Fragmentos en verso y prosa
José María Gabriel y Galán
[Nota preliminar: Edición digital a partir de la de Obras completas, 6ª ed., Madrid, Aguilar,
1973, pp. 531-613 (1ª ed. 1941) y cotejada con la edición de Obras completas, Badajoz,
Universitas, 1996, pp. 401-560.]
Sólo para mi lugar
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El Guijo tiene otro hijo |
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desde este grato momento: |
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¡yo soy el hijo que al Guijo |
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le da vuestro Ayuntamiento! |
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Pueblo que obsequia a un poeta |
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es pueblo con intuiciones, |
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con instinto que interpreta |
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del arte las creaciones; |
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Pueblo que sabe pensar, |
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pueblo que sabe sentir, |
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pueblo que sabe honrar, |
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pueblo que aspira a vivir; |
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pueblo discreto que advierte |
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que sin cultura es suicida, |
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porque la ignorancia es muerte, |
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porque la cultura es vida. |
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Pueblo que ama la belleza |
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es pueblo con ideales, |
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con instinto de nobleza, |
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con jugos sentimentales; |
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pueblo con orientaciones, |
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pueblo con ricos alientos, |
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pueblo donde hay corazones |
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y donde hay entendimientos; |
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pueblo que el alma conquista; |
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de quien la suya interpreta; |
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pueblo que es también artista, |
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¡pueblo que es también poeta! |
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*** |
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Ese es el Guijo, señores; |
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pueblo que el pan conquistando |
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va entre ríos de sudores |
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trabajando, trabajando; |
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pueblo que brega y se afana |
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con esfuerzos singulares |
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para que el pan de mañana |
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no falte de sus hogares; |
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y holgando alegre este día |
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después de la brega dura, |
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celebra con alegría |
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una fiesta que es cultura; |
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fiesta que me ha dedicado |
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el celoso Ayuntamiento |
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para quien tengo guardado |
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profundo agradecimiento. |
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Una fiesta que es más bella |
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porque en ella no hay pasiones, |
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ni hay ruines miras en ella, |
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ni luchas, ni divisiones. |
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Veros hoy aquí reunidos |
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me causa el mayor placer. |
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¡Siempre en paz y siempre unidos |
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os quisiera a todos ver! |
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¡Odiad esas luchas ruines |
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y esos empeños mezquinos |
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que llevan a malos fines |
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por detestables caminos! |
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¡Odiad esas divisiones |
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que a los pueblos desbaratan |
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porque encienden las pasiones |
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y toda obra buena matan! |
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Seguid mi honrado consejo, |
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porque pueblos divididos |
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dice un adagio muy viejo |
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que serán pueblos perdidos. |
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La guerra abate y quebranta, |
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la paz eleva e ilumina. |
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¡Todo la paz lo levanta! |
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¡Todo la guerra lo arruina! |
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Odiad a todo enemigo |
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de la paz y de la unión, |
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porque la guerra es castigo, |
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principio de perdición. |
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Lejos de Guijo, muy lejos, |
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un mal enemigo habita |
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que da perversos consejos |
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cuando los pueblos visita. |
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Nunca semilla bendita |
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viene su mano sembrando; |
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torpe cizaña maldita |
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suele venir derramando. |
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¿Extrañaréis si no digo |
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por vuestro bien o interés |
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el nombre de ese enemigo? |
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¡Pues la «Política» es! |
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La política de ahora, |
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que al bien ajeno no aspira; |
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la política traidora, |
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que es una inmensa mentira. |
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Viene promesas haciendo |
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que nunca piensa cumplir; |
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favores viene pidiendo, |
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mentiras viene a decir. |
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Y cuando triunfa y se aleja |
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para hundirse en la ciudad |
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la guerra en los pueblos deja, |
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y ella se lleva la paz. |
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Que venga, sí, cuando quiera, |
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servidla como queráis; |
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pero por una embustera |
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jamás vuestra unión rompáis, |
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porque pueblos bien unidos |
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son pueblos bien gobernados, |
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pueblos al bien dirigidos, |
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pueblos bien administrados; |
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y está en la paz la riqueza, |
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y está la fuerza en la unión |
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y en la guerra la pobreza, |
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la ruina y la perdición. |
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*** |
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Siempre hacia el Guijo he sentido |
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amor de alma agradecida; |
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mis hijos aquí han nacido, |
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y aquí vivo yo mi vida. |
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Y no habéis imaginado |
