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En su «calidad de viajera distinguida»: La constitución de una voz femenina del viaje en «Recuerdos de viaje» (1882) de Eduarda Mansilla de García

J. P. Spicer-Escalante1


Utah State University

«En el segundo piso están los aposentos con sus anchas camas matrimoniales, que la mujer norte americana, ostenta siempre, en las noches de recepción, con sus dobles almohadones con fundas blancas, cubiertas de bordados y con la sábana lisa bien doblada sobre la colcha, invitando al reposo; sin que le ocurra siquiera, fuera más elegante y más púdico, velar esos misterios de la alcoba, con una sobrecama de oscuro raso.»

«No es posible estudiar, como simple viajero á los Estados Unidos [...] sin echar una mirada rápida sobre su historia y forzosamente también, estudiar los elementos que formaron en su origen la Unión Americana.»


Recuerdos de viaje (1882), E. Mansilla de García2                




El viaje, el desplazamiento geográfico de un sujeto humano por lugares frecuentemente ignotos -con diversos y posiblemente múltiples motivos como, por ejemplo, la embriaguez de la ventura, los imperativos del trabajo, las exigencias de la diplomacia internacional o el fervor de la peregrinación religiosa, entre muchos más- tiene, naturalmente, una larga tradición tanto en el mundo occidental como en el oriental. Su expresión en forma escrita -hay una clara relación entre el acto de viajar y la escritura de viajes (Hulme y Youngs 2)- remonta al mundo clásico si no antes, revelándose en una plétora de manifestaciones literarias originales que, desde la remota antigüedad hasta la más contemporánea actualidad, siguen cautivando a los lectores de un sinfín de culturas y sociedades debido, sin duda alguna, a un igual sin número de razones.

La evolución histórica del género literario que discurre sobre el viaje y su minucia particular inicia su paulatino pero progresivo tránsito hacia la popularidad a medida que el público lector empieza a interesarse por la otredad de pueblos y culturas diversos que habitan los espacios más allá de sus propios límites geográfico-culturales. Aunque sirven como precursoras las narraciones de escritores viajeros como el veneciano Marco Polo -autor de Il milione o El libro de las maravillas, escrito entre 1298 y 1299- y el prosista marroquí Ibn Battuta - escritor de la Rihla la narración de su deambular por el mundo árabe como peregrino a la Meca que data del siglo XIV- el género gana cada vez más renombre a partir de llegada de los primeros viajes relatados en forma escrita que versaban sobre los nuevos hallazgos maravillosos -y potenciales riquezas- de las tierras americanas. Es decir, desde el arribo de Colón al Caribe en su primer viaje al continente americano, las Américas se volvieron un destino llamativo para los viajeros europeos que, desde esta época en adelante, ha suscitado mucho interés en el público en general -tanto el lector, como el iletrado- que revivía las aventuras de los viajes ajenos por medio de los textos escritos o los relatos orales que se narraban de forma popular. De hecho, los primeros documentos que surgían del Nuevo Mundo eran, en realidad, las crónicas de viaje de los exploradores europeos (Whitehead 122). Estos textos primigenios, debido a su contenido y contexto, cautivaban al lectorado por un lujo de causas que distinguían a las Américas de los otros destinos de la época:

... the encounter with the Americas certainly stimulated a vast production of [...] literature and arguably made textual experience of the exotic a much more mundane occurrence. At the time of the discovery of the New World, the horizons of colonial Europe were also being expanded by travel to the east and south, but the unanticipated discoveries of Columbus provided a frison of mystery and a need for explanation. This was the basis not just for recurrent attempts to detail, catalogue, and locate the peoples, creatures, and geographies of the continents, but also for a particular sense of the possibility of encountering the marvellous, the novel, and the extreme.


(Whitehead 122)                


En Europa en particular, como señala George Schade, para los siglos XVIII y XIX los libros de viaje se convierten en un género de gran renombre (82).

Pero más adelante este interés en el viaje y en el «viaje escrito» en sí se debe -más allá del motivo económico casi siempre latente- a una profusión de pretextos particulares, algunos relacionados con el clima, y otros con la estética; o más aun, con el exotismo de las localidades conocidas por medio del desplazamiento a otras tierras:

Escritores de países septentrionales sentían la atracción del cálido Mediterráneo: así, los ingleses y alemanes viajaban a Italia, Grecia, España y Turquía. Los rusos sentían el imán del Occidente y de su centro artístico en París. Los franceses también buscaban mundos exóticos, encontrándolos allende los Pirineos o en Norteamérica. Y muchos escribían sus recuerdos e impresiones...


