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El poder de la ficción: «Sombras nada más» de Sergio Ramírez

Nicasio Urbina





Sombras nada más (México: Alfaguara, 2002) la novela más reciente de Sergio Ramírez Mercado (Masatepe, 1942) nos transporta a julio de 1979, fecha paradigmática de la reciente historia de Nicaragua, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle. Con esta novela Ramírez reafirma su persistente interés en los múltiples pliegues del poder. En varios artículos míos sobre Margarita, está linda la mar (México: Alfaguara, 1998) he sostenido que el tema de esa novela es la muerte de la autoridad, la autoridad intelectual (Darío) y la autoridad política (Somoza García).

Sombras nada más se proyecta como una indagación magistral sobre los juegos de poder, la adquisición y la pérdida de poder, la manipulación y la percepción del poder, tal y como el autor lo afirma en una entrevista reciente con Jorge Boccanera, publicada en Brecha. Sombras es una novela que nos enfrenta, con maestría y arte, a las intricadas manipulaciones de la verdad y el poder, a las representaciones de la verdad, a los efectos que los discursos tienen sobre las verdades, y los efectos de poder que estas producen. Michel Foucault, el filósofo que mejor ha entendido y explicado los mecanismos del poder, nos enseña que los actos de poder están presentes en casi todas y cada una de las manifestaciones de la vida, y que sus dispositivos se articulan directamente en el cuerpo (Histoire de la sexualité, I: V). La lectura de Sombras nada más, nos demuestra que Foucault estaba en lo cierto, ya que las correlaciones que se dan en la novela entre manifestaciones de poder y representaciones del cuerpo, aunque no son directas y automáticas, sí presentan una correlación significativa e importante. Alirio Martinica en su celda, amarradas las muñecas con alambres, o esposado a la reja. Los campesinos de Santa Lorena esposados al excusado tragando pestilencia, los sandinistas torturados, la camisa ensangrentada de Somoza. En fin, toda una serie de violencias que inciden directamente en el cuerpo, y que sirven como significantes de un poder invisible pero indispensable, adictivo.

Los recursos narrativos que Ramírez utiliza en Sombras nada más son muy similares a los de sus novelas anteriores, y el lector asiduo a sus obras se encontrará con las mismas preferencias que han marcado sus libros anteriores. El perspectivismo múltiple que tiene su mejor exponente en ¿Te dio miedo la sangre? (1977), el uso del discurso legal cuyo epítome encontramos en Castigo Divino (1988), y la narración literativa cuyo mejor ejemplo sea quizás Un baile de máscaras (1995). Autor realista por antonomasia, Sergio Ramírez maneja los recursos narrativos con la certeza de que la ilusión de la novela se basa en la construcción de un mundo que es al mismo tiempo verosímil y fiel a la realidad, así como imaginario, especular, ambiguo. Desde la primera página los lectores nos enfrentamos a los problemas de la percepción: «La costa le pareció como nunca un páramo sin fin... el ronquido de las olas cada vez menos perceptible porque el mar seguía alejándose [...] el maletín cada vez más pesado...» (13). A pesar de los numerosos elementos que nos obligan a identificar la historia con eventos ocurridos realmente, con nombre y apellido en la historia de Nicaragua, la novela se empeña en mostrarnos todo como una ilusión, como un juego de percepciones, como una ficción. Las sombras atestiguan un poder que se tuvo y que ahora se ha perdido, esas sombras representan semióticamente lo que ya no es, lo que ya no está. Sombras que en su oscuridad, en su penumbra, nos engañan y nos hacen ver lo que no es, lo que nosotros queremos ver. He ahí la rica ambigüedad de la metáfora: sugerir algo que deseamos pero que no es, representar algo que dejó de ser, y que anhelamos con fruición.

El juego de sombras y la ambigüedad que permea toda la novela es evidente en las últimas páginas, donde Ramírez problematiza la ficción en un epílogo que titula «Sobre los documentos que auxilian a este libro». El carácter documental de esas declaraciones, de esos documentos, privilegian la realidad histórica por encima de la ficción novelesca, pretenden darle valor de autenticidad a la novela, hacer historia. Pero en un gesto de vintroliquismo, la última frase, apela a las razones del novelista que sobrepasan a las razones de la historia (419). Es así como una vez más, Sergio Ramírez logra construir un castillo fuertemente armado, para al final tirar de la alfombra bajo nuestros pies, y dejarnos suspendidos en el aire, flotando en la indecisión, en la duda, en el limbo que se abre entre el poder y la duda.





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