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lo mucho que os agradezco |
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que todos me habéis tratado |
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tal vez mejor que merezco. |
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Yo he procurado también |
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vivir con todos leal, |
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siempre aconsejando el bien, |
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siempre detestando el mal; |
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y si en mi mano estuviera, |
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sabed que yo no dejara |
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discordia que no rompiera |
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ni rencor que no acabara. |
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Por eso orgulloso creo |
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que digo verdad si digo |
|
que entre vosotros no veo |
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nadie que sea mi enemigo. |
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Siempre el Guijo me ha inspirado |
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sincera y gran simpatía; |
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pero sabed que ha aumentado |
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notablemente este día. |
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El Guijo tiene otro hijo |
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desde este grato momento: |
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¡Yo soy el hijo que al Guijo |
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le da vuestro Ayuntamiento! |
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¿Me recibís desde hoy |
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por vuestro adoptivo hermano? |
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Pues bien: ya sabéis que soy |
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desde ahora vuestro paisano. |
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¡Gracias al Ayuntamiento! |
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¡Gracias al pueblo de Guijo! |
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No hay en mí merecimiento |
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para adoptarme por hijo; |
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mas esta Corporación |
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lo manda, así, y obedezco; |
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acepto la distinción, |
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mas sé que no la merezco. |
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Yo no soy más que un poeta |
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que vuestros hondos sentires |
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enamorado interpreta |
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con vuestros propios decires. |
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Yo no hago más que cantares |
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que pintan vuestros amores, |
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la paz de vuestros hogares, |
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la hiel de vuestros dolores. |
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Canto ese cielo divino |
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donde con Dios viviremos |
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si de la vida el camino |
|
con honradez recorremos. |
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Canto esos campos en calma, |
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donde el Señor ha vertido |
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soledades para el alma, |
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deleites para el sentido; |
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campos de donde han tomado |
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dulzuras mi canturías; |
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campos que han dulcificado |
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mis tristes melancolías; |
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campos que han sido testigos |
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de mis dolores secretos; |
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campos que son mis amigos |
|
más leales y discretos; |
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campos de donde esperamos |
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el pan que nos alimente; |
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campos que todos regamos |
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con sudor de nuestra frente; |
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campos donde, agradecido, |
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debe todo hombre exclamar: |
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¡Bendito el Dios que ha podido |
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tantas grandezas crear! |
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Eso entre vosotros vi |
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y eso en mis versos canté. |
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¡Qué sepan lejos de aquí |
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lo que en el Guijo encontré! |
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Seguid vosotros marchando |
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del bien por las anchas huellas, |
|
que yo seguiré cantando |
|
vuestras virtudes más bellas. |
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|
Yo haré que lejos, muy lejos, |
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todos seáis admirados; |
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pero seguid mis consejos, |
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que son consejos honrados. |
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Vosotros, graves varones, |
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que jefes sois de un hogar, |
|
mirad que vuestras acciones |
|
los hijos han de imitar. |
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Mirad que el jefe que mande |
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entero al cargo se ofrece, |
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y tiene un deber más grande |
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que el súbdito que obedece. |
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Y rey que ha de gobernar, |
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si respetando ha de ser, |
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debe a los suyos guiar |
|
por la senda del deber. |
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Se debe al hijo querido |
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algo que el alma alimenta, |
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algo que es más que el vestido |
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y el pan que al cuerpo sustenta. |
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Hijo sin Dios educado |
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no es hijo respetuoso, |
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ni puede ser hombre honrado, |
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padre amante y buen esposo. |
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Hijo que no ha recibido |
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cultura de racional |
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es un salvaje vestido |
|
con traje de hombre social. |
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Primero es niño insolente, |
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groseramente procaz, |
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dañino y desobediente, |
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desvergonzado y audaz. |
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Más tarde será un mozuelo |
|
de esos sin Dios y sin padre, |
|
de esos que escupen al cielo |
|
y escupirán a su madre. |
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Y, luego, un mozo perdido, |
|
provocativo y vicioso, |
|
con un corazón podrido |
|
y un cerebro tenebroso. |
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Los hijos que ahora criáis |
|
no son esos, a fe mía, |
|
pero si no vigiláis |
|
ya los serán algún día. |
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|
Vosotras, fieles y honradas |
|
esposas de alma ejemplar, |
|
las que vivís consagradas |
|
al gobierno del hogar; |
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las que al esposo adoráis, |
|
las que mitigáis sus penas; |
|
las que a llevar le ayudáis |
|
la carga de sus faenas; |
|
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|
las que en sus horas sombrías |
|
sois su consuelo mejor; |
|
las que de sus alegrías |
|
sois la alegría mayor; |
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|
|
las que si enfermo le veis, |
|
junto a su lecho veláis, |
|
y el sueño por él perdéis |
|
y al cielo por él rogáis, |
|
|
|
y al ver su salud perdida |
|
sois, con afán generoso, |
|
capaces de dar la vida |
|
por la salud del esposo... |
|
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|
Vosotras, que compañeras |
|
