nuestra humilde, pero gloriosa y santa ciudad?

PEPE REY.-  ¿La ciudad...?

ROSARIO.-  ¿Verdad que te gusta? ¡Si es tan bonita!

PEPE REY.-  Si Rosario la encuentra bonita, yo también, porque en todo quiero ser de su parecer.

DON INOCENCIO.-  ¿Y el país, la región...?

ROSARIO.-  Di lo que tú piensas, no lo que pienso yo, que soy una ignorante.

PEPE REY.-  Pues...

DOÑA PERFECTA.-  Sinceridad, hombre, buena fe.

  -12-  

PEPE REY.-  Allá voy, señora. Pues en la región no veo más que pobreza, un atraso que descorazona, ejércitos de mendigos, la agricultura como en tiempos de Adán, la industria rutinaria, grosera, infantil.  (Óyenle todos con disgusto.) 

DOÑA PERFECTA.-  Riqueza, bambolla, no tenemos... pero hay caridad.

PEPE REY.-  ¡Ah! no digo que no. Pero no se trata...

DOÑA PERFECTA.-  Somos pobres, rústicos, zafios, si quieres; pero conservamos las virtudes de la raza, los sentimientos nobles, el santo temor de Dios... ¿Sabes lo que es esto?

PEPE REY.-  ¿Pues no he de saberlo? Lo que yo digo es...

DON INOCENCIO.-   (Nervioso, sin poderse contener.)  La cantinela de siempre. En mi larga vida, he visto llegar a Orbajosa multitud de personajes de la Corte, traídos unos por la gresca electoral, otros por gusto de ver nuestra soberbia basílica, pulchra augustana, que dijeron los antiguos. Pues todos han de hablarnos enfáticamente de nuestra rudeza, de nuestro atraso material... ¿Y qué nos traen ellos? pregunto yo. Por supuesto,  (Mirándolo por encima de las gafas.)  ni remotamente se crea que lo digo por usted. Me guardaría yo muy bien... Ya sé que tenemos delante a uno de los hombres más eminentes de la España moderna.

PEPE REY.-   (Rechazando el elogio.)  ¡Oh!...

DON INOCENCIO.-  A un hombre que sería capaz de transformar estos páramos en comarcas fertilísimas, sólo tocando en ellos con la varita maravillosa de la ciencia

PEPE REY.-    (Confuso.)  ¡Pero don Inocencio, si no he dicho...! Tía, ¿verdad que...?

DOÑA PERFECTA.-  Nada, no me incomodo. A hombres de tanto, de tantísimo entendimiento, se les puede dispensar el desprecio que hacen de nuestra vulgaridad.

PEPE REY.-  ¡Yo!...

DON INOCENCIO.-  Y le autorizamos para todo.

  -13-  

DOÑA PERFECTA.-  Incluso para decir que somos... poco menos que cafres.

PEPE REY.-  ¡Por Dios, querida tía!...

ROSARIO.-    (Muy apurada.)  ¡Pero si no ha dicho...!

DOÑA PERFECTA.-    (Imponiéndole silencio con el dedo en la boca.)  ¡Niña!... ¡pst!...

PEPE REY.-  Si no me han entendido...

DOÑA PERFECTA.-  Sí te entendemos, ¡ah! Pero no nos damos por ofendidos y te perdonamos de todo corazón.

PEPE REY.-   (Resignándose.)  Pues sea lo que ustedes quieran.

DON CAYETANO.-  Ya le irá tomando el gusto a nuestra humilde Orbajosa. Mañana le enseño yo todita la Catedral, por dentro y por fuera, el relicario, la cripta, las telas y ornamentos, los sepulcros...

PEPE REY.-  Ya la vi esta mañana ligeramente...

DOÑA PERFECTA.-    (Interrumpiéndole.)  Cuidado, Pepe; si hablas mal de nuestra hermosa iglesia perdemos las amistades. Tú sabes mucho; eres una eminencia, una celebridad... pero si has de descubrir que esta santa fábrica no es la octava maravilla, guárdate en buen hora tu ciencia y déjanos en nuestra feliz ignorancia.

PEPE REY.-  Señora mía, lejos de creer que no es bella la Catedral, lo que de su interior he visto me parece de imponente gallardía.

DOÑA PERFECTA.-  Bien, hombre, bien; lo dices por tenerme contenta.

ROSARIO.-  Le gusta, sí, le gusta.

DON INOCENCIO.-  Gracias, mil y mil gracias, señor don José. Yo pensé que usted, como gran matemático y materialista furibundo, menospreciaría nuestro templo diocesano, y nos diría que le parece más bello y grandioso cualquier almacén o mercado de hierro.

PEPE REY.-    (Ligeramente ofendido.)  ¡Pero, señor mío!...

DOÑA PERFECTA.-    (Interrumpiéndole.)  Y aunque lo sientas, harás bien en no decírnoslo, y te agradecemos tu delicadeza.

PEPE REY.-    (Nervioso.)  ¡Nada, no quieren entenderme!...

ROSARIO.-  (Le entienden al revés).

  -14-  

DOÑA PERFECTA.-  ¿Te incomodas?

PEPE REY.-  ¡Oh, no!... Pero... Empiezo por decir que ni yo soy sabio, ni...

