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361

Góngora utiliza «pajizo albergue» en su Soledad I, v. 851.

 

362

Para una explicación de lo que se entendía entonces por «científico», véase la obra de Trabulse, 21-23, passim.

 

363

Entre los versos que Góngora le dedica al comienzo del día, veamos los siguientes de su Soledad I:


    Del alba al sol, que el pabellón de espuma
dejó, y en su carroza
rayó el verde obelisco de la choza


(179-81)                



Recordó al Sol, no, de su espuma cana,
la dulce de las aves armonía,
sino los dos topacios que batía
-orientales aldabas- Himeneo.
Del carro, pues, febeo
el luminoso tiro,
mordiendo el oro, el eclíptico zafiro
pisar quería,...


(705-713)                


Nótese cómo el protagonista del comienzo del día es el Sol personificado como tal, con la mención de su carro febeo, y despertado, no por las aves sino por otro personaje masculino, Himeneo, dios de las bodas. Este utiliza dos rayos luminosos (topacios) que salen por el oriente como llamadas (aldabas) para que se despierte el mismo sol (de quien, en algunas versiones, era hijo); en ningún momento hay mención, en este pasaje, de la Aurora ni de ningún otro personaje femenino.

 

364

Véase también lo que dice Sor Juana en la Respuesta: «Y más, señora mía: que ni aun el sueño se libró de obrar en él más libre y desembarazada, confiriendo con mayor claridad y sosiego las especies que he conservado del día, arguyendo, haciendo versos, de que os pudiera hacer un catálogo muy grande, y de algunas razones y delgadezas que he alcanzado dormida mejor que despierta», Noguer, 791.

 

365

Agradezco a Rose Minc su invitación a participar en la sesión sobre Sor Juana que se celebró en el simposio sobre mujeres escritoras latinoamericanas en Montclair State College, marzo de 1984.

 

366

Leon Edel, «Biography and the Science of Man», en New Directions in Biography, editado por Anthony M. Friedson (The University Press of Hawaii, 1981), p. 2.

 

367

La cita se halla en la p. 96. Utilizo la primera edición publicada por Seix Barral (Barcelona, noviembre 1982). Han aparecido hasta la fecha dos ediciones más, en México, publicadas por el Fondo de Cultura Económica, ambas en 1983. En estas ediciones mexicanas sa añade un Apéndice: «Sor Juana: testigo de cargo», que contiene una introducción de Octavio Paz y la reproducción de una carta de Sor Juana al Padre Antonio Núñez de Miranda (633-646), confesor de la monja. Respeto la autoridad del erudito Antonio Alatorre, quien no ha dudado de la autenticidad de la carta, y de la de Octavio Paz, quien la ha aceptado al parecer después de cierta vacilación. En esa carta (utilizo un ejemplar de la tercera edición) se tratan temas que tocan muy de cerca preocupaciones de la religiosa y que aparecen en la Respuesta. Quisiera señalar, sin embargo, que me chocan cierta dejadez y desmesura impropias de Sor Juana. No recuerdo, por ejemplo, la palabra «aína» en la obra de la monja. Cuando Sor Juana dice ahí «en sustancia tanto monta hacer versos como no hacerlos, y que éstos los aborrezco de forma que no habrá para mí penitencia como tenerme siempre haciéndolos», habrá de entenderse que habla de versos «de encargo» que se le pedían. En la Respuesta se refiere a ello, pero al mismo tiempo deja bien clara su defensa a favor de la poesía y de su habilidad innata como poeta. Chocan frases como las siguientes: «¿En qué este desacreditarme?¿En qué este ponerme en concepto de escandalosa con todos? ¿Canso yo a V. R. con algo? ¿Héle pedido alguna cosa para el socorro de mis necesidades?...». Y más adelante: «Pero a V. R. no puedo dejar de decirle que rebosan ya en el pecho las quejas... y que pues tomo la pluma para darlas redarguyendo a quien tanto venero, es porque ya no puedo más, como no soy tan mortificada como otras hijas en quien se empleará mejor su doctrina, lo siento demasiado».

 

368

He estado revisando este manuscrito. Al mismo tiempo de su publicación, tengo la intención de dar una relación de la obra de Dorothy Schons.

 

369

En Revue Hispanique, 40, 1917, 161-214.

 

370

Véase «Carta abierta al señor Alfonso Junco», Austin, TX, 1934, en la que Dorothy Schons refuta el ataque anterior de Junco y explica las dificultades que Sor Juana tuvo con la Iglesia de su época.