El Inca Garcilaso: un clásico vivo siempre recuperado
Carmen Ruiz Barrionuevo
Entre los autores
de los siglos de la dominación española en
América, el Inca Garcilaso (1539-1616) es uno de los
más reconocidos, no sólo por haber escrito una de las
obras maestras de la literatura de todos los tiempos, los
Comentarios reales (1609), sino por haber ejercido de
escritor y de humanista en la España del Siglo de Oro, un
entorno en que las circunstancias poco le favorecían. Es de
justicia entonces, y supone un gran acierto, el incluirlo en la
Biblioteca de Literatura Universal de tal manera que se pueda leer
a través de sus mejores títulos, el ya citado, los
Comentarios reales, y La Florida del Inca (1605).
Con esta intención la autora de la edición, Mercedes
López-Baralt1,
plantea la necesidad de «ofrecer un texto
legible y atractivo lo mismo de los Comentarios reales que
de La Florida del Inca»
(XCVII), para lo que
expresa la utilidad del ejemplo de Aurelio Miró Quesada en
su edición de los Comentarios reales en la
Biblioteca Ayacucho, al actualizar el texto para el público
contemporáneo. Siguiendo esa iniciativa López-Baralt
ha retocado algunos aspectos de la puntuación «pero sin alterar la morfología o la
sintaxis»
(XCVII) con lo que el texto que se nos ofrece
presenta las garantías de fidelidad y accesibilidad para los
lectores de nuestros días. El mismo criterio adopta en la
transcripción de La Florida del Inca y en ambos
casos tiene en cuenta las ediciones precedentes con lo que los
textos presentan suma fiabilidad. A lo acertado de esta
decisión se unen las útiles notas de carácter
histórico, lingüístico y antropológico
que facilitan el acceso a la total comprensión de las obras
y el Glosario de voces indígenas de Ángel Rosemblat,
que enriquece la valoración de términos muy alejados
del lector. Todos estos apartados, y además la muy rigurosa
Bibliografía y la Cronología del autor, completan la
perspectiva de una época, de la obra y del autor, con lo que
la edición de López-Baralt viene además a
llenar el vacío existente en las ediciones del Inca, si
tenemos en cuenta que la última edición completa de
los Comentarios reales en la Biblioteca Ayacucho de
Caracas, data de 1976, que hay una selección
antológica de Enrique Pupo-Walker de 1999, y que la
última edición de La Florida del Inca, la
muy difundida de Carmen de Mora, data de 1988. Es por tanto muy
oportuna esta publicación para acercar a los lectores y a
los estudiosos títulos no precisamente asequibles. Otro tema
que merece una aclaración por parte de la autora es la
inclusión de los Comentarios reales y la
exclusión de la Historia general del Perú
(1617), póstuma, que la continúa y constituye la
segunda parte. En efecto, aunque hay estudiosos que defienden la
necesidad de leerlas una tras otra, tradicionalmente se han visto
como obras independientes tanto en el plano temático, -ya
que si la primera se refiere al mundo incaico, la segunda se centra
en la conquista por parte de los españoles- como en el plano
formal, porque, frente a la segunda, la primera resalta por
«su sabor intensamente
literario»
y «su carácter
antropológico avant la lettre»
(XXIII). Aunque esto no
evite reconocer que cuestiones inherentes al estudio del libro se
aprecian con más claridad teniendo en cuenta los
capítulos de esta segunda parte, cosa que la autora de la
edición tendrá en cuenta al plantear, principalmente,
algunos aspectos ligados a la historia y al carácter
utópico de los Comentarios reales.
Como es evidente para los lectores especializados, otro acierto de la publicación es que la investigadora encargada de la edición, Mercedes López-Baralt, es persona muy adecuada para el empeño por su larga trayectoria en la especialización en los estudios coloniales; muy conocidas son sus investigaciones sobre el mundo andino y en particular sobre Guaman Poma de Ayala, lo que también incide muy favorablemente en la lectura que impone del autor, al desplegar temas y aproximaciones que facilitan el acceso a preguntas y perspectivas que lectores más avezados pudieran hacerse. Por eso la Introducción resulta en extremo pertinente a la hora de trazar, no sólo el necesario panorama histórico y biográfico, sino para desmenuzar los problemas que plantea la escritura de Garcilaso, como el tema de su marginalidad en la España de su tiempo y a la vez la recepción de su obra. No deja de ser sorprendente que, aunque obtuvo algún reconocimiento de sus contemporáneos y Cervantes demuestra que había leído su obra, el Inca no cite a ninguno de sus famosos coetáneos. En todo caso fue admirado y hasta plagiado, su éxito fue en aumento, y hasta fue prohibido por subversivo en 1782 en la España de Carlos III.
