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Práctica inaugurada por Colón, el rescate -explica Glantz en este ensayo- consiste en «el intercambio de baratijas por objetos preciosos, [procedimiento] mediante el cual se adquiere oro, las materias primas y la fuerza de trabajo indígena» (1992: 85).
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«Los hijos nacen en otra tierra y en otro idioma [...]», escribe Glantz en la adenda de 1997 (238).
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Anota en esa genealogía: «Mi padre asegura que yo debía traducirlo, pero yo no entiendo yidish, apenas el coloquial, el que se refiere a la comida y a los regaños» (1997: 174).
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Me detengo específicamente en este aspecto en el segundo apartado del texto.
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Ese lugar intersticial es narrado de modos diversos en el transcurso de los capítulos, a veces por medio de la reproducción de episodios de su infancia o juventud que la ubican fuera del judaísmo y que son contados en un registro donde el humor mezcla la ironía y una suerte de culpa por haber abandonado «la religión de sus antepasados» o por haber defraudado al padre. Entre ellos, puede mencionarse, el haber tomado la primera comunión a escondidas, el no haber visitado a una tía enferma de cáncer porque prefería «salir de pinta con un goi», el haberse casado con un no judío o incluso llevar en la muñeca una cintita del Bom Fim, que avergüenza a Jacobo Glantz, cuando la hija regresa de un viaje a Brasil.
Otras veces, ese lugar es lisa y llanamente enunciado, como en la página 204 cuando afirma: «[...] y yo judía y mexicana y rusa, sobre todo mexicana de la calle de Jesús María [...]» (1997: 204).
Aunque sea rápidamente, creo interesante observar que si la narradora traza para sí un lugar de enunciación intencional y concientemente intersticial, la dualidad entre el universo judío y no judío como marca constitutiva preside también el discurso que elabora sobre sus padres. Es así que al glosar el relato de la madre que en «La (su) nave de los inmigrantes» cuenta: «Todo fue normal en Rusia [...], una casa, una familia. Una familia completa con todos los detalles, pues si...», Glantz aclara: «Entre los detalles se cuenta la comida kosher, junto con el bortsch, el jolodietz, los blintzes -por otra parte típicamente rusos- [...]». Y, más abajo: «En la normalidad se incluye la dualidad, lo judío y lo cristiano, unidos por lo ruso y por el mismo espacio geográfico, en este caso Ucrania que también forma parte de Rusia; todo, entonces, es lógico, habitual, hasta, en cierta forma, el antisemitismo [...]» (1997: 235).
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«Territorios de lo cotidiano: Las genealogías de Margo Glantz», Atas do II Congresso Brasileiro de Hispanistas, Humanitas, São Paulo, 2004.
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Cabe señalar que el volver sobre las palabras para rasgar el significado canónico, desplegarlo en sus contradicciones, alcances, trampas de sentido, efectos sobre los cuerpos, y a partir de allí edificar su argumentación es un procedimiento constante en los ensayos de Margo Glantz. Es decir, que aquello que en el discurso paterno se cubre con el aura del juego y la irresponsabilidad, en la ensayística de Glantz, caracterizada por una vasta erudición, se ha tornado una práctica poético/argumentativa cardinal, lo que, a modo de digresión, nos llevaría a preguntarnos si puede leerse allí una herencia, es decir, una genealogía.
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La imagen del idisch como una lengua desacreditada entre los judíos cultos de la Europa de comienzos del siglo XX está presente también en las memorias de otros escritores contemporáneos. Pienso, por ejemplo, en los numerosos comentarios que Amós Oz esboza en De amor e trevas cuando reconstruye el pasado europeo de su familia, en particular, el de su familia paterna. (Amós Oz, De amor e trevas, São Paulo, Companhia das Letras)
Por su parte, en Amor e exílio, las memorias de Isaac Bashevis Singer hay extensas disquisiciones acerca del desprestigio que la literatura idisch sufría en la época entre los jóvenes escritores judeo polacos. En ese momento, este idioma, incluso entre los escritores pertenecientes a su tradición literaria, había comenzado a ser considerado una jerga.
A despecho del estancamiento que sufría en Europa, puede afirmarse que esta lengua y esta literatura adquieren nuevo vigor en América. Si bien mi análisis no se centra específicamente en este aspecto, creo que Las genealogías pone en escena al idisch como una «lengua americana», una hipótesis que se vincularía con una afirmación de Bashevis Singer referida a los Estados Unidos. Escribe en «Um jovem à procura do Amor»: «No período depois da Guerra Mundial (se refiere a la primera), o movimento iídiche florescera na América» (Isaac Bashevis Singer, Amor e exílio. Memórias, Porto Alegre, L&M POCKET, 2005, p. 114). Florecimiento que puede leerse también en lo que concierne específicamente a Argentina en el apasionado ensayo de Perla Sneh: «Buenos Aires idish: entre el badjn y el payador» (s/d).
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De alguna manera esta continuidad entre escritura e ingesta de comida vuelve a remitir a las comidas rituales de la tradición judía. Según señala Gerard Haddad, la ingesta de algunos alimentos durante el seder de Pesaj no se limita al valor simbólico de los alimentos sino que se sustenta en la dimensión fónica del significante, es decir, en la homofonía entre el nombre del alimento y el voto que propicia, como de alguna manera señalé páginas atrás.
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En una entrevista de 1991 con Noé Jitrik, el crítico le pregunta: «[...] ¿qué tipo de ideales de escritor son los que vas forjando y cómo piensas que pudo ser posible para ti ser escritora? ¿Cuándo y en qué circunstancias?».
A lo que Glantz responde: «Yo no los llamaría ideales, los llamaría obsesiones permanentes, que están siempre en relación con el cuerpo, más bien con fragmentos del cuerpo, con las manos, con los pies, con el cabello, con los dientes, que están presentes también en otros autores, por ejemplo en Thomas Mann, o en Flaubert» (Celina Manzoni, 2003: 144).