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301

Recuérdese que el medallón que llevaba Sor Juana en el pecho, parte del hábito de la orden, reproducía la escena de la Anunciación. Dice Sor Juana en la dedicatoria: «...el dedicar esta obra a vuestros reales y sagrados pies, bien sabéis vos, que no es ofrenda sólo voluntaria, sino también restitución debida...» (Ob. comp. 4, 475). Cf. la reciente ponencia de Enrico Mario Santí, de la restitución, «Sor Juana, Octavio Paz, and the Poetics of Restitution» en el simposio: «Sor Juana Inés de la Cruz: Portraits and Perspectives», Pomona College, 3 y 4 de marzo de 1989.

 

302

Con respecto a la osadía que menciona aquí, recordar lo que dijo Sor Juana en la Respuesta, sobre el temor que le daba el escribir de cuestiones de teología a causa de la Inquisición (Ob. sel. 773-774). Era casi imposible escapar de esa vigilancia cuando incluso Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús, luego proclamados santos por esa misma Iglesia, fueron puestos en tela de juicio.

 

303

Véase Historia de la Teología, 1, 673; y recuérdese el caso de Fray Luis de León en relación con la traducción del Cantar de los cantares para una monja amiga suya, que se ha señalado como una de las causas de su prisión por parte del Santo Oficio. Teólogos como Melchor Cano estaban en contra de la práctica popularista a la que se adscribe Sor Juana, de poner en castellano doctrinas: «por el provecho de algunos pocos... son muchos los que peligrarán, por no tener fuerzas ni capacidad para ello; siempre se tuvo por indiscreción perjudicial al bien público e contraria al sesso e prudencia de sant Pablo» (Menéndez y Pelayo 268, nota 2). Aunque Sor Juana, en la Respuesta, rememorando las circunstancias que rodearon su entrada en el convento, nos dice que en vez de entrar en él hubiera preferido haberse quedado sola sin los «ejercicios y compañía de una comunidad» y después se queja del tiempo que pierde en resolver ahí disputas entre las mujeres del convento y del ruido que hacen, el amor por sus hermanas es reiterado; véase un ejemplo: «y el mucho amor que hay entre mí y mis amadas hermanas, que como el amor es unión, no hay para él extremos distantes» (Ob. sel. 781).

 

304

Sor Juana menciona a María como poeta del Magnificat en la Respuesta (Ob. sel. 807); además la figura de María es ensalzada en formas diferentes en los villancicos que le dedica bajo diferentes advocaciones, en las «Letras bernardas» y en poesías sueltas (Ob. comp. 2; Inund. 60-61).

 

305

El tomo 4 de Ob. comp. estuvo a cargo de Alberto G. Salceda. De haberlo preparado Méndez Plancarte, habría reiterado protestas del mismo tipo; al tratar los dos sonetos de la monja sobre la esperanza, hizo la aclaración de que no se trata de la virtud teologal. Para la Décima Musa éstos, probablemente, fueron ejercicios retóricos que recogían la tradición pagana; este tratamiento, que puede chocar con el hecho de ser la escritora una monja católica que conocía a la esperanza como tal virtud, es también una muestra del espíritu crítico moderno que se le atribuye a Sor Juana (Inund., 629-30). Daniel Heiple trata uno de estos sonetos en su libro, 61).

 

306

Utilizo el ejemplar de la Hispanic Society of America. Sor María de Agreda fue monja famosa de su tiempo; sostuvo una larga correspondencia con Felipe IV, su protector. Su libro fue puesto en el Índice el 26 de junio de 1681; a instancias inmediatas del rey, se declaró un decreto de suspensión el 4 de agosto del mismo año (que se creyó abarcaba sólo al mundo hispánico) y fue completamente exonerado de culpa el 19 de septiembre de 1713. Sor Juana, pues, leyó el libro durante este período de «prueba». La Mystica ciudad... llamaría su atención por la exaltación de María, tema al que se sentía inclinada. La mexicana vuelve a mencionar a María de Agreda en la Respuesta, junto a otras mujeres escritoras que da como ejemplo (Ob. sel. 800).

 

307

Como ya notó Marie Cécile Bénassy (269, nota 45), Sor Juana reduce a tres las nueve veces que María es encumbrada a los cielos en la obra de Sor María de Agreda.

 

308

Estos tres coros de ángeles representan tres series en cada grupo, es decir, un total de nueve: ángeles, arcángeles y virtudes; potestades, principados y dominaciones; tronos, querubines y serafines.

 

309

Llama la atención el hincapié que Sor Juana hace en el no decir mentiras, ni aun leves. Si más tarde lo vuelve a mencionar en la Respuesta (Ob. sel. 772, 774): «me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad», con ello no hace más que recalcar lo que ya había dicho en esta obrita. Cuesta trabajo admitir que mintiera en cuanto a su edad, como se acepta generalmente.

 

310

Véanse algunos ejemplos, usuales en la época, del tratamiento de la caída del Paraíso que encontramos a mano; de El Sacro Parnaso de Calderón: «Y tras fieras, peces y aves, / Astros, luna, sol, día, noche / Frutos, plantas y cristales / Hombre que todo lo goce, / Mujer que todo lo dañe» (Menéndez y Pelayo 358); «¿Para qué comió / la primera casada, / para qué comió / la fruta vedada?» (Ob. comp. 2, XXX). Véase otra interpretación de Sor Juana: «Sin la mancha de la culpase concibe, de Adán hija, / porque en un lunar no fuese / a su padre parecida» (Ob. comp. 12, 25).