Escena
I
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EL TÍO
LICURGO que viene de la huerta; MARÍA REMEDIOS, que entra en
escena por la derecha, con mantilla, como viniendo de la
calle.
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EL
TÍO LICURGO.- ¿Qué se le ha
perdido por acá, señora doña María
Remedios?
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MARÍA
REMEDIOS.- (Mirando a la ventana del
comedor.) ¿Están comiendo?
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EL
TÍO LICURGO.- Sí señora. Hora y
media de comistraje llevan ya. Tres principios, tres, me ha dicho
Librada que hay.
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MARÍA
REMEDIOS.- Y todo por ese fantasmón de
ingeniero, que nos han traído de los Madriles, hombre sin
fe, repodrido en las matemáticas, y harto de impiedades y
maleficios... No sé en qué piensa la
señora.
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EL
TÍO LICURGO.- No es idea de la señora
mismamente, sino de su hermano, el abogado de allá,
¿sabe? el cual que -6-
le mandó carta diciéndole: «quiero que
mi hijo se case con tu hija».
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MARÍA
REMEDIOS.- Sí, sí... ¡Ah, mundo
amargo, mundo tentador, esclavo de la materia!... ¡Y
sacrifican a la pobre Rosarito...!
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EL
TÍO LICURGO.- Eh... hable bajo.
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MARÍA
REMEDIOS.- Quiero verle. (Se aproxima a
la ventana, de costado.) Es aquel que habla
más que come. (Vuelve al
proscenio.) El demonio le ha dado figura
simpática, y un hablar galano para que engañe mejor.
¡Ah, mundo perverso! Ya sé; es de estos que predican
en los centros de pecado que hay en Madrid, y que se llaman... no
me acuerdo.
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EL
TÍO LICURGO.- Se llaman... espérese...
se llaman... Pues yo tampoco lo sé.
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MARÍA
REMEDIOS.- ¡Mundo ingrato!... ¿Y
qué me dice usted del desaire que han hecho a mi
niño?
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EL
TÍO LICURGO.- Ya sé; la señora ha
convidado a don Inocencio; pero no a Jacintito.
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MARÍA
REMEDIOS.- Estoy volada... La señora me lo
perdone... pero este desprecio... ¡Ah!... Cuando todos dicen,
y con razón, que mi niño está cortado para su
hija... tan modosito, tan instruidito... abogado a los veinte
años... Y luego... ¡con la crianza que le ha dado mi
tío don Inocencio! Las ideas sanas, los principios
religiosos, metidos así... a marcha martillo.
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EL
TÍO LICURGO.- Pero como las niñas de
ogaño bailan al son de lo nuevo, por no decir de lo
peor...
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MARÍA
REMEDIOS.- (Indignada.)
Quítese usted allá... ¡Que será capaz
Rosarito...!
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EL
TÍO LICURGO.- Entre el sí y el no de una
mujer, no pongas la punta de un alfiler.
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MARÍA
REMEDIOS.- Imposible que la niña...
(Muy nerviosa.) ¡Ja, ja!...
¡querer a ese... preferirle a mi ángel!...
Dígame, tío Licurgo, ¿y él es rico?
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EL
TÍO LICURGO.- Tanto como la señora, o
más.
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MARÍA
REMEDIOS.- Y sabe, sabe mucho...
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-7-
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EL
TÍO LICURGO.- ¡Oh!...
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MARÍA
REMEDIOS.- Por supuesto, cosas malas, que más
valdría que no las supiera.
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EL
TÍO LICURGO.- Más sabe el cuervo que la
paloma.
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MARÍA
REMEDIOS.- ¡Ay, no! La señora sabe
más que él, y que todos los gavilanes juntos. Y
nosotros, los que bien queremos a la señora, la ayudaremos a
espantar este pájaro de rapiña. Dígame otra
cosa, Licurgo: ¿es cierto que usted y los Farrucos le ponen
pleito?
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EL
TÍO LICURGO.- Sí señora; nacen
en las laderas altas de Alamillos, que al parecer son de este
sujeto, don Pepito Rey, unas aguas maléficas,
escrupulosas1
y mutativas, que se estancan en nuestra heredad, y nos matan toda
la fisonomía vegetal de la tierra... (Sale
ROSARITO del
comedor.)
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MARÍA
REMEDIOS.- ¡Ah! la señorita sale.
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Escena
III
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DOÑA
PERFECTA, PEPE REY,
DON INOCENCIO y
DON CAYETANO que salen del
comedor; ROSARITO
arreglando el servicio del café; LICURGO que se descubre y se retira al
fondo.
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DOÑA
PERFECTA.- Pues sí, queridísimo Pepe, mi
hija me lo decía esta mañana.
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ROSARITO.- (Como
asustada.) ¿Yo... qué?
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DOÑA
PERFECTA.- Me decías que tu primo, hecho a las
pompas y etiquetas de la Corte, y a las modas extranjeras, no
podrá soportar esta sencillez rancia en que vivimos...
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DON
CAYETANO.- Ni esta falta de buen tono.
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PEPE
REY.- ¡Qué error! Nadie aborrece
más que yo los artificios de lo que llaman alta
sociedad.
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DON
CAYETANO.- (Cogiéndolo por un
brazo, lo lleva a la mesilla de la derecha.)
Tú aquí... conmigo2.
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PEPE
REY.- (Tomando asiento.)
Ya lo he dicho: mi deleite es el sosiego del campo, mi sociedad la
familia, mi descanso el estudio, mis amores... hasta hoy, la
Naturaleza y la ciencia. (ROSARIO le sirve
café.)
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DON
INOCENCIO.- (Cogiendo su
taza.) Lo que digo: es usted, mi señor don
José, un gran filósofo... práctico.
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PEPE
REY.- ¡Oh, no! guárdense las expresiones
laudatorias para el virtuoso sacerdote, para el sabio humanista de
Orbajosa.
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DON
INOCENCIO.- (Rechazando los elogios con
modestia.) ¡Oh, por Dios!...
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DOÑA
PERFECTA.- Don Inocencio vale mucho; tú
también. Felices nosotros si conseguimos que esta humildad,
que esta vida obscura no se te hagan aborrecibles.
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PEPE
REY.- ¡Quia! Dos días no más llevo
aquí, y ya siento que el alma se me ensancha, se me renueva
en este ambiente de paz. Todo, todo lo cambio por
-9-
este rincón apartado y tranquilo, donde pienso
encontrar mi dicha.
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DON
INOCENCIO.- (A DOÑA PERFECTA, que toma
café a su lado.) Bien, bien.
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ROSARITO.- (A PEPE REY, por el
café.) Lo encontrarás poco fuerte.
