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Libro I

Ríos, Ramírez, Solano y Rojas

     SOLANO.- No hay plazo que no llegue.

     RÍOS.- Por mí se puede decir «ni deuda que no se pague».

     RAMÍREZ.- Bien a mi costa ha llegado éste.

     ROJAS.- Mas por la posta ha llegado este otro.

     RÍOS.- Ojalá nunca llegara, y costárame a mí la vida.

     SOLANO.- ¿El plazo de la ausencia o el término de la ejecución?

     RÍOS.- No soy yo de los hombres que se ahogan en poca agua.

     RAMÍREZ.- ¿De qué manera?

     RÍOS.- Porque siento más el dejar á Sevilla que todo lo que debo en España.

     ROJAS.- No será pequeño el sentimiento.

     RAMÍREZ.- Yo que lo sé, lo juro.

     SOLANO.- Yo que lo imagino, lo callo.

     ROJAS.- Yo que lo pierdo, lo lloro.

     RÍOS.- Yo que lo debo, lo padezco.

     SOLANO.- Per omnia secula seculorum.

     RAMÍREZ.- Ahora, señores, hablemos claro: ¿qué trae Ríos?

     ROJAS.- Aclarádselo vos, compadre, que tenéis la boca a mano.

     SOLANO.- Viene loco.

     ROJAS.- Y con razón, por cierto.

     RAMÍREZ.- Eso no viene a propósito de nuestro camino. Dejemos los ángeles en el cielo, que ése que os ha faltado, perdístesle por no haberle merecido.

     RÍOS.- Yo lo confieso.

     RAMÍREZ.- Por eso está en el otro mundo, gozando del descanso eterno; nosotros vamos por este camino trabajoso, y vos tendréis allá quien procure vuestro remedio.

     RÍOS.- Podré deciros yo agora lo que aquel nuestro amigo que, llevándole a enterrar un niño de dos años y consolándole algunos, diciendo que tendría quien rogase a Dios por él en el cielo, respondió: «no sé si tendrá tanta habilidad».

     RAMÍREZ.- Mejor podréis decir lo que dijo el otro representante llevando a enterrar a su mujer, que preguntándole cómo no iba con ella al entierro, dijo: «Váyase esta vez así, que a otra, yo sé lo que tengo de hacer». Pero dejando esto, Solano, ¿de qué viene tan melancólico?

     SOLANO.- Dejo en Sevilla la mitad de mi pensamiento, y no es justo que a quien tanto he querido, tanto desasosiego, enfermedad y lágrimas me ha costado, y a quien tanta merced me ha hecho, yo sea desagradecido.

     RAMÍREZ.- Razón hay para ello; mas no sé si diga que tenéis mal gusto.

     SOLANO.- ¿Pues qué tenía malo?

     RAMÍREZ.- No más del rostro.

     SOLANO.- ¿Por qué?

     RAMÍREZ.- Porque era gordo.

     SOLANO.- En los gustos no hay disputa.

     RAMÍREZ.- Es verdad; pero eso no era bueno.

     SOLANO.- Señor, yo busco las mujeres que lo sean de tomo y lomo.

     RÍOS.- Así quiero yo el conejo.

     SOLANO.- Para mi gusto han de ser frescas.

     ROJAS.- Eso es bueno para los viejos, que como les falta potencia, se les va todo en manosearlas.

     SOLANO.- Ahora yo digo, que la gorda es fresca de verano y tiene con que abrigarse un hombre en el invierno; tiene qué tomar y qué dejar, y no huesos con que herir. Y la vaca gorda hace la olla, y la gallina y el carnero ha de ser gordo para ser bueno, y yo confieso de mi mal gusto, que en no siendo la mujer abultada, chica y fresca, para mí no es buena.

     ROJAS.- Señor Solano, la flaca baila en la boda, que no la gorda. Yo he hecho de todo experiencia, y digo que la mujer ha de ser alta, flaca y algo descolorida: esto es a mi gusto, que en lo demás no me entremeto, porque no son huesos para necios, ni porfiar en gustos es de hombres cuerdos.

     RÍOS.- La mujer, señores míos, yo para mi traer, ni la quiero flaca que me lastime, ni gorda que me empalague, sino de buena suerte.

     ROJAS.- Ése es tema de bobos, gusto de indianos, o voluntad de hombres recogidos, que por la mayor parte son enfadosos; que como les cuestan sus ducados, y se sirven de terceros, sacan más partidos que jugadores de trucos, pidiéndolas que sean limpias, muchachas, de buenos rostros, chicas de cuerpo, y no muy gordas ni muy flacas; y esto no lo piden por lo que gustan, sino por los dineros que gastan y por parecerles que aciertan.

     RAMÍREZ.- Preguntábanle á un hombre no muy sabio (en un banquete) cómo no comía, y respondió: «No sé qué me tengo de unos días a esta parte que no puedo comer sino los lomos de los conejos o la pechuga de las gallinas».

     SOLANO.- Y era bobo.

     RÍOS.- Y pedía para los mártires.

     RAMÍREZ.- Ése más me parece a mí que era bellaco.

     RÍOS.- Por eso dijo el otro: «Hijo, si fueres cuerdo, para ti planto un majuelo, y si asno para ti planto».

     ROJAS.- Antes me parece a mí que hablaba a bulto, y en eso no era muy discreto. Porque el lomo del conejo, por lo que vale algo es por estar tan pegado al hueso; pero en la pechuga de la gallina se echará de ver su mal gusto.

     RAMÍREZ.- Del mío, confieso que más quisiera el espolón que la pechuga. Porque es la comida muy enfadosa, y en resolución, cualquiera carne de pulpa, aunque sea de un faisán, para mí no es buena si con algún hueso no se disimula; y para echarme a mí de casa no hay sino darme carne gorda, que empalaga más que mujer necia.

     SOLANO.- Pues venid acá, insensato; si os diesen a comer una perdiz, ¿qué habíades de hacer de las pechugas?

     RAMÍREZ.- Comerlas, porque es la perdiz tan buena como la mujer flaca, que después de una vez comida, se han de comer de nuevo todos los huesos de ella.

     SOLANO.- Hija, sé buena; madre, he aquí un clavo.

     RÍOS.- Digo que estamos metidos en gentil disputa; dejemos a cada loco con su tema y volvamos a Sevilla, que desde esta cuesta se divisa alguna pequeña parte de su grandeza, que no es tan poca que no se pueda tratar mucho en su alabanza.

     ROJAS.- La torre es la que se parece.

     RÍOS.- Notable es su altura, y que puedan subir hasta lo alto de ella dos personas juntas a caballo.

     RAMÍREZ.- Es sin duda cierto todo lo que de ella os han dicho, pues vemos claro que en obra, apariencias, ventanaje y campanas es la mejor del suelo. Sin esto, tiene cuarenta columnas de jaspe y mármol y su alcaide, que le vale mucho la renta de ella por año.

     RÍOS.- ¿Y a Giralda, qué le falta, si con cada viento se muda?

     RAMÍREZ.- Eso yo lo jurara.

     ROJAS.- Diréis que porque tiene nombre de hembra.

     SOLANO.- Y eso no basta.

     ROJAS.- Por fuerza se ha de tocar historia.

     RÍOS.- Dejemos eso y vamos a la mía.

     RAMÍREZ.- Digo que esta torre, con las dos hermanas a los lados, son armas de su santa iglesia.

     ROJAS.- ¿Y quién son las hermanas?

     [RAMÍREZ].- Santa Justa y Rufina, patronas de esta gran ciudad.

     ROJAS.- Una cosa siento en el alma de no haber visto en ella, que me tienen muy loada, que es el monumento que hacen el Jueves Santo.

     SOLANO.- Es cosa peregrina eso, y las limosnas que se dan esa semana.

     ROJAS.- Por cierto que la iglesia es suntuosa.

     RÍOS.- ¿Habéis notado las muchas capillas que tiene, puertas y altares?

     ROJAS.- No.

     RÍOS.- Pues pasan de setenta los altares que hay en ella (éstos sin los del claustro); tiene también nueve puertas y ochenta vidrieras; la grandeza de aquellas gradas, que es cosa peregrina, y sin esto, el arzobispo, dignidades, canónigos, racioneros, veinteneros, capellanes, músicos, sacristanes, mozos de coro, pertigueros y otros muchos, y sobre todo, pasa la renta de sola su fábrica de más de cincuenta mil ducados.

     ROJAS.- La custodia dicen que es cosa admirable verla.

     RÍOS.- Es tan grande que la llevan en un carro.

     RAMÍREZ.- ¿Pues qué tendrá de peso?

     RÍOS.- Más de mil y trescientos marcos de plata, que hacen veinte y seis arrobas, y de altor tres varas y media, y esto sin la cruz que lleva por remate, que es de una cuarta; y del ancho de columna a columna tiene cerca de dos varas.

     SOLANO.- Si supiérades esto cuando hicistes aquella loa de toda la compañía, no dejárades de ponerlo en su alabanza.

     RAMÍREZ.- ¿Qué loa fue esa?

     ROJAS.- Una que dije los días pasados, viniendo en una compañía muy humilde.

     RÍOS.- ¿Sería buena?

     SOLANO.- El pensamiento fue notable, y pareció milagrosamente.

     RÍOS.- ¿No la oiremos?

     ROJAS.- Como es entre muchos, no se puede gustar de ella.

     RAMÍREZ.- A fe de quien soy que habéis de decirla, ésa Y todas las que sabéis: que el viaje es largo y le habemos de llevar entretenido; que yo, Ríos y Solano contaremos algún cuento, y con esto entretendremos el camino.

     ROJAS.- Cumpliré vuestro gusto, que a trueque de oiros, quiero empezar a obedeceros. Gómez y yo empezamos.

ROJAS ¿No es buena la necedad
en que este demonio ha dado?
GÓMEZ No es sino un deseo honrado
de servir a esta ciudad.
ROJAS     ¿Estáis loco? ¿Qué decís?
¿Pues representar queréis?
¿Qué autor de fama traéis?
¿O con qué gente venís?
    Villegas y Ríos presentes
con tan buenas compañías,
tantas farsas, bizarrías,
tan buena música y gentes,
    ¡venís a representar!:
yo no acabo de entender
qué os ha podido mover.
GÓMEZ El deseo de agradar.
ROJAS     ¿Qué galas? ¿Qué compañeros?
¿Qué músicos de gran fama?
¿Qué mujer que haga la dama?
¿Qué bobo que haga Cisneros?
    ¿Qué Morales? ¿Qué Solano?
¿Qué Ramírez? ¿Qué León?
¿O qué hombres de opinión
traéis?
GÓMEZ           El cuento es galano.
¿Pues tiene necesidad
Sevilla de esa riqueza,
si es reina de la grandeza,
y amparo de la humildad?
    Fuera de esto hay compañía.
ROJAS ¿Compañía? ¿Con qué gente?
GÓMEZ Vos, Arce yo, un penitente
y un moro de Berbería.
ROJAS     ¿Es ésa buena razón?
Pues ¿con eso os animáis,
y [a] aquesta ciudad pagáis
nuestra grande obligación?
    ¿Sabéis que nos ha ayudado
y siempre favorecido,
como señora admitido
y como madre amparado?
    ¿No sabéis que en ella hallamos
todo cuanto pretendimos,
cuando licencia pedimos,
cuando a sus muros llegamos?
    La gran merced, el favor
que siempre hemos recibido,
¿ponéis tan presto en olvido?
Pues ¿qué es aquesto, señor?
    ¿A qué salimos aquí?
¿De esta suerte agradecéis
lo que a Sevilla debéis?
¡Cielos! ¿qué ha de ser de mí?
GÓMEZ     Rojas, no nos aflijamos,
que ya todos han sabido
que a servirla hemos venido
y cómo hoy representamos.
    Yo confieso que es verdad,
que la compañía es pobre
y no hay nada que le sobre,
si no es su gran humildad.
    Si de verla os satisface,
pues que visto no la habéis,
yo sé cierto que diréis
que todo lo nuevo aplace.
    Y si los queréis mirar,
llamarélos luego aquí.
ROJAS Bien decís; hacedlo así,
que quiero verlos y hablar.
GÓMEZ     ¡Señor Ribera! (Sale.)
RIBERA                           Señor.
GÓMEZ Una palabra querría.
ROJAS ¡Buen talle, por vida mía!
RIBERA Mi voluntad es mayor.
ROJAS     Huélgome de conocer
a quien tengo de servir.
GÓMEZ Vuestra merced me ha de oír,
y una merced ha de hacer.
RIBERA     Por cierto, señor, yo haré
todo aquello que pudiere
y aun en mi posible fuere.
GÓMEZ Esa merced serviré.
    ¡A mí, señor Artiaga! (Sale.)
ARTIAGA ¿Quién llama?
ROJAS                      ¡Bueno[s], por Dios,
mancebitos son los dos!
GÓMEZ Vuestra merced nos la haga
    de favorecernos hoy.
ARTIAGA Por cierto que yo quisiera
que en mis manos estuviera,
pero la palabra doy.
GÓMEZ     ¡Reyes, Enríquez! ¿qué digo? (Salen.)
REYES Señor Gómez, ¿qué se ofrece?
ROJAS Esta gente me parece
que trae la humildad consigo.
    Y ella, como es gran verdad,
bastará para vencer,
porque tiene gran poder
la fuerza de la humildad.
REYES     Digo que le serviremos.
ENRÍQUEZ Yo por mi parte me ofrezco,
aunque hacerlo no merezco,
que es poco lo que valemos.
ROJAS     Decid, ¿qué músicos son
los que tienen de cantar?
GÓMEZ Eso habéis de perdonar
porque es malo en conclusión.
    ¡Ah, señora! ¡Ah, Arce! ¡Ah, Herrera!
 
(Salen éstos con guitarras.)
 
ARCE ¿Ofrécese en qué sirvamos?
HERRERA Señores, ¡por acá estamos!
GÓMEZ Quise que Rojas oyera
    aquel romance cantar
que se le tengo alabado,
porque está puesto en cuidado,
quién nos tiene de ayudar.
ARCE     Yo, señores, poco puedo;
pero lo que yo pudiere
haré cuando se ofreciere,
y a aquesto obligado quedo. (Cantan.)
GÓMEZ     Pues lo que es graciosidad,
aquí está Bartolomé
Rodríguez.
ROJAS                 Muy bueno a fe.
GÓMEZ Y Antequera, esto es verdad.
ROJAS     Es un hombre muy donoso;
llamadlos, por vuestra vida,
si no hay causa que lo impida.
GÓMEZ Casi de temor no oso.
    ¡Ah, señor Bartolomé
Rodríguez! ¡Ah, Antequera!
 
(Salen.)
 
BARTOLOMÉ ¿Que quisieron que saliera?
ANTEQUERA ¿Qué hay de nuevo?
GÓMEZ                               ¿No lo ves?
ROJAS     ¡Por acá tan buena gente!
BARTOLOMÉ A Sevilla hemos venido,
que Gómez nos ha traído
para esta ocasión presente.
GÓMEZ     ¿No nos habéis de ayudar?
ANTEQUERA Yo quisiera valer algo,
mas con lo poco que valgo,
podéis, señores, mandar. ([Sale] una niña.)
NIÑA     ¿Qué hace la gente honrada?
señores, ¿qué hay por acá?
GÓMEZ Ya vuestra merced verá:
bien poquito más que nada.
NIÑA     ¡Qué buena junta, por cierto!
Pues bien, ¿qué se hace, señores?
¿Es banda de segadores?
ROJAS Y de segadoras puerto.
GÓMEZ     De representar tratamos,
si nos quieres ayudar.
NIÑA ¿Quién ha de representar?
GÓMEZ Todos cuantos aquí estamos.
NIÑA Para esta ciudad servir,
la primera he de ser yo.
ROJAS Pues yo, mi señora, no;
ni aun me atreveré a salir.
NIÑA     ¿De dónde nace el temor?
ROJAS De ser mi posible poco
para servirla.
NIÑA                 ¿Está loco?
¿No conoce su valor?
    ¿Sabe que es su nombre tal,
que ampara al pobre, al perdido,
al humilde, al afligido,
al extraño y natural?
    ¿Que es su nombre sin segundo,
por ser tanto su valor,
y ser la ciudad mejor
en la redondez del mundo?
    Si el persa, si el babilón,
de ver Sevilla se alegra,
y desde la gente negra
a la más fiera nación
    le da tributo en el suelo
(por ser su nombre sin par),
si le da riqueza el mar,
si le da ventura el ciclo,
    si halla el pobrecito amparo,
el rico gusto y contento,
si halla el extraño asiento
y el navegante reparo.
    Si todos en ella viven,
si todos en ella caben,
si todos su nombre saben,
si todos de ella reciben,
    si todos hallan regalo,
si todos hallan favor,
desde el criado al señor,
y desde el bueno hasta el malo,
    si su grandeza sabéis,
si a servirla, al fin, venís,
si vuestra humildad decís,
remedio en ella hallaréis.
ROJAS     Ya conozco su grandeza,
que es ciudad divina y santa,
que a las del mundo adelanta
en valor, trato y nobleza.
NIÑA     ¿Pues cómo decís aquí
que no os tenéis de atrever,
conociendo su poder?
ROJAS Yo confieso que es así.
NIÑA     Pues porque acaben de creer
que es esta ciudad famosa,
quiero que vean una cosa
que ante todos he de hacer.
    Sevilla está aquí; yo quiero
ofrecerme a su presencia
y demandarle licencia.
ROJAS Sola esa licencia espero;
    y digo que si la da,
sin falta me atreveré
como licencia me dé.
NIÑA Pues yo la pido; escuchad.
 
(Parece Sevilla al son de chirimías, con las armas á un lado y letras a otro.)
 
    Ilustre ciudad famosa,
con cuya ley y gobierno
has hecho tu nombre eterno,
por más fuerte y belicosa.
    Ya las heroicas bocinas
de la pregonera fama
por vencedora te llama[n]
de tus gloriosas ruinas.
    Ya con tu fe y cristiandad,
vas escalando hasta el cielo,
con la escala del consuelo,
monte de tu eternidad.
    Ya el mundo envidioso tienes,
y en ti sola el mundo está,
pues en ti se ha hallado ya
gloria, amor, riqueza y bienes.
    Yo, una mujer afligida,
ante el sacro tribunal
de tu clemencia inmortal,
presento mi pobre vida.
    Vengo tan necesitada
de favor y de remedio,
que te he elegido por medio
para que sea remediada.
    A tu divina presencia,
vengo, señora, cual ves,
a suplicarte me des
de representar licencia.
SEVILLA     Mucho me he holgado de veros,
hija, yo os la otorgo y doy,
y contentísima estoy
de hablaros y conoceros.
    Representad, no temáis,
ni de mí desconfiéis,
y ruego a Dios que ganéis
todo lo que deseáis.
    Yo a mis hijos pediré
que os amparen y no ofendan,
y a mis armas que os defiendan,
ansimismo rogaré.
    Que es mi afición excesiva,
quedad con Dios, niña hermosa.
NIÑA ¡Viva Sevilla famosa!
TODOS ¡Viva muchos años, viva!

     ROJAS.- Con esto y chirimías se acababa la loa, y se entraba toda la compañía.

     RÍOS.- Buena es por cierto, y el pensamiento muy a propósito; y aquel salir de la ciudad y pedirla licencia, me parece bien. Pero no tratáis en ella de alabanza ninguna.

     ROJAS.- Hay tanto que decir de ella, que viniera a ser muy larga; y lo que tiene bueno no es más del sujeto, que los versos son muy ordinarios.

     RÍOS.- Humilde es el estilo, pero no es malo.

     SOLANO.- Sospecho que es una de las ciudades más antiguas Sevilla, de cuantas hay en España.