DON INOCENCIO.-    (Con viveza.)  Lo es, y de los más eminentes de por allá.

PEPE REY.-    (Un poquito quemado.)  Gracias, señor don Inocencio. No admito la lisonja.

DON INOCENCIO.-  Acepte el elogio sincero, porque tras él, si el señor don José me lo permite, señalaré, lisa y llanamente, la sombra que veo junto a esa luz excelsa de su sabiduría.

PEPE REY.-  ¡La sombra!

ROSARIO.-    (Alarmada.)  (¡Ay, Dios mío! ¿Qué sombra será esa?).

DON INOCENCIO.-  ¿Usted ha cultivado las ciencias?

PEPE REY.-  Sí señor.

DON INOCENCIO.-  Con extraordinario aprovechamiento.

PEPE REY.-  Regular.

DON INOCENCIO.-  Provecho para la inteligencia, desventaja para el corazón; porque la ciencia, tal como la estudian y propagan los modernísimos, es la muerte del sentimiento y de las dulces esperanzas con que nuestras pobres almas se consuelan de las miserias de esta triste vida.

PEPE REY.-    (Que se ha levantado y va de un lado a otro.)  Poco a poco, señor mío...

DOÑA PERFECTA.-  La ciencia todo lo reduce a guarismos, reglas, rayas y formulillas, y quiere hacer del mundo una gran máquina.

PEPE REY.-  ¿Quién ha dicho eso? Pero señor, ¿qué tiene que ver...?

ROSARIO.-    (Aparte a PEPE REY.)  No le contradigas. Di a todo que sí.

DON CAYETANO.-  Pepe, tómalo con calma.

DOÑA PERFECTA.-   ¿Pero te incomodas?

PEPE REY.-  Sí; me incomoda tanto llamarme sabio... y científico, y...

DOÑA PERFECTA.-  Si lo eres.

PEPE REY.-  Y saldrá a relucir otra vez la dichosa materia...

  -15-  

DOÑA PERFECTA.-  Si es tu fe.

PEPE REY.-  Señora...

DOÑA PERFECTA.-  No, conmigo no discutas; aquí don Inocencio sabrá contestarte.

DON INOCENCIO.-  ¿Yo?... ¿Qué puedo yo contra adalid tan fuerte?...

PEPE REY.-  ¡Y dale! Pues yo le digo a usted...  (Conteniéndose.) 

DOÑA PERFECTA.-  A ver, a ver...

ROSARIO.-    (Alarmada.)  ¡Pepe, cuidado...!

DOÑA PERFECTA.-  Habla, hombre. ¿Qué ibas a decirnos?

PEPE REY.-   (En el centro de la escena, en pie.)  Que sí... que sí, que yo defiendo la ciencia,  (Con brío.)  la defiendo porque es mi madre, porque le debo lo poco que soy. Y diré al señor don Inocencio, a nuestro insigne humanista, gloria de Orbajosa, que la ciencia, por ley ineludible, ha venido a derribar tanto ídolo vano, la superstición, el sofisma, las mil mentiras del pasado, bellas las unas, ridículas las otras. Adiós sueños torpes, embriagueces dulces de la imaginación. El género humano ya no es niño, es hombre, y os ha trocado por la verdad. La ciencia ha realizado este prodigio; la ciencia, hija de Dios también, señor don Inocencio, aunque usted no quiera; la ciencia, que como un astro espléndido ilumina y calienta el mundo, pues no sólo disipa las tinieblas, sino que destruye las corrupciones producidas por la obscuridad.

ROSARIO.-   (Muy apurada, aparte, a PEPE REY.)  ¡Por Dios, mamá se enoja!

DOÑA PERFECTA.-  ¡Vaya, vaya...!

DON CAYETANO.-   (A PEPE REY.)  Cuidado, Pepe...

DON INOCENCIO.-   (Aparte a DOÑA PERFECTA.)  Panteísmo puro.  (Alto.)  Emplearía yo armas de sentimiento, argumentos teológicos, sacados de la revelación, de mil autoridades religiosas y profanas. Pero sólo conseguiría que se riera de mí y de mis vulgares razones, nuestro gran matemático, hombre eruditísimo, pero sin Dios.

PEPE REY.-  ¡Oh, eso no!

  -16-  

DOÑA PERFECTA.-  Porque no te atreves a decirlo.

PEPE REY.-   (Con firmeza.)  ¡No, no!

DON CAYETANO.-  ¡Ea! basta ya.  (Se levanta, queriendo poner paz.) 

ROSARIO.-    (Levantándose.)  No se hable más de cosas tan poco divertidas.  (Pasa al lado de DON INOCENCIO.) 

DOÑA PERFECTA.-  Tú te sofocas, y sin quererlo enseñas la oreja materialista.

PEPE REY.-  ¡Por Dios, tía: no es eso!...

DON CAYETANO.-  ¡Ea! vuélvanse cañas las lanzas.

ROSARIO.-   Don Inocencio, sea usted amigo de Pepe.

DON INOCENCIO.-  Sí, hija mía, amigo, sí.

ROSARIO.-  Dense las manos.

DON INOCENCIO.-  Y los brazos.  (Adelantándose, abraza fríamente a PEPE REY.) 

