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Garabombo el Invisible y Remigio el Hermoso, héroes de «La guerra silenciosa»

Juan González Soto





Al igual que en Redoble por Rancas, en Garabombo, el invisible1, el avance temático bipartito es el elegido para el desarrollo novelesco. Los protagonistas de las respectivas biparticiones temáticas poseen idéntica cualidad, ambos son invisibles. Conviene tener presente esta identidad, pero también -y muy especialmente- las diferencias.

Ambas invisibilidades parten del ámbito de quienes detentan el poder. El Abigeo, conversando con Garabombo, expresa este sentido en verdad esencial:

-[...] Los blancos miran cosas que nosotros no vemos. [...]

-Así son ellos, Fermín: miran cosas que nosotros no vemos y al revés. ¡Ése es tu caso!


(4, 29-30)2                


Hay un segundo rasgo que comparten Garabombo y el Niño Remigio en cuanto a la aparición de sus respectivas invisibilidades; en ambos casos es la expresión lingüística, la formulación verbal de la queja. Garabombo exterioriza oralmente sus demandas; el Niño Remigio lo hace por escrito.

En cuanto a las diferencias, una primera es que en el caso del Niño Remigio ha de hablarse de transformación de apariencia externa. Tal transformación es, en definitiva, un caso particular de invisibilidad.

Una segunda diferencia es que Garabombo ante sus compañeros es perfectamente visible. Sin embargo, la habitual apariencia externa del Niño Remigio desaparece bajo la nueva ante los ojos de sus vecinos de Yanahuanca, de los campesinos de todo el departamento y de sí mismo.


La invisibilidad de Garabombo

En el capítulo 4, Garabombo rememora el tiempo en que estuvo huido en la cueva Jupaicanán. Ya era invisible pero aún no había tomado la determinación de aprovechar su «mal» en beneficio de la comunidad. El lector ha de hacerse una pregunta verdaderamente esencial: ¿por qué es invisible?

Es significativo que haya de ser precisamente el Niño Remigio quien, con sus alocadas palabras, dé en la exacta diana con la respuesta más sagaz y más certera. Le dice a Garabombo nada más verlo después de su salida de presidio:

-Y si me compras caramelos le contaré a mi compadre [se refiere al Presidente de la República] que te han obligado a volverte invisible.


(6, 42)                


En la ficción novelesca, la causa de la invisibilidad de Garabombo es explicada desde una doble perspectiva: sus reclamaciones presentadas ante la autoridad administrativa y las expresadas ante un hacendado.

Por un lado, el lector cuenta con las explicaciones que Garabombo da al Ladrón de Caballos y al Abigeo en la Punta Conoc, junto a la cueva Jupaicanán:

-¡Es cierto! Cruzando el puente de Chirhuac [sobre el río Chaupihuaranga] me volví transparente. [...]

-Bajando a Yanahuanca a presentar una queja me enfermé.

-¿De qué se quejaba?

-El dueño de Chinche, don Gastón Malpartida, me abusaba [...].

-Pues don Gastón tiene la costumbre de inaugurar a las mujeres. Todas las chinchinas que cumplen quince años obligatoriamente deben servir en la casa hacienda. Igual quisieron que mi mujer, Amalia Cuéllar, fuera. Yo me opuse. [...]

-Y lo peor no es el viejo sino que encima suben los yernos. ¡Me opuse! [...]

-Bajé a quejarme a la Subprefectura. [...]

-No me vieron. [...]

-Al comienzo no me di cuenta. Creí que no era mi turno. Ustedes saben cómo viven las autoridades: siempre distraídas. Pasaban sin mirarme. Yo me decía «siguen ocupados», pero a la segunda semana comencé a sospechar y un día que el Subprefecto Valerio estaba solo me presenté. ¡No me vio! Hablé largo rato. Ni siquiera alzó los ojos. Comencé a maliciar [...]

-¡Que me había vuelto invisible!


(4, 28-29)                


Este relato del proceso de su invisibilidad, la ágil viveza en el contexto del diálogo con sus compañeros, vuelve a repetirse en el capítulo 8, cuyo título es «Verídica crónica del reparto de tierras de Puyhuán». Está narrado en primera persona por Garabombo. Se dirige al lector en una suerte de complicado giro novelesco. El inicio del monólogo es en verdad significativo. Garabombo franquea las puertas de la atención del lector ofreciéndole una especie de bienvenida cortés: «Yo seguí viviendo en la cueva Jupaicanán. ¿Conoce Jupaicanán? ¡Mejor! Es lluvia, lluvia, lluvia» (8, 50).

El capítulo 8 relata el reparto anual de parcelas. Garabombo, una vez en Puyhuán y en pleno acto del reparto, se asombra al ver que los cuatro yernos de Gastón Malpartida excluyen a los imposibilitados y a los ancianos3. Garabombo se encorajina:

-¡En esta hacienda ni Jesucristo encontraría posada!


Y afrenté a los pedigüeños:

-¡Aprendan! Ése es el pago de todos sus servicios. ¿Para qué han trabajado? [...] La tierra no es mezquina, pero el dueño es avaro. Eso que ustedes llaman desgracia se apellida Malpartida. -Grité y grité [...] Largo desagüé mi corazón.


(8, 53)                


Esta nueva protesta, esta nueva demanda de justicia, encuentra una idéntica respuesta:

Pero nadie me oyó. ¡No me veían! Ni don Gastón Malpartida ni el yerno N.º 1, ni el N.º 2, ni el N.º 3, ni sus caporales me descubrían. ¡No me miraban! No eran gente de aguantar pulgas. De oír mis afrentadoras palabras me hubieran despellejado a latigazos.


(8, 53-54)                


Debe resaltarse que la invisibilidad del héroe es anunciada al lector en situaciones dialogales. Es el propio personaje quien trata de explicarla, de explicársela. Como ya queda dicho, es la formulación de la queja, su expresión ante quienes representan el poder o lo detentan, la causa de la invisibilidad. La indiferencia, la desatención, la ignorancia de las autoridades provocan la invisibilidad del héroe: no lo ven porque no lo quieren ver. Este hecho, lejos de ser banal, marca muy concreta significación en el ámbito de lo real, de lo objetivo. En efecto, tal y como afirma Eduardo Huarag Álvarez, en este elemento: Hay [...] un rasgo sémico que hace referencia a un trasfondo étnico que a su vez coincide con una situación socio-económica de grupo en condiciones de dominación [...] Resulta [...] una alegoría que conlleva las otras significaciones: invisibilidad equivale a marginación étnica, que equivale a marginación de clase social4.

El Invisible, consecuentemente, piensa que ha enfermado, que posee un mal: ¡Que me había vuelto invisible! ¡Alguien me había hecho un «daño»! (4, 29). Y es que, verdaderamente, alguien le ha hecho un «daño». El marginado, incapaz de expresar sus quejas ante quienes detentan el poder, está recibiendo un «daño».

De esa «enfermedad» que padece Garabombo conviene curarse. Es necesario, eso sí, proveerse de recursos, de armas de pensamiento, de ideas. Garabombo debe convertirse en lo que Braulio Muñoz denomina héroe aculturado (deculturated hero)5. Ha de sufrir una transformación profunda con que poder dar respuesta a la injusticia y a las condiciones que la opresión impone a la comunidad. Deberá obrarse en él un cambio tras el cual quede involucrado no sólo su universo de ideas y valores, también su psicología. Dejará de ser sujeto pasivo del sufrimiento para pasar a convertirse en un sujeto activo de su liberación, en héroe épico. Tal cambio tendrá lugar en la cárcel:

- [...] en la prisión me curé de mi enfermedad. Yo nunca he tenido mejor escuela que la cárcel. Oyendo las discusiones de los políticos se aprende, don Juan [Lovatón, presidente de la comunidad]. ¡Ya no soy invisible!


(5, 33)                


Cuando Garabombo salió de la prisión [...] salió tan flaco que para que el viento no lo arrastrara viajó agarrado a la baranda del «Me ves y te acomplejas»6. ¡Esquelético pero visible! ¡Volvía curado! En la prisión había comprendido la verdadera naturaleza de su enfermedad. No lo veían porque no lo querían ver. Era invisible como invisibles eran todos los reclamos, los abusos y las quejas. En el Frontón -esa isla infausta donde han blanqueado los cabellos de generaciones de rebeldes7- comprendió la verídica causa de su mal.


(24, 190) (cursiva en el original)                


A su vuelta a la comunidad, trata de poner en práctica las nuevas ideas. Exhorta a sus compañeros a admitirlas. Les anuncia que todos los marginados son invisibles, que el único modo de dejar de serlo es enfrentarse a quienes les oprimen:

-Yo represento, señor -murmuró, tranquilo, Garabombo.

El Subprefecto Valerio parpadeó y sólo después de un instante que duró meses, lo reconoció.

-¿Cómo estás Garabombo? ¿Tú mandas?

-Aquí nadie manda, pero yo represento. ¡Hable conmigo!

¡Lo veían! La multitud exhaló algo tramado por el alivio, el regocijo y la angustia. ¡Lo veían! ¡Garabombo cumplía su promesa: era visible! ¡Nadie los derrotaría! Se verificaban las promesas. «Ni herbolarios ni brujos me curarán. El día que ustedes sean valientes me curaré. ¡El día que comande la caballería comunera!».


(29, 227) (cursiva en el original)                


La corporeidad de Garabombo se desvanece ante los ojos de las autoridades; también, y de modo especial, sus palabras, inaudibles para quienes detentan el poder. Es precisamente la inaudibilidad de sus palabras de queja el exacto punto de arranque de la subsiguiente invisibilidad8. Es obligado acudir a la lectura del capítulo 16, «De la gran desgracia que Garabombo conoció cuando visitó Yana-huanca» es su título.

La comunidad de Yanahuanca va a elegir nuevo presidente. Juan Lovatón, el anterior, ha muerto. Amador Cayetano, el Sonriente, es el elegido. Su primera determinación es destituir al personero Remigio Sánchez; la segunda, dar lectura a la Escritura Real de 1711 en que se delimitan los hitos, las lindes que prueban que las haciendas usurpan la legítima propiedad de la comunidad de San Pedro de Yanahuanca. Amador Cayetano, el nuevo presidente proclama: Porque los títulos demuestran que la tierra es nuestra. La justicia nos respalda. Nuestro reclamo es justo (16, 105).

Amador López, un hacendado, le contesta con estas palabras:

-¡Amador Cayetano, pobre lanero! ¿Quién eres para calentarle las orejas a estos infelices? He oído tus bellaquerías. Yo soy dueño legítimo. ¡Ustedes no son hombres, son viento, son polvo, son caca! Con mis ojos los miro. Uno por uno irán al Frontón. Para testigo llamen al bellaco de Garabombo. ¡Él conoce! [...]

-[...] ¡Fíjense en el pelo de los insolentes: ahora es negro! ¡Blanco como chuño9 será cuando salgan de la cárcel!


(16, 105-106)                


Garabombo, presente en la reunión y en el acto electoral10, aparece de la mano del narrador envuelto en un cortinaje de misterio:

De la frontera de la noche avanzó entonces la corpulencia de Garabombo.

-¡Mejor!

El hacendado se calló. ¿Era Garabombo? ¿La confusión del anochecer proponía el embeleco? Fuera quien fuese, el audaz habló:

-Es cierto que estuve encarcelado. ¡Agradezco! Allí los abogados y los políticos me abrieron los ojos y me enseñaron mis derechos. ¡Agradezco! Allí supe por qué estaba preso [...]

El anochecer amorataba su insolencia. Ubaldo López abrió la boca, estupefacto. Los guardias civiles se dirigieron a la armería.

-Ustedes, los hacendados, se creen dueños de la tierra y del agua. ¡Poco falta para que cuenten en su propiedad las estrellas! Somos esclavos. Para vestirnos nos dan sus ropas viejas y nos tiran comida inservible. Gozan de la virginidad de nuestras mujeres y nos obligan a ser rancheros de vacas, cerros y perros sin más sueldo que los golpes. ¡Bestias de carga somos! pero ya esos tiempos terminan. ¡Se aproxima el fin de los abusos!

El frío acuchilló el estupor de los hombres. Ubaldo López permaneció un largo instante como dormido y luego gritó:

-¡Sargento!


(16, 106)                


¿Las palabras de Garabombo han sido oídas? Ha hablado de que la cárcel posibilita la toma conciencia de los derechos y ha anunciado que la hora de acabar con la injusticia se acerca11.

Sus palabras no han sido oídas, tampoco han podido prenderle:

[...] sólo capturaron la mansa sonrisa de Cayetano y un remolino de viento que tanto como la prueba de la disolución de Garabombo podía ser el rencoroso embajador del viento de la noche.


(16, 107)12                


Sus palabras no han sido oídas. Amador Cayetano es detenido. El violento interrogatorio en que el sargento Astocuri le golpea salvajemente retoma el punto de la destitución del personero, de Remigio Sánchez.

La cabal comprensión de este episodio en que Garabombo aparece y desaparece como por arte de magia (la noche lo trajo y el viento se lo llevó) lleva al lector a una única evidencia: la presencia de Garabombo en la escena no ha sido percibida porque las palabras que pronuncia no han sido oídas ni por los López ni por los guardias. Puede decirse que éstos han vivido el tiempo ocupado por el discurso de aquél entre el estupor y la indiferencia. El tiempo, en cierta medida detenido, se ha engullido, haciéndolas desaparecer, las palabras de Garabombo; así lo anuncia el mismo narrador:

El frío acuchilló el estupor de los hombres. Ubaldo López permaneció un largo instante como dormido y luego gritó:

-¡Sargento!