sois suyas tan diligentes, |
|
sed también sus consejeras |
|
benévolas y prudentes. |
|
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|
Dadle con vuestros amores |
|
luz que le sirva de guía, |
|
y perdonad sus errores |
|
si alguna vez se extravía. |
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|
Dejad que gobierne y mande, |
|
porque él es rey del hogar, |
|
y fuera un pecado grande |
|
derecho tal usurpar... |
|
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|
Dadle consejos de amiga |
|
con amoroso decir, |
|
pues lo que amor no consiga, |
|
¿quién lo podrá conseguir? |
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|
|
La paz en casa sembrad, |
|
y reine en ella ese nombre, |
|
porque una casa sin paz |
|
es el infierno del hombre. |
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|
Brindadle paz al esposo; |
|
sed su perenne consuelo, |
|
y ese infierno tenebroso |
|
convertiréis en un cielo. |
|
*** |
|
Vosotras, madres del Guijo, |
|
fuente de oscuras hazañas, |
|
las que tuvisteis un hijo |
|
dentro de vuestras entrañas; |
|
|
|
las que supisteis cuidarlo |
|
entre desvelos y penas; |
|
las que supisteis criarlo |
|
con sangre de vuestras venas; |
|
|
|
las que debéis siempre ser |
|
el ángel de vuestro hogar; |
|
las que enseñáis a crecer; |
|
las que enseñáis a rezar; |
|
|
|
las que vivís suspirando |
|
con afanes infinitos, |
|
noche y día trajinando |
|
por el pan de los hijitos, |
|
|
|
y con semblante risueño |
|
su mitad les entregáis, |
|
y si el pedazo es pequeño |
|
también el vuestro le dais; |
|
|
|
vosotras, madres amantes, |
|
fuentes de amores benditos, |
|
¡vivid siempre vigilantes |
|
por el bien de los hijitos! |
|
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|
Quien tanto los sabe amar, |
|
¿ha de tener corazón |
|
para dejarlos marchar |
|
por sendas de perdición? |
|
|
|
Prendas que son tan queridas |
|
y cuestan mil sacrificios, |
|
¿quién querrá verlas hundidas |
|
en el fangal de los vicios? |
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|
¿de qué servirá criarlos |
|
con cariño maternal, |
|
si logra el vicio arrojarlos |
|
a los abismos del mal? |
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|
¡Ay de la madre que olvida |
|
lo que Dios le ha confiado! |
|
¡Ay la que trae a la vida |
|
un blasfemo o un malvado! |
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Porque si esa madre ha sido |
|
culpable de tanto mal, |
|
de Dios le caerá en su oído |
|
esta sentencia fatal: |
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«¡No fuiste mujer bendita |
|
que al mundo dio un hijo bueno; |
|
fuiste víbora maldita |
|
que al mundo diste veneno!» |
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|
Madres amantes del Guijo, |
|
madres celosas y buenas, |
|
las que dieráis por un hijo |
|
la sangre de vuestras venas; |
|
|
|
las que lucháis por criarlos |
|
como azucenas lozanas, |
|
¡no os olvidéis de educarlos |
|
con enseñanzas cristianas! |
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|
En nombre del Poderoso |
|
que quiso el mundo crear |
|
y de un soplo portentoso |
|
pudiera el mundo arrasar; |
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|
|
en nombre del Dios clemente, |
|
del padre de los mortales |
|
cuya mano providente |
|
derrama el bien a raudales; |
|
|
|
en nombre del que amoroso |
|
salud y pan nos envía |
|
y desde ese cielo hermoso |
|
nos manda la luz del día; |
|
|
|
en nombre del que las plantas |
|
hace en los campos crecer |
|
y en ellos bellezas tantas |
|
pródigo sabe verter; |
|
|
|
en nombre del Dios eterno, |
|
del que del Cielo es la llave, |
|
del que arroja en el infierno |
|
lo que en el Cielo no cabe..., |
|
|
|
yo os pido, madres cristianas, |
|
que no entreguéis los hijitos |
|
a libertades insanas, |
|
fuentes de vicios malditos. |
|
|
|
Yo os pido, madres amantes, |
|
que a los hijos protejáis, |
|
que siempre estéis vigilantes, |
|
porque si en ellos fiáis, |
|
|
|
en los abismos abiertos |
|
del mal los veréis caídos, |
|
y es menos mal verlos muertos |
|
que conocerlos perdidos. |
|
|
|
No me digáis que ninguna |
|
verlos perdidos quisiera, |
|
pues sé que no hay madre alguna |
|
que tenga entrañas de fiera; |
|
|
|
pero alguna puede haber |
|
que no se pare a pensar |
|
que hay un modo de querer |
|
que es un modo de matar. |
|
|
|
Cariños mal entendidos |
|
y locamente otorgados |
|
hacen más hombres perdidos |
|
que hombres juiciosos y honrados. |
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No quiere bien quien halaga |
|
pasiones que en otro viere; |
|
¡el que mayor bien nos haga |
|
aquel es quién más nos quiere! |
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|
Y siendo un bien singular |
|
la educación que nos den, |
|
querer bien es educar, |
|
porque es hacernos gran bien. |
|
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|
Sólido bien verdadero, |
|
que al hijo que lo comprenda |
|
le valdrá más que el dinero, |
|
le valdrá más que la hacienda. |
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|
Honradas madres del Guijo: |
|
si amáis al pueblo también, |
|
no le deis un solo hijo |
|
que no sea hombre de bien. |
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|
|
Vivid, vivid educando; |
|
vivid, vivid reprendiendo; |
|
noche y día vigilando, |
|
noche y día corrigiendo. |
|
|
|
Poned el alma en la empresa |
|
de dar buena educación, |
|
que precisamente es esa |
|
vuestra principal misión. |
|
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|
¿Reglas queréis y lecciones |
|
para este fin conseguir? |
|
Pues solo en cuatro renglones |
|
se pueden todas reunir: |
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|
«El hijo en casa ha de ver |
|
ejemplos de bien obrar, |
|
ejemplos de bien hacer, |
|
ejemplos de bien hablar.» |
|
|
|
Y basta, cristianas madres, |
|
porque bien debéis saber |
|
que lo que fueron los padres |
|
los hijos luego han de ser. |
|
|
|
Y si bien los educáis |
|
mañana os respetarán, |
|
y si pan necesitáis, |
|
pan y cariño os darán. |
|
*** |
|
Doncellitas guijarreñas: |
|
dijo verdad el que dijo |
|
que sois sanas y risueñas |
|
como los campos del Guijo. |
|
|
|
Sus rosas os dan colores, |
|
aroma os dan sus violetas, |
|
sus mozos os dan amores |
|
y os dan versos sus poetas. |
|
|
|
Sois la luz y la alegría |
|
de vuestros limpios hogares; |
|
la gala y la poesía |
|
de las fiestas populares; |
|
|
|
sois la mayor hermosura |
|
que nuestros ojos recrea; |
|
sois la gentil donosura |
|
que nuestro pueblo hermosea. |
|
|
|
Gloria de vuestros paisanos, |
|
orgullo de vuestros padres, |
|
honor de vuestros hermanos, |
|
cariño de vuestras madres. |
|
|
|
Del rudo trabajo amigas, |
|
a él os entregáis sin quejas, |
|
hacendosas como hormigas, |
|
laboriosas como abejas; |
|
|
|
sois las palomas torcaces |
|
que en los montes guijarreños |
|
arrullan nuestros solaces |
|
con arrullos halagüeños. |
|
|
|
Sois juventud y alegría, |
|
sois vida fresca y lozana, |
|
sois amor, sois bizarría, |
|
¡sois la mujer del mañana! |
|
|
|
Tenéis toda la belleza, |
|
todo el gracioso buen ver |
|
que pueda Naturaleza |
|
dar a un cuerpo de mujer; |
|
|
|
mas esa gran hermosura |
|
no es vuestra prenda mejor: |
|
hay otra más alta y pura, |
|
hay otra de más valor. |
|
|
|
¿Conocéis esa lozana |
|
flor de exquisita bondad? |
|
Pues es la virtud cristiana |
|
que se llama «honestidad». |
|
|
|
¿Veis una rosa muy bella, |
|
pero con muy mal olor? |
|
Pues eso es una doncella |
|
sin la virtud del pudor. |
|
|
|
El pudor es el aroma |
|
del alma de la mujer; |
|
con él es una paloma; |
|
pero sin él, ¿qué ha de ser? |
|
|
|
Un aborto abominable |
|
que inspira pena y horror; |
|
una mujer despreciable |
|
para todo hombre de honor. |
|
|
|
Carne que el vicio ha comprado, |
|
alma al demonio vendida, |
|
un trapo roto y manchado |
|
que se pisa y que se olvida. |
|
|
|
Simpáticas guijarreñas: |
|
se dijo verdad quien dijo |
|
que sois sanas y risueñas |
|
como los campos del Guijo, |
|
|
|
yo, que sé quereros bien, |
|
quiero que diga verdad |
|
quien diga que sois también |
|
modelos de honestidad. |
|
|
|
Porque una linda doncella |
|
sin la virtud del pudor |
|
es una rosa muy bella, |
|
pero que no tiene olor. |
|
*** |
|
Vosotros, mozos briosos |
|
de este apacible lugar, |
|
los que en él vivís dichosos, |
|
sin penas que lamentar: |
|
|
|
sois la savia de la vida |
|
del pueblo que cuna os dio; |
|
sois la mano encallecida |
|
que en huerto el erial trocó: |
|
|
|
sois la mano que trabaja, |
|
la que planta y la que riega, |
|
la que poda y la que taja, |
|
la que siembra y la que siega, |
|
|
|
la que esparce y amontona, |
|
la que roza y la senara, |
|
la que limpia y la que abona, |
|
la que cava y la que ara... |
|
|
|
Sois los brazos vigorosos |
|
de vuestros padres queridos, |
|
que, ya viejos y achacosos, |
|
van sintiéndose rendidos; |
|
|
|
sois fuerza que está creando; |
|
sois vida que está latiendo; |
|
sois dicha que va cantando |
|
y amor que viene riendo; |
|
|
|
sois la raza fuerte y sana |
|
que viene al nuevo vivir; |
|
sois los hombres del mañana, |
|
sois de Guijo el porvenir. |
|
|
|
Juventud que vas trepando |
|
por la cuesta de la vida |
|
y contenta vas mirando |
|
que es hermosa la subida: |
|
|
|
si por ella tú supieras |
|
caminar con alma honrada, |
|
de seguro que tuvieras |
|
menos triste la bajada. |
|
|
|
Bizarros mozos del Guijo, |
|
que de honradez sois dechado, |
|
a vosotros me dirijo |
|
con este consejo honrado: |
|
|
|
Jamás deshonréis las canas |
|
de vuestros padres queridos |
|
