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131

Véase lo que dice Menéndez y Pelayo, condescendiente: «Por esta vez perdone Lope: la humilde poetisa ultramarina lleva la palma», II, 161.

 

132

Se darán en lo adelante los números de los versos entre paréntesis en el texto. Estos son los versos 13-21 de la epístola de Lope. Siempre que aparezca cursiva es mía a menos que advierta lo contrario.

 

133

Tamayo y Vargas habla de «una carta amatoria más de las que Ovidio concibe en sus Heroidas», 218. Véanse también a Antonio Cornejo Polar, 115; y a Luis Alberto Sánchez en su obra La literatura..., 418. Este autor, aunque cree que el amor de Amarilis a Lope es amor profano dice, sin embargo, en la p. 416: «Sin incurrir en exageración, puede afirmarse que acento como el de Amarilis sólo se encuentra en los místicos, mas no ya movido por amor profano sino por el divino; pero en nuestra poetisa lo profano se depura de tal manera que cobra transparencia angelical y adelgazamiento ascético». Véase también a Martín Adán en «Amarilis»; éste es quien con mayor claridad atisbó el carácter especial del amor no visual de la poeta por Lope: «La mayor prótasis del poema de Amarilis, que es la excelencia de la comunicación inteligible, aparece ya en el primer verso con la noticia de grandes cosas que aficionen al alma y que la sustenten sin esperanza; y se figura entera en el panegírico del oído, el mayor instrumento del platonismo sentimental, del primer platonismo renacentista», 190.

 

134

Véase la obra de Vicente García Calderón (quien firma su introducción a El apogeo de la literatura colonial con sólo sus iniciales) donde menciona a Rodrigo de Carvajal quien se carteaba con Lope. Alberto Tauro habla de «su gran popularidad en América; y los catálogos de las librerías de Lima lo confirman», 1947, 11.

 

135

Véase, por ejemplo, la epístola de Gutierre de Cetina a Hurtado de Mendoza -reconociendo en éste la primacía de poeta- y que comienza: «Si aquella servitud, señor don Diego», cuando le dice pocos versos más abajo: «Yo observo en el amaros el decoro, / y como enamorado, os amo tanto, / que casi como a un ídolo os adoro».

 

136

Comento este aspecto del poema de Amarilis, y de su coterránea Clarinda, la autora del Discurso en loor de la poesía, desde el punto de vista de la mujer, en «Antes de Juana Inés: Clarinda y Amarilis, dos poetas del Perú Colonial» (N.º 4). He estudiado otros aspectos de las dos poetas peruanas en mi capítulo «Lírica popular y lírica culta» que iba a aparecer en Historia de la literatura hispanoamericana, La Colonia, de Editorial Alhambra de Madrid y que coordinó el hispanista italiano Giuseppe Bellini. También en el artículo «Contribución de la mujer a la lírica colonial», que se leyó en la Academia de Ciencias de Moscú en enero de 1986 con motivo del «Primer encuentro entre profesores dedicados al estudio de la literatura hispanoamericana colonial en Estados Unidos y la Unión Soviética» y que ha publicado la editorial Monte Sexto en Montevideo, 1990; por último, aunque no incluyo en él a Amarilis, véase un trabajo que leí en Holanda en marzo de 1987 para el symposium: «Cultural Identity in Colonial Latin America: Problems and Repercusions» cuyo título es «Clarinda, María de Estrada y Sor Juana: imágenes poéticas de lo femenino» (N.º 7). Para la actividad literaria de la mujer peruana, véase a Alberto Tauro en el capítulo II de su obra de 1948: «Una señora principal deste reino», a Antonio Cornejo Polar, 103-04; a Irving A. Leonard, 115-17; a Luis Monguió; y a Colombí-Monguió quien, ésta última, mayormente estudia el petrarquismo en América y avanza algunas notas sugerentes sobre la personalidad de la esposa de Dávalos y Figueroa, autor a quien se estudia en el libro.

 

137

Véase a Ong, 1967, 33-34, 55. Adopto y adapto a lo que expongo, algunas ideas expuestas en este libro de Ong.

 

138

Véase el capítulo de Ong: «"I see what you say": Sense analogues for Intellect», 1977, 122-44.

 

139

Los versos de Sor Juana los tomo de nuestra edición de Noguer; es el soneto que comienza «Verde embeleso de la vida humana», 630. Sobre la cuestión de las apariencias engañosas y los sentidos del oído y de la vista véase a Maravall, 1973, 25-28; 1975, 394-402 y 497-502.

 

140

Estos versos se hallan en la loa de El Divino Narciso de nuestra edición de Noguer, 125. Nótese el énfasis que se pone en el sentido del oído como transmisor intelectual, en este caso relacionado con lo religioso, despreciando a la vista. Véase asimismo cómo, en los versos que siguen, la relación entre estos dos sentidos de la vista y del oído ha llegado hasta nosotros. Los versos pertenecen a un terceto proveniente de un soneto de Alberti dedicado a José Bergamín con motivo del toreo: «Un prodigioso mágico sentido, / un recordar callado en el oído / y un sentir que en mis ojos sin voz veo», 1985, 101. Bergamín ha elaborado toda una teoría relacionada con «la música callada»; véase un pasaje: «Porque la fe es por el oído y el oído por la palabra de Dios, el hombre puede ver al mismo tiempo que la oye esta música, esa armonía celeste, que nos dicen los poetas y los santos que es el amor, que es la contemplación divina. El tercer oído coincide con los ojos del alma: con esa segunda o tercera vista de la fe, que nos ciega los ojos del cuerpo, deslumbrándonos con su luminosa evidencia, para abrirnos los del espíritu», 1981, 218-19. La cursiva pertenece al texto. Agradezco la introducción a estas ideas de Bergamín, a nuestro ex-estudiante y joven amigo Juan Carlos Marset (ganador del premio Adonais de 1989).