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Entre presente y pasado. Eugenio de Ochoa y el Romanticismo europeo en «París, Londres y Madrid»1

María José Alonso Seoane





Uno de los escritores más directamente relacionados con el Romanticismo europeo, especialmente francés, en la España del siglo XIX anterior a 1870, es Eugenio de Ochoa. Lo era desde antes de dirigir la revista El Artista, y después, a lo largo de toda su vida en que, alternando entre Madrid y París, fundamentalmente, va a compartir la evolución general literaria europea hasta tocar la época del Realismo. Eugenio de Ochoa no llegó a escribir la obra para la que reunió materiales toda la vida: sus memorias, una autobiografía completa, al igual que tampoco terminó de publicar algunas de sus creaciones, como su novela Los guerrilleros; proyectos que no abandonó pero que su vida atareada y sus infortunios hicieron al fin inviables.

Sin embargo, Ochoa, cuyos artículos eran intensamente personales ya desde la época de El Artista, dio a conocer en parte sus memorias en su libro París, Londres y Madrid, integrando las observaciones actuales con materiales recuperados de épocas anteriores, ofreciendo extensos fragmentos de sus diarios. Especialmente en la parte correspondiente a París, Ochoa contrasta frecuentemente su visión actual con los recuerdos de juventud relacionados con la evolución literaria y la literatura europea, fijando su propia posición en un presente que ya no se percibe como romántico; sin dejar de evocar y, en algunos aspectos, defender, los tiempos en que París era romántico -y él mismo, juntamente-. En estos aspectos se centrará este trabajo, dejando para distinta ocasión otros, también muy interesantes, de París, Londres y Madrid2.




En torno a la publicación de París, Londres y Madrid

París, Londres y Madrid se publicó en París en 1861, en un volumen extenso, de 612 páginas, después de que hubiera aparecido parcialmente en el Museo de las familias, entre 1859 y 18613. La «Conclusión» (595-612) está fechada en «Enghien-les-Bains. Octobre sic 1860», y la dedicatoria, a su hija Ángela, muy grave por un accidente ocurrido en un baile el 13 de enero de 1861, está fechada en París, el 18 de marzo de 1861, «no pudiendo demorar ya más la publicación de este libro sin comprometer intereses ajenos»4.

Independientemente de las fechas relativas a la edición, internamente el texto se estructura en entregas de desigual extensión datadas a modo de carta -una forma frecuente para las colaboraciones en prensa- Con la fecha de «París, mayo de 1855»5, se inicia la primera parte del libro hasta que el autor se traslada a Inglaterra, abriendo la parte dedicada a Londres con la fecha de 26 de marzo de 1856. El comienzo de la tercera parte del libro está fechado en «Madrid, diciembre de 1856».

La división del libro en tres partes correspondientes a las ciudades mencionadas en el título haría esperar un contenido similar en cada una de ellas pero, de hecho, difieren bastante; tanto en su extensión, en la publicación en volumen (se dedican 240 páginas a París, 200 a Londres y 150 a Madrid, aproximadamente), como en su configuración e importancia. Eugenio de Ochoa da una visión entusiasta, en términos generales, de París, llena de recuerdos personales que emergen en esta nueva estancia; una visión objetiva de viajero en Inglaterra, y una visión muy crítica de Madrid, a su vuelta a finales de 1856, después de una obligada y prolongada ausencia. De manera que, a lo largo del libro, el autor guía al lector en un trayecto que empezó amablemente en París y se endurece al llegar Madrid, pasando por un intermedio relativamente neutro en las páginas dedicadas a Londres.

Por otra parte, el análisis de París, Londres y Madrid requeriría una lectura distinta en el caso de que se utilizase la versión publicada en el Museo de las familias (1859-1861), más lineal y genéricamente centrada en la descripción de las ciudades que la versión en volumen, considerablemente aumentada por la inserción que hace Ochoa de textos de distinto carácter, ya publicados o extraídos directamente de sus cuadernos de apuntes que, salvo alguna excepción, como la visita que hace a Victor Hugo, no aparecen en el Museo. La inserción de los textos de especial interés memorialístico y literario lleva consigo una modificación profunda de la obra, en que la escritura autobiográfica, actual o extraída de sus diarios antiguos, relatos autoficcionales y poemas, van a configurarla de manera significativa.

No podemos extendernos aquí en la consideración del género en que ubicar esta obra de Ochoa, que Randolph considera como «uno de sus libros más bellos y útiles» [Randolph 1967, 78]6. La Época, en el momento de su aparición, considera París, Londres y Madrid como la recopilación en volumen de los artículos publicados anteriormente por Ochoa, calificándolos de «lindísimos cuadros de costumbres, que parecen otras tantas fotografías de las capitales que describe» (La Época, 8-5-1861). Menos afín, Juan Valera, en una extensa reseña no firmada en El Contemporáneo -en el fondo negativa, a pesar de algunos elogios-, señala la heterogeneidad de los materiales que componen la obra y la volubilidad con que Ochoa pasa de un tema a otro; aunque destaca algunos elementos positivos y termina recomendándola «con toda sinceridad» a los lectores (El Contemporáneo, 23-5-1861).

