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Encuentro, pérdida, búsqueda, en los cuentos de Daniel Moyano

Andrés Avellaneda





Daniel Moyano (1930), uno de los más sólidos narradores argentinos contemporáneos, cuenta ya con una obra considerable: cuatro libros de cuentos (Artistas de variedades, La lombriz, El fuego interrumpido, El monstruo y otros cuentos), y dos novelas, Una luz muy lejana y El oscuro, primer premio esta última en el concurso Primera Plana-Sudamericana 1967 (jurado: Leopoldo Marechal, Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos)1. Sus historias refieren, desde distintos ángulos, relaciones de poseedores con poseídos, unificados ambos grupos en un segmento común de desdicha, impotencia, frustración. Su clima narrativo es testimonial, pero como propuesta que ni reproduce ni simboliza la realidad: la menta, la organiza con mitos paralelos que penetran la masa de hechos incorporándose a ellos y dejándose penetrar por ellos. De esta manera ha construido una mitología reforzada paulatinamente en diferentes niveles; un texto abierto en que posibles retazos autobiográficos quedan engastados en una zona de ambientes opacos y personajes marginados. Moyano entronca así con una línea que tiene sus raíces lejanas en narradores como Roberto Arlt o Roberto Mariani (largamento olvidado y recientemente vuelto a descubrir) y que empalma -a través de escritores como Leónidas Barletta, Bernardo Verbitsky, Haroldo Conti, Iverna Codina y otros- con las propuestas narrativas de las últimas promociones (Estela Dos Santos, Aníbal Ford, Germán Rozenmacher, Juan José Saer, entre otros). Habiendo fijado su lugar de residencia en el extremo noroeste de Argentina, en la provincia de La Rioja (luego de estadías en Córdoba y Buenos Aires), ha quedado un poco fuera del círculo intelectual porteño, más pertrechado de oportunidades. Pero esto no ha hecho de Moyano un escritor regional; antes bien, su producción es una prueba tanto de su alcance nacional y transnacional, como -a modo de contrapartida- de nuevas circunstancias que están modificando la realidad histórico-cultural argentina.

Quienes se han ocupado de la narrativa de Daniel Moyano coinciden en afirmar la existencia de una unidad, de un rigor temático que consolida su obra2. El objeto de este trabajo consiste precisamente en el análisis de tal unidad, de acuerdo con los siguientes supuestos:

a) Consideraré la totalidad de sus cuentos3 con la hipótesis de que éstos constituyen diferentes versiones de un conjunto (texto) que los incluye, y de que es posible descubrir unidades y combinaciones (estructuras) por encima de las versiones particulares;

b) Apoyándome en la distinción de dos aspectos en la obra literaria, historia y discursa, procederé a la arbitraria exclusión del segundo de ellos para centrar el análisis, como punto de partida, en la lógica de las acciones4.

Las acciones de los diferentes cuentos, seleccionadas con un criterio que tenga presente la sucesión de las mismas, y traducidas por medio de oraciones breves que aíslen las de mayor «peso» en la intriga, pueden ser dispuestas en un esquema ordenado según los términos encabezadores pérdida, búsqueda, encuentro. Tal como se advertirá posteriormente, estos términos recolectores no presentan una relación unilateral y necesaria de tipo causal. Con todo, una primera consideración de las relaciones entre estos términos revela los siguientes enlaces del tipo «pérdida-encuentro», «encuentro-pérdida» y «búsqueda-encuentro»:

 PÉRDIDABÚSQUEDAENCUENTROPÉRDIDA
A.Artistas de variedades      
1.Ismael agota sus presentimientos. Ismael halla a los artistas de variedades. 
2.   El protagonista se topa con el «monstruo».Pierde a María.
3. Juan busca Dabar.Juan encuentra a Dabar. 
4. Cede la resistencia de Aníbal. Aníbal visita a la enferma. 
5.Juan es engañado por su mujer. Juan se encuentra con la multitud. 
6.  Peralta encuentra a Teresa.Pierde a Teresa.
7.  El niño halla a su padre.El padre no viene.
8.  Encuentro del monstruo.Agotamiento del interés.
9.Transformación de los campesinos. Los campesinos-obreros hallan el camión. 
10.  Juan encuentra al amigo de su juventud.Pérdida de los ojos y del amigo.
B.La lombriz   
11. El abuelo (y la familia) experimenta diversas pérdidas. El abuelo muestra el billete de mil pesos. 
12. Amadeo busca un cielo.Amadeo encuentra a Virginio. 
13. El hijo es asesinado. La madre halla al asesino. 
14.  Ramírez se encuentra con Mafalda y «el otro».Ramírez pierde su refugio.
15.  Evaristo se reúne con Namur.Evaristo vuelve a su cuarto.
16.Catalina es abandonada por Mario. Catalina vuelve a salir con Mario. 
17.  Un viejo amigo irrumpe en la vida del protagonista.El protagonista pierde su refugio.
18.Sergio es capturado. Sergio halla al jefe del movimiento. 
19.Matías reconstruye el pasado. Matías halla el «acto de bondad». 
C.El fuego interrumpido   
20.La tía huye. La tía regresa. 
21. El niño busca la «sensación».El niño halla a su madre con Isidro. 
22. El niño busca el rostro.  
23.El niño rechaza la conducta del tío. El niño ve el rostro. 
24. El niño registra el mundo por la ventana.El niño vuelve a la ventana. 
25.  El niño conoce la historia de Vañka.La historia de Vañka se desvanece.
26.Miguel es rechazado en la escuela.El niño siente la mirada del tío.Pedro comprende el significado de «inmolación». 
27.Luis halla a los rastreadores.Luis interroga.  
28.Gregorio pierde a su perro. Gregorio vuelve al lugar donde debería estar el perro. 

Si ampliamos ahora la consideración de estas acciones así aisladas y traducidas, advertiremos que los términos encabezadores, una vez analizadas las derivaciones particulares de cada cuento, adquieren una multiplicidad de significados posibles. Para verificarlo bastará un breve análisis de la función que cumple cada una de las acciones en cada uno de los cuentos; dentro del análisis quedará insinuada una primera interpretación de las acciones5.

A. Pérdida-encuentro

1. Llegar a la ciudad significa para Ismael entrar en lo que otorga: «Allá al fin nada le sería negado, y estar en la ciudad significaría habitar un mundo lleno de posibilidades» (p. 43). Su conocimiento desemboca en el desgaste de los presentimientos: «A los pocos meses de estar en la ciudad sintió, sin comprobarlo claramente, que de todo su antiguo mundo de presentimientos sólo le quedaban los símbolos» (p. 43). El depósito de «todas las cosas buenas del mundo» no se abre para sus moradores; la pérdida de los presentimientos sólo deja en Ismael la «capacidad de deslumbramiento» (p. 44). El encuentro con los artistas de variedades es el descubrimiento de «algo real y verdadero para esa especie de salvación que había presentido» (p. 46), la comprobación «de que por lo menos esa gente existía, aunque él no pudiese imitarla» (p. 48). La pérdida se inserta en el protagonista, mientras que el encuentro (salvación) lo sobrepasa para proyectarse en lo otro, que se ve de lejos: el alambrado que separa a Ismael del espectáculo, su retirada y la última visión «entre las ramas de un árbol» (p. 48).

4. Aníbal, sometido «a un orden que no era el suyo» (p. 37), se resiste a ceder «en detrimento propio, ante cualquier movimiento del mundo y de los hombres» (p. 34). La enferma participa «de la misma fuerza que su madre, su novia y su empleo», y Aníbal la siente con «todo el poder necesario para dominarlo, para arrancarle esa pequeña zona inviolada que aún mantenía en lo más oscuro de su vida» (p. 39). La persuasión de la madre le quita «todo lo que en su ser era controlable», le deja «sólo una parte irreductible y lejana... dos enormes alas ciegas que no podría usar jamás» (p. 43). El encuentro con la enferma es la entrega, la pérdida de las defensas y de un proyecto de vida.

5. La infidelidad de su mujer es, para Juan, el encuentro con una multitud que se le presenta girando «interminablemente, en una gran curva que él desconocía» (p. 49); el encuentro con un «éxodo doloroso» en el que se siente incluido (p. 50). Es la inmersión en un nuevo ser, la obligación de «pertenecer a esa multitud que hacía el mal y sufría» (p. 50). El encuentro es aquí el pasaje individuo-multitud, una toma de conciencia que socava el apartamiento: «Había sido siempre un hombre muy individualista. Siempre había tenido una mujer, un hogar, una religión, y en el amor de su mujer, como en el resto de su patrimonio, se sentía diferenciado, separado de esa multitud anónima que siempre había odiado...» (pp. 46-47).