ROSARIO.-   Así.

DOÑA PERFECTA.-  Abrázale, y mírale como maestro.

DON INOCENCIO.-  ¡Oh, eso no!

PEPE REY.-  Sabe más que tú.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Quién lo duda? Infinitamente más.

LIBRADA.-    (Entrando por la derecha.)  Señora, las señoras de Cirujeda.  (Vase LIBRADA.) 

DON CAYETANO.-  Visita...  (A PEPE REY.)  Vámonos nosotros a la biblioteca.

PEPE REY.-    (Aparte a DON CAYETANO.)  Sí, a la biblioteca: quiero descansar de este hombre.  (A DOÑA PERFECTA.)  ¿Viene Rosario con nosotros a revolver papelotes?

DOÑA PERFECTA.-    (Que ha estado hablando con DON INOCENCIO.)  Tendrá que venir conmigo a recibir a esas buenas amigas.

ROSARIO.-   Mamá, déjame. ¡Son tan fastidiosas esas pobrecitas viejas! Prefiero los pergaminos de mi tío.

DOÑA PERFECTA.-  Hija, un momento no más; después que las saludes, te subes a la biblioteca.

ROSARIO.-   (A PEPE REY y DON CAYETANO.)  Pues hasta luego.

PEPE REY.-    (Aparte a ROSARIO.)  Me aguardarás en la huerta. Yo saldré pronto.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Don Inocencio se queda por aquí? ¿Por qué no se va a descabezar su siestecilla en un sillón del comedor?

DON INOCENCIO.-    (Acomodándose en el sillón rústico.)  Si estoy aquí tan ricamente.   -17-   Ya sabe usted mi costumbre. Cierro los ojos. Quince minutos de descanso cerebral me bastan.

DOÑA PERFECTA.-  Pues adiós.  (Vanse DOÑA PERFECTA y ROSARITO por la puerta de la casa.)  A descansar.

PEPE REY.-  Don Inocencio...

DON INOCENCIO.-  Hijo mío, a divertirse viendo esas maravillas de la antigüedad.



Escena V

 

DON INOCENCIO; MARÍA REMEDIOS.

 

DON INOCENCIO.-   (Queriendo dormirse.)  Satis est requiescere lecto, si licet, et solito membra levare thoro...

MARÍA REMEDIOS.-    (Que sale por el foro.)  Señor tío, déjese ahora de sueñecicos.

DON INOCENCIO.-   (Despabilándose.)  Pero mujer...

MARÍA REMEDIOS.-  Tenemos que hablar... Buena nos ha caído con la llegada de ese iscariote... La niña, el ángel de la casa, la palomita sin hiel, ¡ah, mundo mentiroso, mundo falaz! se nos va, se nos escapa... Por de pronto, el primo... le gusta.

DON INOCENCIO.-  ¿Cómo sabes...?

MARÍA REMEDIOS.-  Mientras aquí charlaban, yo, detrás de aquellos árboles, atisbaba la cara de la niña... Nada, que los ojos de una chiquilla enamorada, dicen más verdad... que un misal.

DON INOCENCIO.-  Podrías equivocarte. Es pronto todavía...

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Ah, señor tío! Mientras el ingeniero echaba aquellos despotriques de la ciencia, la niña con los ojos... se lo comía.

DON INOCENCIO.-  ¡Bah, bah!... No seas cócora... Ya salió tu carácter inquieto, inflamable, levantisco...

MARÍA REMEDIOS.-  Dios me ha hecho a mí súpita y acometedora para ganar estas batallas, como le ha hecho a usted cachazudo y timorato para perderlas.

DON INOCENCIO.-  Bueno, mujer.

MARÍA REMEDIOS.-  Y si usted y la señora se descuidan, se nos deshace,   -18-   como la sal en el agua, la colocación del niño. ¡Vaya una gloria casarle con la hija única de doña Perfecta, amasarnos, como quien dice, con personas tan principales...! Y ya estaba la pasta hecha. No faltaba más que meterla en el horno. Pero da el demonio una patada, y ¡zas! el ingeniero... ¡Ah! lloraría de rabia, sí señor. ¿De qué le vale ahora a mi Jacinto ser tan buen cristiano, y saber todo lo que sabe, como un serafín de Dios?

DON INOCENCIO.-  Mujer, ten calma... No te aturrulles... Yo creo que al fin...

MARÍA REMEDIOS.-  Pero si la señora está siempre con él hecha unas mieles... «Queridísimo Pepe, sobrino mío, hijo de mi alma».

DON INOCENCIO.-  ¿Pues qué ha de hacer la señora...? Mira, oye... Nuestra bonísima doña Perfecta no quiere casar a Rosario con el señor de Rey... Claro: su conciencia no puede transigir con la impiedad. No quiere, no... Pero por respeto a su hermano, no se opone ostensiblemente, no dice que no, no puede decirlo. Remedios, no puede... Ahí tienes el conflicto en que se ve la santa señora.

MARÍA REMEDIOS.-  Pues ese, como no lo echen a zapatazos...

DON INOCENCIO.-  Déjate de tonterías... ¿Tú qué sabes? Déjanos a la señora y a mí, y no te metas en nada, ni vengas aquí, ni andes con chismes, ea... Vete a casa, y que no deje de venir Jacintillo esta tarde.