(16, 106)                


La invisibilidad de Garabombo es un mal, una dolencia. Pero es, sobre todo, una metáfora cargada de sentido y significación que se proyecta sobre el plano de lo real: la clase dominante desoye cuanta reclamación social y de derechos provenga del ámbito de los oprimidos13.

Pero la invisibilidad es un arma de doble filo. Es también una facultad, un don. De ella se servirá Garabombo en sus acciones para organizar la rebelión. Roland Forgues apunta un elemento de coherencia intertextual que conecta este hecho con el importantísimo cerco de Redoble por Rancas: situación análoga [...] estaba en base al crecimiento del Cerco de alambre [...] Pero contrariamente a lo que sucedía en Redoble por Rancas donde el fenómeno [la invisibilidad del Cerco] provocaba una verdadera calamidad en el pueblo, en Garabombo, el invisible se convierte en una inesperada arma de combate contra las autoridades14.

En realidad, podría decirse que la invisibilidad de Garabombo es la exteriorización de la arribada de Fermín Espinoza Borja a la toma de la conciencia de lucha. Así lo proclama el propio personaje cuando el narrador, a través del estilo indirecto libre, nombra con palabras los pensamientos de aquél:

¡Antaño había sido transparente para las autoridades, hoy sería invisible para todos los hombres! Blindado por su armadura de cristal cruzaría hitos vedados, penetraría a caseríos resguardados, convencería a los tímidos, seduciría a los prudentes. El error de su ignorancia sería el arma de su lucidez. Chinche lo había creído invisible durante años. ¿Por qué no aceptaría una transparencia capaz de aniquilar todas las prohibiciones? ¡Esa fuerza remontaría el desaliento! ¡Sería invisible! Él mismo difundiría la soberbia impostura. ¡Sería invisible para todos los hacendados y vigilantes del mundo, y transparente, inaprensible, intocable, invulnerable, prepararía una magna sublevación! ¿Qué comunero no secundaría a un hombre que jamás sería capturado? ¿Qué peligro corrían con un ser que a voluntad se disolvía?


(24, 191) (cursiva en el original).                


Conviene reparar especialmente en una frase del fragmento anterior: El error de su ignorancia sería el arma de su lucidez (24, 191). Sabidas son las consecuencias anfibológicas a que no pocas veces conduce la lectura de los posesivos. En el caso de la frase reescrita conviene preguntarse: ¿ignorancia de quién?, ¿lucidez de quién? No dos, sino tres son las posibles respuestas.

La primera de ellas quizá sea la que se acerca de manera más inmediata tras la lectura, y es, desde luego, sostenible: «El error de la ignorancia de las autoridades sería el arma de la lucidez de Garabombo». Está plenamente acorde con cuanto se ha argumentado más arriba: dado que las autoridades ignoran las reclamaciones que presenta Garabombo, en cuanto que es un marginado, éste se halla en situación de urdir la futura subversión del orden establecido, amparado como lo está en la evidente ignorancia de las autoridades. Por otro lado, también está acorde esta interpretación con la línea temática que desarrolla la historia de Garabombo en la novela. Gramaticalmente se justifica desde el momento en que el posesivo, en cuanto deíctico, recupera un elemento ya nombrado (analepsis): el posesivo en «su ignorancia» actualiza a «las autoridades» y en «su lucidez» a «Garabombo».

La segunda interpretación sería aquella a la que más vivamente conduce el deslumbramiento de la paradoja contenida en los elementos antitéticos, «ignorancia» y «lucidez». La sustentación gramatical se halla esta vez en un vocablo aún no nombrado, «Chinche», a él aluden los posesivos anticipándolo (prolepsis). La lectura de la frase sería ésta: «El error de la ignorancia de Chinche sería el arma de su lucidez [de Chinche]». La explicación, también la justificación, es nombrada por el propio narrador después de escribir la frase objeto de estos comentarios:

Chinche lo había creído invisible durante años. ¿Por qué no aceptaría una transparencia capaz de aniquilar todas las prohibiciones? ¡Esa fuerza remontaría el desaliento!


(24, 191)                


Aún hay una tercera posibilidad de interpretación, quizá la más preferible, también la más compleja. Es aquella en la que aparecen los tres elementos en liza, «autoridades», «Garabombo» y «Chinche»; también los dos procesos deícticos de los posesivos. Se recupera «autoridades», mediante reactualización por analepsis en «su ignorancia». Mientras, «su lucidez» alude, anticipa a «Chinche», anunciado en situación de prolepsis. Garabombo queda significado, incorporado al proceso, por dos motivos. Por un lado, las palabras, los pensamientos expresados, son suyos, si bien aparecen escritos por el narrador a través del estilo indirecto libre. Por otro, Garabombo forma parte de la hacienda Chinche. La frase que tomaría en cuenta los tres términos y ambos procesos sería la siguiente: «El error de la ignorancia de las autoridades sería el arma de la lucidez de Chinche». Pero, ¿cuál es esa «ignorancia» que a la vez es «lucidez»?, la invisibilidad de Garabombo. Un esquema servirá para organizar esta tercera posibilidad de interpretación:

La ignorancia Es un error
(de las autoridades) (para las autoridades)
Garabombo es invisible
La lucidez Es un arma
(de Chinche) (para Chinche)

Garabombo, así, será capaz de incitar a Chinche a la rebelión. Y logra convertir en arma cuanto en un principio no era sino el único vínculo entre las autoridades y los marginados: la ignorancia, la indiferencia ante los derechos civiles. Cuanta demanda de justicia reclaman los desposeídos es inaudible, es invisible. Los oídos y los ojos de los principales apuntan hacia otro lado: la pervivencia de sus sistemas de explotación. Este estado de cosas, esta situación, es vivida por Garabombo bajo el sortilegio de un hecho insólito, habitará en los desiertos de la invisibilidad más real. Pero, lejos de quedar inmerso en el estupor o en la parálisis, lejos de verse sumido en la vorágine del mito aniquilador, será capaz de utilizar la insólita situación con que el mito le ha investido. Anunciará cuál es la única forma de salir del mito que atrapa no sólo a él, sino también a la comunidad. Su asombrosa lucidez le hará capaz de pronunciar a la comunidad, a los marginados, las palabras más proféticas y verdaderas: «El día que ustedes sean valientes me curaré. ¡El día que comande la caballería comunera!» (29, 227)15.




La utilización del mito

La función del mito en la ficción y, especialmente, su consecuente coherencia novelesca interesan al discurso de este trabajo. Manuel Scorza explicaba a Albert Bensoussan, en entrevista para la revista bonaerense Crisis: «Jamás utilicé el mito arbitrariamente. Sin caer en una servidumbre realista obsoleta partí de proposiciones reales [...] y lo importante no es lo que le ocurre [a Garabombo] cuando es invisible sino cuando deja de serlo. Y al final el lector conoce la causa de su "enfermedad" tan bien como él»16.

A Antón Amargo, para la revista madrileña Ínsula, le decía: «El mito es una respuesta a las atrocidades de la realidad [...] Para existir espiritualmente, los salvados del naufragio precolombino -cemento humano de la futura América Latina- necesitan refutar esa historia: necesitan anular esa visión "insoportable". La única manera de crear "otra" historia es el mito que sirve para enfrentarse con el insoportable horror de la realidad, funciona como una arma destinada a forjar un pasado que no puede estar en el pasado, sino en el futuro»17.

Y en conversación con José Guerrero Martín, para el periódico barcelonés La Vanguardia: «El mito es en la sociedad peruana, por lo menos como yo lo planteo en mis libros, la respuesta a la locura colectiva [...] Esos hombres [los conquistadores] proponen una historia en la cual no hay sitio para los vencidos [...] Pero ningún ser puede existir fuera del tiempo. Entonces, estas sociedades entran en un trance de locura [...] al no poder existir en la historia, se inventa otra historia»18.

El mito, pues, es una respuesta a la negación rotunda de las instancias del poder, es un recurso ante la negación. Ante los poderosos, el único argumento que da sentido a la existencia de los desposeídos es el meramente productivo. Cuando llega la hora de las reclamaciones, cuando llega la hora de la demanda de justicia, los desposeídos dejan de existir, carecen de derechos, carecen, también, de historia. ¿Por qué no desposeerlos, también, de corporeidad, de entidad física? ¿Por qué no hacerlos invisibles? Se trata, en definitiva, de llevar la realidad a su más tenso extremo, aquél en el cual la realidad -sin dejar de ser real- se hace desconcertante, tan desconcertante que empieza a pisar el terreno del mito. Manuel Scorza se lo decía a Modesta Suárez en una entrevista realizada en París, en mayo de 1983: «Entonces yo los transformé [a los personajes] en mito porque era la necesidad literaria que yo experimentaba en ese instante. Era para expresarlo mejor. Yo he inventado una parte de los mitos porque para mí el mito era simplemente una exageración de la realidad»19.

Pero según había afirmado en una entrevista con Josep Sarret en 1978, Garabombo ya no es un ser mítico, es un ser que utiliza el mito20. Podrá comprobarse con meridiana claridad a través de la lectura detenida del capítulo 12. Contiene una secuencia narrativa en la que, sin duda alguna, se esconde el último y más profundo sentido de la novela. Fermín Espinoza Borja y Bernardo Bustillos preguntan a la coca. Doce vecinos de la comunidad, algunos de ellos ancianos, están presos y pesa sobre una gravísima acusación: atentar contra la vida de su patrón [...] están presos por intento de homicidio (12, 82). Garabombo y Bustillos reciben esa noticia de labios de uno de los investigadores del presidio, a la puerta de la cárcel. En la misma conversación se les dice que dejarán en libertad a los vecinos cuando los verdaderos agitadores, Garabombo y Bustillos, sean capturados (12, 82). La pregunta que dirigen a la coca es ésta: «¡Mamá coca, mamacita hoja, respóndenos! ¿Nos debemos presentar? Sufrimos por nuestras familias, sufrimos por los detenidos. ¡Avísanos! ¿Debemos presentarnos? ¿Saldremos de la cárcel? ¿Volveremos? ¿Nos irá bien? ¿Nos irá mal?» (12, 83).

La coca responde en un inacabable titubeo: A ratos amarga, a ratos dulce (12, 83). Bustillos llora: «¿Qué será de mis hijos? Yo tengo siete bocas que mantener. Garabombo, ¿no nos habremos equivocado? Quizá nuestro destino es ser esclavos» (12, 83).

Garabombo contesta:

-Si tenemos miedo siempre seremos esclavos, Bernardo. [...]

-Por primera vez, Chinche resiste, Bernardo. Hay doce hombres que no se tuercen. ¿Cómo no aguantaremos nosotros?


(12, 84)                


Garabombo muestra con sus palabras el exacto paso del que tanto habla y tan enconadamente persigue Manuel Scorza: el paso de la conciencia mítica a la conciencia de lucha. Por encima de la titubeante respuesta que ofrece la coca, Garabombo vive la respuesta de una doble evidencia: la cobardía lleva a la esclavitud y hay hombres, compañeros en la injusticia, que sufren con entereza. Deciden entregarse para liberar, así, a sus vecinos21.

Esta secuencia, central no ya en la novela, sino en todo el ciclo, precede inmediatamente a otra en la que se narra el justo momento en que Garabombo decide aprovechar su invisibilidad para la lucha. Es de noche. Se halla en el cementerio. Momentos antes (hechos narrados en el capítulo 10, 60-65), Fermín Espinoza, tras su segunda vuelta de la cárcel, ha recibido recado de que los Yernos de Gastón Malpartida le ofrecen el puesto de primer caporal de la hacienda. Garabombo está ante la tumba de Florentino Espinoza, el capillero. Habla a la tumba: «Don Florentino [...], Manzanedo ha venido a proponerme el puesto de Primer Caporal ¿Qué hago?» (12, 84).

La pregunta no hace referencia a si debe o no aceptar: en el capítulo 10 ya ha contestado lacónica y tajantemente:

-No, gracias, don Sixto [Manzanedo, el primer caporal y enviado de los Yernos]. [...]

-No, gracias.

-No seas tonto Fermín -se animó Manzanedo-. Nadie se acuerda de los reclamos. ¡Mira por ti! ¿Quién se acordó de ti en tu ausencia? ¿Alguien te llevó pan a la cárcel?

Garabombo no contestó.

-Ya no hay rebeldes en Chinche, Garabombo. De la cárcel todos salen mansos.

-Buenas noches, don Sixto.


(10, 63-64)                


La pregunta que formula ante la tumba no es otra que ésta: ¿cómo continuar la lucha? Desdice abiertamente la última frase que pronunció Sixto Manzanedo: De la cárcel todos salen mansos (10, 64).

Garabombo ha vuelto de la cárcel curado, así se lo dijo a Juan Lovatón: En la prisión me curé de mi enfermedad (5, 33). Pero no sólo eso, también ha vuelto enardecido y habiendo alejado de sí cualquier rastro de candidez, habiendo dejado atrás toda inocencia: «Yo nunca he tenido mejor escuela que la cárcel. Oyendo las discusiones de los políticos se aprende, don Juan. ¡Ya no soy invisible!» (5, 33).