9. Para los campesinos, la fábrica comienza por ser la maravilla; luego la transformación: «En tan poco tiempo la fábrica los había transformado. Pacheco advirtió el cambio. Sentía que soñaba menos y que hablaba de otro modo. Atribuyó el cambio al hecho de haberse desnudado el primer día. Por eso se había convertido en un hombre de la fábrica» (p. 25). El sentimiento de ser «poderosos» (p. 26), se desvanece en las diversiones pequeñas y pueriles, en la desilusión inconsciente: «Habían llegado a la saciedad, pero permanecían allí como para ver qué había más allá. Tenía que haber algo mejor sin duda alguna» (p. 28). La tentativa de fuga y los mensajes oníricos (suicidio, asesinato, caos) desembocan en el manso regreso a la fábrica: «Salieron a la calle y oyeron un rumor suave y rítmico entre la oscuridad indecisa, como un gran animal que respirara en su cueva. Se acercaron. Era un camión de la fábrica, que los esperaba. Cuando subieron todos, sin asombro, el conductor encendió los faros y apretó el acelerador» (p. 30). Con el encuentro se cierra el circuito «comienzo de la pérdida -conclusión (perfeccionamiento) de la pérdida».

11. La pérdida queda tendida en varias líneas: los hijos se marchan de la casa; las hijas solteras terminan embarazadas y se refugian en cuartos sucesivamente; los ahorros se desvanecen con la inflación; desaparece la esperanza de una herencia; los alimentos se agotan junto con el dinero. Para el narrador que recobra la experiencia infantil, el billete de mil pesos significa un sentido de la posibilidad; para el abuelo, significa la cesión, la ruptura del proyecto.

13. La muerte del hijo se convierte en una penosa búsqueda, en una lenta conversión de los símbolos, del odio, de la memoria y de la representación de los hechos. El encuentro con el asesino significa la recuperación del hijo en otra máscara, en el doble; pero también es la aceptación de la muerte: «pensó, pensaba, que ahora tenía un hijo, la otra forma de los hijos que significa destrucción, y que ahora sus huesos vacíos habían alumbrado otra vez, tan débilmente que en vez de un hijo había engendrado el rostro desconocido de la muerte» (p. 87).

16. Dos acciones paralelas señalan un fracaso (pérdida): los viejos escribanos no realizan el negocio de modernización y vuelven a la inmovilidad; Catalina, la empleada, es abandonada por Mario. La primera de las acciones actúa como «metáfora», con sus líneas de tradición-modernidad, ciudad vieja-ciudad nueva, mundo exterior-mundo interior. Estos significados se proyectan a la relación de Catalina con Mario: las dicotomías -trasvasadas al plano de las relaciones humanas- se tienden entre los polos más amplios de una pérdida y de un encuentro, en el cual el poseído se transforma en poseedor. Catalina, seducida por Mario, se convierte en fuente de protección; lo que es objeto y pasaje se convierte en lugar y persona: «Cuando Mario se sentó, se miraron de frente por primera vez. Catalina sonrió. Mario sintió que sus instintos se dormían y que Catalina, súbitamente fuerte, lo protegía de algo» (p. 77).

18. Sergio, capturado a raíz de sus actividades clandestinas, diluye el terror en la esperanza de que el jefe de la organización pueda salvarlo (p. 86). El encuentro con el muerto es el descubrimiento de que el cadáver de Rodríguez estuvo a su lado durante el viaje en automóvil; es la pérdida de la esperanza, el encuentro con la muerte personal.

19. Matías reconstruye el pasado morosamente, y esta «búsqueda del tiempo perdido» será «tiempo recobrado» al final del cuento. Una búsqueda enmarcada en el afán de hallar un acto de bondad en la figura del tío: «parecía improbable, pero hubiera sido hermoso descubrir a su tío en un acto de bondad» (p. 97); «y sin duda de un modo o de otro lo hizo participar de algo que el mundo poseía. Y eso podía ser un acto de bondad» (p. 124). Pero ese encuentro posee una dimensión más amplia: apartarse, diferenciarse, no lleva a la «salvación»: «Te haces el santo pero sos peor que todos nosotros» (pp. 120; 123). El encuentro con el pueblo del pasado y con el del presente -el regreso al pueblo de la infancia; la vuelta al de su madurez- es el descubrimiento de la salvación: «se dijo que nada podía valer un cielo para unos pocos elegidos, porque sería un lugar lleno de remordimientos. Cómo gozar del cielo cuando había un infierno. Y bastaba el dolor de un solo hombre para impedir la alegría» (p. 124).

