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El «naturalismo radical»: Eduardo López Bago (y Alejandro Sawa)

Yvan Lissorgues





Para tener una idea más completa de la realidad literaria y cultural del último tercio del siglo XIX, sería preciso subir a contracorriente el cauce labrado por la posteridad para desempolvar y estudiar algunos estratos novelescos sepultados ya en los aluviones del tiempo. No se emprendería la tarea con el propósito de poner en tela de juicio los fallos de la posteridad. Bien sabemos hoy por qué Galdós y Clarín siguen actuales -esté cada día más- bien sabemos por qué siguen interesándonos Emilia Pardo Bazán, Valera, Pereda, Palacio Valdés, Blasco Ibáñez..., también sabemos por qué se alejan de nosotros el Padre Coloma, Picón y otros. Pero no sabemos nada, o casi nada de Zahonero, Romero de Quiñones, Vega Armentero, Sánchez Seña, López Bago, Peyrolón, etc. Recientemente, Iris Zavala1 y, sobre todo, Allen Philipps2 consiguieron rescatar a Alejandro Sawa, más por su figura representativa de fin de siglo, que por su obra naturalista, pero es una excepción. Como ha mostrado Jean-François Botrel, es importante para esbozar una historia cultural de la España de la Restauración saber cuántos y qué libros se publicaron durante el período, pero sería preciso también intentar un análisis cualitativo de la totalidad de lo publicado. Tal vez así podríamos calibrar mejor las varias tendencias, los varios niveles que se cobijan bajo la denominación bastante vaga de realismo. Tal vez veríamos mejor cómo se yuxtaponen o se mezclan costumbrismos, descripciones realistas, romanticismos, idealismos, naturalismos, rasgos folletinescos... Podríamos determinar con mayor exactitud lo que significan esos epígrafes de novela de costumbres, novela política, novela social, novela médicosocial, estampados en las portadas. También habría que rescatar y analizar la producción novelística que el sector tradicionalista lanza en la batalla a partir de los años 1875-1880 para contrarrestar el avance de «las nuevas ideas», tan peligrosas para el buen equilibrio de las almas y de la sociedad.

La obra de Eduardo López Bago ofrece un ejemplo significativo de tal tipo de investigación, que no carece de interés, ya que permite descubrir la presencia en España de un naturalismo ofensivo, que se denomina a sí mismo naturalismo radical o naturalismo de barricada, y que puede considerarse como la plasmación literaria de aquel positivismo agresivo que a partir de los años ochenta, ataca, escalpelo y pluma en ristre, e invocando los santos nombres de ciencia y naturaleza, todo lo que, a sus ojos, es falsificación social o humana. Considerada desde este ángulo, la obra de López Bago (a la que habría que añadir los relatos naturalistas de Alejandro Sawa, La mujer de todo el mundo (1885), Crimen legal (1886), Noche (1888), Criadero de curas (1888), y algunas novelas de Remigio Vega Armentero3 y Enrique Sánchez Seña)4 merece la atención del investigador.

De la vida de Eduardo López Bago sabemos muy poco. Los contemporáneos, Clarín5, A. Sawa, Rubén Darío6, y Pío Baroja7 nos proporcionan algunos datos puntuales o dan algunos breves juicios críticos sobre el hombre y su obra. Federico Sáinz de Roble, en el tomo II de Ensayo de un diccionario de la literatura española, consigue dedicarle media página, de la que sacamos que nuestro autor nació en 1855 y murió en Alicante en 1931, que estudió medicina en Madrid y colaboró en varios periódicos y revistas literarias. Pattison, Mercedes Etreros y Allen Philipps en sus respectivos y conocidos estudios intentan, de pasada, caracterizar y enjuiciar el naturalismo de López Bago y A. Sawa. Más recientemente, Miguel Ángel Lozano Marco8, en la presentación de un «texto olvidado de A. Sawa», estudia de manera pertinente el naturalismo radical de López Bago y de A. Sawa a partir de tres obras de aquél: La prostituta, La pálida, La buscona.