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PEPE
REY.- Está delicioso.
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DON
INOCENCIO.- Riquísimo.
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DON
CAYETANO.- Y ahora, en cuanto tomemos café, te
enseñaré lo mejor de mi biblioteca, de la cual no
pudiste ver esta mañana más que la broza, lo
moderno.
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ROSARITO.- (¡Pobrecito, ya le cayó
que hacer!)
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DON
INOCENCIO.- Es muy notable la colección de su
tío de usted.
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DOÑA
PERFECTA.- Ejemplares rarísimos: ya
verás.
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PEPE
REY.- Siento ser absolutamente lego en todo eso de las
curiosidades bibliográficas.
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DON
INOCENCIO.- Verá usted todo cuanto se ha
escrito acerca de nuestra querida Orbajosa.
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DON
CAYETANO.- Incluyendo aquellas obras que sólo
citan a nuestra gloriosa ciudad episcopal, o a alguno de sus hijos.
Con estos elementos preparo mi Floresta Urbsaugustana, en
la cual creo que no se me escapará ninguna particularidad
histórica ni biográfica de este nobilísimo
pueblo.
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PEPE
REY.- ¡Ah! (Con
gracejo.) Yo creí que en Orbajosa no
había más cosas buenas que... lo que está
presente.
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DOÑA
PERFECTA.- ¡Jesús, Pepe!
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DON
INOCENCIO.- En todas las épocas de nuestra
historia, los orbajosenses se han señalado por su
hidalguía, por su lealtad, por su valor, por su claro
entendimiento...
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DOÑA
PERFECTA.- ¿Tú qué te
creías?
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PEPE
REY.- No; si no lo dudo.
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EL
TÍO LICURGO.-
(Adelantándose con falsa timidez y
socarronería.) ¿Da su permiso el
señor don José...?
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PEPE
REY.- ¡Ah! el buen Licurgo...
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ROSARITO.- (Aparte, con
pena.) Cómo le marean, pobrecito; el
tío con sus librotes, y este con sus pleitos.
|
EL
TÍO LICURGO.- ¿Ha descansado el
señor don José?
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|
PEPE
REY.- Del viaje, sí... de usted, no. Ya es la
tercera vez que viene a decirme que pleitea...
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DON
CAYETANO.- ¿Contra ti?
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PEPE
REY.- Contra mí.
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DOÑA
PERFECTA.- Pero este Licurgo... Hombre, déjale
que tome su café con tranquilidad.
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EL
TÍO LICURGO.- (Con fingida
aflicción.) Señora mía,
señor don José, yo no quisiera molestarles; pero el
Ayuntamiento nos pide daños y perjuicios, porque las aguas
maléficas y corruptas...
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Y yo qué tengo que ver?...
Déjeme usted a mí de aguas corruptas y de cuestiones
maléficas, tío Licurgo... ¡Triste de mí,
que jamás he visto un grano de trigo de esa dilatada estepa
de Alamillos! Si soy yo quien debe pleitear, y perseguirles, y
procesarles, porque esas tierras que disfrutan son mías, las
han ido cercenando de mi propiedad: hoy una fajita, mañana
otra... A mi padre le denunciaron este despojo; pero no hizo
caso...
|
EL
TÍO LICURGO.-
(Exaltándose, con falsa
dignidad.) Señor don José, ahí
están mis linderos, en las santísimas escrituras.
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DOÑA
PERFECTA.- Eh, no te exaltes... Yo garantizo a este,
Pepe. Es incapaz... Por Dios, sé razonable. Las aguas malas
nacen en tu heredad; es justo que tú...
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PEPE
REY.- Bueno, queridísima tía; no me
riña usted. Si usted cree que debo pagar daños y
perjuicios...
|
DOÑA
PERFECTA.- No, yo no digo nada. Tú eres
generoso y no gustas de oprimir al pobre.
|
PEPE
REY.- ¡Pero si es el pobre el que quiere
oprimirme a mí!...
|
DON
CAYETANO.- Te advierto que este es un picapleitos
formidable, y sabe más leyes que todo el Colegio de Abogados
de Madrid.
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PEPE
REY.- Lo creo.
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EL
TÍO LICURGO.- ¡Leyes a mí!
¡Justicia! Del lobo un pelo, y ese de la frente. Pero mi
derecho es mi derecho...
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DOÑA
PERFECTA.- Vaya, Licurgo, déjanos en paz
ahora.
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|
PEPE
REY.- Sí, sí; que nos perdone la
vida...
|
EL
TÍO LICURGO.- Si molesto, no es caso... Pero
volveré. Mi derecho es mi derecho... Cada lobo a su
senda.
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ROSARITO.- Sí, sí; pero basta ya.
(Cogiendo un cigarro de la caja que hay sobre la
mesa.) Toma un cigarrito, y vete con Dios...
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EL
TÍO LICURGO.- Gracias, mi niña...
Señora, señor don José, hasta más
ver... Pobre, pero honrado. Sagrado es lo ajeno; pero lo propio,
sagrado también.
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ROSARITO.- (Empujándole
hacia fuera.) Sí, sí... Adiós,
hombre.
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EL
TÍO LICURGO.-
(Retirándose.) Mi derecho es mi
derecho.
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Escena
IV
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Los mismos, menos LICURGO.
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PEPE
REY.- (Pasando al otro
lado.) ¡Demonio de hombre! Estos villanos
legistas me atacan los nervios.
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DOÑA
PERFECTA.- No lo tomes así, hijo mío.
Los pobres defienden el miserable terruño sobre que
viven.
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DON
CAYETANO.- No se hable más de eso.
|
ROSARIO.- (Que se ha sentado junto
a DON
CAYETANO.) Y este Licurgo maldito y los
Farrucos no me entran más en casa.
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DON
CAYETANO.- Sí, porque con estas incumbencias
podríamos hacerle antipática nuestra noble tierra.
¿Verdad, sobrino, que te gusta Orbajosa? Di que
sí.
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DON
INOCENCIO.- ¿Gustarle? Lo dudo.
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PEPE
REY.- ¡Oh, no!
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DOÑA
PERFECTA.- ¿Qué piensas de nuestra
humilde, pero gloriosa y santa ciudad?
|
PEPE
REY.- ¿La ciudad...?
|
ROSARIO.- ¿Verdad que te gusta? ¡Si
es tan bonita!
|
PEPE
REY.- Si Rosario la encuentra bonita, yo
también, porque en todo quiero ser de su parecer.
|
DON
INOCENCIO.- ¿Y el país, la
región...?
|
ROSARIO.- Di lo que tú piensas, no lo que
pienso yo, que soy una ignorante.
|
PEPE
REY.- Pues...
|
DOÑA
PERFECTA.- Sinceridad, hombre, buena fe.