con ruines obras villanas |
|
de corazones podridos. |
|
|
|
Jamás amarguéis los días |
|
postreros de su existencia |
|
con infames rebeldías |
|
de hijos sin Dios ni conciencia. |
|
|
|
Jamás les deis el suplicio |
|
de veros encenagados |
|
en los abismos del vicio, |
|
que son mansión de malvados. |
|
|
|
¡Sed honrados, porque el Cielo |
|
premia el honrado vivir! |
|
¡Haced un pueblo modelo |
|
del Guijo del porvenir! |
|
*** |
|
Vosotros, los que ejercéis |
|
la misión de gobernarnos, |
|
los que adelante debéis |
|
por buen camino llevamos, |
|
|
|
los que del orden cuidáis |
|
con desvelos paternales |
|
y fielmente administráis |
|
los intereses locales, |
|
|
|
sabed que de Dios emana |
|
toda humana autoridad, |
|
y el hombre que la profana, |
|
profana la santidad. |
|
|
|
Sabéis, honrados varones, |
|
¡cuán estrechas, cuán sagradas |
|
son esas obligaciones |
|
que os tienen encomendadas! |
|
|
|
Cumplidlas honradamente |
|
con probidad ejemplar, |
|
pues ello ha de ser la fuente |
|
del público bienestar. |
|
|
|
Gozan los pueblos honrados |
|
riqueza y prosperidades |
|
si están bien administrados |
|
por buenas autoridades. |
|
|
|
Conducidnos por orientes |
|
de progreso y de cultura, |
|
que son las mejores fuentes |
|
de toda dicha futura. |
|
|
|
Pueblos que sin tales frenos |
|
corren por otros caminos |
|
son tribus de sarracenos, |
|
son manadas de beduinos. |
|
|
|
Y eterno borrón cayera |
|
sobre vosotros mañana |
|
si vuestro gobierno hiciera |
|
del Guijo tribu africana. |
|
|
|
Y a vosotros, ciudadanos, |
|
que con honor y pericia |
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tenéis hoy en vuestras manos |
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la vara de la justicia, |
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también os quiero invocar, |
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también os quiero pedir |
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que antes de prevaricar, |
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sepáis con honra morir. |
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Caed como una centella |
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sobre la humana malicia |
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si torcer quiere hacia ella |
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la vara de la Justicia. |
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Y al que la pide y la tiene, |
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dádsela sin vacilar, |
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aunque un puñal os ordene |
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tales derechos robar. |
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Públicamente os lo digo |
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para de ejemplo servir, |
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y un pueblo entero es testigo |
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de lo que voy a decir: |
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Si a este sitio la malicia |
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me acerca una sola vez |
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y os propongo una injusticia, |
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tentando vuestra honradez, |
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que lo hagáis público quiero |
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para que el pueblo del Guijo |
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me llame mal caballero, |
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indigno de ser su hijo. |
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*** |
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Vecinos de este lugar: |
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si en algo hablando ofendí, |
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bien me podéis perdonar, |
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porque ofender no creí. |
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Hablé con alma sincera |
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y quise un consejo daros |
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por si esta es la vez postrera |
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que en público vuelvo a hablaros. |
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Hablé porque al Guijo quiero |
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y al bien aspiro del Guijo, |
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pues no soy un forastero, |
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sino que ya soy su hijo, |
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y quiero vivir en él |
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y su gloria procurar |
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como un hijo honrado y fiel |
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que quiere a su padre honrar. |
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Yo soy de todos, vecinos; |
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cuente conmigo cualquiera |
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cuando por buenos caminos |
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que yo le acompañe quiera. |
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Son para mí, sin resabios, |
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iguales grandes y chicos, |
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iguales rudos y sabios, |
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iguales pobres y ricos. |
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Y aunque a todos por igual |
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doy confianza y amor, |
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el más honrado y leal |
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siempre es mi amigo mejor. |
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Vivamos todos unidos |
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por lazos de afectos sanos. |
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¡Los pueblos están perdidos |
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si no son grupos de hermanos! |
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Se vive en buena hermandad |
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cumpliendo esta condición: |
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tenga el rico caridad |
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y el pobre resignación. |
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A todos juntos suplico |
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que cada cual así obre: |
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el pobre que ayude al rico, |
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y el rico que ampare al pobre. |
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Así ha de darnos el Cielo |
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salud y bienes sobrados, |
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y el Guijo será modelo |
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de pueblos cultos y honrados. |
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Si el bien del pueblo anheláis, |
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dadle paz, honra y honores, |
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y en prueba de que lo amáis |
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decid conmigo, señores: |
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¡Viva por eternidades |
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nuestra cristiana fe pura! |
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¡Vivan las autoridades |
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amantes de la cultura! |
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¡Viva la fe en los destinos |
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de nuestra aldea sencilla! |
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¡Vivan todos los vecinos |
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del Guijo de Granadilla! |
El castañar
- I - |
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Ved la verde maravilla |
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de belleza y de frescura |
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que puso Dios a la orilla |
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del desierto de Castilla |
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y el erial de Extremadura! |
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Es el arpa soberana |
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donde vibran los rumores |
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de la ciudad bajarana, |
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que es una hermosura artesana |
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rica en virtudes y amores. |
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Cuando, entregado a mis sueños, |
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tristísimos o risueños, |
|
corro por tierras de hermanos, |
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de los campos extremeños |
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a los campos castellanos; |
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el geniecillo que vuela |
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cerca de mí, noche y día, |
|
