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- IV -

El reloj y el calendario


Dibujo letra E

En una de las últimas Blanca se entretenía en hacer correr el tren de Enrique y en formar sus soldados de plomo para entretenerle, pero el pequeñuelo se cansó de la diversión y fue a apoyarse en las rodillas de su madre estregándose los ojos.

-¡Pobrecito!, tiene sueño, dijo la señora. Y no me gusta que se duerma tan temprano porque se despierta al amanecer. ¿Qué hora es, amigo mío?

El padre, que estaba corrigiendo un escrito de Basilio, miró su reloj y dijo:

-Las siete.

-Entonces voy a darle de cenar y llevarle a la camita.

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Enrique besó a su padre, hermanos y hermana, la cual estaba poniendo los juguetes en sus respectivas cajas, y salió siguiendo a su mamá.

-¿Cómo lo haríamos sin relojes?, preguntó Jacinto.

-Perfectamente, todo sería acostumbrarse, respondió Blanca. Nuestro hermanito no sabe nunca la hora qué es y está tan contento.

-Calla, tontuela, que yo no te lo decía a ti sino a papá. Enrique, ¿para qué quiere saber la hora, si no tiene más que hacer que comer, dormir y jugar? Mamá que ha de acostarle y levantarle, mira cómo lo pregunta.

El padre terminó la corrección, entregó el cuaderno al hijo mayor, y contestó al segundo:

-Tienes razón en todo, menos en llamar tontuela a tu hermanita, que es natural que sepa menos que tú por sus pocos años y porque apenas hace uno que asiste al colegio.

En la infancia de la humanidad, sucedía, pues, lo que hoy acontece en la de los individuos. Los primeros hombres, que no tenían necesidad más que de cultivar los campos y apacentar los rebaños, tenían bastante con el reloj natural, el mejor de todos, por el cual se rigen todos los demás. Este reloj es el Sol, que con su presencia les indicaba la hora del trabajo; y la del descanso con su ausencia.

Creciendo las necesidades y exigiendo la vida social que los hombres tengan horas fijas para reunirse con los infinitos objetos que sus relaciones exigen, sea para trabajar en común, orar o divertirse; se inventaron relojes de diversas clases, hasta llegar a la perfección que hoy alcanzan.

-Es verdad, observó Blanca, los hay de níquel, de plata, de oro...

-No es eso lo que dice papá -interrumpió Basilio-, sino que se fabrican con máquina diferente. Es a saber: cilindros, decoras, cronómetros...

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-Nada de eso. ¿Te parece a ti que de un golpe se llega a la perfección en ningún arte, sin hacer primero repetidos ensayos en cosas más sencillas y de menos coste?

-Ya recuerdo lo que nos ha contado usted del papel, la imprenta y otras cosas.

-Pues bien, ha habido relojes de agua, de arena, de sol y últimamente se han construido los que tienen máquinas semejantes o iguales a los que hoy usamos.

-¿Relojes de agua ha dicho usted?, interrogó Blanca.

-Sí, hija mía. Son los más sencillos y por consecuencia los primitivos.

-Ha dicho usted que el primer reloj era el Sol, indicó Basilio, por eso yo creía que los primeros relojes que se habían construido eran los de sol, que aún se usan, puesto que vi uno en la casa de campo de mi amigo Fernando.

-No lo dije en ese sentido, sino en el de que el Sol pasa por el meridiano una vez en 24 horas y a esto llamamos un día.

-Yo crea que en 24 horas hay un día y una noche, dijo Jacinto.

-Es cierto. Llámase generalmente día, al espacio de tiempo en que el Sol está sobre nuestro horizonte, iluminándole, y noche al tiempo durante el cual estamos privados de su luz; pero entre uno y otra forman el día de 24 horas; que es lo que tarda el globo que habitamos en dar la vuelta sobre su eje.

-¿Con que el mundo da vueltas?, dijo Blanca.

-Sí, querida mía, en dos sentidos; una sobre sí mismo y otra alrededor del Sol. En la primera emplea el tiempo que hemos indicado; y en la segunda, 365 días, 6 horas aproximadamente.

