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El cuaderno de tapas duras

Daniel Moyano







Qué bronca haber creído tanto
en la alegría de la morocha argentina
en la lluviosa mañana del 25 de mayo glorioso
en las escarapelas de los decorativos
French          y          Berutti
a quienes recuerdo como las dos franjas de la bandera idolatrada
encerrando una «Y» como un pequeño sol naciente.

Bronca de seguir queriéndola
por remotas strasse rues strade streets sonando a lluvia
recordando cómo se iba la morocha de perfil bajo la garúa
apretándose el gorro frigio salpicado
de lo que sólo fue hecho para estar encerrado dentro de las venas
no para el aire ni para el sol
ni mucho menos para ensuciar un gorro frigio.

Bronca de haberla dibujado tanto en mi cuaderno
para que después me abandonara como cualquier mina de tango.

Se me ha perdido ese cuaderno marca Rivadavia
tapas duras 200 hojas y una hermosa lámina
de Francisco Narciso de Laprida
un nombre que suena a intrépido
forrado con papel azul cielo y un rótulo dentado
con el nombre de uno bellamente escrito por la maestra
tan hermoso que parecía de otro en vocales abiertas como flores
el nombre de uno en acariciables trazos femeninos.

Si no hubiera creído tanto en esas cosas
ahora no me importaría haber perdido el cuaderno
donde guardaba el glorioso sol de la libertad amaneciendo en mayo
salido de mi caja de lápices de 12 colores marca Faber
(la misma marca del lápiz con que escribo esto medio siglo después
parece que ese señor Faber es realmente incansable)
el Cabildo bajo la lluvia y en primer plano negros y augurales
los paraguas del pueblo quiere saber de qué se trata
desplegados como pájaros de mal agüero
y cada patriota con su escarapela de colores arrebatados al sol del 25
por French o por Berutti
un Berutti que ahora suena a compañero de banco
un niño de uñas sucias y nariz colorada
el tonto de la clase que no se daba cuenta de nada
cuando le preguntábamos con malicia ¿conocés al Pirulo?

También tenía en mi cuaderno la Casa de Tucumán
que dibujábamos a pesar de las imposibles volutas de sus columnas
casa donde declaramos la independencia por lo menos un par de veces
a ver cuándo es la definitiva ¿no?
Ocupaba una pequeña parte de la página mientras el resto
sin respetar los márgenes se llenaba
con la Cordillera y el inevitable sol naciente
al que un día le puse los ojos y la boca
y entonces lo que quedó asomado para siempre fue un gordito
apretado entre las hojas que todavía me sonríe desde lejos
cada vez que lo recuerdo.

Estaba también el mapa de una provincia a la que intenté pertenecer
un desierto salpicado de extraños nombres fosilizados
Anjullón Ambil Ñoquebe Udpinango y el tambórico Tudcún
cuando aquí se me escapan esas palabras por el aire
los españoles las miran y piensan que son bichos huidos del Zoológico.

Me olvidaba de Olta el pueblo de mis antepasados
donde atraído por una india se afincó el primer Moyano
un extremeño arcabucero del fundador Ramírez de Velasco nada menos
que decidió exiliarse para siempre y de sus juegos con la indígena
venimos todos los que llevamos ese apellido
porque yo también como Borges tengo mis mayores qué diablos
porque uno después de todo no es tan tonto
como pudiera creerse a primera vista
y ese mapa es de los mejores dibujos que contenía mi cuaderno.

Las demás hojas quedaron en blanco o borroneadas salvo una al final
donde había un corazón con mi nombre y el de ella
Beatriz la de los bucles
que nos miraba con desdén y amor a la vez
la novia perdida que fuimos recuperando en las mujeres que amamos
y que a estas alturas debe ser una anciana con unos bucles
que perduran en la memoria como las columnas de la Casa de Tucumán.
Como la morocha del gorro frigio
también ella se va de perfil bajo la garúa
y me da bronca seguir queriéndola
en estos años fuera que parecen lloviznas
no de tango sino de esas que caen en Madrid o en Amsterdam.

Había otros dibujos que no puedo reconstruir porque son casi olvido
una planta de maíz un guanaco una vicuña
una galería de militarotes la honra de la patria de Rivadavia
el de la primera deuda externa de parte buena de Francis Drake
O'Higgins u Oígins como decíamos ayer
herido y con la mano siempre entablillada
y el Río de la Plata que nunca cabía en el cuaderno.

Este poema o lo que sea se va acabando porque ya está bien
en realidad debió terminar cuando puse la palabra Amsterdam
que hubiera quedado allí al final como sonando para siempre
pero me atraía la idea de agregar una coda.

Me falta decir que como a Proust con los bollitos
a mí estas cosas del cuaderno me vienen a la memoria
cuando le saco punta al lápiz y siento el olor de la madera
y hasta puedo oír la voz del compañero tonto cuando me dice ¿cuál Pirulo?
y medio siglo después vuelvo a deleitarme con mi respuesta cruel.

La coda propiamente dicha dice que el cuaderno se extravió en algún traslado
de ésos no deseados donde no hay tiempo para hacer las valijas
pero si alguien lo encontró que haga el favor de devolverlo a mi casa
calle Corrientes 675
de La Rioja de allá.





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