el que mis penas consuela |
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y amorisísimo vela |
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mis ensueños de poesía, |
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|
este dulcísimo aviso |
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me suele muy quedo dar: |
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«Despierta, que ya diviso |
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las lindes del paraíso |
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que llaman el Castañar.» |
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Y libre la mente, herida |
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de ensueños que dan enojos, |
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sacudo el alma oprimida, |
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dispuesta a bañar mis ojos |
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en la visión prometida. |
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Y mientras voy bordeando |
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el bello edén secular, |
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voy sin palabras forjando |
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un cantar más dulce y blando |
|
que este grosero cantar. |
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- II - |
|
La vida me da dolores, |
|
pero también me da amores, |
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que es darme dichas muy hondas... |
|
¡Fueran acaso mayores, |
|
gozadas bajo tus frondas! |
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|
Mas ¡ay!, que aunque peregrino, |
|
tu visión no me has negado, |
|
al cruzar este camino |
|
siempre voy arrebatado, |
|
con paso de torbellino. |
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|
Y aunque al pasar sé llevar |
|
almas y ojos codiciosos |
|
abiertos de par en par, |
|
tus misterios más sabrosos |
|
no puedo paladear. |
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Miro tus sendas oscuras |
|
perderse en las espesuras, |
|
y presiento tus canciones, |
|
y venteo tus frescuras, |
|
y adivino tus rincones... |
|
|
|
Y yo me fijo cantando |
|
tu peregrina hermosura |
|
la música interpretando |
|
del himno sereno y blando |
|
que tu oleaje murmura. |
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|
Los ojos y el alma abiertos |
|
del hijo de los desiertos |
|
¡con qué delicia te ven! |
|
¡Qué pobres mis pobres huertos, |
|
después de visto el edén! |
|
|
|
¡Qué mísera aquella higuera, |
|
de donde cuelgo mi lira, |
|
y aquella parra casera |
|
que a dulce compás suspira |
|
de mi guitarra severa! |
|
|
|
Pulsárala en las hojosas |
|
moradas de tus umbrías, |
|
y fueran sus melodías |
|
opulentas y pomposas, |
|
como tus frondas sombrías. |
|
|
|
¡De aguas puras los rumores |
|
frescas sombras, brisas sanas |
|
y perennales verdores!... |
|
¡Qué hermoso vergel de flores |
|
es, el vuestro, bejaranas! |
|
- III - |
|
Templo en que Naturaleza |
|
puso grandiosa belleza, |
|
tan llena de majestad... |
|
desde tu espléndida alteza, |
|
mira la hermosa ciudad. |
|
|
|
Blanca como una paloma |
|
que descansa en el alcor, |
|
el sol de la vida toma, |
|
posada sobre esa loma, |
|
como la abeja en la flor. |
|
|
|
Lavandera y cardadora, |
|
infatigable hilandera, |
|
batanera y tejedora, |
|
tiene historia de señora |
|
y honrada vida de obrera. |
|
|
|
Respira tus brisas duras, |
|
sus ojos en ti recrea |
|
y busca en tus espesuras |
|
alivio a fatigas duras |
|
de la perenne tarea. |
|
|
|
Si hacer su epopeya quieres, |
|
escoge en salmos austeros |
|
plegarias de sus mujeres, |
|
rumores de sus talleres |
|
y cantos de sus obreros. |
|
|
|
Por las abiertas ventanas |
|
de fábricas y de hogares |
|
penetran las brisas sanas |
|
que agitan dulces y ufanas, |
|
tus árboles seculares. |
|
|
|
Pues tiene tu rico aliento |
|
música que da contento |
|
y efluvios de esencia rica, |
|
que a la sangre purifica |
|
y equilibra el pensamiento. |
|
|
|
¡Hinche de salud briosa |
|
la vida de esas legiones |
|
de la gente laboriosa, |
|
y reine en sus corazones |
|
tu paz augusta y sabrosa! |
|
|
|
Bejarano edén ameno: |
|
¿qué es lo que no podrás dar, |
|
si, para hacerte más bueno |
|
puso el Señor en tu seno |
|
la Virgen del Castañar? |
|
|
|
Bejarano paraíso: |
|
si el Cielo donarte quiso |
|
ricos veneros tan bellos, |
|
tu pueblo será preciso |
|
que venga abrevarse en ellos. |
|
|
|
¡Abre veneros tan sanos, |
|
y tus cultos bejaranos |
|
y tus lindas bejaranas |
|
beban perfumes cristianos |
|
disueltos en brisas sanas! |
|
|
|
Y almas y cuerpos al par, |
|
en salud podrán cantar |
|
este su más dulce anhelo: |
|
«¡De Béjar, al Castañar |
|
y del Castañar, al Cielo!» |
Invitación
|
Te invito desde el destierro. |
|
Sin despecho, sin rencores. |
|
En este risueño encierro, |
|
hospital de mis dolores, |
|
estoy cantando el entierro |
|
de nuestros muertos amores. |
|
|
|
¡Prevista estaba la suerte! |
|
Inquietos y casquivanos, |
|
y puestos entre tus manos, |
|
murieron de mala muerte, |
|
que no hay cosa menos fuerte |
|
que unos amores livianos. |
|
|
|
El tuyo liviano era, |
|
y el que te di no me extraña |
|
que víctima suya fuera. |
|
¡Ya no eres tú la primera |
|
pobre mujer que me engaña |
|
de esa sencilla manera! |
|
|
|
Y en este juego de amor |
|
sé que quieres demostrar |
|
que no fui yo el burlador... |
|
Tranquila puedes estar, |
|
que yo mismo haré constar |
|
que es muy tuyo el tal honor. |
|
|
|
Y dígote sin recelo |
|
que tu engaño hízome daño, |
|
porque yo no soy de hielo; |
|
mas no te parezca extraño |
|
que ahora bendiga ese engaño |
|
que le abre a mi amor el cielo. |
|
|
|
Pondrélo en lugar seguro, |
|
pues, tras fracaso tan duro, |
|
no a más mujeres confío |
|
un amor como este mío, |
|
que, por no ser todo impuro, |
|
te ha parecido muy frío. |
|
|
|
De una aspiración bendita |
|
te he querido hablar mil veces: |
|
mas sospecho, mujercita, |
|
que esta idea que me agita |
|
no cabe en las estrecheces |
|
de tu linda cabecita. |
|
|
|
Haciendo estoy penitencia, |
|
y quiera Dios perdonarme |
|
amores tan desdichados: |
|
quiero limpiar mi conciencia |
|
para ante Dios presentarme |
|
sin esos ruines pecados. |
|
|
|
Y limpio de vaho impuro |
|
de aquel amor tentador, |
|
tan torpe como inseguro, |
|
después que me sienta puro, |
|
pondré en Dios todo mi amor, |
|
que en Dios estará seguro. |
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
Antes que en ese camino, |
|
por donde corres sin tino, |
|
des con un mal caballero |
|
que juegue con tu imprudencia, |
|
te invito a hacer penitencia |
|
y a cambiar de derrotero. |
|
|
|
Qué, ¿te ríes? ¡Cuántas veces |
|
he temido, mujercita, |
|
que esta sana aspiración |
|
no cabe en las estrecheces |
|
de esa linda cabecita |
|
y ese enfermo corazón!... |
A un rico
Soneto
|
¿Quién te ha dado tu hacienda o tu dinero? |
|
O son fruto del trabajo honrado, |
|
o el haber que tu padre te ha legado, |
|
o el botín de un ladrón o un usurero. |
|
|
|
Si el dinero que das al pordiosero |
|
te lo dio tu sudor, te has sublimado; |
|
si es herencia, ¡cuán bien lo has empleado!; |
|
si es un robo, ¿qué das, mal caballero? |
|
|
|
Yo he visto a un lobo que, de carne ahíto, |
|
dejó comer los restos de un cabrito |
|
a un perro ruin que presenció su robo. |
|
|
|
Deja, ¡oh rico!, comer lo que te sobre, |
|
porque algo más que un perro será un pobre, |
|
y tú no querrás ser menos que un lobo. |
Alma charra
A la manera de pensar del tío Gorio sobre cualquiera cuestión le llama él «la mi sistema». Y
hay que ver la sistema del tío Gorio en las cosas que interesan a los hombres más de cerca.
El tío Gorio dice que es cristiano, como su padre, como su abuelo, y no diré que es católico,
apostólico, romano, porque eso sería hablar de mi cuenta y riesgo, pues el tío Gorio no alcanza
tales conceptos con su magín. Para él no hay más que dos religiones: la cristiana, que es la suya,
y la no cristiana, la de los judíos, que es la del boticario del lugar, que no va a misa ni se
confiesa.
La religiosidad del tío Gorio está cuajada de un sentido utilitario acentuadísimo. Este es su
móvil inmediato. En su credo, junto a Dios, tienen un puesto las brujas, de cuya existencia va
desconfiando un poco; pero si las hay, pueden hacer mucho daño, y por si acaso, es prudente no
negarlas a tenazón la existencia. Así va él pasando la vida, capeando temporales y
contemporizando con los poderosos.
En la fe del tío Gorio hay de todo. Lo mismo cree en la eficacia de la oración que le echa a
San Antonio para que le busque la ovejita extraviada, que en el mágico poder del conjuro que
mata a los gusanos que se crían en las llagas de los animales.
Allá en sus adentros, tiene el tío Gorio secretos teológicos, que no suele revelar porque teme
perjudicarse con ello.
-Creo en Dios; pero no creo en los curas -dijo, un domingo por la tarde, en un momento de
abandono, mientras bebía con tres convecinos el vino que habían jugado a la brisca en el corral
de la taberna.
No estaba borracho, estaba sincero; aquel era el verdadero tío Gorio, abandonado a sus
pensares y sentires, no el tío Gorio de todos los días, siempre cauteloso, siempre en guardia,
disfrazado. Y aquella tarde, ya orientado hacia la herejía, sentó una segunda posición, todavía
más fuerte que la primera:
-¿Sabéis lo que sos digo? Pues que la religión no es naa más que a moo de una maroma que
tienen pa sujetarnos a toos.
Nunca el tío Gorio había levantado tanto la puntería. Con todo, los tiros no iban contra Dios.
