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Eduardo de Hinojosa y Naveros, «La fraternidad artificial en España», RABM, XIII (1905), 1-18, publicado también en Obras. T. I. Estudios de investigación, Madrid, Ministerio de Justicia y CSIC, 1948, 259-278, por donde cito, pág. 259.

 

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Según señala J. Le Goff, «El ritual simbólico del vasallaje», en Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval, Madrid, Taurus, 1983, págs. 347-348, «a pesar de la variedad de las teorías etnológicas, el beso sobre la boca parece derivar de creencias que recomendaban el intercambio bien del aliento, bien de la saliva. Evoca el intercambio de sangre que se encuentra en otros tipos de contratos o de alianzas muy solemnes... El intercambio del aliento o de la saliva, como el de la sangre... se hace entre iguales o, mejor, hace iguales».

 

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Aparte del estudio clásico de J. Ruiz de Conde, El amor y el matrimonio secreto en los libros de caballerías, Madrid, Aguilar, 1948, véase el excelente trabajo de María del Carmen García Herrero, Las mujeres en Zaragoza en el siglo XV, Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza, 1990, vol. I, pág. 195 y ss.

 

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Para N. J. Perella, ob. cit., pág. 42, el intercambio de besos por la pareja casada en la misa nupcial persistió a lo largo de la Edad Media, aunque era a menudo transformado en un beso litúrgico de paz, quizás por la influencia de la cambiante noción de propiedad, pero también por el deseo de imprimir en la mente de la pareja casada la idea de santidad de la unión.

 

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Estos «sponsalia per verba de futuro» generaban diversos efectos, entre los que se encuentra «la conversión automática de la promesa en matrimonio si después de contraída ésta se realiza cópula carnal», como señala María del Carmen García Herrero, ob. cit., I, pág. 177. En la vida real de Martorell, el tema cobra singular importancia en su requerimiento de batalla a todo trance a Joan de Mompalau. Véase M. de Riquer y M. Vargas Llosa, El combate imaginario..., ob. cit., pág. 34 y ss.

 

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J. Ruiz de Conde, ob. cit., pág. 164, indica que «el detalle de los besos resultaría por demás extraño y humorístico si no se recordase como uno de los requisitos de los desposorios. Incluso los efectos de éstos eran diferentes según que el esposo hubiera o no besado a la esposa. Hay testimonio de ello en varias leyes del Fuero Real, del Fuero Juzgo y en las Leyes de Toro». Como señala Ercole Scerbo, Il bacio nel costume e nei secoli, Roma, Ed. Mediterranee, 1963, pág. 191, «benché le legislazioni e le consuetudini abbiano ormai abolito la formalita dell'osculum, il baccio tuttavia, nella cerimonia del fidanzamento, è sempre rimasto per confermare il patto d'amore e il reciproco affetto da parte degli interessati».

 

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En la entrada del rey don Juan a Valencia el ocho de febrero de 1468, se describe la siguiente ceremonia: «En apres estava l'angel Custodi ab vistidures reals, ab les claus de la ciutat en la ma, les quals claus donava al dit Senyor rey e mete l'angel al dit senyor rey en la ciutat fins en la plaça del sarans, ab molta bella serimonia», Dietari del Capellá..., ed. cit., pág. 228.

 

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S. de Cobarruvias, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, Turner, 1979, s. v. besar, explica que «el beso se dixo del nombre latino basium, del qual se forma el verbo basio, basias, y como sea acto de reconocimiento del inferior al mayor, pudo traer origen de basis, lo inferior y más baxo de la coluna, y por tal se confiesa el que va a besar la mano a otro, y a reverenciarle». A veces el acto daba lugar a escenas curiosas. Por ejemplo, en el recibimiento castellano de Germana de Foix en 1507, según el relato de Miguel Losilla, «se apearon todos a vesar las manos a la Reyna nuestra senyora con tanto acatamiento como si fuera la reyna donya Ysabel. Bien podéis creher que los más dellos vesaban mano que quisieran ver cortada», ap. J. A. Sesma Muñoz, «Una reina de Aragón en Castilla: el recibimiento castellano a Germana de Foix en 1507, según un testigo aragonés», AEM, 19 (1989), 681-688, pág. 687. La última frase la recoge Cobarruvias como proverbial, s. v. besucar.

 

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En el relato inicial del Guillém de Varoych, el rey, acongojado por su situación, recibirá la ayuda milagrosa de la Virgen, quien le dice lo siguiente: «E lo primer home que veuràs ab longua barba, que·t demanarà per amor de Déu karitat, besa'l en la boqua en senyal de pau» (VI, 14). El beso en la liturgia cristiana llega a ser conocido como beso de paz, de modo que cuando los Padres de la Iglesia hablan del beso, con o sin referencia a la liturgia, invariablemente lo reconocen como signo de paz mediante el que se reúnen los corazones y las almas de los fieles, de acuerdo con N. J. Perella, ob. cit. pág. 23. Para los usos religiosos, resulta muy útil la síntesis de F. Cabrol en el Dictionnaire d'archéologie chrétienne et de liturgie, ed. de dom Fernand Cabrol, París, Letouzey et Ané, 1910, s. v. baiser.

 

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Según las Partidas, los vasallos deben besar la mano al rey «cada vez que va de un logar a otro, e le salen a rescebir, e cada que viniere de nuevo a su casa, o se quiere della partir para yr a otra parte, e quando les diere algo o les prometiera de fazer bien, e merced. E esto son tenudo de fazer al rey por dos razones: la primera, por el debdo de l a naturaleza que han con él; la otra, por reconoscimiento del señorío que a sobre ellos» (IV, XXV, V), Alfonso X el Sabio, Las siete partidas del sabio rey don Alfonso el nono, nuevamente glosadas por el Licenciado Gregorio López, Salamanca, Andrea de Portonaris, 1555, ed. facsímil [Madrid, BOE, 1974]. Adecúo el uso de mayúsculas, la acentuación y puntuación a los usos actuales. Aunque para Alfonso X este sistema de gestos remite en última instancia a la ceremonia de vasallaje, diferente en Castilla y León y en Cataluña, tampoco hay que olvidar que su sentido último es similar. Además, como señala Hilda Grassotti, Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla, Spoleto, Centro Italiano di Studi sull'Alto Medioevo, 1969, I, pág. 150, «el beso en la mano se generalizó como fórmula de humilde reconocimiento de la jerarquía superior de quien lo recibía y como práctica de habitual cortesía».