(Schade 82-83)                


Con frecuencia, los escritores europeos se esparcían por un mundo cuya existencia era ya marginalmente conocida -aunque todavía relativamente incógnito, como rezaban los mapamundi de antaño3- y evocaban para un público lector ávido de novedades de sociedades, gentes y, por cierto, las «maravillas» de ultramar, sus aventuras de viajero a través del texto de viaje.

Sin embargo, estas crónicas de viaje -un compendio y registro de las peripecias geográficas, políticas, económicas, sociales y culturales de las «zonas de contacto» conocidas a través del viaje4- han sido desde los tiempos más remotos, una manifestación relacionada típicamente con los gestos masculinos, sean éstos «literarios» o no. Es un hecho que como miembros de un panteón predilecto de autores viajeros, el género de la literatura de viajes tradicionalmente les ha otorgado más relevancia a figuras como Homero, Colón, y von Humboldt que a las mujeres viajeras. En las obras de estos autores se narra, en realidad, el suceso «varonil», producto del viaje masculino de aventura, de exploración, o de gestión científica o comercial. A través de la lectura de los textos de estos autores, se «viaja» con un Odiseo extraviado o cautivo en el indómito Mediterráneo; en la cubierta de la Santa María, mientras su capitán avista una tierra desconocida; o, como Aimé Bonpland, al lado del científico alemán, acompañándolo por las asperezas de la cordillera andina con la finalidad de catalogar la antes desconocida naturaleza que hallaba. La presencia femenina en estos textos de viaje -que se presta para la objetificación sexual/sensual de lo exótico en muchos casos- aparece a guisa de adorno a un gesto pos-caballeresco de conquista5.

No obstante, mientras el lector tradicional ha leído históricamente a los clásicos masculinos del género de viajes, las mujeres -lectoras también- no sólo han consumido este mismo producto cultural sino que también han contribuido con su propio tributo al género. De hecho, muchas escritoras -europeas inicialmente- agregaban su toque personal a la literatura de viajes con escritos sobre sus propios itinerarios y destinos, un hecho cada vez más acusado con la creciente proliferación de la escritura femenina a partir del siglo XIX. Este fenómeno no es sólo europeo, sin embargo. Un claro ejemplo de una respuesta escrita contestataria a las crónicas de viaje varoniles -y tal vez inconscientemente a la de su propio hermano, Lucio Victorio, autor de Una excursión a los indios ranqueles- es el caso de la literata argentina Eduarda Mansilla de García. En su obra Recuerdos de viaje, la autora ofrece una crónica de viaje, publicada en Buenos Aires en 1882, en la que relata los sucesos de la vida de la autora durante una estancia extendida en varias ciudades norteamericanas a comienzos de la Guerra de Secesión de aquel país6. Este texto, destinado principalmente al público lector porteño de la época de su publicación, constituye un notable pero casi desconocido hito dentro de la literatura argentina decimonónica y también dentro de la literatura de viajes femenina en Latinoamérica.

Dada la relevancia de Eduarda Mansilla en cuanto a la producción literaria argentina durante el siglo XIX y de la continua vigencia de su obra Recuerdos de viaje dentro de los amplios márgenes de la escritura de viajes en general -y de las crónicas de viaje femeninas en particular- quisiéramos, en este ensayo, examinar las raíces del género de viajes y su manifestación en manos de mujer en Latinoamérica, además de investigar el cruce entre la vida de Mansilla y su producción literaria, enfocando la génesis, la composición y el alcance de Recuerdos de viaje. Con esta finalidad en particular, creemos necesario poner en claro de qué manera interviene en el proceso de la constitución de la identidad de la mujer escritora que aparece en Recuerdos de viaje su énfasis textual en la creación de una voz «viajera» particular -relacionada con la causerie, la amena charla tan común entre los intelectuales argentinos de la época finisecular- la cual discurre sobre no sólo los pormenores «domésticos» que encuentra en Estados Unidos, sino también los detalles de envergadura política relevantes que halla en aquel país. Esta división temática, argüimos, resignifica la naturaleza no sólo de la identidad de la mujer viajera, sino también del texto de viaje femenino en sí.