La autora de la
edición aporta en su Introducción importantes
consideraciones acerca de la obra de Garcilaso que
resultarán imprescindibles a la hora de procesar la lectura
del texto. En el caso de La Florida del Inca resume y
revisa su elaboración como resultado de fuentes escritas y
orales producto del contacto con varios sobrevivientes, como
Gonzalo Silvestre compañero de Hernando de Soto en su
expedición a la Florida y luego combatiente en las guerras
civiles del Perú. Pero sobre todo enfatiza, coincidiendo con
Miró Quesada, cómo esta obra es el antecedente
espiritual de los Comentarios reales y tiene con ella
más de una similitud pues termina en una visión
perturbadora, el fracaso de la dominación española.
Más largo es el apartado dedicado a los Comentarios
reales, obra en la que, sin discusión, se encuentra la
parte más decisiva de su intencionalidad como escritor. Por
esa razón son fundamentales las siete «entradas»
a los Comentarios reales que abarcarían
según sus palabras «el dialogismo y
las estrategias retóricas para evadir la censura a partir de
la glosa; la traducción como etnografía; las
funciones de escritura y oralidad en el texto, así como las
relaciones de Garcilaso con la principal de sus fuentes, Blas
Valera, y con su coetáneo Guamán Poma, recientemente
asociado al autor de los "papeles rotos" que nutren los
Comentarios; el carácter renacentista del libro;
las reverberaciones literarias del mestizaje; la propuesta
utópica; y, por último, la historia de la
recepción del libro»
(XXIII).
En el despliegue
de estas cuestiones encontramos interpretada y recreada la lectura
crítica e interpretativa que se ha trazado acerca del Inca
Garcilaso por una investigadora que presenta la máxima
capacidad para realizarla. Así López-Baralt aprecia
una «intención
contestataria»
desde el mismo título de
Comentarios reales, lo que vincula su obra con otros
cronistas insatisfechos, Bernal Díaz del Castillo o Guaman
Poma de Ayala, en cuyas obras el título advierte que estamos
lejos de las crónicas oficiales y cuyos autores son
espíritus descontentos que quisieron legar su propia
visión de la historia. En todos ellos como en Las Casas, o
en Acosta, hay un intento de reescritura, un «escribir contradiciendo»
que los liga
al arte de contraconquista
del que
habló Lezama, un arte barroco mestizo que aspira a dejar su
huella. La autora señala, entonces, el dialogismo que
subyace en el título del libro del Inca, pues «el comentario o glosa invoca a un texto
anterior, autorizado»
(XXV) y plantea, como otros
investigadores, el verdadero origen de los Comentarios
reales en las glosas que anotó al margen de las
páginas de la crónica de Francisco López de
Gómara, Historia general de las Indias, aunque sea
evidente que el Inca mantiene una solapada inquina contra tres de
los autores que mancharon la memoria de su padre considerado
traidor en la batalla de Huarina, un episodio de las guerras
civiles del Perú: López de Gómara,
Agustín de Zárate, y Diego Fernández el
Palentino, a los que cita y si bien no los ataca de frente, les
critica con sutileza algunas interpretaciones del pasado incaico.
López-Baralt revisa con detalle cómo
valiéndose de ese «arte de la
glosa»
sólo se advierte su intención hasta
llegar a la Historia general del Perú donde queda
claro que lo que buscaba era desautorizarlos respecto a la batalla
de Huarina, porque al «tratarlos con
serena objetividad, había allanado el camino para poder
desautorizar de plano»
(XXVI). Pero no sólo se
apunta en este trabajo el aspecto personal y biográfico, tan
importante en el escritor, sino que como integrante de un pueblo
difamado se incide en cómo Garcilaso escribe en contra de la
opinión difundida acerca de los incas por los cronistas de
la época del virrey Toledo, como Sarmiento de Gamboa con su
Historia Índica (1572), que presentaba a los incas
como tiranos y usurpadores. El Inca responderá con una
instrumentación de la glosa, convirtiendo la tiranía
en utopía, pues en un momento en que los libros
tenían que someterse a normas de censura, esta manera de
contar incidía en su carácter subsidiario, de
referencia comentada de una obra preexistente. Los ejemplos que
ofrece la estudiosa dan prueba del cuidado extremo del Inca al
evitar contradecir la historiografía oficial
española, pues incluso llega a desautorizarse desde el
comienzo en una polarización de humildad y de soberbia que
le es muy característica: es mestizo y bastardo pero es
indio natural de la ciudad de Cuzco; es testigo de vista, y sirve a
la república cristiana, con lo que también hay
argumentos que lo legitiman. Además Garcilaso no rechaza su
inserción en la tradición historiográfica
española, al contrario, así pudo pasar su obra con
holgura el escollo de la aprobación de la
Inquisición. Una comparación que ofrece
López-Baralt nos ilumina con claridad su postura: la obra de
Guaman Poma no se publicó por su carácter
abiertamente violento contra la conquista y la dominación
española, tanto en los textos como en las ilustraciones, con
lo que la obra anduvo perdida hasta 1908 en que fue recuperada.
