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ArribaAbajo Notas a la Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello

Rufino José Cuervo


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ArribaAbajoIntroducción

«Habiendo llegado a mis manos varias reimpresiones chilenas de la última edición de la Gramática de don Andrés Bello, que contiene notables variaciones y es generalmente desconocida entre nosotros, propuse a los señores Echeverría Hermanos hiciesen una reproducción de ella agregándole algunas notas mías y un índice alfabético que yo también trabajaría. Aceptaron la oferta y a poco (en 1874) se dio principio a la edición, que es la misma que ahora sale a luz (1881), por segunda vez, más esmerada y con mayor número de notas.

«Como era mi propósito que el texto del autor saliera sin adición ni interpolación alguna, las notas se pusieron al fin; y como en las ediciones de Chile se han deslizado ya bastantes erratas, que por sí dejan ver claramente que, huérfana la obra, ha carecido de la mano cuidadosa de su dueño, he cotejado otros ejemplares, y se ha puesto el mayor esmero por parte de los señores Editores en que la presente salga correcta. La Gramática de Bello es en mi sentir obra clásica de la literatura castellana, y merece todo el lujo, elegancia y atildamiento tipográficos que corresponden a una obra de esta especie; el autor, modesto sobre manera, la consagró a sus hermanos de Hispano-América, y ella se imprimió en la ortografía casera usada en el país en que la sacó a luz. Deseando por mi parte hacerle justicia y darle el aspecto de universalidad de que es digna, solicité de los señores Editores la pusiesen en la ortografía adoptada por la mayor parte de los pueblos que hablan castellano, y ellos tuvieron la benevolencia de acceder a mis deseos, a pesar de no ser ésta la que siguen en las obras que imprimen por su cuenta»304.

Estas palabras con que principia la advertencia puesta por mí a las notas e índice de la Gramática de Bello, dan a conocer suficientemente la historia de estos trabajillos hasta 1881.

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En 1883 se incluyeron las notas y el índice en el tomo V de las Obras de Bello costeadas por el Gobierno de Chile, sin que se tocara conmigo para nada; si se hubiese dirigido a mí, yo hubiera indicado al editor que desde 1881 habían salido las dos cosas con correcciones y aumentos, y aun pudiera haber hecho otros en beneficio de su obra. En 1887 recibí con fina dedicatoria de don L. M. Díaz el libro en que reimprimió (Curazao, 1886) dichas notas e índice acompañadas de las anotaciones de don Francisco Merino Ballesteros y de observaciones propias del mismo señor Díaz. Declaradas así estas obritas res nullius, no me cogió de nuevo la llegada de otra reproducción de la Gramática de Bello con las susodichas notas e índice, hecha en Bogotá en 1889. El editor, al mismo tiempo que deja ver que yo para nada he intervenido en dicha impresión, advierte, para acreditarla, que lleva notas de otro (por todo cinco notas que forman unas veinte líneas), y que ha seguido la ortografía sancionada por la Academia Española, como si yo no lo hubiera hecho antes. Estoy, pues, en cierto modo puesto en entredicho, y si me atengo a la buena voluntad de los demás, nunca llegará el caso de que se me reconozca siquiera el derecho de corregir, alterar o aumentar lo que es mío. Para vindicar este derecho hago la presente publicación, y aseguro mi propiedad literaria para recordar que soy dueño y que siquiera por cortesía debe indicárseme el uso que va a hacerse de lo que me pertenece. Agradezco debidamente a mis apasionados la importancia que dan a mis cosas, pero no puedo perdonarles que me atribuyan la presunción de creerlas inmejorables.

Dejado aparte esto, vuelvo a la Gramática de Bello, y de aquí para adelante haré y desharé en lo impreso, al fin como en cosa mía.

Desde que a fines del siglo XVI se declaró en España texto exclusivo para la enseñanza del latín, atribuyéndolo a Nebrija, el arte compuesto por el padre Juan Luis de la Cerda, ha sido la gramática objeto de monopolio más o menos exclusivo en los pueblos que hablan castellano, con lo cual nos hemos acostumbrado a ver en esta disciplina no sé qué de fijo y puramente preceptivo, extraño a todo progreso, sea en la investigación de los hechos o en su explicación, sea en la clasificación o en la nomenclatura; y por consiguiente todos, sabios como ignorantes, apegados a lo que de niños aprendieron, con dificultad admiten innovación alguna, y raras veces perciben la diferencia entre una obra de rutina o de caprichosas invenciones y una obra científica. A pocos se les ocurre que el mérito de un libro filológico, ni más ni menos que el de uno sobre anatomía o botánica, consiste en la claridad con que represente el estado actual de la ciencia y en que abra horizontes para nuevas investigaciones; y que por lo mismo ninguna obra de esta especie tiene valor definitivo. Es esto tan cierto que ya obras monumentales como las de Bopp, Diez, Draeger van cediendo el puesto a otras, que a su vez se oscurecerán cuando aparezcan las que resuman los adelantos subsiguientes. Ninguna extrañeza, pues, ha de causar el que, con ser admirable la obra de Bello, requiera ahora en algunas partes rectificación   —389→   o complemento. Habiendo yo estudiado esta gramática en el colegio, y tenídola después constantemente a la mano, si algo notable he encontrado en mis lecturas, luego se lo he anotado al margen; al extender esas anotaciones, sólo me propongo dar un testimonio del respeto que siempre he profesado al autor, al propio tiempo que de admiración a su ciencia y de gratitud por la utilidad de que me han sido sus lecciones. ¡Ojalá consiguiera que el nombre de Bello fuera siempre el símbolo de la enseñanza científica del castellano, como hasta hoy lo ha sido, y que su obra se conservase en las manos de la juventud como expresión de las doctrinas más comprobadas y más recibidas entre los filólogos!

El Autor ha encarecido, pero acaso no bastante, lo poco a que queda reducida la esencia de la gramática general, y cuán infundado es suponer una perfecta correspondencia entre las leyes del pensamiento y las del lenguaje. Pott graciosamente dice que a medida que van estudiándose nuevas lenguas, como otro Titono se van encogiendo y adelgazando hasta poner miedo aquellos «principios generales e inmutables de la palabra hablada o escrita» que con tanto magisterio nos explayaban los enciclopedistas del siglo XVIII; otro lingüista llega a decir que para comprender la estructura del chino y de las lenguas americanas, no sólo hemos de olvidar nuestra nomenclatura gramatical, sino despojarnos de las ideas que ella sugiere; y Sayce no duda afirmar que si Aristóteles hubiera nacido azteca (es decir, si su lengua nativa fuera polisintética), habría dado a su lógica una forma completamente diferente de la que le dio siendo griego305. Pero no es esto solo: el lenguaje no es ya aquel mecanismo inerte y sin vida perennemente sujeto a fórmulas inmutables; todo se muda en él, la pronunciación, la escritura, la morfología, las acepciones de las voces, la sintaxis; y por tanto la nomenclatura y las reglas de una lengua no siempre son aplicables a otra. De aquí se infiere que Bello dio un paso muy conforme al estado actual de la filología al emancipar nuestra gramática no sólo de las vacías especulaciones de la gramática general y las llamadas gramáticas filosóficas, sino de la rutina de la gramática tradicional. Pero hay puntos en que acaso no llevó tan adelante el método científico como sin duda lo hiciera a escribir en nuestros días; no siempre ha tenido presente que el movimiento y trasformación del lenguaje no se verifican de un salto sino paulatina e insensiblemente, y que, si alguna vez interviene en ellos el libre querer del hombre, las más se obran sin que éste se dé cuenta de ello, o como hoy se dice, inconscientemente; por manera que, alejándose una lengua más y más cada día de su tipo originario,   —390→   sucede que en este movimiento incesante ofrecen las voces y construcciones estados que no pueden ajustarse a una nomenclatura anterior, y antes que trazar divisiones y clasificaciones por medio de líneas rectas, conviene en tales casos rastrear las gradaciones y pasos sucesivos que señalan el desenvolvimiento de formas, acepciones y construcciones. Bello procedió muchas veces en puntos semejantes con sorprendente sagacidad, por ejemplo, en la explicación de las construcciones irregulares del verbo ser; pero es indudable que el mismo método puede aplicarse con mucha más frecuencia.

Incalculables progresos ha hecho en nuestros días la Gramática, no ya en cuanto enseña a corregir una que otra falta contra el buen uso de cada época, sino principalmente en cuanto expone y aplica los principios que rigen el lenguaje, ora tomando por campo una lengua especial, ora una o más familias de ellas. Profundos y minuciosos estudios sobre la voz humana y los órganos que la producen han dado luz al elemento fisiológico del habla y a la trasformación paulatina de la parte material de las palabras. Por otro lado el examen no menos profundo de los procedimientos intelectuales que preceden y acompañan a la expresión hablada de los conceptos, ha enseñado a distinguir la parte que en el movimiento del lenguaje corresponde al individuo y la que corresponde a la sociedad, y emancipando a la Gramática de la inflexibilidad y estrechez de la lógica, la ha enlazado con la psicología, de que ha resultado la explicación de multitud de hechos que o antes no se habían reparado o se habían interpretado erradamente. Por la frecuencia con que en estas notas tocaré ciertos principios, los indicaré aquí brevemente, como que son de capital importancia en todas las partes de la gramática:

1.º Las categorías gramaticales tienen por fundamento las categorías psicológicas, pero no siempre se corresponden exactamente; así en las frases hubo fiestas, hizo grandes calores, el sujeto psicológico, el concepto que domina en el entendimiento del que habla, lo representan los sustantivos fiestas, calores, y el atributo hubo, hizo; conforme a la gramática esos sustantivos son acusativos. A cada paso se advierte tendencia a restablecer la armonía entre las dos fórmulas gramatical y psicológica, y por eso muchos dicen hubieron fiestas, hicieron grandes calores; si bien la gramática reclama sus fueros y no siempre admite la reacción.

2.º Todas las palabras (y también las frases y oraciones) se asocian en nuestro entendimiento constituyendo grupos, ya en razón de su forma, ya en razón de su significado, ya de uno y otro. Hay en cada lengua muchísimos de estos grupos y una misma palabra puede pertenecer a varios de ellos; verbigracia: ovejas, pastores, árboles, pies, constituyen un grupo por su forma, dado que todos tienen s por inflexión común, y también por el sentido porque todos convienen en significar pluralidad; ovejas, casas-tiendas, padre-nuestros, los Martínez, cualesquiera, forman un grupo de sentido en cuanto significan pluralidad, mas no de forma porque   —391→   ese significado no se expresa en todos de una misma manera; ovejas, rebaño, ganado se asocian también en razón del sentido, pero por otro respecto: así ovejas puede pertenecer a lo menos a tres grupos. Además cada grupo puede dividirse en otros más pequeños; así en el grupo de plurales ovejas, árboles, pastores, pies, se apartan las voces que añaden sólo s y las que añaden es. Este principio de asociación, designado con el nombre de analogía, tiene influencia suma en la vida del lenguaje. Ella nos proporciona inmediatamente modelos para acomodar a la lengua toda voz que no hemos usado u oído antes; de modo que un niño que por primera vez oiga el nombre ornitorrinco o el verbo cristalizar, inmediatamente les dará las inflexiones de las voces semejantes que ya conoce, diciendo ornitorrincos, cristalizó. Pero al mismo tiempo que la analogía es elemento de orden y contribuye a eliminar irregularidades, como si el mismo niño dice sabo, cabo por sé, quepo, puede también inducir a aumentar las irregularidades, si se toma como tipo una irregularidad o grupo de irregularidades, como cuando de alelí sacan en Aragón el plural alelises, a semejanza de maravedises, o cuando el verbo fregar que, conforme a nuestra fonética, se conjugaba frego, frega, vino a conjugarse friego, friega, pasando al grupo de negar, segar.

3.º Procedimiento parecido al de la analogía es la fusión o contaminación, que consiste en que, ofreciéndose simultáneamente al entendimiento dos términos o expresiones sinónimas, en vez de escoger una de ellas formamos otra mezclando los elementos de ambas. Así de los dos verbos empezar y comenzar se sacó en lo antiguo compezar y encomenzar, comezar y compenzar; de las dos expresiones no obstante sus esfuerzos y a pesar de sus esfuerzos ha salido no obstante de sus esfuerzos; en punto de filosofía + en cuanto a filosofía > en punto a filosofía; en llegando que llegará + luego llegue > en llegando que llegue, etc. La mayor parte de las construcciones o locuciones irregulares o idiomáticas tienen su origen en la contaminación.

Con estas breves indicaciones bastará para demostrar que la gramática tiene hoy que aliar prudentemente el análisis psicológico con la investigación de los hechos externos del lenguaje; determinar las fórmulas primordiales en que se conforman la lengua pensada y la lengua hablada, y rastrear las causas que han producido las dislocaciones o irregularidades; combinar en fin el método dogmático, que reduce a reglas precisas lo que permite el uso culto o literario, con el histórico, que, puestos los ojos en el desenvolvimiento de la lengua, explica cada hecho por sus antecedentes comprobados. Dándose así la mano el análisis y la cuidadosa observación del uso con la erudición y la crítica, harase fecundo y aun ameno un estudio que tanto fastidia a la niñez y a la juventud y tan escaso atractivo ofrece a la edad madura; acostumbrándonos desde un principio a seguir paso a paso el andar de la lengua para hallar en lo pasado las causas de lo presente, en lo familiar y aun en lo vulgar la clave de lo elevado y lo docto, aprenderemos a juzgar con criterio propio y a esclarecer los casos nuevos que se presenten. No digo   —392→   que este método sea más fácil que el tradicional, antes sin empacho confieso que ha de ser detestable para aquellos maestros que se persuaden a que sus discípulos serán gramáticos consumados el día que tengan aprendida para cada caso una reglita con sus excepciones contables por los dedos, o una expresión técnica que cierre la puerta a todo examen o corte toda discusión.

Como materia que se toca con la pureza del texto me ha parecido oportuno advertir, en atención a la escrupulosidad que hoy se acostumbra usar en las citas de autores, que en esta Gramática aparecen con frecuencia modificados los ejemplos. Unas veces se ha visto precisado a ello nuestro Autor, a fin de redondearlos, pulirlos y acercarlos, sin menoscabar su pureza clásica, al tipo del castellano actual, dándoles al mismo tiempo la forma más adecuada para que puedan útilmente encomendarse a la memoria. Así, por ejemplo, la cita de don Alfonso XI (número 232) es en su original: «... tenemos por bien que si en los dichos fueros, o en los libros de las Partidas sobredichas, o en este nuestro libro, o en alguna, o en algunas leys de las que en él se contienen, fuere menester interpretación, o declaración, o enmendar, o annadir, o tirar, o mudar, que nos que lo fagamos: Et si alguna contrariedat paresciere en las leys sobredichas entre sí mesmas, o en los fueros, o en cualquier dellos, o alguna dubda fuere fallada en ellos, o algunt fecho porque por ellos non se puede librar, que nos que seamos requeridos sobrello...» (Ordenamiento de Alcalá, libro I, título 28). El autor puso así: «Si alguna contrariedad pareciere en las leyes (decía el rey don Alonso XI), tenemos por bien que Nós seamos requeridos sobre ello». Añadiré los originales de otras citas seguidos de las formas que les dio Bello, para que se vea el exquisito gusto con que fueron modificadas.