ArribaAbajoLa viajera y la literatura de viajes

El viajar, como hemos venido señalando, ha caracterizado la evolución humana desde los tiempos más remotos y la «escritura de viaje» -la composición de los archivos que caracterizan el desplazamiento humano por territorios extraños- no le ha ido en zaga en su función testimonial frente a los eventos acaecidos durante las migraciones -voluntarias o involuntarias- del ser humano. Sin embargo, en la historia humana se ha reconocido escasamente el hecho de que no sólo el hombre, sino también la mujer, han participado en el proceso del movimiento humano con itinerarios a la vez similares, pero con frecuencia distintos. Sólo por medio del movimiento feminista de las últimas décadas del siglo XX ha empezado a reconocer la crítica literaria el notable aporte femenino a la producción literaria relacionada con el viaje, a pesar de una abundante tradición en torno al tema y su popularidad entre el público lector7.

El que el viaje haya sido con frecuencia una expresión más masculina responde a cierta realidad física tal vez inignorable. Como señala Susan Bassnett, «The essence of adventure lies in taking risks and exploring the unknown, so it is hardly surprising to find that early travel accounts tended for the most part to be written by men, who moved more freely in the public sphere» (225). No obstante, historiográficamente, el lector agudo apreciará que esta realidad no responde a un absoluto, pues la fundación del género de la literatura de viajes cuenta con una presencia femenina desde casi sus inicios. Uno de los primeros textos de viaje reconocido es, pues, el de la monja europea Egeria, cuya obra Itinerarium Egeriae -escrita en forma epistolar durante una peregrinación a Jerusalén, se compone en base a las misivas que la autora dirigiera a sus hermanas espirituales desde los destinos remotos de la Tierra Santa- remonta al siglo IV. Es decir, desde sus orígenes ha habido un espacio tanto para el viaje femenino -con ciertas limitaciones físicas y sociales, pero también con innegables beneficios en ciertos casos- como para la escritura femenina del viaje, aunque es preciso reconocer que este espacio que las viajeras han aprovechado en numerosas instancias no siempre será el mismo que ocuparían sus coetáneos masculinos por diversas razones8.

Aunque el desplazamiento femenino evoluciona lentamente durante los siglos posteriores al periplo de Egeria, entre los siglos XVII y XVIII el viaje femenino se convierte en un rito especial para las escritoras europeas más afortunadas quienes aprovechan la oportunidad que les brindaba su status social para emprender sus propios viajes -su Grand Tour, la raíz del fenómeno moderno que es el turismo (Buzard 37-52)- por el continente europeo9. En este sentido, se manifiesta un dato relevante para nuestra lectura del género de viajes: la tipología del viaje -y su escritura, tanto la masculina como la femenina- acusan la existencia de una relación cada vez más cercana e importante entre la clase social y el sujeto viajero a partir del crecimiento de las sociedades burguesas en Europa y Norteamérica. Los que podían darse el lujo de hacer tanto un viaje de negocios o una simple gira por Europa -por cualquier país, en realidad- formaban parte, comúnmente, de la alta burguesía nacional y manifestaban los valores de esa clase social. Se percibe, entonces, un creciente aburguesamiento en la literatura de viajes a partir de la evolución de las burguesías nacionales tanto en Europa como en otros países, y ello cambia tanto la expresión y la temática del género, como también la visión -gaze- del sujeto viajero escritor. El advenimiento del imperialismo europeo y del neoimperialismo norteamericano sólo enfatiza la expresión de estos valores sociales a una escala mayor: el escenario imperial internacional.