     RAMÍREZ.- Mil y setecientos y veinte y siete años antes que Cristo nuestro Señor encarnase, tuvo principio su antigua fundación. Pero dejando esto, ¿no es sin número la riqueza que en sí encierra y la remota gente que en ella se halla?

     RÍOS.- Dos cosas me asombran de esta ciudad (dejo la riqueza de cal, de Francos y Alcaicería, la suntuosidad extraña de su Real Alcázar, Contratación, Aduana, Casa de la Moneda, lonja de mercaderes y comunicación con las Indias); lo que me espanta es la cárcel de Sevilla, con tanta infinidad de presos por tan extraños delitos, las limosnas que en ella se dan, las cofradías tan ricas que tiene, la vela de toda la noche que en ella se hace y el vino y bacalao tan bueno que en ella se vende, ésta es la una. Y la otra, la Alhóndiga, que es una de las mayores grandezas que tiene (no digo Sevilla, pero el mundo, aunque si bien se advierte, Sevilla y el mundo, todo es uno, porque en [ella] Sin duda está todo abreviado). Pero ¿no es cosa memorable que se arriende la renta de ella en más de mil ducados cada año, no más de los granos de trigo y cebada que se quedan entre los ladrillos? ¿Que tenga su jurisdicción de por sí, de sus puertas adentro, con horca y cuchillo, cárcel y prisiones, leyes y ordenanzas que los Reyes Católicos ordenaron y dieron?

     ROJAS.- Cosa es peregrina.

     RÍOS.- Sin esto, ¿que provea Sevilla de aceite a todo el reino y a las Indias?

     RAMÍREZ.- Yo he oído decir que, muchos días, se registran en la Aduana más de diez mil arrobas, y que su diezmo y alcabalas pasa de cuarenta mil ducados y veinte mil arrobas de aceite. Y que en espacio de dos horas, se vende a su puerta todo de contado.

     RÍOS.- Sin eso, mirad sus bastimentos de pan, vino, carne, frutas y caza. Pues pescados, son en tanta abundancia que la renta del fresco (dicen) pasa de veinte mil ducados, y del salado, de más de veinte y cuatro quintales. Sin esto, tiene nueve carnicerías y un matadero, de donde se sustentan tanto número de perdidos, valentones y bravos, como tiene esta ciudad.

     RAMÍREZ.- Pues si eso no tuviera, ¿había otra para la comedia como Sevilla? Porque de tres partes de gente, es la una los que entran sin pagar, así valientes como del barrio. Y estorbárselo, no tiene remedio.

     ROJAS.- A ese propósito, hice yo los días pasados una loa que fue bien recibida.

     SOLANO.- ¿No la oiremos?

     ROJAS.- Escuchalda, mientras llegamos a Carmona:

                                                Sale marchando un escuadrón volante,
y un capitán valiente en retaguarda
marcha tras éste [en] firme; y semejante
al volante que lleva la vanguarda,
un sargento mayor, un ayudante,
que a estos escuadrones ponen guarda;
general, capitanes y soldados,
alférez y sargentos reformados.
    En cada hilera van de ciento en ciento,
sujetos al rigor del alto cielo,
faltan bagajes, falta alojamiento,
no hay barracas, garitas ni consuelo,
aguas, nieves, granizos, sol y viento,
rayos, truenos, calores, frío y hielo,
y en medio de una landa, entre dos peñas,
dan socorro con muestra, nombre y señas.
    Aquí cortan fagina los pobretes,
a las armas haciendo centinelas,
corazas, arcabuces y mosquetes,
alabardas, espadas y rodelas,
cañas, manoplas, fundas, coseletes,
morriones, brazaletes, escarcelas,
horquillas, espaldares y pistolas,
grebas, jinetas, lanzas, picas, golas.
    Aquí no hay torre fuerte, o casamata,
muros, fosos, castillos, ni troneras,
que el furor de un balazo desbarata;
torreones, plataformas y trincheras,
asalta, mina, bate, hunde, mata,
gentes, collados, surcos y laderas,
sin valerles pertrechos ni pantanos,
frascos, pólvora, yesca, cuerda y manos.
    Cuál, deja todo el tercio sin más pena,
y va por pecorea alta montaña,
y cuál, robando, juega, come y cena;
cuál, no deja forraje en la campaña,
hierba, heno, cebada, trigo, avena,
siendo, como es, tan fértil la Bretaña,
y cuál, hurtando frutas y viandas,
joyas, ropas, camisas, cuellos, bandas.
    Cuál, la bandera al viento tremolando,
ya en sus manos, ya al aire enarbolada,
cuál, pífaros y cajas, rimbombando,
con sonoroso son en la estacada;
cuál, todo el firmamento amenazando,
y cuál, puesto de guarda en emboscada,
aguarda, escucha, calla, teme, advierte,
tiempo, enemigo, espía, ronda y muerte.
    Viene la ronda, pues, muy paso a paso,
y el valiente soldado, puesto a punto,
le pregunta: «-¿Quién va? -Don Juan de Eraso.
-No conozco, ¿quién vive?, les pregunto.
-Soy vuestro general. -Detenga el paso,
que no conozco al diablo en este punto.
-¿No conocéis quién soy? -El nombre pido».
Llega en efecto, y dásele al oído.
    ¡Oh! milagroso ejemplo del que cobra
la entrada resistiendo a mil don Juanes,
sin nombre, sin virtud, sin fama ni obra,
y al preguntar quién paga: son Guzmanes.
Dineros pido. «-Ser quien soy, ¿no sobra?
-¡El nombre me han de dar! -¡Somos rufianes!»
Demanda el nombre y entran sin dinero,
paje, rufián, valiente y caballero.
    Entra el otro calada la visera,
y dícenle: ¿Quién paga? ¡Ah, gentilhombre!
¡Oye, vuestra merced, oye! ¿no espera?
-¿Conóceme? -¿Quién es? ¡Diga su nombre!
¿Hombre de bien? pues ¡pague o salga fuera!»
«¿Los honrados no pagan? gran renombre,
dice el otro, que escucha y ha pagado:
luego, yo que pagué, no soy honrado».
    Bárbaro, simple, bestia, almidonado,
poeta, bachiller, valiente o nada,
ya que no pagas, no seas mal criado,
pues por hablarnos bien, no pierdes nada.
Si en no pagar estriba el ser honrado,
no te digo que pagues, si te enfada;
pero a lo menos lo que yo querría
que nos pagues con buena cortesía.
    Que el otro que te escucha, y tiene cuenta,
dice: «¡Cuerpo de tal!, esto es engaño,
pues éste dice que es pagar afrenta,
no pienso pagar más en todo un año».
    No sólo quien no paga se contenta
con hacernos tan sólo un solo daño,
sino que quien lo escucha se deshonra,
y toma el no pagar por punto de honra.
    ¿Cuál general habrá aquí tan discreto,
que dé el nombre, llegándose al oído,
que es pagar dar silencio, ser secreto?
Cualquiera que me otorgue lo que pido,
con escritos carácteres prometo
dejar su nombre en mármol esculpido,
y en el tronco más duro de una rama,
armas, valor, nobleza, virtud, fama.

     RAMÍREZ.- Es muy buena y bien aplicada, que es lo mejor que yo hallo en ella. Pero lo que me espanta de Sevilla es que haya tanta justicia y no tenga remedio esto de la cobranza.

     RÍOS.- Muchas diligencias se han hecho y no han aprovechado, porque el hombre que acostumbra a entrar de balde, si le hacen pedazos, no han de poder resistirle.

     SOLANO.- Muchos autores lo han querido llevar con rigor, y no es posible. Antes si riñen con uno es peor. Porque ha de entrar aquel con quien riñen y otros veinte que a hacer las amistades se ofrecen.

     RAMÍREZ.- A río vuelto, ganancia de pescadores.

     ROJAS.- Lo que de esto se suele más sentir, es el término del hablar y su mal proceder.

     RÍOS.- ¡Ay, Sevilla, Sevilla, que al fin te dejo!

     ROJAS.- Ése es el tema de todos los que se ausentan.

     RAMÍREZ.- Sí, pero deseo saber cuál es la causa porque tan presto olvidan.

     ROJAS.- Yo os la diré: no nace el olvido de la ausencia (aunque hay algunos que se quejan de ella), sino de nuestra maldita memoria, que es tan villana que, a un paso que damos, nos olvidamos de lo que hacemos. Pues siendo esto verdad (como lo es), todas las veces que uno se ausenta, llora y suspira, porque lleva en la memoria lo que ama. Pero al cabo de algunos días, como ésta sea tan avarienta, poco a poco se le olvida, y mientras más va, menos se acuerda. Y para comprobación de esto, veréis que si después le tratan de aquella mujer, se queja y dice: «¡ay, fulana!, más la quise que a mi vida», y fue porque se la trujeron a la memoria, pero no porque se acordaba de ella. De manera que se olvida de lo que ama y maldice luego la ausencia. Que es la culpa del asno, echarla a la albarda.

     RAMÍREZ.- No me parece mala razón ésa; pero volviendo a la grandeza de Sevilla (que no puedo olvidarla), ¿no es bueno que tenga dos almonas de jabón, donde se gastan más de sesenta mil arrobas?

     SOLANO.- Yo he visto doce calderas, en que se hace el blanco, tan grandes que cada una lleva más de cuatrocientas arrobas de aceite (sin la cal y ceniza que se gasta).

     RÍOS.- ¡Ay, Alameda mía, quién estuviera agora junto a una fuente tuya!

     ROJAS.- ¿No es cosa memorable aquellas columnas que tiene, en la una puesta la figura de Hércules, primero fundador de esta gran Babilonia, y en la otra, la de Julio César, que la ilustró, con los muros y cercas que la adornan, y quince puertas en ellas que la engrandecen y guardan?

     SOLANO.- Si miramos en ello, ¿qué mayor que estos caños que vienen de Carmona, que fabricaron los moros? ¿no son por excelencia?

     RAMÍREZ.- Pues los vestidos, galas e invenciones de sus naturales, bien se puede creer que son los mejores de España y a menos costa; de donde han salido y salen todos los buenos usos de ella.

     RÍOS.- ¿Y aquella limpieza de sus baños?

     ROJAS.- Ésa es una de las cosas más peregrinas que tiene.

     SOLANO.- Mujer conozco yo en Sevilla que todos los sábados por la mañana ha de ir al baño, aunque se hunda de agua el cielo.

     RAMÍREZ.- Por ésa se dijo: «La que del baño viene, bien sabe lo que quiere».

     ROJAS.- Un cuento me sucedió con una mujer muy fea, yendo una noche al baño, que es de mucho gusto.

     SOLANO.- ¿No fue el que dijistes en aquella loa el martes?

     ROJAS.- Ése mismo.

     RÍOS.- ¿No la oiremos todos?

     ROJAS.- Así dice:

                                                Estése Venus en Chipre
con su dios alado y ciego,
de bellas ninfas cercada,
cantando al son de instrumentos.
Y esotra por cuya causa
el pueblo mísero griego,
al sin ventura troyano
sus muros entregó al fuego.
Y aquella insigne mujer
que pasó su limpio pecho
por la fuerza de un tirano,
con un casto y firme intento.
Y aquélla que entregó a un áspid
su pecho divino y bello,
viendo de su amado esposo
de la vida el fin postrero.
Y aquella diosa o mujer
que enfrena al ligero viento,
cuando sus veloces plantas
volando estampan el suelo.
Esténse donde están todas
que por ahora las dejo,
en tanto que un cuento os digo,
escuchad, que es bueno el cuento.
Es, pues, que salí una noche
de aqueste pasado invierno,
más para echarme en un río
que no a procurar contento.
Conmigo a solas hablando
por esas calles sin término,
cual celoso toro que anda
bramando de cerro en cerro,
o como la mar hinchada
cuando herida de los vientos,
en lugar de bramar, habla,
y amenaza tierra y cielo.
Ansí andaba aquella noche,
rasgándose de agua y viento
los cielos, que parecía
ser otro Diluvio nuevo.
Noche tenebrosa y triste
de relámpagos y truenos,
de granizo, piedra y rayos,
imagen propia del miedo.
Sin lleve Barrabás cuarto,
mirad qué aliño tan bueno
para un buen renegador
dado al diablo y sin dinero.
Yéndome, pues, como digo,
por detrás de un cementerio,
una sombra vi, de aquéllas
que suelen verse a tal tiempo.
Era en forma de mujer,
y asomada a un agujero,
me dijo: «¿Es él, ce, a quién digo?
¿Jesús de milagro ha vuelto?»
Pues como oí decir «milagro»,
dije entre mí: yo soy cierto
a quien están aguardando;
y respondíle: «¿Qué hay? ¿Entro?
-Entre, que me estoy helando,
y en entrando, cierre luego».
Llegué a la puerta y abrí,
y admirado del suceso,
entré al fin; nunca yo entrara,
porque en entrando, al momento
vi una obscuridad profunda,
semejanza del infierno.
En esto, llegóse a mí
un bulto, que ¡vive el cielo!
que aun no vi bien si era bulto,
según estaba de muerto.
Hacia la cama nos fuimos
y yo, con mucho deseo
de ver quién era la dama
y enjugar mi triste cuerpo,
apresuré el tardo paso
arrimado a su hombro izquierdo,
y de un infierno salimos
y entramos en otro infierno.
Halléme confuso y triste
por no haber visto primero
si era aquél hombre o mujer;
ofrézcote al diablo el cuento.
Llegué con esto a su cama
(mejor dijera a mi entierro,
que por aquéste se dijo
sepulcro de vivos muertos).
Y apenas en ella entré,
cuando con voces y estruendo,
sentí llamar a la puerta,
y ella asomóse de presto.
Y dijo: «¡Triste de mí!
que es la justicia; ¿qué haremos?
Debajo la cama se entre,
que yo haré se vayan luego».
Subieron seis de cuadrilla,
y tras todos, subió en esto
con una linterna un mozo,
y tras la linterna un perro.
«-Hola, mujer, ¿a quién digo?
dijo el alguacil soberbio;
¿quién está en aquesta casa?»
Y dijo: «Yo sola, cierto.
Mi señor, yo estaba sola»;
y él replicó: «Ansí lo creo;
pero impórtame aguardar
aquí a cierto caballero.
A acostaros podéis ir»;
y sacando un instrumento,
empezaron a bailar
la chacona uno o dos de ellos.
Pues como mi dama vio
bailar, no tuvo sosiego,
y arrojóse de la cama
y empezó a bailar con ellos.
Yo helado, ardiendo y corrido,
tendido en el duro suelo,
con la humidad que cobré
di -un grande estornudo recio.
Sintióme el mal alguacil,
y dijo a mi dama: «Bueno,
¿quién hay debajo la cama?
Descubiértose ha el enredo».
Levantó la delantera,
y yo, triste, saqué ciego
la cabeza por un lado,
como galápago necio.
Y vi a mi señora dama
su cuerpo, su talle y gesto.
¡Ah, nunca yo la sacara
y muriera yo primero!
Tan gran corcova tenía
como un terrible camello,
y en la camisa más grasa
que en sombrero de gallego.
Una nariz grande y chata,
tuerta del ojo derecho,
la frente chica, y muy lleno
de lamparones el cuello.
La boca algo grandecilla,
los dientes pocos y negros,
hembra de hasta cincuenta años,
cuatro más o cuatro menos.
¡Miren qué buena mujer
para quitar un martelo
a un galán desesperado,
o servir de salsa a un viejo!
El alguacil socarrón,
me dijo: «Señor don Diego,
¿cómo no sale vuacé?
Es de vergüenza o de miedo?»
Y respondíle: «Señor,
no he salido, porque temo
de ver tan mala visión.
-¿Ahora la escupes? Bueno.
Salga y no tenga vergüenza,
replicó, so Caballero
del Milagro, que ya sé
que es vuesa merced discreto,
y que no se espantará
de verse como le vemos.»
En efecto, yo salí,
desnudo y aun casi en cueros.
¡La vergüenza que pasé,
los dichos que me dijeron,
los apodos que me echaron
y la vaya que me dieron!
En descuento de mis culpas
vaya, amén, ruego a los cielos,
y quien no me cree, se vea
cual yo me vi en este puesto.
Yo sé que me está escuchando
la hembra, y se está riendo
de su burla y de mi afrenta;
al fin volviendo a mi cuento,
no quiero mirar allá,
que aún agora, si la veo,
pienso que me ha de espantar:
mejor será que callemos,
que es necia y se correrá.
Señores míos, silencio:
ansí les suceda a todos
otro semejante enredo,
como a mí me sucedió,
y amanezcan al sereno
helados como besugos
de la playa de Laredo.
    Véanse como me vi,
mojada el alma y el cuerpo,
y debajo de una cama,
desnudos y sin dineros.
Sáqueles un alguacil
arrastrando del pescuezo,
que mal de muchos es gozo,
y duelos con pan son menos.

     SOLANO.- Buen suceso.

     RAMÍREZ.- A fe que el alguacil era bellaco.

     RÍOS.- ¿Y paró en efecto...?

     ROJAS.- ...En que me fueron acompañando hasta la plaza de San Francisco, y ellos se fueron a sus casas riendo, y yo a la mía sucio y helado.

     SOLANO.- ¿Supistes cómo se llamaba esa mujer?

     ROJAS.- Lucrecia la oí llamar.

     RAMÍREZ.- ¿No sería como la romana?

     ROJAS.- Antes, sí; porque la otra murió por ser casta, y ésta moría por hacerla. Pues no he dicho otra particularidad que tenía.

     RÍOS.- ¿Y es?

     ROJAS.- Que olía de suerte a vino, que no pude llegarme a ella.

     SOLANO.- Para mí ésa fuera la mayor falta.

     RÍOS.- Dicen que en el andar y en el beber, se conoce la mujer.

     RAMÍREZ.- Mejor la conoció Enacio Metuatino, que porque la suya destapó una bota de vino y bebió de ella, la mató a palos, y le absolvió de ello Rómulo (según cuenta Plinio, libro décimotercio).

     ROJAS.- Muerte bien empleada.

     SOLANO.- Si a todas las que beben en este tiempo hubieran de quitar las vidas, no estuviéramos sujetos a tantas mudanzas, que a fe que son muchas las que beben y muy pocas las que se arrepienten. Beber una mujer vino, no es milagro (principalmente si es de edad o ha parido), y sin esto, beber un poco, y aguado, no lo condeno; pero las que lo tienen por vicio y se echan un jarro a pechos, ¡fuego de Dios en el querer bien!

     RAMÍREZ.- Decía los días pasados una amiga mía, que mujer que a diez no bebe, a once no quiere, y a doce no pare, que le mandaba mal de madre.

     ROJAS.- Mujeres hay que ponen su felicidad en beber vino, como otras en afeitarse el rostro.

     SOLANO.- Ninguna cosa apruebo, digo, cuando es demasiado. Que algunas tienen tanta curiosidad en esto, que hay más botes en su casa que redomas en una botica, aprovechándose de mil untos, aceites, aguas y mudas.

     RAMÍREZ.- ¿Y de qué hacen (si sabéis) todas estas ceremonias?

     SOLANO.- Las aguas para lavarse y adelgazar el cuero, son de rasuras, agraz, zumo de limones, traguncia, cortezas de espantalobos, hieles, mosto y otras muchas cosas que no digo.

     RAMÍREZ.- ¿Y los untos?

     SOLANO.- De gatos monteses, caballos, ballenas, gavilanes, osos, vacas, culebras, garzas, erizos, nutras, tejones, gamos y alcaravanes; sin esto y la color que se ponen, pasas, solimán y otras cosas, tienen sus lustres, cerillas, clarimentes y unturas.

     ROJAS.- ¡Oh, reniego de quien tal hace! Que se lave una mujer con agua de parras cogida antes que salga el sol, o destile en una redoma, de la flor del romero un poco de agua, y en esto eche un poco de solimán y bórax, y se lave con ella, pase, o agua de tojo, si pudiere haberla; pero lo que tenéis dicho, téngolo por enfadoso, fuera de que es muy sucio.

