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ArribaAbajo15.- Testimonios

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ArribaAbajoLos tres exilios del exilio

Virgilio Botella Pastor


No se trata de un juego de palabras sino de una dramática realidad histórica. Corrían los primeros días de febrero de 1939 cuando tras la derrota de la República, gracias a la farsa de la no-intervención utilizada por las grandes democracias frente al agresivo y fascista eje Roma-Berlín, empezó el primer exilio con la huida a Francia por el Pirineo de cuantos antifascistas no quedaron atrapados en el interior, cuya cifra fijó en 527.843 el Ministerio del Interior de Francia.

La inmensa mayoría de ellos fue conducida a pie -mujeres, niños, ancianos y militares- a campos de concentración improvisados en playas del sur de Francia, entre alambradas de púas donde quedaron en pleno invierno a la total intemperie en condiciones que en los primeros tiempos provocaron enfermedades y muertes entre los internados, a quienes lo único que entonces les interesaba era no morir de disentería, hambre y frío.

Por otra parte, en las posesiones francesas de África se habilitaron también campos de concentración como los de Boghari y Camp Morand, en los que se recluyó a los exiliados llegados a Orán por el Mediterráneo, bien en los barcos de guerra de la escuadra republicana que allí buscara refugio, bien en barcos mercantes llenos hasta los topes, salidos de Alicante, o en toda clase de embarcaciones pesqueras y de usos varios.

Una vez levantadas las barracas de madera construidas por ellos mismos y organizada la distribución de pan y rancho se empezó a pensar en el nuevo porvenir. Cuatro posibilidades se ofrecían a los internados: librarse de los rediles que se les hacían insufribles alistándose para ello como mercenarios en la Legión Extranjera, solución que adoptaron los más resueltos e impacientes; permanecer de momento donde estaban a la expectativa, como hizo la gran mayoría en espera de acontecimientos como la guerra de las democracias contra el eje Roma-Berlín, que muchos preveían; regresar a España, que muy pocos eligieron; o fugarse de los campos, como hicieron algunos afortunados que contaban fuera de ellos con una solución conveniente.

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Fuera de los campos de concentración quedaron también personalidades docentes y de la ciencia, el arte y la política, militares de alta graduación y funcionarios del gobierno Negrín, que se dedicó a organizar el viaje a América de expediciones colectivas e individuales de refugiados que, por unos u otros motivos, pudieron salir de los campos y librarse de ser internados. Éstos embarcaron rumbo a México y la República Dominicana, países dispuestos a recibirlos.

Tras meses de espera, la llegada del buen tiempo y la organización de los campos mejoró la vida de los internados, pero de repente surgió la guerra -que ellos preveían y las democracias se empeñaban en negar- con la invasión de Polonia por orden de Hitler, una fechoría nazi más, que decidió por fin a Inglaterra y Francia a enfrentarse con el Eje Roma-Berlín, alarde meramente pasivo que durante el primer año fue bautizado por el propio pueblo francés como drôle de guerre -o guerra en broma- por la inactividad bélica en el frente occidental, mientras Alemania digería la conquista de Polonia y desconcertaba a los aliados con el pacto de no-agresión firmado entre Hitler y Stalin.

En ese primer año Francia movilizó a miles de exiliados, que alistó en las llamadas «compañías de trabajo», destinadas a levantar fortificaciones en la línea Maginot frente a la alemana Sigfrid, líneas entre las que apenas se cruzaron algunos disparos diarios de artillería durante la drôle de guerre. En la misma época se movilizó a los exiliados internados en los campos de África, destinados en gran parte a la construcción del Transahariano, línea de ferrocarril a través del Sáhara que se emprendió en condiciones inhumanas de trabajo y trato.

En esa misma época, en la batalla de Narwik, desarrollada en Noruega entre el ejército nazi y las tropas aliadas en lucha por las minas de hierro, murieron centenares de exiliados alistados en la Legión Extranjera, cuyas tumbas con sus nombres quedaron y pueden verse en el cementerio de Narwik.

Asegurado su frente oriental, Hitler emprendió su guerra relámpago en el frente francés, que desbordó con facilidad, y al cabo de unos meses impuso al Gobierno del Mariscal Pétain un armisticio que rompió la vida de brazos cruzados de los exiliados restantes en los campos de concentración de Francia.

En primer lugar, muchas de las compañías de trabajo destinadas en lo que fueran los frentes de guerra fueron apresadas por los rápidos avances de los ejércitos nazis para internarlas en los stalags militares de prisioneros franceses, pero ante la negativa del gobierno franquista de considerarlos como españoles acabaron por recluirlos como apátridas en los llamados «campos de exterminio»: Mauthausen, Buchenwald, Auschwitz y otros, donde perecieron en su mayor parte.

Los que quedaban en los campos de concentración del sur de Francia y en África fueron saliendo de ellos, unos para ir cubriendo los puestos de los cientos de miles de prisioneros franceses en los trabajos rurales y explotaciones agrícolas, minas,   —605→   obras públicas, fábricas. Otros fueron conducidos a Alemania como mano de obra para sus fábricas de material de guerra sobre todo.

Muchos de los exiliados en Francia fueron abandonando poco a poco sus nuevos destinos para incorporarse a las guerrillas y maquis, que empezaron a actuar en los Alpes, el Macizo Central y los Pirineos en respuesta al llamamiento de la Francia Libre hecho por el General de Gaulle desde Londres.

Por su parte, la resistencia atrajo a exiliados residentes en ciudades por cuestiones de trabajo que contribuyeron a las actividades de la misma contra trenes militares nazis, locales frecuentados por las fuerzas de ocupación y atentados contra personajes del ejército alemán.

Para los exiliados de los campos de concentración de África su incorporación a la lucha contra el ejército alemán fue más fácil, sobre todo allí donde el elemento oficial francés se unió al General de Gaulle desde el primer momento, como sucedió en el Chad, donde empezó a formarse la famosa brigada del general Leclerc en la que, con el tiempo, hubo unidades compuestas por exiliados españoles en su totalidad.

Al comprobar Hitler la imposibilidad de un desembarco nazi en Inglaterra y tras su intento de acabar con la resistencia de la misma, merced a los grandes bombardeos de Londres y otras ciudades importantes primero, y a la negociación que deseaba entablar con la misma después gracias al extraño aterrizaje de Rudolf Hess, su hombre de confianza, en tierras británicas, y seguro ya de la inmovilidad del frente occidental, quiso acabar para siempre con el comunismo y, pese a su pacto de no agresión con Stalin, invadió por sorpresa la URSS al empezar el buen tiempo con el propósito de poner fin a su régimen antes de la llegada del invierno, invasión que fue la primera luz de esperanza para el exilio español.

«Ahí Hitler se dejará los dientes -solía decirse entre los exiliados-. La URSS no es un bocado fácil como lo fueron Checoslovaquia, Polonia y Francia». Si bien la arrolladora rapidez del avance alemán en la URSS hizo temer al exilio un derrumbamiento del frente ruso análogo al habido en Francia, las distancias, la llegada del mal tiempo y de las tropas de Siberia impidieron la toma de Moscú y se estabilizaron las líneas con la ejemplar resistencia soviética en todos sus frentes.

Los ánimos del exilio fluctuaron entre las buenas y malas noticias de la guerra, el hundimiento de la flota norteamericana en Pearl Harbour, cometido por el Japón sin previa declaración junto a Inglaterra y la Francia Libre, hasta que al producirse el desembarco aliado en Normandía se entonó definitivamente la moral de los exiliados que, en gran número, participaron en la contienda, tanto en la resistencia y el maquis en Francia como en los frentes de guerra de Europa y África, ya fuera en regimientos franceses de la Legión Extranjera o en la División del general Leclerc, donde se hizo célebre su novena compañía, titulada «La española» que, como punta   —606→   de lanza del ejército aliado, liberó París y abrió el paso a su división, que entró en la capital al día siguiente.

Exiliados formaron también parte de regimientos de paracaidistas y «pioneros» ingleses, que intervinieron en la isla de Creta, en los desembarcos en Normandía, Sicilia y la Costa Azul y en los frentes de Italia primero y, más tarde después, en tierras ya de Alemania hasta Berlín, donde estimaron que el fascismo desaparecería en todo el mundo y que su regreso a España -la gran ilusión- no tardaría en ser una realidad.

Pero no fue así. En vez de cumplirse las promesas de Bidault, jefe de la Resistencia Francesa -hechas con motivo de la Liberación de París por «La española» con tanques y blindados con nombres como Madrid, Guadalajara, Brunete, Teruel, Belchite, Ebro, en un costado junto a la bandera de la República Española-, promesas en que afirmó: «con estos mismos tanques liberaremos a nuestros camaradas de Madrid», lo que se cumplió fue la orden del general de Gaulle de que se internaran las guerrillas españolas cien kilómetros al interior de los Pirineos después de que, por orden del Estado Mayor aliado, no se les entregara el armamento moderno norteamericano que les prometieran las guerrillas francesas de los territorios que ayudaron a liberar.

Ése fue el fin del primer exilio y la gran ilusión, pronto substituida por el principio del segundo exilio con una nueva esperanza: los acuerdos y condenas pronunciadas contra el régimen franquista en Yalta y Postdam por las cuatro potencias vencedoras de Hitler y Mussolini primero, la Conferencia Internacional de San Francisco luego, y la primera Asamblea General de las Naciones Unidas después.

Al calor de todo ello se constituyó en México, mediante reunión de las Cortes de la República, el Gobierno Republicano en el Exilio, que fue reconocido por varios países de América y Europa, unos oficialmente y otros de manera oficiosa, como Francia, que acogió en París al Presidente Martínez Barrios con honores de escolta oficial, un palacete para su residencia y, próximo al mismo, unos locales para el Gobierno en la prestigiosa Avenue Foch, amueblados por el Patrimonio Nacional de Francia en gran parte. Además, se estableció una relación diplomática oficiosa entre el Quai d'Orsay y el Ministerio de Estado de la República.

