Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

El concepto del juego como construcción del mural poético en «Anteparaíso» de Raúl Zurita

Andrés Cáceres Milnes



Resumen:

La lectura de Anteparaíso de Raúl Zurita consiste en la idea del juego como noción que revela a través de la escritura una comprensión hermenéutica del texto. El texto como espacio poético permite un juego de construcción autorreflexiva que hace posible pensar la producción del poemario de acuerdo a una conciencia crítica. Esta conciencia indaga la realidad agónica mediante el conocimiento de un sueño utópico: la naturaleza y geografía de Chile. Junto a esta realidad, el sueño de la poesía corre paralelo a la historia a partir de la imagen exhibitiva del mural del cielo.

Abstracts:

The reading of Anteparaíso from Raúl Zurita consists on the idea of the game as a notion that reveals an hermeneutic comprehensión of the text. This text as a poetic space allows a game of autoreflexive construction which makes possible to think about the production of the poemary in accordance to a critic concionsness. This concionsness investigater the agonic reality through the knowledge of an utopic dream: the chilean nature and geography. Together with this reality, the dream of poetry goes parallet to the history starting by the image of the sky mural.




Preliminar

La producción literaria de Zurita exige una lectura renovada. Por ejemplo, una lectura que permita traducir el mensaje poético a partir del concepto de juego. En especial, el juego es una función básica de la vida del hombre, o sea, sin el componente lúdico no se puede pensar la cultura humana. El modo de ser del juego se revela como una constante idea de movimiento, el vaivén es su sustrato propio (Hans-Georg Gadamer 1991, 66). Con ello la primacía lúdica aparece en el lenguaje poético como el trabajo de construcción espiritual, que se mueve entre la autonomía de la escritura y la comprensión hermenéutica de la lectura. Desde esta mirada, la lectura de la poesía de Zurita se inscribe en una propuesta autorreflexiva que incursiona en el campo de la belleza y la creatividad de acuerdo a las siguientes premisas: a) la actividad poética tiene en la escritura la posibilidad de ser pensada a través de la lectura; b) la escritura es la huella espiritual que activa la noción de juego como función artística; c) el juego se sitúa en la comprensión del texto como instancia transformadora de la huella espiritual, transgrediendo así los límites de la página y develando una realidad agónica; d) el texto se concibe como un espacio poético que hace posible una actividad de recepción y producción como forma de comportamiento social y cultural en el marco de las inferencias del lector (Carmen Foxley 1988, 264). Más aún, el texto como espacio de lo no dicho está plagado de indeterminaciones y de intersticios que hay que llenar. En consecuencia, la poesía no se impone solamente como un objeto de goce, sino que se ofrece como un objeto de indagación estética, es decir, exige una conciencia crítica, una reflexión sobre ella que la comprenda no sólo como creación del espíritu, sino también como juego del arte. En esta encrucijada la lectura del poemario Anteparaíso de Zurita es un juego de construcción reflexiva sobre el conocimiento de un sueño utópico: la vasta geografía de Chile, «Como en un sueño, cuando todo estaba perdido / Zurita me dijo que iba a amainar / porque en lo más profundo de la noche / había visto una estrella». (p. 13). El carácter único del poemario está en la permanencia de una naturaleza vista como la consagración de lo efímero y fugitivo: el sueño, la noche y la estrella. Estas imágenes encarnan la actividad poética en una operación de libertad y amor.






Autorreferencialidad y autorreflexividad

La autorreferencialidad es un gesto poético que implica una reflexión lingüística sobre sí misma, esto es, por medio de su sentido las palabras remiten a su propia representación. En Anteparaíso es una acción autosustentada en el objeto poético como mural exhibitivo de los cielos, las cordilleras, el viento, las playas y los desiertos de nuestro país: «Las playas de Chile son una fiesta en sus ojos» (p. 16); «Chile entero resurgía como una línea de pasto por el / horizonte» (p. 17); «Entonces Chile entero fue el sueño que nombraron / en la playa aurado esplendente por todos estos / vientos gritándoles la bautizada bendita que soñaron» (p. 23). En el espesor del libro la poesía y las palabras hablan de lo impensado. El sueño de lo no dicho exige una autorreflexión sobre la poesía entendida como una sinfonía en el conocimiento de las emociones humanas. Entre lo impensado y lo no dicho «Toda la patria se iba blanqueando en sus pupilas:» (p. 30), la huella de sal, el océano de lágrimas y los evanescentes paisajes chilenos se sumían en el verdor imaginario de la patria o el verde borrado de Chile aurático (p. 32- 36). El juego artístico de la naturaleza es una reflexión estética sobre la distribución de nuestro espacio vital, verdadera fiesta consagratoria de un mural celestial decorado con volutas de humo. Aquí la realidad agónica se revierte en escritura poética. Esto quiere decir que en lugar de la referencia al objeto de la naturaleza, el lenguaje poético articula la autorreferencialidad de la palabra. Allí, donde resuena la palabra, se está invocando «la vida nueva» que tiene validez en el ser mismo de la expresión "Dios, patria, pupila".