«Divididos estaban caballeros y escuderos, éstos contándose sus vidas y aquéllos sus amores», Cervantes, Quijote, II, 13. «Divididos estaban caballeros y escuderos, éstos contándose sus trabajos, y aquéllos sus amores» (número 260).

«¿Qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Güi de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible?», Cervantes, Quijote, I, 49. «¿Qué ingenio habrá que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Güi de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible?» (número 277).

«Hizo el postrer acto desta tragedia madama de Gomerón, saliendo ella y dos hijas suyas niñas en busca del Conde, y pidiendo arrojada a sus pies la vida de sus hijos con las palabras y afectos que enseña el dolor...; y aunque debió de enternecerle harto al Conde esta lástima... hubo de ensordecerse a tan piadosos ruegos, respondiéndole entonces pocas palabras, aunque graves y resueltas; tal, que volvió al parecer algo consolada con la que le dio de restituille los demás hijos buenos y sanos, como lo hizo», Coloma, Guerras de los Estados Bajos, libro VIII. «Hizo el postrer acto de esta tragedia madama de Camerón, saliendo ella y dos   —393→   hijas suyas niñas en busca del Conde, y pidiéndole arrodillada a sus pies la vida de sus hijos; el Conde le respondió entonces pocas palabras, tal que hubo de volverse algo consolada» (número 388). Desde la primera edición se lee en este ejemplo Camerón por Gomerón; en la presente edición va corregida esta errata.

«¡Ay Dios! ¿Si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada de este cuerpo, que tan contra mi voluntad sostengo? Sí será, si la soledad que prometen estas sierras no me miente», Cervantes, Quijote, I, 28. «¡Ay Dios! ¿Si será posible que he ya hallado lugar que sirva de sepultura a la pesada carga de este cuerpo que tan contra mi voluntad sostengo? Sí será, si la soledad de estas selvas no me miente» (número 415).

«Hernán Cortés se valió de este principio para volver a su respuesta, diciendo a Teutile que uno de los puntos de su embajada, y el principal motivo que tenía su rey para proponer su amistad a Motezuma, era la obligación con que deben los príncipes cristianos oponerse a los errores de la idolatría, y lo que deseaba instruirle para que conociese la verdad, y ayudarle a salir de aquella esclavitud del demonio». Solís, Conquista de Méjico, 2, 5. «Hernán Cortés dijo a Teutile que el principal motivo de su rey en ofrecer su amistad a Motezuma era lo que deseaba instruirle para ayudarle a salir de la esclavitud del demonio» (número 976).

«Mirá en hora mala -dijo a este punto el ama- si me decía a mí bien mi corazón, del pie que cojeaba mi señor», Cervantes, Quijote, I, 5. «Bien me decía a mí mi corazón del pie que cojeaba mi señor» (número 1165).

«Cuál buscaba al amanecer entre los montones de muertos horrendamente heridos y mutilados el cadáver de un padre; quién el de un hijo o un hermano; aquélla el de un esposo o de un amante; otros los de sus amigos y protectores». El duque de Rivas, Masanielo, 2, 23. «Cuál buscaba al amanecer entre los montones de muertos horrendamente heridos o mutilados el cadáver de un padre; quién el de un hijo o de un hermano; aquélla el de un esposo o de un amante; otros los de sus amigos o protectores» (número 1170).

Veces hay en que la alteración se ha hecho con el designio de corregir el texto, ya de vicio proveniente del copiante o de la imprenta, ya de incorrección del escritor, y aun alguna ocasión con el de evitar una locución poco usada o que el Autor no explica en la Gramática. De todo esto pondré muestras.

En todas las ediciones de la Gatomaquia que tengo a la vista, inclusa la primera, el poema empieza así:


«Yo aquel que en los pasados
Tiempos canté las selvas y los prados,
Estos vestidos de árboles mayores
Y aquéllas, de ganados y de flores»;


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según esto, los árboles están en los prados, y los ganados y flores en las selvas, cosa poco natural. Bello puso éstas vestidas y aquéllos, con lo cual el sentido queda corriente (número 260).

En el número 384 (nota) restablece la medida poniendo eran en vez de estaban en este alejandrino de Berceo (Santa Oria, 7):


«Estaban maravilladas ende todas las gentes».


Esta corrección es intachable, mas no sucede igual cosa con este otro verso del mismo autor (Sacrificio, 7):


«Hy offreçien el cabron e ternero e toro»,


que Bello en la nota citada pone así:


«Hi ofrecien cabro e ternero e toro»,


porque ni parece acertado introducir una voz como cabro que no está autorizada por los escritores de esa época, ni hay necesidad de disolver la combinación ie del co-pretérito, empleada a menudo como diptongo, según se verá en otro lugar. Más aceptable sería esta enmienda:


«Hy offreçien cabron e ternero e toro».


En el número 667 enmendó Bello la incorrección del original, que dice: «más digna de ser amada y estimada» (Granada, Guía, prólogo: R.306 8, 12): «Si la virtud es una de las cosas más excelentes que hay en la cielo y en la tierra, y más dignas de ser amadas y estimadas...».

Puso (número 332) estima en vez de aprecia para evitar el doble asonante de esta cuarteta de Meléndez (Discursos, I: R. 63, 2552).


«Las virtudes son severas,
Y la verdad es amarga:
Quien te la dice te aprecia,
Y quien te adula te agravia».


Una vez que en el número 402 estaba advertido que con un sustantivo por antecedente se prefiere en que a cuando, no había necesidad de hacer el cambio (número 743) en el ejemplo de Lope (Dorotea, 3, 7: R. 34, 393)


«Pasaron ya los tiempos
Cuando, lamiendo rosas,
El céfiro bullía
Y suspiraba aromas».


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No se menciona en la Gramática el uso de cuando con subjuntivo después de apenas seguido de un futuro, que está comprobado convenientemente en mi Diccionario; por eso se hace reparable la modificación del siguiente pasaje de Cervantes en El celoso extremeño (R. 1, 1752): «Apenas habréis comido tres o cuatro moyos de sal, cuando ya os veáis músico corriente y moliente en todo género de guitarra» (número 645).

En otras ocasiones no aparece tan clara la razón del cambio, como en éstas:

«¿Los reyes tenéis por santo y por honesto lo que os viene más a cuento para reinar?», Mariana, Historia General de España, 13, 12. «Los reyes tenéis por justo y por honesto lo que os viene más a cuento para reinar» (número 231).

«Andaba el asturiano comprando el asno donde los vendían», Cervantes, Novelas, 8. «Estaba el estudiante comprando el asno donde los vendían» (número 822).


«No hay paz que no alteres,
Ni honor que no turbes».


Tirso, El rey don Pedro en Madrid, 2, 20.                



«No hay paz que no alteres,
Ni honor que no enturbies».


(Número 762)                


«En fin, señora, ¿que tú eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo?», Cervantes, Quijote, I, 29. «En fin, señora, ¿que tú eres la hermosa Dorotea, la única hija del rico Cleonardo?» (número 995).

«Decíanme mis padres... que ellos me casarían luego con quien yo más gustase», Cervantes, Quijote, I, 28. «Decíanme mis padres que me casase con quien yo más gustase» (número 1041).

«Sólo se quedó en pie Bradamiro, arrimado a su arco, clavados los ojos en la que pensaba ser mujer», Cervantes, Persiles, I, 4. «Sólo quedó en pie Brandamiro, arrimado al arco, clavados los ojos en la que pensaba ser mujer» (número 968).

«Cosas... que tocan, atañen, dependen y son anejas a la orden de la caballería andante», Cervantes, Quijote, II, 7. «Cosas... que tocan, atañen, dependen y son anexas a la orden de los caballeros andantes» (número 1193).

Caso hay en que el cambio se hizo sin duda indeliberadamente: «Adornaron la nave con flámulas y gallardetes, que ellos azotando el aire, y ellas besando las aguas, hermosísimas vista hacían», Cervantes, Persiles, I, 2. «Adornaron la nave con flámulas y gallardetes, que ellos azotando el aire, y ellas besando las aguas vistosísimas vista hacían» (número 311). Mi amigo don Miguel Antonio Caro recordó en el digno homenaje que el Repertorio Colombiano consagró a la memoria de Bello con ocasión de su Centenario, la nota que va al fin de la primera edición de la Gramática: «Observo de paso que en el ejemplo de Cervantes de la excepción 6.ª (en la edición última, 9.ª del § 349, a), por un desliz de la memoria he puesto los poetas en lugar de las musas, y fecundos por fecundas, no sin detrimento de la hermosura del pasaje.   —396→   Pero esta alteración no daña en nada a la oportunidad de la cita». Lo mismo que el Autor advierte aquí puede decirse de las demás alteraciones que quedan notadas; y así como él corrigió luego ésta, que era inoportuna, es indudable que, a repararlas, hubiera hecho lo mismo con las que se hallan en igual caso. En las primeras ediciones que corrieron a mi cargo no me atreví a hacer en el texto otras variaciones que poner en lugar de la frase novísima: «Aun bien que casi no he tomado la palabra» (número 1220), la castiza que usa Cervantes: «Aun bien que yo casi no he hablado palabra», Quijote, II, 1 (R. 1, 4072); y a corregir el nombre del río Sebeto, que todas las ediciones que había visto corrompían volviéndolo Sabeto. En la reimpresión anterior restablecí el texto genuino haciendo desaparecer varios defectos de esta clase. Para la presente me propuse verificar todos los pasajes de nuestros autores citados en la Gramática, y he formado un índice de ellos con indicación de la obra y el lugar en que se hallan; naturalmente uno que otro pasaje se me ha escapado, ya por flaquearme la memoria o los apuntes, ya por no tener a la mano las obras de que fueron sacados. De este trabajillo (que sin duda hará asomar alguna sonrisa a los labios de ciertos gramáticos) resulta que la mayor parte de los ejemplos han sido alterados o aproximados a la lengua actual, y además que unos cuantos contenían inexactitudes en que antes no se había reparado. Fuera de las que son erratas notorias, algunas de esas inexactitudes provienen sin duda de que el Autor no copió de los libros los pasajes, sino que los puso de memoria; no hay para qué decir que, sea la una o la otra cosa, les he de vuelto su primitiva pureza. En cuanto a los otros, me he contentado con indicar que están modificados, pues aquí se presenta una dificultad: reducir a un nivel la lengua de escritores de muchos siglos es falsificación histórica que no puede admitirse; pero también es inadmisible presentar como modelos en una obra destinada a enseñar el castellano de hoy, textos que se apartan de él u ofrecen desaliños o modos de hablar que con la natural mudanza de las cosas han dejado de ser usados. Colocado en este punto de vista, ha tenido razón el Autor para modificarlos; pero el maestro y el discípulo deben estar sobre aviso para no dar por efectiva semejante uniformidad. Creo que con el índice mencionado, en el cual van señalados con signos especiales los pasajes que yo he corregido y aquellos que el Autor ha modificado, quedan satisfechas las exigencias de la crítica e inculcada a los jóvenes la necesidad de la exactitud filológica.

Hay algunos pasajes que, conforme aparecen en las ediciones que de los autores tengo a la vista, no son adecuados al objeto con que los cita el Autor, pero en ningún caso esta circunstancia hace menos cierta la doctrina. En el número 301 se halla este pasaje del duque de Rivas: «Desistiose por entonces del ataque de Jesús María; pero lo fueron otros puestos de importancia»; en la página 219 del tomo 5.º de la edición de Madrid, 1854-5, se lee de este modo: «Desistiose por entonces   —397→   del ataque a Jesús-María, pero fueron embestidos otros puestos también de importancia» (Masanielo, 2, 12). Bien puede ser ésta una corrección del escritor307.

Por último apuntaré que en tiempo del Autor todos creían que la Canción a las ruinas de Itálica y la Epístola moral eran obras de Rioja, y que el Lazarillo de Tormes lo era de don Diego Hurtado de Mendoza. En cuanto a la primera, está plenamente probado que es de Rodrigo Caro; la segunda, no hay fundamento ninguno para atribuirla a Rioja, y sí algunos para creer que sea de Fernández de Andrada; el autor del Lazarillo es desconocido, y la atribución a Mendoza completamente arbitraria308. No he hecho indicación o cambio en cada caso.


Nota

Para la acentuación ortográfica se siguen en esta impresión los principios de la Academia Española, en esta forma:

1.º Se aplican estrictamente las reglas aun en casos en que la Academia no lo hace; así, van acentuados reír, freír, oír, conforme a la regla: «En las voces agudas donde haya encuentro de vocal fuerte con una débil acentuada, ésta llevará acento ortográfico; verbigracia país, raíz, ataúd, baúl, Baíls, Saúl». Van acentuados comúnmente, cortésmente, asímismo309, aun cuando no lo estén en el Diccionario, conforme a la regla: «El primer elemento de las voces compuestas, si consta de más de una sílaba, y el segundo siempre, conservan su acentuación prosódica, y deben llevar la ortográfica que como simples les corresponda; verbigracia cortésmente, ágilmente, lícitamente, contrarréplica, décimoséptimo».

2.º Es punto capital de la reforma de la acentuación dictada por la Academia no hacer distinción, como se hacía antes, entre los verbos y las demás palabras. Escribiendo (o debiendo escribir, pues en el Diccionario   —398→   no hay bastante consecuencia) pie, quia, mue, bue, Tio (apellido), pies, pues, buen, cien, sien, Dios, bríos, Juan, cuan, bueis, Luis, ruin, no hay duda que debemos escribir fue, vio, dio, fui310; así queda visible la diferencia entre estos monosílabos y los disílabos guié, rué, rió, lió, huí, guión, Sión. Seguimos la práctica de la Academia, aunque no la ha reducido a regla, acentuando paraíso, saúco, oído; lo mismo en la combinación : huída, jesuíta, casuísta, y por consiguiente huído, muír, destruír311.

Ha parecido conveniente advertir esto, porque hay personas que se creen obligadas a seguir ciegamente hasta las erratas o inadvertencias visibles del Diccionario y de la Gramática de la Academia. No hace mucho que se leía en la portada de un libro que era la décimotercia edición (véanse en la última edición del Diccionario la portada, L, ny, y los demás nombres de letras en que figuran estos numerales).





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ArribaNotas

1 (número 7). Examinados cuidadosamente los sonidos de una lengua literaria, ya dentro de ella misma, ya comparándolos con los de otras, resulta que su número es generalmente mucho mayor que el de los caracteres con que el uso los representa; de suerte que cada signo, más que un sonido único y exclusivo, denota el tipo de una serie de sonidos más o menos parecidos. Sin acudir a las lenguas extrañas, ni siquiera a las pronunciaciones provinciales, en nuestra habla común hay bastante diferencia en la d o la s según están en medio o en fin de dicción, como en la j antes de a y de i. No sería, pues, extraño que hubiese modificaciones expresadas por un solo signo, más distantes entre sí que otras que representamos con signos distintos. Así, en rigor no siempre es exacto dar como número de los sonidos el número de letras, y por consiguiente es poco científico el llamado principio de escribir como se pronuncia, sin variar el alfabeto en cada localidad y de siglo en siglo.