Pese a toda la fuerza moral de las distintas condenas internacionales contra el régimen franquista, al que sólo se le impuso en principio la retirada de embajadores en Madrid -medida inocua de resultados incluso contraproducentes en el interior-, la falta de medidas realmente coercitivas, junto a la no coordinación de las fuerzas nacionales que se oponían al mismo y la lenta pero segura labor del paso de los años en que se produjo e instaló «la guerra fría» entre las democracias y la URSS, así como el temor, cada vez mayor, que inspiraba la expansión del comunismo por el Tercer Mundo, fueron facilitando al régimen franquista la condición de   —607→   aliado seguro contra la URSS y, al cabo de varios años, acabaron por conceder el reconocimiento internacional del mismo, al que no se le levantó oficialmente su anterior condena, y su ingreso en todas las organizaciones de las Naciones Unidas, junto a varios países comunistas apoyados por la URSS en aras a la universalidad de la ONU.

Con ello se desvaneció la esperanza puesta en las conferencias antes mencionadas y se abrió paso al tercer exilio, más triste, descorazonador y de perspectivas más lejanas, que provocó un cambio radical en la mentalidad y actitud de los exiliados ante el desmoralizador alejamiento del futuro ansiado y la única esperanza lógicamente posible, el «cuando muera Franco», como empezaron a decir ya de niños los hijos de los desterrados, acontecer sin duda muy remoto por desgracia, salvo acontecimientos imprevisibles, dada la longevidad de la familia paterna del dictador.

Ahora ya no se trataba de luchar con las armas en la mano contra el fascismo internacional en los frentes de la contienda mundial como en el primer exilio. Ni tampoco podían limitarse de brazos cruzados a seguir esperando, viviendo a salto de mata y a la buena de Dios, la acción coercitiva y decisoria que esperaran de las grandes potencias victoriosas y de las Naciones Unidas.

La situación creada por el ingreso del régimen franquista en la ONU era muy distinta en todos sus aspectos. Había llegado el momento de deshacer el equipaje espiritual del regreso a corto plazo que hasta entonces no se deshiciera. Había que reorganizar la vida a largo plazo sobre bases firmes, asegurarse un nuevo porvenir personal, un modus vivendi seguro, «como si nunca se pudiera regresar», se temían y decían los exiliados de edades avanzadas, «porque esto va para muy largo», afirmaban los de generaciones más jóvenes, que seguían con el ansia del regreso viva y apoyada en la evolución lenta pero constante, firme y segura del pueblo y la sociedad española, «que es desde donde únicamente podrá llegar la desaparición del régimen y el fin de nuestro destierro», el día de la muerte de Franco, en el que se le lleve definitivamente a su Valle de los Caídos entre muertos del millón de muertes provocadas por su levantamiento y guerra fratricida.

Por su parte, el Gobierno Republicano, firme en su decisión de seguir en pie hasta después de la desaparición del régimen franquista, fue subsistiendo gracias a la ayuda que le siguieron prestando varios gobiernos amigos, en especial México y Yugoslavia, si bien tuvo que abandonar su sede en la Avenue Foch para instalarse con sus archivos y resto de personal en unos locales mucho más modestos en las cercanías de París y persistió en su conducta y labor de protesta continua, de informar sobre la verdadera situación del pueblo español y de difundir el constante quebrantamiento de los derechos humanos que, como miembro de las Naciones Unidas, estaba obligado a respetar, actitud en la que perseveró hasta el día en que, veinte años después, el pueblo español aprobó la Constitución por la que hoy se   —608→   rige, momento en el cual el último presidente de la República en el Exilio, José Maldonado, dio por terminada su misión histórica.

Con ello se da fin a esta exposición, a grandes rasgos y términos muy generales, de las vivencias de los tres exilios del exilio que tanto influyeron en la literatura sobre el mismo, estudiada y difundida con tan loable interés y acierto por el GEXEL, convocante de este I Congreso Internacional sobre El Exilio Literario Español de 1939, a quien felicito por su continua labor a fin de mantener viva la memoria de este importante aspecto de la historia de España sobre el que parece pesar una especie de solapada conjura de silencio y olvido.



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ArribaAbajoTestimonio de un exilio voluntario

José Manuel Castañón



«Vivir no es cultivar la impotencia».


Jorge Guillén                


Mi exilio fue voluntario en solidaridad con los mutilados republicanos que fueron durante cerca de cuarenta años la escupidera nacional. Mi condición era la de vencedor, interviniendo voluntariamente en la fratricida guerra civil (1936-1939) en el bando nacional, facha o como quiera llamarse, desde los 16 años. No he de negar que hice la guerra, siempre en el frente, embriagado de himnos y canciones, creyendo en la santidad de la causa. Como asturiano, recién graduado bachiller en 1936 y habiendo presenciado, adolescente inexperto, la Revolución Minera de 1934, al estallar la guerra civil, engañando a mi padre liberal, de que me iba a pasar unos días al campo a la casa de los familiares de un amigo de mi misma edad, nos pasamos a la zona sublevada por el frente de León.

Melquiades Álvarez, el pico de oro de la oratoria política liberal demócrata, había dicho en Oviedo de aquella Revolución de octubre de 1934, donde fue volada por la dinamita minera la Cámara Santa de la Catedral, el Teatro Campoamor, la Universidad y el Instituto: «Han terminado con todo cuanto significaba cultura: Teatro, Universidad, Instituto». Por otra parte, la catarata lírica que fue José Antonio Primo de Rivera hablaría en el Teatro Principado de Oviedo explicando que los mineros, aunque equivocados, no lucharon por mejorar sus salarios que eran los mejores, sino que luchaban en su Revolución por los andaluces hambrientos. Mucha palabrería de parte y parte, hasta que las elecciones del 16 de febrero de 1936 dieron el triunfo al Frente Popular y con él, la amnistía.

Al estallar la guerra, recién estrenados mis pantalones largos, ¿qué iba a pensar un adolescente como yo y en las circunstancias que me rodeaban entre mis compañeros de estudios?... Pues pensar en santa simplicitas:

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Despierta ya burgués y socialista
Falange trae en la Revolución
la muerte del cacique y del bolchevique
del holgazán y de la reacción.
La juventud está en nuestras filas
y nuestro es también el porvenir.
España te haremos Una, Grande y Libre,
aunque nosotros vayamos a morir.



La guerra cantando en los frentes. En ella, perdí una mano y continué en el frente como oficialillo, alférez de infantería, lo que no pudo lograr, deseándolo, el manco de Lepanto en aquella España mísera y opulenta de Felipe II. Y aún continué en el frente, en aquella llamada División Azul. A mi regreso, paso de teniente al Benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria -así llamado pomposamente-, me licencio en Derecho por la Universidad de Oviedo en 1945, y por ser del bando vencedor, con 25 años se me nombra Vicesecretario de Ordenación Social en la Delegación de Sindicatos de Asturias. No duraría mucho tiempo en el cargo pero, desde tal puesto, en contacto con los compatriotas del bando vencido, comenzaría a enterarme de «cosas» y se iniciaría mi crisis, desde entonces in crescendo.

Ejercí la profesión de abogado, sin tentarme hacer oposiciones por el turno de mutilados, como otros oficiales de infantería con menor mutilación que yo, por ser considerados, a pesar de su bajo coeficiente de invalidez, como mutilados «graciables» para terminar en coroneles. Para eso era el bando vencedor. ¡Qué vergüenza!

Ejercí la profesión de abogado en Oviedo hasta 1953. Ella me llevaría en 1950 por seis meses a México D.F., soñando ya quedarme; pero amigos exiliados que fui conociendo me lo quitaron de la cabeza, diciéndome que el exilio es duro y ya que tenía asegurada mi vida como vencedor en la patria, debiera quedarme y luchar con mi vocación de escritor en ella. En 1951-52 estuve en la Argentina y en Buenos Aires conocí a más compatriotas exiliados, y al poeta peruano Xavier Abril de Vivero, quien me daría a conocer la poesía de César Vallejo, que desde entonces se implantó como un narcótico confortador en mi espíritu. Ningún poeta podría ya suplantarlo, en la ya larga vida con que me ha premiado el destino. «No hay Dios ni hijo de Dios sin desarrollo» -dice un verso de su estremecedor soneto «Intensidad y altura». Formidable, entonces: «Al aire, fray pasado», aunque sin temor a dejar testimonio de él, porque de mi pasado no me estratifiqué y no puedo sentirme esclavo de él.

En 1953, luego de unos meses de prisión que bendigo porque si había conocido el frente y los hospitales, me faltaba la cárcel, y la cárcel civil, sin querer alegar fuero militar que mis compañeros, yo sin saberlo, lo harían por mí. En esa cárcel civil de la Vetusta de Clarín, hasta ser trasladado a la Prisión Militar de Alcalá de Henares, nació la fábula de mi Moletú-Volevá, la novela de la locura dolarista,   —611→   como una premonición al tiempo actual con tantos y tantos cerebros «dolarizados». ¿Mérito mío? No. Se encarnó en mí aquél mundo carcelario de ansia viva. El mérito lo cantó César Vallejo en su Evangelio santamente Revolucionario de España, aparta de mí este cáliz...:


Todo acto o voz genial viene del pueblo
y va hacia él, de frente o transmitido
por incesantes briznas, por el humo rosado
de amargas contraseñas sin fortuna.