Anteparaíso se caracteriza por ser un texto que exhibe un espacio físico chileno a través de imágenes problematizadas por el pensamiento poético. La imagen surge como un retazo que manifiesta un mundo inestable, provisorio e indeterminado, pero que se construye en el lenguaje que lo nombra a través del siguiente juego reflexivo: la experiencia poética consiste en aprender a demorarse. Por lo tanto, el lenguaje es el lugar de la autorreflexividad, donde la realidad del mundo se transforma en una proyección existencial e imaginativa que proviene del pensamiento del hablante. En este sentido, el lenguaje poético de Zurita es un espacio autotélico que interpela las iluminaciones de su propia creación lingüística mediante el juego exhibitivo del mural del cielo. La poesía es la escritura que funda al hombre en medio de la naturaleza y geografía de Chile.

El libro Anteparaíso representa el espacio textual en que la obra se concede el simulacro de la literatura a través de un sueño que ilumina los apagados ojos de la patria. Este juego que se da en el espesor inmóvil del texto poético posee el gesto transgresor de la escritura como huella espiritual que se sale de la página para trazar versos de humo en el mural del cielo. Este hilo verbal habla de la verdad de la palabra poética como una provocación divina y una promesa reflexiva . Provocación, porque el texto eleva su voz desde sí mismo y en forma originaria mantiene unida la palabra en una sucesión de imágenes referidas a «la vida nueva»: Mi Dios es hambre, Mi Dios es Paraíso, Mi Dios es Vacío, Mi Dios es Dolor, etc. Promesa, porque la poesía se sostiene a sí misma, esto es, en su propia autorreferencialidad. Desde esta perspectiva, la escritura poética contiene más conocimiento, más verdad, pues ella no representa las cosas como han ocurrido, sino que hay una dimensión intelectual que piensa el poetizar a través de una lectura renovada de la página poética. Vale decir, solamente el oído interno del intérprete puede hacer audible la experiencia estética de la poesía de Zurita como conocimiento de una realidad agónica sustentada en la geografía y naturaleza de Chile. Por eso, este poemario suscita una suerte de revelación divina que incita a una lectura reflexiva.

El arte poético provoca la verdad a través del pensamiento. El poeta tiene en la palabra sagrada la revelación de lo divino, esto es, santifica a los dioses cuando nombra las cosas mediante un poetizar que es cantar y pensar. El punto está en que hablar de poesía y verdad significa problematizar la finitud del espacio textual. Lugar donde se concede la libertad de franquear los límites de lo impensado a través del juego entre escritura y lectura. En efecto, la desnudez de la palabra poética traza huellas espirituales que transgreden la inocencia y el silencio de la página con el gesto visual de la imagen. Sin embargo, la visualización de la imagen tiene en el sueño el lenguaje poético que susurra en forma inconmensurable el desborde y el desplazamiento de la palabra: «Sé que todo esto no fue más que un sueño / pero aquella vez fue tan real / el peso de la tierra en mis manos, que llegué a creer / que todos los valles nacerían a la vida» (p. 122). Transgresión que supone el paso de la representación a la reflexión como un aprender a demorarse en la experiencia del arte poético. Ahora la palabra poética murmura silenciosamente el arte de la verdad de acuerdo al principio estético de la mirada como pensamiento auto-reflexivo. De esta forma, el develamiento de la palabra poética es un verdadero brinco hacia un nuevo significado en la medida que rompe las ataduras canónica para instaurarse en el espacio poético como mural divino. Este mural traza el hilo exhibitivo mediante una escritura que sueña dejar las huellas en el cielo y así poder imaginarlas más bellas: «Dos años más tarde vi las letras del / cielo y de Dios recortarse sobre mí, y / aunque fue hermoso, yo hubiese querido / decirte algo más acerca de nosotros, / algo más de la nueva luz que está / embargando nuestros rostros. No fue / posible, pero tú, amigo, igual podrás / entender el Paraíso, igual sabrás por / qué te pude pensar toda esta maravilla.» (p. 148). El texto se convierte en un poema celestial donde el acto de pensar la maravilla de la naturaleza no sólo es el bautismo que promete la redención humana, sino también la revelación del modo de ser lingüístico del enunciado poético. Por último, la palabra en Zurita se desempeña a sí misma, encontrándose con su propia autorreferencialidad en el discurso autorreflexivo.