Dios era una cosa de arriba, del Cielo, y la Religión era una cosa de abajo, los curas, la confesión,
los sufragios por los difuntos, los treinta realazos que costaba una boda...
Con Dios no se mete el tío Gorio. Lo teme mucho por hábito y por egoísmo. Le hace daño en
los oídos la blasfemia, que nunca suena en su casa; y cuando la oye cerca de él, siente miedo, y
algunas veces mira instintivamente hacia arriba como temiendo ver vibrar el rayo vengador que
viene a carbonizar al blasfemo.
Reza bastante el tío Gorio, y mucho de ello es por temor a que un zarpazo de la Divina
Providencia, irritada contra él, lo deje sin cosechas, sin salud o sin vida; sobre todo, sin cosecha;
porque si para él Dios es su Dios, la hacienda es su diosa, y acaso me quedo corto. Se lo da todo:
sus días, sus noches, su salud, su vida y hasta sus hijos. No cree que Dios le da la hacienda para
sus hijos, sino que le da hijos para la hacienda. No pongamos al tío Gorio en duras alternativas
que se vienen a las mientes. No le hagamos contestar ningún dilema.
En la sistema politicosocial de nuestro hombre hay muchos más puntos negros que en sus
concepciones religiosas. Es escéptico y pesimista del más cerrado sistema. Ante todo, el
Gobierno es un ladrón. El tío Gorio no admite siquiera la excepción del individuo. Todos, todos
los que suben van a chupar el sudor de los labradores. Cuando bajan, ya están ricos, y dejan sus
puestos a los que están esperando la hora de chupar también. Tienen hecho ese convenio; y
vengan pagos, y vengan quintas, y vengan holgazanes en las oficinas, y vengan sueldos.
Y dilatando el concepto, comprende en él a casi todos los ciudadanos que no cultivan la tierra.
Para el tío Gorio la palabra señorito es sinónimo de pillo. Para juzgar de la honradez de los
hombres le basta saber cómo visten. Si tienen pantalones finos, chaquetón y sombrero alto, están
juzgados. Cuando los ve en la ciudad, cree que todos son empleados y dice para su capote:
-¡Cuánto holgacián! Yo no sé cómo la tierra da pa tanto.
En el fondo los odia; pero los adula y los respeta, porque los teme. Cualquiera de ellos le
parece muy capaz de enredarle en un lío de papeles que le dejase sin calzones. No se fía de
ninguno. En la vida le ha dicho la verdad al abogado a quien acudió en consulta, ni al candidato
que le solicita su voto, ni al señor juez de instrucción que le llama para hacerle declarar. Hay que
suponer que al cura se la dirá en confesión; pero a los demás no suele decirles más que lo que le
conviene. La mayor de las imprudencias cree él que es entreabrir las puertas del alma ante los
señoritos. Todos son iguales.
Yo defendí cierto día a uno de ellos, que era todo un honrado caballero, de injustísimos
ataques que en el pueblo del tío Gorio le dirigían, y el tío Gorio exclamó cuando lo supo:
-¡A cualisquiera hora le iba a quitar al otro la razón! ¡Bien dice el refrán que los lobos no
muerden a los lobos!
Y después censuré la conducta de otro señorito que era un vividor, un grandísimo tunante. Y
supe luego que el tío Gorio me había puesto esta corona:
-¡To!, pues no, que iba a alabar al otro. Bien dice el refrán: «¿Quién es tu enemigo? El que
es de tu oficio.»
A ninguno de los aspirantes a diputados por el distrito le niega el tío Gorio el voto, y menos
cuando los mismos candidatos le hacen su petición a quema ropa; pero los candidatos se van, y
entonces ya es otra cosa. Hay que averiguar si dan cuartos o es «no más que una convidá»y ver
«cual es el que tiene mas cuenta a la gente», y tener muy presente también «pa onde está ladeao
el secretario, porque no se le pue faltar ni tiene cuenta quedar repunteao con él». Los mayores
apuros del tío Gorio sobrevienen cuando el secretario trabaja en favor del candidato que no da
cuartos, o da «una convidá más misere» que la del otro. Inspiraciones domésticas le obligan a
decidirse siempre en favor del secretario; pero ¡qué amarguras y qué sudores le cuestan!
Los diputados son también unos señores ladrones a quienes hay que tener siempre contentos
«pa si se ofrece meter enfluencias pa alguna cosa», porque «somos piedras que rodamos», y «pa
cualisquiera custión se necesitan empeños hoy día», porque el que hizo la ley, hizo la trampa»,
y esa gente «te saca en un santiamén de cualisquiera enreá, y más si le alumbras un pa e duros
pa café».
Cree firmemente el tío Gorio que los señores diputados prometen sin intención de cumplir lo
prometido; pero «de toos modos y maneras, las enemistaes, pa el que las quiera son buenas, que
na más traen que muchas desazones y muchas perdas, si a mano viene».
Para que el tío Gorio desconfíe de un negocio le basta conque cualquiera se lo proponga,
aunque sea con la mejor buena fe. Proponérselo y sentirse alarmado, todo es uno. Muchas veces
se deja escapar positivas ganancias que entre las uñas le ponen, porque no ve delante de los ojos
otra cosa que la sospecha de que tratan de engañarle.
-¿Qué quedrá este pájaro? -dice maliciosamente cuando se aleja el que le propuso el negocio.
La gran vanidad del tío Gorio consiste en no ser ratero. Y, en efecto, no lo es; pero ¡cuántas
veces lo dirá al cabo del día! Es su eterno sonsonete... «Porque otra cosa no tendré -dice el
hombre; pero en tocante a quitarle nada a naide, no hay quien ande con los pies más asentao que
yo y los mis muchachos.» Y es verdad. Hay en eso algo de hábito virtuoso, adquirido por
herencia; hay también un terror pánico a caer, con toda su hacienda, entre las uñas de la curia;
hay para él un argumento de fuerza contra el convecino ratero que le sustrae medio pie de la tierra
en la linde con la punta de la reja, o le lleva medio cuartillo de trigo en los zapatos cuando le
ayuda a limpiar una parva, o le corta a medianoche la regadera de las patatas para que beban las
del ratero un traguillo antes que le llegue la vez; y hay, por último, un principio, de tácito
egoísmo calculador, que podría traducirse así: «Yo no robo para tener derecho a que no me
roben.»
La sistema jurídica del tío Gorio se mueve toda entera alrededor del derecho de propiedad,
que es para él el más sublime, el más sagrado, el más perfecto y hermoso de todos los derechos
y el más merecedor del respeto de los hombres. Quisiera él establecer en el pueblo un pacto,
firmado y todo, cuya única cláusula fuese esta: «El que le coma algo a otro, será condenado al
pago del duplo de lo comido y a veinte años de presidio»; pero que lo condenen los justiciales,
porque el tío Gorio le tiene un miedo espantoso a toda clase de litigios. Cuando coge al ratero
con las manos en la masa, se pone como un energúmeno y jura que lo ha de entregar a los
Tribunales, que lo ha de perder. No hay tal cosa. El secreto del tío Gorio es precisamente este:
dejarse robar hasta los calzones puestos antes que meterse en denuncias y líos de papeles. Lo que
hace es irse con mucho sigilo a casa del secretario para que este amedrente al ratero y le haga
pagar lo hurtado, prometiéndole, en cambio, intervenir en el asunto para que el tío Gorio no lleve
las cosas más adelante. Algunas veces no le resulta la estratagema y se queda sin lo rabado y
hecho un basilisco. Por eso tiene vivos deseos de romperles la cabeza a unos cuantos convecinos;
pero no lo hace porque dice que «eso es lo que quie la curia que haiga pegas tos los días y que
el que da tenga pa responder». Y maldice de todo por eso, porque se ve sin medios de defensa
contra los ataques a su propiedad.