     SOLANO.- El vino tinto, sacado por alquitara con cabezas de carnero negro y huevos frescos es también muy bueno para el rostro.

     RÍOS.- Muchas cosas hay buenas para él.

     RAMÍREZ.- Eso y agua de calabaza, de guindas y racimillo, es muy fresco.

     ROJAS.- Otra cosa sé yo aprobadísima, que es echar unos granos de cebada en agua, mondarlos y sacar la leche de ellos, y echarla en un poco de agua clara del río, y lavarse con ella de cuando en cuando, es cosa muy buena. Pero la que digo del romero es muy aprobada, y hácese desta manera: hanse de meter dos manojos con flor en dos redomas y ponerlas donde les dé el sol, y ellos poco a poco van destilando agua; y luego quitar éstos y poner otros, hasta tanto que haya la cantidad que les pareciere, y echar en ella un poco de sojimán, y lavarse con esta agua, digo que si una mujer acostumbra a lavarse con ella, jamás tendrá paño en la cara, peca ni arruga. Y aun estoy por decir que no parecerá vieja (fuera de que hace una tez muy buena).

     RÍOS.- ¿Quién os ha enseñado toda esta germanía?

     ROJAS.- Si hubiera de decir todo lo que sé de mudas para la cara y las manos, blanduras y aguas, fuera no acabar en diez viajes, porque dejado todo lo que he dicho, os diré otra cosa, que es notable para el rostro, y no es más de un poco de termentina de vete, lavada en nueve aguas, batida con un poco de aceite de huevos y solimán labrado. Ésta es blandura y sirve para después de lavada la cara, y afirman las que saben desto, que conforme tienen el rostro el día primero que se ponen este aceite de huevos, en ese estado le tienen todo el tiempo que lo usan. Y si tenéis alguna amiga que haya menester muda, decilda que tome zumo de limas y de pasas, miel virgen, huevos frescos, azúcar piedra, borrax y solimán, y esto junto lo ha de batir y poner a serenar nueve días, y le servirá de muda para todo el año, Y si no decilda que se vaya con otro y servirá de mudanza para toda la vida.

     RAMÍREZ.- ¿De quién aprendistes todo este lenguaje del género femenino?

     ROJAS.- Una vieja que tuve por amiga, mayor hechicera y alcahueta que en su tiempo Celestina, ni que ha habido ni hay ahora en España.

     SOLANO.- ¿Y qué aprendistes de ella?

     ROJAS.- Muchas cosas la vi hacer, y verdaderamente que para mí todas eran mentiras, embustes y quimeras, que ni hay hechizos, ni puedo entender que los haya.

     RAMÍREZ.- Yo he oído decir que sí, y aun he visto por mis ojos muchos hombres hechizados.

     ROJAS.- Para mí todos son enredos, porque yo vi a ésta todos sus instrumentos, y le pregunté si eran de consideración y me respondió que de ninguna.

     SOLANO.- Y en efecto, ¿qué hacía?

     ROJAS.- Ella se aprovechaba de mil cosas, como son habas, verbena, piedra (que decía ser) del nido del águila (y se la había yo traído de un arroyo de la Fuente de la Teja); tenía pie de tejón, soga de ahorcado, granos de helecho, espina de erizo, flor de hiedra, huesos de corazón de ciervo, ojos de loba, ungüentos de gato negro, pedazos de agujas clavadas en corazones de cabritos, sangre y barbas de cabrón bermejo, sesos de asno y una redomilla de aceite serpentino, sin otras invenciones de que no me acuerdo.

     SOLANO.- Y al fin, ¿en qué parastes en todo aquese hechizo?

     ROJAS.- En que la encorozaron; y a ella y a otras diez o doce, las dieron a trescientos azotes; y envióme a decir otro día, que se iba a Antequera donde ella era nueva y los azotes no valían, y estaba cierta la ganancia; que no dejase de ir a verla si no quería que me llevase en volandas. Fue a Antequera, cogiéronla haciendo bailar un cedazo y echando unas habas, diéronla otros ducientos tocinos; fuése a Málaga y allí dio fin a su miserable vida.

     SOLANO.- Reniego de ella y su hechizo.

     RAMÍREZ.- Todo aqueso es sueño, que el amor es rey absoluto de todo y verdadero señor del pecho, que pisa hierbas y deshace palabras; que para él no aprovechan encantamentos, ni conjuros, hacer imágines, encender velas, decir oraciones al alma, formar caracteres en pergamino virgen. Todos los hechizos del monte de la Luna, Tesalia, Colcos y Rodas, Pentáculos de Salomón y cuanta Geomancia hay, todo es nada, llegado a querer de veras, que éstas son las verdaderas hechicerías.

     ROJAS.- Lo que de esto me asombra es que hay mujeres tan pobres que aun no tienen un manto que cubrirse, y tienen veinte sebillos con qué untarse, y trescientos badulaques que ponerse y dos mil hechizos e invenciones de que aprovecharse.

     SOLANO.- Eso me parece que es ahorrar para la vejez, ganar un maravedí y beberse tres.

     RÍOS.- No podrá decir Rojas que aquella mi señora gasta mucho en la cara: porque la tiene buena y ella es muy niña.

     ROJAS.- Con todo eso, reniego de ella, que tiene más mudanzas que la luna.

     RÍOS.- ¿Y siendo tan muchacha?

     ROJAS.- ¿No veis que tiene madre que la gobierna, y aun ayo que la guía?

     RÍOS.- Pues ¿qué os ha sucedido con ella?

     ROJAS.- Dígalo la compañía de Vergara.

     SOLANO.- ¿Qué fue, por vida vuestra?

     ROJAS.- Que en viniendo que vino, me echó de casa.

     SOLANO.- Luego por eso hicistes aquella loa de todo lo nuevo aplace.

     ROJAS.- Por ésa y otra, y os prometo que fue muy celebrada en Sevilla, porque había dos años que estaba Villegas representando en ella y llegó Vergara con buena compañía y mejores comedias (aunque no ganó nada, porque a Villegas le quieren mucho en esta tierra, y trae a su mujer e hijo, que basta).

     RAMÍREZ.- ¿No nos diréis la loa?

     ROJAS.- La ocasión a que se dijo fue muy buena, y aun la loa sospecho que no es mala.

                                                ¿Quién duda, señores míos,
que con los nuevos farsantes,
nuevas galas, nuevos bríos,
nuevas caras, nuevos talles,
nuevo entremés, nueva loa,
nuevas damas y galanes,
nuevo autor, comedias nuevas,
nueva la música y trajes,
vuesas mercedes no digan
en corrillos por las calles:
«Vamos a ver a Vergara,
que trae bravos recitantes,
muchas comedias, y buenas,
y el buen Villegas descanse»?
¿Quién duda que lo dirán
que todo lo nuevo aplace?
¿Quién duda que el más amigo
de éstos que rajan y parten,
desde el oficial que cose,
hasta quien se entra de balde,
no diga: «¿Vergara vino?
¡Oh, qué bravo recitante!
Él sea muy bien venido,
y esotro autor pique y váyase.
¿No es éste un hombre pequeño
que hace bien un arrogante?
¿él mismo?, ya le conozco:
algún ladrón que trabaje.
Señor maestro, perdone,
y déme voacé ocho reales,
que aunque no coma he de verlos,
que todo lo nuevo aplace»?
¿Quién duda que la doncella
no diga: «Señora madre,
¿no sabe? Farsantes nuevos.
-¿Es cierto? -Ansí Dios me guarde.
Comamos muy tempranito,
y vamos allá esta tarde.
-Huélgome (dice la vieja),
por el siglo de mi padre.
Porque el bellaco Milagro,
con su boca de alnafe,
no diga mal de las viejas,
-Muy bien haces, muy bien haces.
Maldito sea tan mal hombre,
Jesús, mal fuego me abrase
Jesús, mal fuego me abrase
si ya no le he aborrecido,
que todo lo nuevo aplace»?
¿Quién duda que la casada,
no oiga cuatro necedades
por ir a ver la comedia
sin licencia de su amante,
y arrimando la almohadilla,
le pida a su dueña Hernández
el manto de batallar
y el casco de dar las paces;
y que a su marido diga
fue en casa de su comadre,
por los anchos de vainillas
para que el cuello le acaben?
Porque hay comediantes nuevos
y han de ver cómo lo hacen,
aunque pese a su marido,
que todo lo nuevo aplace.
¿Quién duda que a un mercader
deba yo el lunes cien reales,
y porque otros han venido
venga a ejecutarme el martes?
¿Quién duda que en la posada
me sirvan y me regalen,
y por los nuevos me olviden
si no me echan en la calle?
¿Quién duda que quien me lava
o la que los cuellos abre,
con los nuevos no me diga
que la deje y no la enfade?
¿Y quién duda que a Villegas
que tuvistes por un ángel,
no os parezca ya un demonio,
que todo lo nuevo aplace?
¿Quién duda que Ana Muñoz...
(pero de esto no se trate,
que lo que es bueno, y tan bueno,
siempre tiene su quilate).
Mas ¿quién duda que a Monzón,
que tantas veces llamastes,
salga Monzón, Monzón salga,
si sale ya, no os enfade?
San Miguel con sus vejetes,
Cristóbal con sus galanes,
Juanico con su agudeza,
y el bobo con sus donaires,
¡Por Dios!, que os han de enfadar,
aunque la chacona hable,
y más diga: ¡ha, ha, ha!
que todo lo nuevo aplace.
¿Quién duda que alguna dama
que ha sido su gusto hablarme,
algunos meses, por dicha,
si es que hay dicha con las tales,
anoche no me dijese
arrimado a sus umbrales:
«¿Qué es lo que busca el picaño?
-¡Rojas soy! -¿Rojas? -Sí, abre».
Y echóme un caldero de agua,
y tras esto medio alnafe,
y al fin de todo me dijo:
«Amor, requiescat in pace,
que hay representantes nuevos.»
Fuése y dejóme en la calle,
yo fuime y consideré
que todo lo nuevo aplace.
Yo confieso que es verdad,
que es gusto ver novedades;
¿decís que lo bueno agrada?
¡Muy enhorabuena! ¡Pase!
Y más una compañía
de tan buenos oficiales
como la que trae Vergara,
es muy digna que la alaben.
Pero, señores, ¿es justo
que porque lo nuevo agrade
olvidemos a Villegas?
Esto no hay ley que lo mande.
¿Qué a Vergara vais a oír
por ver las farsas que trae?
Ite in paz, ego os absolvo,
que todo lo nuevo aplace.
Pero entrad conmigo en cuenta,
pues todos sois principales,
los trabajos, las fortunas,
desdichas y adversidades,
que Villegas ha tenido
sustentando como Atlante,
el peso de vuestro gusto
diez y ocho meses cabales:
cincuenta y cuatro comedias
que ha hecho nuevas sin cansarse,
y otros cuarenta entremeses
de tanto gusto y donaire.
Merece premio, por cierto
que le merece, y muy grande,
aunque más digan y digan,
que todo lo nuevo aplace.
Pero, para que sepáis
que no hay fuerzas que contrasten,
que no hay ánimo que llegue,
ni voluntad que le iguale
a la que tiene Villegas
de serviros, escuchadme:
doce comedias le quedan,
mejores que cuantas hace.
Desde hoy empieza a serviros,
desde hoy habéis de ayudarle,
para que con vuestra ayuda,
fuerzas de flaqueza saque.
Agora tenéis de ver
mejores comedias que antes,
para que el refrán se cumpla,
que todo lo nuevo aplace.
Ea, pues, Sevilla insigne,
ansí goces mil edades
la fama de tu grandeza
con tus hechos inmortales.
Ansí, ilustre ciudad, veas
tu gran nombre eternizarse,
y por cabeza del mundo,
venga el mundo a coronarte;
que a Villegas favorezcas,
pues contino le amparaste,
con tu poder infinito,
en competencias más graves.
Y aunque vengan mil autores,
mal haya quien le olvidare,
haciendo comedias nuevas,
que todo lo nuevo aplace.

     RÍOS.- ¿No era esa mujer del medio alnafe, la amiga de aquel hombre que con la pena que llevaba él, la daba gloria a ella?

     RAMÍREZ.- Luego ¿no la quería?

     RÍOS.- No lo entendéis; digo que era un fiel, y con la pena que llevaba en la plaza a la frutera, la daba gloria a ella en su casa; ¿no era ésta?

     ROJAS.- Ésa misma, pues tenía muy mala cara, era un poquito sucia y no sé si tuerta; y sobre todo, más vieja que el alcabala.

     SOLANO.- Señor, ojos hay que de lagaña se enamoran.

     ROJAS.- Quien feo ama, hermoso le parece.

     RÍOS.- Pues otra cosa tenía allende de éstas, que era libre y muy desvergonzada. Hoy hace ocho días que la vi pasar en un barco a Triana y, conociendo que era cosa vuestra, llegué con mucha cortesía a pagar por ella, y envióme enhoramala.

     RAMÍREZ.- Por eso dicen que la vergüenza y la honra, la mujer que la pierde, nunca la cobra.

     ROJAS.- Ahora no tratemos de ella, que yo sé bien las faltas que tenía.

     RAMÍREZ.- Por lo que dijistes de Triana, ¿habéis notado la loza que hay en ella?

     RÍOS.- A propósito, fray Jarro.

     SOLANO.- Por eso que decís de albarda, mi padre tiene una ratonera de golpe.

     ROJAS.- Oído he decir que hay más de sesenta tiendas, donde se hace y vende, ansí vidriado como amarillo y blanco, y aun muy buenos azulejos de diferentes colores.

     RAMÍREZ.- Tiene este lugar tantas cosas buenas, que con razón le llaman Sevilla la Chica.

     SOLANO.- ¿Estuvistes en el monasterio de la Victoria?

     ROJAS.- Es un templo muy bueno.

     RÍOS.- ¿No es temeridad los que tiene Sevilla, ansí de frailes como de monjas?

     SOLANO.- Pues sin eso y sus muchas parroquias, tiene más de cien hospitales.

     RAMÍREZ.- Yo he visto pedir en uno la limosna a caballo.

     ROJAS.- Yo lo vi estotro día junto al río, y verdaderamente me dejó admirado.

     RAMÍREZ.- Entre las grandezas que habemos dicho, es la mayor la que se nos ha olvidado.

     RÍOS.- ¿Cuál es?

     RAMÍREZ.- La de su famoso río, pues según Plinio y Estrabón, toda la Andalucía tomó nombre de este celebrado Betis, llamándose ella Bética.

     ROJAS.- Sin ese nombre, ha tenido otro, pues después de eso se llamó Hispalis, por la ciudad Hispalia o Hispalensis, que es Sevilla.

     SOLANO.- Pues ¿cómo se llama ahora Guadalquivir?

     ROJAS.- Cuando los moros entraron en España, le llamaron ese nombre de Guadalquivir, que en arábigo quiere decir río grande, el cual tiene su nacimiento de las tierras de Segura. Y según escribe Tolomeo en su Geografía, tratando del río Ganges, vemos claramente ser éste mayor que él.

     SOLANO.- Famosos ríos tiene España y muchos.

     ROJAS.- Marineo Sículo cuenta a nuestra España ciento y cincuenta ríos, y los más notables de ellos me parece a mí que son Ebro, Tajo, Duero, Guadiana y Guadalquivir.

     RAMÍREZ.- También Miño es muy caudaloso, Pisuerga, Guadalete y otros muchos sin éstos.

     ROJAS.- Manzanares, por humilde, bien pudiera entre todos tener nombre, pues si toda la riqueza de Sevilla, y aun el remedio de toda España entra por Guadalquivir desde Sanlúcar, ya en Manzanares hemos visto toda la hermosura, alegría y recreación del suelo, grandeza y majestad del mundo, cifrada en su manso, cristalino y deleitoso río. Donde ni las crecientes llevan los molinos, arrancan los árboles, hunden los navíos, ahogan los hombres, matan los ganados, destruyen los trigos, ni asuelan los cimientos. Porque si esotros son grandes, es ayudados de muchos que los engrandecen. Pero éste con razón se puede llamar grande, dichoso y rico, pues no ha menester favor de ninguno. Y si verdad tenemos de decir, en él se halla cuanto en el mundo se puede desear, ansí de bosques, jardines y huertas, agua de San Isidro que beber, y hondura en muchas partes donde nadar (dejo su puente de oro, en quien está engastado el diamante de este sagrado río), y vamos a su casa de campo: si se hubiera de decir y alabar todo lo que hay en ella, pregunto qué lengua bastaría para tratar de su famosa cerca, cuartos, salas, repartimientos, arboledas, frutales, galeras, castillos, ninfas, pastores, corderos, peregrinos, todo hecho de hierba, con tan grande ingenio y admirable industria que se afrenta la Naturaleza, un laberinto que llaman Troya, fuentes tan diversas que hay en ella, pues por todas las junturas de los ladrillos de una sala, salen mil hilos delgados de agua cristalina, sus estanques, con tanta cantidad de pescados y cisnes, los relojes tan concertados, las flores tan odoríferas, los edificios tan suntuosos, los castillos tan insignes, con tantas piezas de artillería para batirles y asolarles, todo hecho de agua, con tan extraña perfección, que ni tiene el mundo más que gozar, los ojos que ver, los gustos que pedir, ni los hombres que desear. Pues no quiero decir de lo que goza este famoso río en la casa del Pardo, que fuera proceder en infinito. Sólo digo que ni las riberas del Po, Rhin, Ganges, Tibre, Dan, Nilo, Tigris, ni Eúfrates, gozan de tantas recreaciones y frescuras como tiene Manzanares en poco más de dos leguas.

     RAMÍREZ.- Cosa es llana, y a no ser tan conocida, creyéramos que hablábades con pasión de la patria.

     ROJAS.- Sin duda que no digo la mitad de lo que pudiera.

     RAMÍREZ.- Con todo, no negáis la grandeza del río de Sevilla.

     ROJAS.- Ésa, ¿cómo puedo yo negarla?

     SOLANO.- En él se echó á nado (según me habéis dicho), uno de los que se hallaron en vuestra desgracia.

     ROJAS.- Venturosa podéis llamarla, porque fue una de las mayores que yo he oído en mi vida.

     RAMÍREZ.- ¿cómo fue?

     SOLANO.- Que le sacaron ocho o diez hombres armados, en mitad del día, junto a Gradas, y le dieron por encima de la tetilla derecha una estocada que le pasó el cuerpo, y esto sin otras muchas, aunque ninguna de momento, sin hallarse a aquella hora un hombre que los metiese en paz: y ya público en toda Sevilla que era muerto, le dio un hombre dentro de ocho días sano.

     RAMÍREZ.- Notable suceso.

     RÍOS.- Una loa me dicen que hicistes cerca de eso, que pareció con mucho extremo.

     RAMÍREZ.- Ya sabéis a lo que os habéis obligado mientras durare este camino. Perdonad si soy enfadoso.

     ROJAS.- Para mí es de mucho gusto el serviros, que bien sé que cuando el oírlas no sirva de favorecerlas, servirá a lo menos de censurarlas.

     RÍOS.- Pues para que podamos enmendar, podéis empezar a decir.

     ROJAS.- En todo os quiero obedecer.