-Diga usted, papá, diga lo de los relojes de agua, dijo Basilio.

-Si no hubiera reloj en casa y hubieses observado   -49-   que el día en que se abre el surtidor del jardín para limpiarle, y se deja correr toda el agua, tarda 3 horas justas en vaciarse; es claro que un día en que tú oyeras dar las doce al tiempo de empezar a correr el agua, conocerías que eran las tres, cuando se hubiese completamente vaciado el depósito.

-Es muy cierto.

-Esta observación de la regularidad con que el agua rebosa o sale, cuando encuentra un orificio, está fundada en una ley de física que se enuncia de este modo: «Cuando un líquido se mantiene a una altura constante en un recipiente cualquiera, en iguales espacios de tiempo manarán de él cantidades iguales».

-Ya lo entiendo, papá, dijo Blanca, saltando de gozo.

-¡Qué has de entender tú!, la interrumpió Jacinto.

-Es decir, lo entiendo un poquito. Verás: cuando la cocinera llena el jarro del agua lo pone bajo el grifo de la fuente, pues bien, suponiendo que tarde cinco minutos en llenarse, cuando se hayan llenado tres jarros enteramente iguales, sabremos que ha pasado un cuarto de hora.

-Perfectamente, hija mía.

-¿Ves?, dijo la niña, volviéndose gozosa a su hermano.

-Pero eso no es un reloj, replicó él.

-Pues así se formaron los primeros relojes de agua, que tenían el inconveniente de no ser manuables, pero que eran aparatos por medio de los cuales se llenaban, por ejemplo, 24 vasijas, y por el número de las que se habían llenado se sabía la hora, aunque no con tanta exactitud como la indica mi cronómetro.

Este aparato se fue perfeccionando, pero le dejó muy atrás la ingeniosa invención del reloj de arena, que, como sabéis, consiste en dos vasos o tubitos de vidrio o de cristal, que se comunican entre sí, de modo que   -50-   del colocado en la parte superior va pasando la arena grano por grano, invirtiendo en vaciarse 15 minutos, 30, etc., según ha tenido por conveniente hacerle el constructor del reloj; claro está que pudiendo medir el curso del tiempo por medio de agua, ya no ofreció dificultad la formación del que nos ocupa, que se completó con dos círculos que alternativamente le sirven de base y unas columnitas que los sostienen.

-Bueno -dijo Blanca-, pero ese aparato sirve para saber que ha pasado media hora desde que empezó a correr la arena, mas no nos dice si esa media hora es de las 12 a las 12 ½ o de las 12 ½ a la 1, por ejemplo.

-Tu observación es justa, hija mía. En otros términos: el reloj de arena no marca la hora, pero sí el curso del tiempo.

Reloj de sol

Reloj de sol

Inventáronse poco después los de sol, que consisten en un círculo o un cuadrado pintado en la pared, y una barrita clavada en el centro en posición tal que al mediodía la sombra que proyecta caiga sobre las 12 y así las demás horas. Éste ya marcaba la hora, aunque no los minutos, pero tenía otros inconvenientes.

-Ya lo creo, dijo Jacinto, de noche no funciona y cuando está nublado tampoco.

-Otro.

-No doy en ello.

-El reloj de arena, observó el padre, lo puedes llevar donde quieras y el de sol no. Los romanos ya los usaban para marcar el tiempo que debía durar una audiencia,   -51-   un discurso, un baño, etc. Es el símbolo de la rapidez del tiempo o de la brevedad de la vida y así al dios Saturnio en quien los gentiles personificaron el tiempo, se le representa con uno de estos aparatos en la mano o a su inmediación.

-¿Sabe usted qué pensaba papá?, dijo Basilio. Que hoy día no los usan más que los catedráticos y las cocineras: los primeros, para fijar el tiempo que ha de durar el examen de un alumno; y las segundas, para sacar en su punto los huevos pasados por agua.

-Las pobres cocineras, lo comprendo, dijo Blanca riendo, porque no tienen reloj y muchas de ellas ni lo entenderían siquiera; pero los catedráticos, ¿no llevarán reloj de bolsillo como los demás señores?