Muy importante es
la idea de la traducción aplicada a la escritura del Inca,
es sabido que su primera vocación fue de traductor al
emprender su versión de los Diálogos de amor
de León Hebreo en 1590, y en este mismo empeño encaja
el gran espacio que dedica a la dilucidación del nombre de
Perú y otros términos indígenas. La
opinión de la estudiosa que considera que sus funciones de
traductor y filólogo encubren al etnólogo,
amplía y valora con más justicia la labor del Inca.
Al lado de cronistas que inician una rudimentaria
antropología, como fray Ramón Pané,
Relación acerca de las antigüedades de los
indios, fray Bernardino de Sahagún Historia general
de las cosas de Nueva España que codificó la
cultura azteca, Gonzalo Fernández de Oviedo en la
Historia general y natural de las Indias, que basa su
relato en la observación directa, o Las Casas en su
Historia de las Indias, en el caso de Garcilaso el
método de indagación etnográfica «será una combinación de la
experiencia ocular y de la convivencia diaria con sus
congéneres en el Cuzco, con el aporte de fuentes escritas
europeas, tradición oral indígena»
,
recuerdos de los quipus e informes de los amigos mestizos (XXXVII).
Un método el del Inca que resalta como similar al de Guaman
Poma para concluir una fundamental idea: «Si la antropología puede entenderse como
el estudio de la naturaleza humana a través de la diversidad
cultural, Garcilaso cumplirá cabalmente con esta meta en los
Comentarios reales. Pues no sólo rescata en
él la humanidad del indígena, tantas veces puesta en
duda durante el siglo XVI, sino que nos presenta a los incas como
un pueblo admirable»
(XXXVII).
Muy unida a esta función de la traducción se encuentra la conexión que establece entre «escritura y oralidad» pues la primera parte los Comentarios reales destaca por el manejo de la oralidad como fuente, que evoca la parte materna, y la segunda, la Historia general del Perú, por apoyarse en la historia y en las fuentes de las crónicas, aunque ambas se encuentren entreveradas. Ello da riqueza al texto, pues a la tradición oral de los incas se unen las fuentes de autores como Blas Valera, Pedro Mártir de Anglería, Las Casas, Polo de Ondegardo, Cieza de León, José de Acosta, López de Gómara, Agustín de Zárate, y Diego Fernández el Palentino, alguna de ellas tan controvertida como el caso de los «papeles rotos» de Blas Valera que la autora trata por extenso (XLII-XLV) conectándolo con otro grave problema de autoría respecto a la obra de Guaman Poma de Ayala, surgido en 1995, según en cual el padre Valera sería en realidad el autor de la Nueva coronica i buen gobierno de Guaman Poma, cuya obra respondería a la expresión de un movimiento neoinca cristiano. Como es sabido y aquí se recoge, los documentos encontrados en Italia no dan prueba de credibilidad y todo apunta a una superchería muy fundamentalmente tras la investigación de Rolena Adorno.
Frente a esa oralidad otro polo importante y discutido es de qué manera Garcilaso debió percibir la conexión entre literatura y poder, escritura y ley, tal y como ha marcado Roberto González Echevarría para las obras de la colonia, y así la obra del Inca imbricaría frente a la oralidad de la memoria materna, una defensa de la paterna, respecto a la cual apunta la investigadora cómo Garcilaso debió apreciar la conexión entre literatura y poder tras su fracaso en la corte de Madrid al presentar los méritos paternos, hasta el punto de llegar a reconocer en sus escritos que los dos elementos que le faltaron al Imperio incaico para alcanzar la perfección fueron la escritura y el cristianismo.