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-12-
|
PEPE
REY.- Allá voy, señora. Pues en la
región no veo más que pobreza, un atraso que
descorazona, ejércitos de mendigos, la agricultura como en
tiempos de Adán, la industria rutinaria, grosera, infantil.
(Óyenle todos con
disgusto.)
|
DOÑA
PERFECTA.- Riqueza, bambolla, no tenemos... pero hay
caridad.
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PEPE
REY.- ¡Ah! no digo que no. Pero no se
trata...
|
DOÑA
PERFECTA.- Somos pobres, rústicos, zafios, si
quieres; pero conservamos las virtudes de la raza, los sentimientos
nobles, el santo temor de Dios... ¿Sabes lo que es esto?
|
PEPE
REY.- ¿Pues no he de saberlo? Lo que yo digo
es...
|
DON
INOCENCIO.- (Nervioso, sin poderse
contener.) La cantinela de siempre. En mi larga
vida, he visto llegar a Orbajosa multitud de personajes de la
Corte, traídos unos por la gresca electoral, otros por gusto
de ver nuestra soberbia basílica, pulchra
augustana, que dijeron los antiguos. Pues todos han de
hablarnos enfáticamente de nuestra rudeza, de nuestro atraso
material... ¿Y qué nos traen ellos? pregunto yo. Por
supuesto, (Mirándolo por encima de las
gafas.) ni remotamente se crea que lo digo por
usted. Me guardaría yo muy bien... Ya sé que tenemos
delante a uno de los hombres más eminentes de la
España moderna.
|
PEPE
REY.- (Rechazando el
elogio.) ¡Oh!...
|
DON
INOCENCIO.- A un hombre que sería capaz de
transformar estos páramos en comarcas fertilísimas,
sólo tocando en ellos con la varita maravillosa de la
ciencia
|
PEPE
REY.- (Confuso.)
¡Pero don Inocencio, si no he dicho...! Tía,
¿verdad que...?
|
DOÑA
PERFECTA.- Nada, no me incomodo. A hombres de tanto,
de tantísimo entendimiento, se les puede dispensar el
desprecio que hacen de nuestra vulgaridad.
|
PEPE
REY.- ¡Yo!...
|
DON
INOCENCIO.- Y le autorizamos para todo.
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-13-
|
DOÑA
PERFECTA.- Incluso para decir que somos... poco menos
que cafres.
|
PEPE
REY.- ¡Por Dios, querida tía!...
|
ROSARIO.- (Muy
apurada.) ¡Pero si no ha dicho...!
|
DOÑA
PERFECTA.- (Imponiéndole
silencio con el dedo en la boca.)
¡Niña!... ¡pst!...
|
PEPE
REY.- Si no me han entendido...
|
DOÑA
PERFECTA.- Sí te entendemos, ¡ah! Pero no
nos damos por ofendidos y te perdonamos de todo corazón.
|
PEPE
REY.-
(Resignándose.) Pues sea lo que
ustedes quieran.
|
DON
CAYETANO.- Ya le irá tomando el gusto a nuestra
humilde Orbajosa. Mañana le enseño yo todita la
Catedral, por dentro y por fuera, el relicario, la cripta, las
telas y ornamentos, los sepulcros...
|
PEPE
REY.- Ya la vi esta mañana ligeramente...
|
DOÑA
PERFECTA.-
(Interrumpiéndole.) Cuidado,
Pepe; si hablas mal de nuestra hermosa iglesia perdemos las
amistades. Tú sabes mucho; eres una eminencia, una
celebridad... pero si has de descubrir que esta santa
fábrica no es la octava maravilla, guárdate en buen
hora tu ciencia y déjanos en nuestra feliz ignorancia.
|
PEPE
REY.- Señora mía, lejos de creer que no
es bella la Catedral, lo que de su interior he visto me parece de
imponente gallardía.
|
DOÑA
PERFECTA.- Bien, hombre, bien; lo dices por tenerme
contenta.
|
ROSARIO.- Le gusta, sí, le gusta.
|
DON
INOCENCIO.- Gracias, mil y mil gracias, señor
don José. Yo pensé que usted, como gran
matemático y materialista furibundo, menospreciaría
nuestro templo diocesano, y nos diría que le parece
más bello y grandioso cualquier almacén o mercado de
hierro.
|
PEPE
REY.- (Ligeramente
ofendido.) ¡Pero, señor
mío!...
|
DOÑA
PERFECTA.-
(Interrumpiéndole.) Y aunque lo sientas,
harás bien en no decírnoslo, y te agradecemos tu
delicadeza.
|
PEPE
REY.- (Nervioso.)
¡Nada, no quieren entenderme!...
|
ROSARIO.- (Le entienden al revés).
|
-14-
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Te incomodas?
|
PEPE
REY.- ¡Oh, no!... Pero... Empiezo por decir que
ni yo soy sabio, ni...
|
DON
INOCENCIO.- (Con
viveza.) Lo es, y de los más eminentes de por
allá.
|
PEPE
REY.- (Un poquito
quemado.) Gracias, señor don Inocencio. No
admito la lisonja.
|
DON
INOCENCIO.- Acepte el elogio sincero, porque tras
él, si el señor don José me lo permite,
señalaré, lisa y llanamente, la sombra que veo junto
a esa luz excelsa de su sabiduría.
|
PEPE
REY.- ¡La sombra!
|
ROSARIO.-
(Alarmada.) (¡Ay,
Dios mío! ¿Qué sombra será esa?).
|
DON
INOCENCIO.- ¿Usted ha cultivado las
ciencias?
|
PEPE
REY.- Sí señor.
|
DON
INOCENCIO.- Con extraordinario aprovechamiento.
|
PEPE
REY.- Regular.
|
DON
INOCENCIO.- Provecho para la inteligencia, desventaja
para el corazón; porque la ciencia, tal como la estudian y
propagan los modernísimos, es la muerte del sentimiento y de
las dulces esperanzas con que nuestras pobres almas se consuelan de
las miserias de esta triste vida.
|
PEPE
REY.- (Que se ha levantado y va de un
lado a otro.) Poco a poco, señor
mío...
|
DOÑA
PERFECTA.- La ciencia todo lo reduce a guarismos,
reglas, rayas y formulillas, y quiere hacer del mundo una gran
máquina.
|
PEPE
REY.- ¿Quién ha dicho eso? Pero
señor, ¿qué tiene que ver...?
|
ROSARIO.-
(Aparte a PEPE REY.) No le
contradigas. Di a todo que sí.
|
DON
CAYETANO.- Pepe, tómalo con calma.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Pero te incomodas?
|
PEPE
REY.- Sí; me incomoda tanto llamarme sabio... y
científico, y...
|
DOÑA
PERFECTA.- Si lo eres.
|
PEPE
REY.- Y saldrá a relucir otra vez la dichosa
materia...
|
-15-
|
DOÑA
PERFECTA.- Si es tu fe.
|
PEPE
REY.- Señora...
|
DOÑA
PERFECTA.- No, conmigo no discutas; aquí don
Inocencio sabrá contestarte.
|
DON
INOCENCIO.- ¿Yo?... ¿Qué puedo yo
contra adalid tan fuerte?...
|
PEPE
REY.- ¡Y dale! Pues yo le digo a usted...