El alfabeto, como cosa tradicional y heredada, tiene cierta fijeza que se aviene mal con la fluidez del lenguaje hablado; de donde resultan conflictos entre la pronunciación y la escritura, tanto en razón de la diferencia de los lugares como en razón de la de los tiempos. Así, por ejemplo, la distinción entre z (o c) y s, efectiva para los castellanos, no existe para muchos andaluces, valencianos, vascongados ni para la generalidad de los americanos, los cuales en realidad emplean tres signos para representar el sonido único de s. Lo que hoy sucede, sucedió en épocas anteriores. Fray Juan de Córdoba (1503-1595) en su Arte en lengua zapoteca, México, 1578, escribe: «Los de Castilla la vieja dizen haçer y en Toledo hazer; y dizen xugar y en Toledo jugar. Y dizen yerro, y en Toledo hierro. Y dizen alagar, y en Toledo halagar, y otros muchos vocablos que dexo por evitar prolixidad»312. Los burgaleses   —400→   se distinguían también por trocar la b y la v, diciendo vien, vestia y bida, bino, según lo testifican el doctor Busto (1533) y el helenista Vergara (1537). La uniformidad ortográfica que vemos en los libros se establece comúnmente sobre el uso de la capital, el cual también influye, aunque en grado infinitamente menor, en la pronunciación.

Para ver lo que pasa al comparar una época con otra, basta resumir brevemente la historia de nuestra pronunciación en sus relaciones con la ortografía; lo que servirá además para mostrar cómo hemos sabido modificar la segunda al compás de la primera, a diferencia de lo que acontece en otras lenguas.

B, V. Los gramáticos de los siglos XV y XVI dicen que estas letras se pronuncian de distinta manera, si bien advierten que muchos las confundían; los del siglo siguiente nos dicen que la confusión era ya general, y describen con precisión el sonido que ordinariamente reemplaza hoy a la b y la v, que no es ni la una ni la otra conforme se pronuncian en francés o en italiano, sino la w del alemán de Hanover (o sea una bilabial fricativa).

La bastante regularidad que en el uso de estas letras nos ofrecen los monumentos literarios anteriores a la confusión dicha, es indicio de que con la misma regularidad se distinguieron algún tiempo en la pronunciación. Desde los albores de nuestra lengua hasta fines del siglo XVI se escribieron siempre con v (u) intervocal las voces que en latín tienen v o b, y con b las que en latín tienen p: mouer (movere), deuer (debere), lobo (lupum); después de l, r también se escribía generalmente v: poluo (pulvis), aluedrio (arbitrium), nieruo (nervum), barua (barba); en la inicial predominaba la b, aun contra el origen: barrer (verrere), boz (vocem), bodas (vota); en dos sílabas consecutivas se escribía por regla general primero b y después v: baua, biuir, biuora, baruasco. A principios del siglo XVII se trastornó completamente esta ortografía, y no hubo regla en el empleo de tales letras.

Ç, Z. A pesar de que los gramáticos coetáneos hablan de la diferente pronunciación de la ç y la z, no es fácil atinar hoy con la verdadera, porque no conociéndose entonces la descripción fonética de los sonidos y habiendo divergencias provinciales entre los castellanos mismos, las explicaciones y comparaciones han de adolecer o de vaguedades o de inexactitudes que aun paran en contradicción de las unas con las otras. Los italianos identificaban la ç a su z, zz áspera (marzo, Zucchero), y ellos como los españoles las igualaban en la rima:


«No hagais la vida estraña
      Con cuidados,
—401→
Que no pueden ser sobrados
Por un tan poco embaraço;
Quanto mas que de allegados,
Amigos, deudos, criados
Cada qual toma un pedaço.
   Nos llamamos loco y paço (pazzo)
      Al contento,
Y al que tiene pensamiento
De descansar por tener».


(Torres Naharro, Epístolas, VII)                



«Ecco il valente Ulisse de l'Arcone (Alarcón),
Col suo forte Tidide di Mendozza313,
Che l'un con l'hasta batte il fier Maccone,
L'altro la testa con la spada mozza».


(Bernardino Martiriano, Stanze di diversi auttori, 2.ª parte, página 40, Venecia, 1589)                


Otros la comparan a la pronunciación que los alemanes dan a la c y a la t latinas diciendo Tsitsero por Cicero, litsium por litium; y a su vez se hallan trascritos con ç nombres alemanes como Zwickau: Çuibica; Landshut: Lançuet. A pesar de todo esto no falta quien nos diga que corresponde a la c francesa de certain y citoyen, y el mismo que escribía Çuibica, Lançuet, escribe uncer, mecer las voces alemanas unser, messer. En cuanto a la z, los más dicen sonaba como la z, zz suave de los italianos (zefiro, azzurro). A mediados del siglo XVI empezaron a confundirse las dos letras para quedar reemplazadas con la z actual en Castilla, al paso que en Andalucía se redujeron las dos a s sorda, y de ahí data la escisión que aún existe en la pronunciación del castellano.

Por lo que hace a la ortografía, era la z de raro uso en principio de dicción, hallándose especialmente en voces árabes que en su origen llevan : zaque, zarco; era comunísima y de uso forzoso al fin: paz, vez, matiz, andaluz; intervocal, fuera de algunas voces grecolatinas al tenor de bautizar, canonizar, la llevaban las populares que en su origen latino tienen c o ce, ci, qu o que, ch o chi: hazer (facere), dezir (dicere), cozer (coquere), monazillo (monachellus); ce, ci o te, ti latino entre dos vocales: lizo (licium), lazo (laqueus), razón (rationem), pozo (puteus), aunque hay excepciones; antes o después de consonante sólo aparece por efecto de síncopa: donzella (dominicilla), salze (salicem), durazno (duracinus), diezmo (decimos); todo esto sin contar unas   —402→   cuantas voces árabes que llevan y otras de origen oscuro. La ç (o c antes de e, i) predominaba como inicial en voces latinas correspondiendo a la c, qu, ch de su fuente: cena (cena), cinco (quinque), cédula (schedula), o a s: çafir (sapphirus), cerrar (serare), çueco (soccus); en voces arábigas correspondía a sad, sin: çauila, cifra, çumaque; y además se empleaba en otras voces de etimología oscura; como intervocal ocurría en voces eruditas, o sea tomadas intactas del latín por los doctos: sacrificio, oficio, especie; representaba la s, de sabe en quiçá; y cualquier grupo de consonantes latinas de las cuales la segunda fuese c, ch o t antes de e, i: acento (accentus), conocer (cognoscere), rociar (roscidus), caçar (captiare), braço (bracchium), Vicente (Vicentius); además, las mismas letras árabes que en principio de dicción: ataraçana, almohaça, fuera de otras palabras de origen oscuro; después de consonante era forzoso su empleo, excepto el caso de síncopa explicado arriba: entonces, lança, fuerça314; y por el contrario nunca se usaba en fin de sílaba o palabra. La distinción ortográfica de estos dos signos correspondiente a la de la pronunciación, perseveró desde los documentos de tiempo de Alfonso el Sabio hasta fines del siglo XVI, época en que empezaron a confundirse hasta el punto de que antes de cincuenta años reinaba la anarquía más completa.

S, SS. El uso de la s sencilla o doble estaba regulado por la etimología (caso, passo). Igualmente a fines del siglo XVI comenzó a olvidarse esta distinción, que correspondía a la de la pronunciación, puesto que graves argumentos contribuyen a probar que entre massa y casa había la misma diferencia que en francés entre coussin y cousin, rosse y rose.

X, J, G, H. Representábase con la x el sonido de la shin árabe, ch francesa, sci italiana, sh inglesa y sch alemana. Según todas las probabilidades, la g antes de e, i, y la j antes de a, o, u, tenían hasta principios del sido XVI la fuerza del árabe gim, o sea el italiano gi; a lo que dice el Tansilo (1510-1568).


«Se si nomina l'aglio in lingua nostra,
E l'ode lo spagnuol, dice a lui trovo...
Se sente nomar l'aglio a lo spagnuolo
Il nostro, pargli udir comodo ed agio...».


(Capitoli, XV; en Benedetto Croce, La lingua spagnola in Italia, p. 13)                


Pero desde mediados del mismo siglo fue igualándose a la j francesa. Este nuevo sonido y el de la x no tardaron en confundirse, tal que a principios del siglo siguiente no había ya diferencia entre ellos, y, según Covarrubias (1611), no faltaba ya quien propusiera la sustitución de la x por la j antes de a, o, u y por la g antes de e, i315. A tiempo   —403→   que esto sucedía en el habla culta, apareció en la popular la conversión de x (o sh) en aspiración, la cual hasta entonces se había representado con h, particularmente en voces latinas que tenían f316 y en voces árabes. Aunque esta novedad hubo de ganar terreno rápidamente, todavía en el primer tercio del siglo XVII su exageración, a lo menos, era tenida por propia de los bravos de Sevilla. En un soneto de 1616 que trae Gallardo (Ensayo, IV, col. 1356), Escarramán, tipo del género, dice Hoan por Joan, Hoanes por Joanes, pelleho por pellejo, husto por justo, hiesta por fiesta, tollohías por teologías; y en el entremés de La cárcel de Sevilla, impreso en 1617, se lee baraha, barahe por baraja, baraje (ibid I, cols. 1375, 1376). Quevedo nos cuenta en el Buscón (1626) que aleccionando Matorral a su héroe sobre cómo debía haberse con los buenos hijos de Sevilla, le decía: «Y haga vucé de la g, h, y de la h, g; digo conmigo: gerida, mogino, gumo [jumo]; Paheria, mohar, habalí, y harro de vino» (II, 10); lo cual prueba que, coexistiendo las dos pronunciaciones sin estar deslindadas todavía, el vulgo se enredaba y las empleaba arbitrariamente, hecho conocido en la historia del lenguaje. Mediado del siglo, ya la j, g se empleaba para denotar la aspiración, prueba de que su antiguo valor había desaparecido317.

El siguiente pasaje de Cascales en sus Cartas filológicas (II, 4), cuyo privilegio lleva la fecha de 1627, comprueba el estado coetáneo de la pronunciación en conformidad con lo que hasta aquí llevamos dicho: «La r y la s en principio de parte suena tanto como dos en medio, como ramo, sabio, parra, massa. Una en medio tiene sonido más tenue, y dos más fuerte, como marquesa, condessa, casa, escassa. Pero si la r o la s en medio de parte se ponen tras de alguna consonante, suena tanto sencilla como si fuera doble; y tras de consonante no se ha de poner doble, como Enrique, inmensa; y no se ha de escribir Enrrique ni inmenssa... La j tiene diferente pronunciación que la x, porque trabajo, Cornejo, hijo, más fuerte y robustamente se pronuncian que baxo, dixo, lexos; porque para aquéllos se juntan y aprietan los dientes, y para éstos no se llegan... La ç y la z son de diferente pronunciación, como cabeça, pieça, calabaça, calaboço; grandeza, pureza, extrañeza. Y la b y la v también, como alcoba, lobo, bota, bestia, etc.; voto, uva, vano, verdad, veraz, etc. De aquí viene que dixo y hijo no son consonantes, ni trabajo y baxo, ni cabeça y grandeza, ni marquesa y condessa... yerros pueriles, pero dignos de gran pena en poetas célebres y doctos. Hallo en esta parte a los poetas españoles con oído tan boto y obtuso, que apenas sienten las dichas diferencias». El examen de las consonancias demuestra que en tiempo de Cascales se confundían constantemente estas letras,   —404→   argumento de que en la pronunciación común sucedía lo mismo, mas no había sido así siempre. Tomemos como tipos de rimas con abraça, caça y plaça, cabeça, pieça y tropieça, roça, choça y broça, moço, boço y solloço; de rimas con z, lazo, porrazo y ramalazo, alteza, cereza y dureza, ceniza, atiza y fiscaliza, castizo, pajizo y granizo; de rimas con s, casa, rasa y brasa, pesa, mesa y duquesa; seso, queso y beso, quiso, aviso y paraíso, quexoso, hermoso y esposo; de rimas con ss, passa, tassa y escassa, passe, juntasse y sonasse, essa, priessa y confiessa, esse, cesse y fuesse, esso, huesso y aviesso; de rimas con x, abraxo y traxo, dexa y quexa, coxo y floxo, truxo y reduxo; y de rimas con j, paja, cuaja y baraja, boscaje, linaje y salvaje, trabajo, cancajo y atajo, consejo, bermejo y caballejo, hija y vasija, hijo, rijo y aflijo, hoja, enoja y escoja, ojo, despojo y enojo. Pues bien, en las obras de Garcilaso, en las rimas de Castillejo y Fernando de Herrera no se halla ejemplo como cabeça o empieça rimados con belleza o alteza, de esso con peso, de hijo con dixo; en las obras que tengo a la mano de Juan de la Encina no hallo otra infracción que Parnasso con Pegaso, Naso, caso; en las Farsas y églogas de Lucas Fernández dixe con rige y crucifige (latín); en Boscán Narcisso con paraíso, Parnasso con vaso y caso, enoja con congoxa, aveze con pese; en Acuña lexos y consejos; en Cetina Parnasso con caso, ocaso, vaso; en Hurtado de Mendoza cabeça y empieça con belleza, consejas con quexas, consejos con lexos; en Baltasar de Alcázar beso con gruesso, Narcisso con quiso, certeza con cabeça, consejos con lexos; en veintiún cantos de la Araucana passo con caso, passa con casa, raso con passo, seso con huesso, priessa con represa, dos veces promessa con empresa, y baraja con baxa, desencaxa. Pero llegando a Cervantes, Lope y Góngora las infracciones son frecuentísimas, o mejor dicho no se halla distinción alguna.

Desde la primera mitad del siglo XVIII la Academia Española ha ido remediando el desorden ortográfico que sin mermar reinaba todavía al tiempo de su fundación (1713) y acercándose cada día más a la escritura fonética. Para regularizar el uso de la b y la v tomó como base, aunque no con rigurosa consecuencia, la etimología, que era acaso lo único que podía hacerse supuesta la vacilación que hay en la pronunciación de dichas letras. Esto hizo en el Diccionario de Autoridades (1726) y lo ratificó en la Ortografía (1741); ahí mismo desechó la ç y determinó el empleo de la c y la z. En la 3.ª edición de la Ortografía (1763) abolió la duplicación de la s; en la 4.ª del Diccionario (1803) desterró la h de christiano, la ph de philosopho, y dio a la ch y ll el lugar y orden de letras distintas; en la 8.ª de la Ortografía (1815) escribió cuatro, cuestor por quatro, qüestor, decidió que en adelante no se emplease la x con el valor gutural de j, que antes tenía en dixo, y le adjudicó el de la combinación cs (que sólo por pedantería se usaba en el siglo XVI), quedando por consiguiente abolido el uso de la capucha o acento circunflejo que en 1741 había preceptuado se pusiese a la vocal siguiente cuando la x había de pronunciarse a la latina: exâmen, exôrbitante,   —405→   reflexîon; y separó las funciones de la i y de la y, con algunas excepciones «por ahora» (rey, va y viene); en la 12.ª edición del Diccionario (1884) considera la rr como letra indivisible, semejante a la ll, mas no le da todavía lugar propio en el orden alfabético318.