La pregunta, realizada en un plano mítico, ante la tumba de su amigo muerto, obtendrá una respuesta también en ese mismo plano. Antes, retazos de los recuerdos de Garabombo en apretada sucesión: «En un remolino recuperó los rostros enteverados por los años: los viejos sentados en la orilla del crepúsculo, las olas furiosas que eternamente castigan la prisión de la isla [el Frontón], el desprecio de los guardias republicanos, los apristas y los comunistas enzarzados en interminables discusiones» (12, 84-85).

Después, un insólito espectáculo, un hecho fantástico: «Y de pronto lo cegó la luz. ¡Una luz que anulaba la pedrería del cielo, casi lo derribó! Un relámpago engordado por miles de relámpagos destituyó a la noche, instaló un mediodía casi insoportable» (12, 85)22.

Garabombo ha recibido una respuesta:

-¡He comprendido, don Florentino [Espinoza, el capillero]! ¡Por fin he comprendido!

Con la cara enjalbegada por la exaltación recorrió las tumbas gritando:

-¡Ahora sí seré invisible!

Se impregnaba de un poder que derrotaba al viento, a las montañas, a las estrellas.

-¡Nadie me verá! Cruzaré los pueblos, entraré a las casas, caminaré en los pasadizos. ¡Nadie me distinguirá! En vano colocarán vigilantes. Ni puestos de control ni compadres ni espías les valdrán. ¡Soy de cristal! ¡Soy invisible, don Florentino! ¡Soy de aire! ¡Pura sombra! ¡Nunca me capturarán! ¡Soy humo!


(12, 85)                


Garabombo ha recibido una respuesta. Pero el lector debe interpretarla correctamente. Garabombo formula una pregunta ante un interlocutor, la tumba de Florentino Espinoza, que es incapaz de responder desde un plano real. Tal pregunta no es retórica bajo ninguna perspectiva y está mucho más allá de ser mero transporte dramático en medio de un escenario propicio a dramatismos teatrales. La pregunta exterioriza el exacto lugar en que se halla el protagonista, una encrucijada. El tiempo que ha estado en la cárcel le ha hecho aprender lo que antes no sabía, los derechos. Retornado a la comunidad, las puertas de la hacienda se le abren con una oferta sustanciosa, ser Primer Caporal23. La invisibilidad es la «enfermedad» causada no por el desconocimiento de los derechos, sino por la formulación de las quejas. Aquello que es un «mal», ¿podrá convertirse en un arma? Ahora, sólo ahora, puede percibirse el real sentido de la carcajada con que se cierra este magnífico capítulo 12 de la novela: «Sintió que se disolvía. Y se rió con una carcajada tan formidable que los animales interrumpieron sus amores, sus trabajos, sus fatigas» (12, 85).

Garabombo decide emplear su invisibilidad, utilizarla. Se adueñará del mito para actuar sobre la realidad. La metáfora de la invisibilidad de Garabombo deshace las ataduras que la ligan al ámbito en que nace, los oídos sordos de los principales, la negación, la mentira. La metáfora de la invisibilidad se proyecta, invadiéndola, la realidad de los acontecimientos futuros.

Las palabras de Manuel Scorza fueron claramente expresivas en la entrevista realizada por Joaquín Soler Serrano para el programa televisivo A fondo: «Y en la novela yo invierto el mito y él [Garabombo] utiliza el mito y, luego, como hombre invisible, se convierte en revolucionario invisible y, por lo tanto, en el hombre que desencadena la gran invasión final de tierras»24.

Quienes carecen de derechos, los desposeídos, los que siempre callan, los que no existen, porque no son visibles a los ojos de los poderosos. Abandonan los cauces legales de reclamación y se preparan para un combate que va más allá de la mera exigencia de que sean reconocidos sus derechos. Si el exacto punto de arranque es la toma de conciencia, el combate no sólo pretende reclamar justicia, no sólo pretende reclamar una justa redistribución de la tierra; persigue, sobre todo, la reivindicación de una cultura que no sólo ha sido expoliada, sino también ignorada, anulada en el silencio. Bajo esta perspectiva, el título que preside el ciclo novelesco, La guerra silenciosa, se hace doblemente elocuente. Las revueltas campesinas de los Andes centrales a principios de los sesenta no sólo son calladas porque han sido silenciadas en los medios de información; lo son, sobre todo, porque reivindican los derechos de quienes no los tienen ni los han tenido desde hace siglos25. Por otro lado, el nombre del ciclo bien podría haber sido, en justa correspondencia con cuanto va dicho: La guerra invisible.




La invisibilidad del Niño Remigio

La causa de la invisibilidad del Niño Remigio, de la transformación de su apariencia externa, se halla, también, en la formulación de la queja. El vehículo de la expresión de las demandas es el lenguaje escrito. La perspectiva que, en este sentido, aporta Jorge Yviricu es muy interesante puesto que dice que el Niño Remigio es el único escritor, fuera del autor mismo, que aparece como tal en toda la obra. La producción literaria del Niño Remigio se limita a algunas cartas y anónimos, pero deja establecida su condición importantísima de cronista local, función que comparte con el mismo Scorza, quien escribe sobre sí mismo [en la «Noticia» que abre Redoble por Rancas (12)]: «Más que un novelista el autor es un testigo». Los escritos de Remigio, aunque de tono francamente humorístico, resultan ser la crónica de la rapacidad militar, de la corrupción administrativa y social imperantes en el distrito26.

Las cartas que escribe están diseminadas por toda la novela. En el capítulo 7 se trata de un informe dirigido al Subprefecto de Yanahuanca; en el 9 aparecen dos cartas dirigidas al sargento Cabrera; en el 15 se dirige a Pepita Montenegro, la esposa del juez, a quien denomina alcaldesa de Yanahuanca; en el 17 se muestran varias cartas que se refieren al sargento Astocuri27.

De todos modos, los demenciales discursos escritos del Niño Remigio hallan su momento culminante fuera del papel de sus misivas. Así, el narrador, emocionado, habla de la valentía de Remigio y del poder de sus palabras:

Pero ¡cuántas veces también la boca de ese disminuido, de ese muñeco que el mismo Nictálope nombró para la muerte28, expresó la lava de sus corazones la cólera de sus pechos acumulados de pánico! En la medianoche del miedo sólo Remigio, el irresponsable; Remigio, el bellaco; Remigio, el sin pelos en la lengua, había cruzado, soberbiamente solitario, la frontera del coraje.


(19, 135)                


En el mismo capítulo 19 el lector es testigo de la insolencia con que Remigio se dirige de viva voz a doña Enriqueta, esposa del Subprefecto Valerio. Duda de la paternidad del embarazo y bromea sobre la edad de la futura madre. Puede decirse que de aquí parte el plan urdido por la máxima autoridad, el juez Montenegro, para acabar con las molestias que a los principales ocasiona el Niño Remigio. La estratagema consiste en darle reconocimiento público, proclamarlo cabeza intelectual del pueblo, aceptarlo dentro del círculo social.

-¡Remigio es un disminuido! Es un jorobado moral y material. Y su joroba está rellena de vanidad enfermiza. Por mí que le den bocado, pero se acerca la campaña electoral. ¿Para qué vamos a perder tiempo? No tomen las cosas a lo trágico. Yo creo que si fingimos que le hacemos caso, el enano se calmará y de paso nos divertiremos. Remigio quiere que le hagamos caso. ¡Hagámosle caso!


(19, 130)                


Los vecinos tendrán a partir de entonces un cambio radical en la percepción de la figura de Remigio, quien también vivirá el espejismo de sus vecinos.

Garabombo, al día siguiente de su llegada a Yanahuanca después de su salida de presidio, se encuentra con el Niño Remigio en la Plaza de Armas. Es significativo este encuentro, tiene lugar inmediatamente después de la conversación de Garabombo con Juan Lovatón, el presidente de la comunidad, tiene lugar después de la contemplación de

los títulos expedidos en favor del común de Yanahuanca por la Real Audiencia de Tarma, en 1711.


(5, 36)                


La conversación entre el invisible y el lisiado provee al lector de dos elementos fundamentales. Por un lado, el Niño Remigio señala la causa de la invisibilidad de Garabombo. Ya se ha hablado de este hecho un poco más arriba, por qué no reescribir aquí mismo las palabras del Niño Remigio: «Y si me compras caramelos le contaré a mi compadre [se refiere al Presidente de la República] que te han obligado a volverte invisible» (6, 42).

Además, el Niño Remigio habla de su intención de denunciar por escrito las injusticias: «Punto por punto le contaré a mi compadre [el Presidente de la República] todos los abusos: las expulsiones, los decomisos, los robos, la manoseadera, los fusilicos. ¡Punto por punto!» (6, 42).

A renglón seguido, es el narrador quien ahora expone con detalle la vasta y enconada actividad de denuncia:

Escribiendo a las autoridades Remigio gastaba la mitad de su tiempo; la otra la desperdiciaba cireando a la Niña Consuelo [...] Cansado de escribir a las autoridades locales, desde hacía unos meses Remigio escribía, directamente, a las más elevadas jerarquías. Hubo tiempo en que aprovechando la noche deslizaba sus cartas debajo de las puertas: absurdos escritos que causaban sin embargo problemas porque Remigio repetía conversaciones, revelaba secretos y difundía lo que muchos hubieran preferido ocultar. Pero desde la llegada del nuevo Jefe de Línea que aconsejó romper sin abrir las cartas del enano, Yanahuanca había recuperado la tranquilidad y Remigio la exasperación. Ahora escribía a las más altas autoridades.


(6, 42-43)                


Ha de repararse no en el hecho de la incomodidad que suponen para las autoridades las cartas de Remigio, sino en el modo con que alejan de sí sus palabras escritas. Nótese que el recurso es la negación a la lectura, romper las misivas apartando de sí los mensajes que contienen. Podrá suponerse, claro, que la condición del autor -su estado de postración física, su estado de marginación social absoluta- son razones más que de peso para desatender sus alucinaciones, sus insolencias, las molestias que provoca su demencial discurso. Pero estos argumentos, que quizá algún lector no avisado ha tenido en consideración, son exactamente los mismos que esgrime el juez Montenegro cuando propone iniciar la estratagema que llevará a Remigio a su desolado final: ¡Remigio es un disminuido! Es un jorobado moral y material (19, 130). Así pues, no le conviene al lector suponer que las condiciones morales y materiales de Remigio son las causas por las que los principales desoyen las voces de denuncia contenidas en sus cartas.

El Niño Remigio, al igual que Garabombo, es, fundamentalmente, un marginado social, un individuo sin derechos. Vecino de Yanahuanca, se desconoce su ascendencia; pero hay un elemento que merece la pena ser resaltado: no es indio. Al igual que Juan Lovatón (presidente de la comunidad y boticario de la farmacia La Salud), al igual que Remigio Sánchez (personero de Chinche, criollo y casado con una chinchina), al igual que don Crisanto (el hornero de La Estrella, la única panadería de Yanahuanca), al igual que Conversión Solidoro (propietario de la tienda de comestibles donde tiene lugar la conversación con El Ojo en la cual se le encomienda a éste el asesinato de Garabombo), Remigio no es indio, es mestizo y vecino de Yanahuanca. De esta manera, sobre él, desde el punto de vista de los principales, no pesa una relación étnica, sino de clase. La palabra antepuesta a su nombre, Niño, no es en modo alguno una casualidad; es, desde luego, absolutamente evocadora. Se trata de una designación genérica de respeto con que los indios se dirigen a quienes no lo son. Más que una designación de etapa evolutiva de la persona (niño en contraposición de joven o de adulto), expresa una diferencia étnica. Únicamente los indios le nombran Niño Remigio, los vecinos de Yanahuanca le designan con su nombre de pila29.

El hecho de que Remigio no sea indio, que sea, en definitiva, un vecino más de Yanahuanca, explica bien a las claras que las autoridades no decidan abiertamente apresarlo y encarcelarlo30. Explica que se tomen la molestia de darle una lección inolvidable y que pongan en ella todo su empeño. Algo así como esto: el problema que representa el Niño Remigio no puede ser solventado del mismo modo como se tratan los problemas con los indios, el incomodo que supone el lisiado merece un tratamiento correctivo diferente, un tratamiento correctivo especial, puesto que no es indio.




Garabombo y el Niño Remigio, personajes paralelos

No sólo la invisibilidad vincula, equiparándolos, a Garabombo y al Niño Remigio. Según se verá, el proceso que sigue el Niño Remigio hasta su dramática muerte guarda una estrecha relación con la heroica figura de Garabombo. El Niño Remigio también puede ser considerado, hasta momentos antes de su desgarradora caída, como un personaje paródico en constante contrapunto carnavalesco frente al héroe cuyo nombre aparece en el título de la novela.

Los elementos novelescos en concomitancia sobre los que conviene fijar la atención son tres:

Garabombo, el invisible Niño Remigio, El Hermoso
privación de libertad el Frontón, Lima calabozo de Yanahuanca
itinerario hacia Lima viaje real, viaje imaginario,
búsqueda de un abogado, peligros del viaje
gestiones,
encarcelamiento
27 de noviembre [de 1961] recuperación de tierras boda con la Niña Consuelo



El encarcelamiento del Niño Remigio

Ya se ha hablado del papel que representa la cárcel para el futuro de Garabombo. Allí toma conciencia del real sentido de su invisibilidad: «En la prisión me curé de mi enfermedad. Yo nunca he tenido mejor escuela que la cárcel. Oyendo las discusiones de los políticos se aprende» (5, 33). Más adelante: «recordó las lentas palabras del Mocho, el troskista que en el Frontón le develó la causa de su enfermedad» (6, 45).