(Conteniéndose.)
|
DOÑA
PERFECTA.- A ver, a ver...
|
ROSARIO.-
(Alarmada.) ¡Pepe,
cuidado...!
|
DOÑA
PERFECTA.- Habla, hombre. ¿Qué ibas a
decirnos?
|
PEPE
REY.- (En el centro de la escena, en
pie.) Que sí... que sí, que yo
defiendo la ciencia, (Con
brío.) la defiendo porque es mi madre, porque
le debo lo poco que soy. Y diré al señor don
Inocencio, a nuestro insigne humanista, gloria de Orbajosa, que la
ciencia, por ley ineludible, ha venido a derribar tanto
ídolo vano, la superstición, el sofisma, las mil
mentiras del pasado, bellas las unas, ridículas las otras.
Adiós sueños torpes, embriagueces dulces de la
imaginación. El género humano ya no es niño,
es hombre, y os ha trocado por la verdad. La ciencia ha realizado
este prodigio; la ciencia, hija de Dios también,
señor don Inocencio, aunque usted no quiera; la ciencia, que
como un astro espléndido ilumina y calienta el mundo, pues
no sólo disipa las tinieblas, sino que destruye las
corrupciones producidas por la obscuridad.
|
ROSARIO.- (Muy apurada, aparte, a
PEPE REY.)
¡Por Dios, mamá se enoja!
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Vaya, vaya...!
|
DON
CAYETANO.- (A PEPE REY.) Cuidado,
Pepe...
|
DON
INOCENCIO.- (Aparte a DOÑA PERFECTA.)
Panteísmo puro. (Alto.)
Emplearía yo armas de sentimiento, argumentos
teológicos, sacados de la revelación, de mil
autoridades religiosas y profanas. Pero sólo
conseguiría que se riera de mí y de mis vulgares
razones, nuestro gran matemático, hombre eruditísimo,
pero sin Dios.
|
PEPE
REY.- ¡Oh, eso no!
|
-16-
|
DOÑA
PERFECTA.- Porque no te atreves a decirlo.
|
PEPE
REY.- (Con firmeza.)
¡No, no!
|
DON
CAYETANO.- ¡Ea! basta ya. (Se
levanta, queriendo poner paz.)
|
ROSARIO.-
(Levantándose.)
No se hable más de cosas tan poco divertidas.
(Pasa al lado de DON INOCENCIO.)
|
DOÑA
PERFECTA.- Tú te sofocas, y sin quererlo
enseñas la oreja materialista.
|
PEPE
REY.- ¡Por Dios, tía: no es eso!...
|
DON
CAYETANO.- ¡Ea! vuélvanse cañas
las lanzas.
|
ROSARIO.-
Don Inocencio, sea usted amigo de Pepe.
|
DON
INOCENCIO.- Sí, hija mía, amigo,
sí.
|
ROSARIO.- Dense las manos.
|
DON
INOCENCIO.- Y los brazos.
(Adelantándose, abraza fríamente a
PEPE
REY.)
|
ROSARIO.-
Así.
|
DOÑA
PERFECTA.- Abrázale, y mírale como
maestro.
|
DON
INOCENCIO.- ¡Oh, eso no!
|
PEPE
REY.- Sabe más que tú.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Quién lo duda? Infinitamente
más.
|
LIBRADA.- (Entrando por la
derecha.) Señora, las señoras de
Cirujeda. (Vase LIBRADA.)
|
DON
CAYETANO.- Visita... (A PEPE REY.)
Vámonos nosotros a la biblioteca.
|
PEPE
REY.- (Aparte a DON CAYETANO.)
Sí, a la biblioteca: quiero descansar de este hombre.
(A DOÑA
PERFECTA.) ¿Viene Rosario con nosotros
a revolver papelotes?
|
DOÑA
PERFECTA.- (Que ha estado hablando con
DON
INOCENCIO.) Tendrá que venir conmigo a
recibir a esas buenas amigas.
|
ROSARIO.-
Mamá, déjame. ¡Son tan
fastidiosas esas pobrecitas viejas! Prefiero los pergaminos de mi
tío.
|
DOÑA
PERFECTA.- Hija, un momento no más;
después que las saludes, te subes a la biblioteca.
|
ROSARIO.- (A PEPE REY y DON CAYETANO.) Pues
hasta luego.
|
PEPE
REY.- (Aparte a ROSARIO.) Me
aguardarás en la huerta. Yo saldré pronto.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Don Inocencio se queda por
aquí? ¿Por qué no se va a descabezar su
siestecilla en un sillón del comedor?
|
DON
INOCENCIO.- (Acomodándose en el
sillón rústico.) Si estoy aquí
tan ricamente. -17-
Ya sabe usted mi costumbre. Cierro los ojos. Quince minutos
de descanso cerebral me bastan.
|
DOÑA
PERFECTA.- Pues adiós. (Vanse
DOÑA PERFECTA y
ROSARITO por la puerta de
la casa.) A descansar.
|
PEPE
REY.- Don Inocencio...
|
DON
INOCENCIO.- Hijo mío, a divertirse viendo esas
maravillas de la antigüedad.
|
Escena
V
|
|
DON INOCENCIO;
MARÍA
REMEDIOS.
|
DON
INOCENCIO.- (Queriendo
dormirse.) Satis est requiescere lecto, si licet, et solito membra levare
thoro...
|
MARÍA
REMEDIOS.- (Que sale por el
foro.) Señor tío, déjese ahora
de sueñecicos.
|
DON
INOCENCIO.-
(Despabilándose.) Pero
mujer...
|
MARÍA
REMEDIOS.- Tenemos que hablar... Buena nos ha
caído con la llegada de ese iscariote... La niña, el
ángel de la casa, la palomita sin hiel, ¡ah, mundo
mentiroso, mundo falaz! se nos va, se nos escapa... Por de pronto,
el primo... le gusta.
|
DON
INOCENCIO.- ¿Cómo sabes...?
|
MARÍA
REMEDIOS.- Mientras aquí charlaban, yo,
detrás de aquellos árboles, atisbaba la cara de la
niña... Nada, que los ojos de una chiquilla enamorada, dicen
más verdad... que un misal.
|
DON
INOCENCIO.- Podrías equivocarte. Es pronto
todavía...
|
MARÍA
REMEDIOS.- ¡Ah, señor tío!