MARÍA REMEDIOS.-  Ya le dejé preparándose... Voy a darle la última mano. Le pondré como un sol... el chaqué nuevo, que le llevó ayer el sastre... pantalón de cuadritos, todo por figurín, su corbatita azul, sus guantes... ¡ay, y que le caen tan bien!

DON INOCENCIO.-  Bueno, pues anda... a casa.

MARÍA REMEDIOS.-  Me voy.  (Viendo salir a LIBRADA por el comedor.)  ¡Ah!... a ver qué trae esta.

LIBRADA.-  Señor don Inocencio...

DON INOCENCIO.-  ¿Se fueron esas señoras?

  -19-  

LIBRADA.-  Han bajado a la huerta con la señora. La señora que haga usted el favor de ir, que tiene que hablarle.

DON INOCENCIO.-  Voy allá.  (A MARÍA REMEDIOS.)  Vete ya.

MARÍA REMEDIOS.-    (Viendo venir a ROSARITO que aparece viniendo de la huerta.)  ¡Ah! la niña...

DON INOCENCIO.-  Déjala... no le digas nada. Temo tus inconveniencias... A casa.  (A ROSARITO.)  No entretengas a esta, no le des cuerda, que habla más que una cotorra... Tiene que hacer en casa.  (Vase hacia la huerta.) 



Escena VI

 

ROSARITO; MARÍA REMEDIOS.

 

ROSARITO.-  Cotorrita, ya oíste lo que dice tu tío.

MARÍA REMEDIOS.-  Sí, Me voy...  (Con fingida aflicción.)  Mi hijo me aguarda. No puede estar sin mí, ¡pobre ángel! Está tan triste, tan caidito, tan... Para ver si se distrae, le he mandado que venga acá esta tarde.

ROSARITO.-  Sí, que venga...

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Ay! temo mucho que la murria me le mate.

ROSARITO.-  ¿Por qué? ¡Pobrecillo!

MARÍA REMEDIOS.-   Y el cuento es que no quiere venir. Cuesta Dios y ayuda hacerle salir a la calle.

ROSARITO.-  Eh, no exageres... Tú siempre con esos extremos...  (Remedándola.)  «¡Oh, mundo amargo, mundo abominable!...». Mira, le dices a Jacinto que yo le mando venir.

MARÍA REMEDIOS.-  Puede que sea peor...

ROSARITO.-  Quiero que le conozca mi primo.

MARÍA REMEDIOS.-  ¿Quieres que le conozca...? Yo también deseo conocerle... Dicen que es muy simpático.

ROSARITO.-  Sí.

MARÍA REMEDIOS.-  Y que sabe más que Merlín.

ROSARITO.-  ¡Lo que sabe!

MARÍA REMEDIOS.-  Pues el niño se alegrará... yo también... ¡y le daría yo un abrazo muy apretado, muy apretado!...   -20-    (Bruscamente.)  Adiós.  (Se va rápidamente por la izquierda.) 



Escena VII

 

ROSARITO; PEPE.

 

ROSARITO.-    (En la puerta de la biblioteca.)  ¿Qué haré? Me dijo que en la huerta. Pero si allá está mamá con esas viejas charlatanas, insoportables... ¿Subiré a la biblioteca? No, no, me dijo que esperara.

PEPE REY.-    (Por la puerta que conduce a la biblioteca.)  Te sentí llegar. He engañado al buen bibliómano, diciéndole que sentía un fuerte dolor de cabeza y necesitaba acostarme. El pobre señor allá se queda solo, nadando en un mar de preciosos manuscritos.

ROSARITO.-  ¿Y de veras no te duele la cabeza?

PEPE REY.-  No, no.

ROSARITO.-  Yo creí que sí, con aquellas discusiones que no vienen a cuento.

PEPE REY.-  Hija, el tal don Inocencio me enciende la sangre.

ROSARITO.-  ¡Pobre señor, es tan bueno!

PEPE REY.-  Dime, ¿es el amigo íntimo, el consejero de la familia?...

ROSARITO.-  Sí, viene todos los días.

PEPE REY.-  Dios nos tenga de su mano.

ROSARITO.-  ¿Por qué? Me quiere mucho, y le quiero.

PEPE REY.-  Entonces será forzoso que yo le quiera también. Me dijo don Cayetano que tiene una sobrina.

ROSARITO.-  Ahora mismo salió de aquí... ¡Tan buena la pobre...!

PEPE REY.-  Madre de un jovencito...

ROSARITO.-  A quien conocerás luego. Es gente honradísima. Los tres nos quieren con locura.

PEPE REY.-  Si no entendí mal, son de origen humilde.

ROSARITO.-  María Remedios fue criada de casa... Pero de esto hace mil años...

PEPE REY.-  Y después, se han crecido...

  -21-  

ROSARITO.-  Heredaron algo de un hermano de don Inocencio, que murió en la Habana, y hoy viven con holgura modesta, y son muy considerados en la ciudad.

PEPE REY.-  Bien, bien,  (Cogiéndola una mano y llevándosela hacia la huerta.)  vámonos.

ROSARITO.-  Ay, no puede ser allá. Mi madre y las de Cirujeda y don Inocencio andan de palique por la huerta de abajo.