El Niño Remigio también ingresa en la cárcel; pero no en la de Lima, sino en el calabozo de Yanahuanca. El motivo de su encarcelamiento es, claro, su deslenguada insolencia. En medio de la plaza de Yanahuanca, un domingo a la salida de misa,

despreciando el gentío se acercó [a Ginelda Balarín, la hermosa maestra que traía de cabeza a los principales].

-¡Mamacita, tú eres tan linda que debes orinar agua bendita!


(17, 115)                


Momentos antes, Garabombo le había confiado una carta:

-Los caminos de la provincia están cerrados, Niñito. Nadie camina sin permiso. Ni siquiera se puede cruzar de hacienda en hacienda. Nadie circula. [...]

-¿Conoces a Epifanio Quintana? [...]

-Él dormirá mañana en casa de Amador Cayetano.

-En Ayayo.

-Entrégale este papel.

Debajo del poncho sacó un papel cuadriculado doblado en forma de carta.


(17, 114-115)                


El Niño Remigio no podrá cumplir con el encargo de la entrega de la misiva, ya que, en la misma plaza, tras su intempestivo comentario:

-¡Meta preso a esta cucaracha! -ordenó el sargento Astocuri, furioso. Él también cireaba a la celendina [Ginelda Balarín, la maestra].

-¡Andando piojo!

Nadie protestó. Todo el mundo vivía harto de sus majaderías.


(17, 116)                


Durante su privación de libertad, no vivirá, como sí le ocurrió a Garabombo, ningún cambio, ninguna evolución en su conciencia social. Únicamente se tiene noticia de que compartió el calabozo con un comunero encarcelado por estupro, y que éste, como pago a unas cartas que le escribe, le regala un trompo de vivos colores. El brillo carnavalesco y paródico de estos elementos es notabilísimo en su contraste con los que rodean a Garabombo en el Frontón.

No obstante, indirectamente, de un modo no causal, Garabombo queda asociado a la entrada del Niño Remigio en el calabozo. La causa de la privación de libertad de éste es bien sabida. Pero no hay duda de que es portador de una carta que, a todas luces, le comprometería puesto que le hace formar parte de la clandestinidad. Esa carta en poder del Niño Remigio sobrevuela todo el episodio de su encarcelamiento. Irónicamente, Astocuri acierta al encarcelar al Niño Remigio; irónicamente, el astuto sargento Astocuri apresa al peligroso enlace de los confabulados por una causa que no se corresponde con la que hubiera de ser real e innegable motivo. Le apresa por insolente, por su deslenguada mala educación al dirigirse a la maestra, de quien Astocuri también está enamorado en silencio; no le apresa por llevar escondida una carta que inculpa al Niño Remigio como enlace entre los confabulados.

En el irónico juego de azar por el que el sargento Astocuri encarcela al Niño Remigio por una causa que no se corresponde con la que hubiera de ser legítima interviene el estereotipo indio estúpido versus autoridad inteligente. Esta reflexión ya había sido expresada por Anna-Marie Aldaz31. En Lima, en la misma puerta del presidio donde están recluidos los ancianos de la comunidad por quienes se interesan Garabombo y Bernardo Bustillos, la policía le pregunta al Invisible: ¿Hay muchos comunistas en tu provincia? (12, 82)32. Fermín Espinoza, que sin lugar a dudas conoce el comunismo a través de sus conversaciones con los presos políticos, da a entender que entiende la palabra «comunistas» de manera errónea y contesta con falsa ingenuidad: Papas, camotes, ocas, habas eso crece en nuestra tierra, señor (12, 82). No obstante, más adelante los policías demuestran ser absolutamente ineptos al ofrecer a Garabombo el levantamiento del arresto con la condición de que éste les informe tan pronto como se encuentre con Fermín Espinoza, él mismo.

La conversación del Niño Remigio con Garabombo, previa a la detención de aquél, si bien no influye en su entrada al calabozo, no está puesta al azar en el discurso del relato: vincula a ambos personajes. Ambos se reconocen mutuamente como habitantes en la marginalidad; evidencia muy arraigada en el caso de Fermín Espinoza, en su conciencia, e intensificada por el hecho de que es proscrito y anda huido; e ineludible en el caso de Remigio puesto que (aparte de los razonamientos tan a las claras expresados por el juez Montenegro) su condición social en Yanahuanca no es otra que la de sobrevivir entre los sacos de harina de la panadería junto al Opa Leandro y a Brazo de Santo33.

Garabombo, ya queda dicho, confía en el Niño Remigio, en su capacidad de emisario34, de vehículo de comunicación entre quienes urden, fuera de la ley, sus planes. El Niño Remigio, capaz de cumplir con el encargo, capaz de servir de enlace entre distantes miembros de la comunidad, se equipara con Garabombo, quien, protegido por la invisibilidad, también jugará -más adelante- idéntico papel de comunicación entre los comuneros, conseguir firmas para la destitución del personero de Chinche, Remigio Sánchez.

Pero, dada la inusual fragmentación cronológica en que discurre la novela, el lector ha tenido ocasión, mucho antes de ser informado de la causa por la que el Niño Remigio es encarcelado (capítulo 17), de saber del momento de su salida del calabozo. Tal episodio aparece relatado en el distante capítulo 11.

Hay un elemento contextual que aviva, significándola, la salida de Remigio del calabozo. El capítulo 11, que narra su excarcelación, se halla entre dos capítulos centrales en la novela. Un cuadro sinóptico pondrá de relieve este episodio por su mera relación con los capítulos con los que convive:

Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12
«Ofertas que a su retorno a Chinche gentilmente le hicieron a Garabombo, el invisible» «De cómo el Opa Leandro logró que el Presidente de la República le regalara un trompo» «Peripecias que Garabombo y Bustillos y/o Remigio sufrieron cuando a la Perla del Pacífico en pos de justicia viajaron»
* (En cursiva: el Ojo tiene en el punto de mira de su máuser al jinete). * El Niño Remigio, que camina en dirección a La Estrella, la panadería, murmura «venganza, venganza». * Se intercalan el demencial relato del viaje a Lima en boca del Niño Remigio y los quehaceres de Garabombo y Bustillos en busca de un abogado ante quien denunciar los abusos del reparto de tierras en Puyhuán (reparto relatado en el cap. 8).
* Garabombo llega a Chinche después de su estancia en la cárcel. * Se encuentra con el Opa Leandro que le ofrece un caramelo. * En Chinche, los colonos más ancianos, son denunciados por la guardia civil del robo de las joyas de Santa Bárbara. Son torturados, para que confiesen, y encarcelados.
* Sixto Manzanedo le ofrece, en nombre de los Yernos, el puesto de primer caporal. * Inicia la escritura de una carta dirigida al Presidente de la República general Odría, a quien también denomina Apolinario [el Presidente es, desde 1956, Manuel Prado]. * Garabombo y Bustillos pretende denunciar ante el abogado Basurto el nuevo atropello. Éste, que ha cobrado por adelantado, se desentiende de sus clientes.
* Garabombo, en el cementerio, se arrodilla ante la tumba de Florentino Espinoza, el capillero. * Incluye en la carta, después de hacerse rogar, un pedido del Opa Leandro: un trompo. * Garabombo y Bustillos van a la cárcel a interesarse por los detenidos. Pesa sobre ellos una acusación mayor: «atentar contra la vida de su patrón».
* Remigio entrega al Opa Leandro un «trompo [...] que le había regalado un comunero de Tapuc, encarcelado por estupro, en pago de unas cartas». * Garabombo y Bustillos deciden entregarse. Liberan, así, a los ancianos.
* Remigio informa al Opa Leandro de su reciente viaje a Lima: «¡Viajamos en bote!»

A la salida del calabozo, el Niño Remigio, en explosiva locuacidaz, en vibrante imaginación, mezcla su estancia en la cárcel con el viaje a Lima. Tal asociación tiene verdadero sentido, es absolutamente real, en el caso de Garabombo. En efecto, el viaje a Lima de éste es real en el desarrollo novelesco. Y no sólo eso, es momento previo a su encarcelamiento en el Frontón.




El viaje a Lima del Niño Remigio

El capítulo 12 se inicia con el relato de los preparativos del viaje. Los preparativos son narrados por el Niño Remigio. Su discurso, alucinado y fantástico, aparece entrecomillado en la novela. La funcionalidad novelesca de ese aparente monólogo del Niño Remigio está en que forma parte de la conversación que viene del capítulo anterior y que mantenía con el Opa Leandro y Brazo de Santo. Siguen salpicándose fragmentos del relato de ese viaje fantástico a lo largo de todo el capítulo 12. Conviene, cómo no, tenerlo delante en su totalidad:

«Yo fui el de la idea del bote. La gente viaja a Cerro a caballo. ¡Pobrecitos! Por la nieve van. ¡Tontos! Se exponen a los controles. Yo le dije a Garabombo: "¡Atención con los controles! Tú eres invisible, pero ¿nosotros? Propongo el bote, señores". "¿Qué dice?". "El bote. Construyamos una lancha como La Constitucional". Bajando Uspachaca el río Chaupihuaranga se bifurca. El ramal izquierdo desciende a Huánuco y el derecho sube a la Cordillera Negra. "Nunca supe que los ríos subían. ¿Por qué la gente no los utiliza?". "¿Por qué la gente no vuela? Pues ya lo sabes". "¿Y los animales?". "¿Qué animales?". "Los tigres, los elefantes, los leones". "Yo me encargo". "Tú mandas, Remigio". En secreto construimos el bote. Yo mismo escogí la madera en el bosque de la compañía Huarón. El capillero Espinoza recolectó el dinero y las viudas prepararon los fiambres. En persona supervisé la construcción del Huáscar. Pocos conocen el camino del agua. Ernestito me dijo: "¿Para qué fatigas, Remigio? ¡Flota! Mira cómo viajo tranquilo en el agua". "Ese camino no existe, Remigio". "Mejor, déjalos que crean que no existe"».


(12, 72)                


«Ernestito tenía razón. Ernestito es el pescado que me contó todo. ¡Lindo Ernestito! Pocos conocen el camino. ¡Linda travesía! El río Chaupihuaranga bajó tres días y luego comenzó a subir. Al principio no se nota».


(12, 73)                


«Sólo cuando se miran debajo del agua los pueblos, los tejados, los campanarios, te das cuenta que el río sube. De los [sic] más felices, viajamos. ¡Qué risa! La Guardia Civil helándose en las garitas y nosotros navegando tranquilos, por la selva.

-¿Conoció tigres, don Remigio?

-Los conocí, o viceversa.

-¿Y de qué vivían?

-De carne de tigre o viceversa. ¡Qué risa! Mirando el tamaño de los tigres los chinchinos se asustaron. Pero yo traía armas.

-¿Viajó armado, don Remigio?

-Llevaba cerbatanas o viceversa. Éramos chunchos»35.


(12, 74)                


«Era un tigre de unos treinta metros de largo. Bustillos comenzó a temblar. Pero yo le metí un flechazo ¡Con las justas! Desde ese día comimos carne de tigre.

-¿Es rica, don Remigio?

-Es carne rayada pero alimenta. El león es más suave».


(12, 77)                


«Ventaja del viaje por agua: el calor. Desventaja: distancia. Hay que atravesar Cuzco, Tacna, Jerusalén, Mesopotamia y África. ¡Pero qué vidaza! Pescando, soleándonos, durmiendo mientras la corriente arrastraba la balsa».


(12, 83)                


Llaman la atención la brillantez, la exhuberancia, la riqueza, la explosión de fantasía que habitan en este personaje singular y extraordinario. El Niño Remigio, tocado por el dedo de la magia, iluminado con el don de la palabra más vibrante y encendida, posibilita la presencia de un discurso no ya al otro lado de la lógica, rasgo que desde luego no posibilitaría la extrema brillantez que posee, sino, y ésta es su más perfecta belleza, en el exacto equilibrio con esa otra narración con que discurre todo el capítulo 12. En él conviven, en corrientes paralelas, el relato que el Niño Remigio hace al Opa Leandro y a Brazo de Santo del fantástico viaje a la Perla de Pacífico por río y las gestiones de Fermín Espinoza y Bernardo Bustillos en Lima.

Conviene reparar y detenerse, más allá de la riqueza literaria del discurso del Niño Remigio, en el sentido que guarda con relación a la novela. Ya se dijo más arriba que el relato del Niño Remigio se inscribe en la conversación que mantiene con el Opa Leandro y Brazo de Santo en el capítulo anterior, el 11. Se trata, en definitiva de un fragmento conversacional. Lo llamativo es que esta evidencia lleva a otra absolutamente alarmante, por lo excepcional: los capítulos 11 y 12 son los únicos que quedan encadenados. Tal encadenamiento no implica que los asuntos que tratan sean consecutivos, la fragmentación cronológica de toda la novela lo impide. Tal encadenamiento sólo quiere decir que el final de uno es el justo inicio del siguiente36.

El capítulo 11 acaba con el siguiente diálogo:

-¿Fue difícil el viaje, don Remigio?

-¡Qué va!

-¿Es cierto que para cruzar la pampa de Junín se demora cinco años?

-No fuimos por allá. ¡Viajamos en bote!


(11, 71)                


El capítulo 12 arranca con el monólogo de Remigio: «Yo fui el de la idea del bote. La gente viaja a Cerro a caballo. ¡Pobrecitos! Por la nieve van. ¡Tontos! Se exponen a los controles. Yo le dije a Garabombo...».