Mientras el ingeniero echaba aquellos despotriques de la ciencia,
la niña con los ojos... se lo comía.
|
DON
INOCENCIO.- ¡Bah, bah!... No seas
cócora... Ya salió tu carácter inquieto,
inflamable, levantisco...
|
MARÍA
REMEDIOS.- Dios me ha hecho a mí súpita
y acometedora para ganar estas batallas, como le ha hecho a usted
cachazudo y timorato para perderlas.
|
DON
INOCENCIO.- Bueno, mujer.
|
MARÍA
REMEDIOS.- Y si usted y la señora se descuidan,
se nos deshace, -18-
como la sal en el agua, la colocación del
niño. ¡Vaya una gloria casarle con la hija
única de doña Perfecta, amasarnos, como quien dice,
con personas tan principales...! Y ya estaba la pasta hecha. No
faltaba más que meterla en el horno. Pero da el demonio una
patada, y ¡zas! el ingeniero... ¡Ah! lloraría de
rabia, sí señor. ¿De qué le vale ahora
a mi Jacinto ser tan buen cristiano, y saber todo lo que sabe, como
un serafín de Dios?
|
DON
INOCENCIO.- Mujer, ten calma... No te aturrulles... Yo
creo que al fin...
|
MARÍA
REMEDIOS.- Pero si la señora está
siempre con él hecha unas mieles...
«Queridísimo Pepe, sobrino mío, hijo de mi
alma».
|
DON
INOCENCIO.- ¿Pues qué ha de hacer la
señora...? Mira, oye... Nuestra bonísima doña
Perfecta no quiere casar a Rosario con el señor de Rey...
Claro: su conciencia no puede transigir con la impiedad. No quiere,
no... Pero por respeto a su hermano, no se opone ostensiblemente,
no dice que no, no puede decirlo. Remedios, no puede... Ahí
tienes el conflicto en que se ve la santa señora.
|
MARÍA
REMEDIOS.- Pues ese, como no lo echen a
zapatazos...
|
DON
INOCENCIO.- Déjate de tonterías...
¿Tú qué sabes? Déjanos a la
señora y a mí, y no te metas en nada, ni vengas
aquí, ni andes con chismes, ea... Vete a casa, y que no deje
de venir Jacintillo esta tarde.
|
MARÍA
REMEDIOS.- Ya le dejé preparándose...
Voy a darle la última mano. Le pondré como un sol...
el chaqué nuevo, que le llevó ayer el sastre...
pantalón de cuadritos, todo por figurín, su corbatita
azul, sus guantes... ¡ay, y que le caen tan bien!
|
DON
INOCENCIO.- Bueno, pues anda... a casa.
|
MARÍA
REMEDIOS.- Me voy. (Viendo salir a
LIBRADA por el
comedor.) ¡Ah!... a ver qué trae
esta.
|
LIBRADA.- Señor don Inocencio...
|
DON
INOCENCIO.- ¿Se fueron esas señoras?
|
-19-
|
LIBRADA.- Han bajado a la huerta con la
señora. La señora que haga usted el favor de ir, que
tiene que hablarle.
|
DON
INOCENCIO.- Voy allá. (A
MARÍA
REMEDIOS.) Vete ya.
|
MARÍA
REMEDIOS.- (Viendo venir a ROSARITO que aparece viniendo de la
huerta.) ¡Ah! la niña...
|
DON
INOCENCIO.- Déjala... no le digas nada. Temo
tus inconveniencias... A casa. (A ROSARITO.) No
entretengas a esta, no le des cuerda, que habla más que una
cotorra... Tiene que hacer en casa. (Vase hacia la
huerta.)
|
Escena
VII
|
|
ROSARITO;
PEPE.
|
ROSARITO.- (En la puerta de la
biblioteca.) ¿Qué haré? Me dijo
que en la huerta. Pero si allá está mamá con
esas viejas charlatanas, insoportables... ¿Subiré a
la biblioteca? No, no, me dijo que esperara.
|
PEPE
REY.- (Por la puerta que conduce a la
biblioteca.) Te sentí llegar. He
engañado al buen bibliómano, diciéndole que
sentía un fuerte dolor de cabeza y necesitaba acostarme. El
pobre señor allá se queda solo, nadando en un mar de
preciosos manuscritos.
|
ROSARITO.- ¿Y de veras no te duele la
cabeza?
|
PEPE
REY.- No, no.
|
ROSARITO.- Yo creí que sí, con
aquellas discusiones que no vienen a cuento.
|
PEPE
REY.- Hija, el tal don Inocencio me enciende la
sangre.
|
ROSARITO.- ¡Pobre señor, es tan
bueno!
|
PEPE
REY.- Dime, ¿es el amigo íntimo, el
consejero de la familia?...
|
ROSARITO.- Sí, viene todos los
días.
|
PEPE
REY.- Dios nos tenga de su mano.
|
ROSARITO.- ¿Por qué? Me quiere
mucho, y le quiero.
|
PEPE
REY.- Entonces será forzoso que yo le quiera
también. Me dijo don Cayetano que tiene una sobrina.
|
ROSARITO.- Ahora mismo salió de
aquí... ¡Tan buena la pobre...!
|
PEPE
REY.- Madre de un jovencito...
|
ROSARITO.- A quien conocerás luego. Es
gente honradísima. Los tres nos quieren con locura.
|
PEPE
REY.- Si no entendí mal, son de origen
humilde.
|
ROSARITO.- María Remedios fue criada de
casa... Pero de esto hace mil años...
|
PEPE
REY.- Y después, se han crecido...
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-21-
|
ROSARITO.- Heredaron algo de un hermano de don
Inocencio, que murió en la Habana, y hoy viven con holgura
modesta, y son muy considerados en la ciudad.
|
PEPE
REY.- Bien, bien, (Cogiéndola una
mano y llevándosela hacia la huerta.)
vámonos.
|
ROSARITO.- Ay, no puede ser allá. Mi
madre y las de Cirujeda y don Inocencio andan de palique por la
huerta de abajo.
|
PEPE
REY.-
(Deteniéndose.) ¡Cuidado
que es desgracia la nuestra! En todo el día no hemos
encontrado un ratito de soledad...
|
ROSARITO.- Ayer tarde, no te quejes, pudiste
hablarme, decirme...
|
PEPE
REY.- No hice más que desflorar mi pensamiento.