En realidad, Ochoa planteó una obra abierta en la que podía integrar descripciones, informaciones útiles, observaciones, comentarios, crónicas, textos cercanos a artículos de opinión; todo lo que pudiera interesar a los lectores sobre París, Londres y Madrid, y sobre su parecer acerca de los temas más diversos. En medio de la multitud de libros de viajes y guías de ciudades llenos de notas copiadas de cualquier libro o periódico (185), rechaza hacer algo similar. Tampoco se considera con la paciencia que se necesitaría para investigar personalmente cada aspecto; por eso, afirma, «no me decido a escribir un Manual de París ni de Londres ni de Madrid aunque me convendría mucho» (66)7. Lo que desea hacer es trazar algunos apuntes siguiendo la inspiración del momento, sin nada predeterminado8; aunque mediante algunos hilos conductores, como puedan ser sus paseos por las distintas calles o el itinerario temporal de las fechas del calendario que le llevan al ciclo de las celebraciones anuales. La variedad aparece como premisa de amenidad y de «útil recreo» -como se califica el libro de Ochoa en una referencia indirecta aparecida en La España (5-7-1861)-, a lo que contribuyen los rasgos de humor y la agilidad periodística de Ochoa en la tarea de dar a conocer estas ciudades a sus lectores. Los encantos de París son «indecibles, en el sentido de que no se explican o, por lo menos, son muy difíciles de explicar sin largos rodeos y toda clase de figuras retóricas. A explicarlo aspiro sin embargo; no tiene otro objeto todo lo que voy escribiendo» (7-8). En la parte dedicada a Londres, Ochoa hace un planteamiento de tipo más cercano a lo convencional, acudiendo a imágenes pictóricas para definir el «cuadro de la vida en Londres» (256), «para completar el bosquejo (nada más que el pálido bosquejo) de la fisonomía moral de Londres, que es lo que me propongo en estos apuntes» (262); aunque mantiene, en rasgos generales, la libertad compositiva de la parte dedicada a París.

En conjunto, lo que va a resultar más interesante de París, Londres y Madrid es lo que a propósito de las ciudades Ochoa va a escribir sobre sus propias observaciones, opiniones, experiencias, preocupaciones-obsesiones. Este planteamiento le facilitó la inclusión de materiales autobiográficos, en lo que puede considerarse un adelanto de sus memorias, así como una ocasión para recoger parte de sus publicaciones dispersas en prensa, excediendo la consideración general de libro de viajes, a pesar de su integración de muchos géneros [Champeau 2004, 15]. Quizá lo más adecuado sería considerar París, Londres y Madrid como ejemplo de escritura «en mosaico», en el sentido empleado por Marie-Ève Thérenty [2003,13], en cuanto a la fragmentación de la materia ficcional y la estructura misma del periódico; algo que conviene a Ochoa, que siempre estuvo relacionado con el periodismo, y muy propio del auge de la prensa en la época, con sus efectos en la escritura de ficción y de no ficción.




Las circunstancias de la publicación

Otro aspecto de interés para la mejor comprensión de París, Londres y Madrid, lo constituye el conocimiento de las circunstancias de la vida de Ochoa en los momentos de su composición. En este sentido, obviando lo que pueden tener de convencional, las fechas que van secuenciando el texto corresponden, en líneas generales, a los viajes y, en definitiva, a la vida real de Eugenio de Ochoa por entonces; aunque pocas veces aparecen alusiones a circunstancias concretas, ya que muchas eran conocidas de sus lectores. Fue realmente una época difícil para Ochoa; de ahí que, en ocasiones, dentro de la variedad de tonos que se encuentran en París, Londres y Madrid, la obra tenga una nota de tristeza -independientemente de la situación de su hija Ángela, ya que el libro estaba terminado antes del accidente-, que ya captó Randolph [1966, 159]. Desde mi punto de vista, en el libro se intensifica la nota grave que se observa en Ochoa desde fechas tempranas -al menos, desde 1839 en que por primera vez se da el encuentro con la muerte de varios hijos pequeños-. En caso de París, Londres y Madrid, una vez que deja París y los recuerdos de su época de estudiante, el texto se va haciendo más serio, dejando aparte su experiencia de las distintas ciudades, de forma paralela a la evolución negativa de su situación personal, además del cansancio de la redacción de una obra tan extensa.

Ya en la dedicatoria se refiere a las circunstancias en que escribió el libro «todo lleno para mí de tristes recuerdos. Empezado y escrito lo más de él en el destierro, concluido de imprimir en medio del más amargo trance por que he pasado en mi vida». Aunque estas palabras, escritas a posteriori en una época de gran sufrimiento por la situación de su hija, no reflejan realmente sus recuerdos que, en el texto de París, Londres y Madrid, tienen carácter menos pesimista. Así aparece en un fragmento de la parte correspondiente a Inglaterra en que, por excepción, recurre al género epistolar, transcribiendo un «Extracto de unas cartas a un amigo», con la data en «Southampton, 24 abril 1856»:

«[...]. Nada te he dicho aún de esta ciudad, tan llena para mí de gratos y, al mismo tiempo, tristes recuerdos- (bien sabes que estas dos cosas no son incompatibles aunque a primera vista lo parecen) [...]. Recordando la ocasión que me trajo por primera vez a este pueblo, ya hace tiempo, después de una penosa navegación desde Lisboa, y lo bien que en él me fue en este mismo Radley-Hotel desde donde te escribo, experimento ahora mismo aquella mezcla de sensaciones encontradas».