(12, 74)                


Conviene reflexionar sobre este hecho único en la novela, sobre la continuidad de dos capítulos consecutivos. Se trata, en definitiva, de analizar el contenido del relato del Niño Remigio y compararlo con las vicisitudes de Fermín Espinoza y Bernardo Bustillos en Lima.

El lector tiene que vérselas con dos planos narrativos. El primero de ellos, el discurso del Niño Remigio, habita en la irrealidad de la fantasía de un personaje singular y extraordinario; el segundo está narrado en tercera persona desde una perspectiva objetiva; el primero se detiene en los preparativos y en el viaje propiamente dichos; el segundo detalla los quehaceres de los personajes una vez llegados a Lima. Así, el relato del Niño Remigio es un a modo de prólogo, un a modo de preámbulo. En él se contienen los preparativos y el viaje; en la narración en tercera persona, las gestiones en Lima.

Tras la confrontación de ambos relatos, quizá los elementos a resaltar del discurso del Niño Remigio sean estos tres: el papel jugado por Florentino Espinoza, las dificultades de la travesía y el miedo que asalta a Bernardo Bustillos. Todos estos elementos encuentran exacto correlato en la narración objetiva en tercera persona. Un sencillo esquema contribuirá a poner de relieve las interrelaciones:

Discurso del Niño Remigio Narración en tercera persona
«[...] El capillero Espinoza recolectó el dinero...» (12, 72). El capillero Florentino Espinoza proporciona a Garabombo y a Bustillos la dirección de su sobrino, Clemente Espinoza, en Lima. Los viajeros disponen, así, de hospedaje en la ciudad y también de un amigo que les ayudará en todo lo que le sea posible.
Dificultades de la travesía:
«Ese camino no existe, Remigio». «Mejor, déjalos que crean que no existe» (12, 72).
En Lima, las gestiones legales no conducen a ningún sitio. El abogado Basurto les abandona habiéndoles cobrado sus honorarios. A la puerta de la prisión tienen noticia de que la pena que pesa sobre los ancianos es mucho más seria de lo que creyeron en un principio. La única salida que les queda es entregarse ellos mismos.
«Era un tigre de unos treinta metros de largo. Bustillos comenzó a temblar» (12, 77). Consultan a la coca:
-¿Qué te dice tu coca, Bernardo? [...]
Le caían las lágrimas.
-¿Qué será de mis hijos? Yo tengo siete bocas que mantener. Garabombo, ¿no nos habremos equivocado? Quizá nuestro destino es ser esclavos (12, 83).

¿Qué es, pues, en esencia, el fulgurante y fantasioso relato del Niño Remigio? ¿Qué elementos aporta al avance novelesco? No hay duda que, frente a la narración objetiva junto a la que discurre paralela, ofrece una inusitada iluminación. Los tres acontecimientos narrados desde ambas perspectivas viven el sortilegio de una doble luz y una doble penumbra. Al igual que un objeto sobre el que proyectaran sus rayos luminosos dos focos de diferentes colores, pero no de distintas intensidades, los acontecimientos presentan ahora dos vertientes con matices cromáticos diversos, pero de relieves y volúmenes idénticos. La narración del Niño Remigio aporta al episodio del viaje a Lima una dimensión vivencial insospechada y vívidamente interior: La presentación de reclamaciones ante las instancias del poder capitalinas son imposibles en su ingenuidad, carecen de sentido, serán incapaces de cobrar resultados.

Por otro lado, el nombre del bote fletado en la imaginación de Remigio para viajar a Lima es «Huáscar», sobrenombre de Túpac Cusi Hualpa.

Tras la muerte de Huayna Cápac, en 1527, sus hijos Huáscar y Atahualpa entablaron un enfrentamiento armado por la sucesión. Atahualpa, según afirma Nathan Wachtel, estaba en el camino de la victoria, pero aún no la había consolidado cuando llegó Pizarro37. La facción de Huáscar se unió a Francisco de Pizarro, quien también consiguió la ayuda de grupos como los cañaris y los huancas. De manera que la victoria española se debe sobre todo a las divisiones políticas que debilitaban a tales imperios, el azteca y el inca. Son los propios indios quienes suministran a Cortés y a Pizarro la masa de sus ejércitos de conquista, que llegan a ser tan numerosos como los ejércitos propiamente indígenas a quienes combaten [...]. En Perú, Pizarro obtuvo ayuda de la fracción legítima en su lucha contra los generales de Atahualpa, y se aprovechó también de la colaboración de tribus que [...] se oponían a la dominación inca38.

El Niño Remigio, en su alucinada lucidez, fleta para el viaje imaginario hacia la reclamación de derechos una embarcación cuyo mero nombre lleva ya marcado el designio del desastre, de la imposible negociación, de la inutilidad de los caminos legales cuando las leyes no son verdaderas. El Niño Remigio pronuncia, en su particular lenguaje, los mismos conceptos que Garabombo y Bustillos oyen de la boca del abogado Basurto cuando éste les recibe en su despacho:

-Todos estos son diplomas de agradecimiento de las comunidades. Es mi recompensa. -Y sonrió-. ¿Cuál es su problema, amigos?

-Nosotros representamos a los colonos de la hacienda Chinche, de la provincia de Yanahuanca, doctor. El dueño quiere expulsar a todas las bocas inútiles. Este año no ha repartido tierra a los viejos, a las mujeres ni a los rebeldes. Padecemos una pesada tiranía. Eternamente corremos tras las vacas, los caballos y los animales sin más sueldo que los golpes. ¡Queremos quejarnos!

-Hacen bien.

-Hemos oído que la ley autoriza expropiar para los indios sin tierra.

-Así es, hijos. ¡Explíquenme la situación!

Enumeraron los atropellos, los castigos, los decomisos [...].

-La Constitución estipula que los indios de las comunidades pueden solicitar, en caso necesario, una expropiación de tierras.

-¿También en Chinche?

-En todo el Perú.

-¿Nosotros también tenemos derecho?

-La ley ampara a todos los peruanos. Si quieren presentaremos un recurso. ¿Quieren?

-Sí, doctor.

Escribió y leyó un recurso magnífico. ¡Qué claro figuraba todo, explicado con fórmulas y palabras desconocidas pero convincentes! En una hora el doctor Basurto se había compenetrado y expresaba el sufrimiento de Chinche como ellos mismos eran incapaces de hacerlo.

-Eso es sólo el comienzo. Luego presentaremos otros recursos. ¿Qué se creen los hacendados? ¿Piensan que todo el Perú es un corral? ¡No, señor! ¡La Ley es la Ley!


(12, 75-76)                


El viaje a Lima, cuyo resultado final es el encarcelamiento de Garabombo y Bustillos, representa el final de las negociaciones por vía legal para la obtención de justicia. Una vez que Garabombo salga del presidio, su conciencia estará ya claramente marcada por una dirección: el combate abierto, la lucha desnuda, el enfrentamiento sin ambages. El Niño Remigio a través de su relato neblinoso, a través de su alucinada narración, ya lo ha anunciado. La perspectiva aportada por el Niño Remigio forma parte de la visión del marginado. El Lisiado es, según se dijo más arriba, un personaje «distinto» al común, como también lo son el Opa Leandro y Brazo de Santo. Y en el mundo andino ser «distinto» (opa, marcado por viruelas o lunares, jorobado, etc.) «se interpreta como poseer una condición fuera de lo común, más cercana de las fuerzas misteriosas del cosmos, mágicas, demoníacas, mesiánicas»39.

El Niño Remigio, poseedor de una condición fuera de lo común, mágica, insospechada, es capaz de nombrar, mediante un lenguaje fabuloso e impensado, cuanto los demás personajes «comunes» sólo podrán entrever después de la experiencia. El Niño Remigio, personaje extraordinario, tocado por el dedo del destino, nombra en su lenguaje sobrenatural lo que depara el futuro, o cuanto se dibuja en el presente distante en el espacio. El personaje es, en este sentido, precursor de otro igualmente fabuloso, doña Añada, la tejedora de ponchos.




El día 27 de noviembre de 1961

La astucia de los comuneros queda largamente significada a través de los diversos episodios de la construcción de la escuela de Chupán:

¡Esa escuela no se inauguraría! Jamás sus constructores habían imaginado su término. Esa escuela era el pretexto inventado por Garabombo para evadir los rigores de un permanente estado de sitio que prohibía las reuniones y asambleas.


(24, 189-190)                


Una prueba más de la habilidosa estrategia de los campesinos es el día acordado para la recuperación de tierras: el día de la boda del Niño Remigio con la Niña Consuelo. Amador Cayetano, el Sonriente, presidente de la comunidad, dice a los confabulados:

-¡La hora ha llegado! El veintisiete de noviembre invadiremos, al mismo tiempo, las haciendas Chinche, Uchumarca y Pacoyán. Los pueblos sabrán la víspera. Nueve campanadas avisarán. A partir de ese momento el común regresará a sus estancias. Nadie saldrá de los pueblos. Nadie circulará por los caminos. Ustedes encerrarán a todos los compadres y amigos de los hacendados. Nadie saldrá de su casa desde que repique la campana. A las doce de la noche otras campanadas darán la señal de marcha. ¿Se puede o no se puede?

-Se puede. [...]

-El veintisiete de noviembre invadiremos. Ese día se casa el chupamedias de Remigio. Hacendados y autoridades se emborracharán. El veintiocho es domingo. El lunes es el Día del Reservista. Las autoridades asistirán a los desfiles. Tendremos cuatro días para organizarnos. Los hacendados sólo podrán corretear el martes.

-Está bien.


(23, 181-182)                


Wilfredo Kapsoli, estudioso de las ciencias sociales, afirma que La modalidad usual de la «invasión» era pacífica. Los comuneros esperaban la noche para introducir su ganado e instalarse en chozas provisionales. En estas chozas casi siempre izaban banderolas nacionales, y allí permanecían en espera de los fallos judiciales. Como estas gestiones requerían dinero, tenían que realizar colectas per capita, lo cual significaba un gasto oneroso para la mayoría de ellos [los comuneros]40.

El plan urdido en la ficción novelesca puede resumirse en las siguientes acciones sucesivas:

Viernes 26 1. Tres de la tarde: cierre de las aldeas
2. Doce de la noche, preparación de la salida: los comuneros, junto con sus ganados, estarán listos en las plazas de las aldeas
Sábado 27 3. Avance nocturno y, al amanecer:
[...] mirarían las alambradas de las haciendas (25, 203)
4. Rotura de las alambradas. Inicio de la recuperación
5. Construcción de chozas y poblados:
Esas casuchas probarían que no los traían la ambición, sino la imprescindible necesidad de vivir (25, 204)

Si el día veintisiete se culmina el plan tramado durante meses por los comuneros, la recuperación de tierras, es también cuando llega a su clímax la estratagema urdida por los principales de Yanahuanca sobre la persona de Remigio. En efecto, su boda, señalada para ese día, es la culminación del taimado engaño para aniquilar al Hermoso.

Conviene detenerse en la extrema soledad que invade al Niño Remigio en el interior de la iglesia, en la larga espera que antecede a la boda que nunca se celebrará. El narrador se detiene con inusitada morosidad en el interior de ese personaje que, sin duda, tanto ama.

La intensidad de la espera es tal que la angustia inunda el período de tiempo que, desde las once y cuarenta y cinco hasta el atardecer, el Niño Remigio está en la iglesia, en absoluta soledad. El modo narrativo en tercera persona es dislocado una y otra vez por el fluir de la conciencia del personaje. Preguntas, dudas, deseos, reflexiones... parten de su interior y perforan el discurso objetivo en tercera persona.

Las imágenes sagradas le reciben en la iglesia afables y felices: La Virgen del Socorro y San Pedro de Yanahuanca sonreían (26, 207). Unos ladridos en la calle, entre los que reconoce a Mengano, uno de sus perros, marcan el inicio de la conmovedora soledad del Niño Remigio. Después, una reflexión fulgurante, que sirve de marco, y también de colofón, a su tragedia: «No existe animal solitario. El peor de los castigos es la exclusión. El animal que ha inventado la risa necesita un eco» (26, 207).

La reflexión, tremenda y desconsoladora, también es un sarcástico insulto a quienes han tramado su desgracia. Ellos no pueden contemplar el triunfo, la supuesta broma, la enormidad del engaño en que ha quedado atrapada su víctima, el objeto de su diversión y de su escarnio.

En seguida, enfrentada a la reflexión anterior, una pregunta: ¿Qué es mejor? ¿La grandeza o la felicidad? (26, 207). La respuesta se interna en el ámbito más anterior y primigenio, la infancia: «La verdadera patria del hombre es su infancia. Cruzando esa frontera ya se es para siempre sublime o canalla» (26, 207).

Probablemente sea Remigio el más indicado para hablar de la inocencia, dónde se halla, cómo se pierde, cómo es posible retornar a ella.

De su vehemente espera pasa ahora al deseo de huir, de alejarse, de volar, convertido en abeja primero, en lluvia, en rocío, en moscardón después, en pájaro luego, en hombre-pájaro:

Comprendió que con sólo desearlo, volaría. ¿Y si se volvía abeja? Si [...] alzaba el vuelo y subía, subía, subía, subía hasta chamuscarse las alas; volverse rocío, descender en lluvia. La tentación del vuelo lo visitó. Nunca sería tan feliz, jamás conocería una hora tan alta. ¿Y si se transformaba en moscardón? Sintió la picadura de las alas que le nacían en la espalda. Mitad pájaro, mitad hombre vaciló. ¿Hombre o pájaro?