-Si no doy parte, tuito me lo comen los golosos; si los meto en un trebunal, me enrean a mí
también, y si escalabro a uno y coge testigos, me arrascan bien la bolsa entre unos y otros.
Si valiera tomarse la justicia por su mano, al tío Gorio le iría bien, porque dice que «a los sus
muchachos no había más que apitarlos una miaja, y ya se vería luego quién llevaba los gatos al
agua». Y él mismo haría también lo que pudiera, porque «no se le arruga el ombrigo asín como
asín, ni lo amedranta a él ningún majito que le venga turreando, porque a él le tufa el aliento y
no le coge miedo a naide»..., a no ser a ella.
Ella es su mujer, la tía Pulía, el ama y señora absoluta de la casa, de la hacienda, de los hijos
y del tío Gorio, que la teme como a una nube de verano, cargada de rayos y granizo. Fuera de la
casa la llama siempre así: ella; y algunas veces, la tía. En casa tampoco la llama por su nombre:
la llama chacha, y siempre bajito y como con algo de cariño vergonzante, preñado de temores
y respetos.
La tía Pulía es más lista que su marido y trabajadora en demasía. Dicen de ella que «es una,
cendra; la tía más árdiga que hay pa el trabajo». Ella espada lino, hila, echa telas, excava los
garbanzos, espiga las cortinas, asiste a los cerdos, cría pollos, remienda, lleva al campo las
comidas, compra y vende, cobra y paga, lo dispone todo, lo dirige todo, lo absorbe todo. Y
todavía le queda tiempo para hacer algo de fruta de sartén «pa si se ofrece», y para poner bien
majos a los dos mozos los días de fiesta y para hacer diplomáticas gestiones cerca de las madres
de las mozas que a ella le gustan para novias de sus hijos. Las conoce como si todas fueran hijas
suyas. Para eso tiene un ojo envidiable la tía Pulía. Hay que oírla hablar así:
-¿Cuál, la del tío Gorrilla? ¡Ay queridota, y qué comenencia pa un probe! Mucho hacer
puntilla, mucho sacarse pa fuera la chambra, mucha gamonita con los mozos, mucho abanicarse
en misa, mucho barrer el enrollao, y luego pa dentro de casa los tapujos, y las marranás, y las
zancajerías, y los camisones curtios y los paños como tizones. Y encima entrampaos hasta los
ojos. ¡Si tuito lo da a hacer! ¡Anda, que a la maestra bien la va con ella! Por cuatro monás de na
que le cosiquea, allá van los mandilaos de frejones, y las buenas cazuelas de garbanzos como
abogallas, y la buena torta reciente, y los buenos pucheraos de calostros y de suero en el tiempo.
Y luego, cuando viene el cobraor de la contribución, ¡a echar la vela pastora por el lugar en cata
de los cuartos! ¡Buena gobierna de casa anda allí!... ¡Pues no sos quió decir na de las mocitas
de nuestra comadre! ¡Que las revendiera a dambas! ¡Má que las crió, y qué fiesteras, y qué
monas, y qué holgacianotas, y qué amigas del buen bocao, que no gana su padre pa golosás! Allí
rosquillitas, allí coquillos, allí perrunillas, allí floretas, y venga escachar güevos, y venga mercar
azúcar, y la fanega de trigo pa el tío de las uvas y la tarja diendo y viniendo de la taberna y un
buen caramillo de trampas en ca la tendera... ¡Quítalas delante, y quién cargará con ellas! Y no
es decir que en la casa no haiga entrás, que su padre anda reventao siempre, buenos años que ha
tenido, porque bien le ha pintao el trigo del rozo hogaño y otros años que no miento y bien se han
enllenado de garbanzos y garrobas y de too; pero alantan más las gallinas a esparramar el
montón que él a ajuntarlo...
Y de parecido modo va pasando la tía Pulía minuciosa revista a las mozas del lugar,
indicando «a los su muchachos cuáles pueden convenirles y advirtiéndoles que se estén quietos
hasta que ella le tire alguna puntá a fulana pa saber si hace cara o no hace cara». Los dos
mozones hacen lo que el tío Gorio: oír, callar y obedecer.
El tío Gorio, según él dice, «está desimío de esas cuestiones, que son como para las tías na
más». En realidad, está desimío de todas las cosas, porque la tía Pulía, que ejerce sobre él un
dominio irresistible, le invade todo el campo de sus atribuciones e iniciativas.
Le proponen a él la compra de una vaca, por ejemplo, y aun sabiendo que ella quiere que se
venda, contesta invariablemente: «¡Pchs! Pues hombre, en queriendo ella, por mí no hay pero
nenguno.»
-Mira, Gorio, que ha venío el alguacil pa que vayas mañana a Concejo; y a ver la palabra que
sueltas allí; cuidaíto con que te dejes enrear; mira que tú eres el tío mas fiao y más desmaliciao
del lugar, y te dejas entruchilar en un santiamén... Van a determinar del istierco del rodeo, y ya
te he dicho que yo no quio rebujinas. Si el compadre quiere mercarlo allá se las vea; tú no me
vengas con medias, que las medias son buenas pa las piernas, y la grasa se la chupa siempre el
demonio de alta peña y a casa no me traes más que las pedras. Si determinan también de echar
la derrama pa mercar el reló, ahora te lo digo: tú te desimes de eso, que yo no quio reló ni reloa;
¿estás enterao? No me vengas luego con que si pitos, con que si flautas, y tengamos en casa
alguna que sea soná. Y de los pastos, ya sabes: si le rebajan un real a las ovejas y le suben tres
a las vacas, entras en la comunidá, y si no, no... Y no me vengas, como hogañazo, con la música
de que tenían ley pa hacerte entrar, porque hogaño no entras, ya lo sabes; y si te dejas engatusar,
a casa no vengas, Gorio, porque no estoy yo aquí hecha una esclavita de lo que hay pa que tú me
lo malrotes en pagos; ¿te enteras? No digas luego que no te advertí bien advertío; y ¡no las
tengamos, no las tengamos!, que soy enemiga de desazones, y tú paece que le andas buscando
siempre tres pies al gato, y tiene cuatro. Yo debía hacer contigo lo que hacen otras con el marido:
no dejarte ni resolgar siquiera, ni meterse en nada, ni hacer tratos ni contratos con la otra gente;
pero velay, todas no tenemos la suerte de tener un marido que se deja llevar, como hay otras. Una
de esas que yo me sé te debía haber caído a ti a la cola, Gorio, pa que supieras lo que es bueno;
y no que tú, encima de no servir pa na, empeñao en meterte en todo y salirte siempre con la tuya.
