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411

Véanse en mi libro mencionado en la nota 372.

 

412

En Historia de la poesía hispanoamericana, t. I, Madrid, 1911, p. 81.

 

413

Véase, de John R. Beverley, Aspects of Góngora's «Soledades», Amsterdam, John Benjamin, 1980, pp. 14 y 16.

 

414

José Antonio Maravall, op. cit., p. 450.

 

415

Este trabajo se leyó, abreviado, en University of Southern California en febrero de 1991, y en University of Southern California en Santa Bárbara en mayo del mismo año. Agradezco a Mabel Moraña y a Sara Poot Herrera, respectivamente, sus invitaciones.

 

416

Alfonso Méndez Plancarte (MP) menciona la portada de Divino Narciso (DN), de la edición mexicana suelta de 1680, la cual nos informa que se escribió «a instancias de la Excma. Sra. Condesa de Paredes [...], para llevarlo a la corte de Madrid». El final de esta misma loa hace referencia a su representación en «la coronada villa de Madrid». Y añade el crítico mexicano, adoptando datos de un artículo de Salceda, la fecha en la que la marquesa salió de México: abril de 1688, por lo que conjetura que Sor Juana (SJ) escribió la obra en esa fecha o antes, y el estreno madrileño el día del Corpus del año 1689 (9 de junio). Sin embargo, Alexander Parker no pudo hallar el título de este auto entre los muchos que se registraron para esos años, es decir, hasta fines de siglo («The Calderonian sources of El Divino Narciso»; p. 259). Puesto que Parker no menciona los otros autos de SJ, se puede concluir que tampoco los otros se representaron en Madrid para esas fechas. En cuanto a El Mártir del Sacramento (MS), la loa saluda directamente al rey español, la reina y la reina-madre sin hacer referencia ninguna a los virreyes ni a la Audiencia como era costumbre para las obras que se presentaban en la Nueva España. MP, siguiendo siempre a Salceda, tiene en cuenta las fechas del matrimonio de los reyes y de las licencias para la publicación del Segundo Volumen en el que aparece esta obra, y la coloca entre 1680 y 1691. El cetro de José (CJ) no ofrece ningún dato clave en este sentido ni «cronológico ni local» (véase a MP, t. III, p. LXXI). Esto último no quiere decir, necesariamente, que no se hiciera el mismo ofrecimiento a la monja que se le hizo para los anteriores autos aunque ninguno llegara a presentarse por esos años. Advertimos al lector de las abreviaturas en iniciales adoptadas para MP, para SJ, para Sigüenza y Góngora (SG) y para las loas. Para las obras de SJ se utilizan la edición de MP seguida del tomo y la(s) página(s) correspondientes y la mía de Inundación castálida (IC) seguida del número de la(s) página(s).

 

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En Teatro de virtudes políticas, de SG, en el «Preludio III» que tiene el siguiente título: «Neptuno no es fingido dios de la gentilidad, sino hijo de Misraim, nieto de Cam, bisnieto de Noé y progenitor de los indios occidentales», SG alaba la «eminencia» de la pluma de SJ quien, como hemos dicho, escogió a esta figura para la «explicación» de su arco, aunque sólo en su aspecto mitológico. A través de Neptuno aproxima SG no solamente las relaciones escritas de los dos arcos, sino que también hace a este personaje representación de sus preocupaciones de criollo.

Véase la edición de Rojas Garcidueñas (Carlos de Sigüenza y Góngora. Obras históricas, pp. 246-259), para el arco de SG. Para el de SJ, véase el apartado «Ritos políticos» que le dedica Octavio Paz en su libro Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, y mis trabajos «El Neptuno de Sor Juana: fiesta barroca y programa político» y el Neptuno alegórico en mi edición de IC (pp. 63-71). Estas relaciones de los arcos, creo, tienen un fuerte carácter de los escritos de regimine principum. Se utilizaban para, además de darles la bienvenida, indicar a los gobernantes o jefes de la Iglesia, los dos grandes poderes del tiempo, líneas de conducta a seguir y lo que se esperaba de ellos.