(26, 207)                


Pero sus deseos imposibles se rompen cuando cree haber oído el crujido del traje de la novia. Entonces, su empeño se deposita en la voluntad de ser hombre, un hombre común y corriente, un hombre más, ni más ni menos que cuanto se le ha negado, se le está negando: «Se quedaría entre los hombres, viviría la vida de todos los hombres, trabajaría, engendraría, envejecería, moriría como todos los hombres» (26, 207-208).

Es ahora cuando la espera adquiere una dimensión y un ritmo mecánicos, cuando Remigio, probablemente, se ve invadido por la tristeza y la desesperación más demoledoras, más descarnadas. Reza, una vez y otra reza, mecánicamente. Los interminables rezos le llevan hasta el atardecer:

Musitó un padrenuestro [...] rezó un segundo, un tercer padrenuestro [...] Rezó otros tres padrenuestros con los ojos cerrados [...] comenzó con los credos. ¿Cuánto tiempo rezó? Cuando abrió los ojos apenas tembloteaba la luz. Era oscuro ¿oscuro? Era casi el atardecer ¿atardecer?


(26, 208)                


Las imágenes sagradas, ahora, le miran fríamente, le acusan o le desconocen: «Santa Rosa y San Pedro lo miraban inapelables. Se restregó los ojos. ¡Era el atardecer!» (26, 208).

Remigio, traspasado por el presentimiento más temido y doloroso, va hacia la entrada de la iglesia. Allí vivirá, en atropello o acumulación vertiginosa, cuantos deseos ha sentido, de manera tan vehemente, a lo largo de tan dilatada espera:

Avanzó hacia la puerta. Se paró. Era demasiado tarde para volar. Ahora ya no volaría. Rezó, rezó, rezó, con los ojos fijos en la esquina donde todavía esperaba el cortejo. El crepúsculo pintarrajeó su desamparo pero siguió esperando.


(26, 208)                


En el denso fluir de la voz interior de Remigio se entromete, dominándolo todo, la voz del narrador en tercera persona con la noticia más temible. El lector es arrancado del ámbito solitario e interior de la iglesia y conoce cuanto presentía:

En vano. Nadie llegó. Ni la Niña Consuelo [...] ni los Cisneros, ni los Valerio, ni los Solidoro, ni los de los Ríos [...]; ni los guardias civiles [...], ni los panaderos [...] se presentaron.


(26, 208)                


Soledad y tristeza, angustiosas, invaden todos los ámbitos. El lector asiste a la metamorfosis del Niño Remigio. El Hermoso, conmocionado, dislocado por el dolor, se convierte, de nuevo, en el Corcovado. El narrador en tercera persona relata la huida del Niño Remigio bajo una lluvia torrencial.

Las invisibilidades de Garabombo y del Niño Remigio se cruzan el veintisiete de noviembre. Y, según afirma Anna-Marie Aldaz, puede advertirse un efecto de reflejo invertido: Garabombo está curado de su supuesta enfermedad dado que los comuneros han iniciado la movilización y fijan en ellos su atención las fuerzas armadas; mientras, Remigio pierde su reputada apariencia en el momento en que las autoridades dejan de prestarle atención41.

La perspectiva aportada por Anna-Marie Aldaz es acertada. Pero el Niño Remigio no sólo es un personaje que opera como contrapunto de Garabombo, el héroe nombrado en la exacta portada de la novela. El Niño Remigio posee entidad y tratamiento novelescos excepcionales. Puede decirse que comparte con El Invisible la calidad de protagonista. Así, tras la ascensión y posterior caída del Niño Remigio no sólo cabe hablar de moraleja. Se trata, según afirma Anna-Marie Aldaz de las consecuencias que se derivan para el indígena por haber entrado en el mundo de los poderosos y haber confiado en sus amables proposiciones42.

El Niño Remigio arroja una luz insospechada y mágica sobre la novela. Su invisibilidad es una imagen invertida de la de Garabombo, sí. Pero hay más. Se convierte en narrador del insospechado viaje a Lima del protagonista. Comparte con él las consecuencias de quien denuncia sin ambages la injusticia. Y, sobre todo, es el único personaje capaz de mostrar, ya que la padece en su más profundo dolor, la catadura moral de los principales, de quienes detentan el poder. Puede decirse que el Niño Remigio pone al descubierto los más descarnados perfiles de las autoridades, la ociosidad estéril, la imaginación maligna, la animosidad vengativa, el desproporcionado castigo al que se creen con derecho. El Niño Remigio, emocionado y entrañable, rico y luminoso, tierno e imaginativo, pronuncia, desde su inconsolable soledad y derrota, la más tremenda acusación, probablemente la más profunda y descomunal, hacia quienes detentan el poder y lo ejercen sin reparar en cuanto de humano hay en todos y cada uno de los hombres. Acusa a los poderosos del peor de los pecados posibles, la falta de humanidad.

La última carta que escribe el Niño Remigio la dirige a su madre. En su desconsuelo, nombra el dolor de haber nacido, el dolor más hondo que expresar pueda un ser humano:

yo debo tener alguna mamá. ¿O nací del aire? [...] por cariño yo quisiera descubrir su paradero, mamacita [...] Ésta es la hora en que los señores panaderos, acabadas sus paladas, me permitían dormir al costado del horno, calientito, tibiecito, como cuando tenía mi pierna derecha todavía en su dentro, madrecita [...] si en verdad fueras mi mamá no me hubieras hecho cojito [...] cuando sienta en su barriga a un jorobadito, tome algo para vomitar.


(27, 217-218)                





La muerte de Garabombo

El lector es testigo de que la muerte de Garabombo se fragua al poco de iniciada la novela. El lector no puede contar, así, con la tranquilizadora seguridad en que viven los compañeros del invisible. Éstos, sabedores del mágico poder con que está investido el héroe, le suponen invencible o, cuando menos, invulnerable a las armas de las tropas de asalto. Pero el lector asiste en el capítulo 5, en la página 34 de la novela a los preparativos del asesinato de Fermín Espinoza Borja. En efecto, en esa página se inicia una narración señalada en cursiva que recorre toda la novela.

El modo narrativo es la tercera persona y conviven en el relato dos tiempos distantes entre sí. Por un lado, las conversaciones del asesino a sueldo con quienes alquilan sus servicios y con sus intermediarios; por otro, los instantes previos al disparo que derribará a Garabombo del caballo.

En el capítulo 5, en la página 34, según ya se ha dicho, se inicia el relato en cursiva. Se entromete en la narración novelesca de un modo tajante, abrupto. La conversación entre Garabombo y Juan Lovatón es interrumpida por la que mantienen Solidoro (tendero de Yanahuanca), el Bigotudo (yerno de Gastón Malpartida) y el Ojo.

Como ya hizo notar Anna-Marie Aldaz, el sobrenombre del asesino a sueldo es muy adecuado43. El mote hace referencia a su habilidad como tirador, experimentado hombre de armas, diestro en el manejo del punto de mira, certero con el blanco. Pero también hace irónica referencia al hecho de que Garabombo ya no es invisible. Se trata, en definitiva, de un vivísimo contraste con el justo arranque de la novela: Garabombo avanza transparente entre las tropas de asalto que protegen la 21.ª Comandancia en la plaza de Armas; invisible, entra en el edificio y se apodera de los planes secretos de la Operación Desalojo.

La diseminación e intermitencia del relato en cursiva son tales que puede decirse que llega a suponer una especie de telón de fondo que enmarca la totalidad de la novela. Merecerá la pena transcribir aquí mismo todo el relato.

-Cada vez que pienso en ese cholo me lleva la puta madre.

-Yo conozco a alguien que puede aliviarnos de ese dolor de muelas, jefecito.

El Bigotudo se le quedó mirando.

-Ustedes son puras bocas.

El jinete cumplió doscientos años. El Ojo le admiró la facha.

-Palabrita, patrón.

Se chupaba una hilacha de carne.

-¡So! -gritó el jinete.

El Bigotudo se palpó la quijada. La noche de la barba exaltaba el acero azul de los ojos.

-¡Puras babas, Solidoro! Aquí ya no hay hombres. ¡Amador sí que era hombre! ¡Pocas palabras!

-Por eso se lo cargaron, patrón.

-Yo de usted he oído hablar mucho.

El Ojo miraba envejecer la espuma de la cerveza.

-Mis patrones dicen flores de usted.

El Ojo medía la espuma agonizante.

-¡Bellezas hablan!

El Ojo se acorazaba en un silencio puercoespín.

-A mi patrón le revolotea una mosca. El otro día me dijo: «Oye, Solidoro, yo no soporto esa mosca. ¿Tú no conoces a alguien que pueda aliviarme?».

El Ojo destapó una nueva cerveza y una risita seca.

-¿Cuántos años tendrá esa mosca?

-Unos treinta años.

-¿De dónde nacen esos rencores?

-El hombre le anda organizando unas invasiones de tierras a mi patrón.


(5, 34-35)                


-Ah...

-Lo trae curvo.

-Esas venganzas cuestan.

-¿Y como cuánto?

-Unos cinco mil, seis mil soles.

-Y mi comisioncita...

-Algo habría.

-Así es, jefe. Cuando llueve todos se mojan...

-Otra cosa no más pide el caballero.

-Como no sea mi mujer.

-Je, je, je...

-Una pruebita.


(5, 38-39)                


El Ojo se encrespó.

-Prueba ¿de qué?

El retaco tartamudeó:

-Yo sé que usted es casi milagrero. Usted le da a una mosca a quinientos metros, pero mi patrón...

Sonrió nervioso.

-¿Qué mierda quieres?

-Ya sabe usted cómo son los patrones. Yo sólo soy un rabo.

-Hablador es lo que eres.

-No se enoje, jefecito. Mandado vengo.

Le alcanzó la botella. El Ojo se reconfortó.

-¿Ves ese perro?

Un perro negro, cochambroso, saltaba sobre las rocas pardas.

El Ojo levantó el fusil. El perro explosionó.

-¡Virgen María!

-¿Te acuerdas que te dije que te ganarías una comisioncita?

-Sí, jefe.

-Pues ahora, te vas a la mierda.

-Sí, jefe.

-Te me vas al carajo.

-Como usted mande, jefe.


(6, 41-42)                


El viento era tan fuerte que el Ojo cambió de posición. No quería hacerlo sufrir. Quería llevárselo de encuentro, con el primer cartucho.


(8, 55)                


En la mira del fusil máuser el jinete envejecía vertiginosamente. Agazapado entre las rocas el Ojo consideró la bajada. Paso a paso el jinete descendía: se perdió detrás de las rocas: tenía treinta y cinco años. Salió del roquedal: cumplió cuarenta y cinco. En la orilla del puente se detuvo: cumplió cincuenta y cinco. Era una pasarela estrecha. El Chaupihuaranga rugía amargo, chocolate: cumplió sesenta y cinco. Se rascó el pómulo: cumplió setenta y cinco. Cuidando que el caballo no se espantara avanzó: cumplió ochenta y cinco. En la línea de mira el Ojo casi se compadeció. [...]

Cumplió ciento cinco años.


(10, 60)                


[...] cumplió ciento treinta años.

[...]-Ciento cuarenta años: estaba condenado.


(23, 182)                


El jinete envejecía vertiginosamente.


(25, 203)                


El jinete ya era anciano.


(27, 219)                


-¡Pero tú vas a la segura!

-¡Es concejal electo, jefecito!

El Bigotudo se afiló los mostachos.

-¿Qué tal si el alcalde?

-Por un alcalde, diez mil, patrón.

El Bigotudo suspiró.

-Pero me sacas ese pique, pronto.

-A un venado corriendo le doy, patrón.

-Bueno, aquí tienes mil. El resto cuando cumplas.


(30, 236)                


El Ojo apretó el gatillo. Y algo así como ochocientos viernes después del mediodía en que volvió de su servicio militar, lo alcanzó la bala. Estupefacto, con la estupefacción final, Garabombo abrió la boca, pero no gritó: los vertiginosos cerros, el río abalanzándose, el traje floreado fueron lo último que miró. Se chorreó del caballo. Huracán sintió que las manos dimitían y se detuvo. Pareció, un instante, que el jinete incrustado en los estribos se inclinaba para recoger del río, quince metros más abajo, una imposible flor; luego se tronchó. Mientras se desfondaba alcanzó a ver los tablones podridos que gritaban la incuria de los tenientes-gobernadores, la hora en que conoció a su mujer, los ojos ajustados del difunto Eusebio Cuéllar, los murciélagos de Jupaycanán, los movilizables bajo el sol, el vendedor de pan alejándose, Bustillos reclamando, la lata de orines del dormitorio de la cárcel, los viejos sin tierra sentados en el crepúsculo, los ojos azules de don Gastón Malpartida, las banderas de la comunidad ingresando altaneras en la hacienda Chinche, la tercera escuela de Chupán incendiándose, y el pie que se le quedaba, por un segundo, en el estribo, antes de escurrirse hacia la noche. No oyó el segundo disparo, ni supo jamás que, a la hora del desastre, Huracán, en otro tiempo injustamente llamado Mañoso, se quedó quieto, con las orejas alzadas y se portó noblemente, como corresponde a un caballo que ya valía, por lo menos, cinco mil soles.