Llegó tu madre, y me cortó la palabra,
dejándome a media miel. Yo te decía...
|
ROSARITO.- (Ligeramente
avergonzada.) Si me acuerdo bien. No puedo
olvidarlo.
|
PEPE
REY.- Que desde que te vi, mi alma se sintió
inundada de un gozo tan vivo...
|
ROSARITO.- Y yo, cuando entró
mamá, iba a contestarte...
|
PEPE
REY.- ¿Qué?
|
ROSARITO.- Que no lo creía, que no lo
creo. ¿Tan pronto...? Mira, Pepe, yo soy una
lugareña, yo no sé hablar más que cosas
vulgares, yo no sé francés, yo no me visto con
elegancia... Vaya, no seas pillo: no puedes haber sentido, al
verme, ese gozo del alma... Yo, nada soy, nada valgo...
|
PEPE
REY.- Para mí, más que el mundo
entero.
|
ROSARITO.- ¡Jesús!
¡Qué chiquito es el mundo!
|
PEPE
REY.- Junto a ti, como un grano de arena. Si me
conocieras como yo creo conocerte a ti, sabrías que
jamás digo si no lo que siento. Yo no hablaré contigo
más lenguaje que el de la verdad.
|
ROSARITO.- El de las matemáticas, como
diría, burlándose, el pobrecito don Inocencio.
|
PEPE
REY.- Y como soy todo matemáticas, voy a la
exactitud, -22-
y te digo: «Rosario, yo he venido aquí a
casarme contigo».
|
ROSARITO.- (Ruborizada, bajando
los ojos.) ¡Pepe, qué cosas tienes!
|
PEPE
REY.- Mira, prima querida, te juro que si no me
hubieras gustado, ya me habría ido yo con mi ciencia a otra
parte. Con todos los esfuerzos de la cortesía y de la
delicadeza, no me habría sido posible disimular mi
desengaño.
|
ROSARITO.- (Sin
mirarle.) ¡Pepe, si no hace más que dos
días que llegaste...!
|
PEPE
REY.- Dos días, y ya sé todo lo que
tenía que saber; sé que te quiero, que eres la mujer
que desde hace mucho tiempo me está anunciando el
corazón, diciéndome noche y día: «ya
viene, ya está cerca... ahí la tienes».
|
ROSARITO.- ¡Ja, ja!... ¡qué
gracia! (Por disimular su
turbación.)
|
PEPE
REY.- Tú te empeñas en que nada vales, y
eres la maravilla de la Naturaleza. Para mayor gloria tuya, ignoras
tu mérito inmenso, y no ves la luz, no sientes el calor
divino que proyecta tu alma sobre todo cuanto te rodea.
(Con entusiasmo.) Eres mi vida nueva,
y yo te quiero como un tonto.
|
ROSARITO.- ¡Primo, primo mío, por
Dios! (Conmovida se deja caer en una silla, con
ligero desvanecimiento.) Yo te suplico...
|
PEPE
REY.- ¿A ver... qué me suplicas?
|
ROSARITO.- (Pausa.)
Que no me digas esas cosas...
|
PEPE
REY.- ¿Te molesta que yo te quiera?
|
ROSARITO.-
(Vivamente.) No, no.
|
PEPE
REY.- ¿Quieres que me vaya?
|
ROSARITO.- No.
|
PEPE
REY.- ¿Que no te diga...?
|
ROSARITO.- Sí, sí:
dímelo.
|
PEPE
REY.- Si yo tuviera la suerte, la dicha inmensa de que
me quisieras tú, aunque no quisieras decírmelo...
|
ROSARITO.- Te lo diría; sí, te lo
diría... Pero no tan pronto; tan pronto no te lo puedo
decir, Pepe. Ten formalidad...
|
PEPE
REY.- Bueno, me lo dirás más
tarde...
|
-23-
|
ROSARITO.- A su tiempo... dentro de muchos
días. ¡Oh, ahora, ahora, no estaría bien!
|
PEPE
REY.- Y cuando me digas eso, ¿me dirás
que me quisiste, como yo, desde el primer día?
|
ROSARITO.- No, antes... (Con viva
espontaneidad.) Desde mucho antes de verte... Pero
no; me callo... No he dicho nada todavía.
|
PEPE
REY.- Aguardaré... Yo tengo paciencia... La
ciencia es la paciencia, Rosario.
|
ROSARITO.- Es que... verás. Mamá
me daba a leer las cartas de tu padre, y me gustaba tanto, tanto,
leer los elogios que tu papá hacía de ti. Y yo me
decía...
|
PEPE
REY.- ¿Qué?
|
ROSARITO.- Nada.
|
PEPE
REY.- Decías: «este debiera ser mi
marido».
|
ROSARITO.- Si tu papá, en aquellas
cartas, no decía nada de casorio. No, Pepe, no decía
nada.
|
PEPE
REY.- Pero lo decías tú.
|
ROSARITO.- Lo que yo hacía era asombrarme
mucho de que tu padre no dijese nada. ¡Qué
descuido!
|
PEPE
REY.- Pero al fin lo dijo...
|
ROSARITO.-
(Vivamente.) Pero esa carta no me la
dio a leer mamá. Y no debía dármela... no,
no... era muy pronto. Luego, llegas tú de improviso...
(Aparece DOÑA PERFECTA y DON INOCENCIO viniendo de la huerta.
Tras ellos JACINTITO.)
|
PEPE
REY.- (Se vuelve como oyendo los
pasos.) Alguien viene.
|
ROSARITO.-
(Asustada.) ¡Ah...! mi madre...
|
Escena
IX
|
|
Dichos; CABALLUCO,
DON JUAN TAFETÁN,
que vienen por la casa, puerta segunda derecha.
|
DOÑA
PERFECTA.- (Adelantando a su
encuentro.) ¡Oh! aquí tenemos al guapo
de Orbajosa, Cristóbal Ramos... Pepe, aquí le tienes;
un bruto que sabe ser héroe, hoy terror de los ladrones,
perseguidor de los malos, bueno como el pan de picos, la miga
blanda, la corteza dura.
|
DON
INOCENCIO.- Es el célebre Caballuco de
la leyenda...
|
PEPE
REY.- De la guerra civil, ya.
|
CABALLUCO.- El señor ya me conoce.
|
PEPE
REY.- Sí, nos encontramos en el camino cuando
yo venía. ¡Ah! gallardísima figura la de usted
a caballo... Yo dije que me parecía usted un Centauro.
|
-25-
|
CABALLUCO.- ¿Y qué es eso?
|
DON
INOCENCIO.- Monstruo mitológico, mitad hombre,
mitad caballo.
|
CABALLUCO.- ¡Ya!...
|
PEPE
REY.- Y recuerdo, sí, haber oído algo de
sus hazañas... como cabecilla o guerrillero.
|
DOÑA
PERFECTA.- Hoy tienes al héroe convertido en un
vulgarísimo portador del correo...
|
PEPE
REY.- Por muchos años.
|
DOÑA
PERFECTA.-
(Presentándole.) Don Juan
Tafetán, amigo de casa, solterón empedernido, Tenorio
jubilado.
|
PEPE REY.-
Celebro mucho...
|
DON JUAN
TAFETÁN.- No haga usted caso, señor don
José... ¡ji, ji! ¿Y qué?