Me instalo en Madrid con mi esposa y cinco hijos. Luego de publicar, negado por la censura -mas con la complicidad de un funcionario que estuvo en la División, quien me facilitaría para la imprenta la autorización- y con la ayuda de un grupo de amigos bajo el sello editorial «Aramo», mi novela Moletú-Volevá (1956) y Bezana Roja (1957), me exilio voluntariamente, iniciando una nueva guerra sin soldada. A mi gran esposa ya fallecida, le informaron en el Cuerpo de Mutilados que si declaraba que yo había abandonado el hogar, le pasarían a ella mi paga vitalicia de capitán de infantería mutilado. Se negó diciendo que no había abandonado el hogar, que me fui por mis ideas en solidaridad con los mutilados republicanos.

Pasé 15 días en París angustiados; pues mi deseo era encontrarme con mi idioma en el Nuevo Mundo. Un gran escritor venezolano, don Mario Briceño-Iragorry, al enterarse de mi carta de renuncia a las prebendas del franquismo, me llama a Génova y por gestiones de su hijo Mario, cónsul en Génova, un barco de carga noruego me lleva al Puerto de Matanzas en el río Orinoco. Se inicia mi voluntario exilio.

En mis Confesiones de un vivir absurdo (1959) doy cuenta de la España como la sentí y viví desde que se inicia la guerra fratricida hasta que voluntariamente me exilio. En 1958 publiqué en Caracas mi novela de emigrantes Una balandra encalla en tierra firme. Pudo reunirse conmigo mi esposa e hijos por la hospitalidad venezolana, dedicándome de lleno a la áspera y entrañable profesión de las letras que me dio, modestamente, la vida a mí y a los míos, y ya lo consideré como un premio de la VIDA con todas las mayúsculas y en la que siempre tuve fe. Mi admirado García Bacca me consiguió trabajo en la Universidad, pero agradeciéndoselo no lo acepté y ya en su día, en una de mis Entre dos orillas (1975), expliqué el porqué.

Me relacioné con muchos exiliados. Cultivé amistades de las distintas regiones de España, y a Cataluña la comencé a amar por sus hijos en el exilio. Ya antes de romper las amarras del vencedor que quiso convertirse en vencido (y sin la petulancia de negar que también hubo vencedores que se convirtieron en vencidos en la propia patria, por lo injusto del régimen), conocí en Buenos Aires al maestro don Jaime Pahissa, y tantos y tantos como no han traicionado el exilio para convertirse en inmigrantes económicos, que éste es el peligro de los exiliados largos y de que   —612→   se hayan frustrado en su verdadera vocación tantos compatriotas de la diáspora.

En 1963 me publica la Universidad de los Andes (Venezuela) mi Pasión por Vallejo y, en fin, toda mi obra fue editándose en Caracas con satisfacciones de críticas y cartas de quienes me fueron leyendo: satisfacciones espirituales, porque en tiradas modestas y entendiendo la literatura, ante todo, como un servicio, es pueril soñar en el éxito crematístico. Si se le reconoce al escritor un pequeño mérito ya es mucho.

Tuve algunos reconocimientos sin buscarlos; pues si es uno buscón ya los reconocimientos no pueden tener mérito. Fui nombrado hijo adoptivo de la provincia natal del poeta César Vallejo, Santiago de Chuco, en la sierra del Perú, y ya de regreso a España, sin «Caudillo por la Gracia de Dios», recibí la Orden Cultural Andrés Bello, concedida por el gobierno venezolano. Premios ilusorios que se agradecen.

Especial emoción me produjo una carta del General Vicente Rojo, quien vino a morirse a España con la admiración y el respeto de los militares dignos que acudieron a su sepelio. Una carta que no quiso limitarse a un acuse de recibo, fechada en Madrid el 20 de julio de 1964, la cual me produjo una verdadera y honda emoción porque ella justificaba a mi sentir la razón de mi exilio. ¡Qué nobleza la del gran General republicano!:

Hace pocos días llegó a mi poder el libro que usted ha publicado, Andrés cuenta su historia, y que ha tenido la atención de dedicarme. Se lo agradezco mucho. Acabo de leerlo. Me ha gustado extraordinariamente y al reflexionar sobre su contenido, yo, que tengo poco de escritor, pero mucho de español amante de su pueblo y de la verdad, no dudo en tributarle a Vd. mi aplauso y añadir en elogio, que lamento que obras de esta naturaleza no puedan difundirse para que las verdades que en ella se pregonan puedan llegar al conocimiento de tanta gente ansiosa de conocer la verdad de nuestro drama y especialmente la masa de nuestro pueblo que vive y se perpetúa ignorante del drama a que ha dado vida y del engaño de que es víctima. Confiemos, sin embargo, en que la verdad se abra camino y la fraternidad vuelva a ser norma de convivencia entre los españoles.

Reciba mi felicitación más sincera y, agradeciéndole de la atención con que me ha honrado, queda de Vd. atentamente y affmo. amigo y compatriota e.s.m. Vicente Rojo.



Es cuanto extracto en alegato pro domo mea; pero no sintiéndome desterrado en la propia patria, porque ante tanto «ninguneo» como me decía el gran escritor José Rubia Barcia, cuya obra Memoria de España debiera ser lectura en todos los planteles educacionales (y no limitarse a una ayuda del Ministerio de Cultura a la editorial Pre-Textos en Valencia), mi soledad-solitaria, fiel a la que el Padre Cervantes dice: «Llaneza, muchacho, no te encumbres que toda afectación es mala», se conforta con tantos jóvenes como vienen a mi encuentro, verbigracia Eduardo Fermín   —613→   Partido, quien prepara su tesis doctoral sobre mi entrañable amigo en el exilio hasta su muerte, don Juan Larrea, y a quien agradezco, por salir de su corazón, tan ausente a la envidia hispánica de los ganapanes de la publicación, que el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) de la Universidad Autónoma de Barcelona me haya invitado a participar en el I Congreso Internacional sobre «El Exilio Literario Español de 1939» durante el mes de noviembre de 1995, aunque yo no pertenezca a ese exilio literario glorioso de la España Peregrina.



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ArribaAbajoComentario sobre la obra literaria del escritor catalán Agustí Cabruja i Auguet

Rosa Castillo Rosas. México


Señoras y señores,

Permítanme hacer una pequeña explicación antes de comenzar:

Sóc mexicana, sóc la vídua de l'Agustí Cabruja i he acceptat participar en aquest Congrés tant important, no pas per presentar una conferència literària de caire acadèmic, sinó que tan sols desitjo donar un testimoni de l'obra literària que el meu marit va dur a terme al llarg de tota la seva vida, com una petita biografia del seu amor per la poesia.

Moltes gràcies.



Agustín Cabruja i Auguet nació el 5 de junio de 1911. Fallece el 11 de septiembre de 1983 en la Ciudad de México.


Vivo enamorado de la palabra
y del pensamiento;
como el pescador del mar,
y de su barca.
Hombre y poeta... la palabra es un remo.
El pensamiento una isla,
un paisaje, un paraíso1006.



El patrimonio más valioso de un país siempre ha sido su lengua, sus costumbres, su inteligencia y el ímpetu de sus hombres, honestos, vigorosos que hacen posible la evaluación y transformación de los pueblos con sus ideas y acciones hasta trascender en su época y en todos los tiempos. La patria se ilumina con la flama del espíritu de sus hombres y vibra con su voz.

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Con un gran deseo y ansias de escribir, Cabruja inicia su actividad periodística y literaria en el año de 1929, fundando el diario El Poble de Salt, Girona, colaborando con él, Iu Bohígas y Joan Paradera. Su inspiración literaria comienza y envía al director del diario L'Autonomista de Girona, de los hermanos Darío y Carles Rahola, una poesía. Cuando la vio publicada, se encontraba feliz, la leía y releía, dice (me la sé de memoria y jamás la he olvidado):



Noche de vigilia
de san Juan
y de san Pedro
los amores se reúnen

Claridad de luna,
calor de hoguera,
aliento y música,
y quizá alegría...

En los jardines
claveles y rosas
también se reúnen
y se hacen el amor

mientras sueñan,
en el cielo las estrellas
y llora solo,
ahora mi corazón.



Entra de redactor al diario L'Autonomista de Girona, siendo al mismo tiempo corresponsal literario de los diarios La Humanitat, Última Hora, Full Oficial, de Barcelona, La Campana de Gràcia, etcétera. Cabruja dice: «No le di gran importancia en ese entonces, al hacer versos, pero, con el tiempo fui comprendiendo, que ser poeta era algo maravilloso, endulza e ilumina la vida. Crear, soñar, refugiarse en los momentos de melancolía y de soledad, es tu mundo interior y equivale a uno de los desahogos más bellos del espíritu».

Cuando el Sr. J. Puig Pujades, escritor y mecenas de Figueres, es elegido gobernador de Girona, nombra a Agustín Cabruja secretario particular; éste continúa su colaboración literaria en diferentes diarios.

Durante la guerra civil de España, estuvo en Madrid en la III Brigada Mixta, desde donde enviaba a L'Autonomista crónicas que llamó «Postales de guerra». Con un capitán médico alicantino, publicaba el periódico Nuevos Horizontes.

Varios de sus poemas, las «Postales de guerra» y otros escritos que él seguía en su práctica literaria, estando hospedado en Puigcerdà, le fueron robados cuando fue a Girona para despedirse de su padre, y pedirle que quemara todos sus papeles que tenía en casa.

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Pasa al exilio cruzando la frontera hacia Francia, pero es internado en los campos de concentración de Argelès-sur-Mer y Saint Cyprien. Aquí escribe poemas y estampas de lo que observa y añora para leer en castellano por las tardes a sus compañeros de barraca, a fin de proporcionarles un poco de distracción. Estas barracas construidas de madera son el motivo por el cual a este puñado de recuerdos lo titulará después La ciudad de madera.