                                                De las famosas riberas
que el sagrado Betis baña,
en cuyo raudal soberbio
dieron fondo mis desgracias,
salieron cuatro galeras
la vuelta del mar de España,
las dos para Cartagena,
las otras dos para Italia.
Surcan el salado charco,
arando montañas de agua,
azotando con los remos
las tranquilas olas varias.
Favorable viento llevan,
el mar sesgo y con bonanza,
todos gozosos y alegres,
navegan, boga arrancada.
Llegan junto a la Herradura,
levántase una borrasca;
túrbase el cielo en un punto,
el mar sus ondas ensancha.
Los soberbios truenos crecen,
el airado viento brama,
con que a las galeras hunde,
y a los peñascos arranca.
Ya bajan a las arenas,
ya a los cielos se levantan,
ya se hunden y trastornan,
ya van todos a la banda.
Ya rechina el mástil roto,
ya los remos se quebrantan,
ya el gobernalle se pierde,
ya la chusma va turbada.
Unos gritan, otros lloran,
éste iza, aquél amaina,
cuál va debajo cubierta,
cuál con la tabla se abraza.
El corvo pito no suena,
la triste noche amenaza,
los rayos atemorizan,
los relámpagos espantan.
Al cielo sube la proa,
el garcés al centro baja,
ya van las gúmenas rotas,
despedazadas las jarcias.
Cuál promete de ir a Roma,
cuál a la Peña de Francia,
cuál de no ofender a Dios,
si de este peligro escapa.
Cesa el fiero torbellino
y el airado viento amaina,
vuelve el mar tranquilo y quieto
Santelmo sobre las aguas.
Con la bonanza dichosa
descúbrese alegre el alba;
ya lo pasado se olvida,
y en lo presente se trata.
Toman puerto, echan esquifes,
en la amada tierra saltan,
unos las arenas besan,
otros los riscos abrazan.
Los afligidos remeros
los lacios miembros descansan,
cuál durmiendo con los ojos,
cuál velando con el alma.
Aquí el marinero vela,
allí el comitre trabaja,
hacia aquí el soldado juega,
y allá el otro mira y calla.
En efecto, dos soldados
al pañol llegan y llaman:
«¡Ah, Pañolero! ¿A quién digo?»
Y responde: ¿Quién me llama?
-Dadnos cuatro o seis raciones
para en cuenta de mañana,
de bizcocho, vino, aceite,
tocino, garbanzos, habas.
-Señores, las de hoy he dado,
que es las que darse me mandan;
mi patrón está ahora en tierra
y sin él yo no soy nada»,
les dice, y que le perdonen,
pues él se holgara de darlas.
Respóndenle: «En fin, ¿no quiere?»
Y replicó: «Yo gustara;
pero falta mi patrón,
y en faltar él todo falta.
-No quiere; pues, ¡vive Dios,
responden, si en tierra salta,
que le hemos de hacer que quiera!»
Dicho y hecho, vanse y callan;
aperciben cuatro o seis,
y otro día, de mañana,
cogen en tierra al cuitado,
comiendo, solo y sin armas,
y al fin, para concluir,
danle una herida y escapan.
Y dejándole por muerto,
hizo a todos tanta lástima,
que aquél en brazos le lleva,
y el otro en pie le levanta;
cuál le anima y le consuela,
cuál el cirujano llama,
cuál le desnuda el vestido,
y cuál llora su desgracia.
Lo mismo me sucedió
estando en una posada,
que es la galera que he dicho,
siendo el pañol una sala.
Pues llegándome a pedir
del dinero de la entrada
lo que yo no podía dar,
ni por cuenta mía estaba,
dije que me perdonasen,
que el autor no estaba en casa,
que en viniendo él lo daría,
que por mi parte me holgara.
Y dícenme: «En fin, ¿no quiere?»
Y dije: «Digo que basta
decirles que si pudiera
que lo diera con el alma.»
Replican tercera vez:
«¿Que no quiere darnos blanca?»
Respondí: «Hasta aquí he querido;
y agora no quiero darla.
-Pues mañana nos veremos,
sor el de las plumas blancas.»
Vanse y vienen otro día
cinco o seis de mano armada.
Y sin tener culpa alguna,
entran dentro de mi casa,
acuchillan, matan, hieren,
parten, rompen, despedazan.
Salgo en amistad con ellos,
y en llegando junto a Gradas,
por mis yerros, que son muchos,
me dieron una estocada.
No sentí que estaba herido,
que la pasión demasiada
cerró al sentido la puerta,
abriendo camino al alma.
Llegó Villegas á mí
cuando ya me desmayaba,
y díjome: «Ánimo, Rojas,
buen ánimo, que no es nada.»
Abrí los ojos y vile,
y con tan buena esperanza,
saqué fuerzas de flaqueza,
y animó las mías flacas.
Luego, un confuso tropel
de gente me llevó a casa:
cuál dejaba la comida,
cuál me cubre con su capa,
cuál me encomendaba a Dios,
cuál de suspenso callaba,
cuál en sus brazos me anima,
cuál el confesor me llama,
cuál con mi salud se alegra,
cuál enciende luminarias,
cuál me consuela con obras,
cuál me anima con palabras,
cuál hace decirme misas,
cuál me visita en la cama,
y cuál me regala en ella,
sin saber quién me regala.
¡Oh, ciudad reina del mundo!
¡oh, amparo de gente extraña!
¡oh, muralla de la Iglesia!
¡oh, escudo de la fe santa!
¡oh, relicario de Dios!
¡oh, archivo de gentes varias!
¡oh, luz de la Cristiandad!
¡oh, espejo ilustre de España!
¡oh, Sevilla venturosa!
¡oh tú, mil veces monarca
de cuantas ciudades cubre
toda la capa estrellada!
Tú a los perdidos remedias,
tú a los extraños amparas,
tú a los pobres favoreces,
tú a los humildes levantas.
Tú eres ser de la grandeza,
tú eres lustre de las galas,
tú eres madre del valor,
tú eres reina de las armas.
En ti hay catedral, iglesia
donde redimen las almas
con que enriqueces los cielos
y a Dios su tributo pagas.
En ti hay tantos monasterios,
cuyas divinas campanas
son bocinas que publican
tus milagros, vida y fama.
En ti hay cabildo, en ti hay ley,
en ti hay nobleza y crianza,
en ti hay justicia y gobierno,
y en ti todo el mundo se halla.
En ti nacen los que mueren,
en ti viven los que matan,
pues yo muerto estuve en ti,
y en ti hallé vida amada.
Bien puedo decir que eres,
¡oh, gran Sevilla!, mi patria,
pues vuelvo a nacer en ti,
y he vivido por tu causa.
Los que me decían Milagro,
ya de veras me lo llaman,
que bien de milagro vive,
quien de milagro se escapa.
A ti, pues, ciudad famosa,
madre de los que te llaman,
vengo yo a pedir mercedes,
tras una merced tan alta:
y es que ampares a Villegas,
como continuo le amparas,
pues conoces que es tu hijo,
pues sabes lo que te ama,
por haber nacido en ti,
y ser tú su madre amada;
y a vosotros, caballeros,
hermosas y bellas damas.
Las mercedes que me hicistes
os pague Dios, que son tantas
que yo no puedo servirlas
por ser mis fuerzas tan flacas.

     RAMÍREZ.- Con razón la llamastes desgracia venturosa.

     RÍOS.- ¿Y es posible que no hubo más causa de la que dijistes en la loa?

     ROJAS.- Yo os prometo que aun no fue tanta. Pero las sentencias y castigos, o por mejor decir, mercedes, que emanan del tribunal de Dios, vienen por las culpas presentes o por las pasadas, castigando con enfermedades prolijas, con prisiones largas, o con afrentas públicas, y esto las más veces por manos ajenas. Bien pudiera nuestro Señor hacerlo con las suyas; pero átaselas su gran misericordia, y así vemos que castiga a Egipto con langostas, envía contra Jezabel profetas, doma con mosquitos y ranas la soberbia de gitanos Faraones, destruye con fuego a Sodoma y Gomorra, con piedras a Damasco y Siria, y aun asuela a España con moros sin fuerzas. Si esto es así, Dios mío, ¿qué mucho que por manos ajenas me viniese a mí el castigo de tantas culpas? Yo confieso que cuando me dieron esta herida, fue menester tan grande aldabada para acordarme de su gran clemencia, conocer mi inmensa culpa y alabar su inefable misericordia. Porque verdaderamente no sirvió de más la pena que de un aviso que llegó a los umbrales del alma, y tocando en el cerrojo del descuido de la vida, me abrió las puertas de mi ignorancia para que viese mi vista ciega los pasos en que andaba y las graves ofensas que al Señor hacía.

     RAMÍREZ.- Según eso, ¡bien digo yo que fue notable vuestra ventura!

     ROJAS.- Yo os certifico que fue tan grande como el sentimiento que generalmente causó en toda Sevilla. Que fue tanto, que es poco lo que digo en la loa. Porque luego que me llevaron a mi casa, no había quién llegara, de gente a la puerta, y en doce días que estuve en la cama, me sucedieron cosas que parecen increíbles. Porque acabado de curar el primero día, entró una mujer de Madrid, muy buena cristiana, y llorando y consolándome, me dijo: «Agustín, ¡encomiéndate a Dios y a aquesta virgen bendita!», y dejóme una imagen de nuestra Señora de Atocha a la cabecera. Y como volví la cara y la vi, fue tan grande el consuelo que me dio y la confianza que en ella tuve, que me pareció podía ya levantarme. Recibíla con lágrimas, manifestéla mis culpas, púsela por intercesora de mis ansias. Y os prometo (que esto ya se sabe y fue público) que sin curarme por ensalmo, estuve dentro de tres días bueno, siendo la herida tan penetrante como os he dicho. Y más digo (y esto no parezca cuento, que nuestra Señora de Atocha puede hacerlo todo) que es tanto lo que quiero a esta imagen, desde que nací, y la confianza que en ella tuve desde que allí la miré, que si me tomaran juramento si estaba herido, dijera que no. Y vese claro en que nunca me hallaron calentura ni accidente de ella, ni yo sentí dolor, ni aun me acordaba estar herido hasta que venía a curarme el cirujano, de que él también quedaba asombradísimo de verme en tan pocos días bueno.

     SOLANO.- Al que es de vida, el agua le es medicina.

     RAMÍREZ.- Yo lo supe en Granada; pero dijeron que estabais muerto.

     RÍOS.- Las mismas nuevas tuvimos en Valencia yo y Solano, y aun nos dijo un fraile que se había hallado en vuestro entierro.

     ROJAS.- No me espanto, porque fue eso en Sevilla tan público que cuando me levanté, no pasaba por calle que todos no se asombraban. Y en la iglesia mayor me sucedió con algunos dejar de oír misa y irse tras mí muy asombrados, decir el uno que le debía dos misas, el otro las oraciones, la pobrecita las Ave Marías, y aun la otra buena cristiana algunas limosnas. Porque cierto a mí me quieren mucho en aquella tierra, y para que conozcáis su caridad, os prometo que de noche ni de día no se desocupaba mi casa de caballeros y gente principal que en mi vida había visto ni conocía. Y entre éstos vino un día un vizcaíno y me dijo de quién era devoto; preguntado el porqué lo decía, respondió que me iba a decir cuatro misas al Santo Crucifijo de San Agustín. Este hombre de Dios me hizo tanto bien, que quererlo decir sería nunca acabar. Pues mujeres, os prometo que entre muchas que me visitaron sin conocerlas, fue una que jamás la vi la cara, que me llevó tres cirujanos, los mejores que había, y dio a cada uno, porque me visitasen y viesen si la herida era peligrosa, doce reales, y sin esto, mil regalos. Y para que me sirviese, me envió una criada, que dormía dentro de mi aposento, por si de noche se ofrecía alguna cosa. Y el día que éstos me vieron (como digo) y dijeron estaba fuera de peligro y la herida buena, aquella noche se encendieron, desde la esquina de la calle de la Mar hasta la puerta de Triana (a trechos), por cal de Gimios y la Pajería, barriles grandes de alquitrán vacíos y candiles que ardían y luminarias por todas las ventanas.

     RÍOS.- Eso mismo me escribieron a mí a Valencia.

     ROJAS.- Pues no digo todo lo demás que me sucedió después acá en Sevilla, para que viérades la mayor grandeza que del lugar está escrita.

     RÍOS.- Sin duda lo fuera, si no tuviera en sí alguna gente tan traidora, de tan malas obras y tan infames palabras.

     ROJAS.- Bien decís, porque al hombre honrado más lastima la palabra fea que la mortal herida. Pero en tan gran laberinto, no es posible que deje de haber de bueno y de malo.

     RAMÍREZ.- Y al fin, ¿en qué pararon los que os hirieron?

     ROJAS.- En que visto yo que aquél era castigo del cielo, y no poder suyo, les perdoné las heridas a ellos, y supliqué a Dios perdonase mis graves pecados.

     SOLANO.- Es un ánima bendita; cortalde un poco de la ropa.

     RÍOS.- Válgate Dios, Juan de buen alma.

     RAMÍREZ.- De mí digo que me vengara, o por mis manos o por la justicia. Y cuando más no pudiera, callara, y callando hiciera mi venganza.

     SOLANO.- Dicen que nunca venga la injuria, sino el que la disimula.

     ROJAS.- Pues yo quise más perdonarla que vengarla; porque no hay a Dios tan acepto sacrificio como el perdón del enemigo.

     RÍOS.- Bien dice Rojas, porque la mayor victoria es la que sin sangre se alcanza.

     ROJAS.- Pues sucedió una cosa increíble al que dicen me hirió, que como eran tantos, no podré certificar si era aquél u otro; y es que dentro de pocos días, yendo en una procesión de penitentes, se llegó a él un disciplinante, y con un terciado le pasó dos veces el cuerpo. Éste huyó sin ser conocido, y pareciéndoles [a] algunos ser yo culpado en esto, fue Dios servido que se averiguó quién lo había hecho. Al fin, llevándole a su casa en una tabla, medio muerto, encontraron conmigo junto a San Pablo, y diciéndome el suceso, me quedé asombrado. Y fue tanto mi sentimiento, que os certifico que lloré su desgracia como si fuera mía propia. Y aun podré afirmar que no sentí tanto la mía.

     RÍOS.- De Gayo Metelo Macedonio cuenta Tito Livio que sabiendo la muerte de Scipión Africano su enemigo, salió a la plaza llorando y diciendo en altas voces: «¡Ah, ciudadanos! Cómo ya se nos caen de la ciudad los muros».

     SOLANO.- Es de corazones piadosos enternecerse de los males ajenos.

     RAMÍREZ.- No es sino de maricas. Yo, a lo menos, no puedo ver hombres llorones, aunque sea por la muerte de sus padres: que aun en las mujeres parece mal.

     ROJAS.- No tenéis razón, que muchos ha habido valerosos que han llorado. Pues vemos que el rey Demetrio lloró por su padre Antígono; el viejo Anquises, la destruición de la soberbia Troya; Marco Marcelo, viendo arder la ciudad de Siracusa; Scipión, a Numancia; Crispo Salustio, la caída del Pueblo romano; Julio César, con la cabeza de Pompeyo; el magno Alejandro, a Darío. Pues si hablamos de la Escritura, David lloró por la muerte de su contrario Saul, y la vengó como si fuera de un hermano propio, y éste mismo a su querido Absalón cuando le dio de lanzadas Joab; el profeta Jeremías, la destruición de su república, cuando fue cautiva a Babilonia; el patriarca Jacob, a su hijo José por muerto y a su amado Benjamín, preso en Egipto; y Cristo, Dios y hombre, lloró tres veces. Todos éstos han llorado, sin otros muchos que dejo, que han sido obedecidos en la paz y temidos en la guerra. De donde se infiere que el llorar no es bajeza cuando nace de piedad del alma o de propia naturaleza.

     SOLANO.- Es, sin duda, que por valeroso que un hombre sea, no puede refrenar el llanto si de sí mismo es piadoso.

     RÍOS.- Eso, ni olvidar injurias, abstenerse de palabras, resistir las ocasiones y atajar los deseos, téngolo en muchos por imposible.

     ROJAS.- Acuérdome que en Bretaña me contó un cuento un capitán amigo mío, y era tan piadoso que él contándole lloraba y oyéndole yo me enternecía. Pero cierto era digno que se oyera con el alma, se alabara con la lengua, se escribiera con la pluma, y aun de que se imprimiera en la memoria.

     SOLANO.- Dos leguas estamos de Marchenal donde esta noche vamos a dormir: por vuestra vida que nos lo contéis.

     ROJAS.- Es muy largo y yo no voy con mucho gusto; quédese para otro mejor tiempo, y oiréis un caso tan amoroso como extraño.

     RAMÍREZ.- Pues no le decís, entretenednos con algo.

     ROJAS.- Una loa os diré de algunas naciones del mundo, y en ella un cuento a propósito de lo que vamos hablando.

     RÍOS.- Aunque el viaje es enfadoso, no deja de ser bien entretenido. Decid.

     ROJAS.- No sé si me tengo de acordar, porque es muy dificultosa; pero cuando me yerre, seguro estoy que perdonaréis mis faltas.