-Supongo que sí, pero cuando fuimos a ver el examen de mi primo Ernesto, vi que, al empezar a preguntarle, ponían el reloj, que al caer el ultimo grano de arena, le mandaron retirarse. El presidente del tribunal llamó a otro examinando, invirtió el reloj y continuó la función. ¿Se acuerda usted, papá?

-Sí, y lo he visto muchas veces. Aunque ellos tengan reloj y, aunque lo pongan abierto sobre la mesa, no verá el examinando y el público que se invierten 30 minutos, por ejemplo, en preguntar a uno, y que este espacio de tiempo es igual para todos.

-Ya lo entiendo. ¿Y quién inventó los relojes que se usan ahora?

-Esto ha sido fruto del estudio de muchos sabios y de la aplicación de varias observaciones científicas. Primero se idearon relojes de pared que una enorme pesa hacía funcionar, poniendo en movimiento las saetas que recorrían la esfera; Galileo, notando la oscilación de una lámpara colgada del techo de una iglesia, pensó que se podría regularizar el movimiento de un cuerpo pesado suspendido a una cuerda o una cadena, o inventó el péndulo.

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Huyghens en el siglo XVII redujo a la práctica la teoría de Galileo, y otros muchos sabios, que sería prolijo nombrar, reformaron la máquina inventada por éste, hasta llegar a la perfección con que hoy la moderna mecánica fabrica máquinas de reloj con tal habilidad y delicadeza que hasta los hay del tamaño de una monedita de plata.

-Bien, pero yo quisiera saber por qué andan -dijo Blanca.

-Por una causa semejante a la que pone en movimiento el tren de Enrique.

-Eso tampoco lo sé.

-Pues atiende.

-Atendemos todos, repuso Basilio.

-Vosotros lo comprenderéis mejor. A una y otra máquina se les ha de dar cuerda con una llave. ¿Verdad?

-Sí, señor.

Muelle, cuerda y husada

Muelle, cuerda y husada

-Pues bien. Se llama dar cuerda porque esa llave entra en un agujero, y se ajusta al eje de la husada, piececita de forma cónica que tiene una ranura o hendidura que se desarrolla en espiral. Unida a esta pieza, va una cadenita de pequeñísimos eslabones, la cual, al girar la husada movida por la llave que se ajusta a su eje, va arrollándose en rededor y entrando en la ranura de que he hablado. A esta cadenita se llama vulgarmente cuerda, y por eso se dice: le he dado cuerda, se le ha concluido la cuerda, etc. Forma también parte del mecanismo del reloj un muelle de acero que se arrolla, al funcionar la llave, dentro de una cajita llamada tambor, y en virtud de la elasticidad de que estás dotado, en cuanto sacamos la llave principia a desarrollarse; la cadenilla o cuerda lo detiene, pero no tanto que impida su movimiento, sino que lo regula; y en este cálculo exacto y matemático de la fuerza que impulsa y la que modera, para ajustar el movimiento de la máquina al curso del tiempo, debió consistir el ingenio de los primeros relojeros; pues en cuanto a los de hoy no hacen más que copiar o acaso perfeccionar lo ya inventado.

Ahora ya sabéis por qué andan los relojes, hijos míos.

-Pero no por qué se paran -respondió Blanca.

-Ya se comprende -dice Basilio-. Cuando concluye de desarrollarse el muelle, como no hay nada que ponga en movimiento la máquina, ésta se para y decimos que se ha concluido la cuerda.

-El mecanismo de la máquina no lo comprenderíais con facilidad, además de que las hay muy sencillas y muy complicadas, tanto en los de bolsillo como en los de pared; pero todo consiste en ruedecitas que engranan unas con otras y mueven diferentes resortes. La mayor parte de los relojes de pared tienen un martillito, que, golpeando sobre una pieza hueca de bronce, da las horas. Algunos tienen un cuclillo u otro pájaro que canta cuando suena la campana, otros una cara o rostro humano que se asoma y retira al compás que dan las horas, en otros salen figuritas que danzan, soldados o caballeros que se baten; los hay que encierran una cajita de música con varias bonitas piezas, y alguno tan ingenioso que marca el día del mes, de la semana, etc.