El tío Gorio aguanta paciente y mudo estos chubascos, y ni siquiera le entran ganas de discutir
las sinrazones de ella. «La tiene como dejá porque las tías son asín toas; y porque en muchas
custiones no va ella descaminá, y de toos modos y maneras, más ven cuatro ojos que dos.»
Allá para sus adentros, se quieren bien.
Los amores del tío Gorio y la tía Pulía no fueron nunca vehementes. Unió a la pareja, no el
amor precisamente, sino la mutua conveniencia, medida y pesada por la familia de ambos.
«Había tierras que lindaban que en rompiendo la miaja de linde, quedaban unas alhajas, y dos
praos pegando, que na más quitar el medianil, y aquello era una jesa.»
Y se casaron con el afecto que puede nacer de una previamente sentida comunidad de
intereses y de un par de años de trato, reducido a un rato de charla los sábados por la noche y los
domingos por la tarde. La vida común avivó después aquello, y llegaron a quererse con cierta
pasión, más sincera que fogosa.
Por entonces iban juntos a la feria de la ciudad y a las fiestas más notables de la comarca; y
así llegaron días en que se amaron, no como héroes de novela, pero sí más y mejor que ninguna
otra pareja del lugar. La sangre, en aquellos tiempos, estaba inquieta, y como en casa no había
testigos, que eran los enemigos más grandes de aquel amor cobardón y pudoroso, salía este de
sus hondos escondites, y los vieron muchas veces las paredes de la modesta casita corretear por
allí... Pero vinieron los hijos, crecieron, y «antes de que tuvieran conocimiento» se hundieron
para siempre en el fondo del baúl los juguetes del querer, y allí no volvieron a cruzarse dos
miradas que hablasen de tales cosas. Fuego había, pero sin humo y sin llamas.
Pasaron los años, y aquello no era ya fuego; era suave calor de cenizas no movidas, tibio pero
duradero. Los hijos lo barruntaban, sin saber de dónde venía, y se criaron en aquella templada
atmósfera con la absoluta inconsciencia de quien vive en su elemento. Y así fueron luego lo que
son: naturalezas simples y sanas de pasiones sosegadas, dóciles a todo freno, tranquilas,
equilibradas, mudas, sufridas y austeras. Ambos son buenos mozos, trabajadores y cobardones;
no fuman, no beben vino, no conocen más juego que el de la calva. Su madre los echa a la calle
los días de fiesta para que luzcan sus ajustados calzones; los blancos borceguíes nuevos con
pespuntes amarillos; las gorrillas de embudo, adornadas con un lirio o unas hojas de romana; los
camisones como el ampo de la nieve; las blusas nuevas de engomadas telas rebeldes a la
adherencia; los grandes tapabocas con flecos de chillones colorines.
El tío Gorio, cuando ellos se van al baile de tamboril, se reúne siempre casualmente con algún
compadre, «y se la echan a dos a la brisca». No lleva nunca consigo más que diez céntimos, que
le da ella cada día de fiesta, siempre con la amenaza de suprimirle la pensión la primera vez que
vaya a casa chispo; pero no sirve. El día que pierde la partida, menos mal, porque no bebe más
que la cuarta parte de lo que pierde; pero cuando gana no quiere llevar los diez céntimos a casa,
por no sentar precedentes perjudiciales, y los echa en vino, que se bebe amigablemente con el
compañero ganancioso. No se emborracha; se pone alegre, bromista, charlatán y muy cariñosete,
que es lo que no puede resistir la tía Pulía. Siempre regresa él a casa con el decidido propósito
de aparentar serenidad, para que la mujer no se entere; pero la alegría que hormiguea todo su
cuerpo le hace olvidarse de todo, y cuando asoma por la puerta de la cocina, ya sabe la tía Pulía
cómo viene. Lo primero que suele hacer el hombre es llamarla con cierto mimo «parienta», en
lugar de chacha, y eso la pone a ella fuera de sí.
-¡Mal relobado te entrara, Dios me perdone, re... peinetero! ¿Sos paece qué escarmiento el
de este tunante? Mira, reladrón, o te quitas delante de mis ojos, o esta es la noche que te enderezo
con el badil en los hocicos. ¡Vergüenza te podía dar!, tener dos hijos mozos que están en su casa,
como Dios manda, desde el ponerse el sol, y tú enfochao en la taberna hasta las ocho de la noche,
derrotando lo que otros ganan y dando escándalo. ¡Quítate lante, que no tienes rayo de
vergüenza, ni la conoces siquiera! Más te valía darle mejor ejemplo a los muchachos. ¡Anda que
ya, ya te ataré corto, ya!; te aseguro y te prometo, como esta es cruz, que vas a mudar de librea
desde hoy, o el demonio va a andar en Cantillana. La perra que esta tía te vuelva a dar pa vinarra
que me la claven en la frente, bausonazo. Esa vivienda que traes, yo, yo te la quitaré, yo, bribón.
O mudas de bisiesto, o nos van a oír en too el lugar, conti más en la vecindad.
Todo esto lo dice la tía Pulía sin dejar de trajinar en la cocina, andando de un lado para otro,
con mucho manoteo al aire, mucho estrépito de cacharros, mucho sorroscar los tizones del hogar
y mucho entrar y salir de la cocina sin hacer oficio de provecho.
El tío Gorio, como no está del todo solo no se asusta, y su prurito irresistible de mostrarse
cariñoso le hace decir:
-Vamos a menos, parienta, que no hay nengún motivo para desazonarse asina. ¡Mia que hijos
nos ha dao Dios! ¡Mia qué dos mozos, mujer! Si hay otros dos más plantaos en el lugar, que
salgan, ¡mecachi en sanes! Esto quita las penas; y eso que ni quio decir na de ti, de si tú eres asín
o eres asao, que me paece que a trabajadora y a aseá y a vividora y a conocimiento, no quiero
yo que haiga quien te eche la pata encima en tos estos contornos...
-Pero ¿sos paece qué tío este? ¡Malos moros me cautiven si vuelves a entrar en casa desde
el punto y hora en que toquen a las oraciones, resinvergüenza! Acuérdate de lo que te digo esta
noche y ya estás zutando a la cama, que te aseguro y te prometo que esta noche no te da acedía
con la cena.
El tío Gorio, después de oír otra docena de improperios, acaba por irse a la cama, sin
preguntarle siquiera a los mozos «si están ya apajás las vacas, y si tienen ensobeao el carro pa
mañana, y goberná la coyunda vieja, y bien aguzaos los destrales, que hay que dir a la desa a
esmochar unas encinas».
En la cocina se quedan como sordos, cuando el tío Gorio se va a la cama.
-Echai sopa -dice la madre a los mozos.
Ella, entre tanto, da la última vuelta a la humeante puchera de garbanzos, berza y fréjoles y
prepara la mesa, que es el naso del pan.
Y mientras cenan, como recordando la escena pasada y sintiendo el gran vacío que la ausencia
del tío Gorio ha producido entre ellos, dice a los humildes mozos:
-Velay, no tiene más que esa miaja de falta, y hay que tapársela, que él bien bueno y bien
vividor que es; y pa vusutros es un padrazo, que no sabe negaros ningún gusto...