La poesía como sueño paralelo

La poesía, en medio de tantas señales contradictorias y equívocas de nuestro tiempo, es la voz subterránea de la resistencia que intenta persistir en forma paralela a la historia. Un sueño paralelo que pone entre paréntesis la idea del tiempo. Este sueño de la poesía se instaura en «la otra orilla» de la historia y también de la religión. La sensación de exilio del discurso poético explica que las emociones y visiones de los seres humanos pertenecen al mundo del desarraigo. A partir de esta idea surge una fuerza sacralizada de las palabras y las imágenes. La palabra se convierte en una escritura que traduce una tensión social e individual a través de su propia actividad material (Jitrik 1987, 14 y 15), poniendo en juego una especie de universo en que cada ser humano pudiese ser la imagen de su propio poema.

La escritura como actividad produce textos poéticos con significación metafórica; esto quiere decir que establece un acto rememorativo en el intento de recordar la maravilla de la palabra hecha imagen. Por eso, el poema de Zurita posee la maldición del espacio. Un acto radical de separación que nos condena a la distancia de los sueños y la historia. El origen del hombre posee la tragedia de esta separación. Entonces, en un universo destinado a renacer permanentemente, los poemas de Anteparaíso construyen las imágenes a través de una escritura que pretende erigir la palabra como una presencia sacra. Esta presencia tiene en la noción de juego el modo de ser de la obra. Vale decir, la experiencia poética es un objeto de autorreflexión que tiene la sinfonía y el movimiento lúdico en el mural poético del cielo. En consecuencia, el juego del sujeto lírico es construir otra realidad, autónoma y cerrada mediante la representación geográfica. Esta representación poética se refiere a un mundo transformado que posee su propio modo de ser en la autorreferencialidad. El juego es un sueño paralelo a la historia.

El primer poema a la historia es un canto a la ira de Aquiles. La desgracia de los mortales se encuentra en la locura que acarrea tanto sufrimiento innecesario. Frente a esto, los poemas de Zurita son voces de provocación divina y promesa autorreflexiva, o sea, un canto a los dioses en el intento más desesperado para que no sucedan estas tragedias. La ira primigenia que ha acarreado infinitas tragedias, dramas y dolores se opone a la invocación de la misericordia y el amor mediante el mural poético de Anteparaíso. Entonces, la poesía de Zurita es un acto de conocimiento en medio de palabras que sangran y agonizan la tragedia y el dolor humano. Sin embargo, la palabra poética persiste como una voz refractaria y se levanta como una escritura que busca preservar el rostro sagrado de lo otro: el sueño ajeno a la historia.