Con esta gradual presencia del fenómeno (neo)imperial en lugares cada vez más remotos -el imperio inglés en África, Asia, el Caribe y la India; las colonias francesas que se extendían sobre cuatro continentes; la creciente representación de Estados Unidos en diversos sitios alrededor del mundo- se amplían los límites del viaje en general, y del viaje femenino en particular10. Latinoamérica, debido al acceso cada vez más fácil por vía marítima al continente11, también se vuelve un destino de interés para la escritora viajera europea, como se ve en el caso de las «exploratrices sociales» (Pratt 155) entre las cuales se incluyen la escocesa Maria Callcott Graham, autora de varias obras relacionadas con sus experiencias en Chile y Brasil12, y la francesa Flora Tristan, abuela del pintor Paul Gauguin y autora de sus experiencias en el Perú, tituladas Peregrinaciones de una paria (1838), sin olvidar a la marquesa Francés Calderón de la Barca -escocesa de nacimiento y la esposa de don Ángel Calderón de la Barca, el primer plenipotenciario español destinado a México después de la independencia mexicana- quien describe su estancia breve en aquel país en Life in México (1843)13. Sus obras -lo que Mary Louise Pratt considera una respuesta a los textos masculinos que narran la exploración y la conquista de las Américas- ofrecen una «reinvención de América» (155-57); constituyen, pues, la cara inversa y contradiscursiva de los textos de viajes masculinos de la época que relatan las observaciones de la vanguardia capitalista europea y norteamericana en las Américas durante la expansión económica capitalista a nivel mundial durante el siglo XIX14.

Curiosamente, el fenómeno del viaje femenino no es de un sólo sentido, de Europa «hacia» el «Tercer Mundo» en general, o hacia las Américas en particular. En el caso de América latina, la viajera latinoamericana también participa del proceso de viajar y narrar sus experiencias vitales como viajera, como se ve en el caso de autoras como las cubanas Maria de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, conocida como la Condesa de Merlín (1789-1852); Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873); y Aurelia Castillo de González (1842-1920)15. Estas escritoras y viajeras se destacan en particular por la naturaleza de sus viajes y relatos: ellas van hacia la Metrópoli -Europa- y crecientemente rumbo a la nueva Metrópoli en la época, Estados Unidos. Escriben tanto sobre el centro metropolitano como sobre su patria en sus textos, construyendo la base de la expresión del viaje femenino como también lo hace Eduarda Mansilla por medio de su crónica Recuerdos de viaje.




ArribaAbajoEduarda Mansilla: autora, viajera y nómada

Durante el siglo XIX se divisa, en realidad, la expansión del fenómeno de extraterritorialidad y de la escritura sobre las experiencias extranacionales -que tanto había cautivado a los escritores viajeros europeos desde varios siglos antes- y los escritores viajeros latinoamericanos no se quedan atrás en su afán de recorrer tierras desconocidas y contar lo sucedido en sus aventuras:

Hispanoamérica, que sirvió de blanco y materia prima de recuerdos de viajes en una multiplicidad de crónicas en prosa y también en verso durante la Colonia, ya en el siglo XIX se independiza. Los escritores hispanoamericanos, en especial durante la segunda mitad de la centuria, empiezan a viajar y narrar lo que ven en sus andanzas.


(Schade 83)                


Este fenómeno se ve plenamente en la primera generación de escritores argentinos -la generación de 1837- cuyos viajes, frecuentemente producto del exilio durante la época de Rosas, quedaron redactados en forma de libro de viajes. Tanto Sarmiento como Alberdi, por ejemplo, narraron sus andanzas por tierras ajenas para un público latinoamericano sediento del saber del viaje que estos próceres nacionales ofrecían en sus escritos16.

Muy pronto la generación literaria a la que pertenecía Eduarda Mansilla se vería también inmersa en las aguas profundas de esta experiencia, ya que los escritores que forman la generación argentina de 1880 eran casi todos viajeros: «Entre los países hispanoamericanos, Argentina se destaca por su rica y variada producción de libros de viajes en el período que abarca desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado en el siglo XX» (Schade 84)17. Este hecho responde, ciertamente, al creciente progreso económico que se percibe en la Argentina finisecular -hasta la crisis de 1890- a medida que el positivismo, promovido por la intelligentsia local, se arraigaba en el seno de la nación y modificaba los términos del cambio internacional, haciendo que el país fuera blanco no sólo de una notable inmigración europea sino también se convirtiera en principal exportador de productos agrícolas en el mercado internacional18. Este progreso económico fomenta, asimismo, el crecimiento de una clase burguesa -que vivía con un nivel inusitado de ocio para el país y la época, lo cual permitía los viajes de lujo al exterior- y la manifestación de un aburguesamiento social en cuanto a los valores de la patria. Los hermanos Mansilla -Lucio Victorio (1831-1913), destacado militar y Eduarda (1838-1892), mujer letrada- constituyen un notable ejemplo de la burguesía viajera argentina de la época finisecular.