En todo caso la
obra del Inca resalta por su carácter renacentista. Su prosa
dentro de un renacentismo raigal se explica por su aislamiento en
Montilla, aunque cuando en 1591 se traslada a Córdoba, sigue
sin interesarse por el barroco, algo sorprendente cuando escribe a
pocas calles de Góngora; un renacentismo marcado en sus
comienzos al traducir los Diálogos de amor de
León Hebreo, del que toma también otros aspectos, ya
que en el contexto del humanismo era una ocupación
prestigiosa; del mismo modo quiso emular el modelo cortesano de
Castiglione al abrazar las armas y las letras, y proyecta su obra
magna como ejemplo de escritura renacentista, por su
idealización del mundo clásico que llega a aproximar
al incaico; también es renacentista por su conocimiento de
diversas lenguas; por su interés en la utopía; por la
calidad etnográfica, y el afán de simetría,
muy evidente en las dos partes de los Comentarios reales:
dos partes que honran a cada uno de los linajes, y en el eje se
sitúa él mismo como mestizo, cuya perspectiva
autobiográfica sirve de hilo conductor. Así se
construye un mundo armónico en un ideal de concordia que le
permite la conciliación de opuestos, y la
legitimación de la conquista aunque se superpone el planto
por el imperio perdido. La autora concluye: «estamos ante un verdadero humanista, cuya
modernidad renacentista consiste en una curiosidad insaciable por
los diversos saberes»
de las dos culturas (LII).
Dos temas finales
me gustaría resaltar por su importancia en este ensayo
introductorio, el tema del mestizaje y el del procesamiento de la
utopía andina. Garcilaso fue mestizo e hijo natural, aunque
reconocido, y no olvidó su condición de mestizo que
engendra en su obra dolorosas y sorprendentes contradicciones
vitales. Se llama con orgullo indio, usando el
término occidentalizado, cuando bien sabía que en su
pueblo se llamaban runa, que en quechua quiere decir seres humanos,
gente (LV); luchó al servicio del imperio español
contra otros marginados como él, los moriscos; traduce a
León Hebreo con el que comparte la marginalidad de la
otredad racial y el mestizaje cultural, en el uso de cierta
rebeldía (LVI), pero su traducción publicada en 1590,
fue recogida por la Inquisición en 1593. En la misma
inclinación Garcilaso alardea de su mestizaje desde 1586 en
que por primera vez se autodenomina Inca, y pronto lo
incluirá en sus obras, donde coloca las armas de sus dos
linajes, las armas de los Vargas y las de los incas: «Con el escudo el Inca no sólo afirma su
orgullo de ser mestizo, sino que comunica subliminalmente la
realidad de la derrota de su pueblo a manos de los conquistadores
españoles»
(LVII). López-Baralt lee en el
hecho un mestizaje agónico en que la «La figura del mestizo se convierte entonces en
una metáfora para la del traductor como mediador entre dos
lenguas, dos culturas y dos mundos, el Viejo y el Nuevo»
según el análisis de Margarita Zamora.
Tema fundamental
es el de la utopía en la obra del Inca, algo que ha venido
considerándose desde la época de Menéndez
Pelayo, aunque investigaciones más recientes la leen como el
nacimiento de la utopía andina. Ello lleva a la autora a
presentar el paradigma de Moro, en su Utopía de
1516 y a incidir en el ya establecido vínculo entre el Inca
y la traducción italiana de Venecia de 1548 como posible
eslabón, de lo que realiza detallado análisis. Pero
la obra de Garcilaso, y en concreto sus Comentarios
reales, fue fuente para otras utopías en el siglo XVIII
pues el elogio al Tahuantinsuyo implica una crítica a los
españoles. Levantamientos como el de 1742 de Juan Santos
Atahualpa, la sublevación mestiza de José Gabriel
Condorcanqui o Túpac Amaru II en 1780, el indigenismo de
Mariátegui o Arguedas, y aun el movimiento de Sendero
Luminoso podrían ser fenómenos que pueden leerse en
relación con su obra. Claro que en el complejo mundo andino
la investigadora considera con fundamento que «también contienen el germen del
mesianismo tradicional cuya expresión se materializa en el
ciclo del retorno del Inca rey»
(LXIII), es decir el mito
del Inkarrí (Inca-rey) recogido hacia 1950, según el
cual el Inca emergerá del subsuelo y volverá a
reinar, restaurando el tiempo primordial, y cuya primera
versión fue publicada por José María Arguedas
en 1956. López-Baralt utiliza investigaciones previas de su
obra El retorno del Inca rey: mito y profecía en el
mundo andino (1987) para iluminar este aspecto de un mito
mesiánico que se nutre de la muerte de tres Incas y cuyos
esbozos se encuentran en dramas rituales como la tragedia del
fin de Atahualpa, e incluso cuadros y dibujos como los de
Guaman Poma (LXIX), uno de cuyos dibujos es especialmente revisado
para encontrar importantes conexiones con las palabras del Inca en
la Historia general del Perú, claro que en idioma
castellano, cuando Guaman lo vierte en quechua, pero ambos
presentan una relación con este mito del Inkarrí. De
este modo el trabajo de Mercedes López-Baralt resulta de una
completa redondez al iluminar no sólo al autor sino a la
época y a sus interrelaciones con otros textos. En
definitiva una edición en todos los aspectos de
imprescindible referencia.