Del conjunto, podemos sacar algunos pocos datos biobibliográficos que (aparte los que recoge M. Á. Lozano Marco) no siempre pueden aceptarse sin previo examen. Queda pues asentado que nuestro autor nació en 1855 (pero ¿dónde?) y murió en 1931 en Alicante. Es casi seguro que estudió medicina pero no sabemos a punto fijo si en Madrid. Fue periodista político y literario durante algunos años y colaboró en El parlamento, La revista contemporánea y La reforma, según afirmación de A. Sawa, y también, como revela él mismo, en La correspondencia ilustrada9. Se alude a menudo a un viaje de varios años por la América Hispánica, pero se adelantan fechas contradictorias.

Afortunadamente, y a falta de otros documentos, tenemos los numerosos Apéndices que el escritor suele colocar al final de casi todas sus novelas, y en las que expone su concepción de la literatura, se desahoga y lanza imprecaciones contra la Justicia, los políticos (conservadores), los escritores idealistas y románticos, los críticos académicos, etc., etc. También, de paso, suelta algunos datos biográficos que aclaran ciertos aspectos de su itinerario.

Publicó su primera novela, ya «escandalosa»10, Los amores, obra entretenida, en 1876, a los veintiún años y en Sevilla. De aquí, la hipótesis de que era un sevillano que se trasladó, todavía joven a la Corte. De su experiencia periodística madrileña sacó en 1884 su primera novela El periodista, primer y único título conocido de una serie que pensaba titular Cuadros de la vida política. Poco después, emprendió «la campaña naturalista» con la redacción de La prostituta. Ésta se publicó también en 1884 y levantó en seguida un tremendo escándalo que, de golpe, hizo popular a López Bago, considerado por el sector más progresista como el «temperamento más heroico de la época», según palabras de A. Sawa. La obra fue denunciada por el ministerio público y sometido su autor a un proceso criminal, por escándalo, ataque a la moral, a la decencia pública y a las buenas costumbres. Pero alcanzó, en 1885, el sobreseimiento libre en el Tribunal Supremo, cuya sentencia fue siempre considerada por el autor como una victoria de la «libertad del libro»11. Es de suponer que después de publicar El periodista y La prostituta, abandonó el periodismo para dedicarse enteramente a escribir novelas y no dejó de esgrimir, por lo menos hasta 1895, su título de literato de profesión para manifestar su desprecio a los aficionados, los Valera, Alarcón, Núñez de Arce, «políticos o diplomáticos que se dedican a la literatura»12. Además, afirmar que vive «fieramente» (como escribe) de lo que produce la venta de su trabajo, viene a decir que las novelas naturalistas se venden bien y que, desde luego, la «buena causa» progresa.

En 1895, en el Apéndice de El separatista dice que vuelve a España «después de siete años de emigración voluntaria y viajes por las repúblicas hispanoamericanas». Salió pues en 1888, probablemente rumbo a Buenos Aires, donde publicó la primera novela de la serie La trata de blancos, Carne importada (Costumbres de Buenos Aires), en 1891 o 1892, ya que en la Advertencia final, alude a la muerte de «su ex-amigo, Pedro Antonio de Alarcón, ocurrida en España» y «le parece conveniente felicitar a Leopoldo Alas por Su único hijo, novela naturalista» (sic). Ahora bien, de la reseña de las novelas publicadas por López Bago13, que aparece al final de la primera edición (la única conocida) de Carne importada se deduce que, de 1884 a 1888, nuestro autor dio a luz las tres series de La prostituta (4 novelas), de El cura (3 novelas), de La señora de López (3 novelas) y las cuatro novelas sueltas (o sin continuación): El periodista, El preso, Luis Martínez, el Espada, Carne de nobles y la traducción de Safo de Alfonso Daudet.