(336)                


La situación a la que Ochoa alude corresponde a las circunstancias políticas del conocido como bienio progresista (1854-1856), que tuvieron gran repercusión en su vida. En concreto, este primer viaje a Inglaterra se enmarca en los acontecimientos inmediatamente posteriores a la revolución de julio de 1854 en Madrid, en que Ochoa fue el encargado de acompañar en su salida a Francia a varios de los hijos de la reina madre, María Cristina de Borbón, y Fernando Muñoz, duque de Riánsares, para llevarlos, de incógnito, en una primera etapa, a Inglaterra; embarcando en Lisboa, el 27 de agosto, antes de que María Cristina llegara a esta ciudad, el 8 de septiembre9.

Ochoa volvió a Madrid a principios de octubre de 1854 y se involucró totalmente en la lucha política, desde posiciones liberales moderadas, creando, entre otras iniciativas, el periódico El amigo del pueblo en noviembre de 1854; aunque, identificado como el impulsor del periódico y cada vez con menor influencia en Palacio, Ochoa tuvo que irse de España en mayo de 1855. Por el momento, la voluntariedad de su salida de Madrid quedó en un estatus ambiguo, pero su situación de desterrado de hecho se aclaró cuando, a comienzos de 1856, con motivo de una grave enfermedad de su madre, no se le permitió volver a España, siéndole negado el pasaporte. Sus protestas y las de sus amigos, de las que hay abundantes testimonios en la prensa, no tuvieron resultado positivo. El término del bienio progresista, en julio de 1856, cambió una vez más el destino de Ochoa, que regresó a Madrid a finales de 1856, una vez que se le garantizó un puesto acorde a la categoría que había alcanzado como Director general de la Instrucción pública; es entonces cuando debe situarse la parte que corresponde en París, Londres y Madrid a esta última capital.




París

Las páginas dedicadas a París constituyen la parte más importante del libro, en la que Ochoa se manifiesta lleno de energía creativa y en la que se da la evocación fundamental del Romanticismo, ya que Ochoa había vivido allí en los momentos iniciales y plenos de su desarrollo, participando de su ambiente literario; de manera que, en las descripciones que hace de la ciudad para sus lectores, sus recuerdos adquieren un sentido estructurador como punto de comparación del presente con el pasado, hoy y ayer de París.

Con su inesperada llegada a París de mayo de 1855, se resucita para Ochoa sobre todo su época de estudiante, desde 1828 a 1834, en que vive la experiencia del Romanticismo desde dentro, con el entusiasmo que iba a traer a España en el mismo año 1834. Con características más serenas, también aparecen importantes recuerdos de la estancia que realizó entre 1837 y 1844. En esta última estancia, aunque visita a Victor Hugo y participa de la vida social de la élite de los escritores y artistas del momento, la misma evolución del Romanticismo francés contribuye a la madurez de Ochoa; y la evocación del Romanticismo se mantiene en los límites del reencuentro con las impresiones de la vida literaria de París que había anotado entonces.

Antes de transcribir uno de estos recuerdos tomados de sus diarios, Ochoa manifiesta la impresión que le produce la relectura de sus cuadernos, porque se ha dado cuenta de que ha encontrado en ellos una fuente de recuerdos de aquella época no contaminados por el paso del tiempo. De manera que, además de conmoverle por la evocación de tiempos pasados que ya no existen, es consciente de su valor testimonial; le sirven para dar fe, de manera notarial, de lo que fue aquella época, sin las tergiversaciones de la memoria falible:

«Yo no sé si estos recuerdos literarios serán del agrado de mis lectores; lo que es á mí, confieso que me causa vivo placer encontrar en mis apuntes íntimos la impresión reciente y, en cierto modo, espontánea que me ha dejado la vista de algunas personas que, por cualquier concepto, meten ruido en el mundo, es decir, son célebres [...]».


(197)                


En la evocación de esta época se produce continuamente un doble plano temporal, característico de la escritura autobiográfica, con continuas precisiones sobre el hoy y el ayer, y, en general, sobre el tiempo transcurrido10. También, decidiendo lo que no va a transcribir de sus apuntes al pasarlo a escritura pública, o la manera con que va a modificarlos para preservar la intimidad de las personas sobre las que había escrito en su diario; lo que, indirectamente, es una prueba más de la autenticidad de lo que transcribe.