Dice Carlos Esplà, ilustre escritor español: «Ha hecho bien usted en recoger en un volumen estas estampas, que leí en la revista España. De cuanto conozco de lo escrito de la vida y de la muerte, en los campos de concentración, sus estampas son acaso lo más conmovedor, delicado y sencillo».

Fabián Vidal, ilustre y muy leído periodista hispano, comenta:

Tiene usted excelentes condiciones para la crónica breve, con un estilo rápido, flexible y evocador, y sabe sorprender lo interesante del momento y captarlo periodísticamente. La crónica es un género muy difícil, donde fracasan muchos, usted lo domina y perdóneme la jactancia de afirmarlo, por llevar medio siglo de profesionalismo...



Sobre un 14 de abril, dice el autor:

Esta mañana, cada uno de nosotros ha recibido un obsequio de la Cruz Roja suiza, un pantalón, calcetines y un pañuelo... Sonrío, porque el desprecio del dolor me asiste, porque aún miro lo bello en torno mío1007.



El profesor Jean Camp, agregado cultural de la embajada de Francia en México, comenta:

Cuántos recuerdos se han despertado en mí al recorrer las páginas de su Ciudad de madera... Ha sabido revivir horas de éxodo y del paso por Francia... Le doy mi enhorabuena por haber pintado tan a lo vivo momentos de angustia y sin embargo de esperanza...



Después de catorce meses de reclusión en esas playas, llega su documentación para trasladarse a la residencia de los intelectuales catalanes de Montpellier; haciendo vida de estudiante, asiste a la Universidad, a la Facultad de Filosofía y Letras; entra a formar parte del cenáculo «La taberna de los poetas», bajo la égida del venerable escritor e historiador catalán Francesc Pujols, estableciendo gran amistad con los poetas Caries Riba, Pompeu Fabra y Jean Amade. Esta convivencia es como un abono para la siembra donde cultiva la semilla de su poesía. Escribe anécdotas que serán para otro libro, Terra nostra, y muchas poesías para otras obras.

El profesor Miguel Santaló dice: «Acabo de leer Terra nostra... Adivino las emociones que ha tenido el autor de escribir rememorando y viviendo de nuevo pasajes   —618→   de tragedia y humorísticos... Será leído, mezclando lágrimas y risas que para muchos habrá servido para hacerse consideraciones de orden moral bastante edificante».

En La Nostra Revista, dirigida por Avel·lí Artis, leemos: «Terra nostra... sugiere añoranzas y amor a la patria, estos sentimientos son la inspiración del libro. No filtra amargura ni resentimiento, dolor sí, alguna vez. No conocemos al autor pero lo vemos espiritualmente de una juventud enternecedora. La obra está escrita con habilidad narrativa, con prosa fluida, donde brillan imágenes líricas que descubren el temperamento poético del autor».

Iba a estudiar contigo Javier, contigo Luis y alguna vez con María Rosa; esperaba la tarde del jueves con la ilusión de un infante. Entonces mis ojos, ingenuos, adolescentes, sólo veían en el cielo, las estrellas y en los jardines las rosas...

Era feliz, dadme del amor, la poesía, de la fiesta el día antes1008.



Ahora le cuenta a un amigo... En el caso de este hombre, es una cosa angustiosa y trágica; llevado por una pasión ideológica, en un instante de nerviosismo, de viva exaltación, dispara un tiro a un fascista... ¡Era su hijo! Eso, vivido, real, histórico, a cuántas reflexiones nos convida a todos... La idea a veces ha ahogado el sentimiento, lo más noble y más humano en el corazón de los hombres, después, como este padre, lo lamentamos, lo lloramos1009...




Mi alma envidia tu vivir,
agua cautiva, secreta,
del riachuelo,
siempre igual, pura,
tranquila, dulce
y callada
como un consuelo1010.



Antoni Maria Sbert, ex-consejero de la Generalitat, dice: «Terra nostra, prosa, verso, contraste, no se vive cada hora con un mismo ritmo, este libro es reflejo de horas de buen humor y horas ganadas a la amargura por el tono de un verso que rima y tal vez, por el instinto de conservar la fe... Es un contraste de tragicomedia... Cualquiera puede creer que la vida de cada día es poca cosa para llevarla a los libros, para Cabruja es un hacer y rehacer de pensamientos, es el remanso de su vida. Literatura de exiliado, sí de los que van a repatriarse para recuperar la patria con derecho a vivirla y esperanza de contribuir a rehacerla, al menos rehaciendo la suya».

  —619→  

Beatitud, sutil misterio de la naturaleza
que ayuda a bien morir, al compás de las horas lentas
y desmayadas del día, las hojas y las flores del jardín1011.




Ten cuidado de vivir con ironía y piedad,
la ironía te hará la vida amable; la piedad te la hará
sagrada1012.



Joan Coromines, profesor de la Universidad de Chicago y miembro del Institut d'Estudis Catalans, dice: «Permítame usted que lo felicite por el acierto de su bello libro Terra nostra y la excelente comprensión que demuestra del idioma y del paisaje catalán. He tenido verdadero placer de encargarlo para la biblioteca de la Universidad de Chicago».

El 18 de octubre de 1942, Agustín Cabruja embarca hacia México, donde comienza nuevamente a trabajar con intensidad en su obra literaria.

En México encontró estímulo en todo lo que le rodeaba, pero, con la añoranza de la tierra y de la patria lejana. Pero, sobre todo, encontró libertad, afirmándolo con este pensamiento: «Yo nunca he renegado de mis ideales de libertad, democracia y justicia social, porque siempre he creído que son los más puros y humanos».

Laboró en diferentes actividades, buscando oportunidades para sobrevivir haciendo de todo. Un día fue llamado por la Editorial Tipográfica Hispano-Mexicana de don José González Porto. Cabruja alternaba su trabajo en la editorial con sus colaboraciones en diarios y revistas del exilio y de México. En castellano, en El Nacional, Excelsior y Novedades. En catalán, El Poble Català, Quaderns de l'Exili, La Nostra Revista, Pont Blau, La Nova Revista, Ressorgiment, de Buenos Aires, La Humanitat de París, Tele-Estel de Barcelona, España Nueva de España, Revista de l'Orfeó Català, etcétera. Su aportación es intensa tanto en poesía como en prosa, crónicas o ensayos.


Obras publicadas en México, algunas ya mencionadas:

Terra nostra, 1946, premiada con la Ginesta d'Or en los Juegos Florales de Perpiñán. Escrita en catalán.

La ciudad de madera, 1947, escrita en español, crónicas de los campos de concentración.

Ona i ocell, poemas escritos en catalán, en 1950. Raïm, poemas en catalán, 1951.

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Les olives, novela escrita en catalán, 1954, premio Fastenrath, en los Juegos Florales de Costa Rica.

Aves siniestras, 1956, traducción en castellano de Les olives.

Antología de poesía universal, Nuevo declamador sin maestro, encargado de la selección de poesías y prólogo. Edición en español, 1962.

José María Corredor dice: «La poesía del exilio puede dejar de hundir el aguijón de la tristeza y de la añoranza. Agustín Cabruja nos dice: 'Publico este racimo de poemas, porque añoro, porque tengo necesidad como el agua que bebo, como el pan que como... de vivir de ensueños y recuerdos.' Poesía de exiliado, el sueño nunca separado del recuerdo: la ilusión nunca separada de la nostalgia».

Cabruja cada día supera y madura su sensibilidad, su expresión, su técnica, su investigación y estudio.


Me gusta tener una patria
y ser de esa patria.
Siempre escucho la voz
de mi madre1013.




La vida
está hecha de instantes.
Una sinfonía de instantes,
es nuestra vida1014.



J. Roure Torrent, de La Nostra Revista, comenta: «...El espíritu del poeta constantemente se hace presente, Cabruja tiene una particular habilidad en la epigramática, que se destaca siempre en sus poemas breves, por su gracia y diafanidad. En sus epigramas, cada palabra y cada imagen, ocupan el lugar debido y el verso es limpio y preciso».


Un infante
es feliz
con sus juguetes,
yo lo soy
con mis versos.






XI


Tu recuerdo
nunca toca
a la puerta
cuando entra.



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XII


El amor
siempre camina
de puntitas
en la noche.






XXVI


Vivo ausente
de la hora que pasa
como tu recuerdo;
como tú, esperanza1015.



Pablo Casals dice: «Estoy en pleno trabajo del festival Bach y sólo he tenido el tiempo suficiente de sentir la fragancia de sus poemas, en los cuales he visto la palabra añoranza, sí, la que sentimos todos...».

Roure Tourrent, de La Nostra Revista, dice: «Raïm, racimo de poemas que forman continuidad de su obra poética anterior, constituye un proceso manifiesto, manteniendo su poesía amable, sus versos más logrados y maduros, la sensibilidad notoria, su pensamiento más reflexivo, aprovecha el amor por las pequeñas cosas... Al lado de los epigramas, ofrece poemas de más extensión, su dicción no es vacilante, su rima y ritmo igualmente seguros. Raïm, respira en todo momento el idealismo y la vocación poética de Cabruja».

De Les olives nos comenta Bernardo Giner de los Ríos: «Novela rural traducida al castellano como Aves siniestras, no sólo es una novela lograda, es una obra de teatro, indiscutiblemente una gran película que plasmaría esa serie de situaciones y personajes del medio rural que magistralmente describe Cabruja... El autor la sitúa en un sentido de justicia y fondo moral... Esta obra la podríamos parangonar por su fuerza dramática con Yerma o La casa de Bernarda Alba, que supo nuestro Federico García Lorca lograr».

