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71

¡Oportuna reflexión de Periquillo! Algunos equivocan las ideas de la hombría de bien con las del lujo y del dinero, y en su concepto esta palabra hombre de bien, equivale a rico o semi-rico, así como la de pobre la juzgan limosna de pícaro, de manera que según estos falsos principios no es mucho que deduzcan unos disparates como éstos: Pedro es rico, tiene dinero, anda decente; luego es hombre de bien. Juan es pobre, no tiene destino, anda trapiento; luego es un pícaro. ¡Consecuencias absurdas e ideas torpísimas que no debían tener lugar en el entendimiento de los hombres! Si una conducta arreglada a la sana moral es el testimonio más seguro que califica la verdadera hombría de bien, ¿quién duda que ésta muchas veces se observa en los pobres, así como suele faltar en los que no lo son? Evidente prueba de que el brillo o la opacidad de la persona no son termómetros seguros para graduar el carácter de los hombres. Es verdad que el relumbrón o la miseria son muchas veces el premio o castigo de nuestro buen o mal proceder; pero esta observación padece tantas excepciones que no se puede adoptar como regla infalible.

 

72

En el prólogo del Febrero ilustrado se hallan citadas las respectivas leyes.

 

73

Es imposible ejercer los escribanos su oficio, dice don Marcos Gutiérrez en el lugar citado, sin saber mucho de Jurisprudencia; pues de lo contrario forzosamente han de cometer infinitos absurdos que originen costosos e interminables litigios, y de que sean víctimas innumerables ciudadanos en sus bienes y derechos.

 

74

Aliaga en su Espejo de Escribanos, tom. 2, cap. 1, cláus. 13, fol. 62.

 

75

En aquella época sólo la gente muy infeliz carecía de ropa más decente o aseada para salir a la calle, y así es que por desnudarse se entendía quitarse esa ropa y quedarse con la de dentro de casa. E.

 

76

Por comedirse, y con más frecuencia acomedirse, se entiende vulgarmente prestarse con voluntad y gusto a ayudar a otros en sus trabajos y quehaceres, o desempeñarlos por ellos. E.

 

77

No podía ladrar y así sólo gemía.

 

78

En el día con gran dolor vemos lo poco usado de esta loable práctica de recibir aprendices con escritura; pero cuando estaba en uso se recibían los aprendices bajo las obligaciones y condiciones siguientes: el maestro se obligaba a enseñar al aprendiz su oficio sin ocultarle nada, dentro de un tiempo determinado, que regularmente eran cuatro años, pudiendo a este efecto castigarle con prudencia y moderación sin herirlo ni lastimarlo gravemente; a darle alimentos, ropa limpia y cama; a que si no estuvo hábil en el dicho tiempo, pagar a otro maestro de la misma profesión o arte el trabajo de enseñarlo; y si esto no quería, a tener en su casa al aprendiz en clase de oficial pagándole salario de tal todos los días. El otorgante, padre, pariente, etc., del aprendiz se obligaba a que éste había de servir dicho tiempo no sólo en lo concerniente al oficio, sino en lo que se le ofreciera a su maestro, siendo cosa decente y no impidiéndole el tiempo de aprender. Éstas y otras condiciones igualmente justas pueden verse en el Febrero, ilustrado por don Marcos Gutiérrez, part. I, tom. 2, cap. 26.

 

79

Tatita, diminutivo de Tata, que entre la gente vulgar sustituye al nombre de padre, como el de nana al de madre, así como entre la gente decente se dice: Papá, Mamá. E.

 

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Esta voz es en castellano sinónima de chinela, pero entre nosotros significa el zapato que, por viejo o de intento, tiene doblado para adentro el talón, con cuyo motivo hace un ruido desagradable al andar con él. E.