En los textos que se refieren a la etapa de 1837 a 1844, Ochoa da muchas noticias del trato con los autores consagrados a partir de 1830, paradigma del deseo de viajeros y exiliados españoles, en que el mismo Ochoa era uno de los centros de atención para tantos españoles que viajan a París por distintos motivos. En muchos casos, procuraban conocer celebridades antes admiradas de lejos, encontrándose con el descubrimiento de la Modernidad en el estatus del escritor, como ha puesto de relieve Leonardo Romero Tobar [1997]. En este ámbito, Ochoa se mueve con familiaridad seguramente no conocida por ninguno de los españoles que fueron o vivieron en París por entonces; sin embargo, no se extiende demasiado en estas evocaciones, siendo muy discreto en lo que sabe de la intimidad de los autores que trató en su momento. Así ocurre con Frédéric Soulié, a propósito de la explicación que le había hecho sobre sus dificultades económicas, que Ochoa no esperaba: «lo que sigue en mi antiguo libro de memorias pertenece ya a la vida privada y no hay para qué publicarlo» (197)11.

Los recuerdos del ambiente literario, en los que se dilata Ochoa, culminan en la admirada figura de Victor Hugo, aunque Ochoa manifiesta ya cierta distancia en la etapa en que se sitúan estas evocaciones. Entre ellas, Ochoa rescata de sus diarios, a modo de visita vicaria para sus lectores, la que le hizo en 1837, presentado por el pintor Dauzats; cuando la celebridad de Victor Hugo había llegado a su apogeo y todos reconocían su mérito, salvo algunos «recalcitrantes clasiquistas»:

«Apaciguadas ya las tempestades de la empeñada lucha entre clásicos y románticos [...] pasaba ya, digámoslo así, en autoridad de cosa juzgada [...]. Yo no conocía entonces personalmente a Victor Hugo y, como es natural, deseaba conocerle, habiendo tenido el gusto de ser el primero en dar a conocer en España sus escritos con mis traducciones, muy leídas por cierto en su tiempo, de Nuestra Señora de París, sus demás novelas y el Hernani [...]. En estos términos encuentro consignada en mi diario aquella visita».


(197-199).                





Romántico París

Aunque estos recuerdos literarios, en los que figuran, además de Hugo, escritores como Lamartine, Balzac, Dumas, Sue, Soulié, George Sand, y otras personalidades del mundo de las artes, tienen su función en un libro que pretende acercar París a lectores deseosos de enterarse, entre otros, de los aspectos menos conocidos de su vida literaria. Pero la parte poética más genuina, esencial para la definición del Romanticismo que Ochoa recuerda de París, se dirige más a la etapa de su estancia anterior, entre 1828 y 1834, en que Ochoa, jovencísimo, participaba del ambiente romántico de los días de la Revolución de julio y los años inmediatamente siguientes.

Para el escritor que recuerda sus años de estudiante, es París en sí misma, como ciudad, romántica. Porque, por oposición a otras grandes ciudades europeas, París se distingue por ser una ciudad poética, que tanto habla a la imaginación, la ciudad donde se dan todos los contrastes -clave de sus encantos-. Esta evocación está relacionada con uno de los procedimientos que Ochoa utiliza en París, Londres y Madrid para dar a conocer París y enlazar el presente con el pasado, que es seguir la relación de los lugares que encuentra a su paso; seguramente recuerda más esta etapa de su vida por el hecho de que los grandes cambios urbanísticos de París se estuvieran dando en estos momentos, de manera que Ochoa encuentra al llegar en 1855 mayor contraste con el París de su juventud que cuando volvió en 1837, lo que le lleva a fuerte reviviscencia de la época «del buen rey Luis Felipe» (76).

En París, Londres y Madrid, se mezcla la experiencia personal de su autor con sus observaciones en un París ya convertido en mítico [Goffette 2006, 33]; aunque, en Ochoa, el encanto de París es lo que predomina y los ambientes menos atractivos que se dan en escritores como Balzac, entre los que todavía son moderados, apenas aparecen. Desde luego, además de otras referencias, la visión de Ochoa de París, tiene una continua relación con lo literario: las novelas de Balzac sirven para definir los huéspedes de los distintos tipos de alojamiento (27), en las calles se encuentran referencias hugolianas, como el nombre de la calle «de la Jussienne (corrupción de L'egyptienne, la Egipcia o Gitana)» que relaciona con una leyenda «que tal vez inspiró a Victor Hugo su deliciosa creación de la Esmeralda» (16-17).

Ochoa reconoce que, con las actuales transformaciones, el viejo París «indudablemente, gana en el cambio: ya son rarísimas aquí aquellas estrechas, tortuosas y sucias calles que antes serpeaban como negros reptiles alrededor del Louvre y de los Mercados, y en las alturas del arrabal Saint-Denis [...]» (75). Pero no deja de anotar el hecho de que algunos barrios han perdido su antigua fisonomía; especialmente, «el barrio latino, perforado en todas direcciones y cubierto de derribos, casi no recuerda ya lo que era en mis alegres tiempos de estudiante» (75). Ochoa lamenta este cambio en el que, a pesar de las muchas desventajas que presentaba con respecto al estado actual, «tenía entonces este barrio más carácter, más poesía. ¿O, tal vez, esa poesía retrospectiva que le atribuyo no estaba entonces en él, sino en mis pocos años?...» (75-76). También ha cambiado el ambiente juvenil de entonces, en que hasta las malas costumbres estudiantiles tenían un carácter más idealista:

«Aquella entusiasta y turbulenta juventud que poblaba sus escuelas por los años de 1830 al 35, y daba tanto que hacer a la policía del buen rey Luis Felipe, valía más, me parece, con todos sus defectos, que la actual juventud, tan escéptica, tan desengañada, tan indiferente a la cosa pública [...]. Había entonces más candor, mas fe en la mujer y en el arte, mas ilusiones si se quiere...».