Manuel G. Sesma, catedrático del liceo Saumur, Francia, dice: «Agustín Cabruja, literato catalán, no es escritor novel, aunque poco se ha internado en el campo novelístico. Hace tiempo sigo con interés creciente su incesante labor poética. Desde que lo descubrí en L'Espagne Républicaine en Toulouse, se ha ido afirmando su personalidad literaria... con esta estupenda novela regionalista, Les olives, donde emplea un catalán recio, limpio, netamente gerundense, por encima del valor estricto, formal, literario, con acento realista y humano que recuerda las famosas novelas regionales españolas Peñas arriba de Pereda y La barraca de Blasco Ibáñez».

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José Giral menciona: «He leído su novela Aves siniestras con gran interés. Me ha parecido magnífica... Se revela usted, como un literato consumado, sobre todo, como un narrador de tipos, verdaderamente admirable... Es toda una tragedia que refleja una cruda realidad y estilo seductor del medio rural, tan henchido de fanatismo, superstición y prejuicio».

Otra obra, Rostres y records y Homes de Catalunya, editada post mortem en 1987 por la Diputación de Girona y el Ayuntamiento de Salt, cambia de nombre por Políticos y escritores gerundenses durante la Segunda República.

Cabruja recogió con entusiasmo y tenacidad el pensamiento y obra de catalanes significados en la política, arte, literatura y ciencia, hombres que vivieron contratiempos, sufrimientos y, como él, salieron de su tierra natal, desterrados.

El Sr. Heribert Barrera en su prólogo opina: «...Agustín Cabruja, después de establecerse en México y escribir con intensidad, tiene varios libros publicados, y otros que iba acumulando, quedando inéditos, entre ellos: anécdotas y recuerdos de Políticos, escritores gerundenses... despertará una curiosidad evidente por conocer a estos personajes, aspira a dar un conocimiento real de lo que fue el pasado auténtico... Continuamente la prensa distorsiona la verdad o muchos sucesos quedan ocultos, pero éste ayudará a enriquecer el conocimiento del ambiente de Gerona, su clima cultural y político de los años treinta... Es importante notar su forma y estilo. La publicación de este libro es una nueva contribución al compromiso que el país tiene pendiente de la justificación hacia los que tuvieron que exiliarse por haber intentado defender la libertad y su tierra... Hombres que merecían un destino mejor».

Miguel Berga, tinent d'alcalde de cultura del Ayuntamiento de Salt, expone: «La obra literaria de Agustín Cabruja, así como su vida, está marcada por la experiencia del exilio. Como escritor se forma en México durante larguísimos años. Hombres condenados a vivir lejos de su patria, no pueden escaparse de la nostalgia, de la añoranza permanente, con la esperanza de un patético retorno. Con la publicación de este libro se pone al alcance del lector una de las obras más interesantes de Cabruja, tanto por su valor literario como histórico, señalando que libros como éste hacen falta y pueden ser una guía a las nuevas generaciones; con esta publicación se da el primer paso para recoger toda la obra literaria del escritor, como ya lo reclamó el historiador Josep Clarà».




Obras inéditas

El trull, narración histórica. Premio J. Puig Pujades de Cambridge, cambia el título por El lobo y el valle.

Novelas: La bardissa y El Job, ésta, con premio Fastenrath en los Juegos Florales de México.

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Poesía: Llum y falena, La pastora y la serpiente.

Ensayos y estudios: Corrientes literarias, desde la Edad Media hasta el surrealismo, Los trovadores, Los Juegos Florales, Clemencia Isaura y Federico Mistral.

A pesar de todo, el exilio nunca quebrantó sus ideales, manteniéndose siempre activo y lleno de esperanza pese a la añoranza, siempre difundiendo y defendiendo su lengua y cultura catalana, haciéndonos sentir en su poesía el amor y la belleza que nos envuelve y acaricia.

Su nombre figura en nota bibliográfica en el tomo cuarto de la Enciclopedia Catalana.

El 4 de marzo de 1977 fue nombrado miembro del Ateneo de Letras de la Academia Mexicana de la Ciudad de México.

El 24 de febrero de 1984, el Ayuntamiento de Salt, Girona, con asistencia del Sr. Heribert Barrera, presidente del Parlamento catalán, y del Sr. Salvador Sunyer, alcalde de Salt, le rinden homenaje, descubriendo una placa que da nombre a una calle de su pueblo natal.

Agustí Cabruja nos deja este mensaje: «...La vida sería agradable y bella, si entre los hombres hubiese un poco más de comprensión, amor y en todos los pueblos de la tierra reinara la paz».

Y, ya por último: «Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas».





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ArribaAbajoMi obra literaria en el exilio1016

Rosa Chacel


Parece cosa natural que un autor, acaparando la presencia de su madurez, exponga una visión de su obra que defina sus ambiciones logradas, sus anhelos inalcanzables, su visión del mundo, en fin, y su propósito de intervenir en él. Una vez expuesto el corpus de su obra en total, puede muy bien aludir al proceso seguido desde los comienzos y puede suceder que un autor en su madurez encuentre difícil dar una idea clara del fruto de su largo trabajo. En consecuencia, puede suceder que sus dificultades aparezcan como vaguedad, indecisión o inconsistencia, cuando en realidad obedecen a causas bien determinantes, tan enmarañadas que sólo una exégesis minuciosa podría abarcar su número aterrador; calcularla no digo, no quiero decir inmensidad, que es cosa que es mensurable, diré multitud de datos que causan una especie de desfallecimiento, por no saber cómo empezar la cuenta, por titubear ante el orden, inmenso desorden en que ello se produjo. El autor que conserva sus haberes caóticamente revueltos, despreocupadamente abandonados a su natural bullicio en el que nada se pierde -porque cada entelequia se mantiene por la densidad de su ser y de su querer seguir siendo-, ese autor, para poder circular como autor, no tiene más recurso que el marchamo del arte. Quedemos, pues, en ver a ese autor como artista y así la indecisión queda admitida. Pero no se crean ni por un momento que esta definición resulte encubridora por su semejanza con el deteriorado arte actual, tan necesitado de defensa para los signarios que no conocen sus causas ni razones.

Pero yo hablaba del gran arte, cuando el gran arte existía y, sin embargo, era igualmente difícil calibrar los elementos de su síntesis. Con este título de artista cualquier autor se atreve a confesar la maraña inextricable, y por su enmarañamiento, adorable. Creo que queda bien expuesto el motivo de mi torpeza y quisiera subsanarlo,   —626→   pero para ver claro tendría que recurrir a los espíritus benignos que se esforzaron en juzgarme, todos ellos críticos altamente autorizados que tienen toda mi gratitud, a los que elaboran o elaboraron magníficas tesis sobre mi obra, a los que calificaron algunas de ellas entre las más magistrales acotadas. Pero, puesto que me complazco en destacar críticos tan halagüeños podrán creer que tengo una completa satisfacción de mi obra. No, no la tengo, pero tampoco puedo decir todo lo contrario. Lo justo es que conservo el mismo anhelo, incluso inacallable, vitalmente imprescindible, que me sentencia a seguir labrando la tierra. Hablo, pues, de aquel tiempo en que había que trazar surcos, impolutos, y arrojar en ellos la pura ambición, que germinaría sustentada por la única sustancia que teníamos segura: la lengua materna, que en aquel tiempo nos esmerábamos en afianzar. Tengo que decir qué tiempo era aquél, para que quede a la vista la ocasión gloriosa en que sentíamos lo que era empezar. Aquél era el tiempo singular en que la pluralidad de los ánimos tendían al mutuo entendimiento. Con esto voy destacando el comienzo, sin definir la conclusión. No había nada que significase llegar al final, nuestra finalidad evidente era no tener fin mientras tuviéramos vida. Aquel tiempo, pues, fue el tiempo que parece haberse congelado fijo en su esplendor. En aquel tiempo teníamos, unos más otros menos, el capital infinito de la lengua materna y el mandato, orden naturalmente magistral, era poseerla con todo su poder, su flexibilidad ilimitada; podría decir que la orden, la moda o el deseo o la gracia, gratitud de gracia divina, era aceptarla como aventura.

Una vez decidido como propio el ejercicio, quedaba clara la ruta de la profesión, y tengo que recalcar el hecho de que mi inicio profesional fue el juego del lenguaje, no especialmente de la lengua, sino de los juegos en que ella, la lengua, se entrelaza con el silencio. En esta empresa se abismó mi naciente profesión de novelista. Una novela no tiene, como las ciencias o la sociología, grados de conocimiento que van adquiriéndose en las aulas. La novela parece que en cada lengua reflejaría los sucesos que el tiempo va eslabonando y dejaría una descendencia familiar, marcando el sello de cada tierra. Digo expresamente tierra porque hablo del timbre genérico inconfundible. En aquel tiempo nuestro, no seguíamos en España la alcurnia de nuestros ancestros; maestros grandes de otros pueblos se impusieron por ser más acordes con la marcha del mundo. Algunos nombres se destacaron y se impusieron. Los de mayor dimensión fueron, sin duda, Proust y Joyce. Yo opté por el segundo que, coincidiendo con el agustiniano «Ama y haz lo que quieras», afirmaba la grandeza, los grandes impulsos del alma y de la mente y, aparte de esto, la libertad completa. Claro que, al afrontar a mis pocos años una novela, suscité el tema de un amor, pero, como mar de fondo, espontáneamente, el personaje masculino se impuso en mi mente, embrazando la primera persona a través de innumerables sucesos, la persona en su mismidad, sin comunicar nada con lo parecido,   —627→   más exactamente, vivido o pensado. Mi ambición era lograr el transcurso del pensamiento en un hombre que piensa, también ama, sin explicitación ni comentario. Deseos e ideas surgen como meros actos, como presencias. Todo ello envolviendo una historia de amor, por tanto, los sucesos del que piensa y ama, y es amado. Aquí se presenta la máxima arbitrariedad: en los dos concurren los amores y desamores y los dos, él y ella, no tienen nombres. Él es el que habla, y hablando consigo mismo, se llama yo, y a ella solamente ella. En este nido de silencio irrumpe de pronto el mundo, con sus nombres y sugestiones de otros mundos, es decir, nombres que arrebatan y despiertan con ahínco ensordecedor, ambiciones que exigen o provocan la escapada, la inmersión en los nombres hasta agotarlos nombrándolos. Luego, la vuelta, otra inmersión en el silencio. En este libro, de apenas cien páginas, agoté lo que significaba oficio, «métier», avanzada en la cúspide literaria. Claro que no sólo eso, allí crecieron brotes, vástagos atrapados de la filosofía, del trasiego humano, del vaticinio porvenirista. De allí me hizo salir el encargo de la biografía de Teresa Mancha que debía figurar en la colección «Vidas extraordinarias del siglo XIX», y de allí no pasé a otro libro, sino a otro mundo, a otro estilo, más exactamente. El clima novelístico se fundió, se ramificó en numerosos cuentos, temas breves, casi siempre imágenes transformadas en momentos poéticos que admiten la propiedad del relato siempre disimulado, entremezclado en un sinfín de sugestiones. Y ahí, en ese terreno, sí que seguí el aprendizaje de un genio: me sumergí en los cuentos de Poe.

