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1

Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América (1823), en Obras Completas, Santiago de Chile, tomo V, p. 381. El subrayado es mío. El artículo aparece firmado con las iniciales de Juan García del Río y de Andrés Bello. La cita de Obras Completas, (O. C.), en este prólogo, refiere a la edición de Santiago de Chile, 1881-1893.

 

2

La idea, típica del siglo, se manifiesta en Bello en varias ocasiones, por ejemplo cuando propone la sencillez ortográfica, «que es en otros términos la facilidad de las dos artes más importantes para la vida social, de los dos instrumentos más poderosos de civilización, la lectura y la escritura». Ortografía, artículo de 1844, en Obras Completas, V, p. 401.

 

3

La acción conjunta de maestros, profesores y escritores, guiados por aquella especie de guía práctica del buen decir, hizo que la casi totalidad de los usos viciosos que Bello denunciaba hayan desaparecido del hablar de las gentes educadas. Ver su edición, con notas actuales de Rodolfo Oroz y Yolando Pino Saavedra, en la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, Buenos Aires, Instituto de Filología, 1940, vol. VI, pp. 49-77.

 

4

Contra algunos que desdeñaban el estudio gramatical de su lengua, alega entre otras razones «que su cultivo la uniforma entre todos los pueblos que la hablan, y hace mucho más lentas las alteraciones que produce el tiempo en ésta como en todas las cosas humanas; que, a proporción de la fijeza y uniformidad que adquieren las lenguas, se disminuye una de las trabas más incómodas a que está sujeto el comercio entre los diferentes pueblos, y se facilita así mismo el comercio entre las diferentes edades, tan interesante para la cultura de la razón y para los goces del entendimiento y del gusto; que todas las naciones altamente civilizadas han cultivado con esmero particular su propio idioma...». Gramática castellana, artículo de 1832, en Obras Completas, t. V, p. 457. Ver también artículo de 1823, Obras Completas, V, pp. 433-449.

 

5

Sobre este aspecto de la doctrina de Cuervo y su crítica véanse Ramón Menéndez Pidal, La unidad del idioma, en el tomo Castilla, la tradición, el idioma, Buenos Aires, 1941, pp. 177 y ss., y Amado Alonso, El problema de la lengua en América, Madrid, 1931, pp. 103 y ss.

 

6

La precavida limitación de Bello hay que cargarla, pues, en la cuenta de su natural cortesía y deseo de paz, tanto por lo menos como en la de su temor de ser maltratado; por eso se dirige solamente a quienes le acogerán en la hermandad americana de afectos e intereses. Sólo que el hombre propone y Dios dispone. Su apostolado americanista de educación levantó una tempestad polémica, a veces de tonos agrios, no del lado español, sino del de los impetuosos exilados argentinos en Chile, quienes, en nombre de la amada libertad, identificada con América, tachaban de tiranía, identificada con España, la disciplina educadora que Bello predicaba. Andando los años, los mejores de aquellos argentinos reconocieron que la de Bello era la buena causa. Ver Enrique Anderson Imbert, Andrés Bello, Sarmiento y la generación de 1842, en sus Ensayos, Tucumán, 1946, pp. 28-33.

 

7

Esta precaución sólo se refería a lo que la Gramática tiene de aviso sobre los buenos y los malos usos del idioma, pero no alcanzaba a la parte doctrinal: «que no es imposible, en materia de escritura y lenguaje, mejorar las antiguas doctrinas, ni está vedado a los americanos hacerlo». Reformas ortográficas, artículo de 1849, en Obras Completas, V, p. 429. Ver también el Prólogo de su Gramática, e Indicaciones, en Obras Completas, V, pp. 385-86.

 

8

Cfr. mi libro Castellano, español, idioma nacional, Buenos Aires, 1942, páginas 141-54.

 

9

«Los lectores inteligentes que me honren leyéndola [la Gramática] con alguna atención, verán el cuidado que he puesto en demarcar, por decirlo así, los linderos que respeta el buen uso de nuestra lengua en medio de la soltura y libertad de sus giros; señalando las corrupciones que más cunden hoy día y manifestando la esencial diferencia que existe entre las construcciones castellanas y las extranjeras que se les asemejan hasta cierto punto, y que solemos imitar sin el debido discernimiento» (Prólogo, p. 10).

 

10

«En medio de tantas incertidumbres y controversias, mi plan ha sido [para fijar lo correcto y lo vulgar en las pronunciaciones] adherir a la Academia Española, no desviándome de la senda señalada por este sabio cuerpo, sino cuando razones de algún peso me obligan a ello» (Principios de Ortología y métrica, Apéndice I, en Obras Completas, V, p. 195). «Para uniformar en este punto la pronunciación, y por consiguiente la escritura [en hierro o yerro, hierba o yerba, etc.] conviene adoptar la práctica de la Real Academia y consultar su Diccionario» (Principios de Ortología, en Obras Completas, V, p. 22).