Cultos e intelectualmente formados los dos -además de ser los sobrinos de Juan Manuel de Rosas, el gobernador tiránico de la Provincia de Buenos Aires durante las primeras décadas de la época poscolonial argentina- los Mansilla compartían una afinidad más allá de la mera hermandad: viajeros experimentados los dos, tanto Lucio como Eduarda también dejaron obras escritas que son ejemplos claros y valiosos del género de viajes.

El primero de los hermanos en publicar sus crónicas de viaje es Lucio Victorio, conocido como autor principalmente por Una excursión a los indios ranqueles19 una obra clásica de la literatura argentina decimonónica, publicada por entregas en el diario porteño «La Tribuna» en 1870 y en forma de libro después. No obstante, para la fecha de publicación de esta crónica que narra su experiencia entre los indígenas ranqueles de la frontera argentina, el autor ya tenía una experiencia viajera de casi dos décadas. Su primer viaje internacional lo había efectuado cuando era menor de veintiún años de edad. En aquella ocasión, llevó a cabo el papel de agente comercial de su padre en un verdadero periplo para los tiempos: un viaje desde Buenos Aires hasta la India, itinerario que lo llevaría a conocer, de paso, otros países: Egipto, Turquía, Italia, Francia e Inglaterra. El testimonio escrito de la travesía -De Adén a Suez- se publica en Buenos Aires en 1854. Su vida posterior se convierte en una larga serie de viajes -intra y extranacionales- en los que representaba a la Argentina en misiones diplomáticas o comerciales, o en los se desplazaba por el simple motivo de disfrutar del ocio como epicúreo que caracterizaba a su clase social. De estas vivencias resultaron otros textos, incluyendo Entre-nos: causeries de un jueves (1889) donde figura el viaje como una manifestación de los gustos del autor. No resulta extraño que la muerte lo haya encontrado en París, donde se había radicado a partir de 1906, pues el título de viajero le correspondía plenamente.

El caso particular de Eduarda Mansilla -mientras compartía muchas experiencias comunes con su hermano, además de la experiencia misma del viaje20- demuestra la distinción fraternal entre Lucio y Eduarda la cual se debe, en cierto sentido, a la naturaleza de sus viajes. Como bien señala Bonnie Frederick, «Lucio es un viajero, un hombre que deja su casa atrás en Buenos Aires; Eduarda es una nómada, lleva su casa consigo» («Nómada» 249). Esta disparidad subraya la oposición principal -pues hay otros (Frederick, «Nómada» 246-251)- entre sus experiencias: mientras Lucio V. Mansilla viajaba por razones diplomáticas, comerciales o personales, Eduarda era madre y ama de casa; acompañaba a su marido Manuel García -menos en los últimos años de vida, ya separada de su marido y radicada sola en Buenos Aires- a los distintos puestos diplomáticos a los que lo destinaban en Europa y Estados Unidos. Aunque Eduarda gozaba como «persona distinguida», como ella misma señala en Recuerdos, de los beneficios de ciertos aspectos de este tipo de desplazamiento -conocía personas, pueblos, ciudades y culturas nuevas e importantes- su función principal al llegar a un nuevo destino era montar una casa y ocuparse de los hijos y sus sirvientes, no preocuparse por la diplomacia internacional, los intereses comerciales o la oferta cultural de la localidad con sus manjares comestibles más destacados, como un epicúreo. Es decir, Eduarda disfrutaba de muchos de estos elementos del viaje por virtud del matrimonio, pero no es agente de su propia voluntad, en realidad. Ella es acompañante, no un agente social plenamente libre, capaz de desplazarse independientemente por el mundo como los hombres en general y su hermano en particular21. Como señala María Rosa Lojo, este hecho revela la existencia de «una inevitable "perspectiva de género"» («Mansilla» 15) entre la visión «viajera» de Lucio y la visión «nómada» de los Eduarda. Esta diferencia modifica notablemente los parámetros de la experiencia del viaje, aunque por medio del texto literario se lijan las asperezas genéricas bastante, y Eduarda ocupa su propio lugar en el mundo -de la escritura. Este detalle delata otra afinidad entre los hermanos: su tendencia hacia la «charla» textual y la relevancia de ello en la elaboración de sus escritos.