Desde mis primeros años, en que era devota de Julio Verne, adoré la inmensa poesía enmarcada en la ciencia, plasmada y abismada en la investigación, que abarca el misterio racionalizado, entreverado de la más dura lógica especulativa. En ese universo me mantuve durante años, delineando mis cuentos que, por circunstancias de nuestro exilio, ocupan el tiempo en que transcurría la adolescencia de mi hijo. Así que el dato estrictamente íntimo se hace oportuno por lo mucho que aparece en el resto de mis libros la sugestión de lo que entonces primaba en la juventud incipiente: influencia de los cómics, presencia y personificación de los grandes monstruos, temibles o benignos... Esos cuentos quedaron allá, en aquellas tierras, con fondo de pampa o de selva.

En medio de esa racha dejé escapar una novela no muy breve, pero no de gran formato, Memorias de Leticia Valle. En ese libro tiene precisamente mucha importancia el nombre. Así como la mayor parte de mis cosas habían brotado de alguna sugestión visual, ese nombre franciscano, perfecta Leticia, se lo adjudiqué a una criatura tal vez existente en un lugar donde había oído contar una historia dramática. Con ese nombre, como signo de excelencia, compuse una fisonomía que, a la vista está, es mi retrato. Al fondo, el Castillo de Simancas, con el clima de una insensata pasión.

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Después de ese libro, años después, me lancé a un abismo que no era más que un pozo de meditación, ferozmente interno. La ambición de dialogar sólo con presencias, eludiendo toda explicación, compone las vivencias elaboradas de un hombre, igual que en mi primer libro. El protagonista es un meditador cuyo pensamiento tiene un peso específico tan denso como la vida. Pero este nuevo (protagonista) del meditar tiene que salir, a todas horas, actuando en la avalancha que le rodea. Durante diez años escribí ese libro [La sinrazón], de un valor autobiográfico integral y parece imposible, aunque no refleje ni justifique ninguna de mis andanzas, pero relata, c por b, la historia de mi mente. La fortuna amorosa y pecuniaria de mi héroe se desenvuelve a lo largo de una vida cuyo patetismo justifica el título, que puede llevar a confusión. La sinrazón no alude a lo irracional, sino al entuerto que don Quijote había querido deshacer. Del Quijote he tomado la grandiosa carta de amor y la he convertido en oración, casi imprecación a la divinidad, imprecación amorosa. La carta, que Cervantes toma de Feliciano de Silva, dice: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, tanto mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Esta queja de amor a una dama es pintiparada a la querella del hombre ante Dios. Hay, en un lenguaje vulgar, una muy famosa: «Hago lo que no quiero y lo que quiero no hago». Mi transformación de la carta en plegaria es tal como el amante dice a la bella: «La sinrazón que a mi razón se hace, tanto mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Hay que entender que le dice a la dama, como se dice a la reina, de vuestra majestad, considerando, no un grado, sino un ser de majestad, como Dios es un Ser de hermosura, de hermosura «vis creator». Todo esto no diré que parece, sino que es disparatadamente absurdo, es como la flor exquisita de la locura con que Cervantes engalana a don Quijote. ¿Exageración?. Nada de eso, la frase es la orquídea que destaca por su singularidad de caracol. Si la he tomado como lema de mi libro, no es, como tampoco lo es en Cervantes, por su rareza, sino por su facultad de englobar el conflicto sustancial del héroe patético. El conflicto es la incalculable disputa de una conciencia inquisitiva, con un hervidero de deseos, un organismo de sensualidad amorosa y una alegría descentelleante. Me esfuerzo en vano por hacer inteligible este libro que ha absorbido diez años de mi vida y que creo el más conseguido, sobre todo, el más autobiográfico. Esto se verá corroborado por el último de mis libros que pertenece al exilio.

Después de las novelas y de los cuentos, aparecieron dos ensayos: uno, Saturnal, dedicado al tiempo; otro, La confesión, una meditación sobre las confesiones generosamente otorgadas por los que necesitaban confesar y también por los que, extraídos, a fuerza de escarbar líneas, entre las páginas que pretenden calibrar lo grave sin conseguirlo. El primer ensayo, el del tiempo, fue madurado en Nueva York, adonde fui, arrebatada por la amistad de los que el exilio ya había instalado allí: mi   —629→   amiga fraternal Concha de Albornoz y nuestro querido y admirado Severo Ochoa. Ellos dos me indujeron a pedir una beca a la Fundación Guggenheim y esta vez sí que di a mi actividad nombre de trabajo. Tenía que realizar el ensayo prometido y me puse a ello con furor. Me compré una pipa india y me dispuse a encerrarme en mi cuarto con unas buenas dosis de café. Y sí que me encerré muchos ratos, pero no los suficientes para lograr el número de páginas necesarias. La belleza de Nueva York me absorbía y me enorgullecía ser capaz de percibirla cuando los comentadores del asfalto no la notan. No diré nada de mis dos años de Nueva York, sola en la ciudad inmensa. Concha daba sus clases, yo tenía amigos argentinos en Coney Island, que a veces frecuentaba y, en consecuencia, mi trabajo, aunque sumamente grato, era muy lento, tanto que no pude entregar a la Fundación un ensayo completo. Quiero señalar que me fue perdonado con tal generosidad que todavía, treinta años después, sigo recibiendo formularios en los que me consideran como «fellow», título que con orgullo me hizo continuar mi trabajo hasta tener el volumen suficiente para ir a la imprenta.

El ensayo, locamente ambicioso, íntegramente cedido a la inspiración poética, no pude desestimarlo enteramente porque su tema, el tiempo, era y sigue siendo mi obsesión. Como dedicatoria de entrada lo intitulé Saturnal, y si yo hubiera tenido los hábitos de los estudiosos, siquiera de los estudiantes, habría procedido a organizarlo en capítulos que llevasen a demostrar algo. Pero, incapaz de tal formalidad, aun siendo tan amante de la forma, opté por agruparlo en un sinnúmero de racimos de ideas, que de aquí la imagen ecológica, unidos por su esencial correspondencia y precedidos, para darle cierta autoridad y tono, por el nombre de algún poeta. Así, el primero lleva como lema el primer verso el soneto admirable de Mallarmé, «le vierge, le vivace et le bel aujourd'hui», y acomete el estudio de nuestro bello hoy día, tratando de averiguar qué es lo más patente, cuál es la modificación más ostensible, común a todos los países, a todos los grupos sociales; cuál es el hecho problemático y fatal que atañe a todo nacido, la relación de la pareja humana, uno ante otro, como prójimos. En torno a esto queda la búsqueda caótica ante la idea del tiempo. La idea del tiempo pasa a ser explicada por Rafael Alberti, que la marca con su autodefinición: «Yo nací, respetadme con el cine», verso primero de la Carta abierta, que podría haber sido el manifiesto de nuestra generación, si nuestra generación hubiera querido manifestarse abiertamente, quiero decir, eficazmente. El final de la Carta es definitivo: «¿Quién eres tú, de acero, rayo y ala? / Un relámpago más, la nueva vida». El libro sigue y otro poeta, Rainer María Rilke, desentendiéndose del rayo, pone: «Todo está tal vez regido por una vasta maternidad». Bajo este foco de interioridades vitales queda el parágrafo que le corresponde. Luego llega Cristopher Wrigtht, que dice: «Éstas son las cosas que producen manchas en el sol», exquisito modo de aludir a la estupidez humana. Pasada la vertiente de ironía,   —630→   llega Quevedo y dice: «¡Si hija de mi amor mi muerte fuese!», y a tal tono poético de intimidades le sigue el acorde anárquico de El Rojo y el negro. Como horizonte, cerrando, el concertante Jorge Guillén afirma: «Mis ojos ven lo que he amado siempre». Su mirada se dilata inmensamente, porque «ancha es Castilla», y termina el libro que tanto rodó por la indecisión y la pretensión superlativa.

El otro ensayo, menos de doscientas páginas, lo nombro porque tiene un peso decisivo en toda mi obra. El título, La confesión, pretende ser una respuesta a Ortega, que pregunta por qué apenas hay confesiones y memorias en la literatura española. Con ese fin acometo la revisión de las principales obras que francamente se descubren y de las otras que, con sólo deducir algunas líneas, se logra entender el proceso de sus vidas, quedando casi al desnudo rasgos no enteramente confesados. La confesión es una dádiva, pero el hecho es que el que confiesa es el que pide confesión. La confesión quiere ser oída, espera que quede en el que la oyó el eco de su intimidad, la culpa proyecta en ella su más hiriente luz con su sombra.