(76-77)                





Un baile en el faubourg Saint-Germain

De los diarios de su etapa de estudiante en París proceden dos textos del mayor interés, publicados anteriormente, pero que Ochoa inserta en París, Londres y Madrid, en un marco que los justifica, dándoles nuevo valor como testimonios de época. Incluye el primero, que había publicado con algunas variantes en El Artista, en 1835 (t. I, 90-93), a propósito del tema de las cárceles de París, para dar una idea de lo que era la de Santa Pelagia, en que estaban los detenidos políticos y deudores; extractando de su diario de marzo de 1834, el apunte de una visita que hizo a un amigo suyo preso por deudas.

Aunque, desde luego, la visita a Santa Pelagia evoca un ambiente netamente romántico, mucho más lo hace con la transcripción de un fragmento de su diario que titula «Un baile en el faubourg Saint-Germain»12, fechándolo en «París, febrero 1834». Desde el punto de vista creativo, en ningún escrito de Ochoa se muestra más bellamente ficcionalizado el Romanticismo que pudo conocer en París a principios de 1834, aquí claramente como relato de autoficción; una narración de la que Valera dice, en su reseña de París, Londres y Madrid, es una novela «muy romántica y está muy bien escrita» (El Contemporáneo, 23-5-1861), en cuyo análisis vale la pena demorarse:

«Otro recuerdo de aquella época, copiado igualmente del natural y muy en caliente, como suele decirse, me encuentro en uno de mis antiguos cuadernos de apuntes, y voy a transcribirle aquí con muy ligeras variantes a que me obliga la discreción [...]; pero todo lo que aquí digo es verdad en el fondo; los hechos son ciertos y creo que dan una idea, muy incompleta, sin duda, pero exacta, de aquella singularísima época de transición, llena de nobles cuanto impotentes aspiraciones -de grandeza y locura».


(130)                


Además de su calidad estética, el relato es uno de los mejores ejemplos de la utilización que Ochoa hace de sus diarios en París, Londres y Madrid; en cuanto a elemento de contraste entre presente y pasado y de testimonio fidedigno de la época romántica; sentido testimonial en el que Ochoa pone gran interés: «Si hoy parece y con razón (lo mismo me parece a mí) que este relato tiene un colorido algo romántico, considérese que ése era entonces el colorido local, colorido en que naturalmente estaba empapado el pintor. Esta es una prenda más de fidelidad» (130).

«Un baile en el faubourg Saint-Germain» se configura como una moderna ficción de actualidad, escrito precisamente en los años en que este tipo de narraciones cobraba auge en las publicaciones periódicas [Thérenty 2004 y Vaillant y Thérenty 2002, 236-274]; en él pueden observarse distintos planos que confluyen en la configuración de lo que fue la época, cuya ambientación a través de los hechos, escenarios y personajes, constituye un objetivo de primera importancia para el autor del relato. Al baile asisten las primeras personalidades del momento: el general Lafayette, Laffitte, Guizot, Thiers, el conde Molé, Berryer, Dupin, los pintores Vernet y Delaroche, los hermanos Devéria, Alfredo y Tony Johannot, Lerminier, «[...] la ilustre Jorge Sand, astro que empieza a brillar mucho -tal vez demasiado, sobre el horizonte literario-» (132). Todo refuerza la impresión de época; también los libros que están al alcance de la mano en los veladores de las salas destinadas a la conversación, el juego y la lectura, que son una muestra del canon actual del pleno Romanticismo. Ochoa se fija en ellos haciendo notar la ausencia de España, como adelanto de uno de los motivos que le llevarían a la creación de El Artista con el conde de Campo Alange, amigo suyo desde esos tiempos de París: «[...] lindos keepsakes, tomos de poesías primorosamente encuadernados Byron, Moore, Lamartine y Víctor Hugo, Alfredo de Musset, algunos poetas alemanes, tal cual italiano, ¡ni uno solo español!» (131-132).

El carácter de la época se refleja igualmente en los personajes; en especial, en los dos jóvenes que ocupan el primer plano de la narración: el que podría considerarse como romántico desenfrenado, Alfredo, y el propio narrador. Una ilusoria y violenta pasión llevará a Alfredo a abandonarlo todo, y terminará suicidándose en el Sena. Su amigo descubre su cadáver al entrar casualmente en la Morgue, en un París que ya no es luminoso como el anterior de los salones del baile, sino cercano al de los novelistas que tratan de sus misterios y ambientes opacos [Condé 1994]; un espacio ominoso y tétrico, de imágenes espantosas, que Ochoa describe brevemente. No es momento de analizar todas las implicaciones del personaje de Alfredo, pero su presencia basta para retratar una época en la que ficción y realidad se dan la mano. No hay más que pensar en las páginas que Hugo dedica a Jacques-Imbert Galloix (Littérature et philosophie mêlées, 1834), que Ochoa recoge en Horas de invierno («Imberto Galloix», Horas de invierno, II, Madrid, Impr. de I. Sancha, 1836, 259-297); aunque, en este caso, es el amor, y no la gloria literaria, el que arruina la vida del joven que había llegado a París para seguir la carrera del arte como pintor.