En último término, esa ímproba tarea de investigación biobibliográfica permite afirmar que de 1884 a 1895, nuestro autor publicó:

  1. Dos novelas de costumbres: El periodista (costumbres políticas), 1884, primera novela de una serie que no tuvo continuación; Luis Martínez, El Espada (En la plaza), La torería, novela social, 1886, primera parte. La segunda, En la sociedad, aunque anunciada, no se publicó.
  2. Dos novelas de costumbres, subtituladas médicosociales: Carne importada, Costumbres de Buenos Aires, 1891, primera novela de la serie La trata de blancos. La segunda, Un vencido, anunciada en prensa al final de Carne importada, no aparece en ninguna parte; El separatista, 1895 (costumbres de La Habana), primera y única novela publicada de una tetralogía anunciada. Las demás, El bandolero, La gente de color, El gobernador General no se escribieron, pues la evolución de la guerra en Cuba dio al traste con todas las certidumbres planeadas en la primera.
  3. Doce novelas médicosociales escritas y publicadas en Madrid entre 1884 y 1888.
  4. Hay que añadir una novela social, Los asesinos, s. a.14, publicada en Madrid (Juan Muñoz y Cía.). Es una enorme obra en dos tomos de mil páginas cada uno, primorosamente adornada con una serie de acuarelas intercaladas. Este novelón combina todos los ingredientes folletinescos (hijos del pueblo arrastrados en una cascada de aventuras inverosímiles en mancebías, sociedades secretas...) con los temas de moda del naturalismo (bestia humana, prostitución...).
  5. En la lista de «Libros recibidos» de El Motín del 2 de septiembre de 1888 se anuncia la reciente publicación de «¡Esto no es un hombre!, novelita de López Bago, Biblioteca Demi-Monde, un tomo en 80».

Hay que subrayar, pues, que con catorce (o quince) novelas en cuatro años (de 1884 a 1888), Eduardo López Bago, bien merece el elogio admirativo de «prolífico autor» que le tributaron varios contemporáneos, a no ser que merezca el irónico y despreciativo título de grafómano que, sin nombrar a nadie, otorga Clarín a esos naturalistas que «publican libros y más libros, llenos de hechos sorprendidos de la realidad» y «cargados de apuntes por todas partes; viajan mucho y recogen tronchos de verdura en los mercados de hortalizas para copiarlos en casa, del natural»15. Efectivamente, si damos crédito a sus propias palabras, hay que concluir que López Bago es un autor verdaderamente «fulminante». En el Apéndice de El separatista confiesa que llegó a La Habana a finales de enero de 1895, empezó a escribir la novela en marzo, y se publicó el libro en mayo. Y lo confiesa para poder exclamar con energía: «Así acostumbramos a escribir los que de esta profesión vivimos en España».

*  *  *

López Bago escribe mucho y de prisa; es, como se califica a sí mismo, un «obrero de la pluma» que vive de su trabajo. Pero es de observar que la publicación de cada novela levanta una polvareda de escándalo y todo pasa como si nuestro autor se apresurara por asestar tiros contra cuanto le parece lacra social o humana: «la inútil aristocracia», «la burguesía nociva», «el absurdo clero»16,16la prostitución, la lujuria, la codicia, la miseria y sobre todo la bestia humana. Efectivamente, a partir de 1884, un valiente escuadrón compuesto por varios «temperamentos», López Bago, A. Sawa, Vega Armentero, Sánchez Seña, etc. sale a la palestra desde el frente ofensivo abierto desde algunos años por El Motín, Las dominiciales del libre pensamiento y mantenido por la informal coalición de cierto progresismo y del positivismo anticlerical. Los «nuevos combatientes» eligen el campo literario y su bandera es lo que ellos mismos llaman «naturalismo radical» o «naturalismo de barricada». Entre ellos, según calificación de A. Sawa, López Bago es «el campeón», «el temperamento más heroico de la época»17. Nuestro autor, por su parte, tiene muy alta conciencia de su papel de soldado del «irresistible movimiento literario de Europa»18, pues con La prostituta, él inició la campaña, levantando la «barricada naturalista». En el discurso desarrollado en los varios Apéndices de López Bago, en el texto crítico «Impresiones de un lector» de Sawa, como en los «Anuncios bibliográficos» de El Motín abundan esas violentas declaraciones metafóricas de beligerancia que manejan el naturalismo como si fuera un arma de combate ideológico.