Temo haber hablado en exceso de mí. El deseo de justificar mi presencia en esta sala me ha llevado a buscar notas importantes en la producción de nuestros escritores que, por demasiado próximos, pueden quedar poco escamondados, y mediante la búsqueda de lo inconfesable logramos descubrir sus móviles más poderosos y verdaderos. Nunca intenté una crítica, que no sería necesaria porque la mayor parte de nuestros novelistas culminan obviamente en Cervantes, ensalzando sus Novelas ejemplares y todo el resto de su producción. Yo me detuve ante el Quijote, desechando todas sus excelencias, excepto todas las que nos entronizan ante el mundo con un sello, un tino, un tipo, un alba, una criatura eternamente andante por los siglos, de una índole más elevada que la mayor parte de los comúnmente historiados. En lo más intenso de mi meditación, percibí la condición que le destaca en el tema tan perseguido por mí, la confesión de todo lo que se ha dicho sobre don Quijote. Cervantes mismo le achaca a Cide Hamete Benengeli: «Yo afirmo que don Quijote no fue jamás mirado, observado ni interpretado de hechos o imágenes exteriores». El Quijote fue engendrado en el silencio de lo inmediato. En su interioridad personal, alienta, en modo y grado no superables, lo que llamo voluntad última de un alma en soledad. Su especialidad radica en esa nota única, clamor singular, que es la confesión; la confesión demostrativa de don Quijote asume la confesión de su creador. Esta forma indirecta, al ser ya de por sí una búsqueda y también una máscara, hace al autor, en cierto modo, impune; le hace despiadado consigo mismo, con un sí mismo cuyo padecer puede tratar como ajeno. Para aclarar -no diría jamás demostrar- que el Quijote es confesión de Cervantes, lo primero es localizar su conflicto. Si hablásemos del Quijote como de un libro, que no es éste mi caso, diríamos: el Quijote es un libro casto, porque el eros de Cervantes no entra en conflicto, ni positivo ni negativo, con la carne. Ya Maeztu definió a Don   —631→   Quijote como el amor, definición sumamente justa. La «fêlure» -término que se aplicó con acierto al caso de Baudelaire- del ánimo de Cervantes ocurre en el ámbito del amor, pero del amor en cuanto caridad y fe. En el cautiverio es donde Cervantes empieza a conocer el desamparo y luego, en la repatriación, donde lo constata como ley de vida inexorable; es donde el temple de Cervantes concibe que se puede perder la integridad. Adopta, por eso, el término «fêlure», sugeridor del vaso o la campana cascada, que ya no puede emitir su nota. Ese tono de campana cascada es en el que Cervantes refugia su ironía; si Cervantes hubiera optado por el resentimiento, habría en el libro alguna idea ponzoñosa, pero no hay ni una. Hay muchas crueles, indeciblemente crueles; cruelmente Cervantes se ensaña consigo mismo en su criatura. Si don Quijote fuese un personaje observado, tratado de cerca o de lejos, que hubiera podido inspirar a Cervantes tan sangriento ridículo, tan constante fracaso y desacierto, es casi imposible que no hubiera visto en él algún rasgo de humana flaqueza. Nunca existió don Quijote sobre la tierra ni nadie que se le pareciese, donde existió es en el alma de Cervantes, que lo revivió al comprobar que había dejado de existir. Es imposible, a estas fechas, tener una idea clara del ser moral de Cervantes; en todo caso, no es concebible que un hombre que vivió la vida de su siglo, con faenas, trajines necesarios y obligaciones, deambulase por entre sus contemporáneos con la pureza de don Quijote. Pero si esto no es concebible, lo que es seguro es que Cervantes concibió esa pureza y esa fe. Cuándo y en qué medida no tiene importancia, tal vez fue sólo un instante que quedó resonando en su mente como la nota de su juventud que ya no podía volver a sonar. Y el rencor de Cervantes no se malgasta en execrar a su siglo, ante el cual se sentía impotente, al que temía, como todos sus contemporáneos, dentro y fuera de España. El rencor se polariza en aquel momento suyo tan plenamente capaz de amar, de creer, de errar, de ser engañado. Desde el desengaño se ejercita en la venganza, haciendo vivir aquel ser que fue, en realidad, haciéndole vivir dilatadamente, porque sólo en el tiempo hay padecer: la vida que deja, esmerándose en apalearle y cocearle sin piedad.

He dado una idea breve y más bien vaga de lo que ha sido mi vida en muchos años, suficiente tal vez para sugerir mi presencia. En mi acumulación de años quedan todavía unos cuantos que no he bosquejado. Después de mi largo exilio queda una zona o etapa de extrema importancia: mi vuelta a España. El deseo de empezar un cuento por el principio me ha hecho contaros todo lo lejano, pero en los años posteriores trabajé mucho, de modo que tengo que confesaros, es decir, ya he confesado en cuántos libros, me limitaré a nombrarlos, porque todo nombre delata un ser. Así pues, yo volví y justifiqué mi vuelta con noticias, podría decir, de lo que atañe al pasado y presente. Empecé por lo que llamé Barrio de maravillas, biografía de los hijos del siglo; seguí con Acrópolis, nombre tomado de una optimista profecía profesoral. Luego Ciencias naturales, que señala la única ciencia realmente   —632→   natural, la experiencia, la vivencia de la historia, el vivir como conocimiento, ésta es la razón vital, el continente descubierto por el maestro Ortega y habitado por quien quiere y por quien no quiere. Esto es todo lo que he hecho desde que volví, y además de mil tonterías, algunas conferencias más o menos como ésta, en las que no hay nada estimable si no es mi adhesión apasionada a lo que vive, a vosotros estudiantes, que vivís y si queréis vivir en profundo, sólo os queda el recurso de meditar e indagar sin descanso. Con esta revisión de mis cosas dejo delineado el tiempo de mi afortunado exilio, tal vez inmerecido, porque yo no afronté la guerra, el peligro ni la obstrucción de mi vida intelectual. En fin, pongo ante vosotros mi presencia, una mera semblanza que no he tratado de embellecer. Rasgos más duros, íntimamente cervantinos, van en mi alcancía, no enteramente semejante, pero sí parecida a un cementerio de coches, donde se ve todo lo que se rompe en el afán del vivir. Pero, ¿por qué he de detenerme a mirar cementerios? Desgraciadamente, dedicamos mucho tiempo a ese espectáculo que nos ofrece la pequeña pantalla a diario, porque el mundo está lleno de dolor y no es posible ignorarlo, pero sí es posible contemplar todo lo que nos rodea en esta época, si no feliz, podríamos decir, acaudalada, porque tiene más riquezas, al alcance de la mano, como ningún otro siglo tuvo. La belleza del mundo en su ser natural, campos, bosques, ríos y el mar inmenso, todo esto fue contemplado y ensalzado por la poesía y por los simples cánticos del pueblo. Pero hoy tenemos medios de visión incomparables y además se ha descubierto un sentido de extrema percepción, una o varias condiciones que nos llevan al goce desmedido. En primer lugar, los medios de locomoción, llamémoslos por sus nombres: coches, motos y aviones. Dije en primer lugar, pero hay algo que ocupa el primer lugar en esto y en todo: la libertad. ¿Cuándo el hombre ha gozado de su iniciativa, de su elección, en oficio, en efectos, en sexo? Es tanto lo que tenemos que parecería suficiente para creernos en el mejor de los mundos, y, sin embargo, la realidad es muy otra. ¿Por qué? Podría decir que averiguarlo es cosa de vida o muerte. Sí, en efecto, pero no sirve ordenar las cosas de casa como el desempolvarlas y cambiar de lugar. Lo vitalmente necesario es el estudio, pero no se alarmen los estudiantes; el estudio exige una previa meditación, es decir, una disposición de ánimo, una seriedad ante lo que ayuda a vivir, un convencimiento de que nada de lo bueno fue obtenido gratis. Sólo el conocimiento, práctico o impráctico, es decir, el conocimiento de las ciencias de la naturaleza y, sobre todo, de la naturaleza humana, el conocimiento de la pura ambición que fue animando el pasado, creando la historia de la cultura, como una cadena sin falla, sin solución de continuidad, sin tropiezo. Claro que nuestra historia, digo nuestra, hablando del mundo, nuestro mundo, es deliciosa, si sabemos gozar, con mucho cuidado. De la rectitud de nuestra mente y la habilidad de nuestras manos depende la imprevisible existencia.

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Preguntas

1. No ha hablado de su poesía, y acaba de salir un libro suyo de poemas.

- Sí, de eso no he hablado. Realmente, la poesía ocupa muy pequeño espacio en mi obra. Bueno, puesto que ese libro existe y muchos lo conoceréis, tendré que decir algo. Yo tengo un libro de poesía con unos sonetos, treinta sonetos, publicados por Altolaguirre el mes de mayo de 1936, o sea, un mes y medio antes de estallar la guerra de España. Como habréis podido comprender, ese libro quedó allí y no se enteró nadie, como es natural. Bueno, luego, escribí estando en Buenos Aires; tenía tal facilidad y tal... Escribí, a veces, pequeños poemas, se me ocurría publicarlos en la revista. Pero yo no di mi poesía... es una cosa que puede parecer tonta y ya está, pero como es verdad debo decirla. Como yo no me consideraba, sabía que nunca sería un poeta de primera fila, nunca sería yo uno de los primeros. Entonces dije, pues basta, ¿no? En ese caso, no lo voy a ser, y entonces me prohibí hacer la poesía. Me di cuenta de que yo era una gran versificadora, porque tenía un aprendizaje de pequeña, más bien de mi familia, de mi padre, que era adorador de Zorrilla y me había iniciado en esa cosa que es versificar. Pero llega un momento en que, cuando ya se empieza a saber lo que es la poesía, se comprende que eso no es la poesía. Entonces, como todos mis contemporáneos tomaban caminos muy diferentes, yo decidí dejarlo, prescindir totalmente de la poesía. Y ahora resulta que a un muchacho admirable, Antoni Marí, se le ocurre recoger mis poesías que andaban por ahí sueltas. Y ha hecho un libro bonitísimo, pero yo soy inocente de ese libro. Es un libro que me han regalado, es precioso, muy bonito. Ahí está mi poesía, que no es gran cosa, pero ahí está.