La metáfora del emplazamiento espacial permite diseñar el mural móvil y huidizo del cielo. Este espacio de la marginación y autoconfinamiento es una ubicación, pero sin lugar real, como las utopías, es decir, el gesto del sujeto hablante no es más que una virtualidad en el espacio de la marginación. Ahora la página posee el mural exhibitivo en su propia autorreferencialidad. La indeterminación del texto se redime ante la observación visual de la realidad a través de una lectura que recorre un espacio provisorio y fragmentado. Así, Anteparaíso constituye la huella espiritual que transgrede los límites de la página cuando el hablante piensa la realidad desde la perspectiva del cielo y el amor. La palabra poética reescribe una visión dantesca del destierro, el abandono, el vacío, el dolor. Ahora son los campos, las playas, los desiertos, las utopías, los valles, la cordillera que se levantan a través de la autonomía de la escritura poética que deja la huella para la lectura de una naturaleza agónica. Y, a la vez, se devela otra verdad: la sed de infinito del hablante cuando dice «Mi Dios es Dolor» y «Mi amor de Dios». La autorreferencialidad de Zurita significa que piensa el lenguaje poético de Anteparaíso a partir del vaivén que se autosustenta en el juego de la escritura /lectura, sueño /realidad, Dios /amor, Dios /dolor, geografía /naturaleza, tierra /cielo. Por lo tanto, la figura exhibitiva del mural del cielo posee la imagen del fragmento entre la Tierra y el Allá: a) Anteparaíso: «Entonces, aplastando la mejilla quemada / contra los ásperos granos de este suelo pedregoso / - como un buen sudamericano - / alzaré por un minuto más mi cara hacia el cielo / llorando / porque yo que creí en la felicidad / habré vuelto a ver de nuevo las radiantes estrellas» ( p. 146); b) Postfacio: «...después, cuando me di cuenta que / volvería a ver, supe que el comienzo / que quise ya no iría. / Fue duro. Está bien, quise hacerlo así; / más puro y más limpio, para que cuando / se dibujaran las escrituras en el cielo / poder imaginármelas infinitamente más / bellas en su trazado invertido dentro / de mi alma.» ( p. 148). Vale decir, el sueño poético, que corre paralelo a la historia, tiene en la imaginación autorreferencial el binomio semántico Tierra /Allá (Abajo /Arriba). Esta dualidad hace del discurso poético una instancia de conocimiento de una geografía que busca redimir al hombre y la Naturaleza a través de pensar el Paraíso como «la nueva luz» que embarga el rostro humano. Por eso, la experiencia poética en este poemario es una revelación de nuestra condición original. Y esta revelación se resuelve por dos vías: a) en la creación lingüística de nuestro propio ser; b) y en el sueño topográfico de nuestra patria. En consecuencia, la poesía de Zurita recrea en la escritura al hombre y la geografía como una totalidad fragmentada en vida y muerte, sueño y realidad, aquí y allá. Estas disyunciones son signos en rotación que se inscriben en el texto poético como un proceso circular: idea cardinal del juego reflexivo como vaivén permanente entre el silencio de la escritura y la comprensión del paisaje mural. Con Zurita el lector no ve el horizonte exhibitivo del mural poético: lo piensa. Ahora el espacio geográfico está sujeto al juego de autorrepresentación mediante un observador que contempla cómo la página se libera de ella misma. El fin es construir un nuevo diseño como trazo espiritual, que sería la revelación de una realidad ajena a su propia agonía: un mural celestial. Por lo tanto, el texto viene a ser un espacio problematizador, que produce un conocimiento social y cultural de nuestro país a través de las inferencias del lector. Él asume el sueño imaginario de Chile como un juego poético que se manifiesta paralelo a la historia.




El otro texto: humo en el cielo

El mural poético hecho de humo convierte el cielo en imagen y deseo del hablante. Y por esto, Anteparaíso es la encarnación de un sueño. Movido por el deseo como gesto que transgrede la página, aspira a un juego donde la imagen celestial encarna al hombre en medio de una dimensión onírica que subvierte la realidad agónica por una visión sagrada de la poesía. Ahora el texto está plagado de intersticios que inducen al lector a realizar una lectura de lo no dicho: el gesto de salirse de la página corrobora la pretensión de una verdad autónoma del poemario, que tiene en la experiencia estética el precio de la reflexión. El texto se hace accesible, sobrepasando el espacio de la página, esto es, la escritura poética reduce el texto al sentido de la patria nueva que requiere de otra imaginación. Así, el desierto, las playas, las cordilleras se revelan no solamente en el acto de pensarlas como una maravilla, sino también como referencias geográficas de una nueva luz que redime el rostro humano.

En síntesis, el proyecto escritural de Raúl Zurita se inscribe dentro de una concepción neovanguardista de la poesía , de acuerdo a la búsqueda de otras posibilidades de configurar la página, como por ejemplo, el gesto transgresor de expandirla hacia el horizonte infinito del cielo a través de un elemento no verbal: el humo. En este sentido, Anteparaíso se apoya en la noción del texto sobre texto, o sea, se convierte en un texto imagen que induce a ver la escritura poética mediante figuras visuales que alteran la convencionalidad del acto de poetizar. Es un juego que se construye en la idea de la morosidad, esto es, pensar la poesía como un movimiento que pone en evidencia la autorreflexividad de la obra.






Bibliografía

  • FOXLEY, CARMEN, «Raúl Zurita y la propuesta autorreflexiva de Anteparaíso». En: La poesía chilena actual (1960-1984) y la crítica de Ricardo Yamal. Chile: Ediciones Lar, 1988.
  • GADAMER, HANS-GEORG, La actualidad de lo bello. Barcelona: Paidós, 1991.
  • GADAMER, HANS-GEORG, Arte y verdad de la palabra. Barcelona: Paidós, 1998.
  • JITRIK, NOÉ, Temas de teoría. El trabajo crítico y la crítica literaria. México: Premia Editora, 1987.
  • ZURITA, RAÚL, Anteparaíso. Chile: Editorial Universitaria, 1997.


Indice