-Entonces estarían de más los calendarios, observó Jacinto.

-De ningún modo, contestó el padre, porque un reloj que posee máquina tan complicada, que (sea dicho   -54-   de paso) es más bien uu objeto de lujo que de utilidad, no está al alcance de todas las fortunas, al paso que un calendario cuesta muy poco dinero:

-Además, observó Basilio, que el reloj no nos anunciará los días festivos ni la entrada de las estaciones ni otras muchas cosas.

-Es verdad, añadió Blanca, como las lluvias, los vientos, las nieves, etc.

-Había empezado a explicarte, Blanca mía, y nos ha interrumpido Basilio con sus relojes de agua y de sol, que el mundo da vueltas sobre su eje en 24 horas.

-Sí, señor, y yo no lo entendí muy bien.

-Ya lo creo; por eso insisto sobre el particular. Dame un ovillo de algodón o de hilo bien redondo.

-¿Está bien éste?

-Perfectamente.

-No es bien redondo, porque está un poco aplanado en los extremos.

-Mejor, también la Tierra lo está. Estos dos extremos se llaman polos. Trae ahora una aguja de hacer media.

-Tome usted.

El padre atravesó el ovillo de un punto a otro de los que dijo representaban los polos, y continuó, haciéndole girar sobre aquel eje improvisado.

-¿Ves, hija mía? Así da vuelta el globo terrestre en veinticuatro horas o un día, y de este movimiento resulta el día y la noche.

Supón que en este lado hubiese una hormiga; al estar la parte que ella ocupara iluminada por el resplandor de la lámpara que arde sobre la mesa tendría luz; esto es, sería de día para la hormiguita, y cuando llegase a quedar en la sombra sería de noche.

-Es decir, que el mundo que habitamos es una bola como este ovillo.

-Muy semejante.

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-¿Y nosotros estamos por encima?

-Sí, en la superficie.

Hay en el mundo una parte sólida, esto es, la costra terrestre cubierta naturalmente de montañas, bosques, valles, etc., y sobre la cual se han fundado ciudades, pueblos y aldeas: existe, además, la parte líquida, esto es, los mares, que cubren unas tres cuartas partes del globo; -y la gaseosa, que es la atmósfera que nos rodea, el aire que respiramos, cuyos componentes os explicaré en otra ocasión.

-Pero al dar la vuelta la Tierra, ¿cómo no nos caemos? Porque nosotros no somos como las hormigas que andan por el techo.

-Existe en la naturaleza una fuerza llamada atracción, que entre otros fenómenos naturales produce el de que ninguna cosa pueda quedar suspendida en el espacio: todo es solicitado por el centro de la Tierra, todo es atraído, todo cae; de modo que es imposible que nadie ni nada se separe de su superficie, sino en ciertos casos que no te hallas en estado de comprender.

Al propio tiempo, tiene la Tierra un movimiento de traslación, da una vuelta, para que lo entiendas mejor, alrededor del Sol, y al tiempo que emplea en recorrer este trayecto que se llama órbita, se le denomina año.

-Usted había dicho que emplea unos 365 días o horas.

-Pues es igual.

-Pero entonces si un año se acaba a las 12 de la noche, el otro terminaría a las o de la mañana, el otro a las 12 del día y el siguiente a las 6 de la tarde.

-Bien has discurrido; para evitar esto, cada 4 años hay uno llamado bisiesto, que tiene 366 días, es decir, uno más que los otros, día que se llama intercalar y que está formado con las horas que sobran en los cuatro años.

-De modo que el último mes del año unas veces tendrá 30 días y otras 31.

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-No por cierto; tiene siempre 31, y es febrero el segundo mes del año, el que tiene 28 días y cada cuatro años 29. Enero, marzo, mayo, julio, agosto, octubre y diciembre tienen 31 días; y abril, junio, septiembre y noviembre 30.

-Eso se me olvidará fácilmente.