20. La huida de la tía desencadena para Juan una doble búsqueda: la de la memoria (en persecución del andén y la estación de su ya lejana llegada) y la del significado de la huida. El andén, junto con la lluvia, anuda muerte y crecimiento como procesos idénticos (p. 23); irse para crecer es una osadía que se paga con la vida (pp. 27-28). La pérdida de la tía desencadena la reflexión del niño sobre la posibilidad de la evasión (pasaje) por el crecimiento. Pero la tía no ha huido-crecido-muerto. Con su regreso, la evasión se revela como algo inalcanzable.

23. La negativa a ser cómplice en el robo de alimentos desgaja al niño del mundo del tío, del sistema de supervivencia del grupo familiar. No verá el accidente del tío como castigo; el encuentro con la cicatriz y la mirada será el descubrimiento de que los actos son previos a los códigos morales, que el juicio diferenciador no conduce a la «salvación»: «Entonces dejó el trozo en la fuente pensando que comer era también una especie de castigo, de crucifixión, mientras sentía la mirada oblicua con la misma blancura relumbrante que habían tenido los ojos de su tío en lo alto del gancho» (pp. 71-72).

26. Para que su hermano Miguel pueda asistir al comedor escolar y alimentarse gratuitamente, Pedro debe adulterar la edad del pequeño, haciéndolo pasar por retrasado. Cuando las autoridades imponen el traslado de Miguel, Pedro intuye el significado de la palabra inmolación, repetida automáticamente en los cantos patrióticos escolares. El orden-de-los-hombres se conserva a sí mismo por medio del bloqueo, la barrera.

28. Entre el acto de desprenderse del perro y el viaje al lugar donde se imagina que aquel ha ido a parar, la memoria de Gregorio realiza una experiencia del tiempo. Encontrar ese lugar, «la inexistencia súbita de la casa del viejo» (p. 162), significa integrar el perro en el orden de lo incomprensible, lo que será develado merced al crecimiento, que, como el tiempo, es improbable y lejano. El encuentro es aquí la visión de lo incomprensible como estado: el pasaje (a la comprensión, esta vez) se remite a la improbabilidad y a la lejanía.

B. Encuentro-pérdida

2. El encuentro con el «monstruo» es la recuperación de la vida anterior -el mundo del cual ha tratado de huir el protagonista- y es también la pérdida de María, la salvación posible. El paso de un mundo a otro ha sido falso. «Siempre pensó que su vida se desarrollaba en ciclos ascendentes, desde la horrible miseria que tuvo que soportar durante su infancia y adolescencia hasta ahora, en que la gente a la que había logrado vincularse y cierta cultura adquirida aquí y allá lo habían hecho llegar un poco más arriba. Pero esa noche pensaba, después de ver lo que vio, que esos ciclos eran idénticos entre sí; la cronología les había dado un tenue calor ascendente» (p. 49). Los «monstruos», y María son dos zonas de límites igualmente infranqueables. El encuentro con el pasado (la clase de origen) es la pérdida (la imposibilidad del cambio de clase, del pasaje).

6. El encuentro con Teresa es el del «rescate»: Teresa es lo angélico, lo que salva del «infierno» al «condenado» (p. 14). El mundo de lo angélico es donde residen los valores; los hombres sólo pueden reflejar parcialmente la verdad y la belleza. ¡Pero la salvación (del «infierno»: clase) es imposible: Teresa-ángel se revela, en el desenlace, como un miembro más del universo condenado. Todo ha sido un error de interpretación (p. 19); nada podrá servir de puente para el pasaje (la «salvación»).

7. El encuentro con el padre es la recuperación de una imagen que se sobrepone a la forjada por los otros. Pero, fundamentalmente, el padre es el que brinda el pasaje, el traslado; es «el hombre que vendría a llevarlo por fin» (p. 56). Y ese cambio no se produce: el padre no viene, el niño debe reintegrarse al orden que no ha logrado abandonar.