¿Tendremos el gusto de verle aquí mucho tiempo?
|
PEPE
REY.- Puede que sí. He venido a un asunto de
familia. Además, el Gobierno me ha dado una
comisión...
|
DON JUAN
TAFETÁN.- ¡Ah!...
|
PEPE
REY.- Estudiar la cuenca del Nahara, para un trazado
directo entre esta ciudad y el valle de Rejones.
|
DON JUAN
TAFETÁN.- Pónganos usted en
comunicación con el valle de Josafat, y estaremos más
en carácter... ¡ji, ji!...
|
CABALLUCO.- Pues yo... con perdón, no
venía de visita, sino por hablar con la señora...
|
DOÑA
PERFECTA.- Luego hablaremos. Toma una copa.
|
CABALLUCO.- (Tomando la que le
sirve DOÑA
PERFECTA.) El señor sobrino de la
señora, a quien yo quiero como a mi madre, me tiene a sus
órdenes, y si cuando se marche teme algún mal
encuentro por esos caminos de Dios...
|
PEPE
REY.- No pienso marcharme.
|
DOÑA
PERFECTA.- En el supuesto de que te marches,
hombre...
|
JACINTITO.- Sí, y como anda por
ahí una partidilla...
|
CABALLUCO.- Pero yendo el señor conmigo,
no hay cuidado.
|
PEPE
REY.- ¿Con qué partidas...?
|
DON JUAN
TAFETÁN.- No se asuste usted; es el fruto de la
tierra, como los ajos, ¡ji, ji!...
|
-26-
|
PEPE
REY.- Verdad que mientras no se acabe la guerra civil,
no hay territorio seguro.
|
CABALLUCO.- Buenos muchachos. No les he podido
contener. Es el odio a las contribuciones, al Gobierno, a ese
maldito Madrid, que no nos manda acá más que gente
perdida... mejorando... Con usted no va nada.
|
PEPE
REY.- Gracias.
|
DOÑA
PERFECTA.- Todo ha sido por la amenaza del Gobierno de
mandarnos tropas, que ninguna falta nos hacen.
|
ROSARITO.- (A DON INOCENCIO.)
¡Qué cargante es esto de la guerra!... partidas por
aquí, soldados allá.
|
DON
INOCENCIO.- Dios permite la guerra...
|
ROSARITO.- ¿Cuándo?
|
DON
INOCENCIO.- Cuando desea que los hombres amen la
paz.
|
PEPE
REY.- (Formando grupo, a la derecha,
con TAFETÁN y
JACINTO, mientras
CABALLUCO y DOÑA PERFECTA pasan al otro
lado.) En vez de andar a tiros por ahí,
más cuenta les tendría labrar bien sus tierras...
|
JACINTITO.- Es que Orbajosa, señor don
José, es pueblo de muchísimo orgullo, de
muchísimo tesón... Siempre que defendió una
causa con las armas, dio mucho juego esta dichosa tierra del ajo. Y
ahora parece que el Gobierno, al mandar soldaditos, la provoca, la
reta...
|
PEPE
REY.- No es reto; es precaución.
|
DON JUAN
TAFETÁN.- ¡Bah! No correrá la
sangre al río. (Siguen
hablando.)
|
DOÑA
PERFECTA.- (A CABALLUCO, en el otro
lado.) Harías bien en contener a esos locos
que se han lanzado a los caminos.
|
CABALLUCO.- Dejarlos... Nunca está de
más enseñar los dientes al Gobierno.
|
DOÑA
PERFECTA.- (Obsequiando a CABALLUCO, que se ha sentado junto a
la mesa de la derecha.) Toma un cigarro.
¿Quieres otra copa? (Se la
sirve.)
|
PEPE
REY.- (Contestando a algo que ha dicho
JACINTO.)
Amigo mío, no veo relación ninguna entre la
filosofía alemana y las partidas de Orbajosa.
|
-27-
|
JACINTITO.- Yo sí... (Con
pedantería.) Y dígame, señor
don José, ¿qué piensa usted del
darwinismo?
|
PEPE
REY.- (Sorprendido.)
¿Yo?... Nada. Mis estudios han sido de índole muy
distinta.
|
DON
INOCENCIO.- (Llenando una
copa.) Todo se reduce a sostener que descendemos...
(Ofreciendo la copa a PEPE REY.) Don
José, una copita.
|
PEPE
REY.- (La acepta.)
Gracias. (Bebe un poco.)
|
DOÑA
PERFECTA.- (Ofreciendo a TAFETÁN.)
Tafetán, una copita.
|
PEPE
REY.- Pues el darwinismo es una doctrina respetable
que no puede tratarse en solfa.
|
CABALLUCO.- (Que no entiende el
término.) ¿Cómo se llama eso?
(Sin moverse de su asiento oye.)
|
DON JUAN
TAFETÁN.- ¡Menudas agarradas hay en el
Casino por eso del darwinismo y los monos...! ¡ji, ji!
|
JACINTITO.- En esa doctrina hay que distinguir
entre los estudios experimentales, que son muy buenos, y las
consecuencias filosóficas, que son deplorables.
|
PEPE
REY.- En efecto; la experimentación fundamental
es asombrosa. Yo creo...
|
DOÑA
PERFECTA.- (Con sequedad,
interrumpiéndole.) ¡Pepe...!
|
PEPE REY.-
Señora.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Si piensas defender esas ideas
absurdas, hazlo donde yo no te oiga!
|
ROSARITO.- ¡Mamá, si no ha dicho
nada!
|
PEPE
REY.- Yo no defiendo nada. Decía...
|
DOÑA
PERFECTA.- Mira que ya tienes muy mala fama en
Orbajosa.
|
PEPE
REY.- ¡Yo... mala fama!
|
DON
INOCENCIO.- Nada. Es que la gente viciosa da en decir
si es... o no es.
|
PEPE
REY.- (Quemándose un
poco.) Pero, ¿qué soy?
|
ROSARITO.- (¡Qué es, Dios
mío!).
|
DOÑA
PERFECTA.- (Con aparente
cordialidad.) No te enfades... Ya sé yo que
eres bueno, tan bueno como tu padre, y te queremos mucho.