-Pues yo te enseñaré un modo de contarlo que nunca se te olvidará: cierra la mano izquierda; nombra por su orden los meses del año. ¿Los sabes?

Modo de saber los días de cada mes

Modo de saber los días de cada mes

-Sí, señor.

-Pues a cada nombre pon el dedo índice de la mano derecha sobre un nudillo o sobre el hueco que resulta entre los dos nudillos; los que caigan en estos huecos tienen 30 días, menos febrero que ya sabes que no llega, y los que caen en nudillo 31.

Hízolo la niña y al llegar a julio dijo:

-La mano no tiene más nudillos y los meses no se han concluido.

-Vuelve a empezar, ordenó el padre.

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-Vienen dos seguidos de 31.

-No importa, así es en efecto.

Continuó Blanca y terminó en nudillo diciendo:

-Efectivamente: Diciembre, último mes del año, tiene 31.

Ya lo sabéis, queridos lectores, cuando no sepáis cuántos días corresponden a un mes cualquiera, contad como Blanca, y no os equivocaréis. Ésta, que, como habréis notado, deseaba averiguarlo todo para instruirse, preguntó:

-¿El Sol, no se mueve también alrededor de la Tierra, papá mío?

-No por cierto, la Tierra y otros muchos planetas describen su órbita alrededor del Sol.

-¿Pues cómo le veo yo por la mañana enfrente del balcón que da a la calle y por la tarde cerca del jardín?

-Por la misma razón que cuando viajas en ferrocarril, siendo así que parece que no te mueves, ves delante de ti un árbol, una montaña o la casita del guardavía, y algunos segundos después ves que el propio objeto se ha quedado a tu espalda.

-Ya comprendo. ¿Y la Luna tampoco se mueve?

-La Luna sí. Este planeta, al cual llaman los astrónomos el satélite de la Tierra, da vueltas alrededor de ésta, empleando en recorrer su órbita unos 29 días y medio.

-¿Pero cómo es que a veces no se nos presenta redonda y otras ni siquiera media?

-Eso consiste en que la Luna es un cuerpo opaco, lo mismo que la Tierra, esto es, que no tiene luz propia como el Sol, y según la posición que tiene respeto este astro, nos presenta todo su disco iluminado o únicamente una parte de él, porque lo que queda en la oscuridad no es visible para nosotros.

Durante el novilunio o Luna nueva, que dura 7 u 8 días, la vemos al principio pequeña como una hoz o un cintillo de plata; -viene después el cuarto creciente,   -58-   en que se nos presenta un poco mayor; -pasado igual periodo, viene el plenilunio o Luna llena; de igual duración y entonces se ofrece a nuestra vista redonda y tan grande como el Sol, aunque con luz más pálida, lo cual nos permite contemplar a nuestro sabor, cosa que no podemos hacer con el astro del día, porque nos deslumbra; -los restantes días está en su cuarto menguante y durante ellos va presentándose otra vez en forma de semicírculo. Estos diferentes aspectos se llaman fases de la Luna.

-¿Y es tan grande como el Sol?

-No hija mía, sino mucho menor: el Sol es 65 millones de veces mayor que la Luna, y ésta 49 veces menor que la Tierra.

-¿Pues cómo los vemos casi iguales?

-Porque la Luna esta mucho más cerca que el sol.

-¿Y el calendario explica todo eso?

-El calendario indica, en efecto, además de las fiestas religiosas, vigilias, etc., las fases de la Luna, la duración del día, el cambio de estaciones y las afecciones atmosféricas.

-Es verdad, dijo Jacinto, que a veces dice: «Vientos, lluvias, etc.»; pero suele no acertar.

-En efecto, si pronostica frío en enero y calor en julio, estad seguros de que acertará; pero lo demás es muy dudoso, pues la ciencia está bastante atrasada.

Los sabios, mediante sus estudios y los instrumentos o aparatos de que disponen, anuncian con algunos días de anticipación las tempestades; pero la ciencia humana es limitada y cuanto se pronostique para un plazo tan largo es aventurado. Sólo Dios puede inquirir Io futuro.