8. El monstruo insólito produce en la gente una curiosidad que rápidamente se consume. Para el protagonista, el monstruo es la sospecha de lo oculto bajo la superficie, la afirmación de una dicotomía esencia-apariencia en cuyos términos el lote de lo valioso queda concentrado en la primera parte: «Al día siguiente me sorprendí pensando que quizás las grandes bestias, marinas o terrestres, tenían de horroroso tan solo el aspecto, y quién sabe hasta dónde. Y estaba convencido de que no había ningún furor en sus almas y que en cambio estaban llenas de un gran amor que sólo podían expresar a través de rugidos» (p. 7). Al igual que en «Una partida de tenis», la esencia es afirmada como mundo de los valores. Más interesante es lo derivado, de signo semejante a dicho relato: aquí, el protagonista pierde su interés por el monstruo, y, con ello, la posibilidad del pasaje (de uno a otro «estado»); queda «vacío», en el mismo lugar de donde había creído poder escapar: «Yo también había perdido gran parte de mi interés. Pensé que no había un hecho capaz de asombrarnos y me culpé a mí mismo de exaltado. Sentía una gran vaciedad y muy pocas ganas de marcharme, pero tenía todo preparado y la licencia concedida» (p. 12).

10. El jubilado solitario encuentra al amigo de su juventud, y con él una posibilidad de «salvación»: «Pero después advertí... que cuando muriera doña Juana yo iba a quedar muy solo, y entonces mi amigo Juan se me presentó como la posibilidad más inmediata para matar no sólo mi hastío de los domingos sino el de todos los días de la semana» (p. 41). Pero Juan pierde la vista, y el pasaje (la «salvación») queda obliterado.

14. Ramírez construye pacientemente su refugio, «una ubicación en el mundo», con su trabajo en la Municipalidad; diseña una evasión «de su familia, a la que consideraba indigna», un escape de otros «sustitutos idénticos» (p. 72). El encuentro con el «otro» (p. 76) es la eliminación del refugio, la señal de que la huida-pasaje ha sido ilusoria (p. 77).

15. El encuentro de Evaristo Murúa, el escritor principiante, con Namur, el hombre de letras consagrado, es el contacto entre la riqueza-refinamiento y la pobreza-bastedad, entre la posesión y la carencia. También es el contacto entre el dador (Namur) y el receptor ávido de adscripción (Murúa). El anagrama opera como refuerzo, consolidado en el propio texto: «Se durmió finalmente pensando que Namur y Murúa, su apellido, se parecían» (p. 54). El regreso de Evaristo a su cuarto pobre y compartido es un primer grado de obturación del pasaje (cambio) anhelado. El acto posterior redondea este sentido: «Al día siguiente le contó todo a su novia. -¿Namur? ¿Se llama Namur? -preguntó. -Namur -dijo él. -Es un nombre absurdo -dijo ella» (p. 54).

17. El «lugar en el mundo» (p. 91) obtenido por el protagonista es el pasaje realizado. La irrupción de Enrique en ese mundo significa la emergencia de lo inestable y lo provisorio, la revelación de la interinidad de lo que se estima definitivamente obtenido: el pasaje no se ha efectuado, ha sido ilusorio.

25. Para el niño el Reformatorio ha sido «una posibilidad de salvación» (p. 98) que termina por desembocar en lo reiterado: «Y cuando todos se sentaron... él sintió que todo era una repetición; y cuando estuvo dispuesto para empezar otra vez... para un nuevo acto que significaba morosidad e identidad para impedirle que finalmente pudiera salir de allí...» (p. 108). La circunstancia, el lugar-repetición que impide conseguir el crecimiento y la libertad, queda en suspenso con el cuento de Chéjov leído por el maestro. El mundo de Vañka se desvanece, y con él se pierde el pasaje (salvación).

C. Búsqueda-encuentro

3. Urgido por la enfermedad de su mujer, Juan desencadena una serie de actos, etapas de un largo peregrinaje en busca de Dabar y el dinero que éste le debe. El encuentro es la revelación de una pérdida, de un proceso de entrega en que su persona se desvanece: «Pensó que esos seres extraños que lo rodeaban lo estaban obligando a cambiar su vida por la de ellos, mientras Silvia se moría» (p. 32).