Para comprender que hubiese podido desarrollarse en España, durante cierto tiempo, un «naturalismo radical» sería preciso situarlo en el contexto histórico y estudiar todas las manifestaciones que patentizan la ruptura profunda que se produjo en la sociedad y en las mentalidades a partir de la conmoción del sexenio revolucionario. La restauración de la monarquía es una vuelta al orden, pero no es el restablecimiento del antiguo régimen catolicoaristocrático. Por debajo, las fuerzas liberales y progresistas siguen ganando terreno. No se trata, ni mucho menos, de un frente ideológico unido, sino de una yuxtaposición de elementos que, cada uno a su manera y según su propia posición, tienden a subvertir lo establecido. Desde el punto de vista del tradicionalismo, y aun del conservadurismo, la reivindicación del libre examen, la difusión del ideal institucionista, la propagación del positivismo, son peligrosas manifestaciones de una «modernidad» amenazante. Sobre todo, entre los intelectuales de clase media, se afirma la conciencia de que constituyen la avanzada en la lucha por una renovación de la sociedad española.

Así es como la literatura viene a ser un combate, según la conocida expresión de Clarín. Pero, Galdós, Clarín, la Pardo Bazán, etc., conservan siempre una alta concepción del arte novelesco, concepción que les permite discernir en el naturalismo teórico de Zola lo que puede ser enriquecimiento, y rechazar lo que les parece mero discurso ideológico, extraño al arte. Henri Mitterand acaba de sugerir que Zola novelista es un naturalista relativamente inconsecuente, en la medida en que se otorga en el momento de la creación una libertad de imaginación de la que hace caso omiso en sus escritos teóricos.

Pues bien, López Bago quiere ser un naturalista rigurosamente consecuente. Esgrime como dogmas intangibles los preceptos teóricos de Zola y saca de ellos las últimas consecuencias. Lo único importante en la novela es la verdad, y la mejor novela es la que se acerca más a la reproducción fotográfica de la realidad. Por lo demás, añade el paladín de la nueva escuela, las obras del naturalismo son impropiamente llamadas novelas «porque no tienen nuestras obras el carácter de obras de amenidad sino de estudio»19. El estilo no es fundamental. El estilo inimitable de Alarcón, Selgas, Valera es tan sólo un ropaje retórico para disfrazar falsedades. La novela bonita, por ejemplo La pródiga, El escándalo, Pepita Jiménez, El doctor Faustino, etc., es novela falsa, donde los buenos se casan al final, y cuya moral se parece a un marbete puesto en «un frasco en venta en todas las perfumerías». Esos libros de boudoir, añade nuestro crítico, presentan a personajes que son atildados figurines de la Moda Elegante, cuando no son como los de Valera, «autómatas de ventrílocuo»20.

Incluso como mentor de la nueva escuela, o como capitán del nuevo batallón, el autor de La prostituta se cree obligado a enmendarle la plana al fogoso «nuevo combatiente» Alejandro Sawa, pues el estilo de su primera novela naturalista, Crimen legal, está «cargado de inutilidades», meros embelecos que proceden de la casa romántica. Esas «genialidades» estorban al luchador de las «nuevas banderas»21. Hay que acostumbrar a los lectores a no hacer diferencia entre la obra literaria y la vida; por eso, los personajes deben hablar como se habla en la calle. En Carne importada (costumbres de Buenos Aires) y en El separatista, los argentinos y los cubanos hablan como se habla en su patria y el novelista da las explicaciones necesarias a pie de página. Para López Bago, no tiene razón Galdós cuando en Torquemada y San Pedro, pone en boca de su personaje reticencias del tipo ancajo, zancajo, recuajo... cuando en la calle se dice: ¡carajo!22 Cuidado, pues, «con las afeminaciones a que nos quiere llevar la escuela idealista o la escuela romántica!»23.