2. Usted ha hablado de «afortunado exilio». ¿Por qué?

- Es muy fácil. ¿Cómo te diré yo, verdad? Es una cosa que casi me da un poco de vergüenza, porque ¡cuidado que ha sufrido la gente con el exilio! Bueno, no se puede ni pensar en ello. Bueno, pues yo no, no he sufrido nada. Tuve una suerte enorme, tuve una suerte enorme. Yo lloré con el exilio, no al salir de España, al salir de Francia, cuando ya me di cuenta de que era la salida de Europa, y eso si, eso me acongojó mucho. Pero después de todo, había allí mismo en Francia, donde estábamos ya los exiliados de todas partes, un muchacho húngaro que me decía: «¡Pero, cómo! Ustedes no tienen ningún derecho a quejarse, porque ustedes se van a un pueblo de su misma lengua. Piensen ustedes lo que somos nosotros...». Bueno, es verdad. De modo que yo fui a un pueblo de mi misma lengua, y también del Brasil ¡Y cómo me han acogido en esos pueblos! ¡Lo bien que me ha ido! ¡Los amigos magníficos que he tenido, que sigo teniendo de por vida!, ¿verdad? De modo que, vuelvo a decirles que mi exilio fue realmente, pues vamos, estoy por decirles que fue un premio. Sí, a mí me fue tan... En otros sitios no habría hecho una vida tan libre, tan cómoda. ¿Cómoda? Bueno, vuelvo a decir que la única dificultad que he tenido toda la vida han sido las dificultades económicas, que ésas siempre han sido malas, pero yo eso lo he llevado siempre   —634→   con gran filosofía, ¿verdad? Y, claro, como la vida en el Brasil es barata, es fácil, y en los tiempos míos de Argentina, que eran los tiempos preciosos, también era fácil, también... De modo que no he sufrido de nada de eso. Del exilio no he sufrido nada, nada de contrariable, nada de nada.

3. Siguiendo un poco con el tema del exilio, ¿y el regreso?, ¿cómo se adapta un escritor que ha vivido unos años fuera al regresar a España?

- Muy sencillo, yo de eso no me enteré, porque yo no me fui nunca, el exilio no existió para mí. Yo vine y me encontré como siempre, como siempre. Tenía poquísimos amigos, muy pocos, vamos, dos o tres, nada más, de verdad; pero en seguida me encontré, me encontré. La primera vez que vine, bueno, eso fueron dos veces. Vine una vez en el sesenta, porque, estando en Estados Unidos, esa beca que tuve en Estados Unidos, dije, bueno, antes de volver al Brasil, vamos a ver cómo está España. Y entonces vine, y bueno, vine a Barcelona por barco, ¿verdad?, y en Barcelona me fue muy bien porque hice unos cuantos amigos. Me presentaron a Ana María Moix. Luego ya vine a Madrid y hubo algunas cosas un poco desagradables, porque mi orteguismo, en ese momento, era detestable, en fin... Mi orteguismo y además, pues España quedaba en los sesenta muy buena así como estaba, me fui corriendo al Brasil. Y nada, pues luego ya vine en el setenta y dos, cuando he venido. Bien, ya, bien, no sé qué decirle. Queriendo buscar algo de claros efectos. Respecto a mí, yo no sé si puedo decir que me ha ido bien, más bien bien que mal, en algunas cosas más bien mal, pero en otras casi todas bien. Pero, bueno, por ejemplo, una cierta dificultad de nuestra vida, por ejemplo, mi hijo no encontró nada, estando en el más perfecto paro, porque no había encontrado. El terreno de las glorias, amistades y todo eso, si es así, eso siempre va bien. Lo otro no tan bien, claro. Pero, bueno, hay que soportarlo.

4. Se le pregunta sobre la tradición literaria española.

- La literatura, la vieja, la gran literatura de España tuvo para nosotros una importancia decisiva, pero la literatura última del siglo XIX, pues, Galdós... fue catastrófica. Bueno, no digamos, todas esas cosas, ni siquiera puedo recordarlas, todas esas cosas. Esa literatura, ese realismo inocente, bueno, nada, nada... De modo que eso no existía para nosotros, y por eso yo... A ver, yo tuve una, respecto a esa famosa época del 27, a la que pertenezco, porque, claro, por los años es mi mundo. Pero ocurrió una cosa, yo me casé en el 22, exactamente, me casé en el 22 y me casé porque mi marido acababa de ganar, que en ese momento esas cosas..., las oposiciones, ganar la pensión de la Academia de España en Roma. Me fui a Roma, ¿verdad?, y no volví en seis años. De modo que, la amistad y eso de los del 27 no hasta el final, pero es. Bueno, pues en esos seis años de Roma yo, que no había conocido a Ortega en absoluto, que no había ido nunca a la facultad ni nada de eso, entonces me metí en Roma en un jardín divino, trabajaba y tenía los libros, todo lo que quería y naturalmente, me metí a estudiar a Ortega, a Ortega lo estudié en Roma, pero no en España, no, y me hice esa novela, Estación. Ida   —635→   y vuelta, que es, realmente, una novela orteguiana, hecha, ¿cómo diría yo?, era una verdadera realización de lo que Ortega... cómo decir.. tengo absoluta seguridad, mucho mejor de lo que Ortega había organizado, ¿verdad? Porque era conseguido, una cosa era propuesto, pero lo mío era conseguido. Esa novela está ahí, está ahí y es una novela que luego me han dicho tanto que era una, podríamos decir, no sé, preámbulo, no, preámbulo, premonición del «nouveau roman», ¿verdad?. Sí, pues eso ha sido, fue una verdadera renovación de la prosa en España.

5. Se le pregunta sobre Unamuno y Valle-Inclán.

Unamuno es contemporáneo de Galdós, pero Unamuno se salva, claro, se salva Unamuno y Valle-Inclán, Valle-Inclán. Bueno, tuve un conocimiento muy próximo y una gran amistad con Valle-Inclán por varias razones. Una, porque fue profesor nuestro en San Fernando (...) Era un hombre muy interesado por las cosas de arte y eso. Nos hizo a la Academia de San Fernando, nos hizo un regalo extraordinario, nos creó dos cátedras: una cátedra de estética de don Ramón del Valle-Inclán y luego una cátedra de dibujo de Julio Romero de Torres. Bueno, pues entonces don Ramón tenía su discípula predilecta. Luego dio la casualidad de que años después, ya yo casada -fue el año en que iba a nacer mi hijo- tomamos una casa y en el piso de abajo vivía don Ramón con sus hijos, ¿verdad?, de modo que nos frecuentamos continuamente. He conocido y seguido tanto a don Ramón... Pues ésos y nada más, de modo que en esa época, los únicos, Valle-Inclán y Unamuno.

A Unamuno, que no le traté, no le traté, pero, claro, ya muy admitidos.

6. Se le pregunta sobre sus influencias extranjeras.

- La gran influencia fue Proust, muy grande, muy grande. La de Joyce fue posterior, pero a mí me satisfizo más la de Joyce, porque la de Proust, siendo admirable -como prosista es fenomenal, ¿verdad?-, pero, en cambio su mundo -no se puede prescindir del mundo de sociedad y de toda esa...- nunca podría ser mi mundo, y además no existía en España, no tenía por eso la influencia de Proust. Bueno, la influencia de Proust fue poca por eso. De Joyce no creo que haya tenido influencia, porque además a Joyce hay que leerlo en inglés y yo, por mi parte, no lo he leído jamás en inglés. Dámaso Alonso lo tradujo... y evidentemente el modo y la influencia social tampoco es, pero es muy seductor por eso, porque es la máxima libertad. Joyce es eso, es la máxima libertad: se puede hacer lo que se quiera. Se puede hacer, en novela, en otras cosas... en novela, se puede hacer lo que se quiera, se puede hacer filosofía, se puede hacer otra cosa, se puede hacer no hacer nada, hacer todo lo que se quiera: la novela lo admite todo.

7. Se le pregunta sobre su pasión por Grecia.

- Grecia es mi segunda patria o, si no, tal vez la primera. De contar algo de mí, pues prefiero decir cosas un poco divertidas, no demasiado, pero, aunque ésta es muy seria, sumamente seria, pero un poco cómica. Porque   —636→   mi admiración por Grecia surgió en mí de un enamoramiento violento. Yo no fui en mi vida a un colegio, nunca en la vida. Mis cosas, las que me han enseñado mis padres: mi madre me ha educado como, en fin, me hacía estudiar a diario, y mi padre, además, me enseñó a dibujar, etcétera. Y un día mi padre, hablando con un señor que era profesor de la escuela, le dijo: «¿Qué me aconseja usted, qué modelos, para enseñar a mi hija?». Y le dijo: «Señor, nada de modelos..., nada, nada, llévela usted a la Escuela». «¿Cómo la voy a llevar? Tiene ocho años, no la puedo matricular». «No importa, sin matricular, llévela usted, ahí están mis hijas que la conocerán». Y empezó a llevarme y llegué y me encontré, pues eso, a la entrada un Apolo, tan admirable, tan maravilloso, que yo... Fue a los ocho años, a los ocho años... Luego, al año siguiente, ese mismo invierno, cuando había en Valladolid treinta centímetros de nieve, mi padre me tenía que pasar en brazos hasta llegar a la Escuela. Pues esa pasión a los ocho años sigue, y bueno... Pues la pasión de Grecia es enorme.