                                                Después que me libré por mi ventura
de aquella confusión, de aquel peligro,
de aquel surcar el mar a vela y remo,
cansado ya de ver tantas naciones,
tantos reinos remotos y apartados,
hallándome mancebo todavía,
procuré consumir otros dos años
en ver del mundo lo que me quedaba,
o al menos ver lo que posible fuese.
Tomé, pues, en Saona puerto un día,
y fuime desde allí a Roma la santa;
vi a Florencia la bella, vi a Saboya,
Bolonia grasa, Génova soberbia,
Tiro la fuerte, Numancia la dichosa,
Nápoles la gentil, Milán la grande,
Padua la fértil, Sena la valiente,
Venecia rica, Capua la amorosa,
sin otras muchas que diré adelante,
donde vi por los ojos tantas cosas,
que parecen de extrañas increíbles.
Pero como los ánimos se extiendan
a procurar saber cosas notables,
ver invenciones, novedades, trazas,
varios reinos, naciones extranjeras,
pasé con mis deseos adelante:
y vi gentes incógnitas y extrañas,
como son scitas, medos, babilonios,
dalmacios, partos, persas, garamantes,
hestracos, moscovitas, tesalianos,
esclavones, franceses, dinamarcos,
getas, hanitas, indios, cracios, ítalos,
húngaros, transilvanos, palestinos,
árabes, mauritanos, ninivitas,
escoceses, bohemios, macedonios,
iberios, frigios, rodos, penos, galos,
croacios, griegos, tiros, boloneses,
asirios, alemanes, longobardos,
dardanos, volscos, egipcios y noruegos,
cretenses, umbros, tártaros, germanos,
sirios, lacedemonios, masagetas,
albaneses, colosos y panonios,
ialocuos, monicongos y guineos,
epirotas, tebanos, zurgundiones,
hebraicos, turcos, bárbaros, caldeos,
panfilios, capadocios, atenienses,
loneses, betulianos y corintios,
normandos, rocheleses y tudescos,
irlandeses, ingleses, berberiscos,
sicilianos, bretones y flamencos.
Y pues tan por extenso os he contado
estos lugares, quiero ahora deciros
cuáles son las cabezas de estos pueblos,
que es adonde las cortes de ordinario
suelen estar, como en ciudades grandes.
Es Lanchín la cabeza de la China;
Pauris, de Persia; Moscate, de Moscovia;
de Berbería, Fez; Cairo, de Egipto;
Aburcia, de Bitinia, y de Etiopía,
Nadabera; Cetay, de la Circasia;
también Constantinopla lo es de Grecia;
de Babel, Babilonia, y Sarmacanda,
de Tartaria, y de la gran Italia,
Venecia, y de la Nueva España,
Méjico; Lantón de Macro, de Indias;
de Alemania, Babera, y de Polonia,
Cracovia y de Chipre, Nicosia;
de Dalmacia, Delum; de Austria, Viena;
Bozna, de Trapisonda; Amberes, de Flandes;
Samo, de Asia menor; Buda, de Hungría;
del nuevo reino de Granada en Indias,
Pamplona, y París, de toda Francia;
Croya, de Macedonia, y Zaragoza,
de Sicilia, y de Amasia, Sultania;
de la grande Tesalia, Tesalónica;
Valladolid, de nuestra madre España.
Y al fin, por no cansaros, voy al caso,
que volviéndome a ella, junto a un monte,
cuyas vertientes llaman las Rifeas,
que despeñadas van a dar a un llano,
en lo alto del monte vi una cueva
obscura, sola, triste, temerosa,
y en tanta soledad, que aun animales
no vienen a beber de estas vertientes.
Encima de ella estaba en una peña
escrito este epitafio en letra arábiga:
De hablar tanto, nació callar yo tanto.
Admirado de ver cosa tan nueva,
volví los ojos y vi más adelante
escritos en latín aquestos versos:
La discreción es madre del silencio,
la voluntad las obras que en mí faltan,
y si aquéstas faltaren en mi cueva,
supla la voluntad, que aquesta es grande.
Quise entrar, y vi junto a unos riscos,
un hombre viejo, venerable, anciano,
la barba larga, los cabellos grandes,
los pies descalzos, cubierto de (unas) pieles,
lloroso, macilento, triste y flaco.
Lleguéme a ver quién fuese y conocióme,
y echándome sus brazos por mi cuello,
me dio de bien venido enhorabuena.
Preguntéle quién era, y respondióme
que era representante o había sido,
y que habladores necios le trujeron
a aquella soledad donde habitaba,
desterrado del bien que humanos gozan.
«¿Es posible, le dije, que eso sólo
os pudiese traer a este destierro?
-No más, me respondió, porque una lengua
bastara solamente a desterrarme
a mayor soledad que la que tengo,
cuanto y más donde hay tantos maldicientes,
que sin saber murmuran de los tristes,
que quizá todo el año desvelados,
continuo aprenden como contentarles,
tenerlos gratos y servir a todos,
por agradar los necios que discretos
reciben voluntad a falta de obras.
Y dice el uno si es la mujer fea:
«Quítenme aquel demonio de delante,
y no la vea yo más en el tablado,
que tiene mala cara y mala gracia»
(cual si hubiera de hacer vida con ella);
y éste no considera que es discreta,
buena representante o buena música,
y tiene otras mil cosas que son buenas.
Pues si es hermosa, nada les contenta;
luego dicen que es fría o que es muy necia,
porque no les miró cuando le hablaron,
y que tiene buen rostro, pero es mala.
Si el farsante es muy bueno, dicen todos:
«¡Qué lástima tan grande de aquel hombre!
¡Qué habilidad tan buena, y qué perdida!
¡Hideputa ladrón, si no merece
por buen representante que le azoten,
pues anda en este oficio y no es letrado,
y tomara por dicha ser verdugo!»
Pues si llega su suerte a que se yerre:
«¡Qué remo para aquel bellaconazo!
¿No estuviera mejor éste en galeras,
y no engañando el mundo con palabras,
sacándome el dinero a mí y a otros?»
Por no ver estas cosas y otras tales,
me he venido a este monte con los brutos,
donde padezco lo que Dios se sabe».
Paréceme que basta aqueste ejemplo
para que pueda yo decir a todos
que sigan el camino que quisieren,
pues importa tan poco el buen servicio,
la voluntad, el ánimo, el cuidado,
la justicia, la ley, la razón justa,
para que nos amparen cual se debe
al celo tan humilde que tenemos,
pues que sólo se extiende a contentaros,
serviros de continuo y agradaros.

     RÍOS.- Veis aquí una loa que no es buena y costaría mucho trabajo de hacer y no menos de estudiar. Porque tantos lugares, es fuerza que se lleve mucho cuidado en ellos.

     SOLANO.- No es mala la ficción del viejo, aquel pintarle tan solo, pálido y en un desierto.

     RAMÍREZ.- La loa llegado ahí promete mucho.

     ROJAS.- El tratar de las naciones fue sólo mi fundamento.

     RÍOS.- Una cosa he notado, y es que decís en ella algunas cabezas de los reinos, y de España hacéis cabeza a Valladolid, pudiendo serlo con más justa razón Sevilla, pues vemos solamente en ella las riquezas de Tiro, la fertilidad de Arabia, las alabanzas de Grecia, las minas de Europa, los triunfos de Tebas, la abundancia de Egipto, la opulencia de Escancia y las riquezas de la China. Y en efecto, si los siete milagros del mundo se encierran en España, el mundo todo se encierra dentro de Sevilla.

     ROJAS.- Cosa es clara; pero yo no trato de grandeza, sino de majestad; y como agora está en Valladolid la que nos gobierna, y [le] dé Dios muchos años de vida, hice a la Corte la cabeza de España. Y cuando eso no fuera, lo merecía, porque es una de las mejores ciudades de ella.

     SOLANO.- He deseado saber: ¿cómo olvidastes a Alejandría, siendo la mejor ciudad de Egipto, la cual está junto a la entrada del río Nilo, y la edificó Alejandro Magno?

     ROJAS.- Bien decís y me maravillo porque es una ciudad muy fértil, la cual trazó Dinócrates, admirable arquitecto, a manera de una túnica macedónica, que llamaban clámide, vestidura militar, y tiene quince mil pasos al Mediodía y llegan sus muros a la entrada canopica del Nilo, y fue su edificación antes de la venida del Salvador trescientos y veinte años, y se acabó la traza en noventa y siete días (autor Justino, libro segundo), y sabiendo tanto de ella, me espanto olvidarla.

     RÍOS.- Gracias a Dios que llegamos ya a Marchena

     SOLANO.- Poco a poco bita la vieja el copo.

     ROJAS.- Éste es uno de los buenos lugares de Andalucía de mejores posadas. Llamóse, antiguamente Marcia. Es muy sano y hay en él gente muy cortesana, porque residen en él de ordinario los Duques de Arcos; sin esto, tiene gran cosecha de pan, buenos vinos, y aun rostros muy hermosos.

     RÍOS.- Celestiales los he visto no sé cuántas veces que por aquí he pasado.

     SOLANO.- Luego ¿no habéis estado en él algunos días de asiento?

     RÍOS.- Aquí hice una fiesta del Corpus, habrá siete años, con Angulo el de Toledo.

     RAMÍREZ.- Yo podré jurar que no he representado en mi vida en lugar chico.

     SOLANO.- Luego ¿nunca habéis llevado el hato al hombro, tocado el tamborino, ni hecho el bobo?

     RAMÍREZ.- En mi vida.

     SOLANO.- Pues no sabéis de nada bueno.

     RÍOS.- Aquí Solano ha sido gran cómico.

     SOLANO.- Menos he sido yo que farandulero, porque he sido bojiganga.

     RÍOS.- ¿Acordaisos cuando nos sucedió aquel cuento en Valencia y nos vinimos echando la gandaya hasta cerca de Zaragoza, aquella honrada compañía de Martinazos?

     SOLANO.- Notables cosas nos sucedieron en esa jornada.

     RAMÍREZ.- ¿No oiremos alguna?

     SOLANO.- Ríos podrá decirlas, que fue el faraute de todas.

     RÍOS.- Eran cosas de los cielos (como dice Rojas). Digo que salimos de la ciudad de Valencia, allá por cierta desgracia, Solano y yo; el uno a pie y sin capa, y el otro andando y en cuerpo.

     RAMÍREZ.- ¿De manera que ninguno llevaba embarazo?

     RÍOS.- No se puede hacer a la par comer y rascar; caminar a pie y cargado, es negocio muy enfadoso. Dímoslas a un muchacho, perdióse en un pueblo, y quedámonos hechos gentiles hombres del camino. En efecto, llegamos a un lugar, de noche, molidos y con ocho cuartos entre los dos, sin las asaduras, fuimos a un mesón a pedir cama, y dijeron que no la había ni se podría hallar porque había feria. Viendo el poco remedio que teníamos de hallarla, usé de una industria, y fuime a una posada y dije que era un mercader indiano (que ya veis que lo parezco en el rostro); preguntó la huéspeda si traíamos cabalgaduras y respondí veníamos en un carro: que mientras llegaba con la hacienda nos hiciese dos camas y aderezase de cenar; hízolo, y yo fuime al alcalde del pueblo y díjele que estaba allí una compañía de recitantes que pasaba de paso, si me daba licencia para hacer una obra. Preguntóme si era a lo divino. Respondíle que sí; diómela; volvíme a casa y avisé a Solano que repasase el auto de Caín y Abel y se fuese luego a cobrar a tal parte, porque habíamos de representar aquella noche. Y entre tanto, yo fui a buscar un tamborino, hice una barba de un pedazo de zamarro y fuime por todo el pueblo pregonando mi comedia. Como había gente en el lugar, acudieron muchos; esto hecho, guardé el tamborino, quitéme la barba y fuime a la huéspeda y dije que ya venía mi mercadería, que me diese la llave de la puerta de mi aposento, porque quería encerrarla. Preguntóme qué era, y respondí que especería. Diómela, y yo tomo las sábanas de la cama y descuelgo un guadamecí viejo que había y dos o tres arambeles, y porque no me lo viesen bajar, hago un envoltorio y écholo por la ventana y bajo como un viento. Ya que estaba en el patio, llamóme el huésped y díjome: «Señor indiano, ¿quiere ir a ver una comedia de unos faranduleros que han venido poco ha, porque es muy buena?» Díjele que sí, y yo con mucha priesa salgo a buscar la ropa con que habíamos de hacer la farsa, porque el huésped no la viera, y aunque me dí mucha diligencia, ya no pude hallarla. Viendo la desgracia derecha y que era delito para visitarme las espaldas, corro a la ermita donde Solano cobraba, avísole de todo lo que había, deja la cobranza y vámonos con la Moneda. Considerad agora todos éstos cómo quedarían: los unos sin mercaderes ni sábanas, y los otros burlados y sin comedia. Aquella noche anduvimos poco, y eso, fuera de camino, y a la mañana, hicimos cuenta con la bolsa, y hallamos tres reales y medio, todos en dinerillos. Ya como veis, íbamos ricos y no poco temerosos, cuando a cosa de una legua, descubrimos una choza, que llegados a ella nos recibieron con vino en una calabaza, con leche en una artesa y con pan en unas alforjas. Almorzamos, y fuimos aquella noche a otro lugar, donde ya llevábamos orden para ganar de comer. Pedí licencia, busqué dos sábanas, pregoné la égloga, procuré una guitarra, convidé a la huéspeda, y díjele á Solano que cobrara. Y al fin, la casa llena, salgo a cantar el romance de Afuera, afuera; aparta, aparta; acabada una copla, métome y quédase la gente suspensa; y empieza luego Solano una loa, y con ella enmendó la falta de la música. Vístome una sábana y empiezo mi obra, cuando salió Solano de Dios Padre, con otra sábana abierta por medio y toda junta a las barbas llena de orujo, y una vela en la mano; entendí de risa ser muerto. El pobre vulgo no sabía lo que le había sucedido; pasó esto, y hice mi entremés de bobo, dije la coleta del huevo, y llegóse el punto de matar al triste Abel, y olvídaseme el cuchillo para degollarle, y quítome la barba y degüéllole con ella. Levántase la chusma y empieza a darnos grita; supliquéles perdonaran nuestras faltas porque aún no había llegado la compañía. Al fin, ya toda la gente rebelada, entra el huésped y dice que lo dejemos, porque nos quieren moler a palos. Con este divino aviso, pusimos tierra en medio, y aquella misma noche nos fuimos con no más de cinco reales que se habían hecho. Después de gastado este dinero, vendido lo poco que nos había quedado, comido muchas veces de los hongos que cogíamos por el camino, dormido por los suelos, caminando descalzos (no por los lodos, sino por no tener zapatos), ayudado a cargar a los arrieros, llevado a dar agua a los mulos, y sustentándonos más de cuatro días con nabos, sutilmente llegamos una noche a una venta donde nos dieron, entre cuatro carreteros que estaban allí juntos, veinte maravedís y una morcilla porque les hiciésemos la comedia. Con esta vida penosa y esta notable desventura, llegamos al fin de nuestra jornada, Solano en cuerpo y sin ropilla (que la había dejado empeñada en una venta), y yo en piernas y sin camisa, con un sombrero grande de paja, con mucha ventanería y vuelta la copa a la falda, unos calzones sucios de lienzo y un coletillo muy roto y acuchillado. Viéndome tan pícaro, determiné servir a un pastelero, y como Solano era tan largo, no se aplicaba a ningún oficio, cuando estando en esto, oímos tañer un tamborino y pregonar a un muchacho: «La buena comedia de los Amigos trocados se representa esta noche en las casas de cabildo». Como lo oí, abriéronseme tantos ojos como un becerro. Hablamos al muchacho, y como nos conoció, soltó el tamborino y empezó a bailar de contento. Preguntéle si tenía algún dinerillo reservado; sacó lo que tenía en un cabo de la camisa envuelto. Compramos pan, queso y una tajada de bacallao (que lo había muy bueno), y después de comido, llevónos donde estaba el autor (que era Martinazos); como nos vio tan pícaros, no sé si le pesó de vernos. Al fin, nos abrazó, y después de darle cuenta de todos nuestros trabajos, comimos, y dijo que nos espulgásemos, porque habíamos de representar, y no se le pegasen muchos piojos a los vestidos. Aquella noche, en efecto, le ayudamos, y otro día conciértase con nosotros por tres cuartillos de cada representación a cada uno. Y dame con esto un papel que estudie en una comedia de La resurrección de Lázaro, y a Solano dale el santo resucitado. El día que se hubo de representar esta comedia, y siempre que se hacía, quitábase el autor en el vestuario un vestido y prestábasele a Solano, encargándole mucho que no le pegase ningún piojo. Y en acabando. volvíasele allí a desnudar y a poner el suyo viejo; y a mí dábame medias, zapatos, sombrero con muchas plumas y un sayo de seda largo, y debajo mis calzones de lienzo (que ya se habían lavado), y con esto y como yo soy tan hermoso, salía como un brinquiño con esta caraza de buen año. Anduvimos en esta alegre vida poco más de cuatro semanas, comiendo poco, caminando mucho, con el hato de la farsa al hombro, sin haber conocido cama en todo aqueste siglo. Yendo desta suerte de un pueblo a otro, llovió una noche tanto, que otro día nos dijo que pues no había más de una legua pequeña hasta donde iba, que hiciésemos una silla de manos y que entre los dos llevásemos a su mujer; y él y otros dos que había, llevarían el hato de la comedia, y el muchacho el tamboril y otras zarandajas. Y la mujer muy contenta, hacemos nuestra silla de manos, y ella, con su barba puesta, empezamos nuestra jornada.

     RAMÍREZ.- ¿Pues caminaba con barba?

     SOLANO.- ¡Bueno es eso! Las faldas muy cortas, un zapato de dos suelas, una barbita entrecana, y otras veces con mascarilla, por guardar la tez de la cara.

     ROJAS.- Buena cosa, por mi vida.

     RÍOS.- Llegamos de esta manera al lugar, hechos mil pedazos, llenos de lodos, los pies llagados y nosotros medio muertos, porque, en efecto, servíamos de asnos. Pidió el autor licencia y fuimos a hacer la farsa, que era la de Lázaro. Púsose aquí nuestro amigo su vestido prestado y yo mi sayo ajeno, y cuando llegamos al paso del sepulcro, el autor, que hacía el Cristo, díjole muchas veces al Lázaro: «¡Levanta, Lázaro, surge, surge!» Y viendo que no se levantaba, llegaron al sepulcro, creyendo estaba dormido, y hallaron que en cuerpo y alma había ya resucitado, sin dejar rastro de todo el vestido. Pues como no hallaron el santo, alborotóse el pueblo, y pareciéndole que había sido milagro, quedóse el autor atónito. Y yo viendo el pleito mal parado y que Solano era ido sin haberme avisado, hago que salgo en su seguimiento, y de la manera que estaba tomé hasta Zaragoza el camino, sin hallar yo en todo él rastro de Solano, el autor de sus vestidos, ni la gente del Lázaro (que sin duda entendieron que se había subido al cielo, según se desapareció en un proviso); en efecto, yo entré en una buena compañía y dejé esta vida penosa.

     RAMÍREZ.- Cierto que ella es mala, y dudo yo que haya otra en el mundo, aunque sea la de la milicia que se compare con ella.

     ROJAS.- Más padece un soldado en una hora que un representante en toda la vida. Padecido habré yo trabajos en España y algunos en la comedia, que también he gozado de la vida farandúlica; pero todo es nada, respecto de la gran desventura de la soldadesca.

     SOLANO.- Muchos padeceríades en Bretaña.

     ROJAS.- Acuérdome que los días pasados hice una loa en que trataba del cautiverio que tuve en la Rochela, y respecto de lo que aquí se pasa, con aquel que murmura y el otro que no se contenta, es, sin duda, ésta más trabajosa por ser peor agradecida y haber de dar a tantos gusto con ella.

     RÍOS.- No se pase en blanco la loa.

     ROJAS.- Pues gustáis que la diga, dice de esta manera:

                                                Después que quedé cautivo
y al remo, en una galera,
no de herejes, turcos, moros
de Árgel, Fez, ni de Inglaterra,
sino de propios cristianos
y que mis amigos eran,
de forzados españoles,
y aun algunos de mi tierra,
que viniendo navegando
viento en popa y la mar sesga,
desde Nantes a Blaubete,
se levantaron con ella.
No digo en qué puerto fue,
quién el autor de la empresa,
el faraute de la historia
y el culpado en la tragedia,
la confusión de aquel día,
las muertes y las afrentas,
las heridas y los palos,
las voces y las faenas.
Sólo digo que mis culpas,
mucho más que las ajenas,
a padecer me llevaron
su rigurosa inclemencia.
Desnudáronme en efecto,
echáronme una cadena
adonde preso quedé,
más por paz que no por guerra.
Y al fin, para no cansaros,
paseándome una siesta,
mientras mi amo dormía
(que era el Monsiur de Fontena),
poco a poco me llegué
al pie de unas altas peñas,
a quien la mar en creciente
con sus ondas toca y besa,
y contemplando en el mar,
y otros ratos en la arena,
a mis ojos lastimados,
les dije de esta manera:
«Lloremos, ojos, los dos,
de nadie formemos quejas,
aunque para tantas culpas
pocas lágrimas son éstas.
Entre aquestas desventuras,
tengamos, ojos, paciencia,
que bien la habrá menester
el triste que vive en ellas.
¡Ay, soledades dichosas
para aquel que no os contempla
ni con vida desde lejos,
ni con ojos desde cerca!
¿Quién hay que en vosotras vive,
que la muerte no desea?
Porque en vida que es tan mala,
no hay muerte que no sea buena.
¡Oh, piadosísimo mar!
¡Oh, invencible madre tierra!
Duélante mis desventuras,
si es posible que te duelan.
Patria mía venturosa,
dame una hora de licencia
para contar mis desdichas
a quien es la causa de ellas.
Que aunque es monte a mis suspiros,
muda selva a mis querellas,
contrastará su diamante
la sangre de mi inocencia.
¡Ay, mujer mudable, varia!
Todos de ti se querellan,
si quien te entienda buscamos,
nunca hallamos quien te entienda.
Infierno que adoran tantos,
cielo que nadie desea,
esperanza que se tarda,
muerte que jamás no llega.
Vida donde tantos mueren,
gloria donde tantos penan,
mujer por quien todos lloran,
déla Dios a quien la quiera.
Ojos míos, advertid
que andáis por patrias ajenas,
y que nació del mirar
toda la desdicha vuestra.
Quejábanse ayer de vos,
que mirábais sin prudencia,
que matábais sin piedad
y hablábais sin tener lengua.
Ponzoña de basilisco
es la vuestra, y aun más fiera,
que éste mata con la vista,
pero vos con la sospecha.
Si con mirar ofendistes.
no es mucho que agora venga
por vuestra causa a mirar
los peligros que me cercan.
Entre Caribdis y Scila
navego el mar que me anega;
plega a Dios que no me hunda,
que es mujer quien me gobierna.
Mirad por vuestra salud,
que si os duele la cabeza,
ni hallaréis doctor que os mate,
ni clérigo que os absuelva.
Jarabes de confusión
y píldoras de tristeza
hartas hay; si más queréis,
mis ojos, tened paciencia.
¿No sabéis de qué me holgara?
Que os muriérais por mi cuenta,
para ver si os enterraban
en alguna madriguera.
Que en la barca de Aqueronte
alguna furia os metiera,
y los forzados cantaran
y los diablos los oyeran;
aunque hay alguno tan malo,
que por no oírle en mi pena,
a la rueda de Ixión
siguiera atado sus vueltas.
Requiescat in pace, amén,
el ánima de mi agüela,
que cantaba con las niñas
y lloraba con las viejas.
Y un sacerdote de Baco,
canónigo de Ginebra,
le enseñaba el gama ut a re
por amor a la jaqueca.
¡Vaya arredro, Satanás!
Verbum caro, ¿quién me tienta?
¿Yo no era cristiano antaño?
¿Quién me ha hecho hogaño poeta?
Si es aquel diablo mi amigo,
ya sabe que hicimos treguas
de no decir mal de gordas,
ni hacer sátiras a viejas.
Pues no hay otro que me tiente,
que ello es de lo que me pesa,
que harto perseguí aquel diablo,
mas no hay diablo que me quiera.
Pero ¿dónde voy perdido?
¿qué quimeras son aquestas?,
que aun hasta aquí me persiguen
memorias que me atormentan.
¡Válgame Dios! ¿qué es aquesto?
Estando en esta aspereza,
desnudo, triste, afligido,
cautivo y con tantas penas,
¿aquella ingrata no olvido?
¿Qué desventura es aquesta?
¡Ah, cuerpo desventurado!
¡Ah, infame naturaleza!
¿Qué remedio puede haber
contra tu grande potencia,
pues estando como estoy,
me buscas y me inquietas?
Hércules tenga disculpa
de que una mujer le venza,
pues veo que no es posible
poderme refrenar de esta;
aquel Mirónides, griego,
que cuanto ganó en la guerra,
en más de veinte y dos años,
dé a una mujer en Boecia;
un Aníbal contra Roma,
sin vencerle nadie en ella,
y venga a vencerle en Capua
una mujer deshonesta;
un Falaris el Tirano,
que jamás hizo obra buena,
ni a ninguna mujer mala
negó lo que le pidiera.
Un Scipión, un Tolomeo,
un Pirro y un Julio César,
un Augusto, un Marco Antonio,
y otros que decir pudiera,
alegaron por disculpa
su misma naturaleza
y el no poder resistirse,
aunque sea su fuerza inmensa.
Porque ha de haber don del cielo
para que los hombres puedan
(siendo de hueso y de carne)
vivir en carne sin ella».
Estando, pues, divertido
en estas y otras quimeras,
un Filipote de España y
de Zubiaur llega
con una bandera blanca,
y disparando una pieza,
entró en el puerto, dio fondo,
y de él saltaron en tierra
diez o doce rocheleses
que andaban en las galeras
de España, todos al remo,
y éstos por nosotros truecan.
Tuve libertad aquí,
y por no cansar con ella,
digo que saliendo en corso
la vuelta de Ingalaterra,
a España vine arribar
con una grave tormenta;
tomé puerto en Santander,
donde me dieron licencia
para llegar a Madrid
a hacer ciertas diligencias;
enfermé, llegué a la muerte,
viví (que nunca viviera),
vine a ser representante,
pero es fortuna que rueda.
Todo aquesto que he contado
ha sido para que sepan
cuánto mayor desventura
sin comparación es ésta,
que tengo presente agora,
que las pasadas lo eran.
Allí serví a una persona,
aquí sirvo a novecientas,
allí dormía a mis horas,
y aquí no hay hora en que duerma.
Si allí erraba me reñían,
pero aquí me vituperan;
si allá me llamaban perro,
acá trescientas afrentas.
Y si entonces trabajaba,
y echaba fagina y tierra,
cuando contaba mi mal,
de mí se dolían las piedras.
Y aquí no sólo no sienten,
pero me tiran con ellas,
que aquí son piedras los hombres
y allá son hombres las peñas.
Bien sé que agora dirá
más de uno allá en su idea:
«¡Cuánto le fuera mejor
[a] aquel mancebo que fuera
estudiante o escribiente,
o que a algún señor sirviera,
y no andar de venta en monte,
siendo farsante y poeta!»
Por cierto que dice bien.
mas no hay oficio en la tierra
que no haya usado y tenido,
desde caballero en jerga
a pícaro de la jábega;
desde paje con chinelas
a caminante de a pie
y mercader de agujetas.
Todo lo que he dicho he sido,
mas ya fue aquesta mi estrella,
y aunque forzarla he querido,
mi fuerza ha sido pequeña.
Porque lo que está del cielo
mal lo haré yo resistencia,
que aunque no hay fuerza en los casos,
en la inclinación hay fuerza.
Diéronme hacienda mis padres,
buenas costumbres y letras,
y yo a la farsa me vine,
Dios sabe si me honro en ella;
pues cuando no hubiera más
del gran bien que se interesa
de serviros y agradaros,
fuera honor, provecho fuera.
Discretísimo Senado,
hoy a vuestras puertas llega
un farsante y un cautivo,
fiado en vuestra clemencia.
Humilde viene a serviros,
a vuestros pies se presenta,
no a que le deis libertad,
ni para el rescate de ella,
sino sólo a suplicaros,
que en tanto que representa,
sus faltas le perdonéis;
no pide más merced que ésta.
Ésta le habéis de otorgar;
ansí los cielos concedan
libertad a vuestros hijos,
y a vosotros fama eterna.

     RÍOS.- ¡Grandes desventuras se pasarían en Francia, y más con los forzados, cuando se levantó esa galera!

     ROJAS.- Fue una confusión extraña, y sin falta os la dijera, pero es muy lastimosa.

     SOLANO.- ¿Y que es posible que los forzados se levantaron con ella? Sin ninguna duda, matarían mucha gente.

     ROJAS.- Algunos murieron por querer resistirse.

     RAMÍREZ.- No me parece que fue cordura, siendo tan conocida la ventaja.

     ROJAS.- Señor, el que vence alcanza lo que quiere, y el que muere cumple con lo que debe.

     RÍOS.- ¿Grandes infortunios y hambres se padecerían?

     ROJAS.- Es fuerza que hayan de padecerse entre soldados, donde el trabajo del marchar es intolerable, y la sed que se padece insufrible.

     RAMÍREZ.- Dice Diodoro que Lucio Ananio Darío, valeroso capitán, huyendo de una batalla que tuvo con Alejandro Magno, yendo con grandísima sed, se apeó del caballo y bebió de un arroyo de sangre, y dijo que en su vida había bebido mejor.

     SOLANO.- No sucedió eso al Emperador Carlos Quinto, nuestro señor (que Dios haya), que yendo marchando con extrañísima calor por los arenales de Túnez, queriendo descansar, no halló ni aun sangre que beber.

     ROJAS.- De mí podré decir que yendo desde Corles, la vuelta de Dinan, en seguimiento del enemigo, afligido de sed, bebí de un arroyo de orines, sangre y cieno, que me pareció agua de Tajo.

     RÍOS.- Y con los muchos trabajos que padecistes, pregunto yo, ¿qué medrastes?

     ROJAS.- La honra que gané en muchas ocasiones donde me vi, una honrada ventaja, y con ella a pique de alcanzar una bandera. Pero no pude, porque me faltó ventura, que sin ella el merecimiento no vale nada. Aunque en la milicia en más se estima al que merece la honra y no la tiene que al que la tiene y no la merece. Y de éstos hay muchos, indignos de tenerla, lo uno por gobernarse de su parecer y lo otro por no saberse corregir.

     RAMÍREZ.- Dice Plutarco que el famoso capitán Nicia nunca erró cosa que hiciese por parecer ajeno, y jamás acertó nada por el suyo propio.

     SOLANO.- También dice el filósofo Yarcas que mayor daño se le sigue a un hombre enamorarse de su parecer (aunque sea bueno) que hacer confianza de su mortal enemigo. Y si hoy se conociera lo que merecen los soldados, serían de los reyes más favorecidos y de sus pagadores más bien pagados.

     RÍOS.- El que quisiere vencer a sus enemigos, tenga los soldados contentos y con dineros adelantados.

     ROJAS.- Si eso último tuvieran, sospecho yo que de todo lo demás no se acordaran.

     SOLANO.- Dignos son, por cierto, de grandísima honra.

     ROJAS.- Yo espero en Dios que si en otro tiempo Rómulo honró a los canteros, Claudio a los escribanos, Sila a los armeros, Mario a los entalladores, Domiciano a los ballesteros, Tito a los músicos, Vespasiano a los pintores, y Numa Pompilio a los sacerdotes, que no ha de faltar un Scipión que honre agora los capitanes.

     RAMÍREZ.- Los días pasados vi no sé cuántas compañías del tercio de Bretaña en esta villa de Osuna, a quien el Duque hacía grandísima honra: sentaba a los capitanes y oficiales a su mesa, y aun partía con los soldados, como San Martín, la capa.

     RÍOS.- Antes sospecho que la daría entera, porque es la grandeza de su ánimo extraña.

     SOLANO.- Si él pudiera, no hubiera Alejandro que le igualara.

     ROJAS.- Tiene mucha renta de esta villa de osuna.

     RÍOS.- Por fuerza, porque es una de las mejores del Andalucía, Y tiene labradores muy ricos que cogen en ella mucha cantidad de trigo, cebada y aceite, y fuera de esto, es un lugar de muy buenos ingenios y tiene su Universidad, de las mejores de España, grandes edificios y calles, y (según dicen) antiguamente se llamó esta villa de Osuna Visa, aunque otros publican que Osonia.

     SOLANO.- Los duques de ella tienen un enterramiento, en su iglesia mayor, muy bueno.

     RAMÍREZ.- Ya le he visto, y es, cierto, digno de alabanza.

     SOLANO.- Mucho me holgaría entrásemos mañana en Antequera, porque pudiésemos esotro día llegar a Granada.

     RÍOS.- La primera loa que yo oí a Rojas en mi vida, fue en esa ciudad, y era, si no me engaño, alabando la comedia.

     ROJAS.- Ya me acuerdo la que decís.

     RÍOS.- Pues era buena, y aún me holgara harto de oírla.

     ROJAS.- No sé si me acordaré de ella, pero mal o bien, quiero decirla:

                                                Aunque el principal intento
con que he salido acá fuera
era sólo el alabar
el uso de la comedia,
sus muchas prerrogativas,
requisitos, preeminencias,
su notable antigüedad,
dones, libertad, franquezas,
entiendo que bastara
no hacer para su grandeza
catálogo de los reyes,
que con sus personas mesmas
la han honrado y se han honrado
de representar en ella,
saliendo siempre en teatros
públicamente en mil fiestas,
como Claudio, emperador,
lo acostumbraba en su tierra,
Heliogábalo y Nerón,
y otros príncipes de cuenta,
sino de aquellos varones,
que con la gran sutileza
de sus divinos ingenios,
con sus estudios y letras,
la han compuesto y dado lustre
hasta dejarla perfecta,
después de tan largos siglos
como ha que se representa.
Y donde más ha subido
de quilates la comedia,
ha sido donde más tarde
se ha alcanzado el uso de ella,
que es en nuestra madre España,
porque en la dichosa era
que aquellos gloriosos reyes
dignos de memoria eterna,
don Fernando e Isabel
(que ya con los santos reinan),
de echar de España acababan
todos los moriscos, que eran
de aquel reino de Granada,
y entonces se daba en ella
principio a la Inquisición,
se le dio a nuestra comedia.
Juan de la Encina el primero,
aquel insigne poeta,
que tanto bien empezó,
de quien tenemos tres églogas
que él mismo representó
al almirante y duquesa
de Castilla y de Infantado,
que éstas fueron las primeras.
Y para más honra suya
y de la comedia nuestra,
en los días que Colón
descubrió la gran riqueza
de Indias y Nuevo Mundo,
y el Gran Capitán empieza
a sujetar aquel reino
de Nápoles y su tierra,
a descubrirse empezó
el uso de la comedia,
porque todos se animasen
a emprender cosas tan buenas,
heroicas y principales,
viendo que se representan
públicamente los hechos,
las hazañas y grandezas
de tan insignes varones,
así en armas como en letras;
porque aquí representamos
una de dos: las proezas
de algún ilustre varón,
su linaje y su nobleza,
o los vicios de algún príncipe,
las crueldades o bajezas,
para que al uno se imite
y con el otro haya enmienda;
y aquí se ve que es dechado
de la vida, la comedia,
que como se descubrió
con aquella nueva tierra
y Nuevo Mundo, el viaje
que ya tantos ver desean,
por ser de provecho y honra,
regalo, gusto y riquezas,
ansí la farsa se halló
que no es de menos que aquesta,
desde el principio del mundo
hallada, usada y compuesta
por los griegos y latinos
y otras naciones diversas,
ampliada de romanos
que labraron para ella
teatros y coliseos,
y el anfiteatro, que era
donde se encerraban siempre
a oír comedias de éstas
ochocientas mil personas,
y otras que no tienen cuenta.
Entonces escribió Plauto
aquella de su Alcumena,
Terencio escribió su Andría,
y después con su agudeza,
los sabios italianos
escribieron muchas buenas,
los ingleses ingeniosos,
gente alemana y flamenca,
hasta los de aqueste tiempo,
que ilustrando y componiéndola,
la han ido perficionando,
ansí en burlas como en veras.
Y porque yo no pretendo
tratar de gente extranjera,
sí de nuestros españoles,
digo que Lope de Rueda,
gracioso representante
y en su tiempo gran poeta,
empezó a poner la farsa
en buen uso y orden buena.
Porque la repartió en actos,
haciendo introito en ella,
que agora llamamos loa,
y declaraban lo que eran
las marañas, los amores,
y entre los pasos de veras,
mezclados otros de risa,
que porque iban entremedias
de la farsa los llamaron
entremeses de comedia;
y todo aquesto iba en prosa
más graciosa que discreta.
Tañían una guitarra,
y ésta nunca salía fuera,
sino adentro, y en los blancos,
muy mal templada y sin cuerdas.
Bailaba a la postre el bobo,
y sacaba tanta lengua
todo el vulgacho embobado
de ver cosa como aquélla.
Después, como los ingenios
se adelgazaron, empiezan
a dejar aqueste uso;
reduciendo los poetas
la mal ordenada prosa
en pastoriles endechas,
hacían farsas de pastores
de seis jornadas compuestas,
sin más hato que un pellico,
un laúd, una vihuela,
una barba de zamarro,
sin más oro, ni más seda.
Y, en efecto, poco a poco
barbas y pellicos dejan,
y empiezan a introducir
amores en las comedias,
en las cuales ya había dama,
y un padre que [a] aquesta cela;
había galán desdeñado
y otro que querido era;
un viejo que reprendía,
un bobo que los acecha,
un vecino que los casa,
y otro que ordena las fiestas.
Ya había saco de padre,
había barba y cabellera,
un vestido de mujer,
porque entonces no lo eran
sino niños; después de esto,
se usaron otras sin éstas,
de moros y de cristianos,
con ropas y tunicelas.
Éstas empezó Berrío;
luego los demás poetas
metieron figuras graves,
como son reyes y reinas.
Fue el autor primero de esto
el noble Juan de la Cueva;
hizo del Padre tirano,
como sabéis, dos comedias.
Sus Tratos de Argel Cervantes
hizo; el Comendador Vega
sus Lauras, y el Bello Adonis
don Francisco de la Cueva,
Loyola, aquella de Audalla,
que todas fueron muy buenas;
y ya en este tiempo usaban
cantar romances y letras,
y esto cantaban dos ciegos,
naturales de sus tierras.
Hacían cuatro jornadas,
tres entremeses en ellas,
y al fin con un bailecito
iba la gente contenta.
Pasó este tiempo, vino otro,
subieron a más alteza.
Las cosas ya iban mejor;
hizo entonces Artieda
sus Encantos de Merlín
y Lupercio sus tragedias;
Virués hizo su Semíramis,
valerosa en paz y en guerra;
Morales, su Conde loco,
y otras muchas sin aquestas.
Hacían versos hinchados,
ya usaban sayos de telas
de raso, de terciopelo,
y algunas medias de seda.
Ya se hacían tres jornadas,
y echaban retos en ellas,
cantaban a dos y a tres,
y representaban hembras.
Llegó el tiempo que se usaron
las comedias de apariencias,
de santos y de tramoyas,
y entre éstas, farsas de guerras.
Hizo Pero Díaz entonces
la del Rosario y fue buena;
San Antonio, Alonso Díaz,
y al fin no quedó poeta
en Sevilla que no hiciese
de algún santo su comedia;
cantábase a tres y a cuatro,
eran las mujeres bellas,
vestíanse en hábito de hombre,
y bizarras y compuestas,
a representar salían
con cadenas de oro y perlas.
Sacábanse ya caballos
a los teatros, grandeza
nunca vista hasta este tiempo,
que no fue la menor de ellas.
En efecto, éste pasó,
llegó el nuestro, que pudiera
llamarse el tiempo dorado,
según al punto en que llegan
comedias, representantes,
trazas, conceptos, sentencias,
inventivas, novedades,
música, entremeses, letras,
graciosidad, bailes, máscaras,
vestidos, galas, riquezas,
torneos, justas, sortijas,
y al fin cosas tan diversas,
que en punto las vemos hoy,
que parece cosa incrédula
que digan más de lo dicho
los que han sido, son y sean.
¿Qué harán los que vinieren,
que no sea cosa hecha?
¿Qué inventarán que no esté
ya inventado? Cosa es cierta.
Al fin la comedia está
subida ya en tanta alteza,
que se nos pierde de vista;
plega a Dios que no se pierda.
Hace el sol de nuestra España,
compone Lope de Vega
(la fénix de nuestros tiempos
y Apolo de los poetas)
tantas farsas por momentos,
y todas ellas tan buenas,
que ni yo sabré contarlas,
ni hombre humano encarecerlas.
El divino Miguel Sánchez,
¿quién no sabe lo que inventa,
las coplas tan milagrosas,
sentenciosas y discretas
que compone de contino,
la propiedad grande de ellas,
y el decir bien de ellas todos,
que aquesta es mayor grandeza?
El Jurado de Toledo,
digno de memoria eterna,
con callar está alabado,
por qué yo no sé, aunque quiera.
El gran canónigo Tárraga,
Apolo, ocasión es ésta,
en que si yo fuera tú,
quedara corta mi lengua.
El tiempo es breve y yo largo,
y así he de dejar por fuerza
de alabar tantos ingenios
que en un sin fin procediera.
Pero de paso diré
de algunos que se me acuerdan
como el heroico Velarde,
famoso Micer Artieda,
el gran Lupercio Leonardo,
Aguilar el de Valencia,
el licenciado Ramón,
Justiniano, Ochoa, Cepeda,
el licenciado Mejía,
el buen don Diego de Vera,
Mescua, don Guillén de Castro,
Liñán, don Félix de Herrera,
Valdivieso y Almendárez,
y entre mucho[s], uno queda,
Damián Salustio del Poyo
que no ha compuesto comedia
que no mereciese estar
con las letras de oro impresa,
pues dan provecho al autor
y honra a quien las representa.
De los farsantes que han hecho
farsas, loas, bailes, letras,
son: Alonso de Morales,
Grajales, Zorita, Mesa,
Sánchez, Ríos, Avendaño,
Juan de Vergara, Villegas,
Pedro de Morales, Castro,
y el del Hijo de la tierra,
Carvajal, Claramonte,
y otros que no se me acuerdan,
que componen y han compuesto
comedias muchas y buenas.
¿Quién a todos no conoce?
¿Quién a su fama no llega?
¿Quién no se admira de ver
sus ingenios y elocuencia?
Supuesto que esto es así,
no es mucho que yo me atreva
a pediros en su nombre,
que por la gran reverencia
que se les debe a sus obras,
mientras se hacen sus comedias,
que las faltas perdonéis
de los que las representan.