Nuestra ortografía y nuestra prosodia presentan además el conflicto entre el lenguaje popular y el erudito. Al romanzarse las voces latinas se simplificaron los grupos de consonantes, ya produciendo nuevos sonidos, ya eliminando alguno: pectus: peito: petyo: pecho; oculus: oclus: oílo: olyo: ojo; signa: segna: seina: senya: seña; obscurus: oscuro: escuro; instrumentum: istrumentum: estrumente: estrumento; estas voces corresponden al primer lecho o estrato de la formación del castellano. Delictum: delito; signum: sino, pasaron al lenguaje común por medio de los eruditos, pero el pueblo no los aceptó sin aligerarlos, como hacía y hace hoy con innumerables palabras al estilo de adatar, adotar, afeción, aflición, dotor, dotrina. Las consonancias y multitud de ediciones dejan ver que nuestros mayores decían dino, indino, benino, aceta, preceto, afeto, Egito, afeción, sinificar; baste remitir al lector a lo que sobre la ortografía y pronunciación de Santa Teresa advierte don Vicente de la Fuente (R. 53, XVI)319. Es sin duda que, consiguiente al hábito de escribir en latín, la escritura etimológica provocó entre los eruditos la pronunciación de letras que popular y familiarmente ni se pronunciaban ni se pronuncian hoy, de que resultó la divergencia que significó en estos términos la Academia en el Discurso proemial del Diccionario de Autoridades: «Aun entre los más preciados de verdaderos y legítimos castellanos tampoco hay igualdad en el modo de pronunciar, porque lo que unos profieren con toda expresión, diciendo acepto, lección, lector, doctrina, propriedad, satisfacción, doctor, otros pronuncian con blandura, y dicen aceto, leción, letor, dotrina, propiedad, satisfación, dotor; unos especifican con toda claridad la letra x en los vocablos que la tienen por su origen, y dicen expresión, exceso, explicación, exacto, excelencia, extravagancia, extremo, y otros en unas palabras la mudan en c y en otras en s, diciendo ecceso, eccelencia, espresión, esplicación, esacto, estravagancia, estremo; unos expresan las consonantes duplicadas en varias voces, diciendo accento, accidente, annata, innocencia, commoción, commutación, y por contrario otros no la usan, y dicen acento, acidente,   —406→   anata, inocencia, comoción, comutación, de suerte que es innegable la variación y diversidad en la pronunciación». La Academia, haciendo concesiones al uso popular, como no podía menos de hacerlas, se ladeó a la manera de hablar erudita; pero no tardó en reconocer que pronunciaciones como substancia, obscuro, extranjero, extraño, transponer pecaban de ásperas y afectadas, y en la cuarta edición del Diccionario (1803), atendió al uso popular, y lo sancionó otra vez en el año 1815 en la Ortografía. Posteriormente volvió sobre sus pasos, y en los últimos tiempos llega a dar la preferencia a obscuro, substancia sobre oscuro, sustancia. No creo que haya casa alguna en que se diga caldo substancioso; semejante afectación es contraria al genio de nuestra lengua.

2 (número 7). La división de las vocales en llenas y débiles no tiene aplicación práctica sino cuando se trata de la manera como se combinan entre sí para la formación de las sílabas. Vocales que pueden agregarse a otras sin formar sílaba de por sí, son débiles o medio vocales, y desempeñan las funciones de una consonante; ai, oi, ia, uo son comparables a al, on, la, no. En castellano las vocales débiles por excelencia son i, u; pero e, o tienen también a veces este carácter, como al pronunciar beatitud y coartada en tres sílabas, cae y nao en una320. Cuando las vocales débiles preceden (caso a que muchos autores de fonética reservan el nombre de medio vocales), es más perceptible el oficio de consonante, tal que se allegan al sonido de y la una y de g la otra, y en el lenguaje vulgar se confunden realmente, como que la gente inculta pronuncia yelo, güeso por hielo, hueso. Los gramáticos dicen que en casos tales la h parece representar un sonido consonante; mas por lo dicho es de creerse que quedaría expuesto el hecho con mayor exactitud diciendo que en estas combinaciones iniciales tiene la vocal débil valor de consonante, y que esta circunstancia se señala con la h. En hueste tiene la u fuerza de consonante, en ueste (lo mismo que oeste) forma sílaba de por sí y es vocal neta.

3 (número 16). Ya sea por efecto de una elección arbitraria como la que apropió a sonidos peculiares del romance los signos ya existentes ñ, ll, ch, ya por casual coincidencia que de dos íes (ij) produjo un signo nuevo semejante en la forma a la y llamada griega, ello es que desde la época más remota tal signo aparece en nuestra lengua desempeñando con más o menos regularidad ciertas funciones de la i: 1.ª como consonante: ayuntar, yo, vaya; 2.ª como medio vocal formando diptongo con una vocal precedente: ay, coyta; 3.ª cuando llevaba cierta énfasis por formar palabra o sílaba de por sí: y, hy, yba, cay, parayso, ayna, traydor, rey321. En suma era la y una i enfática, o doble, si se quiere, a semejanza de la y francesa entre dos vocales. Esta tradición es la que conservamos hoy al escribir hay, va y viene. Pero ni este uso fue general   —407→   ni le han faltado contradictores. En el poemita dramático de los Reyes Magos no se halla la y ni como vocal ni como consonante, y en manuscritos posteriores no hay uniformidad completa. Aldrete en sus Antigüedades de España dice que se ha notado por cosa particular y extraordinaria que de su libro del Origen de la lengua castellana (1606) se halle desterrado el ypsilon; efectivamente, en ninguna de las dos obras se halla la y sino en voces de origen griego como Dionisyo, Hieronymo, pues siempre escribía el autor cuio, concluie, huiendo. Ésta es una buena muestra de la ceguera que puede causar la erudición, y semejante ejemplo no ha podido perjudicar a la causa de esta letra. Sus enemigos temibles son los que han querido utilizar los dos signos i, y para distinguir oficios diversos, apropiando el primero exclusivamente para las funciones de vocal y el segundo para las de consonante. El deseo creciente cada día en los pueblos que hablan castellano de acomodar a un solo tipo al hablar y al escribir, puede, amortiguando la sed de reformas, conservar indefinidamente el empleo de la y como vocal, pero no es difícil que algún día desaparezca.

4 (número 18). Dice Bello que sílabas son los miembros o fracciones de cada palabra, separables e indivisibles. Gramática, advierte, consta de cuatro miembros indivisibles: gra-má-ti-ca; y si quisiéramos dividir cada uno de éstos en otros, no podríamos, sin alterar u oscurecer algunos de los sonidos componentes, así, del miembro gra, pudiéramos sacar el sonido a, pero quedarían oscuros y difíciles de enunciar los sonidos gr. Cambiemos el ejemplo: grueso tiene dos sílabas: grue-so; de la primera grue podemos separar la e, quedando los otros sonidos perfectamente pronunciables. Es todavía mayor el inconveniente de llamar a las sílabas fracciones o miembros, pues a las voces monosílabas como yo, ley, Dios, no es aplicable semejante denominación. Por todo esto es preferible la definición vulgar de sílaba: una o más letras que se pronuncian en una sola emisión o golpe de voz.

5 (número 19). La regla de no poner al principio de sílaba sino letras o combinaciones de letras que puedan principiar dicción, es en general exacta; pero aplicarla como lo hizo Salvá a la r y después Bello a la misma y a la x, no puede hacerse sin objeción. Sea la primera un argumento ad hominem que agudamente propone el señor Caro (Ortología y métrica de Bello, página 24); si dividimos Ir-iarte, conex-ión, tendremos en principio de sílaba las combinaciones ia, io, con que no comienza voz alguna castellana; en segundo lugar, y es también observación del mismo señor Caro, no es fácil pronunciar r suave en principio de palabra aislada, pero sí en principio de sílaba apoyada por la precedente, y cualquiera puede pronunciar y silabear Pa-rís, a-ro-ma, i-ríamos; cuanto más que al agregar a la vocal precedente la r se desvirtúa la pronunciación, porque se articulan de diversa manera la r final de palabra y la inicial de sílaba (ubi supra, página 21). Finalmente, si ha de dividirse a-tlántico (silabeo contrario a la pronunciación usual y a la doctrina de la Academia) porque hay Tlascala, con más razón podrá silabearse   —408→   cone-xión, a-xioma, supuesto que la x inicial nada tiene de contrario a nuestra pronunciación, antes en el lenguaje científico se usan voces tomadas del griego como xifoides, xilografía; recuérdese además que la pronunciación actual de la x siempre ha pertenecido al habla erudita.

6 (número 27). Siguiendo las huellas de idiomas en que la rr es verdaderamente letra doble, se ha usado en castellano dividir guer-ra; pero ya la Real Academia ha dado su fallo en contra de esta irregularidad, y sancionado la práctica de nuestro Autor, dividiendo pe-rro, ca-rreta. Hay también una anomalía insignificante en el uso de la ch y la ll, pues al paso que las dos partes de la letra van en mayúscula al escribir MUCHO FALLO, sólo la primera va en dicha forma en casos como Chile, Llaguno.

7 (número 32). Por el acento se realza una sílaba entre las demás de una palabra, o una sílaba que de por sí forma palabra entre otras sílabas inmediatas. Esto se consigue o aumentando la expiración con que producimos el sonido o alzando el tono; el primer acento, llamado de intensidad o expiratorio, es el que conocemos en castellano y en las más de las lenguas europeas modernas; el segundo acento, de entonación o tónico, cromático o musical, era característico del griego, del sánscrito, así como lo es de varias lenguas asiáticas, especialmente del chino, y aun lo emplean a veces con delicadeza el sueco, el servio y el lituano. Puede decirse que en general todas las lenguas combinan las dos cosas, pero en proporciones tan diferentes, que sólo la una se toma como característica; de manera que al definir nuestro acento debemos caracterizarlo por la mayor intensidad mientras que, tratándose del griego, hemos de hacerlo por la mayor elevación del tono. No es, pues, de admirar que al describir el acento castellano, lo mismo que en otros puntos de nuestra prosodia y métrica, haya producido notables errores la irreflexiva aplicación de la nomenclatura latina, tomada, como es sabido, de la griega. Bello mismo, que en su Métrica trató de desembarazarse, aunque no tanto como fuera de desear, del enredo que han formado otros preceptistas, describe así el acento en la Gramática: «El acento consiste en una levísima prolongación de la vocal que se acentúa acompañada de una ligera elevación del tono». Aquí la última parte es una tímida copia de la definición del acento griego, la primera es una concesión a los que han equiparado nuestras sílabas acentuadas a las largas de los antiguos, y falta precisamente lo que constituye la esencia de nuestra acentuación. En la Ortología da Bello la definición así: «Se llama acento aquel esfuerzo particular que se hace sobre una vocal de la dicción, dándole un tono algo más recio, y alargando un tanto el espacio de tiempo en que se pronuncia»; aquí parece que se introduce el elemento de la intensidad, pero con la misma confusión que antes. Por de contado que no puede negarse que la sílaba acentuada, por el hecho de pronunciarse con mayor intensidad, se presta mejor que las demás a prolongarse o a elevarse de tono; pero éstas son circunstancias accidentales que en nada modifican la naturaleza del acento expiratorio.

  —409→  

8 (número 34). Son tan varios los elementos que pueden o deben tomarse en cuenta para clasificar las partes de la oración, que es casi imposible llegar a un resultado absolutamente satisfactorio; y así nada tiene de extraño que sobre el particular haya habido tantas opiniones y disputas. Los principales elementos de clasificación en las lenguas de nuestra familia indoeuropea son la significación absoluta de la palabra, su forma y sus funciones u oficios en la frase.

En cuanto a lo primero, es cierto que las categorías gramaticales de sustantivo, adjetivo y verbo corresponden a las categorías lógicas de sustancia, cualidad y acción o acaecimiento; pero también lo es que si el sustantivo designa privativamente una sustancia, lo que no hacen ni el verbo ni el adjetivo, hay designaciones sustantivas de la cualidad o la acción (blancura, carrera), y verbos que denotan estados o cualidades permanentes (bermejear, negrear, rojear, en latín albere, arere, en griego imagen). En atención al significado se han constituido también clases aparte con los pronombres y los numerales, pero es patente que unos y otros se reparten entre las categorías del sustantivo y el adjetivo.

Si consideramos la forma, o sean las inflexiones, fácilmente haremos la división en las tres clases de nombre, verbo y partes indeclinables o partículas; mas aquí se ofrece el tropiezo de las formas nominales del verbo y de las voces indeclinables que se sustantivan; además, ni en las partículas cabe ulterior división, ni en los nombres la de sustantivo y adjetivo; sin que valga apelar a la forma o construcción comparativa del adjetivo, supuesto que muchos por su significación la repugnan.

Tampoco faltan dificultades en la clasificación por oficios o funciones. Si el sustantivo, en contraposición del verbo y del adjetivo, ejerce las funciones de sujeto y con ellas la de objeto en su sentido más lato, también otros términos o combinaciones de términos pueden ejercerlas; y las atributivas, peculiares del adjetivo, no son ajenas del sustantivo, como aparece en las aposiciones y en el oficio de predicado. Aun mayores son las dificultades que presentan los verbos auxiliares supuesta la nomenclatura tradicional, las palabras conjuntivas, pues al mismo tiempo que donde y cuando son llamados adverbios, aunque, si pasan por conjunciones.

Además de esta variedad de conceptos, a veces contradictorios, en que pueden considerarse las palabras, hay una multitud de gradaciones o medias tintas, debidas ya a la evolución natural de los significados, ya a las influencias de la analogía: «Sucede a veces», dice atinadamente Bello, «que una palabra ha perdido en parte su primitiva naturaleza, y presenta ya imperfectamente, y como en embrión, los caracteres de otra, habiendo quedado, por decirlo así, en un estado de transición» (número 1185).

A pesar de tamañas dificultades, nuestro autor, aliando la clasificación de los oficios con la de las formas (aunque sin mencionar aquí   —410→   este elemento) ha establecido una clasificación que abarca la mayoría de los casos, y, lo que vale más, ha dado idea clara de la estructura psicológica y gramatical de la oración y proporcionado instrumento precioso para analizar y discriminar los diversos oficios que puede desempeñar un mismo término. Bien es verdad que en algunas cosas ha roto con la tradición; pero en esto, más que vituperio, merece loa. Efectivamente, no se concibe que un Paul, por ejemplo, pueda decir que es arbitrario clasificar ciertas voces relativas como adverbios, y otras de funciones idénticas como conjunciones, y que al mismo tiempo se tilde a Bello por acabar con tal arbitrariedad, fijando límites exactos entre esas clases de palabras.

No obstante, la clasificación de nuestro autor, como todas las demás, ofrece puntos discutibles por el conflicto en que se hallan los diferentes criterios mencionados. En el infinitivo hallamos dos funciones diversas: de toda evidencia es que puede denotar el atributo como cualquiera inflexión del verbo, pero no se conjuga como éste; y puede también servir de sujeto, como el sustantivo, aunque no siempre lo hace de por sí, sino combinado con su sujeto, a la manera de las demás proposiciones; Bello, guiándose por el criterio de la forma, se ha decidido por el carácter sustantivo. Cosa parecida ha hecho con el gerundio, desatendiendo las funciones verbales y calificándolo de adverbio. Para clasificar entre los sustantivos el participio que con haber forma los tiempos compuestos, es patente que no ha podido aplicar su criterio, una vez que dicho participio no puede servir de sujeto. Otro escollo encontró para colocar en su cuadro el anunciativo que, llamado comúnmente conjunción, y que no puede pertenecer a esta clase según él la limita, y aquellos términos como casi y hasta que se trasforman en meros prefijos.