ArribaAbajoRecuerdos de viaje: la causerie y la voz femenina del viaje

Para la época de la publicación de Recuerdos de viaje -1882, lo cual implica que Eduarda antecede a casi todos sus contemporáneos masculinos de la generación del 80 en la publicación de su crónica de viajes22- Eduarda Mansilla ya era, en realidad, una persona conocida entre los círculos culturales porteños desde hacía más de dos décadas.

Hija del general Lucio Norberto Mansilla y de Agustina Ortiz de Rozas -la hermana menor del caudillo Juan Manuel de Rosas- Mansilla nació en la capital argentina en 1838. Desde joven tenía un deseo de conocer culturas ajenas a la suya y se la consideraba políglota por su inclinación hacia el aprendizaje de otras lenguas, un anticipo de lo que será el papel de mediadora cultural que ocupará durante sus muchos viajes al exterior (Lojo, «Eduarda» 47; Batticuore, «Menores» 365). En cuanto a su dedicación a la escritura, ésta se manifiesta desde una edad joven en una pluralidad de géneros23. En cuanto al periodismo, publicó artículos de variada temática en La Flor del Aire, El Alba, El Plata Ilustrado, La Ondina del Plata, La Gaceta Musical, y El Nacional. Sus novelas El médico de San Luis, y Lucía Miranda, novela histórica aparecieron como folletines en La Tribuna aunque ambas obras se publicaron bajo el pseudónimo «Daniel», el nombre de un futuro hijo suyo. También publica una novela en francés titulada Pablo ou la vie dans les Pampas -muestra del nivel lingüístico de la autora en esa lengua- que sale a la luz primero en la revista L'Ariste en París en 1869, publicada en forma de libro posteriormente por la librería Hachette. Cultivó también el teatro y compuso música, además de la literatura infantil, siendo precursora argentina en esa materia con la publicación del libro de cuentos infantiles Creaciones en 188324. Todo indica que su obra escrita -que abarca todos los géneros señalados- recibió elogios no sólo del público lector porteño, sino también de los editores argentinos (Sosa de Newton 89), una importante medida de su ingreso a los círculos editoriales más cerrados.

A primera vista, parecería que las divergencias entre la obra de los dos hermanos primarían en un cotejo cuidadoso. No obstante, a pesar de las aparentes bifurcaciones entre la producción cultural de los hermanos Mansilla -Lucio, tan adicto al ensayo corto de temática personal, como causeur; Eduarda, aparentemente inmersa en una época en la escritura de novelas sentimentales y en otra, en los cuentos infantiles- regresamos a la temática que apasiona a ambos: el viaje y su narración. Esta coyuntura temática nos lleva a un elemento tan importante en la cultura de la época en que escribían: la causerie, un medio expresivo que cultivaba con afición Lucio, pero que hasta ahora no ha sido señalado como componente de la producción escrita de Eduarda Mansilla. El objetivo nuestro aquí es señalar cómo Eduarda recurre a esta forma de expresión en Recuerdos de viaje, lo cual muestra otra faz de su escritura y nos permite identificar la relevancia de la voz de «viajera» que establece la autora por medio de su texto de viaje25.

Una rápida ojeada al concepto de la causerie delata inmediatamente al conversador: el que dialoga -o, más bien «monologa»- sobre la política, la cultura, la sociedad, las nimiedades de la vida; pero con un humor subjetivo, agudo, de gran cultura mundana. Esta entretenida charla asume -en su forma escrita- la existencia de un interlocutor implícito de igual -o casi pareja- formación intelectual como para poder comprender la profundidad de las alusiones culturales y para captar la agudeza del humor exhibido26. En el caso particular de Recuerdos de viaje, la autora se apropia de este discurso aceptado por el público lector entre los hombres de su época, y presupone una suerte de «charla» con iguales -como los amigos con los que conversaría; todos cultos, viajeros también, seguramente. Medita, reflexiona y opina, pues, sobre una gran variedad de temas de interés para los miembros de su misma condición social. La temática de la disertación de Eduarda Mansilla en la obra se relaciona, entonces, no sólo con las experiencias comunes para todo viajero, sino también con los detalles de tanto la esfera doméstica -el espacio tradicionalmente dedicado al género femenino en el siglo XIX latinoamericano27- y el ámbito «exterior» que comúnmente ha sido considerado genéricamente un resquicio masculino. Con esta división, cumple Mansilla, en realidad, con una doble expectativa: cautiva tanto el interés del público femenino como el masculino, matando dos metafóricos pájaros con un solo tiro editorial, justo como haría en su salón durante una picada tertulia dominical.