12. Amadeo, el joven escritor famélico, busca un «cielo» que reemplace la frustración de sus ambiciones (p. 56). El encuentro con Virginio y los protestantes es la comida, el olvido del «cielo» y de «la historia que pensaba escribir» (p. 60). Fundamentalmente, es el ingreso en un orden (colectivo), el término de la marginalidad: «Entonces lloró, sin dejar de comer. A él también lo admitían, pues, y de allí en adelante sería uno más entre todos, podría hacer lo que quisiese y participar de lo que el mundo prodigaba sin duda incesantemente a todas sus criaturas» (p. 60).

21. El niño intenta llegar al límite de la sensación que experimenta al trepar por la columna; esa búsqueda se combina, dentro de un mismo plano, con la de ampliar el conocimiento del mundo exterior: «Desde allí vio el dedo extendido del jinete del monumento y se dijo que trepando por la columna quizás pudiese ver mucho más. Cuando lo hizo descubrió la sensación» (p. 34). El acto de subir (sentir; conocer) equivale a un sentido de la muerte: «La sensación se hizo más violenta y se sintió desfallecer. Cuando viera al jinete, sin duda moriría» (pp. 36-37). La búsqueda se resuelve en la visión de su madre con el amante; visión-conocimiento, y sensación, desembocan en muerte y descubrimiento de lo que hay adentro (pp. 33; 37).

22. El rostro que el niño teme es «una cara que no había visto nunca y que no sabía cómo era, pero que significaba terror, algo que podría destruirlo» (p. 39). La búsqueda del rostro supone integrar una concepción del mundo, la que lo envuelve y condiciona (pp. 43; 44). El hallazgo del rostro es el encuentro con una síntesis de esa concepción del mundo que recalca la visión moral de la muerte.

24. El niño percibe el mundo como «sometimiento», un encadenarse de hechos necesariamente dispuestos (p. 75). Desde el campo visual de una ventana busca el suceso que viola el orden necesario (p. 76). No podrá aceptar la muerte del padre porque ésta no se ubica en la cadena de los hechos (p. 80); la vuelta a la ventana será el encuentro con la normalidad del día y con la aventura de presentir y verificar lo no previsto (p. 81). El encuentro es un pre-encuentro: será el descubrimiento de lo que viola el orden del proyecto personal (la muerte, la contingencia). Pero no en el tiempo de este cuento, sino en el relato «El fuego interrumpido».

27. El niño busca comprender por medio de la pregunta. Lo verdadero es, para él, lo que se reitera: «Lo único verdadero era la fiesta del tío Federico, que sucedía permanentemente allá en la ciudad. Él podía anticipar hecho por hecho...» (pp. 130-131). Existir es insertarse en el esquema de lo reiterado, de lo que puede ser presentido (p. 137). El tío Federico, en la otra punta de la vida, se aferra a una repetición ritual y fetichista para anular el tiempo (pp. 150-151). El ingreso del niño en las reglas del juego de los adultos (p. 152) es también el encuentro con los rastreadores: el encuentro con lo que destruye la reiteración. El ordenamiento (salvación; comprensión) es ilusorio; el presentimiento no existe. La interinidad y lo provisorio -lo no previsto, lo no presentido- es el sentido del mundo: se ha producido la ruptura de un proyecto personal (de comprensión), y el yo queda desvanecido.

Los diversos significados que he agrupado en los términos encabezadores pueden ser así resumidos:

  • A. Pérdida-encuentro
    • La acción «encuentro» cobra el siguiente valor en:
      • 1 «Artistas de variedades»: la salvación es poseída por los otros;
      • 4 «La comunión de los seres»: pérdida de un «proyecto personal»;
      • 5 «Cita en un bar»: la salvación es lo contrario del apartamiento;
      • 9 «La fábrica»: pérdida de un «yo», transformación;
      • 11 «Los mil días»: pérdida de un «proyecto personal»;
      • 13 «El rescate»: encuentro con la muerte;
      • 16 «Café con leche»: la salvación en el encuentro del otro;
      • 18 «Después de este destierro»: encuentro con la muerte;
      • 19 «La lombriz»: la salvación es lo contrario del apartamiento;
      • 20 «Etcétera»: el pasaje es inalcanzable;
      • 23 «El crucificado»: la salvación es lo contrario del apartamiento;
      • 26 «Paricutá»: el pasaje es imposible;
      • 28 «El perro y el tiempo»: el pasaje es improbable.
  • B. Encuentro-pérdida
    • La acción «pérdida» cobra el siguiente valor en:
      • 2 «Una partida de tenis»: el pasaje -de clase- es imposible;
      • 6 «La puerta»: el pasaje -como salvación- es imposible;
      • 7 «La espera»: el pasaje -traslado- no se produce;
      • 8 «El monstruo»: el pasaje -de «estado»- es impracticable;
      • 10 «Juan»: el pasaje -como salvación- no se produce;
      • 14 «Nochebuena»: el pasaje -huida- es ilusorio;
      • 15 «Pathos»: el pasaje -cambio- es impracticable;
      • 17 «El milagro»: el pasaje -de clase- es ilusorio;
      • 25 «Otra vez Vañka»: el pasaje -como salvación- no se produce.
  • C. Búsqueda-encuentro
    • La acción «encuentro» cobra el siguiente valor en:
      • 3 «Los otros»: pérdida del «yo»;
      • 12 «El joven que fue al cielo»: los otros como salvación;
      • 21 «La columna»: lo que hay adentro: muerte;
      • 22 «La cara»: encuentro con la muerte;
      • 24 «Clac clac»: quiebra de un «proyecto personal»;
      • 27 «El fuego interrumpido»: quiebra de un «proyecto personal».

