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El árbol de los sueños. [Presentación]

Fernando Alonso



En 1991, después de un descanso de dos años, comencé a escribir El árbol de los sueños. Se trataba de una serie de historias que tenían una unidad temática: en todas ellas el protagonista era un árbol.





Aquella unidad temática cobró cada vez mayor importancia; tanta, que llegó a crear un protagonista: Huvez, un autor que, como yo, trataba de escribir un libro. Yo había experimentado anteriormente la fuerza que puede desarrollar un personaje para vivir su propia vida al margen de los proyectos iniciales del autor. Por eso, le dejé vivir en libertad dentro de mi libro.

Pero Huvez fue tan desleal que se apropió de todas las historias que yo había escrito y las utilizó en su propia obra.

Él estaba escribiendo una novela y no encontraba la forma ni el lenguaje adecuados para escribir sobre cosas tan íntimas como su iniciación en el mundo de los sentimientos, de sus primeros sueños y de sus ilusiones más ocultas.

Entonces, adaptó mis propias historias para que le sirvieran de máscara. Una máscara de árbol, diferente para cada ocasión, tras de la que poder hablar sin avergonzarse de su primer amor, de la aceptación de su propia personalidad o de la búsqueda de la felicidad.

Y para que su ocultación fuera aún mayor, escondió la novela que estaba escribiendo tras la máscara de un libro de cuentos.

Huvez se apropió de mi obra hasta hacerla suya, y por eso, deseo que los lectores le paguen con su misma moneda. Quiero que se apropien de su texto, o del mío, ya no lo sé, y lo conviertan en algo suyo.

Para conseguir adueñarse de una obra hay que acercarse a ella con espíritu libre y creativo. Con la convicción de que, en la relación libro-lector, no es el autor sino el lector quien tiene la última palabra.

Para facilitar a los lectores su trabajo de creación-recreación, les diré que, aunque El árbol de los sueños puede leerse como un libro de cuentos independientes, o relacionados entre sí mediante una estructura circular, en realidad se trata de una novela iniciática. En ella, como en los ritos primitivos de iniciación, encontrarán máscaras y símbolos.

Pero estos elementos no deben condicionar la lectura, sino todo lo contrario, porque las máscaras son intercambiables y los símbolos encierran un caudal inagotable de significados.

Aplicad todos esos símbolos a vuestros propios intereses y, las máscaras, a vuestras propias necesidades. Entonces, El árbol de los sueños ya no será sólo el mío, o el de Huvez, sino que habrá plantado sus raíces en vuestra propia vida.

Espero que este juego de creación-recreación llegue a entusiasmaros tanto que volváis a repetirlo con todos los libros que caigan en vuestras manos.





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