Indicadas las ventajas indiscutibles de la clasificación establecida en esta Gramática y algunos de sus flacos, creo que debe aceptarse con menos rigorismo que su autor, reconociendo que ciertos términos o ciertos matices de su empleo quedan por fuera, y explicando las razones por las cuales no se acomodan a ella. Acaso así, y valiéndose de los mismos criterios, se alcanzará más claro conocimiento de estos puntos dudosos y controvertibles, que dándoles una solución forzada322.

9 (número 47). El predicado es diferente del epíteto: el primero es un nombre que mediante el verbo modifica al sustantivo; el segundo es un adjetivo que se junta al sustantivo, no para distinguirlo de los demás de su género, sino para llamar la atención hacia alguna cualidad que siempre o de ordinario le acompaña. La voz predicado pertenece propiamente a la lógica, y sugiere siempre al entendimiento la cópula, el verbo, como que es correlativa de sujeto; epíteto, equivalente en un principio a adjetivo, es correlativo de sustantivo, y es hoy propiamente   —411→   voz de la retórica; en la gramática sólo merece mencionarse por la colocación que a los tales suele ordinariamente darse con respecto al sustantivo. «Y no sólo son diferentes entre sí», dice el señor Caro, «el predicado y el epíteto, sino que desempeñan oficios esencialmente contrarios. El epíteto, íntimamente enlazado con el sustantivo, denota una circunstancia que subsiste independientemente y aun quizá a pesar de la acción que el verbo expresa, verbigracia: 'Hasta el manso cordero resiste'. El predicado, por el contrario, íntimamente enlazado con el verbo, denota una condición cuya duración coincide con la acción que éste expresa, independientemente y aun quizá a pesar de la naturaleza del objeto representado por el sustantivo, verbigracia: 'Hasta el león se mostró manso'. Si al revés de lo que sucede con los otros verbos, el predicado que acompaña a ser significa algo permanente, es por la significación excepcional de este verbo».

10 (número 109). En la primera edición de su Gramática advertía Bello que el plural de estay es estáis, lo cual aprobaba la Academia, 12.ª edición de su Diccionario, en las voces bauprés y cuchillo, siguiendo al Diccionario Marítimo; sin embargo, Eugenio de Salazar (Carta III) y Lope de Vega (Jerusalén, 1) dicen estayes. Mariana dijo taráis de taray (Historia General de España, XXV, 4) y el Diccionario Marítimo cois de coy (sub voce batayola). La Academia dice hoy estayes.

11 (número 110). No tiene además el plural nones, sacado de la forma antigua non, como en la frase decir nones323. A otros en í, fuera de alelí, rubí, extienden los poetas, si bien raras veces, el plural en s: Castillejo hace consonar borceguís con maravedís y oís (Diálogo y discurso de la vida de corte), e Iglesias usa jabalís (Cantilena IV).

12 (número 117). Huerta en su traducción de Plinio (X, 2, anotaciones) usa en prosa el plural fenices. Lope dice también en el plural fénix. La inocente Laura, II, 17; Al pasar del arroyo, II, 12.

13 (número 119). No comprendo como Salvá primero y Bello después tomaron la voz barbacana como compuesta de barba y cana, cuando indudablemente es forastera, y su sentido nada tiene que ver con el de los supuestos componentes. Los etimologistas no están acordes en cuanto a su origen; pero sea de ello lo que fuere, no puede aplicársele la regla de los compuestos castellanos; de otra suerte, sería menester agregar como excepciones altamisa, claraboya, etc.

Los nombres cuyos componentes no se hallan en la relación determinada por el autor, ofrecen alguna dificultad: de bocacalle, bocamanga,   —412→   en que el segundo elemento parece regido del primero, se prefiere el plural bocacalles, bocamangas (y acaso lo mismo en bocacaz, bocateja); salvaguardia hace salvaguardias; salvoconducto se acomoda a esta norma, según se ve en el Diálogo de Mercurio y Carón de Valdés (página 89, edición de Böhmer), aunque Pero Mejía dice salvosconductos (Historia imperial y cesárea, Antonino Pío, página 96, Amberes, 1578), y lo mismo Márquez (El Gobernador cristiano, II, 24, páginas 304, 305, Pamplona, 1615)324.

El plural montespíos está autorizado por Jovellanos, pero la Academia prefiere montepíos.

Compuestos al tenor de críticoburlesco, líricodramático, forman su plural con el del último componente, y a la misma categoría pertenece, en mi sentir, sordomudo, pues aunque no falta ejemplo de sordosmudos325, lo más común es sordomudos: «Están acordes con este hecho las declaraciones de varios maestros de sordomudos, quienes atestiguan que antes de la enseñanza el sordomudo no conoce las verdades metafísicas» (Balmes, Filosofía elemental, Ideología, capítulo XVI); «El arte de enseñar a leer a los sordomudos fue invención del español fray Pedro Ponce de León» (Mesonero, Manual histórico, topográfico, administrativo y artístico de Madrid, página 317, Madrid, 1844).

14 (número 123). En nombres que denotan gran masa o extensión suele usarse el plural como para dar a entender que se percibe el objeto por diferentes partes o bajo diferentes formas: las aguas del mar, las sombras de la noche, los campos de Montiel, por entre los rasgones se le veían las carnes.

Hay denominaciones que se aplican a un conjunto de granos o partecillas menudas, como trigo, cebada, avena, mijo, centeno, anís, mostaza, polvo, arena; y para denotar una sola de las partes es preciso valerse de expresiones como un grano de trigo, de arena; hay otras que propiamente designan cada grano o parte, como garbanzo, comino, arveja, guisante, aceituna, ladrillo, y se dice en plural garbanzos, aceitunas, ladrillos. Pero a menudo se confunden las dos categorías usándose en singular los últimos para denotar el conjunto de granos, frutas o la materia de que se hace algo. «Si mucho tiempo está el acetuna por labrar, menéenla de un cabo a otro» (Herrera, Agricultura general, III, 35). «Almendra,   —413→   nuez y avelana va de España (a América) para gente regalada» (Acosta, Historia natural y moral de las Indias, IV, 31). «Solía decir (Augusto) que la ciudad de Roma era antes de ladrillo y que él la había hecho de mármol» (Mariana, Historia General de España, IV, 1).

Úsanse también en singular a modo de colectivos los nombres nacionales precedidos del artículo definido; así se dice el turco, el inglés, a semejanza de el enemigo por los enemigos. «Dijo que tenía por cierto que el turco bajaba con una poderosa armada» (Cervantes, Quijote, II, 1).


«Veinte presas
Hemos hecho
A despecho
Del inglés».


(Espronceda)                


Sustantivos en singular acompañados de voces de cantidad como mucho, tanto, cuanto, se toman enfáticamente en sentido plural:


«¿Qué fue de tanto galán,
Qué fue de tanta invención
Como trajeron?».


(Jorge Manrique)                



«¡Oh cuánta blanca bandera
Por entre las ramas sale!
¡Oh cuánta lanza jineta!»326.


(Lope, El bastardo Mudarra, II)                


15 (número 124). La Academia da por autorizados los plurales álbumes de álbum y tárgumes de tárgum (voz caldea),

16 (número 127). Enagua cuenta con la autoridad de buenos escritores antiguos y modernos. Hemorroide, en singular, es como se halla en el Diccionario de la Academia.

17 (números 87, 128). Lejos y cerca construidos con un verbo se allegan en el sentido a un adjetivo empleado como predicado: «El lugar queda lejos, cerca»: distante, cercano. De aquí pasan a emplearse por el adjetivo en otras construcciones: «Llegó a un lugar cerca de París, no lejos del Sena»; y como por su forma tiene lejos visos de adjetivo, no hubo sino un paso que dar para decir lejas tierras327. Lo mismo se explica el superlativo lejísimo de Santa Teresa: «Está entonces lejísimo Dios». (Vida, capítulo XX).

  —414→  

Pero la razón principal de este uso reside en la analogía de luengas tierras:


«Las serbas, semejantes a varones
Que en sus patrias son ásperos y rudos,
Hasta que en luengas tierras los traspones».


(Bartolomé de Argensola, Epístolas. Con tu licencia)                


Lejos no se junta con un nombre masculino, ni aparece en los monumentos más antiguos de nuestra lengua sino con su oficio adverbial, las más veces en la forma alexos; lo cual abonando la explicación que precede, infirma lo que asienta el Autor al fin del número 87. Caso semejante nos ofrece el adverbio antiguo lueñe, sinónimo de lejos, y derivado inmediatamente del adverbio latino longe. Tiene su valor originario en estos pasajes: «Este pueblo con la boca me honra, mas sus corazones lueñe son de mí» (Partida II, 13, 18); «La mi cuita es tan grande, que como cayó de alto lugar, se verá de lueñe» (Alfonso el Sabio); «Semeja que lo lievan alcanzado, aunque vaya el venado bien lueñe dellos» (Montería de Alfonso XI, I, 6). Allégase al valor adjetivo en estos otros: «El mercadero fue sobre mar a una tierra muy lueñe» (Conde Lucanor, XLVI; R. XXXVI); «Ésta es la razón por donde este caballero vino de tierra tan lueñe» (Amadís de Gaula, II, 47). En los siguientes es ya adjetivo neto, que admite la inflexión plural: «Demandáronle por qué era venido de tan lueñe tierra» (Crónica general, II, 49); «La dicha embajada es muy ardua y a lueñes tierras» (González de Clavijo, Itinerario, página 27). La terminación en a es muy posterior, según cabe colegir de los textos en que se halla, y pudiera dudarse si se debe a la acción analógica de la lengua viva, o a la ignorancia de las formas en una voz desusada; en la edición del Conde Lucanor hecha por Argote de Molina (Sevilla, 1575), copiada por Keller y Milá y Fontanals, se lee «que le embiase [a] alguna tierra lueña» (capítulo XII); pero en la de Rivadeneira que diz que se apoya en manuscritos (LI, página 4212) se lee lueñe; lueñes tierras dice Cervantes en varias partes (Quijote, I, 29; II, 37, 41), de modo que cuando en la edición original de 1615 dice lueñas y apartadas tierras (II, 36), es lícito suponer que la vecindad del otro adjetivo obligó a usar esta forma; lueñas tierras dice también el romance, de lenguaje enteramente ficticio, que principia «Elvira, soltá el puñal», publicado la primera vez por Juan de Escobar en 1612.

18 (número 129). Con respecto a la frase ser una buena tijera que trae Bello, anota Merino Ballesteros: «Parécenos ser que la frase castellana no lleva el artículo un», y de la misma opinión es don Antonio Puigblanch, que en sus Opúsculos, página 48, dice: «la frase ser buena tijera».

19 (número 131). El nombre autorizado y universal de la ciudad es Pasto, y entiendo que lo fue desde su fundación, pues Herrera dice que «cuando la pobló el capitán Lorenzo de Aldana, año de 1539, la llamó Villaviciosa de Pasto».

  —415→  

20 (número 135). Hoy damos con más frecuencia que antes terminación femenina a sustantivos en ante, ente de origen participial. Sirviente, por ejemplo, era invariable:


«Apenas pues bajaba la escalera
Cuando al portal una mujer tapada
Entró, de una sirviente acompañada».


(Calderón, Los empeños de un acaso, III, 4)                


Lo mismo confidente, cuyo femenino confidenta aún no tiene el pase de la Academia, aunque desde el siglo XVIII lo usan escritores respetables. Pero muchos hay que no admiten inflexión en a, ya sea porque comúnmente sólo se aplican a hombres, como estudiante (lo mismo sucede con vejete entre los ete), ya porque en la vida práctica no hay necesidad de distinguir los sexos, cual se ve en oyente; así es que disuena mucho el oyenta que festivamente dijo Solís en este lugar de una loa:


«Yo, mis señoras oyentas,
Sólo tengo que deciros,
Por no encargar mi conciencia, etc.».


El castellano antiguo ofrece algunas particularidades: infante, por ejemplo, era común: «La infante doña Berenguela» (Crónica de don Alfonso X, capítulo III)328. Los nombres en dor, sustantivos o adjetivos, eran a menudo invariables; en Berceo se lee: «La Egiptiana, que fue pecador mucho» (Milagros, 521); «Alma pecador» (ibid, 257). En varios códices de las Partidas se halla: «Eva... quel fue conseiador deste pecado» (Tomo I, página 39, edición de la Academia de la Historia); «Natura naturans, que quiere tanto decir como natura facedor de las otras naturas» (ibid, página 189). En épocas posteriores todavía eran invariables los adjetivos agudos en es significativos de nación o país; Mariana dice dicción cartaginés, provincia cartaginés, Valbuena la leonés potencia, y Jáuregui la calabrés orilla.

21 (número 136). «Dar a los apellidos desinencia correspondiente al sexo del que lo lleva, como a los nombres, viene haciéndose desde muy antiguo. En 978 encontramos Fredenanda Sarracina; a principios del siglo XIII, Sanctia Carvalia, Marí Buena, Illana Rubia, Marí Pérez la Gata, hermana de Martín Gato; María Pinta, Mari Castaña; y en Cervantes, Sancha Redonda, Francisca Ricota, mujer de Ricote; Antonia Quijana, sobrina de Alonso Quijano; Clementa Cobeña, hija de Pedro Cobeño, y Ambrosia Agustina, hermana de don Bernardo Agustín. Y no era sólo la gente inculta y sin letras la que hablaba así, los admiradores de la famosa humanista toledana no la designaban de otro modo que por la Sigea; citábanse los dramaturgos para el corral de la Pacheca; a altos y bajos daba que aplaudir y murmurar la Calderona, y los aficionados a   —416→   la buena escultura celebraban la gracia con que modelaba la Roldana» (don José Godoy Alcántara, Ensayo histórico etimológico y filológico sobre los apellidos castellanos, páginas 68, 69). Hoy apenas quedan rastros de esta práctica entre el vulgo.

22 (número 152). El Conquistador de México firmaba Hernando Cortés; así, o Fernando Cortés, le llamaban sus contemporáneos y se le llamó por mucho tiempo después, según se ve en la Política indiana de Solórzano, en el Bernardo de Valbuena, etc. No obstante, el decir Hernán Cortés no es cosa nueva, dado que se halla en Mariana.

23 (número 156). Las expresiones en buen hora, en mal hora, ocurren con frecuencia en Cervantes y otros; pero también se dice en buena hora, en mala hora.

24 (número 159). El acento en San Tómas prueba que es una corrupción del inglés Saint Thomas.

25 (número 167). En el Diccionario se halla como esdrújulo, ómicron, en contrario de toda analogía y del sentir de los mejores gramáticos y lexicógrafos, que creen debe escribirse separado o micron, de suerte que sólo podría haber duda sobre si era grave, según la pronunciación erásmica (usada, por ejemplo, en Inglaterra), o agudo, según la acentuación escrita. Como esta voz no la pronuncian sino los poquísimos que estudian el griego y que por consiguiente deben saber su alfabeto, no se negará la justicia de esta reclamación.