PEPE REY.-   (Deteniéndose.)  ¡Cuidado que es desgracia la nuestra! En todo el día no hemos encontrado un ratito de soledad...

ROSARITO.-  Ayer tarde, no te quejes, pudiste hablarme, decirme...

PEPE REY.-  No hice más que desflorar mi pensamiento. Llegó tu madre, y me cortó la palabra, dejándome a media miel. Yo te decía...

ROSARITO.-    (Ligeramente avergonzada.)  Si me acuerdo bien. No puedo olvidarlo.

PEPE REY.-  Que desde que te vi, mi alma se sintió inundada de un gozo tan vivo...

ROSARITO.-  Y yo, cuando entró mamá, iba a contestarte...

PEPE REY.-  ¿Qué?

ROSARITO.-  Que no lo creía, que no lo creo. ¿Tan pronto...? Mira, Pepe, yo soy una lugareña, yo no sé hablar más que cosas vulgares, yo no sé francés, yo no me visto con elegancia... Vaya, no seas pillo: no puedes haber sentido, al verme, ese gozo del alma... Yo, nada soy, nada valgo...

PEPE REY.-  Para mí, más que el mundo entero.

ROSARITO.-  ¡Jesús! ¡Qué chiquito es el mundo!

PEPE REY.-  Junto a ti, como un grano de arena. Si me conocieras como yo creo conocerte a ti, sabrías que jamás digo si no lo que siento. Yo no hablaré contigo más lenguaje que el de la verdad.

ROSARITO.-  El de las matemáticas, como diría, burlándose, el pobrecito don Inocencio.

PEPE REY.-  Y como soy todo matemáticas, voy a la exactitud,   -22-   y te digo: «Rosario, yo he venido aquí a casarme contigo».

ROSARITO.-   (Ruborizada, bajando los ojos.)  ¡Pepe, qué cosas tienes!

PEPE REY.-  Mira, prima querida, te juro que si no me hubieras gustado, ya me habría ido yo con mi ciencia a otra parte. Con todos los esfuerzos de la cortesía y de la delicadeza, no me habría sido posible disimular mi desengaño.

ROSARITO.-   (Sin mirarle.)  ¡Pepe, si no hace más que dos días que llegaste...!

PEPE REY.-  Dos días, y ya sé todo lo que tenía que saber; sé que te quiero, que eres la mujer que desde hace mucho tiempo me está anunciando el corazón, diciéndome noche y día: «ya viene, ya está cerca... ahí la tienes».

ROSARITO.-  ¡Ja, ja!... ¡qué gracia!  (Por disimular su turbación.) 

PEPE REY.-  Tú te empeñas en que nada vales, y eres la maravilla de la Naturaleza. Para mayor gloria tuya, ignoras tu mérito inmenso, y no ves la luz, no sientes el calor divino que proyecta tu alma sobre todo cuanto te rodea.  (Con entusiasmo.)  Eres mi vida nueva, y yo te quiero como un tonto.

ROSARITO.-  ¡Primo, primo mío, por Dios!  (Conmovida se deja caer en una silla, con ligero desvanecimiento.)  Yo te suplico...

PEPE REY.-  ¿A ver... qué me suplicas?

ROSARITO.-   (Pausa.)  Que no me digas esas cosas...

PEPE REY.-  ¿Te molesta que yo te quiera?

ROSARITO.-    (Vivamente.)  No, no.

PEPE REY.-  ¿Quieres que me vaya?

ROSARITO.-  No.

PEPE REY.-  ¿Que no te diga...?

ROSARITO.-  Sí, sí: dímelo.

PEPE REY.-  Si yo tuviera la suerte, la dicha inmensa de que me quisieras tú, aunque no quisieras decírmelo...

ROSARITO.-  Te lo diría; sí, te lo diría... Pero no tan pronto; tan pronto no te lo puedo decir, Pepe. Ten formalidad...

PEPE REY.-  Bueno, me lo dirás más tarde...

  -23-  

ROSARITO.-  A su tiempo... dentro de muchos días. ¡Oh, ahora, ahora, no estaría bien!

PEPE REY.-  Y cuando me digas eso, ¿me dirás que me quisiste, como yo, desde el primer día?

ROSARITO.-  No, antes...  (Con viva espontaneidad.)  Desde mucho antes de verte... Pero no; me callo... No he dicho nada todavía.

PEPE REY.-  Aguardaré... Yo tengo paciencia... La ciencia es la paciencia, Rosario.

ROSARITO.-  Es que... verás. Mamá me daba a leer las cartas de tu padre, y me gustaba tanto, tanto, leer los elogios que tu papá hacía de ti. Y yo me decía...

PEPE REY.-  ¿Qué?

ROSARITO.-  Nada.

PEPE REY.-  Decías: «este debiera ser mi marido».

ROSARITO.-  Si tu papá, en aquellas cartas, no decía nada de casorio. No, Pepe, no decía nada.

PEPE REY.-  Pero lo decías tú.

ROSARITO.-  Lo que yo hacía era asombrarme mucho de que tu padre no dijese nada. ¡Qué descuido!

PEPE REY.-  Pero al fin lo dijo...