(35, 276-277)                


El lector asiste, a lo largo de toda la novela, a las conversaciones y los preparativos que conducirán al asesinato de Garabombo. El Ojo ajusta con precisión el blanco en el punto de mira.




La fragmentación temporal, la hora del combate y la plural agonía de hombres y caballos

La fragmentación temporal que se opera en Garabombo, el invisible es, según afirma Anna-Marie Aldaz, la más compleja de todo el ciclo44. A esta certeza habría que sumar una afirmación hecha por Manuel Scorza en una entrevista realizada por Tomás G. Escajadillo en 1979, si bien publicada en 1991. El novelista afirmaba: «En la segunda novela hay una alteración del tiempo de la que tú [Tomás Gustavo Escajadillo] no te has percatado -porque Garabombo ocurre después de los otros libros»45.

Pero esta novela no sólo supone una alteración del suceder cronológico de los hechos reales, sino que además contiene en sí misma una fragmentación y una discontinuidad temporales de tal naturaleza que ponen a prueba al lector más experimentado. La narración avanza zigzagueante, discontinua. El lector queda, así, forzado a una permanente atención y a reconstruir la secuencia cronológica que la novela le ofrece de manera tan fracturada.

Aquellos fragmentos narrativos más fácilmente reconstruibles son los que contienen analepsis, escenas o relatos retrospectivos. Dos capítulos, el 4 y el 8, son de esta naturaleza. Son narraciones de Garabombo en primera persona: en ambos capítulos rememora el tiempo que estuvo en la cueva Jupaycanán, también recupera el episodio del reparto de tierras de Puyhuán. En el capítulo 10, a través del estilo indirecto libre, también vuelve al pasado ante la tumba del capillero, Florencio Espinoza.

Hay un caso en que la acción queda interrumpida y se retoma al cabo de muchas páginas. Es el caso de los capítulos 2 y 23. Ya se dijo más arriba que, al acabar el capítulo 2, la acción de Garabombo queda interrumpida: lleva un cuchillo en la mano y así permanece hasta que en el capítulo 23, que retoma la acción.

También hay frecuentes prolepsis, avances de un tiempo futuro. El efecto, ahora, es conocido mucho antes que la causa que lo provoca. El primer capítulo es un buen ejemplo: Garabombo muestra su invisibilidad a sus compañeros, avanza entre los guardias de la 21.ª Comandancia. Pero el lector no tiene noticia de la decisión de Garabombo de usar su mágica cualidad hasta que llega a los capítulos 12 (la promesa hecha ante la tumba del capillero) y el 16 (cuando recorre numerosas haciendas para acordar la destitución del personero Remigio Sánchez).

Pero también puede hablarse de una inversa relación entre causa y efecto. Así, en el capítulo 24, el lector asiste a un nuevo incendio de la escuela de Chupán y toma cabal noticia del sentido de esa ciclópea empresa. Sin embargo, cuatro capítulos antes, en el 20, había sido informado del proceso de la obra, del titánico esfuerzo constructor y de dos sucesivos incendios.

Otro ejemplo, éste en verdad sorprendente, ilustra esta inversa relación entre causa y efecto. En el capítulo 20 el sargento Astocuri y sus amigos hablan de Garabombo muerto, cuando, en realidad, la muerte de éste no se produce hasta el capítulo 35.

No obstante, también hay segmentos narrativos ordenados desde un punto de vista cronológico. De dos de ellos ya se ha hablado más arriba: el capítulo 12 que continúa la conversación del Niño Remigio con el Opa Leandro y Brazo de Santo iniciada en el capítulo anterior, y el relato del Ojo que, a pesar de estar desperdigado a lo largo de toda la novela, se sucede con absoluta continuidad narrativa y cronológica.

El tercer caso de continuidad cronológica merece especial atención. Ya al final de la novela (capítulos 25, 27, 29, 30, 35 y 36) se narran el inicio de la recuperación de tierras, la sublevación, las acciones de las tropas y el combate final. El avance cronológico es lineal, e incluso puede decirse que se corresponden con los hechos históricos de que informa Wilfredo Kapsoli:

En diciembre de 1961 los comuneros [de Yanahuanca y Yanacocha, en litigio con las haciendas de Chinche, Pomayarus y Uchumarca] tomaron las tierras en disputa y permanecieron en posesión hasta marzo del año siguiente en que fueron desalojados violentamente. En el choque con la policía murieron 27 comuneros, otros fueron heridos o encarcelados. Ésta fue la mayor masacre ocurrida en la Sierra Central del país. [...]

La modalidad usual era la «invasión» pacífica. Los comuneros esperaban la noche para introducir su ganado e instalarse en chozas provisionales. En estas chozas casi siempre izaban banderolas nacionales, y allí permanecían en espera de los fallos judiciales [...].

En un primer momento, los comuneros de Yanahuanca firmaron un acta, ante el Subprefecto de Pasco, por la cual se comprometían a abandonar las tierras ocupadas y «acudir al Poder Judicial para la calificación del mejor derecho a la propiedad». Pero la acción de los agitadores -según la dueña [Romualda Arias] de la hacienda [Chinche]- hizo que los comuneros desistieran y no acataran el acuerdo.


(Expreso, 14 de marzo de 1962, 10)                


A los pocos meses después se llevaba a cabo el desalojo de los comuneros. Éste «se estaba realizando en forma ordenada -dice Edmundo Ruiz [en Episodios de las invasiones de Junín y Pasco y sus proyecciones. Edición mecanografiada, 9, n. 17] pero a último momento y ya en tierra de la comunidad, se rehicieron éstos, pretendieron reunirse con el objeto de cambiar ideas, desarmados como estaban nada grave podían haber hecho, los jefes militares subestimaron esta maniobra y su capacidad de ataque, posiblemente se ofuzcaron [sic] y dieron orden de fuego».

Según el relato periodístico y las declaraciones policiales, los comuneros estaban dirigidos por licenciados del Ejército. Participaban más de 3500, «muchos de ellos a caballo, armados con hondas, escopetas, galgas, atacaron a la policía».

Las medidas y acciones de la policía las sabemos por las declaraciones de Fermín Espinoza Borja: el desalojo se produjo en horas de la madrugada, la policía utilizó desde varas hasta los fusiles. Durante el choque: «Las mujeres gritaban, llevaban sus hijos más pequeños cargados a la espalda. Otros chiquillos confundidos cogían a sus madres. Había que abandonar las chozas porque el incendio había comenzado» (Expreso, 8 de marzo de 1962, 3)46.

Conviene detenerse en el capítulo 35, en él se narra el combate entre los comuneros y las tropas de asalto. La acción, históricamente documentada, tiene lugar el día 3 de marzo de 196247. El propio narrador lo anuncia en el subepígrafe del capítulo, o intertítulo, según la denominación de Laura Lee Crumley de Pérez: «Hasta que el 3 de marzo de 1962...». Previo a este subepígrafe se cita un fragmento de la narración quechua Dioses y hombres de Huarochirí48.

El texto recoge la creencia india de que el alma se desprende del cadáver al cabo de cinco días. Una pequeña mosca anuncia, emitiendo un sonido -¡sio!- el definitivo alejamiento del finado del mundo de los vivos. Se trata -según advierte Laura Lee Crumley de Pérez- del concepto quechua de la chiririnka, la mosca azul anunciadora de la muerte49. Este elemento mítico planea a lo largo de todo el enfrentamiento armado y forma parte integrante de la muerte de los comuneros: sucesivas moscas emiten su sonido ¡sio! y culminan las agonías de los campesinos.

No obstante, la segunda parte de mito no es incluida por Manuel Scorza en la novela. En esta segunda parte se da noticia de los acontecimientos que -según la concepción quechua- llevaron al origen de la muerte. La no inclusión de este fragmento significaría -según la opinión de Laura Lee Crumley de Pérez- tanto la pérdida del tiempo primordial del cosmos, como la pérdida de la inmortalidad humana50.

He aquí el resto de la narración de Francisco de Ávila:

Por esta causa [el retorno de la muerte, la vuelta al reino de los vivos], los hombres aumentaron, se multiplicaron con exceso. Y era muy difícil encontrar alimentos. Tuvieron que sembrar en los precipicios, en los pequeños andenes de los abismos. Vivían sufriendo.

Y cuando era así, tanto, el padecer, murió un hombre. Su padre, sus hermanos y su mujer, lo esperaron. Se cumplió el plazo, llegó el quinto día y el hombre no se presentó, no volvió. Al día siguiente, en el sexto, llegó. Su padre, sus hermanos, su mujer lo esperaban enojados.

Viéndolo, su mujer, le habló con ira: «¿Por qué eres tan perezoso? Los demás hombres llegan sin fatiga. Tú, de este modo, inútilmente me has hecho esperar». Y siguió mostrándose enojada. Alzó una coronta51 y la arrojó sobre el «ánima» que acababa de llegar. Apenas recibió el golpe: «¡Sió!» diciendo, zumbando, desapareció; se fue de nuevo. Desde entonces, hasta ahora, los muertos no vuelven más52.


Según opina Laura Lee Crumley de Pérez, el análisis del texto mítico presente en la novela y el texto ausente, el omitido por el novelista, deja abierta una intencionalidad: «La transición en la novela entre el mito quechua y la relación de la muerte originada por la masacre arbitraria. Se construye una equivalencia entre la segunda parte de capítulo 34 y la segunda parte del mito [la parte no citada en la novela]»53.

En efecto, puede decirse que Manuel Scorza ha sustituido la segunda parte del antiguo mito por la narración de la masacre actual. No sólo se resalta lo arbitrario y lo absurdo de la muerte, sino que se renueva la significación mítica: a partir de ahora los muertos no vuelven a la vida. Y lo que es más importante: ya no hay un relato mítico que explique este hecho. Es el presente y los acontecimientos que en él se dan donde se halla la explicación de este hecho ineludible.

El capítulo se abre y se cierra con la figura de Melecio Cuéllar. Este personaje, cuñado de Garabombo, es el que lleva a cabo el recuento de las moscas que se escapan de los cadáveres. La voz de Melecio se inicia con la evocación del carnaval. Acabando los días de la fiesta irrumpe la Guardia de Asalto. Es verdaderamente significativa esta alusión directa al carnaval. Puede decirse que el lector queda convocado a la lectura de la crónica irónica de un gran desastre. ¿Éste es el realismo prometido en la primera página del ciclo, en el frontis de Redoble por Rancas? ¿El novelista muestra al lector la crónica exasperantemente real de los hechos?

Quizá su apuesta de realismo sea de tal naturaleza que no puede olvidar en su evocación del pasado histórico elementos ineludibles: la deformación operada sobre el recuerdo en el acto mismo de recordar, la intromisión de elementos imaginativos asociados al recuerdo, y, lo más importante, la inclusión de la perspectiva de quienes llevan a cabo la operación de recuerdo, que forman parte del universo indio.

En relación a este último rasgo, no debe perderse de vista que es un indio, Melecio Cuéllar, quien articula la totalidad del capítulo. Éste arranca con la acotación del mero acto de recordar, exactamente así: «¡Hágame el favor, cómo voy a olvidar» (35, 258). Además, otros narradores indios se suman al relato mediante idénticas operaciones de recuerdo: Alejandro Callupe, Macedonio. ¿Cuál es el espacio ocupado por el narrador en tercera persona?

Según se comprobará en el cuadro sinóptico que sigue, dos son las narraciones en tercera persona. Una de ellas presenta el final de los preparativos del asesinato de Garabombo: el Ojo efectúa dos disparos sobre el jinete. La otra relata la refriega entre los comuneros y las tropas de asalto. El grupo de personajes en los que se centra este modo narrativo es el que podría denominarse central en la novela, en cuanto que son los personajes que están estrechamente vinculados al héroe, y que el lector viene siguiéndolos desde Redoble por Rancas. Son el Abigeo, el Ladrón de Caballos.

El caso del Abigeo presenta un particular vínculo de intertextualidad. En este capítulo 35 el Abigeo logra descifrar

la única frase que el Viejo del Agua se dignó revelarle: «Morirás cuando la sombra sea blanca». ¡Era! El murciélago volaba en la luz. ¡Por fin entendía!


(35, 265)                


¡Por fin entendía! ¡Moriría en Gaparina! Y el Abigeo se llenó con la lavaza de la rabia.


(35, 274)                


Se refiere a un sueño que fue incapaz de descifrar, relatado en Redoble por Rancas (13, 80-81 y 84-86). En el sueño se ve a sí mismo, con el rostro blanco por la harina, en un carnaval en Murmunia:

Cerca de Murmunia tropezaron con un jinete [...] El Abigeo se acercó y envejeció: era él mismo [...] miró su propio rostro salpicado de harina y su cuello de toro enredado en serpentinas. ¿Qué fiesta era? El Abigeo pasó al costado del Abigeo sin reconocerlo. Y peor: como si el soñador fuera invisible, el Abigeo se detuvo al lado del Abigeo y orinó serpentinas [...] se acercó y trató de leer: sólo descifró palabras confusas: «carnaval..., laguna..., corre, corre..., el panadero de los muertos...».


(Redoble por Rancas, 13, 85)                


Melecio Cuéllar, Alejandro Callupe y Macedonio son los sucesivos narradores en primera persona. De todos modos, es Melecio Cuéllar quien invade con su narración la mayor parte del capítulo. Quedan para él las capitales funciones de apertura y cierre del capítulo y los recuentos sucesivos de las moscas que escapan de los cadáveres.