El romanticismo del otro personaje que es el narrador -el mismo Eugenio de Ochoa- es también es muy intenso aunque de distinto carácter: íntimo, onírico, fantástico; en que los problemas se manifiestan en adivinaciones y sueños premonitorios:

«Cuando empezaba a dormirme, me asaltaban tristes ensueños, fundidos luego todos en una violenta pesadilla. La hermosa joven con quien hablé al principio del baile, se me representaba con el cabello tendido sobre la espalda, lívida como un espectro, vagando unas veces por un bosque nevado, a la orilla de un estanque, próxima a precipitarse en él: los esfuerzos que yo hacía para contenerla, me despertaban despavorido... Luego creía encontrarme en el coro de una antigua iglesia gótica medio alumbrada con blandones funerales [...]».


(151)                


La transcripción del texto termina en París, Londres y Madrid con una reflexión del autor, que escribe inmerso en sus recuerdos. Cuando termina, parece separarse ligeramente de su poder hipnótico, para volver al presente y confrontar el tiempo actual con el pasado, cerrando con un comentario el relato, del que destaca su valor epocal: «Doy aquí punto a este extracto de mi diario de aquella época porque ya está conseguido mi objeto, que es solo el de echar una ojeada retrospectiva a aquellos tiempos de mi primera juventud -tiempos tan diferentes ya de los actuales-» (157).

Ochoa emite un juicio retrospectivo que quizá pretende más excusar que condenar la literatura de aquel Romanticismo francés y el efecto arrebatador que, en su momento, tuvo para la juventud, empezando por la suya:

«También he querido presentar una muestra, muy insuficiente sin duda, de los desastrosos efectos que produjo en algunas cabezas juveniles la literatura insalubre de aquellos tumultuosos días que siguieron a la revolución de julio. Como tantos otros, Alfredo no fue una víctima del amor, sino de Teresa, de Indiana, de tantas novelas disolventes, de tantas teorías anárquicas, de tantas religiones nuevas como París veía entonces nacer y morir cada día, cada hora. En filosofía en política en todo las ideas estaban entonces exaltadas hasta el delirio».


(157)                


La época ha cambiado. Dejando aparte otras implicaciones, Ochoa hace ver que, en lo literario, todo eso ha variado radicalmente en Francia, así como señala su propia transformación, de la que es consciente. Ochoa quizá se ve más impulsado a declarar este cambio en París, Londres y Madrid porque todavía para muchos era considerado sólo como introductor del romanticismo «exagerado» en España13 -realmente, su mayor mérito literario para la posteridad-; y esta opinión no reflejaba el proceso actual de los nuevos tiempos y la nueva literatura, aunque tanto en lo personal como en lo literario, ya se había dado un cambio apreciable en los años inmediatamente posteriores a El Artista. La medida de su evolución es precisamente una de las claves para el conocimiento de Eugenio de Ochoa, tal como aparece en París, Londres y Madrid; libro al que, de alguna manera, pueden aplicarse las palabras que Ochoa escribe, pocos años después, en el prólogo de su Miscelánea de literatura, viajes y novela (Madrid, Carlos Bailly-Baillière, 1867):

No necesito decir hasta qué punto mis ideas y mi gusto en literatura han cambiado en un período que ya se acerca a la cuarta parte de un siglo, dado que no profeso la persistencia del poste ni la inmovilidad del molusco; y sin embargo, al sacar hoy de nuevo a luz aquellas composiciones, frutos tal vez prematuros de mi antigua afición a escribir -verdaderos pecados juveniles-, no he querido retocarlas más que para corregir en ellas tal cual errata evidente, o añadirles una que otra aclaración ya necesaria.




Londres

Ochoa, que desde mayo de 1855 prácticamente había recorrido un ciclo anual en París, en una rápida transición, señala a sus lectores, desde Boulogne-sur-Mer, el 24 de marzo de 1856, que va a pasar a Inglaterra «a donde me llama un negocio de familia» (236), fechando el comienzo de la segunda parte del libro, dedicada a Londres, el 26 de marzo de 1856. Ochoa hizo por entonces varios viajes a Inglaterra, que aquí unifica; probablemente, entre otros motivos, para traer o llevar al colegio a su hija Ángela, que estudió allí un tiempo, desde donde escribe varias cartas a su abuelo, José de Madrazo y, al menos, una en inglés a su tío Perico (Pedro de Madrazo) [Madrazo 1998, passim].