Así que la única belleza es la de la verdad y la mejor novela naturalista es la que pinta las cosas «sin las galanuras retóricas del talento literario» porque bastan «las sanas desnudeces de la verdad»24.

Pero ¿cuál es la verdad?, o mejor ¿qué verdades nos muestran las novelas de López Bago y de Alejandro Sawa? Todas las novelas médicosociales llevan como epígrafe la famosa frase de Claude Bernard: «La moral moderna consiste en buscar las causas de los males sociales, analizándolos y sometiéndolos al experimento». López Bago, hombre serio y convencido, aplica al pie de la letra el precepto del experimentalista francés. Su obra novelesca muestra que efectivamente ha buscado los males humanos y sociales, los ha analizado a partir de sus propios conocimientos y después ha armado una construcción novelesca con relato y descripciones para dar cuenta del dato humano o social estudiado. La primera consecuencia es que la noción de personaje se ve sustituida por la idea de temperamento: la literatura se «medicaliza» (si vale el neologismo). La segunda, es que sólo los males sociales o humanos son objeto de atención. Así, sólo se ve en la sociedad y sólo aparece en la novela la parte enferma. Sería preciso reseñar todas las «enfermedades» medicinadas en el conjunto de la obra. En tan corto espacio no es posible dar cuenta de todas las fichas hospitalarias o criminales que se explotan en las varias tetralogías o trilogías que se disparan de 1884 a 1895. Pero A. Sawa, en «Impresiones de un lector» publicado en el Apéndice de El cura, nos proporciona una sugestiva visión de conjunto de la sociedad estudiada por López Bago en La prostituta y La pálida. Esta sociedad

[...] es fea, esencialmente fea, monstruosa y huele más al pus a los desinfectantes de las salas clínicas que al aroma de los campos [...] ¡Ah! El crimen es realidad; la navaja goteando sangre es realidad también; la madre que vende a su hija, el esposo que vende a su mujer, el pensador que vende a su conciencia, las ansias del borracho, los ayes del sifilítico, las agudas estridencias de la virginidad desgarrada, la imbecilidad del que hereda de sus padres malos humores [...]; el temperamento sexual, priápico, que se retuerce desesperadamente como si estuviera encadenado [...]; la sangre viciosa, emporcada, sucia, miserable, que arroja al cerebro [...] cuanta porquería arrastra consigo [...]25.



Es de notar que Sawa no acepta una visión tan exclusivamente negativa de la vida. Concede que el mal es una realidad, pero añade que lo es también «la naturaleza, toda la naturaleza bruta, tan opulenta, tan espléndida de perfecciones». «La realidad es lo feo y lo bonito combinados».26

De hecho, el mundo novelesco de Sawa es mucho más «equilibrado». Hay en él temperamentos regidos por un implacable determinismo atávico (Ricardo de Crimen legal es el brutal resurgimiento, en la segunda generación, de los malos instintos de su abuelo y, como éste, es «carne de horca»), hay bestias humanas porque sí, sin explicaciones, como el cura Gregorio de Noche, hay muchos casos de semiidiotez (como don Francisco de Noche, embrutecido además por las costumbres católicas), etc. Pero hay también personajes matizados y vistos por dentro que experimentan sentimientos auténticos y sienten confusamente la poesía de las cosas. Es el caso de Juan, el padre del malvado Ricardo, «uno de los pocos personajes que merecen ser calificados de buenos en toda la galería», según Alien Philipps27, o de Carmen, la joven prostituta, sensible y afectuosa, de Declaración de un vencido (1887).

Varias veces, ocurre también que el médico López Bago quiere demostrar algo y arma un experimento a partir de una especie de hipótesis.