 

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Se ha hablado de las fricciones que pudiera haber habido en la amistad entre los dos sabios del México colonial. Esas tensiones pueden haber tenido su origen en la presentación de los dos arcos a los marqueses de la Laguna ya que lo cierto es que SG no parece haber conseguido el favor de los virreyes, mientras que ése fue el periodo de mayor fervor hacia SJ por parte de la corte virreinal, obviamente a causa de su gran amistad con la marquesa. No sería de extrañar que la causa primera de este desvío con respecto al erudito criollo fuera, precisamente, la alabanza a los reyes aztecas puestos en su arco de modelo para el marqués: para esas fechas, como se comentará más adelante, en España ya se considera poco a los indios y se mira con recelo la cuestión criolla. Quizá otro índice de estos roces sea el soneto que escribió la monja en alabanza del padre Kino («Aunque es clara del cielo la luz pura», IC, p. 249) seguramente para la misma época en que SG trataba con mucho empeño de probar que sus teorías con respecto a los cometas eran las ciertas, como la posteridad ha demostrado, y no las del jesuita del Tirol austríaco. En su Libra astronómica y filosófica dice de éste: «No sé yo en qué universidad de Alemania se enseña tan cortesana política, como es querer deslucir al amigo con la misma persona [la marquesa de la Laguna] a quien éste pretende tener grata con sus estudios». (Véase a SG en la edición de William G. Bryant que se detalla en la bibliografía, pp. 250-251). Líneas más abajo menciona a la duquesa de Avero (Aveiro) como la patrona de Kino: esta señora estaba unida por amistad y parentesco con la marquesa de la Laguna (SJ le dedicó un romance). Aunque MP dice que probablemente SJ no había leído el trabajo de Kino, parece más obvio pensar que, lo leyera o no, se sintió obligada a escribir el soneto de alabanza a Kino por petición de parte de los virreyes y especialmente de la marquesa, quien obviamente quería honrar a Kino. Sigüenza parece no haber conseguido favores de la corte virreinal hasta la llegada del siguiente virrey, el conde de Galbe, y de sus escritos, pocos se publicaron durante su vida. Véase a Irving Leonard en el prólogo de la edición mencionada de Bryant sobre SG, pp. XVIII-XXIV; Benjamin Keen, La imagen azteca, pp. 201-204. En todo caso y a pesar de estos roces, me parece patente la admiración que el exjesuita sentía por su amiga monja; fue él quien -según se dice- escribió y recitó la oración fúnebre (perdida) en el sepelio de la que había sido su alma intelectualmente gemela.

 

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Está sobradamente probado que Sigüenza poseía una importante colección de códices, grabados y papeles antiguos mexicanos que dan fe de su profundo interés histórico y geográfico y amor por las cosas de su tierra. Su respeto por documentos se manifiesta en el rescate de papeles que se hubieran quemado en el palacio virreinal si no hubiera intervenido. Véase «Alboroto y motín» en la edición citada de Bryant, nota 38, p. 140. Para los códices que poseía, véase al mismo SG en su Teatro en la edición de Rojas Garcidueñas, pp. 323, 334, 338, 340; a Benjamin Keen, op. cit., p. 201 y la lámina del rey indio que se refiere al Códice Ixtlixóchitl que le entregó a Gemelli «su amigo Carlos de Sigüenza y Góngora».

 

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Recuérdese la biblioteca que tenía SJ, la cual fue evaluada por Diego Calleja (en su biografía sobre la monja en los preliminares de Fama y obras póstumas) como de 4000 «amigos» (libros) número considerado muy alto por Abreu Gómez y Dorothy Schons (véase al primero, Sor Juana Inés de la Cruz. Bibliografía y biblioteca, pp. 333-334). En todo caso, hay que pensar que la biblioteca de su abuelo, que menciona en la Respuesta, es probable que pasara a sus manos a la muerte de éste, y que ella había seguido comprando libros. Para los libros que llegaban a la Nueva España, véase a José Torre Revello, El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación Española, e Irving Leonard, Los libros del conquistador. En el primero de estos autores, para legislación que no se cumplía, pp. 38-40, 47; para libros que se mandaron a recoger en España, pp. 64-68, 73-74; listas de lo que llegaba y se leía, pp. 95-96, 207-208, 211, 225, 233-240 y las notas de estas últimas pp. y de las pp. 95-96; bibliotecas privadas en Nueva España, pp. 110-112, nota 1, más p. 121 y notas 1 y 3. Para Leonard, en cuanto a libros que llegaban, pp. 211-214 y el apéndice. Leonard acota obras que es seguro, por mencionar a los autores en sus obras, o muy probable que SJ poseyera: Alciato, Vitoria, Antonio de Guevara, p. 297; obras sobre el motivo del speculum, p. 298; La Araucana, p. 319; Marcilio Ficino, p. 329. Leonard también consigna la llegada a la Nueva España de libros sobre astrología judiciaria y sobre ciertos aspectos de las reflexiones de Descartes, p. 209; libros de Telesio y Copérnico que anunciaban la moderna investigación astronómica. En fin, gran cantidad de libros sobre muy variadas disciplinas: filosofía, astronomía, matemáticas, física, cuyas materias interesaron a SJ.

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