En Londres, Ochoa es un viajero más, no naturalizado con el país que le recibe; como él mismo se identifica, allí es un viajero de la clase de los «que procuran conciliar en sus viajes el desempeño de alguno o algunos asuntos con el estudio y un lícito recreo» (275)14; lo que no en Francia, que fue siempre su segunda patria; por lo que esta parte de la obra, dentro de su originalidad, es en la que se acerca más a las guías y libros de viajes habituales. Ochoa sigue aplicando el principio de exponer todo lo de Londres, en este caso, pudiera interesar a los lectores españoles aunque, en conjunto, se atiene más a la descripción normativa de ciudades -calles y monumentos, costumbres peculiares...-. Sin embargo, mantiene en líneas generales el sistema que había seguido con París en cuanto a la libertad compositiva, con un sistema parecido de engranajes: paseos, observaciones, divagaciones varias. Ochoa integra también en la parte destinada a Londres, experiencias personales de todo tipo, temas sugeridos por la observación de la realidad inglesa y otros suyos característicos, como sus reflexiones sobre el spleen y el suicidio. A propósito de algunas reflexiones sobre temas literarios, aprovecha para insertar una reseña y un artículo de historia de la literatura que había publicado anteriormente en prensa. Aunque no podamos extendernos aquí, Ochoa da, en general, una visión positiva de Londres y de los ingleses.

De la relación con el Romanticismo, aunque apenas se trata en esta parte del libro, cabe destacar algunos aspectos. En concreto, Ochoa expresa su admiración por la literatura inglesa, especialmente, la novela -no en vano fue autor de varias traducciones de Scott entre 1838-184115-, en un momento de su evolución que le permitía precisamente gustar de estos aspectos de la narrativa histórica de Scott, con una nueva afinidad, tan distinta a la que había tenido con Hugo y otros autores franceses. Especialmente, son interesante las páginas que Ochoa dedica a la novela moderna en París, Londres y Madrid, antes de pasar a insertar la «Carta del lector de las Batuecas a Fernán Caballero» que había publicado en La España en 1850 como reseña de La Gaviota, como ya señaló Randolph [1966, 154]16. En este sentido, Ochoa abre el tema declarándose partidario de dar la preferencia, con amplia ventaja, a Inglaterra sobre Francia en cuanto a la novela moderna, aún prescindiendo «del gran maestro Walter Scott y de su inteligente continuador y rival americano Fenimore Cooper» (372). Un juicio que podría sorprender pero que muestra, desde otro ángulo, la evolución literaria y el cambio de perspectiva de Ochoa, que por entonces ya se ha decantado hacia la novela de costumbres contemporáneas; en un itinerario hacia el realismo que había manifestado en su novela de historia reciente Los guerrilleros, cuya publicación completa, incluso en fechas tardías -ya que había sido redactada hacia 1844, aunque no apareció, en circunstancias especiales, hasta enero de 1855, en la Revista Española de Ambos Mundos-, hubiera sido del mayor interés17.

La razón de la supremacía inglesa la encuentra Ochoa en el carácter «novelesco» de Inglaterra, que facilitaría la tarea al escritor moderno, para quien resulta naturalmente conveniente escribir sobre costumbres de por sí novelescas. Ochoa las considera mucho más interesantes para la narrativa que las pasiones -cuyo campo propio es el teatro- a las que tiene que recurrir el escritor francés, en un juicio estético con implicaciones éticas:

«Es este país de suyo, aunque tan positivo en lo que me atreveré a llamar las materialidades de la vida, eminentemente novelesco: lo es desde luego su historia; lo es el carácter de sus naturales, exaltado hasta el fanatismo, y reconcentrado al mismo tiempo hasta la hipocondría, hasta el spleen: lo es aquí la naturaleza, risueña a veces, a veces terrible y adusta como en las regiones polares: Lo son sobre todo las costumbres, verdadero arsenal del novelista moderno [...]. Juzgo su pintura más interesante que la de las pasiones y, por de contado, más propia de la novela»18.


(372-373)                


Ochoa cierra finaliza la parte de París, Londres y Madrid dedicada a Londres haciendo una referencia al barrio de Somerstown, con un recuerdo para sus amigos románticos e insistiendo, una vez más, en la admiración que le produce la idea de libertad que respira en Inglaterra:

«Somerstown [...] está lleno de recuerdos de la emigración española del año 1823. ¡Tristes recuerdos...! casi todos los que evoca para mí son de personas queridas que ya no existen. Allí pasaron los más alegres días de su juventud dos ilustres ingenios, Espronceda y Villalta; de allí salieron para encontrar en las playas de su patria un desastrado fin, los intrépidos Torrijos, Manzanares, Flores Calderón, y tantos otros mártires de una idea que los egoístas suelen calificar de prematura, no atreviéndose a negarle su carácter de generosa.

Generosa es siempre la idea de la libertad para esta noble nación inglesa, protectora natural de todos los proscritos y que, por su parte, no proscribe a nadie -¡doble gloria a que ojalá lleguen algún día todas las naciones! Para todas la deseo, pero séame lícito, como español, desearla ante todo para España...».