1.ª persona 3.ª persona A 3.ª persona B
Melecio Cuéllar * El Abigeo inicia el desciframiento de las palabras del Viejo del agua / Sueños del Abigeo (265)
* abre el capítulo * Los guardias incendian la choza de Sulpicia (265-266)
* recuenta las moscas que escapan de los cadáveres * Sueños del Abigeo (266-267)
* Garabombo dirige el combate (267)
* Sueños del Abigeo (267)
* Ladrón de Caballos / Diálogos de los caballos / Combate de los caballos (268-270)
* Garabombo le encarga a Ocaso Curi que salve a Scorza (271-272)
* Melecio Cuéllar, apresado escarmentado por el coronel Marroquín (272-274)
* El Abigeo: por fin entendía / Sueño (274-275)
* Parte de la tropa va a la hacienda Uchumarca con presos y heridos / Garabombo está entre los apresados (275-276) * (Cursiva: Final del relato del Ojo / Muerte de Garabombo, 276-277).
* El sargento pretende fusilar a los presos / El alférez lo impide (277-278)
* Coronel Marroquín, comandante Bodenaco, mayor Lira: diálogos (279)
* Muerte del Ladrón de Caballos (279-281)
* Guardias requisan un camión y lo cargan de cadáveres y de presos / Melecio Cuéllar está entre éstos (281-284) / Fin del Capítulo
Alejandro Callupe (263-265)
Macedonio (270)

Queda a la vista la extrema complejidad narrativa con que se trata el combate final. Se ha de reparar en la intromisión de un elemento de trascendencia épica que recorre todo el relato: las sucesivas moscas que con sus ¡Sio, sio! anuncian y acompañan la muerte de los combatientes. Este elemento conecta a quienes luchan con el pasado legendario que se relata en Dioses y hombres de Huarochirí. En exacta correspondencia con la tradición de que se parte, es un indio, Melecio Cuéllar, el único capaz de relatar la arribada de la muerte desde esta perspectiva mítica.

En este sentido, conviene tener presente las opiniones que aporta Laura Lee Crumley de Pérez. Considera que la intromisión del texto mítico procedente de Dioses y hombres de Huarochirí posibilita que el lector salga del presente de una realidad social y que se sitúe, sin transición, en un pasado remoto. Pero no sólo eso, el contraste temático inmediato entre el estado de inmortalidad dado en el mito y la matanza de los campesinos relatada en la continuación del capítulo [...] construye el sentido de un término definitivo: el hombre había sido inmortal hasta aquel día funesto del 3 de marzo de 196254.

Esta perspectiva, sin duda alguna acertada, tiene por basamento el mismo discurso novelesco en dos aspectos. Por un lado, el texto mítico convive en identidad jerárquica con textos aportados desde otros ámbitos, el periodístico, concretamente. Por otro, es Melecio Cuéllar, un indio -el único capaz de hacerlo- quien narra las sucesivas emisiones, ¡Sio, sio!, de las ánimas de quienes mueren.

En otro orden de cosas, en este mismo capítulo 35 el relato del Ojo llega a su punto culminante en el estruendo de la refriega. Ahora, el tiempo novelesco se desplaza ante los ojos del lector hacia el futuro. Pero el contexto de la batalla es el más propicio para la inclusión de la muerte del héroe.

Hay un último detalle, en modo alguno marginal: el propio novelista es absorbido por la vorágine del combate. Parece como si Manuel Scorza abandonara su papel de autor de la crónica histórica para incorporarse en el exacto lugar que le correspondió en los hechos. Es el propio Garabombo quien posibilita la huida del personaje Manuel Scorza:

-[Ocaso] Curi: nosotros no saldremos vivos, pero es necesario que este hombre atraviese la cordillera. ¿Comprendes, Curi? Sea como sea ayúdalo a cruzar La Viuda. A cualquier precio, sácalo vivo. [...]

-¡Váyase, don! [...] ¡Sálvese para que cuente!


(35, 271)                


Esas palabras se proyectan sobre la realidad novelesca convirtiéndola en exacta crónica real de los hechos reales. La función de esas palabras en la novela otorga un sentido humano, vivamente humano, al acto de escritura. En consecuencia, lo inflama de credibilidad. Manuel Scorza queda comprometido con el mandato que le hiciera un hombre que -y el lector lo sabe muy bien- tenía ante sí la proximidad de la muerte. El futuro cronista queda, así, ligado estrechamente a los hechos que narra puesto que queda comprometido a dar fe de cuanto ha sucedido. La novela adquiere una dimensión de compromiso con los hechos porque nace de la imperiosa obligación que asume el cronista. ¿Cabe hablar de voluntad de realismo? Julio Ortega, refiriéndose a la narrativa latinoamericana en general, opina que ésta renuncia a reflejar o imitar la «realidad»: su capacidad crítica es otra, se basa ya no en su determinismo sino en su condición de metáfora de esa realidad; el lenguaje es aquí historia55.

En efecto, el novelista no transcribe, ensaya, se interroga acerca de su propio papel, revisa, en la misma novela, el sentido que posee la escritura, el significado de las operaciones que realiza. La realidad no interesa en sí misma, es un material más sobre el que actuaron las personas y sobre la que ahora actúan, en la ficción novelesca, los personajes. El concepto realismo debiera ser contemplado desde una perspectiva en que la operación de mímesis no sólo atañe a lo tangible, a lo aparencial, a lo documental, también a lo misterioso, a lo intraducible. Y no debe olvidarse que es a través del lenguaje, material metafórico por antonomasia, como se opera en la pretendida mímesis. En el mismo año en que Julio Ortega publicó el texto cuya cita se ha recogido más arriba, Fernando Lázaro Carreter escribía en las páginas de Cuadernos Hispanoamericanos: No existen ni un método, ni una realidad, ni un lenguaje realista. Pero sí existen, claro, «realidades realistas», esto es, fenómenos que en su versión literaria son identificables por el lector, «métodos» que permiten tal identificación y «lenguajes» que la suscitan con independencia de sus referentes56.

Volviendo al encargo que recibe el personaje Manuel Scorza en la novela, ¡Sálvese, para que cuente! (35, 271), debe inferirse que el personaje, gracias al posterior acto de escritura, se erige en continuador, por otros medios, de la lucha emprendida por Garabombo. El personaje Fermín Espinoza Borja, en un acto de suprema lucidez, entiende que el combate no estará del todo perdido si es contado, si se imprime, si se divulga. Cuando le dice a Manuel Scorza ¡Sálvese para que cuente! (35, 271) está pronunciando el único conjuro capaz de desdecir el lema que nombra al ciclo, La guerra silenciosa. El combate que están librando los campesinos únicamente podrá ser ganado si se logra desbaratar la confabulación del silencio. Tal confabulación no sólo parte de las instancias oficiales de la administración peruana. También involucra al silencio internacional, al descuido de la opinión pública hacia las desigualdades e injusticias que pesan sobre quienes padecen la injusticia. No sólo la sociedad peruana, también las de otros países han de tomar exacta noticia de cuanto sucedió en los Andes centrales a principios de los sesenta. De ese modo, la guerra silenciosa librada por los campesinos, dejará de ser silenciosa, y también dejará de ser una derrota.

Un último elemento, de naturaleza épica, debe ser consignado. En las páginas 279, 280 y 281 el lector asiste a la muerte del Ladrón de Caballos y a las plurales agonías de las cabalgaduras de los héroes. Cómo no reescribir aquí mismo el fragmento:

Cuando el Ladrón de Caballos abrió los ojos era oscuro. Trató de levantarse. No lo logró. Se miró la mano escarlata: «Estos cojudos me han matado». Por fin consiguió sentarse. «Ya me jodí». La sangre manaba con violencia. «El hombre es igual que el carnero». Su mano taponó la herida con hierba. La noche lo invadía. Oyó un plural estertor: miró los cuerpos tirados de Bonito, Trébol y Flor de Campo. Por los relinchos sospechó docenas de agonías. «Por mi culpa». Se arrastró. «Moriré con ellos». La noche lo vencía. Reptó gimiendo hacia Estrellita. Lágrimas enormes le caían por la cara al caballo; a un metro patriota se caía y se levantaba pisándose las tripas y más allá, peleando ya con la muerte, se revolcaban Chocavientos y Picaflor. ¡Potros maravillosos! Mucho demoró para acercarse al cuerpo todavía caliente de Reina. Apoyó la cabeza sobre la paletilla de la yegua y los ojos se le enturbiaron: más que la herida le dolía la enorme cordillera de caballos moribundos.

-¡Perdón! -murmuró.

Girasol levantó su bella cabeza intacta.

-¡Fuera!

-Perdoncito.

-¡Fuera! -jadeó Girasol-. ¡Anda a morir con tus iguales!

-Él no tiene la culpa -suspiró Batallador. Dos lágrimas le mancharon los belfos.

-En los hombres no se puede confiar -insistió Girasol.

El Ladrón de Caballos se volvió con un colosal esfuerzo y enterró la cara en el pasto.

-No quiero ser hombre. ¡Yo quiero ser caballo!

-Tú nunca serás caballo -tosió Girasol.

Las lágrimas rodaban por la cara palidísima del Ladrón.

-Acabemos como amigos -suplicó-. Quizá en alguna parte nos volvamos a ver. ¡Quizá trotaremos en alguna pampa sin patrones! -Un demencial fulgor lo embellecía-. ¡Quizá algún día tú seas hombre y yo caballo!

-Yo jamás seré hombre -exhaló Girasol.

-Ya murió mi hijo -relinchó la yegua Linda-. ¡Hoy me han matado cinco potros! ¡Maldita sea la hora en que te conocí...!

-Yo no sabía...

-Con engaños nos sacaste.

Relinchó hacia su preferido Sol de Mayo.

-¿Qué tenemos que ver con esta guerra? ¿Por qué morimos? ¿Hemos robado? ¿Hemos abusado? ¿Hemos mentido?

-¡Amistemos! -sollozó Ladrón de Caballos-. ¡No quiero morir entre hombres!

-El Ladrón siempre ha sido fiel -susurró Pájaro-bobo- ¡Amistemos!

-¡Despedida, despedida! -piafaron los caballos malheridos.

-¡Despedida! -murmuró el Ladrón de Caballos.

El hielo se apoderaba de sus pies, subía por la cintura, ascendía por su pecho. Con felicidad, con maravilla, sintió que en sus pies comenzaba la inconfundible dureza de los cascos.

-¡Soy caballo! -gritó, y ya ciego sintió que galopaba por una pradera de luz.


(35, 279-281)                


Dentro de la gran galería de espejos que supone ser la totalidad del capítulo 35, el episodio de la muerte de Ladrón de Caballos ocupa un lugar privilegiado. Este personaje, en un sobrehumano esfuerzo final, consigue llegar a un significativo estadio: Logra morir como equino y llegar al paraíso de los caballos.

La dimensión épica del episodio queda profundamente marcada en los sucesivos sufrimientos y consiguientes muertes de las cabalgaduras. Al modo de la antigua épica medieval, el caballo del héroe es un personaje perfectamente individualizado mediante señas de identidad particulares: nombre, pelaje, comportamiento57... Pero, en Garabombo, el invisible, además, la muerte de cada uno de estos personajes estremece por la gravedad y el lirismo con que son relatadas. Por otro lado, los caballos, poseedores del don del lenguaje, son capaces de dialogar, desde la intensidad y la fatalidad de los momentos previos a sus respectivas muertes, con el Ladrón Caballos, personaje que aporta al lector y a la novela toda un ámbito insospechado y pleno de sentido desde la perspectiva india y rural: la importancia, el amor pudiera decirse, que para el campesino, el habitante de las serranías, tiene su cabalgadura.

Los caballos han luchado, y, consecuentemente, perdido, junto a los indios, sus dueños. El ámbito mágico contenido en el episodio de las plurales agonías de los caballos, el dolor que muestran por la muerte de los suyos, el especial dramatismo de algunas de las muertes, los diálogos previos al desenlace, la conversación mantenida con el Ladrón de Caballos impregnan el relato de un lirismo estremecedor e íntimo. Pareciera como si el narrador se empeñara en invadir todos los ámbitos del mundo indígena, también el de los animales, del sentido de la lucha y las reivindicaciones que con ella persigue. Así, no causa extrañeza que la absoluta integridad del capítulo siguiente al del combate final esté dedicado a la contemplación de una descomunal montaña de cadáveres de caballos.

El capítulo 36, ya marca en su mero título, «De cómo acabaron los caballos que un tiempo fueron galanos y famosos», no ya la exactitud de su contenido, sino también la cabal expresión del final del combate. Más allá del sentido épico que confiere al héroe el realce de su cabalgadura, los caballos muertos y amontonados en tétrica pirámide suponen en el discurso del relato el final apocalíptico de una causa justa. La injusticia queda proclamada, sin mitigación ni ambages. La acusación se hace patente en la sórdida y nauseabunda imagen de unos animales nobles e inocentes, los caballos. Nombra la magnitud de la injusticia que pesa sobre quienes, igualmente nobles e inocentes, viven condenados a la explotación y a la miseria, habitan en la desigualdad y en el silencioso olvido.

El combate, una vez más, lo han perdido los humildes. Pero su nobleza, su inocencia, y la justicia de su causa no se han perdido; sobreviven, intactas. He aquí la enormidad de la victoria, ahora engrandecida.







 
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