26 (número 171). Diccionario de la Academia sólo trae caries; calificábalo de masculino, y así lo usa Bretón de los Herreros (Desvergüenza, Canto VIII, octava 61), que, como secretario de la Corporación, tenía por punto de honra ajustarse a sus decisiones; pero el género común y corriente de esta palabra es el femenino: la caries dice el mismo Diccionario en la voz creosota; caries extensa, comprobada, se lee en el cuadro de defectos y enfermedades que acompaña al Reglamento de exenciones del servicio militar dado en Madrid por el Ministro de la Guerra en 1879; la caries en las anotaciones a la Agricultura general de Herrera, I, páginas 199, 200.

27 (número 171). Falta en esta lista sílice, que es femenino, y no masculino como suelen usarlo en Colombia.

El hacer masculinos en América a chinche y pirámide es cosa llevada de España; acerca del primero dice Jiménez Patón (1614) que es ambiguo, y Merino Ballesteros afirma haberlo oído en varios puntos de España como masculino; el segundo, Lope de Vega no lo usa de otro modo, a tal punto, que la única vez que aparece como femenino en los cuatro tomos de comedias suyas que hay en la Biblioteca de Rivadeneira, es en La despreciada querida, que resulta no ser de él sino de Juan de Villegas.

28 (número 172). Puede asegurarse que Salvá puso en su Gramática como ambiguo a ceraste por haberlo hallado en el Diccionario de Autoridades   —417→   usado como masculino por Laguna y como femenino por Huerta. Bello siguió a Salvá. La Academia en el Diccionario vulgar dejaba el punto en duda hasta la última edición, en que da como masculinos ceraste, cerastes, y como femenino cerasta. Esta decisión es puramente discrecional, supuesto que la ceraste se halla autorizado, además del dicho Huerta (Plinio, tomo I, páginas 406, 407, 879), por Valbuena («Y cual parda ceraste, antes cubierta», Bernardo, XXI) y por don Ángel de Saavedra (Una antigualla de Sevilla). Como masculinos se hallan ceraste en el citado Laguna y en Scio (Génesis, XLIX), y cerastes en Rojas (El más impropio verdugo, I).

En latín era herpes (genitivo herpetis) masculino y singular como en griego. De igual manera lo califica en castellano el Diccionario de Autoridades, comprobándolo con este ejemplo: «¿De qué humor se engendran los herpes? -El excedente o corrosivo se hace de la cólera pura, y el miliar de la misma, con alguna mezcla de flema delgada» (Fragoso, Cirugía, Libro II, capítulo X). Al vulgarizarse esta voz técnica de aspecto engañoso ha vacilado el uso; se ha empleado como plural y como ambiguo («la erupción cutánea de las herpes», dice don Joaquín Lorenzo Villanueva en nota al Viaje literario de su hermano don Jaime, tomo II, p. 39); luego se le ha quitado la s para convertirlo otra vez en singular, dejándolo como antes ambiguo. La Academia reconoce el y la herpe, los y las herpes; pero es raro que no mencione el herpes, tan autorizado, por lo menos, como esotros.

[28 bis (número 172). Adición manuscrita del mismo Cuervo, al ejemplar de su edición de 1907:]


«Dígalo el foro superior romano
Que de tu sacra trípode suspenso
Oráculo esperaba soberano».


(Fray Jerónimo Esquerra, Epitafio de don Antonio Agustín; Agustín Rojas Villandrando, Viaje entretenido, XX, página 226)329.                


29 (número 177). Armazón es masculino cuando significa el conjunto de huesos del animal; así aparece en el Diccionario, y lo comprueba el siguiente lugar de Jovellanos:


«De Rocinante oprimía
El flaco armazón, al peso
De espaldar, casco y loriga».


(Nueva relación y curioso romance, etc., parte II)                


30 (número 177). Origen se usaba también como femenino a usanza latina: «Resolviéronse de llamar en su ayuda a los de Cartago, con quien tenían parentesco por ser la origen común» (Mariana, Historia General de España, I, 18):


«El alma, que en olvido está sumida,
Torna a cobrar el tino
—418→
Y memoria perdida
De su origen primera esclarecida».


(Fray Luis de León, A Francisco Salinas)                


Orden, por el sacramento o sus grados, puede reputarse como ambiguo, si se atiende al uso de la Academia; en el Diccionario (11.ª edición) aparece como masculino en las voces Diaconato, Exorcista, Subdiaconado, y como femenino en Acólito, Corona, Grado, Lectorado, Ordenando, Ordenar. Bello lo daba anteriormente como masculino, y es indudable que nadie dice el sacramento de la orden.

Hoy no es raro encontrarse en verso fin como femenino:


«La lluvia cae a torrentes,
Parece que tiembla el suelo,
Dijérase ser llegada
Ya la fin del universo».


(Don Ángel de Saavedra, El sombrero, II)                


Crin se ha usado como masculino, pero sólo en verso:


«Y como con sangrienta luz extiende
Sus prodigiosos crines el cometa».


(Bartolomé de Argensola, Canción a San Miguel)                



«Apartando del rostro macilento
El cano y raro crin suelto y inculto,
Así sacó el debilitado aliento».


(Villaviciosa, Mosquea, VII)                


31 (número 178). Mariana también dice la Címbrica Quersoneso. De pro, como masculino en la locución buen pro te haga, no conozco otros ejemplos que el de La tía fingida citado en las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano4, § 584, y uno de la Lozana andaluza, página 78 (Madrid, 1871); en tanto que dondequiera se halla buena pro te haga. En las ediciones 10.ª, 11.ª y 12.ª de su Diccionario ha introducido la Academia el sustantivo procomún, procomunal, dándole el género masculino, si bien, como nota Garcés, en las Partidas se lee la pro comunal. Lo usual y corriente es buena pro te haga, el procomún, el procomunal.

Testudo, conforme a su origen, se encuentra como femenino hasta la 9.ª edición del Diccionario de la Academia, y así lo usa Moratín («Parecían una testudo romana», com., disc. prel.); en las siguientes, como masculino, de que nos ofrece ejemplo Francisco López de Zárate:


«Fórmase allí la frente del testudo,
Tormento que ha de ser de las murallas».


(Invención de la Cruz, I)                


  —419→  

32 (número 179). En Juan de Mena330 y en Fernández de Oviedo (Historia de Indias, II, 5, 10) se encuentra la mar océana (como en francés mer océane), tomado océano como adjetivo, de lo cual ocurren otros ejemplos de escritores castellanos:


«En la ribera del sagrado río
Que por los arenales puros de oro
Al océano reino se apresura».


(Francisco de la Torre, en el Parnaso de Sedano, VII, página 234)                



«Cincuenta leguas de anchura
Se miden entrambas costas
Cuando besa los umbrales
De las océanas ondas».


(Tirso de Molina, edición de Hartzenbusch, XII, página 285)                


El uso de flor, labor, calor, color como femeninos es reliquia de la tendencia antigua de la lengua a hacer de este género los sustantivos en or, como en provenzal y en francés. Berceo dice la olor, y el marqués de Santillana hace lo mismo con dolor, claror, langor, furor.

33 (número 180). Desde la 10.ª edición del Diccionario de la Academia aparece polispastos como masculino, y monopastos331 sólo desde la 12.ª.

34 (número 181). Tribu se usaba a cada paso como masculino, y la Academia lo calificó de ambiguo por lo menos hasta la 6.ª edición del Diccionario.

35 (número 182). La Academia da a ónix y a las otras formas óniz, ónice el género masculino, y a ónique el femenino; Scio y Amat escriben el ónix, un ónix, y Huerta, traduciendo a Plinio, la ónique. Contra lo dicho se lee en Valbuena la ónix triste y oscura (Bernardo, libro XVIII) y en Cipriano de Valera ónique precioso (Job, XXVIII, 29). En cuanto a sardónix, Salvá lo hace también femenino, como la Academia a sardónice; la otra forma sardónique es masculina.

36 (número 185). Cada día va prevaleciendo más en afueras el género femenino; así es que la Academia le da ya este género. «Envió gruesos pelotones a guardar las afueras de la ciudad» (don Ángel de Saavedra, Masanielo, I, 15, 20); «Dar un paseo por las afueras del Norte» (Trueba, El gabán y la chaqueta, VIII).

Confirma la opinión del Autor sobre el género de fasces el siguiente pasaje de Coloma: «Traídas en hombros de los tribunos y centuriones   —420→   (las cenizas de Germánico) marchaban delante, las banderas descompuestas y los lictores con los fasces el revés» (Tácito, Anales, III).

37 (número 186). Trasluz ha sido siempre masculino.

38 (número 187). En aguachirle el último componente es adjetivo. Tragaluz es hoy constantemente masculino; antes debió de ser femenino, pues la Academia le puso la marca de tal hasta la 10.ª edición del Diccionario, con haber corregido Salvá en la 9.ª lo relativo a género. «Un tragaluz junto al techo, de poco más de un pie en cuadro y cerrado con unas rejas bien fuertes, era par donde únicamente podía renovarse el aire y entrar la claridad» (Quintana, Obras inéditas, página 220).

39 (número 189). Conforme a un uso bastante general, aprobado por la Academia, se escriben en una sola palabra veintiuno, veintidós, etc., hasta veintinueve.

40 (número 190). Uno puede usarse en plural denotando unidad, si el nombre a que se junta carece de singular: «Se venden muchas tijeras; no quedan sino unas»332.

41 (número 195). La forma en eno era la más usual en lo antiguo, y aún no puede darse por completamente anticuada, salvo en algunos como dieziseiseno; era la propia de la lengua, a diferencia de las otras, que son puras transcripciones del latín; procedió de los distributivos latinos, los cuales en la edad media fueron muy usados como ordinales333; agregábase sólo al último número, como en veintidoseno.

Es de notarse que el uso de los ordinales va haciéndose cada día menos común, y como son puramente latinos, de ordinario sólo las personas letradas los saben de veinte en adelante. En otro tiempo se empleaban en muchos casos en que hoy serían inaceptables; Mariana, por ejemplo, dijo Juan Vigésimo segundo, y Saavedra Juan Veintidoseno.

42 (número 202). En el Diccionario aparecen duplo y triplo como adjetivos y como sustantivos, y el empleo adjetivo del primero está comprobado efectivamente en la 1.ª edición con un pasaje de Sigüenza; en lo moderno no faltan ejemplos de lo mismo: «Si existe un círculo, todos sus diámetros son iguales y son duplos de los radios» (Balmes, Filosofía elemental, Ideología, capítulo VI).

43 (número 203). Es común el ciento tanto, y en lugar de tanto se dice también doblado334: «En verdad os digo que ninguno hay que deje casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o heredades por amor de mí y por el Evangelio, que no reciba agora en este tiempo   —421→   presente ciento tanto más de lo que dejó, y después en el siglo advenidero la vida eterna», dice fray Luis de Granada (Guía de pecadores, libro I, capítulo XI, § 1) traduciendo a San Marcos, X, 29, 30, y en el mismo pasaje dice el ilustrísimo Amat el cien doblado. «Si en alguna cosa engañé a alguno, le vuelvo cuatro doblado» (Puente, Meditaciones, parte III, 28). Estas combinaciones se hallan usadas como adjetivos: «Si la tierra es húmida, pónganles dos o tres espuertas de estiércol muy añejo mezclado con dos tanta tierra en lo bajo» (Herrera, Agricultura general, libro II, 8). «El grano de trigo que sembrasteis en el sepulcro, dentro de tres días saldrá vivo con su fruto muy copioso, para premiar con cien doblada alegría vuestra soledad y tristeza» (Puente, ubi supra, IV, 56).

44 (número 211). Ejemplos más convenientes acaso de la terminación diminutiva el serían joyel de joya, cordel de cuerda. Don y doncel tienen ambos por origen común a dominus; aquél vino mediante las formas domnus, donnus, y éste mediante algo como dominicillus, única forma que explica las que aparecen en las otras lenguas romances335; ambos nos vinieron del latín bajo y no parece acertado sacar doncel directamente de don, como no lo sería derivar doncella de doña. Además, la terminación es aquí cel, distinta de el como cito lo es de ito, cillo de illo. En francés ocurren ambas: ormeau, lionceau.

La terminación latina es en general ulus, ula, ulum, para los nombres de las dos primeras declinaciones, y con una c antepuesta en nombres de las tres últimas: en molécula, opúsculo, partícula, la raíz es mole, opas, parti.

Es digno de mencionarse el empleo que se hace de la contraposición de las terminaciones masculina y femenina para denotar aumento o diminución; compárense saco saca, pozo poza, tambor tambora, con jaca jaco, guitarra guitarro. Acaso así se explican los diminutivos serrucho de sierra, casuco de casa, villorio de villa, y otros que mudan el género del primitivo336.

45 (número 224). Simple tiene los dos superlativos simplísimo y simplicísimo.

Creo oportuno sustanciar aquí, modificándolas levemente, algunas observaciones de don L. M. Díaz. Muchos diminutivos no significan un objeto pequeño como quiera, sino cierta especie particular, según se ve en banderola, espadín, portezuela, manecilla. Esto es lo que sucede con los diminutivos latinos como opúsculo, molécula, retículo, los cuales no tienen conexión ninguna histórica ni gramatical con los primitivos castellanos correspondientes, pues que se han tomado directamente del latín en época posterior, acomodándolos llanamente a las analogías de los   —422→   finales de nuestra lengua. Una cosa parecida se nota en superlativos latinos que con más o menos acierto se adjudican a adjetivos castellanos; óptimo, supremo, máximo, inferior, ínfimo no tienen la misma extensión de significado que bueno, alto, grande, bajo, y si en latín fueron superlativos y comparativos, para nosotros no lo son igualmente.

Parece que nuestra gramática no ha de mirar como inflexiones propias sino aquellas que se han formado con los recursos peculiares de la lengua y durante su desenvolvimiento histórico, o que por el sentido y la construcción se ajustan completamente a cierto primitivo o a cierto esquema sintáctico. Muy bien está que incluyamos a fui en la conjugación de ser, que demos a mejor por comparativo de bueno y a pésimo por igual de malísimo; pero ¿con qué razón adjudicamos íntimo a interno, próximo a cercano? ¿Por qué ubérrimo ha de corresponder a fértil y no a copioso, abundante? Si sólo se ha de atender al sentido, ¿no serán con igual razón enorme superlativo de grande, diminuto de pequeño, gigante aumentativo y enano diminutivo de hombre? Lo más que incumbe al gramático es advertir que el castellano ha tomado de la lengua madre derivados sin los primitivos o cuyos primitivos existen en otra forma, y que estos derivados unas veces han depuesto completamente el sentido originario, como abeja, oveja, que ya no son diminutivos, al paso que otros conservan rastros de lo que eran en su fuente, por tradición pero no porque su forma nos lo dé a entender.

46 (número 225). En los autores místicos, especialmente en fray Luis de Granada, ocurre omnipotentísimo, que puede considerarse como forma enfática de omnipotente, a no ser que se diga que la inflexión superlativa modifica tan sólo a potente y no a la primera parte, la cual modifica también a éste, y que se podría interpretar el que en grado eminente, por excelencia, lo puede todo.

