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Véase de José Rojas Garcidueñas: «Por eso mismo el autor adoptó la forma de epístola, una epístola clásica en tercetos endecasílabos, aunque su dimensión rebasa en mucho lo que podía ser normal, pues sus nueve capítulos suman muy cerca de dos mil versos». En su libro de Bernardo de Balbuena. La vida y la obra, México, 1958, 118. Véase la nota 23 y lo que se ha dicho en el texto con respecto a la longitud progresiva de la epístola.

 

72

Véase de Francisco Monterde su obra Cultura mexicana. Aspectos literarios. Poetas y prosistas del siglo XVI y nuestros días, México, 1946, 6-7 y a Rojas Garcidueñas, obra citada, 137-138.

 

73

Véase «Grandeza Mexicana, grandeza del Nuevo Mundo», en Creación y utopía. Letras de Hispanoamérica de Juan Durán Luzio, San José de Costa Rica, 1979.

 

74

Véase «Fundación del manierismo hispanoamericano por Bernardo de Balbuena», en The University of Dayton Review (con las actas del simposio «Sor Juana Inés de la Cruz y la cultura virreinal, que se celebró en State University of New York (SUNY), en Stony Brook, el 7 de mayo de 1982), vol., 16, núm. 2, Spring 1983, 13-22.

 

75

Véase Octavio Paz: «Introducción a la historia de la poesía mexicana», en Las peras del olmo, Barcelona, Seix Barral, 1971, y del mismo, El laberinto de la soledad, México, 1964. Sin embargo, creo que no hay que exagerar la ausencia de tradicionalismo y españolismo en Balbuena que apunta Paz en sus trabajos; después de todo, Balbuena dedicó sus mejores años al Bernardo, tema medieval que reafirmaba su tradición hispánica frente a la europea (véase el libro de Maxime Chevalier que se ha citado). Ténganse en cuenta los pasajes del Compendio..., donde muestra su admiración por los poetas españoles particularmente además de los de por acá («occidentales mundos nuestros»). Su devoción a la «madre patria», por otra parte, es evidente, especialmente en la última parte del poema. Véanse también el capítulo de Alfredo A. Roggiano sobre Balbuena en la Historia de la literatura hispanoamericana (véase nota 30), 215-224, y Leonardo Acosta, «El barroco americano y la ideología colonialista», en Unión, año XI, 2-3, La Habana, Cuba, 1972, 30-63.

 

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Reitero mi agradecimiento a Pablo Jauralde, mencionado en el prólogo, por su invitación. Este trabajo se publicó en Edad de Oro en 1991.

 

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Utilizo el texto de la edición de Domínguez Camargo publicada por Caro y Cuervo (Bogotá, 1960). Conservo los números romanos para los libros y cantos de que se compone el poema; cambio para números arábigos en las estrofas. La cursiva es nuestra a menos que se advierta lo contrario.

 

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Para noticias biográficas sobre Domínguez Camargo, véase la sección de Guillermo Hernández de Alba de la edición citada de Caro y Cuervo, XXIX-LIX.

 

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En los últimos años, como digo en mi trabajo «El Barroco de la contra-conquista...», algunos profesores jóvenes se han interesado por el difícil poeta colombiano; véanse las obras de la argentina Gimbernat de González que se consignan en «Obras citadas» de mi artículo mencionado. El puertorriqueño Daniel Torres, ex-alumno nuestro, también estudia a Domínguez Camargo en su tesis, ya aprobada.

 

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Véase también el artículo que, sobre las implicaciones relacionadas con el ambiente del lector o receptor de una obra, analiza Nancy Vogeley.