El voto de castidad a que está sometido el cura es antinatural. El postulado «científico» lleva a la hipótesis: ¿puede haber sacerdote casto? Y nuestro sabio prepara cuidadosamente una experiencia. He aquí un joven que acaba de salir del seminario con el cerebro perfectamente pertrechado con preceptos, dogmas, y buenos trozos de Biblia. Es inteligente y sabe lo que es el pecado. Pero tiene un temperamento fuerte, sanguíneo, y vive en Madrid con su joven hermana, de «naturaleza prepotente», otro temperamento sanguíneo. ¿Qué puede pasar? Se entabla en el joven una lucha titánica entre las oscuras y violentas fuerzas de abajo y los artificiales preceptos que lleva en la mente. Vence la naturaleza, como es natural. Y nuestro autor concluye que la demostración está clara: el celibato eclesiástico es una aberración que puede originar graves estragos (los que se analizan en las otras novelas de la serie: El confesionario [sauriasis] y La monja). El único remedio es el concubinato: «Todo sacerdote que tiene manceba irá en contra de lo decretado por la Iglesia, pero es en aquella parte en que la Iglesia decreta la guerra a la sociedad y a la familia, menosprecia lo infalible de la ciencia y ataca a la razón natural»28. Puede que tenga razón nuestro autor, pero la «demostración» estriba en una peligrosa confusión entre ficción y experimentación, porque «experimentando» así se puede demostrar cualquier cosa y lo contrario. En las novelas del naturalismo radical, es lo que pasa a menudo, por no decir casi siempre.

¿Puede llegar a ser feliz una joven honrada y buena, en el fondo, pero que es hija de una buscona de ministros? La experimentación a que se somete el caso en La desposada muestra que no, que no es posible. El separatismo cubano es una enfermedad del temperamento isleño, producto de una compleja mezcla de razas. Bien lo muestra la novela y como ésta es mera expresión de hechos, expuestos «con inexorable indiferencia de opinión»29, colorín colorado.

Parece mentira. La fe del autor en su ciencia le lleva a esas aberrantes confusiones entre literatura y ciencia. Y aun habría que ver de qué ciencia se trata.

Sin embargo, la intención es buena. La novela naturalista es algo muy serio ya que tiende a abrir los ojos a los lectores. «¡Qué humanitario, qué digno, apartar a la juventud de los escollos de la vida!»30, exclama, Luis Albareda, un turiferario de López Bago, en el Apéndice de La desposada. Esas páginas del señor Albareda son a veces un espeluznante poema épico en salsa de Lombroso: «No hay medio de corregir los vicios sin que el vicioso sufra algún castigo»31. He aquí otra cita, cómica ésta, si se quiere: la novela naturalista «sale a la calle y con la frente serena y la celada sobre la penachuda cimera, cuantas veces ve pasar a un bribón o a una ramera sin cartilla, toma un puñado de lodo y lo arroja sin piedad ni compasión sobre aquellos que lo merecen»32.

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Para López Bago (y también para Sawa pero en éste de manera no tan exclusiva) los únicos criterios referenciales para estudiar la realidad son la naturaleza y la ciencia. Pero ¿qué es la naturaleza? Y ¿de qué ciencia se trata?

Del conjunto de la obra de López Bago, se deduce una clara concepción mecanicista tanto del hombre como de la ciencia. La naturaleza humana, como enseña un positivismo rastrero, es un conjunto compuesto por un cerebro, cuya función es secretar ideas, y por un organismo. En general, lo que rige ese conjunto llamado hombre son las leyes que gobiernan el organismo. «Luis Martínez era uno de esos hombres que son hombres solamente pensadores, cuando no sienten o desean porque sus sentimientos o sus deseos avivados tienen fuerza tal que lo arrollan todo»33. Incluso en los personajes más equilibrados y hasta cultos como este mismo Luis Martínez, el Espada (cuyo modelo es, sin lugar a dudas, Luis Mazzantini, el torero que llegó a ser gobernador de Guadalajara y de Ávila), o el joven amante de Rosita Pérez, Miguel Loitia, en quien «cariño y bondad tenían en su espíritu la medida de lo humano»34, o Lico Godinez de El separatista que piensa bien porque tiene las mismas ideas que el autor, todos, cuando lo exige el organismo se convierten en bestias humanas. Valga sólo una cita:

[...] ¡Lujuria! [...] Una gran cosa si no embruteciera. Niegúese al hombre lo que pide, y le veréis llegar por gradaciones del instinto, hasta el punto que llegan los licántropos. Sentir deseos de aullar como un lobo hambriento y ponerse en cuatro pies. Veréis la bestia35.