-Por la falta de exactitud en esos vaticinios, dijo Basilio riendo, será por lo que se ha inventado aquel refrán que dice: «Miente más que el calendario».

-Hay calendarios o almanaques literarios que contienen,   -59-   además de las cosas indispensables, cuentos morales, anécdotas, poesías y otros escritos amenos o filosóficos. En uno de éstos, bastante antiguo, aprendí una composición poética que voy a recitar, con Io cual daremos fin a la conversación de esta noche.

-Venga, venga: la poesía, dijo Blanca, y cuando la hayamos oído mis hermanos y yo, iremos a cenar sin hablar una palabra.

El padre sonrió bondadosamente, y recitó la poesía que a continuación copiamos:




El calendario



«[...]
Nunca, nunca vuelve a ser
lo que allá en la eternidad
una vez contado fue».

ZORRILLA.                




   Gira rápidamente el minutero
su círculo al trazar sobre la esfera,
va más lento el horario, y su carrera
anuncia la sonora vibración.
Se asemeja el reloj a un ser viviente
que tiene voz de penetrante acento
y uniforme, animado movimiento,
cual latido de humano corazón.

   Es el amigo que constante vela
no distante del lecho de reposo,
el que advierte severo y cuidadoso
del nuevo Sol la bella aparición;
le consulta con ansia indescriptible
el que un momento de placer espera,
el pecho sus latidos acelera
y él prosigue en su igual oscilación.
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   Mas con aquella oscilación avanza,
avanza siempre inexorable y frío,
y cual marca las horas del hastío,
marca también las horas de placer.
¡Ay!, quién pudiera en ocasiones dadas,
suspendiendo del tiempo la carrera,
de una dicha ilusoria y pasajera
años mil de ventura entretejer!

   ¡El que rebosa juventud y vida,
y es rico en goces que el rubor no empaña,
dijera como Pedro en la montaña:
«bueno será permanecer aquí...».
Pero el reloj prosigue, dan las horas,
y parecen gritarle desde el cielo
«adelante, adelante, no es el suelo
el lugar de reposo para ti».


   ¡Cuántas veces, tras un día
tranquilo, dulce y contento,
el son argentino y lento
que le llama a descansar,
si es precursor de otro día
que amarguen negros pesares,
es el Mane, Thecel, Phares
del festín de Baltasar!

   Pero tristes o risueños
siguen su curso ordinario
los días, y el calendario
va funcionando a la par;
en cada página suya
se extingue un mes de la vida,
¡y una página leída
jamás se vuelve a empezar!
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    Finida la última hoja,
el Calendario arrojamos
y es un paso que avanzamos
corriendo a la eternidad...
No le arrojéis, conservadle,
será un libro de memorias
que narre gratas historias
a la helada ancianidad.
    El quinceno que leemos
llega entre aromas y flores,
entre esperanzas y amores,
y todo el año es abril.
Que aunque en invierno natura
vista un sudario de muerte,
nuestra ilusión le convierte
en las galas de un pensil
    treinta Calendarios rotos...
Hemos doblado los años
y acaso los desengaños
han herido el corazón.
Es julio, se han marchitado
de abril las cándidas flores...
Lo que al campo los calores
las penas al alma son.
    Cuarenta y cinco Almanaques
deslízase la existencia
más cauta con la experiencia,
más rica con el saber;
sin brillantes panoramas,
sin floridas ilusiones,
sin el sol de las pasiones...
El otoño viene a ser:
-62-

    y luego, como el invierno
   cubre los campos de nieve,
formando una alfombra leve
de deslumbrante color;
en el invierno del hombre
una nívea cabellera
corona triste y severa
su semblante pensador.

    E infatigables y rápidos
siguen su curso ordinario
el reloj y el Calendario
sin la menor detención,
se va aumentando el catálogo,
y el que muchos ha hojeado
es el viajero cansado
que se acerca o la estación.

    En el período del último
el reloj marca una hora,
y una voz consoladora
llama al justo a descansar;
y esa voz anuncia al réprobo,
con el fin de su existencia,
la inapelable sentencia
del festín de Baltasar.

Rejoj de arena

Reloj de arena



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