     SOLANO.- Por cierto, la loa es buena y tiene muchas cosas antiguas de la comedia y de hombres que ha habido en ella de mucha fama.

     RAMÍREZ.- Un Navarro, natural de Toledo, se os olvidó, que fue el primero que inventó teatros.

     RÍOS.- Y Cosme de Oviedo, aquel autor de Granada tan conocido, que fue el primero que puso carteles.

     SOLANO.- Y aun el que trujo gangarilla por los lugares de la costa.

     RAMÍREZ.- ¿Qué es gangarilla?

     SOLANO.- Bien parece que no habéis vos gozado de la farándula, pues preguntáis por una cosa tan conocida.

     RÍOS.- Yo tengo más de treinta años de comedia y llega ahora a mi noticia.

     SOLANO.- Pues sabed que hay ocho maneras de compañías y representantes, y todas diferentes.

     RAMÍREZ.- Para mí es tanta novedad ésa como esotra.

     ROJAS.- Por vida de Solano, que nos la digáis.

     SOLANO.- Habéis de saber que hay bululú, ñaque, gangarilla, cambaleo, garnacha, bojiganga, farándula y compañía. El bululú es un representante solo, que camina a pie y pasa su camino, y entra en el pueblo, habla al cura y dícele que sabe una comedia y alguna loa: que junte al barbero y sacristán y se la dirá porque le den alguna cosa para pasar adelante. Júntanse éstos y él súbese sobre un arca y va diciendo: «agora sale la dama» y dice esto y esto; y va representando, y el cura pidiendo limosna en un sombrero, y junta cuatro o cinco cuartos, algún pedazo de pan y escudilla de caldo que le da el cura, y con esto sigue su estrella y prosigue su camino hasta que halla remedio.

    Ñaque es dos hombres (que es lo que Ríos decía agora ha poco de entrambos); éstos hacen un entremés, algún poco de un auto, dicen unas octavas, dos o tres loas, llevan una barba de zamarro, tocan el tamborino Y cobran a ochavo y en esotros reinos a dinerillo (que es lo que hacíamos yo y Ríos); viven contentos, duermen vestidos, caminan desnudos, comen hambrientos y espúlganse el verano entre los trigos y en el invierno no sienten con el frío los piojos.

    Gangarilla es compañía más gruesa; ya van aquí tres o cuatro hombres, uno que sabe tocar una locura; llevan un muchacho que hace la dama, hacen el auto de La oveja perdida, tienen barba y cabellera, buscan saya y toca prestada (y algunas veces se olvidan de volverla), hacen dos entremeses de bobo, cobran a cuarto, pedazo de pan, huevo y sardina y todo género de zarandaja (que se echa en una talega); éstos comen asado, duermen en el suelo, beben su trago de vino, caminan a menudo, representan en cualquier cortijo y traen siempre los brazos cruzados.

     RÍOS.- ¿Por qué razón?

     SOLANO.- Porque jamás cae capa sobre sus hombros.

    Cambaleo es una mujer que canta y cinco hombres que lloran; éstos traen una comedia, dos autos, tres o cuatro entremeses, un lío de ropa que le puede llevar una araña; llevan a ratos a la mujer a cuestas y otras en silla de manos; representan en los cortijos por hogaza de pan, racimo de uvas y olla de berzas; cobran en los pueblos a seis maravedís, pedazo de longaniza, cerro de lino y todo lo demás que viene aventurero (sin que se deseche ripio); están en los lugares cuatro o seis días, alquilan para la mujer una cama y el que tiene amistad con la huéspeda dale un costal de paja, una manta y duerme en la cocina, y en el invierno el pajar es su habitación eterna. Éstos, a mediodía, comen su olla de vaca y cada uno seis escudillas de caldo; siéntanse todos a una mesa y otras veces sobre la cama. Reparte la mujer la comida, dales el pan por tasa, el vino aguado y por medida, y cada uno se limpia donde halla: porque entre todos tienen una servilleta o los manteles están tan desviados que no alcanzan a la mesa con diez dedos.

    Compañía de garnacha son cinco o seis hombres, una mujer que hace la dama primera y un muchacho la segunda; llevan un arca con dos sayos, una ropa, tres pellicos, barbas y cabelleras y algún vestido de la mujer, de tiritaña. Éstos llevan cuatro comedias, tres autos y otros tantos entremeses; el arca en un pollino, la mujer a las ancas gruñendo, y todos los compañeros detrás arreando. Están ocho días en un pueblo, duermen en una cama cuatro, comen olla de vaca y carnero, y algunas noches su menudo muy bien aderezado. Tienen el vino por adarmes, la carne por onzas, el pan por libras y la hambre por arrobas. Hacen particulares a gallina asada, liebre cocida, cuatro reales en la bolsa, dos azumbres de vino en casa y a doce reales una fiesta con otra.

    En la bojiganga, van dos mujeres y un muchacho, seis o siete compañeros, y aun suelen ganar muy buenos disgustos, porque nunca falta un hombre necio, un bravo, un mal sufrido, un porfiado, un tierno, un celoso ni un enamorado: y habiendo cualquiera de éstos, no pueden andar seguros, vivir contentos, ni aun tener muchos ducados. Éstos traen seis comedias, tres o cuatro autos, cinco entremeses, dos arcas, una con hato de la comedia y otra de las mujeres. Alquilan cuatro jumentos, uno para las arcas y dos para las hembras, y otro para remudar los compañeros a cuarto de legua (conforme hiciere cada uno la figura y fuere de provecho en la chacota). Suelen traer, entre siete, dos capas, y con éstas van entrando de dos en dos, como frailes. Y sucede muchas veces, llevándosela el mozo, dejarlos a todos en cuerpo. Éstos comen bien, duermen todos en cuatro camas, representan de noche, y las fiestas de día, cenan las más veces ensalada, porque como acaban tarde la comedia, hallan siempre la cena fría. Son grandes hombres de dormir de camino debajo de las chimeneas, por si acaso están entapizadas de morcillas, solomos y longanizas, gozar de ellas con los ojos, tocarlas con las manos y convidar a los amigos, ciñéndose las longanizas al cuerpo, las morcillas al muslo y los solomos, pies de puerco, gallinas y otras menudencias en unos hoyos en los corrales o caballerizas; y si es en ventas en el campo (que es lo más seguro), poniendo su seña para conocer dónde queda enterrado el tal difunto. Este género de bojiganga es peligrosa, porque hay entre ellos más mudanzas que en la luna y más peligros que en frontera (y esto es si no tienen cabeza que los rija).

    Farándula es víspera de compañía; traen tres mujeres, ocho y diez comedias, dos arcas de hato; caminan en mulos de arrieros y otras veces en carros, entran en buenos pueblos, comen apartados, tienen buenos vestidos, hacen fiestas de Corpus a doscientos ducados, viven contentos (digo los que no son enamorados). Traen unos plumas en los sombreros, otros veletas en los cascos, y otros en los pies, el mesón de Cristo con todos. Hay Laumedones de «ojos, decídselo vos», que se enamoran por debajo de las faldas de los sombreros, haciendo señas con las manos y visajes con los rostros, torciéndose los mostachos, dando la mano en el aprieto, la capa en el camino, el regalo en el pueblo, y sin hablar palabra en todo el año.

    En las compañías hay todo género de gusarapas y baratijas: entrevan cualquiera costura, saben de mucha cortesía; hay gente muy discreta, hombres muy estimados, personas bien nacidas y aun mujeres muy honradas (que donde hay mucho, es fuerza que haya de todo), traen cincuenta comedias, trescientas arrobas de hato, diez y seis personas que representan, treinta que comen, uno que cobra y Dios sabe el que hurta. Unos piden mulas, otros coches, otros literas, otros palafrenes, y ningunos hay que se contenten con carros, porque dicen que tienen malos estómagos. Sobre esto suele haber muchos disgustos. Son sus trabajos excesivos, por ser los estudios tantos, los ensayos tan continuos y los gustos tan diversos, aunque de esto Ríos y Ramírez saben harto, y así es mejor dejarlo en silencio, que a fe que pudiera decir mucho.

     RÍOS.- Digo que me habéis espantado.

     RAMÍREZ.- Agora os confirmo por el mayor cómico que tiene el suelo.

     ROJAS.- Por vida de quien soy que habéis vos pasado por todo.

     SOLANO.- Yo confieso que no hay para mí tan buen rato como tratar de aquesto.

     RÍOS.- Échase de ver ahí Vuestro buen gusto; pero dejándolo a un lado, y volviendo a nuestro principio, que fue la loa de donde nació todo este fundamento y rato tan gustoso como hemos tenido, la memoria de los poetas me agradó mucho, porque es razón que de los hombres de buen entendimiento la haya.

     SOLANO.- Dice Salustio que gran fama se debe a los que obraron las hazañas y no menor a los que en buen estilo las escribieron.

     ROJAS.- ¿Cómo calla tanto Ramírez? Por él se puede decir: este mi hijo don Lope, ni es hiel, ni miel, ni vinagre, ni arrope.

     RAMÍREZ.- Véngome acordando de un cuento donoso que le sucedió aquí a Alcaraz, con un músico de Cisneros (debe de haber cuatro años), y fue que estando jugando con otro en el vestuario, perdió lo que traía vestido; de manera que se quedó en calzones de lienzo. Ofrecióse salir a cantar en la tercera jornada y él tomó de presto una capa que no era suya y echósela por debajo del brazo y salió con mucho desenfado. Alcaraz, que echó de ver su atrevimiento desvergonzado, no quiso quedase sin castigo, y prendióle con un alfiler la capa lo más alto que pudo. El muy descuidado empezó a cantar de aquella manera, y la gente diole mucha grita. Él no echó de ver por lo que era, hasta que de corrido se entró y cayó en la burla cuando se vio toda la camisa de fuera.

     ROJAS.- Por eso dicen que ojos que no ven, corazón que no quiebran.

     SOLANO.- Por demás es la cítola en el molino si el molinero es sordo. Por demás es que uno padezca una afrenta si no se enmienda, que harto es ciego quien no ve por tela de cedazo. Bien ve que aquello es mal hecho; pero en llegando a ser en un hombre vicio, no tiene remedio.

     RAMÍREZ.- En perdiendo uno la vergüenza, toda la villa es suya.

     RÍOS.- Un compañero mío (en Antequera) jugó una noche cuanto tenía, y fue de manera que se estuvo en la cama hasta que le enviamos un vestido con que viniera a la comedia, y luego, a la noche, fue a casa y se quedó otra vez en camisa.

     ROJAS.- Mas quisiera haber llegado ya a Antequera.

     RAMÍREZ.- Dícenme que es una de las buenas ciudades del Andalucía.

     RÍOS.- De ella os puedo decir algunas cosas que he leído; y es la primera, que está fundada en un alto, cercada de muros, que ésta fue su primera fundación cuando el infante don Fernando (tío del Rey don Juan el Segundo) la ganó a los moros, dando la tenencia de ella a Rodrigo de Narváez (aquel valeroso caballero de quien hacemos esa comedia).

     ROJAS.- Con razón le dais ese título, porque era digno, según su gran nobleza y valentía, de ponerle entre los nueve de la fama.

     RÍOS.- Tiene también esta ciudad, en lo bajo de ella, otra gran población, y es muy abundante de cuantos mantenimientos y regalos se pueden desear.

     SOLANO.- Una legua de ella nace una fuente de una peña, que es sin duda la principal de España. Muélense con ella veinte y tantas paradas de molinos, riega muchos olivares, más de cien huertas y otras ocho mil aranzadas de vifias y seiscientos cahíces de pan llevar.

     ROJAS.- Otra tiene (que llegaremos presto a ella) que estará tres leguas de aquí y cuatro de Antequera, que llevan su agua a muchas partes, porque es buena para una enfermedad muy mala, que es de piedra, la cual es cosa clara que la expele por la orina, y así tiene el nombre, conforme al mal para que aprovecha.

     RÍOS.- La plaza de esta ciudad de Antequera está siempre muy proveída, porque en ella hay buen pan, vino, cazas, carnes, frutas y pescado todos los días fresco.

     ROJAS.- No me espanto, que viene de aquel paraíso (que si alguno hay en la tierra, lo es sin duda Málaga), porque es el lugar de mayor recreación y más vicioso que tiene el mundo.

     SOLANO.- No decís mal, que antiguamente se llamó él Villaviciosa (por la gran hermosura y recreaciones que dentro de él encierra), y esto fue antes que entrara en él la Cava, para pasar con el Conde don Julián, su padre, a Ceuta, que después que salió de ella dicen muchos que la llamaron Málaga (por haber salido de ella una mujer tan mala).

     RAMÍREZ.- Quien no ha estado en Antequera no os admiraréis que no haya visto a Málaga, y así holgaré que me contéis algunas cosas de ella.

     RÍOS.- El nombre de esta insigne ciudad tuvo y le pusieron los primeros que la fundaron, que fueron los fénices que vinieron de Tiro y Sidón (según cuenta una crónica de España), fue Menace, o como dice Tarafa, Melace, después engrandecida de los cartaginenses con moradores africanos, la alteraron el nombre y llamaron Melaca. Y pues no habéis estado en ella, yo os diré algunas grandezas suyas. Es una ciudad muy fuerte, porque fuera de los muros que la cercan, tiene a un lado la fortaleza que llaman del Alcazaba, y más arriba, en la cumbre de un cerro, otra que llaman Gibralfaro, la cual está muy fortalecida de muros, torres y cavas, con mucha artillería y gran defensa. Tiene también aquellas famosas atarazanas, muchos molinos de pólvora, hornas de bizcocho y un muelle que van acabando para abrigo y defensa de los navíos y galeras que llegan a su playa, cerca de donde está tapiada aquella puerta por donde salió la Cava, la cual se llama hoy de su mismo nombre. Es una ciudad muy llana, de muy buenos y hermosos edificios. Pues templos, ¿no es cosa milagrosa el de la iglesia mayor?

     [RAMÍREZ].- La obra más curiosa y peregrina es que yo he visto en España.

     ROJAS.- ¿Y aquel monasterio de Nuestra Señora de la Victoria, que hace tantos milagros cada día?

     SOLANO.- Tiene tantas cosas buenas, que es proceder en infinito loarlas.

     RÍOS.- Con razón ha de saber Rojas muchas, por. que ha estado allí de asiento algunos días. Y aun entiendo que le han sucedido en ella muchas desgracias,

     ROJAS.- Ésa fue mi dicha, que me sucediesen en ella y no en otra.

     SOLANO.- ¿Y qué han sido?

     ROJAS.- La primera que tuve (trato de ventura) fue estando retraído en San Juan por una muerte, que padecía tanta hambre (por tenerme cercado dos días había en la torre) que salí una noche, ya que me quitaron las guardas, con una determinación espantable, que la dejo porque parece increíble y no ser mi intento daros cuenta de mi vida, que fueran menester para ella diez Crónicas de España. Sólo digo que llegando cerca de la plaza, encontré una mujer que en mi vida había visto, la cual fue tan honrada que me hizo volver a la iglesia, sabido el mal intento que llevaba, y me favoreció de manera que vendió todo cuanto tenía, concertó en trescientos ducados mi desgracia, y se quedó en camisa por librarme de ella. Esta mujer era tan hermosa, que sin encarecimiento os doy mi palabra que en el Andalucía (sin hacer agravio a ninguna) podía en nobleza, honestidad, entendimiento y hermosura competir con todas cuantas hay en ella. Fue tanto el amor que me tuvo, que basta para su gran encarecimiento lo que tengo dicho. Porque en todas cuantas historias he leído, humanas y divinas, verdaderas y fabulosas, no he visto que mujer haya hecho por hombre lo que ésta hizo por mí.

     SOLANO.- ¿Y vos, qué hicistes por ella?

     ROJAS.- Para lo mucho que la debía y ser ella quien era, nada. Porque supuesta mi pobreza y tenerla como la tenía, que era en una casa oculta, llegué a término para sustentarla que después de no tener ella toca ni yo camisa, pedía de noche limosna, y hallándome mal con tanta bajeza (porque lo es pedir sin duda), en el monasterio de San Agustín un fraile me daba cada día un puchero de vaca y una libra de pan, porque le escribía algunos sermones. Y faltándome esto, no sé si quité capas, destruía las viñas, asolaba las huertas; finalmente, tiré más de dos meses la jábega para llevarla que comiera. Y una noche, tendiendo una red en un barco por la mar, me vi con una gran tormenta muerto, y fue Dios servido que salí a nado; y dentro de ocho días después de esto, en este mismo barco, estando en tierra, me vi cautivo, si el cielo no me deparara un peñasco donde estuve nueve horas y más escondido, y de ocho que íbamos, cautivaron los cinco. Después de todo esto, un día, no teniendo que llevarla qué comer.... (no lo quiero decir, que os prometo que me hace enternecer; dejémoslo por vida vuestra, que se me arranca de pena el alma).

     RAMÍREZ.- ¿Pues no sabremos en qué paró esa historia, aunque vaya tan sucinta?

     ROJAS.- Si no queréis que tuerza el camino, no hablemos más en ello. Que cuando empecé el suceso, no entendí que lo sintiera tanto.

     RÍOS.- Linda noche ha vuelto. ¡Qué hermosa está la luna!

     SOLANO.- Contento da el mirarla.

     ROJAS.- Cerca de ella os quiero decir una loa; lo uno porque divierta mi pena y lo otro por entreteneros con esto y pagaros lo que en esotro no he podido obedeceros.

     RAMÍREZ.- Decid, que de vuestro gusto gustamos todos.