47 (número 231). Aunque el uso más ajustado a nuestra sintaxis es acompañar en las peticiones, certificados, etc., el nombre propio con el pronombre yo, es antigua y común la práctica de omitir el pronombre sin cambiar la persona del verbo: «Yo fray Juan Gil doy fe», «Digo yo fray Juan Gil»; «Rodrigo de Cervantes, estante en esta corte, digo», «Miguel de Cervantes Saavedra, vecino de la villa de Esquivias, residente en esta corte, digo». No hay para qué advertir que también se pone el nombre propio solo con el verbo en tercera persona: «Miguel de Cervantes, natural de la villa de Alcalá de Henares, dice» (Navarrete, Vida de Cervantes, parte II, números 93, 157).


«Rui Velásquez, castellano,
A ti, Almanzor, rey supremo
De España, salud envía».


(Lope, El bastardo Mudarra, I)                


48 (número 232). Nos y vos fueron primitivamente los pronombres de primera y segunda persona en el número plural, en lugar de nosotros   —423→   y vosotros, y como tales se han conservado en poesía, si bien hoy, aun así, son sumamente raros. El autor da ejemplo de vos, he aquí de nos:


«Teniendo por tan cierta su locura,
Como nos la evangélica escritura».


(Ercilla, Araucana, I)                


El otros debió de añadirse en un principio para denotar un contraste, como hoy se hace en francés y en portugués, verbigracia: «¡Cuánta razón tienes de quejarte de agravio tan grande, de que acordándote tú siempre de nos, nosotros te hayamos puesto en olvido!» (Ávila, Eucaristía, XIV). «Nos pères ont adoré sur cette montagne, et vous dites, vous autres, que le lieu où il faut adorer est a Jerusalem»;


«Aquella alta e divina Eternidade,
Que o ceo revolve, e rege a gente humana,
Pois que de ti taes obras recebemos,
Te pague o que nos outros nao podemos»337.


(Camões, Os Lusíadas, II)                


49 (números 246-7). Nusco, connusco, vusco, convusco corresponden a los primeros monumentos de la lengua, hasta fines del siglo XIV. Nebrija en su gramática (1492) da todavía como forma única del dativo y acusativo vos, a vos; pero en el acróstico que va al principio de la Celestina, exige la medida del verso que se lea os.

50 (número 251). Es curiosa la variedad de formas que, primero en el lenguaje vulgar y después en el familiar, asumieron casi simultáneamente a fines del siglo XVI y principios del siguiente las dos combinaciones vuestra merced y vuesa merced, y las fusiones que de las dos familias se hicieron. Pónelas de manifiesto el siguiente cuadro, cuyos comprobantes omito aquí en obsequio de la brevedad:

Vuestra mercedVuesa merced
VuestedVuesa ercedVuesancé
VustedVuesarcedUsancé
UstedUsarced
Vuarced
Voarced
Voaced
Oacé
Vuced
Uced
Océ

  —424→  
    Formas mixtas o fusiones

  • Vuesasted = vuesarced + usted.
  • Usasted = usarced + usted.
  • Vuesasted = vuesasted + vuesarced.
  • Vuesansté = vuesancé + usasted.
  • Vuesamesté = vuesamerced + usté, vuesasté.

51 (número 252). Es práctica antigua el usar el posesivo de tercera persona acompañando al nombre abstracto cuando se habla a la persona que lleva el título: Sancho le dice al cura (Quijote, I, 47), su Reverencia, su Paternidad, y así se acostumbra siempre en Colombia: su merced, su señoría en vez de vuestra merced, vuestra señoría, son los tratamientos ordinarios, de los amos el primero, de las dignidades eclesiásticas el segundo. Este uso del posesivo de tercera persona proviene de la costumbre de usarlo siempre que se habla de una persona dándole algún título; o más bien de que, siendo de tercera persona todos los demás posesivos que se refieren a la persona denotada por el título, su uso se ha extendido al título mismo.

52 (número 271). Úsase la antes de adjetivos que comienzan por a acentuada, aun en el caso de estar sustantivados: «Él vive en la casa baja, y yo en la alta». La Academia asienta que los nombres propios de mujeres, y los de las letras a y h necesariamente llevan la: la Águeda, la Ángela, la a, la hache.

53 (número 272). A la manera que en obsequio de la eufonía dice Maury a el alma, es práctica común hoy, y al parecer autorizada, escribir de el del por del del: «De este parecer no estoy tan seguro como de el del Consejo reunido» (Quintana, Memoria sobre su proceso y prisión en 1814); «Se replegaron no sin dificultad y pérdida al palacio. Los sublevados se apoderaron de el del duque de Ascoli» (don Ángel de Saavedra, Masanielo, II, 4); «El patronímico, precedido del nombre de bautismo y seguido de el del solar, constituyó una denominación parecida al tria nomina nobiliorum de los romanos» (don José Godoy y Alcántara, Apellidos castellanos, II). Sin embargo, en ediciones más antiguas se observa lo contrario; en la Historia de España de Mariana, Madrid, 1608, tomo II, página 177, se lee «del de el rey don Pedro» (R. 31, 382: «del del rey don Pedro»). En el tomo XI de las obras de Quevedo, página 110, edición de Sancha, dice «hermano del de el Carpio» (R. 23, 2141: «hermano del marqués del Carpio»).

54 (número 274). Del demostrativo latino ille han salido en castellano dos series de formas caracterizadas por el acento: él, ella, ellos, ellas, ello, acentuadas, se usan como voces independientes de libre colocación en la frase: el, la, le, lo, las, les, los, átonas, se apegan precisamente a otras voces, ya como enclíticas, ya como proclíticas. Pero esta clasificación fonética de las formas no casa exactamente con su clasificación gramatical; bien es cierto que las formas acentuadas e independientes son   —425→   sustantivos, supuesto que pueden servir de sujeto en la proposición y representan de por sí personas o cosas; mas en las formas átonas no se halla igual fijeza de funciones: le, les sólo se apegan a un verbo, precediéndole o siguiéndole (díjole, les dio) y representando personas o cosas; la, los, las se anteponen a los sustantivos determinándolos, o bien, como le, les, preceden o siguen a los verbos (la carta, los pinta); lo va con verbos y con adjetivos (lo niega, lo bueno), el precede a los sustantivos (el libro), y lo mismo que la, lo, las, los, a adjetivos, complementos y frases relativas que representan el concepto y hacen el oficio de sustantivos (las feas, los de París, el que busca halla). El análisis de las formas átonas que se juntan de ordinario con sustantivos, digamos del artículo, ofrece varias dificultades, provenientes las más de que algunas de las combinaciones en que entran puede clasificarlas nuestro entendimiento en grupos diferentes, de donde resultan vacilaciones que no permiten trazar líneas bien marcadas entre todas sus aplicaciones. Esto es lo que va a verse en las observaciones siguientes:

I. Los adjetivos se sustantivan, y hacen entonces por sí solos todos los oficios del sustantivo: «Este mundo y la Iglesia es ahora como un rebaño de ovejas y cabritos, esto es, de buenos y malos, mezclados de tal manera que no siempre se conoce quién es oveja de Cristo o cabrón de Satanás» (Puente, Med., parte I, 14): aquí buenos y malos hacen el mismo oficio que ovejas y cabritos. Con el artículo se dice los buenos y los malos, como las ovejas y los cabritos; por donde se echa de ver que no es necesaria su compañía para que el adjetivo se sustantive.

Una frase adjetiva puede sustantivarse lo mismo que el adjetivo solo; omitiendo hombres en los hombres muy ricos, queda los muy ricos, lo mismo que los mal educados, los limpios de corazón, los aficionados a libros. Dícese el verdadero humilde sustantivándose humilde solo, y el verdaderamente humilde sustantivándose la frase adjetiva verdaderamente humilde338.

El adjetivo no sólo se sustantiva representando algo concreto, como en los ejemplos anteriores; tómase también en su significado general, denotando los objetos todos que tienen cierta cualidad, en el concepto de tenerla, o la cualidad misma prescindiendo de ellos; verbigracia: «Para distinguir entre torpe et honesto, vicio et virtud, bueno et malo, el hombre ha menester conocimiento» (Alfonso de la Torre, Visión delectable, parte I, capítulo II).


«El Padre y Rey de humano y de divino
Hará de mí lo que ordenado tiene».


(Hernández de Velasco, Eneida, X)                



«Hizo a Wamba el pueblo, junto
En concorde elección, rey poderoso,
Y él, dando temporal por infinito,
La púrpura trocó en sayal bendito».


(Valbuena, Bernardo, II)                


  —426→  

«Vino con grueso ejército y armado
A Italia, y todo el mundo amenazando,
Sin perdonar profano ni sagrado».


(Hurtado de Mendoza, Carta VI)                



«El oído fácilmente
Discierne bueno y malo en la armonía».


(Tomás de Iriarte, Música, I)                


«Los edificios de la ciudad nada tienen de grandioso». En los adjetivos que no expresan cualidad se denotan, usándolos así, objetos a que cuadraría la determinación expresada por aquéllos: «Harto os he dicho», «Mucho se espera de su prudencia»;


«A otro que amores dad vuestros cuidados»339;


(La Celestina, versos acrósticos del principio)                


y éstos son los sustantivos neutros del Autor. Pero nuestra lengua aventaja en este punto a las demás romances, pues tiene una forma propia del artículo que se une con los adjetivos usados de este modo; cuando se dice en portugués o bello, en italiano il bello, en francés le beau, nos valemos en castellano de lo, lo bello, que corresponde a la terminación neutra del artículo en otras lenguas: imagen, das Schöne; y como nunca se junta con nombres masculinos ni femeninos, es realmente neutro, y por tal debe también reputarse el adjetivo así sustantivado. Los pasajes siguientes lo presentan precedido del artículo neutro y de un posesivo apocopado:


«Por ende non te espantes de lo mi razonado
Nin por el mi fablar non seas enojado».


(Rimado de Palacio, 1258)                



«Aunque aquí tu mortal yace so tierra,
Lo inmortal, y tu claro nombre y gloria
Viven y vivirán eternamente».


(Figueroa)                


En este sentido puede también sustantivarse no sólo el adjetivo sino la frase adjetiva; decimos lo único necesario, lo mucho bueno que hay en el libro, lo bello ideal, sustantivando a único, mucho y bello y modificándolos con el artículo neutro y los adjetivos necesario, bueno, ideal; en lo meramente necesario, lo verdaderamente sublime, se hallan sustantivadas y modificadas por lo las frases adjetivas meramente necesario, verdaderamente sublime. Todo esto vemos ejemplificado en el siguiente lugar de don Antonio Cánovas del Castillo: «Tan peligroso era poner fuera de sí mismo límite alguno a lo bello; tan funesto pareció desde el principio establecer preceptos, no ya positivos, sino aun negativos, para   —427→   el arte, bien que ellos se basasen no menos que en las leyes de lo perpetuamente verdadero y de lo bueno, perfecto y eterno» (Discurso sobre la libertad en las artes).

Aquí notaré que el adjetivo neutro presenta las cualidades más en abstracto que el sustantivo correspondiente; al decir lo bueno, se ofrece al entendimiento una cualidad claramente desprendida de su sujeto; en la bondad, por el mero hecho de su carácter léxicamente sustantivo, no aparece tan a las claras la falta del sujeto; a lo que se agrega que, acaso por la misma razón, se observa en las lenguas, a medida que van entrando en años, la tendencia a convertir en concretos los nombres abstractos340.

Es también digno de notar que el adjetivo no se sustantiva en la inflexión superlativa; dícese, por ejemplo, los muy ricos, pero no los riquísimos; lo muy dulce, pero no lo dulcísimo.

Una ligera comparación con el latín, lengua que no tiene artículo, me parece oportuna para hacer ver con más claridad la estructura de las frases castellanas:

Adjetivos sustantivados: boni, mali = (los) buenos, (los) malos; bonum, honestum = (lo) bueno, (lo) honesto; en estos casos se omite el artículo en castellano cuando, según el genio de la lengua, tampoco se usa con sustantivos comunes: «Persiguen a buenos y malos»; «Se robaron bueno y malo». En este pasaje de Cicerón: «Omnino illud honestum, quod ex animo excelso magnificoque quaerimus, animi efficitur, non corporis viribus» (Off., I, 23), si cupiera poner un sustantivo equivalente de honestum, supongamos honestidad, saldría muy bien aquella honestidad, y así tradujo Támara; tomando el adjetivo neutro, no sería dable decir aquello honesto, porque aquello es sustantivo, pero sí lo honesto, aunque perdiéndose la demostración, como sucede con el artículo. Con todo, es de observarse que, siendo general en su significado el adjetivo neutro sustantivado, y tratándose aquí de una acepción técnica del vocablo, lo más propio sería sustantivarlo con el artículo masculino; y entonces diríamos en la ética el honesto341, como en la retórica el sublime, el patético, en la economía política el superfluo, el necesario, en las bellas artes el desnudo, el antiguo, etc. De todo lo dicho se deduce que en los buenos, lo bueno las formas átonas del artículo son modificativos, y buenos, bueno representan el objeto o concepto modificado, aquéllas son adjetivos, éstos sustantivos.

II. A ciertas frases castellanas y portuguesas en que figura el artículo corresponden en las demás lenguas romances y en otras giros muy diversos, por cuanto aparecen en ellos, en vez del artículo, que es esencialmente adjetivo, demostrativos sustantivos o sustantivados; examinemos cómo pueden explicarse las nuestras.

  —428→  

a. Los complementos equivalen muchas veces a adjetivos (Gramática, números 76, 84)342, y lo mismo que ellos pueden sustantivarse; verbigracia:


«¿Qué dices, loco villano,
Atrevido, sin respeto?»:


(Moreto, El desdén con el desdén, III, 6)                


sin respeto vale irrespetuoso, y señala a la persona con quien se habla como lo haría un sustantivo343.


«Algún sin alma que aguarde
Lo que esperamos los dos»:


(Tirso de Molina, Quien calla, otorga, I, 15)                


sin alma equivale a desalmado, y está sustantivado sirviendo de sujeto a aguarde y modificado por algún.


«La pobre madre se enoja
De marranería tanta,
Y a la sin vergüenza arroja
Este anatema que espanta»:


(Trueba)                


sin vergüenza es como desvergonzada, y sustantivado sirve de término a la preposición a; va modificado por la forma abreviada del artículo, lo mismo que en el ejemplo anterior aparece la apócope algún.

Volvamos los ojos al latín. Cicerón usa un giro como éste: «Est Themistoclis nomen, quam Solonis, illustrius» (ubi supra, I, 22); aquí Solonis está sustantivado y se traduce el de Solón. De una manera semejante el complemento modicae fidei, que los traductores han vertido hombre de poca fe y que en el texto griego es un adjetivo, se halla en la Vulgata empleado como vocativo (Matth., XIV, 3). De un complemento sustantivado en el sentido de adjetivo neutro, nos ofrece ejemplo el siguiente pasaje de San Agustín: «Quod dixi non est de meo sed de domini mei»; aquí hace juego domini mei con meo, y sirve de término a la preposición de; literalmente podría traducirse lo de mi señor.

b. Las frases relativas equivalen también a adjetivos; en comprobación de lo cual basta abrir un diccionario, donde se verá que muchísimos se definen por medio de ellas, o tratar de traducir de una lengua copiosa en participios, pues será menester a cada paso echar mano de frases   —429→   relativas para expresarlos344. Si decimos el hombre amante y el hombre que ama, tendremos dos frases sustantivas en que hombre va modificado primero por un adjetivo y luego por una frase relativa; omitamos el sustantivo, y quedarán los otros haciendo sus veces: el amante, el que ama; correspondencia que se conserva en el neutro: lo agradable, lo que agrada345.