Excusado es decir que todos los curas en el universo de López Bago, como en el de A. Sawa, son bestias humanas ensotanadas. Así el padre Lasoga, especie de monstruo lascivo y violento que es socio de la Botica, asociación secreta de sifilíticos (La pálida), o el cura de Noche de Sawa, ese don Gregorio que aprovecha el confesionario para pervertir a las jóvenes bonitas e inocentes, como Lola, y en el momento oportuno se echa sobre su presa: «De un salto, el chacal, el sacerdote, aquella hiena, se había apoderado de la joven, la había rodeado la cintura con una de las patas delanteras [...]»36.

En cuanto al pueblo, mera acumulación de organismos, sólo le merece desprecio a López Bago: «El pueblo entero jamás fue sensato ni en Cuba ni en otra parte»37. El público es siempre brutal y grosero y hay que satisfacer sus bajos instintos dándole el espectáculo de las corridas38. La contemplación del peligro le es necesaria al hombre y «más grosera es la naturaleza humana» más «necesarios son para ella esos estremecimientos del sistema nervioso»39. Lo mejor sería, pues, aplicar en grande y sin contemplaciones la teoría de Lombroso: ya que la humanidad se reduce a «una gran cantidad de carne [...] sería obra de misericordia quitarla] de en medio»40. ¡La solución final para los malos a fin de que los pocos buenos que cojean puedan redimirse de su cojera!

Parece caricatura grotesca, pero no lo es. López Bago es un autor muy serio, un hombre al parecer totalmente refractario al humor. Además, tiene absoluta fe en su ciencia. Esa ciencia tiene explicación positiva para todo: «Obedece la naturaleza a leyes invariables y los sentimientos lo mismo». Así se explica el amor entre Luis y María personajes de El periodista: «sucedió lo que sucede en el mundo físico cuando se encuentran dos átomos. Hubo atracción mutua y unión [...] pero unión forzosa, inevitable, que sigue los mandatos de las leyes naturales»41. ¿Qué es el separatismo en Cuba por los años de 1895? Un sueño, «una enfermedad que producen el sol y el aire, las flores con sus embriagadores perfumes y las mujeres con su incitante hermosura»42. En los que viven en la isla, se juntan «la impureza mulata, la lujuria africana, los amargos dejos de la esclavitud que no era ya, pero que había sido»43. Es evidente que para López Bago, hay razas superiores y razas inferiores como reza el positivismo de entonces... y el de ahora. Y no deja de citar a Gustave Le Bon que explica las insurrecciones con que tuvo que luchar Francia en Oriente por «el error que cometió llevando las reformas más liberales y las ideas más modernas de Europa a pueblos destinados a la inmovilidad asiática»44.

Finalmente, y para abreviar, la obra de López Bago es cifra y compendio de todas las ideas pretendidamente científicas propagadas por un positivismo cerrado y agresivo, tan exclusivo, y por eso tan peligroso, como cualquier fanatismo. Desde tal punto de vista es ejemplar la novelística de López Bago.

Porque efectivamente se trata de literatura, casi lo habíamos olvidado, y planteamos en el último momento la pregunta que había de ser tal vez la primera: ¿Cómo consigue el médico social López Bago construir un mundo novelesco?