     [ROJAS].-

                                                Un cuento vengo a contaros,
y no sé por dónde empiece;
sospecho que es muy gracioso;
oíd, que yo seré breve.
Tuvieron entre los dioses
allá en el cielo un banquete,
a honra de Lampetusa
y del hijo de Climene.
Halláronse en él Apolo,
Júpiter omnipotente,
el fuerte nieto de Atlante,
y aquel hijo de Semele,
Vulcano, Saturno, Marte,
y los dioses que en la fuente,
de temor de aquel gigante,
se convirtieron en peces;
el dios Eolo, Neptuno,
Frijo, con su hermana Hele,
y las que en los desposorios
del Dios Peleo y de Tetis,
por la manzana compiten
a quien más hermosa fuese;
y aquélla que calurosa
llegó a beber a una fuente,
que unos rústicos la impiden
y ella en ranas los convierte;
la diosa de la elocuencia,
Doris, Anfitrite y Céres.
Después de haber bien bebido
y estar los dioses alegres,
entran todos en consulta
diciendo que les parece
que ya la Luna es muy grande
y está a pique de perderse,
que será razón casarla
por el decir de las gentes.
Los dioses dicen que es justo
y que se case conviene,
porque doncellas y hermosas
están en peligro siempre.
«Que se le busque un marido
humilde, noble, prudente,
muy honrado y principal,
de buen talle y buena suerte,
no jugador ni vicioso,
ni de aquestos galancetes
todos palabras y plumas.»
Y los dioses lo conceden.
A llamar envían la Luna
y ella muy compuesta viene,
con los ojos en el suelo
como las doncellas suelen,
muy mesurada y honesta,
hermosa más que otras veces,
porque en aquesta ocasión
dicen que estaba en creciente.
Díjole Apolo: «Hija mía,
aquestos señores quieren
casaros, porque no diga
el vulgo errante e imprudente
que estáis sola y sin marido;
mirad vos lo que os parece».
Ella respondió muy grave:
«Perdonen vuesas mercedes,
que no me puedo casar,
porque ha más de cinco meses
que he dado mano y palabra
por el decir de las gentes.
-¡Cómo palabra! ¡oh, traidora!
¡oh, Luna infame! ¡oh, insolente!
Échenla luego del cielo;
ninguno por ella ruegue».
Alborótanse los dioses,
levántanse los parientes,
unos dicen que la maten,
otros que bien lo merece.
Mas las diosas, como nobles,
y al fin fin como mujeres,
que ya saben en qué caen
estos dimes y diretes,
no haciendo arrumacos de esto,
les dicen que no se alteren,
y pregúntanle a quién ama:
y responde que al Sol quiere.
«Pues si es el Sol, dijo Venus,
luego al momento se ordene
que el Sol y Luna se casen;
a llamarle al punto vuelen».
Van luego, avisan al Sol,
vino humilde y obediente,
mandan que la dé la mano
a la Luna, y él, alegre
y con su suerte dichoso,
aquel mandato obedece.
«Para en uno son», les dicen,
estando Himeneo presente.
Fue la Luna a replicar,
mas de vergüenza no puede,
y al fin se casó por fuerza,
por el decir de las gentes.
Publicase por el cielo
que se hagan fiestas solemnes,
que se enciendan luminarias,
haya toros con cohetes,
cañas, justas y torneos,
haya saraos y banquetes,
máscaras y encamisadas,
buenas farsas y entremeses;
que vayan luego a la Tierra
y traigan sin detenerse
a la compañía de Ríos
para que les represente
saquen telas y brocados
haya bordados jaeces
y, sobre todo, que al punto
un sastre o dos les trujesen,
para cortar los vestidos
a los novios; van y vienen,
y traen un sastre famoso
de aquestos que nunca mienten.
Toma medida a la Luna,
llena entonces y en creciente,
para jubón, ropa y saya
de tela morada y verde;
y en secreto al sastre pide
le traiga, cuando volviere,
dos reales de solimán,
pasas, arrebol, afeite,
unto de gato, sebillos,
y alguna muda si hubiere,
para ponerse en la cara,
por el decir de las gentes.
Vínose el sastre a la Tierra,
y empieza muy diligente
a procurar oficiales,
a visitar mercaderes.
Sacando lo necesario
para un caso como aqueste,
hiciéronse los vestidos,
y hechos, al cielo se vuelve.
Recíbenle con gran honra
(que cualquier hombre que tiene
fama de bueno en su oficio,
que le honren todos merece).
Vino la Luna a probarse
sus galas, no muy alegre,
porque estaba ya en menguante,
y tan anchazas la vienen,
tan sin proporción, tan largas,
como a una niña de dos meses
los vestidos de su madre,
y aún más si más venir pueden.
Muy enojada la Luna,
admirados los presentes,
penoso el sastre y confuso,
le mandan que los enmiende,
que los achique y acorte;
el desventurado viene
admirado del suceso,
y en los vestidos se mete
como en tierra de enemigos:
corta todo cuanto puede
y hurta más de la mitad,
por el decir de las gentes.
Vuélvese al cielo otro día,
amanece no amanece,
cuando el Sol salía de casa
y la hermosa Luna duerme.
Aguardó que despertase,
y despertó cuando viene
Faetón de dar vuelta al mundo,
y su Cintia salir quiere.
Levantóse esta señora
allá cerca de las nueve,
y muy gallarda y compuesta
salió la Luna en creciente.
Admiróse el pobre sastre
y imagina cómo pueden
venirle aquellos vestidos
que de criatura parecen.
Saca fuerzas de flaqueza,
y con sudores de muerte
quiere ponerle una ropa
y no halla por donde empiece.
Comienzan al triste sastre
a maldecirle mil veces;
quiere ir a dar su disculpa
y aun oírsela no quieren:
antes, con voces y estruendo,
le dicen que es un aleve,
un bárbaro, un ignorante,
necio, simple, impertinente.
Y sin ser la culpa suya,
el desdichado enmudece,
y de afrentado no habla,
por el decir de las gentes.
¡Oh, autor sastre y sin ventura,
vulgo menguante y creciente!,
con razón te llamo Luna,
pues en todo lo pareces:
¿qué vestido hay que te venga.
¿qué comedia te apetece?
Ya por grande, ya por chica,
¿qué ropa hay que te contente?
¡Desdichado del autor
que aquí, como el sastre, viene
con farsas, aunque sean buenas,
que ha de errar cuando no yerre!
Pues si uno no habla tan presto,
no falta quien dice: «Vete,
no te vayas, habla, calla,
éntrate luego, no te entres».
¡Oh, Lunas en la mudanza,
que no hay nada que os contente!
¡Tiempos en la variedad,
pues todos sois pareceres!
¡Muerte en no perdonar nada,
pues no hay nada a quien reserve!
¡Fortuna en el ser ingratos,
pues a quien la sirve ofende!
¿Cómo puedo contentar
gustos que menguan y crecen,
aunque os tome la medida
y en serviros me desvele?
Que perdonéis os suplico
el yerro o falta que hubiere,
cuando no por ser quien sois,
por el decir de las gentes.

     RAMÍREZ.- El pensamiento es bueno, bien escrito y aplicado. Que sin duda lo mejor que yo hallo en estas loas que hacéis es el fin, porque en él está toda la fuerza de ser buena o mala.

     SOLANO.- Por eso dicen que al fin se canta la gloria.

     RÍOS.- Mucho se ha caminado con el buen entretenimiento.

     ROJAS.- Aunque hace el tiempo tan caluroso y los días tan largos, venimos tan entretenidos que ni sentimos el calor del día ni aun nos acordamos del sueño de la noche.

     RAMÍREZ.- De mí confieso que en llegando a las posadas querría salir de ellas, aunque a ratos caen del cielo llamas.

     RÍOS.- Mañana al amanecer estamos en Loja.

     SOLANO.- A buena hora entraremos en Granada.

     RAMÍREZ.- Fertilísima tierra es ésa, y en este tiempo la mejor de España. Mucho nos habemos de holgar en ella, porque cuanto es de invierno fría, es de agradable la primavera.

     ROJAS.- En su alabanza tengo hecha una loa, y quiero que la oigáis, para ver si podré decirla.

     SOLANO.- ¿De quién decís?

     ROJAS.- De la primavera.

                                                Después que el gran artífice del cielo
tuvo deshecho el caos, tuvo apartada
del suelo el agua, dándole su límite,
y después que compuso tantas máquinas
dando entre tierra y fuego asiento al aire,
y entre aire y cielo al elemento ávido,
en la tierra escondió secretas minas
de rubios y bellísimos metales;
dio encinas a los montes, y a los llanos
apacibles frutales, y a las fuentes
encomendó el sustento de animales;
a la tierra dio fieras, al mar peces,
y a la región del aire aves ligeras;
después de aquesto hecho (como he dicho)
el gobierno de toda aquesta máquina,
de su mano tomó el alma Natura,
y siendo hermosa, rica y muy honesta,
enamoróse de ella el viejo Tiempo.
escubrióle su pena, y en efecto,
después de haber desdenes padecido,
vino a alcanzar el premio deseado
y en trocar en descanso sus tormentos.
Con ella se casó, y de aquesta junta
nació la alegre y bella Primavera;
luego, tras ella, el caluroso Estío,
el seco Otoño y erizado Invierno.
Creció en edad aquesta hermosa dama
y con los años crece su belleza,
y de ella el mismo Sol enamorado,
por esposa a su padre se la pide.
Pídenla dioses, pídenla mil faunos,
preténdenla también mil nobles héroes,
primero que a Pomona, el gran Bertuno
también la pide, y otros muchos dioses;
sólo el lascivo Amor pudo alcanzarla,
y no mil dioses que esto pretendían.
   
    Al desposorio vino el gran Proteo,
Tioneo vino, Cipris y Sileno,
Tritón, Diana, Dafne y Leucatoe,
el noble Orfeo con su voz angélica,
acompañado de la gran Caliope,
y otras ninfas, pastores y zagalas
(que por verse en las bodas de Cupido
ninguna en su morada se detiene);
deja la selva el fauno y cuantos dioses
habitan en el cielo, en monte y sierra,
y los que hay en el reino del pescado,
todos acuden, hasta el padre Jove
con su querida Juno de la mano,
a quien Temis, la diosa de la tierra,
compone un rico estrado suntuoso
y derrama por ella en un instante
mil diferentes flores hermosísimas,
de aquel color de clicie, ostro o murices
coronas hace para sus cabezas;
y tomando de Iris las colores,
aljofaradas de divinas perlas
que el Aurora hermosísima derrama,
a la madre de Amor, santa y hermosa,
guirnaldas preciosísimas presenta.
Flora las mesas en la hierba pone,
adornándolas todas con mil gracias,
de rosas, de jazmines, de violetas,
cándidas azucenas y claveles,
tejiendo de todo esto mil guirnalda
para el Viento, galán a quien adora.
   
    La hortelana Pomona, de sus árboles
ofrece fruta a la recién casada,
y después del convite ya acabado,
de aquellas ninfas el hermoso coro,
ordena con los dioses mil mudanzas,
siendo Príapo en todo quien les guía
lleno de mil lascivos pensamientos;
y en efecto, acabado todo aquesto,
desposorio, comida, baile y fiestas,
y ya el día pasado, determinan
de volverse los dioses a los cielos,
y los demás a donde habían salido.
   
    Dejan al novio, dejan a la novia,
compuesta, hermosa, grave y muy alegre;
y agora que ella está con su velado
y tan contenta, me parece justo,
pues es éste su día dichosísimo,
y el dios Apolo entra en signo Tauro,
y es cuando el suelo y aguas más se alegran,
contento nada el pez y vuela el ave,
da el olor suavísimo la rosa,
el hermoso arbolillo tierno crece
y, en efecto, el alegre Abril adorna
la sierra, el llano, el monte, el campo y prado;
agora, pues son tuyas tantas glorias,
y al verano compones y enriqueces,
dame tú, Primavera hermosa, ayuda,
porque pueda decir en tu alabanza
algo de aquello mucho que en ti veo.
   
    Por ti rompe del árbol la corteza
con tierna punta el cogolluelo tierno;
por ti cobran los campos su hermosura,
dejando la aspereza de los hielos
y del invierno las prolijas nieves;
tú resucitas los marchitos panes
y la hierba, en la tierra sepultada
por el temor de los airados vientos,
desde hoy con tu favor halla salida;
los árboles descubren ya sus flores,
auméntase del prado la belleza,
descubriendo colores diferentes
el morado alhelí y el rojo acanto;
su blancura descubre la azucena,
el amaranto su color alegre,
la olorosa albahaca su verdura,
la suya el trébol, estimada siempre,
el clavel sus, bellísimos colores,
el azahar, la maravilla, el nardo,
también el lirio del color del cielo.
Por ti se ven de aquel Narciso hermoso
las flores rojas, convertido en ellas,
y todo el campo lleno de alegría,
adornado y compuesto de verduras
tan varias, odoríferas y alegres,
que a todos los sentidos dan contento.
La alegre Filomena te saluda,
ya pájaro vengado de su afrenta,
el Alción sus infortunios canta,
y ufana vuelve a su querencia Progne;
la humilde vid, desnuda de su leña,
por ti de hojas se compone y viste;
las aves, fabricando ya sus nidos
cantan de amor regalos y querellas;
el sol está en los prados aumentando
el matiz de sus flores hermosísimas,
y susurrando la discreta abeja
a aprovecharse de ellas va solícita;
el cabritillo por la hierba corre,
y la preñada cierva, fatigada,
a parir viene ya sin miedo alguno.
Si obscureció los cielos el Invierno,
amenazando al mundo con relámpagos,
con aguas, torbellinos y granizo,
tú le quitas aquel obscuro velo
y sosiegas sus fuertes terremotos;
y al fiero mar hinchado, que parece
que a los cielos azota y amenaza,
por ti pierde el rigor, vuelve sereno,
y a tu beldad, ¡oh, hermosa Primavera!,
quiebra la furia y la cerviz inclina.
Por ti el desconsolado marinero,
viendo aplacar el fresco mar airado,
descansa en las riberas y repara
el mástil roto y la quebrada triza,
y el embreado leño al agua entrega,
navegando del Ártico al Antártico,
seguro de tormentos y borrascas;
el animal, el pez, la hierba y planta,
el sol, el cielo, estrellas, las criaturas,
todos se alegran con tu hermosa vista:
el viento se quebranta, el mar se humilla,
el estrellado cielo queda hermoso,
y hasta el suelo se viste y engalana.
El venturoso amante, fatigado
de la nieve y granizo del invierno,
que al viento y hielo, como galán firme,
pasó las noches con constante pecho,
con tu favor renueva su ventura,
haciéndosele breves ya las horas
que antes tuvo por largas y prolijas.
Por ti el mísero triste y desterrado,
que con rigor procura la justicia,
sin tener un amigo ni un pariente
que se atreva a hospedarle dentro en casa,
tú, sagrada y hermosa Primavera,
le encubres en tu prado milagroso,
y halla cama de campo entre tus flores,
gozando de quien ama la hermosura,
de las estrellas en el alto cielo,
que le están alegrando con su vista,
del olor de las flores en la tierra,
que le están convidando a nuevo gusto;
y al fin duerme seguro y descuidado
del furioso rigor de la justicia,
no vive con cuidado si le buscan:
¿Dónde me esconderé? Ruido suena;
una gotera ha dado en este lado;
cubridme aquese brazo, que me hielo.
¿En qué colchón ha de acostarse el ama?
Haced lumbre; helada está la cena.
¡Cuerpo de Dios! ¡Qué viento que me ha dado!
Calentadme ese pie, echad más ropa,
tapad el agujero y la ventana;
acuéstate a los pies, Agustinillo,
dame aquel tocador, dame el almilla».
¡Ay, proceloso y erizado Invierno,
cuartanario, avariento y miserable!
Y ¡ay, Primavera santa cien mil veces!
muy digna es tu alabanza de grandeza;
que cuando no tuvieras otra alguna,
sino el hallar los hombres en ti amparo,
y ser madre de todos los perdidos,
merecías tenerte colocada
entre los dioses o en lugar más alta;
éste es el tiempo, ¡oh primavera bella!
en que nuestros farsantes tienen gusto,
ganan dineros, andan más contentos,
tienen fiestas de Corpus, hay octavas,
caminan como quieren, sin recelo:
si lloverá, sí atancará este carro,
este macho si es bueno, si esta mula
me ha de dejar en el primer arroyo,
dame botas de vaca, dame fieltro,
mejor es un gabán y una montera,
capote de dos haldas no es muy malo,
polainas, medias, guantes, mascarilla,
y tras todas aquestas prevenciones,
y trescientos ducados de viaje,
llegan a donde van, y en treinta días
no della de llover una hora sola,
y el pobre autor se queda del agalla.
¿Qué pudiera decir de aquesta diosa,
de aquesta Primavera soberana?
Fuera nunca acabar querer decirlo,
y pues con ella tanto pueden todos,
que a todos por igual les da alegría,
hoy en su nombre quiero suplicarles
que perdonen las faltas que aquí hubiere,
pues no es posible donde salen tantos,
que deje uno de errar, y quien hiciere
al contrario de aquesto que suplico,
ruego a Dios que el Invierno le ejecute
en quitarle la ropa de la cama,
las chinelas, si acaso las trajere,
y el día que más agua y mayor viento
hiciere, y mayor frío y tempestades,
ese día le hurten el vestido
y no le quede otro que ponerse.
Y si fuere camino, que le yerre,
y dé en un lodazal donde no salga
ni halle quien le ayude en todo un día,
y que llegue de noche a alguna venta
donde no halle lumbre, pan ni vino,
ni otro consuelo, ni aun pajar tampoco
donde se acueste, y en el duro suelo
pase la noche, y amanezca helado,
la mula muerta y él perniquebrado.

     RAMÍREZ.- La loa es buena; pero una cosa he notado de las que habéis dicho, y es que son muy largas.

     ROJAS.- Bien decís; pero como éstas las hago para mí y yo tengo tanta presteza en decirlas, cuando veo que gustan de ellas voy poco a poco, y en viendo que cansan, las abrevio.

     SOLANO.- Con vuestra licencia he de beber de este arroyo.

     RÍOS.- Él va tan claro, que convida a hacer todos lo mesmo.

     RAMÍREZ.- Tiene esta ciudad de Loja muchas aguas muy buenas, recreaciones y frescuras y gran cantidad de olivares.

     SOLANO.- Y aun de mujeres como serafines.

     RÍOS.- Yo representé aquí una cuaresma, y podré bien decir lo mucho bueno que vi en ella.

     ROJAS.- De todo lo que yo he visto en Castilla, aquí y en Medina del Campo he visto generalmente muy buenos rostros para ser lugares chicos.

     RAMÍREZ.- ¿Y en mi tierra, no los hay celestiales?

     ROJAS.- Toledo tiene esa fama, por el gran donaire y pico que en las mujeres de ella se encierra.

     RÍOS.- También en Granada hay muchas hermosas.

     SOLANO.- Ésas y las de Toledo parecen unas mismas, ansí en el donaire y hermosura como en la desdicha y pobreza; trato de las mujeres de capa parda, que no hallaran en sus casas una silla, aunque entren por sus puertas trescientas albardas.

     RÍOS.- Yo tuve en Santa Fe, agora ha tres años, una huéspeda (yendo allí a representar en una bojiganga) la más hermosa que he visto en mi vida.

     ROJAS.- De mucho bueno participa para ser una ciudad tan pequeña. Porque goza de muchos privilegios que le dieron los Reyes Católicos.

     RAMÍREZ.- Son las mercedes como de tales fundadores.

     SOLANO.- ¿No habrá mucho que se fundó?

     ROJAS.- El año de mil y cuatrocientos y noventa y uno; de manera que habrá ciento y once años que la fundó el Rey Don Fernando.

     RAMÍREZ.- ¿Había (si sabéis) en ella algún lugar, o era vega rasa?

     ROJAS.- Oído he decir que antes era un lugar pequeño de moros, que llamaban Goston, y dentro de muy pocos días se acabó, con sus muros, torres, fosos, baluartes y puertas, que en medio de una calle se ven todas, como el castillo de Pamplona, que en mitad de su plaza de armas se ven, y da orden a todas las garitas.

     RÍOS.- La mayor parte de la compañía habrá entrado ya en Granada.

     SOLANO.- Bien decís, porque salieron antes que nosotros más de dos horas, y nos hemos detenido cerca de otra en aquella venta.

     RAMÍREZ.- Toda la demás llegará mañana.

     RÍOS.- Oído he decir que es esta ciudad la mayor del Andalucía.

     ROJAS.- Sospecho que es, sin duda, porque si miramos la población que tiene en el Albaicín y Alcazaba, es grandísima.

     RAMÍREZ.- Dicen que tomó este nombre de una doncella llamada Gnata, y porque vivía junto a una cueva llamada Gar, la llamaron de este nombre: y de allí derivado se vino a llamar Granada.

     SOLANO.- Con más razón puede tener ese nombre por su población y edificios porque, bien considerada, parece toda junta a los granos de una granada.

     ROJAS.- De esa doncella que habéis dicho oí decir que tomó el nombre, aunque también dice Fray Juan Anio (sobre Beroso) que el Rey Hispan (de quien España tomó nombre) tuvo una hija que se llamó Iliberia, y ésta fundó a Granada, y la puso de su mismo nombre Iliberis (Ptolo. lib. 2, capt. 6). También Pomponio la llamó Coliberia.

     RAMÍREZ.- Sea lo que fuere, ella es una de las mejores de España, y pues ya estamos cerca de sus puertas, roguemos a Dios que nos dé en ella a todos dicha y al autor mucha ganancia.

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