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Fabular en piedra el escapismo: «El bosque de piedra»1

Antonio García Teijeiro





De Fernando Alonso, como narrador, podrían decirse muchas cosas. Una de las más importantes, a mi modo de ver, es que ha sido capaz de formar parte de un grupo de escritores españoles, que le han dado a la literatura infantil una tradición, hasta el momento inexistente. Todos recordamos personas como Antoniorrobles o Elena Fortún, auténticos pioneros de un modo de escribir hacia los niños, cuya trayectoria y positiva influencia fue cortada brutalmente por la desdichada guerra civil española.

Las cosas, afortunadamente, han cambiado y hoy en día, podemos afirmar que ya en nuestro país, contamos con un ramillete de autores de auténtica categoría, verdaderos artífices de una forma de narrar novedosa y llena de calidad literaria.

Uno de ellos, Fernando Alonso. Con un estilo sencillo -sus construcciones sintácticas son claras y concisas- y una mente verdaderamente lúcida ha sido capaz de ir dando unos trazos firmes que lo han convertido en uno de nuestros más ingeniosos autores. Fernando hace literatura abierta -sus libros tienen múltiples lecturas- llena de simbolismos que se repiten constantemente en sus libros -pensemos en el color gris, en el carácter circular de sus historias, en la utilización viva de los objetos...- dando un tono poético y de denuncia a todos sus escritos.

Hace, además, un uso de la fantasía realmente vivificador. A veces -y es posible que el autor lo busque de manera consciente- la fantasía y la realidad son una misma cosa, que hace realidades de lo fantástico y lleva estos últimos rasgos a claras dimensiones reales. Jamás está delimitada la frontera entre fantasía y realidad y así el lector podrá penetrar en las historias con una amplitud de expectativas impensables en otro modo de narrar.

Todo esto y muchas otras cosas podrá encontrarse el lector al abrir el libro que hoy nos ocupa.

«El bosque de piedra» es una maravillosa historia de realidad fantástica. Que un niño se invente un bosque es más común de lo que parece. Y Dito lo hace, porque no se siente a gusto con lo que le rodea. El tejado, al que tenía acceso por la claraboya, se convierte en un lugar de piedra en el cual se va a refugiar para escapar de ese desarrollo vital, que lo retrae totalmente. Es el tema del escapismo, tratado con una sutileza fuera de lo común, con una falta de paternalismo, digno de agradecer, además de conjutar en los hechos, todo tipo de circunstancias normales, vividas por cualquier persona en la vida. La dualidad «invención escapista»/«realidad asumida» va a decantarse en favor de la segunda, para lo cual Fernando Alonso se valdrá de siete hermosísimos cuentos, en lo que toman vida las estatuas del bosque inventado, que servirán a Dito para contarlos y liberarse, de este modo, de la negativa influencia ejercida sobre él. Nuestro personaje tiene la necesidad de convivir con los demás pero no se atreve y con la ayuda de esos cuentos llega a hacerse, en cierta forma, egocentrista. Los vaivenes lo llevarán a ver la realidad de muchas maneras, siempre con sugestivos desenlaces, que harán de la narración una indiscriminada cadena de coloridas argollas.

Este relato, como todos los de su autor, huele a felicidad cabalgante -aparece, desaparece- pero siempre está presente el deseo feliz -la inquietud humana- jamás presenta las situaciones de un modo maniqueo y tiene tal frescura narrativa que hace de él una auténtica fuente de placer lector.

Conviene resaltar también las ilustraciones en gris de Juan R. Alonso. Imaginativas, con un cierto tono difuso en el estilo, interpretan perfectamente el sentido del relato. Supongo que el autor se habrá sentido satisfecho -es una de sus obsesiones- de la recreación dada por Juan R. Alonso a su texto.

Y ahora un reproche, ajeno -por supuesto- a Fernando Alonso. Convendría que la editorial cuidara al máximo la ortografía en este texto. Alguna falta ortográfica si hay, cosas, desde luego, nada favorable en libros que van a leer los niños.





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