ROSARITO.-   (Vivamente.)  Pero esa carta no me la dio a leer mamá. Y no debía dármela... no, no... era muy pronto. Luego, llegas tú de improviso...  (Aparece DOÑA PERFECTA y DON INOCENCIO viniendo de la huerta. Tras ellos JACINTITO.) 

PEPE REY.-    (Se vuelve como oyendo los pasos.)  Alguien viene.

ROSARITO.-    (Asustada.)  ¡Ah...! mi madre...



Escena VIII

 

Dichos; DOÑA PERFECTA, DON INOCENCIO, JACINTITO, vestido con elegancia de pueblo, sin llegar a lo ridículo.

 

DOÑA PERFECTA.-    (Disimulando su disgusto por verlos juntos.)  ¿Pero no estabais en la biblioteca con Cayetano?

PEPE REY.-  Sí señora; pero cansados de admirar las hermosuras de lo pasado, nos salimos aquí, a charlar un poquito de las venideras.

  -24-  

DOÑA PERFECTA.-  Temprano empezáis.

DON INOCENCIO.-  Tengo el honor, señor don José, de presentarle al hijo de mi sobrina, Jacintito...

PEPE REY.-  ¡Oh, tengo mucho gusto!... Ya sé que es un joven de grandísimo mérito.

JACINTITO.-    (Con modestia y cortedad.)  Por Dios...

ROSARITO.-  Sí que lo es...

DOÑA PERFECTA.-  ¡Vaya!

JACINTITO.-  No me avergüencen. ¿Qué soy yo en parangón de esta personalidad, de este sabio eminente?

PEPE REY.-    (Riendo.)  Ahora viene el incensario por acá...

DON INOCENCIO.-  Este es un pobre muchacho, aplicadillo, eso sí...

PEPE REY.-  Abogado ya.

DOÑA PERFECTA.-  No es Jacinto de esos talentos de relumbrón que un momento fascinan, no... Es sólido, bien remachado de sanos principios.

JACINTITO.-  Siento verdadero orgullo en tratar a un hombre que viene precedido de la fama, como gloria legítima, indiscutible de la ciencia...

PEPE REY.-  No me avergüencen ustedes, digo yo ahora...  (Siguen hablando.) 



Escena IX

 

Dichos; CABALLUCO, DON JUAN TAFETÁN, que vienen por la casa, puerta segunda derecha.

 

DOÑA PERFECTA.-   (Adelantando a su encuentro.)  ¡Oh! aquí tenemos al guapo de Orbajosa, Cristóbal Ramos... Pepe, aquí le tienes; un bruto que sabe ser héroe, hoy terror de los ladrones, perseguidor de los malos, bueno como el pan de picos, la miga blanda, la corteza dura.

DON INOCENCIO.-  Es el célebre Caballuco de la leyenda...

PEPE REY.-  De la guerra civil, ya.

CABALLUCO.-  El señor ya me conoce.

PEPE REY.-  Sí, nos encontramos en el camino cuando yo venía. ¡Ah! gallardísima figura la de usted a caballo... Yo dije que me parecía usted un Centauro.

  -25-  

CABALLUCO.-  ¿Y qué es eso?

DON INOCENCIO.-  Monstruo mitológico, mitad hombre, mitad caballo.

CABALLUCO.-  ¡Ya!...

PEPE REY.-  Y recuerdo, sí, haber oído algo de sus hazañas... como cabecilla o guerrillero.

DOÑA PERFECTA.-  Hoy tienes al héroe convertido en un vulgarísimo portador del correo...

PEPE REY.-  Por muchos años.

DOÑA PERFECTA.-    (Presentándole.)  Don Juan Tafetán, amigo de casa, solterón empedernido, Tenorio jubilado.

PEPE REY.-   Celebro mucho...

DON JUAN TAFETÁN.-  No haga usted caso, señor don José... ¡ji, ji! ¿Y qué? ¿Tendremos el gusto de verle aquí mucho tiempo?

PEPE REY.-  Puede que sí. He venido a un asunto de familia. Además, el Gobierno me ha dado una comisión...

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Ah!...

PEPE REY.-  Estudiar la cuenca del Nahara, para un trazado directo entre esta ciudad y el valle de Rejones.

DON JUAN TAFETÁN.-  Pónganos usted en comunicación con el valle de Josafat, y estaremos más en carácter... ¡ji, ji!...

CABALLUCO.-  Pues yo... con perdón, no venía de visita, sino por hablar con la señora...

DOÑA PERFECTA.-  Luego hablaremos. Toma una copa.

CABALLUCO.-   (Tomando la que le sirve DOÑA PERFECTA.)  El señor sobrino de la señora, a quien yo quiero como a mi madre, me tiene a sus órdenes, y si cuando se marche teme algún mal encuentro por esos caminos de Dios...

PEPE REY.-  No pienso marcharme.

DOÑA PERFECTA.-  En el supuesto de que te marches, hombre...

JACINTITO.-  Sí, y como anda por ahí una partidilla...

CABALLUCO.-  Pero yendo el señor conmigo, no hay cuidado.

PEPE REY.-  ¿Con qué partidas...?

DON JUAN TAFETÁN.-  No se asuste usted; es el fruto de la tierra, como los ajos, ¡ji, ji!...