Como señala David Viñas en De Sarmiento a Dios: viajeros argentinos a USA, en su acercamiento a la cultura norteamericana «Eduarda va contando su aprendizaje norteamericano con matices y sus previsibles pero severas contradicciones» (53). La autora avanza, pues, en un «paso a paso cauteloso donde practica miramientos, vigilias, reservas y, bruscamente, desquites y réplicas certeras» (53)28. Mansilla inicia su «charla» con una detallada descripción -desde lejos de las costas norteamericanas- de las peripecias de la vida de a bordo de un barco transatlántico. Según ella, sea inglesa o francesa la nave, esta vida como viajera náutica es única. Pero distingue, como connaisseure, que hay una diferencia entre las empresas marítimas: culta y experimentada, cualidades que enfatizan la autoridad de su narración, prefiere a los franceses, pues se come mejor y el trato personal por parte de la tripulación no tiene comparación con las compañías británicas. Este deslizamiento paulatino hacia Nueva York prepara la escena de su arribo a Estados Unidos donde continúa su retrato de la experiencia viajera con el dibujo de las circunstancias que rodean su desembarco en la creciente metrópolis estadounidense: babilónica confusión de lenguas, frustración comunicativa, bagaje, transporte local, hoteles, comedores de hotel y su oferta comestible, además de la atención de los meseros negros a los huéspedes, que a veces pasan toda una vida hospedados en un mismo hotel. Estas referencias, como todos los referentes al viaje en sí, apelan a un público variado: tanto a los viajeros experimentados -independientemente de su sexo, reviven la nostalgia de la excursión a través de la narración de Mansilla- como a los viajeros novatos que aún no se han subido a un transatlántico para ver la vida allende el mar, para quienes las descripciones sirven de aviso -y toma de conciencia- de lo que les espera en altamar y al llegar al destino desconocido. Pero un detalle en particular sobresale en cuanto a su persona como protagonista de su obra: su pasaporte diplomático la exime del chequeo de aduana. El simple gesto sirve de metáfora de su privilegio y de su posición social. Su status se manifiesta y ayuda cada vez más a crear la autoridad necesaria para que se la tome en serio a ella, como «viajera distinguida», y a su obra, a la par de sus contemporáneos masculinos. En cuanto a la esfera «doméstica», la autora trae a colación sus observaciones sobre los pormenores de la vida femenina íntima en Estados Unidos durante la época de su estancia en aquel país (los años 1861-1862, aproximadamente)29. En este sentido, su género es un beneficio, pues logra penetrar espacios típicamente vedados al hombre y recorrer los pasillos de la casa estadounidense, conociendo -y describiendo- los baños, vestidores, alcobas y boudoirs de las damas norteamericanas para su público lector argentino. Este acceso, tal vez inaudito en la Francia o la Argentina de la época, le permite comentar -con cierta profundidad y agudeza, ora hirientes, censuradoras e irónicas, ora elogiosas y encomiásticas- su toilette, su condición de vida, sus formas de pensar y comportarse -incluyendo su forma de coqueteo, su flirt-, sus relaciones íntimas con el sexo opuesto y sus expectativas ante el matrimonio y el divorcio30. Esta visión «interior» también le permite polemizar en torno a su propio país -siempre latente, atrás, en las sombras en Recuerdos- para criticar la existencia de dos esferas de existencia que dividen a los sexos. Al hacer hincapié la autora en el tema del futuro laboral «fuera» del ámbito doméstico de la mujer estadounidense -las mujeres ya trabajan como periodistas en Estados Unidos en 1860, por ejemplo- traza una condena implícita y explícita del medio laboral periodístico argentino, no de fácil ingreso para la mujer todavía en los años de la escritura de Recuerdos (principios de la década del 80)31.