Si se intenta ahora una nueva síntesis (interpretativa) los significados quedan combinados en unidades más inclusivas. Los tres enlaces dispuestos a partir de las acciones (pérdida-encuentro; encuentro-pérdida; búsqueda-encuentro), experimentan una redistribución establecida por medio de conexiones entre significados similares. Este tipo de operación arroja las siguientes unidades, agrupables en la relación uno-otro(s):

  1. Imposibilidad del pasaje: (2, 6, 7, 8, 10, 14, 15, 17, 20, 25, 26, 28).
  2. Ruptura del yo: (3, 4, 9, 11, 24, 27).
  3. Ruptura del yo y encuentro con el otro: muerte (13, 18, 21, 22)
  4. Ruptura del yo y encuentro con el otro: salvación (1, 5, 12, 16, 19, 23).

Con los textos a la vista, estas unidades quedarían desarrolladas en el marco de la siguiente propuesta:

El encuentro de un personaje con otro (o con un animal, o una cosa) puede resultar en:

a) Un regreso a la clase social de origen que se piensa haber abandonado (2, 15, 17); a una situación o estado que se cree haber superado (7, 8, 14). Proceso revelado a veces por la brusca quiebra de una posibilidad (6, 10, 20, 25, 28);

b) Una toma de conciencia de la fragilidad del proyecto individual (4), por avasallamiento o violencia ejercida por los otros (3, 9, 11, 24, 27);

c) La toma de conciencia de un límite (muerte) (13, 18, 21, 22);

d) La toma de conciencia de una salida (salvación) que puede insinuarse solo como posibilidad (1), pero que se recorta progresivamente como abandono del individualismo (12, 16, 19, 23), hasta definirse con exactitud como rechazo de la conducta pequeño burguesa (5).

Esta propuesta, como vía de acceso a la interpretación del mundo narrativo de Daniel Moyano, podría ser presentada -a través de otro reordenamiento- en la secuencia de un texto que revela la existencia del límite (c); lo ubica en la «zona individuo» (b); desecha, por ilusoria o falsa, una salida (a); y propone otra (d).

Este esquema de base puede ser puesto a prueba por medio del análisis de las dos novelas publicadas hasta la fecha por Moyano, tarea que dejo en suspenso en esta oportunidad. No obstante, valga señalar rápidamente que en El oscuro, por ejemplo, Moyano presenta a su protagonista frente a un límite (la muerte del estudiante) que destroza su «proyecto individual» (el orden, el congelamiento de la realidad, como salvación); el regreso a la clase que cree haber abandonado (la relación con el padre) colabora en la obliteración de su mundo y deja los resonadores para la propuesta de una salida que sobrepasa la representación ideológica del personaje.

Tal como ha sido aclarado al comienzo, este análisis ha dejado deliberadamente de lado el aspecto del discurso6 en la obra literaria, plano que habrá de ser tenido en cuenta por el estudio que se proponga la consideración total del hecho narrativo tal como se da en el sector de la literatura. Creo, sin embargo, que el análisis aquí propuesto posibilita el establecimiento de un cierto punto de partida para análisis más complejos orientados al sentido de la obra (su inclusión en un sistema superior, en el universo literario ya existente) y a la especial indagación de la realidad que está llevando a cabo la narrativa argentina contemporánea.





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