(434-435)                





Madrid

Por último, Madrid. La parte correspondiente a Madrid, que comienza con la fecha de diciembre de 1856, a la vuelta de Ochoa, resulta muy crítica, como resultado de la difícil situación vivida en los últimos tiempos. Necesariamente, además, el carácter de sus observaciones sobre Madrid tenía que ser diferente al de las que hace sobre París y Londres. Ochoa escribe ahora para lectores españoles que no van a viajar, físicamente o a través de la lectura, sino que están en el mismo lugar y conocen lo que puede mostrarle de la Villa y Corte; aunque sigue manteniendo la versatilidad del artículo periodístico con opiniones, casi siempre críticas, sobre temas variados. En esta vuelta conflictiva, es sintomático que Ochoa señale, en primer lugar, la impresión que se experimenta al volver a Madrid después de haber estado ausente largo tiempo: la expresión hostil de las personas que se encuentra por la calle, en contraste con la benévola de París y la indiferente de Londres; expresión universal, además, que es consecuencia de que todos han sufrido por motivos políticos de los distintos bandos.

Aunque Ochoa comenta algunas cuestiones relacionadas con lo literario en la parte que dedica a Madrid, apenas hay referencias al Romanticismo europeo salvo una observación muy interesante a propósito de una de sus aportaciones, que es mérito indiscutible del Romanticismo, del que Ochoa, que conocía mejor que nadie la importancia del Romanticismo, con sus contrapartidas, comenta irónicamente, «algo bueno había de traer». En este caso, se trata de la renovación de la lírica que, rompiendo con la rigidez de los esquemas clasicistas, había dado entrada a la emoción y la cercanía, eliminando el artificio de un lenguaje específicamente poético. Ochoa compara este lenguaje a una princesa hierática, digna de respeto pero demasiado elevada, incapaz de conmover e interesar. Por el contrario, la nueva poesía produce un efecto incomparable, como se ha demostrado en los grandes autores del Romanticismo europeo que han ido transformando radicalmente el panorama literario:

«Una bella dama [...] que pensase y se expresase como nosotros, ¿no es verdad que nos hablaría más al alma? Algo va desapareciendo este antiguo abuso nobiliario de nuestra poesía, con la imitación cada vez más general de los modernos poetas ingleses y franceses (Byron, Moore, Lamartine, Víctor Hugo, Béranger), y merced también a la invasión del romanticismo, que algo bueno había de traer, como lo traen al fin todas las revoluciones, entre algunos males pasajeros; pero aún queda bastante que hacer».


(536-537).                


Con esta referencia positiva en el páramo de Madrid, pueden cerrarse estas líneas en que se destaca la nota intensamente personal de París, Londres y Madrid en uno de sus aspectos de interés, su relación con el Romanticismo europeo; en un libro indispensable para conocer mejor a Eugenio de Ochoa y la literatura de su época.






Referencias bibliográficas

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  • CONDÉ, Michel (1994): «Représentations sociales et littéraires de Paris à l'époque romantique», Romantisme, n.º 83, pp. 49-58.
  • GOFFETTE, Jean-Dominique (2006): «D'un imaginaire à l'autre: boulevards balzaciens, boulevards flaubertiens», Romantisme, n.º 134, pp. 33-42.
  • MADRAZO, José de (1998): Epistolario, coordinación, José Luis Díez; transcripción, Ana Gutiérrez, Antonio Bornia Labrador, Fundación Marcelino Botín, Santander.
  • MENARINI, Piero (2010): Al descorrerse el telón... Catálogo del teatro romántico español: autores y obras (1830-1850), Panozzo, Rimini.
  • OZAETA GÁLVEZ, María del Rosario (2009): «Eugenio de Ochoa y Montel» en Diccionario Histórico de la Traducción en España, Francisco Lafarga y Luis Pegenaute (eds.), Gredos, Madrid, pp. 842-843.
  • RANDOLPH, Donald Allen (1966): Eugenio de Ochoa y el romanticismo español, University of California Press, Berkeley.
  • —— (1967): «Cartas de D. Eugenio de Ochoa a sus cuñados, D. Federico y D. Luis de Madrazo», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, t. XLIII, pp. 3-87.
  • RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ, Borja (2004): Historia del cuento español (1764-1850), Vervuert/Iberoamericana, Madrid/Frankfurt.
  • ROMERO TOBAR, Leonardo (1997): «Españoles en París: contactos de románticos españoles y escritores franceses contemporáneos», en Jean-René AYMES y Javier FERNÁNDEZ SEBASTIÁN (eds.), La imagen de Francia en España (1808-1850), UPV-Presses de la Sorbonne Nouvelle, Vitoria-París, pp. 215-226.
  • THÉRENTY, Marie-Éve (2004): «L'invention de la ficction d'actualité», en Marie-Ève Thérenty et Alain Vaillant [dir.], Presse et plumes. Journalisme et littérature au XIX.e siècle, Nouveau Monde, Paris, pp. 415-427.
  • —— (2003): Mosaïques. Être écrivain entre presse et roman (1829-1836), Honoré Champion éditeur, Paris.
  • VAILLANT, Alain & THÉRENTY, Marie-Ève (2002): 1836, l'an I de l'ère médiatique. Étude littéraire et historique du journal «La presse», d'Émile de Girardin, Nouveau Monde, Paris.


 
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