  -26-  

PEPE REY.-  Verdad que mientras no se acabe la guerra civil, no hay territorio seguro.

CABALLUCO.-  Buenos muchachos. No les he podido contener. Es el odio a las contribuciones, al Gobierno, a ese maldito Madrid, que no nos manda acá más que gente perdida... mejorando... Con usted no va nada.

PEPE REY.-  Gracias.

DOÑA PERFECTA.-  Todo ha sido por la amenaza del Gobierno de mandarnos tropas, que ninguna falta nos hacen.

ROSARITO.-    (A DON INOCENCIO.)  ¡Qué cargante es esto de la guerra!... partidas por aquí, soldados allá.

DON INOCENCIO.-  Dios permite la guerra...

ROSARITO.-  ¿Cuándo?

DON INOCENCIO.-  Cuando desea que los hombres amen la paz.

PEPE REY.-    (Formando grupo, a la derecha, con TAFETÁN y JACINTO, mientras CABALLUCO y DOÑA PERFECTA pasan al otro lado.)  En vez de andar a tiros por ahí, más cuenta les tendría labrar bien sus tierras...

JACINTITO.-  Es que Orbajosa, señor don José, es pueblo de muchísimo orgullo, de muchísimo tesón... Siempre que defendió una causa con las armas, dio mucho juego esta dichosa tierra del ajo. Y ahora parece que el Gobierno, al mandar soldaditos, la provoca, la reta...

PEPE REY.-  No es reto; es precaución.

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Bah! No correrá la sangre al río.  (Siguen hablando.) 

DOÑA PERFECTA.-    (A CABALLUCO, en el otro lado.)  Harías bien en contener a esos locos que se han lanzado a los caminos.

CABALLUCO.-  Dejarlos... Nunca está de más enseñar los dientes al Gobierno.

DOÑA PERFECTA.-    (Obsequiando a CABALLUCO, que se ha sentado junto a la mesa de la derecha.)  Toma un cigarro. ¿Quieres otra copa?  (Se la sirve.) 

PEPE REY.-    (Contestando a algo que ha dicho JACINTO.)  Amigo mío, no veo relación ninguna entre la filosofía alemana y las partidas de Orbajosa.

  -27-  

JACINTITO.-  Yo sí...  (Con pedantería.)  Y dígame, señor don José, ¿qué piensa usted del darwinismo?

PEPE REY.-    (Sorprendido.)  ¿Yo?... Nada. Mis estudios han sido de índole muy distinta.

DON INOCENCIO.-    (Llenando una copa.)  Todo se reduce a sostener que descendemos...  (Ofreciendo la copa a PEPE REY.)  Don José, una copita.

PEPE REY.-    (La acepta.)  Gracias.  (Bebe un poco.) 

DOÑA PERFECTA.-   (Ofreciendo a TAFETÁN.)  Tafetán, una copita.

PEPE REY.-  Pues el darwinismo es una doctrina respetable que no puede tratarse en solfa.

CABALLUCO.-   (Que no entiende el término.)  ¿Cómo se llama eso?  (Sin moverse de su asiento oye.) 

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Menudas agarradas hay en el Casino por eso del darwinismo y los monos...! ¡ji, ji!

JACINTITO.-  En esa doctrina hay que distinguir entre los estudios experimentales, que son muy buenos, y las consecuencias filosóficas, que son deplorables.

PEPE REY.-  En efecto; la experimentación fundamental es asombrosa. Yo creo...

DOÑA PERFECTA.-   (Con sequedad, interrumpiéndole.)  ¡Pepe...!

PEPE REY.-   Señora.

DOÑA PERFECTA.-   ¡Si piensas defender esas ideas absurdas, hazlo donde yo no te oiga!

ROSARITO.-  ¡Mamá, si no ha dicho nada!

PEPE REY.-  Yo no defiendo nada. Decía...

DOÑA PERFECTA.-  Mira que ya tienes muy mala fama en Orbajosa.

PEPE REY.-  ¡Yo... mala fama!

DON INOCENCIO.-  Nada. Es que la gente viciosa da en decir si es... o no es.

PEPE REY.-    (Quemándose un poco.)  Pero, ¿qué soy?

ROSARITO.-  (¡Qué es, Dios mío!).

DOÑA PERFECTA.-    (Con aparente cordialidad.)  No te enfades... Ya sé yo que eres bueno, tan bueno como tu padre, y te queremos mucho. ¡Pues no es floja batalla la que he dado hace un rato en tu defensa!

PEPE REY.-  ¡En mi defensa!

  -28-  

DON INOCENCIO.-  Lo presencié. Su tía le defendió a usted como una leona.

PEPE REY.-  ¡A mí!

DOÑA PERFECTA.-  Nada, hombre. Que estuvieron aquí las de Cirujeda, unas señoras muy respetables...

ROSARITO.-  (Y muy charlatanas, y muy venenosas).

DOÑA PERFECTA.-   Y me dijeron que han oído decir... Nada: que si eres o no eres incrédulo...

PEPE REY.-  Pero esas señoras no me conocen... ¡Vaya con las pécoras...!

DOÑA PERFECTA.-  ¡Eh! no las injuries, que son muy buenas cristianas, muy comedidas, muy principales...