Cuando se pretende licenciar la imaginación re-creadora, la que penetra en el objeto literario para informarle desde dentro, hay que acudir, como puntales necesarios, a sucedáneos meramente exteriores, que en el caso de nuestro autor proceden del costumbrismo o del folletín. Hay numerosas páginas costumbristas, y algunas acertadas, como por ejemplo la pintura de la vida de los toreros en Luis Martínez, El Espada (antecedente en muchos puntos de Sangre y arena) o la descripción de un trasatlántico que lleva a Argentina un contingente de desgraciados de España «que se han dejado seducir por las promesas halagüeñas de los agentes de inmigración»45 o la descripción de las calles de Buenos Aires (Carne importada). Para dar idea del efectismo folletinesco que hace las veces de argumento, basta evocar al devotísimo y sifilítico marqués de Villaperdida, propietario de cuarenta burdeles que explota escrupulosamente para enviar las ganancias al Vaticano. Se introduce, de noche, por falsas puertas, en la mancebía y después regresa a su estrafalario palacio para ponerse en manos de su confesor y de su médico46.

Excusado es decir que casi siempre habla un narrador superomnisciente, movido por absolutas certidumbres, lo que no le impide establecer contacto con el lector (como en el folletín), de manera artificial con frases del tipo: «(Nuestra imparcialidad de cronista...», «Ahora, hay que explicar cómo...», «aunque tarea difícil para mí explicar eso...». El narrador se confunde siempre con el autor y la seriedad de éste impide cualquier distancia irónica o humorística con respecto a lo narrado, y son frecuentes los comentarios, los juicios, cuando no las imprecaciones. Muy contadas veces se asoma el narrador-autor a la vida interior de sus personajes (en general, más temperamentos que personajes); pero cuando ocurre, cuando consigue hablar desde casi dentro, entonces se aproxima a la verdadera dimensión humana. Es también el caso de Sawa que, cuando no sigue la línea del recto determinismo roza las borrosas honduras del ser. Lo más logrado, creo, en el mundo novelesco de López Bago, es la historia y la pintura de la familia Pérez. En La pálida, los prejuicios de la clase media, ese «quiero y no puedo» que precipita en el vicio a la hija, Rosita, resulta bien observado. Hasta, en las otras novelas de la serie, La buscona y La querida, Rosita llega a ser un personaje patético al revelarse sinceramente enamorada cuando ya se sabe socialmente condenada por buscona. Entonces, el narrador casi está en simpatía con su personaje... Pero eso sucede muy pocas veces.

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En resumen, la obra de López Bago estriba en una serie de confusiones, confusión entre ciencia y literatura, confusión entre ciencia y dogmatismo positivista, confusión sobre la literatura a la que se niega, por tomar la doctrina al pie de la letra, todo lo que hace su especificidad.

Además, a López Bago le faltó tiempo para penetrar en las cosas, le faltó distancia humorística, y tal vez le faltó todo eso porque le sobraba teoría y le sobraba buena intención.

Clarín la emprende, en 1889, con los «naturalistas de portal», los «attachés del realismo», los «naturalistas de misa y olla», los «naturalistas de escalera abajo».

Para ellos [escribe] no hace falta saber inventar; la imaginación sobra; la inspiración es un mito de la psicología vulgar, el genio, una farsa, el verdadero genio es la paciencia; la musa, la asiduidad en el trabajo. Combinad esas dos ideas con un poco de positivismo de boticario o de orador de sección y saldrá un revulsivo infalible [...]. La culpa de todo ello no la tiene Zola, es claro, sino la vanidad y la ignorancia de los que se ponen a escribir prescindiendo de un requisito indispensable: el ingenio. Porque sin ingenio, señores, no hay nada47.



Y además, la obra de Eduardo López Bago (y de otros autores) puede verse, desde hoy, y guardando las proporciones, como la manifestación de otra forma de fanatismo, como la representación de una especie de integrismo positivista, extraviado en la literatura y casi tan corto, tan cerrado y tan exclusivo como el otro, el integrismo católico. La verdad es que se parecen en varios puntos: los dos se aferran a una verdad absoluta (y siempre es peligroso), los dos quieren moralizar, pero cortando por lo sano.





 
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