En su caracterización de la esfera «exterior» -relacionada, en teoría, con lo masculino, varonil, aunque el tema laboral de la mujer en Estados Unidos franquea en cierto sentido el abismo genérico- tampoco se queda atrás la autora. Mansilla discurre libre e inteligentemente, aunque con frecuencia sin los ambajes de la delicadeza, sobre la historia y la geografía de Estados Unidos, sus figuras políticas y culturales más destacadas, su arquitectura y su modernidad, sus propios asuntos bélicos -la guerra «intestina» y fratricida entre la Unión y el Sur- además de sus nociones sobre el progreso, el trabajo -«Time is money», repite la autora-, el buen gobierno y los peligros ético-morales de la «esclavatura». Pero otra vez se asoma la Argentina lejana, implícita, que según Sarmiento, debía emular la creciente nación estadounidense: el gobierno de aquel país, observa, no ha tratado dignamente al hombre indígena -los «Pieles Rojas». ¿Eco, tal vez, de los gritos en torno a la «Guerra del Desierto» de 1879 la que llevó a cabo el general Julio Argentino Roca, el presidente en la época de la escritura de Recuerdos, o acaso una reminiscencia del mensaje de la Excursión de su hermano, de incorporar al indígena argentino al proceso civilizador de la nación argentina? La incógnita que plantea su mención de la causa indígena de Estados Unidos demuestra la forma desembarazada y consciente en que Mansilla reflexiona sobre la intersección entre el «dominio público» de la nación estadounidense y su propia patria.

*  *  *

Por medio del detallado inventario cultural de su primer viaje a Estados Unidos -una suerte de radiografía de la vida íntima del país en las esferas supuestamente tradicionales de «acción» social de esa nación- Eduarda Mansilla de García ofrece lo que ninguna escritora argentina había hecho antes de la época y que tampoco hizo posteriormente: recrear para un público lector lejano pero interesado un imaginario de Estados Unidos durante un momento decisivo de su devenir nacional (Urraca). En este sentido, su obra es tal vez la más representativa de las pocas visiones de viajeros a ese país durante el siglo XIX, pues su gaze recae sobre una temática más amplia que los demás viajeros -Sarmiento, por ejemplo- mostrando a su vez la notable penetración intelectual -y la erudición- de la autora.

La penetración de esta incursión textual en asuntos sobre los que no sólo comprende sino que sabe que tiene derecho a comentar -como el causeur que comenta con autoridad lo que ve e interpreta- afirma su calidad de testigo de los eventos que narra personalmente o que cita por medio de las referencias bibliográficas que dan fe de su amplia formación como lectora, dando un aire de autoridad en torno a sus conocimientos como «viajera» (Frederick, «Nómada» 247; Batticuore «Itinerarios» 176). «Charla», pues, con sus contertulianos implícitos -sus lectores- cultivando una voz del viaje femenina a la misma altura del hombre viajero «dandy» que comenta las particularidades de sus andanzas bajo la etiqueta de causeries, como su hermano Lucio Victorio.

Así Eduarda Mansilla de García se torna una «voz autorizada» -y causeuse, si se permite- que se dirige a sus contertulianos-lectores en su salón de tertulia cotidiana. De esta forma, logra no sólo ayudar a componer el «cuerpo» de la identidad de la mujer escritora y viajera hispanoamericana, sino también el corpus de la literatura de viajes femenina del continente.






ArribaObras Citadas

  • Bassnett, Susan. «Travel Writing and Gender». The Cambridge Companion to Travel Writing. Cambridge: Cambridge University Press, 2002: 225-241.
  • Batticuore, Graciela. «Itinerarios culturales: dos modelos de mujer intelectual en la Argentina del siglo XIX. Revista de crítica literaria latinoamericana año XXII, n.º 43-44 (1996): 163-180.
  • —— «Los menores del género. Revista interamericana de bibliografía vol. XLV, n.º 3 (1995): 365-372.
  • Bosch, Beatriz. «Eduarda Mansilla de García, mujer de letras». Letras de Buenos Aires año 15, n.º 32 (octubre 1995): 17-23.
  • Buzard, James. «The Grand Tour and after (1660-1840)». The Cambridge Companion to Travel Writing. Cambridge: Cambridge University Press, 2002: 37-52.
  • Davies, Catherine. «Spanish-American Interiors: Metaphors, Gender and Modernity», Romance Studies vol. 22 (1): 27-39.
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