DON INOCENCIO.-  Dijeron mil simplezas: que usted no cree que Dios nos crio a su imagen y semejanza...

DOÑA PERFECTA.-  Sino que tenemos por ascendientes a los orangutanes o a las cotorras.

PEPE REY.-  ¡Yo... qué desatino!

DOÑA PERFECTA.-  Y que aseguras que el alma es una droga... como los papelillos de magnesia o de ruibarbo que se venden en la botica...

ROSARITO.-  (¡Qué iniquidad! ¡Estúpidas!).

PEPE REY.-  ¡Pero esas señoras están locas! Que yo... Llévenme a su casa para decirles que las han engañado.

DOÑA PERFECTA.-  Cálmate... ¡Ay, sobrino, cómo te defendí...! ¡Si me hubieras oído...! Cierto que no pude convencerlas. Pero por mí no quedó... Yo sé que eres bueno, delicado, y que no has de defender aquí públicamente, lastimándome a mí y a todo el pueblo, esas abominaciones.

PEPE REY.-    (Con gradual enojo.)  ¡Si yo no pienso eso!... ¡Si no lo he pensado nunca!... Pero usted, tía, ¿qué idea tiene de mí...? ¡Esto ya es ofensivo, esto es deseo de molestarme!... No, tía, usted no cree...

DON INOCENCIO.-  La señora no le acusa a usted; no hace más que advertirle que, si por acaso profesase esas ideas, se guarde de manifestarlas aquí.

DOÑA PERFECTA.-   Justo.

CABALLUCO.-  Eso; que si lo piensa, se lo calle.

  -29-  

PEPE REY.-  ¿Pero qué es esto? ¿Se han propuesto aquí volverme loco...? Claro, yo tengo mis ideas, que seguramente en algo han de discrepar de las de ustedes.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Ves, ves?

ROSARITO.-    (Muy nerviosa, a JACINTO.)  Pero, tonto, Jacinto, ¿qué haces que no sales a su defensa?

JACINTITO.-  ¿Yo?... ¡Dios me libre! Ya sabrá él defenderse.  (Con pedantería.)  El racionalismo, hijo legítimo de la experimentación, encuentra en el arsenal de las ciencias físico naturales, armas terribles para su defensa.

DON INOCENCIO.-  No está mal.

JACINTITO.-  Por eso el señor don José se cree inexpugnable en su fortaleza científica, y nos mira con lástima a los pobres romancistas que preferimos la fe a la ciencia...

DOÑA PERFECTA.-   Y vivimos obscuramente en la simplicidad y en el santo temor de Dios, con nuestra conciencia bien tranquila.

PEPE REY.-   (Subiendo gradualmente en su enojo.)  La mía también lo está.

DOÑA PERFECTA.-  A saber. Pero llegará día, ¡ay! en que reconozcas tus errores, y abjures de toda esa ciencia insana.

DON INOCENCIO.-  Distingamos, sí, la ciencia útil, la ciencia verdadera de la...

PEPE REY.-  ¡Dale con la ciencia!  (Conteniendo su ira con dificultad, próxima a estallar.)  Por Dios, don Inocencio, ¿qué sabe usted lo que es la ciencia?

DOÑA PERFECTA.-  Mejor que tú.

PEPE REY.-  ¿Y usted qué sabe?... ¡La ciencia!  (Sin poder contenerse.)  ¡Oh, no puedo más!  (Estallando.)  ¿Para qué hablan de ciencia, para qué la nombran siquiera, aquí, en esta madriguera de la superstición, del fanatismo y de la barbarie...?

DOÑA PERFECTA.-  ¡Jesús!  (Llevándose las manos a la cabeza. Todos manifiestan asombro y miedo.) 

PEPE REY.-    (Con ardor.)  Y no me digáis que en medio de este   -30-   salvajismo viven las santas creencias. No... la verdadera piedad aquí no existe. No hay más que un artificio muy tosco, y un antifaz muy negro para esconder la discordia, el miedo a la luz...

DOÑA PERFECTA.-    (Cogiendo a ROSARIO y llevándosela hacia la casa.)  Hija mía, vámonos de aquí... No podemos oír esto.

PEPE REY.-    (Viendo a ROSARIO, que aterrada, se aleja.)  ¡Ah!... ¿qué he dicho?...  (Como si volviera en sí.)  ¡Oh, qué ofuscación!... Es que me han irritado... No, no, no he dicho nada... No, no, querida tía, Rosario...

ROSARITO.-    (Llorando.)  ¡Ay de mí!

PEPE REY.-  Señora... perdóneme usted.

DOÑA PERFECTA.-  Te perdonamos, pero no te oímos, no. Vámonos... Puedes seguir... sigue...

PEPE REY.-    (Aturdido.)  No, si no digo nada, si yo... señor don Inocencio, Jacinto, señores...  (Todos permanecen mudos y se van escabullendo hacia la casa.)  ¡Y es esta la paz que creí encontrar aquí!

CABALLUCO.-  Si usted quiere marcharse de Orbajosa, ya sabe...

PEPE REY.-  ¿Marcharme...? No, no.  (Con gran firmeza.)  Aquí triunfo, o muero.



 
 
FIN DEL ACTO PRIMERO
 
 


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