¡Pues no es floja batalla la que he dado hace un rato en tu
defensa!
|
PEPE
REY.- ¡En mi defensa!
|
-28-
|
DON
INOCENCIO.- Lo presencié. Su tía le
defendió a usted como una leona.
|
PEPE
REY.- ¡A mí!
|
DOÑA
PERFECTA.- Nada, hombre. Que estuvieron aquí
las de Cirujeda, unas señoras muy respetables...
|
ROSARITO.- (Y muy charlatanas, y muy
venenosas).
|
DOÑA
PERFECTA.- Y me dijeron que han oído decir...
Nada: que si eres o no eres incrédulo...
|
PEPE
REY.- Pero esas señoras no me conocen...
¡Vaya con las pécoras...!
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Eh! no las injuries, que son muy
buenas cristianas, muy comedidas, muy principales...
|
DON
INOCENCIO.- Dijeron mil simplezas: que usted no cree
que Dios nos crio a su imagen y semejanza...
|
DOÑA
PERFECTA.- Sino que tenemos por ascendientes a los
orangutanes o a las cotorras.
|
PEPE
REY.- ¡Yo... qué desatino!
|
DOÑA
PERFECTA.- Y que aseguras que el alma es una droga...
como los papelillos de magnesia o de ruibarbo que se venden en la
botica...
|
ROSARITO.- (¡Qué iniquidad!
¡Estúpidas!).
|
PEPE
REY.- ¡Pero esas señoras están
locas! Que yo... Llévenme a su casa para decirles que las
han engañado.
|
DOÑA
PERFECTA.- Cálmate... ¡Ay, sobrino,
cómo te defendí...! ¡Si me hubieras
oído...! Cierto que no pude convencerlas. Pero por mí
no quedó... Yo sé que eres bueno, delicado, y que no
has de defender aquí públicamente,
lastimándome a mí y a todo el pueblo, esas
abominaciones.
|
PEPE
REY.- (Con gradual
enojo.) ¡Si yo no pienso eso!... ¡Si no
lo he pensado nunca!... Pero usted, tía, ¿qué
idea tiene de mí...? ¡Esto ya es ofensivo, esto es
deseo de molestarme!... No, tía, usted no cree...
|
DON
INOCENCIO.- La señora no le acusa a usted; no
hace más que advertirle que, si por acaso profesase esas
ideas, se guarde de manifestarlas aquí.
|
DOÑA
PERFECTA.- Justo.
|
CABALLUCO.- Eso; que si lo piensa, se lo
calle.
|
-29-
|
PEPE
REY.- ¿Pero qué es esto? ¿Se han
propuesto aquí volverme loco...? Claro, yo tengo mis ideas,
que seguramente en algo han de discrepar de las de ustedes.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Ves, ves?
|
ROSARITO.- (Muy nerviosa, a
JACINTO.)
Pero, tonto, Jacinto, ¿qué haces que no sales a su
defensa?
|
JACINTITO.- ¿Yo?... ¡Dios me libre!
Ya sabrá él defenderse. (Con
pedantería.) El racionalismo, hijo
legítimo de la experimentación, encuentra en el
arsenal de las ciencias físico naturales, armas terribles
para su defensa.
|
DON
INOCENCIO.- No está mal.
|
JACINTITO.- Por eso el señor don
José se cree inexpugnable en su fortaleza científica,
y nos mira con lástima a los pobres romancistas que
preferimos la fe a la ciencia...
|
DOÑA
PERFECTA.- Y vivimos obscuramente en la simplicidad y
en el santo temor de Dios, con nuestra conciencia bien
tranquila.
|
PEPE
REY.- (Subiendo gradualmente en su
enojo.) La mía también lo
está.
|
DOÑA
PERFECTA.- A saber. Pero llegará día,
¡ay! en que reconozcas tus errores, y abjures de toda esa
ciencia insana.
|
DON
INOCENCIO.- Distingamos, sí, la ciencia
útil, la ciencia verdadera de la...
|
PEPE
REY.- ¡Dale con la ciencia!
(Conteniendo su ira con dificultad, próxima a
estallar.) Por Dios, don Inocencio,
¿qué sabe usted lo que es la ciencia?
|
DOÑA
PERFECTA.- Mejor que tú.
|
PEPE
REY.- ¿Y usted qué sabe?... ¡La
ciencia! (Sin poder contenerse.)
¡Oh, no puedo más!
(Estallando.) ¿Para qué
hablan de ciencia, para qué la nombran siquiera,
aquí, en esta madriguera de la superstición, del
fanatismo y de la barbarie...?
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Jesús!
(Llevándose las manos a la cabeza. Todos
manifiestan asombro y miedo.)
|
PEPE
REY.- (Con ardor.) Y no
me digáis que en medio de este -30-
salvajismo viven las santas creencias. No... la verdadera
piedad aquí no existe. No hay más que un artificio
muy tosco, y un antifaz muy negro para esconder la discordia, el
miedo a la luz...
|
DOÑA
PERFECTA.- (Cogiendo a ROSARIO y llevándosela hacia la
casa.) Hija mía, vámonos de
aquí... No podemos oír esto.
|
PEPE
REY.- (Viendo a ROSARIO, que aterrada, se
aleja.) ¡Ah!... ¿qué he
dicho?... (Como si volviera en
sí.) ¡Oh, qué
ofuscación!... Es que me han irritado... No, no, no he dicho
nada... No, no, querida tía, Rosario...
|
ROSARITO.-
(Llorando.) ¡Ay de mí!
|
PEPE
REY.- Señora... perdóneme usted.
|
DOÑA
PERFECTA.- Te perdonamos, pero no te oímos, no.
Vámonos... Puedes seguir... sigue...
|
PEPE
REY.- (Aturdido.) No, si
no digo nada, si yo... señor don Inocencio, Jacinto,
señores... (Todos permanecen mudos y se van
escabullendo hacia la casa.) ¡Y es esta la paz
que creí encontrar aquí!
|
CABALLUCO.- Si usted quiere marcharse de
Orbajosa, ya sabe...
|
PEPE
REY.- ¿Marcharme...? No, no. (Con
gran firmeza.) Aquí triunfo, o muero.
|