Conforme a lo que precede, complementos y frases relativas sin artículo equivalen a un adjetivo: hombre bueno y de valor = hombre bueno y valiente, hombre bueno y que sabe mucho = hombre bueno y muy sabio; y con artículo a un sustantivo: el sin vergüenza = el desvergonzado, los que enseñan = los maestros. Además, expresiones como la esposa, la rica, la de negros ojos, la que cautiva, constituyen un grupo formal y al mismo tiempo de sentido, en cuanto el artículo se combina como proclítico con términos o expresiones significativas de las cualidades o condiciones mediante las cuales se señalan objetos conocidos; grupo que pudiera también calificarse de lógico, en cuanto todas ellas pueden usarse para representar el sujeto de la proposición. Véase en el siguiente pasaje la armonía que guardan semejantes designaciones, no sólo en la estructura del período sino en la manera con que se ofrecen al entendimiento: «Quedó pasmado don Quijote, absorto Sancho, suspenso el primo, atónito el paje, abobado el del rebuzno, confuso el ventero, y finalmente espantados todos los que oyeron las razones del titerero» (Cervantes, Quijote, II, 25).

Por otra parte, como sea el oficio natural de los complementos y frases relativas de que aquí se trata el de modificar sustantivos, y haya además muchísimos casos en que el genio de la lengua y la naturaleza del concepto no permiten concebir la equivalencia de un adjetivo, el entendimiento se inclina a ver el sustantivo en el artículo más bien que en el complemento o en la frase relativa, o lo que es lo mismo, a hacer entrar la expresión en el grupo de sentido que forman los sustantivos acompañados de un modificativo. Así cuando decimos: «Después de la parte oriental de la ciudad pasó a reconocer la del sur», tomamos el la último como representante natural de parte y a él referimos el complemento del sur, lo mismo que antes el adjetivo oriental al mismo sustantivo expreso; en «Nos encontramos con el de que hablábamos», referimos la frase relativa de que hablábamos a el, dando a éste la fuerza de el hombre, el sujeto.

Sin embargo, casos hay en que una frase relativa con artículo equivale naturalmente a un sustantivo, sin que aquél haya de tomarse como tal; por ejemplo: 1.º Cuando va en aposición con un sustantivo, ya explicándolo,   —430→   verbigracia, «Fabló mío Cid, el que en buen hora cinxo espada», ya especificándolo o distinguiéndolo, por ejemplo, «El rey don Alfonso, el que ganó a Toledo»; aplicaciones que dieron origen al empleo de el que, la que, etc., como meros relativos (Gramática, número 325). 2.º Cuando se usa como predicado: «Cuando el cuervo da voces, y con ellas te da a entender alguna mudanza del aire, no es el cuervo el que te avisa, sino Dios. Y, si por las voces y palabras humanas eres avisado de algo, ¿no es también Dios el que crió ese hombre y le dio esa facultad para poderte avisar?» (Granada, Guía, I, 3); nótese que se dice «él fue el que me enseñó», «ella fue la que me enseñó», lo mismo que «él fue mi maestro», «ella fue mi maestra». 3.º Cuando se emplea como vocativo: «Dime tú, el que respondes, ¿fue verdad o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos?» (Cervantes, Quijote, II, 62).

III. Sobre el carácter de lo cuando reproduce predicados, parece cierto, como Bello dice, que es el acusativo de ello. Sin alegar la analogía de lenguas, como la arábiga, en que el predicado de ser y otros verbos análogos va precisamente en acusativo, en provenzal y en francés tenemos comprobación más segura346. En todos estos casos la cualidad o estado se representa como resultado de la existencia, y pudiera creerse que en ciertas cualidades el acusativo las hace aparecer como efecto de la libre actividad del hombre, que puede ser lo que quiere: «Si no es virtuoso, es porque no quiere serlo». El lenguaje representa esta actividad como cualquiera otra, por material que sea: «Si no vive virtuosamente, es porque no quiere hacerlo».

55 (número 284). Esta nomenclatura de los casos procede de la filosofía estoica, en la cual ptosis, que los romanos tradujeron casus, significa realmente caída, es decir, la inclinación o relación de una idea con respecto a otra, el caer o reposar una idea sobre otra. Hubo largas y destempladas disputas sobre si al nominativo podría aplicarse el nombre de ptosis o caída, y todo verdadero estoico habría rechazado la expresión casus rectus, porque el sujeto o nominativo, según su modo de ver, no caía o reposaba sobre nada, sino se mantenía erguido, al paso que todas las demás palabras estaban oblicuas hacia él y dependiendo de él. Hoy la palabra caso nada de esto sugiere el entendimiento, pero es noticia curiosa en la historia de la gramática, que anoto aquí tomada de Max Müller347, porque es muy fácil que a alguien se le ocurra averiguarlo.

56 (número 294). El caso del infinitivo reproducido por neutros puede reducirse al de las proposiciones, según se verá en la nota sobre el infinitivo.

  —431→  

57 (número 295). Es característico del estilo de Gabriel Alonso de Herrera reproducir cualquier sustantivo, masculino o femenino, especialmente los primeros, por un demostrativo neutro: «El centeno es de su cualidad frío; dello se hace muy mal pan, dañoso al estómago, que se pega si no son a ello muy usados» (Agricultura General, I, 14); «El trigo trechel es más frío que lo blanco» (ibid, capítulo XII). Esto tiene traza de ser usanza antigua de gente campesina. En Cervantes mismo se lee: «Sólo traigo en mis alforjas un poco de queso, tan duro, que pueden descalabrar con ello a un gigante» (Quijote, II, 13).

58 (número 316). Según nos dice Bello, en estas oraciones: «Que la tierra se mueve alrededor del sol es cosa averiguada», «Los animales se diferencian de las plantas en que sienten y se mueven», que es un sustantivo equivalente a esto y perteneciente a la proposición principal. Esta explicación me parece demasiado artificial, y ofrece las dificultades siguientes, que pueden pasar por argumentos en favor del carácter relativo de este vocablo, del cual lo despojaríamos haciéndole pertenecer a la proposición subordinante:

1.ª A tomarse que como equivalente de esto y perteneciente por tanto a la proposición subordinante, habrá de hacerse lo mismo con si en «No sé si tendrá buen éxito la empresa», dado que se puede convertir en «No sé esto: ¿tendrá buen éxito la empresa?». La única diferencia entre uno y otro consiste en que este si, como degeneración del condicional si, está destinado por la lengua para denotar duda, y el que, igual en su forma al relativo neto, para lo aseverativo o puramente expositivo; usos ambos muy naturales, pues lo condicional se da la mano con lo contingente, y la carencia de sufijo o inflexión determinada en el relativo lo califica para expresar la dependencia más incolora entre dos proposiciones.

2.ª La resolución de que en esto no puede verificarse sino en ciertos casos, y especialmente es inaplicable cuando el verbo subordinante pide subjuntivo: «Temo que venga», no puede reducirse a «Temo esto: venga»; lo cual depende, y ésta, en mi sentir, es razón decisiva en favor del carácter relativo de que, de estar el régimen modal de tal suerte vinculado en las palabras relativas, que sin expresarse o suponerse éstas no se comprende esotro348.

3.ª El uso de la lengua no permite suponer que en los empleos de que y si de que aquí se va tratando, pertenezcan éstos a la proposición subordinante, toda vez que ocurren encabezando frases exclamatorias e interrogativas directas349: «¿Si tendrá buen éxito la empresa?».


      «¡Loca estoy!
¿Que a César he de ver hoy?».


(Calderón, Peor está que estaba, III)                


  —432→  

«A sabor duerme. ¡Y que viva
Un hombre y parezca muerto!».


(Tirso de Molina, La Gallega Mari-Hernández, I, 10)                


4.ª El oficio de anunciativo de ordinario ha procedido del oficio de relativo, y generalmente vienen a desempeñarlo adverbios causales (verbigracia en sánscrito yat, en latín quod, sobre todo en la decadencia quia, quoniam, quatenus; los dos primeros más a menudo por ser puros casos del relativo), o de modo (verbigracia como350, ut, imagen, yáthâ); de suerte que el anunciativo viene a ser un relativo descolorado, digámoslo así, en su significación, mas no en su carácter, como lo prueba, según ya apunté, su influencia en el modo del verbo que le acompaña. La sintaxis histórica prueba sí que la parataxis o yuxtaposición precedió a la hipotaxis o subordinación, así como también que la función de relativo no puede adjudicarse como esencial a ninguna de las raíces que la tienen en nuestra familia lingüística. Pero es cierto también que el latín qui aparece desde los tiempos más remotos introduciendo proposiciones subordinadas, cuanto más sus derivados en las lenguas romances. Si esto es así, si la subordinación de que es signo principal el anunciativo que es como ingénita en nuestro castellano, no parece acertado explicarla acudiendo a un procedimiento anterior en todo caso a cuanto sabemos de la lengua madre. Debe tenerse presente que en las lenguas germánicas, de donde parece haberse sacado la teoría del Autor351, el anunciativo, de raíz demostrativa, existe también como pronombre relativo, y creo empresa muy difícil el probar que el uso de anunciativo apareció antes del de relativo352.

5.ª Las proposiciones introducidas por que admiten en la proposición subordinante un demostrativo, el cual es de ordinario esto; de suerte que no puede decirse que el anunciativo haga sus veces: «Aun esto hay excelente en este viaje, que muy muchas cosas se dan más de las que se piden» (Santa Teresa, Camino de perfección, 38); «Esto sé bien decir, que quedé confusa y pensativa» (Cervantes, Quijote, I, 28); «Si ello es verdad que las estrellas y el sol se mantienen... de las aguas de acá bajo, creo firmemente que las de este río sean en gran parte ocasión de causar la belleza del cielo que le cubre» (idem, Galatea, VI); «Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar» (idem, Quijote, I, 23); «En esto se diferencia la lucha de la guerra, que en la guerra no siempre andan los hombres al pelo, a tiempos descansan, comen y duermen; sus treguas tienen para descansar, para rehacerse, para recorrer las armas y curar las heridas; pero los que luchan, ningún momento cesan   —433→   ni descansan, ni para esto se les da lugar de parte del enemigo» (fray Fernando de Zárate, Paciencia cristiana, I, 1): «En esto has mostrado singularmente la dulcedumbre de tu caridad, que cuando yo no era me criaste» (Nieremberg, Imitación de Cristo, III, 10); «Ello es ansí que no hay cosa más rica ni feliz que una buena mujer» (fray Luis de León, La perfecta casada, introducción). El mismo demostrativo puede usarse con otras frases relativas.

Nuestro autor señala con la mayor claridad la diferencia que hay entre el anunciativo que y las conjunciones propiamente dichas (y, o, ni, pero), y no es pequeña la que lo separa de los adverbios relativos (cuando, donde, como, aunque, si). En las lenguas romances ha reemplazado en este oficio al quod latino, que los gramáticos miran con razón como acusativo del relativo; éste se adverbializó a la manera de id, quid (id gaudeo, quid ego haec memoro?, hoc est demum quod percrucior), significando en cuanto, por cuanto; de aquí pasó a usarse como signo de una proposición explicativa de un nombre o pronombre anterior, y por fin como signo de una proposición que sirve de sujeto o complemento. Éstos son los hechos que señalan el camino recorrido por quod para llegar al oficio de anunciativo, en que lo ha reemplazado que, y al cual no conviene ninguna denominación de la nomenclatura conocida.

59 (número 329). Todas las ediciones del Quijote que tengo a la mano dicen: «Porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla» (parte I, 8); y no quienes. El responsable del error es Garcés, de quien Bello tomó la cita; el otro pasaje aducido por el primero sí es exacto, pero se refiere al interrogativo: «En un instante quedaron enteradas de quiénes eran don Quijote y su escudero» (Cervantes, Quijote, II, 58).

Los ejemplos auténticos más antiguos que tengo anotados de quienes son de Guevara: Epístolas familiares, parte I, letra para don Pedro de Acuña (folio 45, Zaragoza, 1543); Césares, prólogo, y Menosprecio..., capítulo X (folio 140, Valladolid, 1545). Los de obras anteriores que cita Gessner (Zeitschrift für romanische Philologie, XVIII, página 453), dejándose llevar de su fe ciega en la Biblioteca de Rivadeneira, son más que dudosos; el de la Celestina (fin del acto XVIII; R. 3, 681) sospecho fue tomado por Amarita de la edición de Venecia, 1553, donde efectivamente se halla, pero no en las anteriores y posteriores que he podido consultar (verbigracia: Venecia, 1534, Amberes, 1539, y 1595, Toledo, 1573, Salamanca, 1590); el de Pulgar, Letras, XIV (R. 13, 481, copiado de la edición de Madrid, 1789, y éste de la de 1775), lleva quien en las de Zamora, 1543, y Alcalá de Henares, 1524, lo mismo que en el razonamiento de la Crónica de los Reyes católicos, capítulo LXXIX, página 1432, Valencia, 1780); el de la Crónica de Juan I no tiene más garantía que la de los editores del siglo pasado, pues el pasaje falta en la edición príncipe de 1495; en el del Poema de Fernán González, 239, el manuscrito dice quien, según lo advierte el señor Carrol Marden en su preciosa edición crítica, página XLV (Baltimore, 1904).

  —434→  

Desde mediados del siglo XVI van menudeando los ejemplos hasta la edad de Cervantes; por ejemplo, Zapata, Carlo famoso, folio 149, v.º (Valencia, 1566); Estella, Vanidad del mundo, parte II, folio 117, v.º (1584, por Manuel de Lyra); Antonio Pérez, Relaciones, página 3 (París, 1598); Pinciano, Pelayo, prólogo y folio 78 (Madrid, 1605); Mariana, Historia General de España, I, página 117 (Madrid, 1608); Márquez, El Gobernador cristiano, página 301 (Pamplona, 1615). Jiménez Patón en su gramática (1614) después de advertir que son invariables que y quien, añade que algunos dan plural a éste diciendo «Los hombres o mujeres a quienes conoces». Ambrosio de Salazar en su Espejo general de la Gramática (1622) califica todavía de inelegante la inflexión plural; pero cada día va haciéndose más frecuente hasta generalizarse. Sin embargo, aun en escritores de nuestro siglo se halla de cuando en cuando quien como plural: «Ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse» (Larra, Vuelva usted mañana); «Hay entendimientos en quien no cabe un adarme de metafísica» (Menéndez Pelayo, Heterodoxos, tomo III, página 235; item, página 219).

60 (número 347). No faltan ejemplos de el cual en escritos del siglo XIII; verbigracia:


«Disso: agora veo de plan la medezina
La qual me dará sana con la graçia divina».


(Berceo, San Millán, 149)                


«El guardador que rescebiese en guarda los bienes de algunt huérfano et ficiese facer escriptura pública de quantos eran quando los rescebió, la qual escriptura es llamada en latín inventario, si después...» (Partida III, 18, 120). «Sacó una eregia que fue llamada del su nombre la eregia de los novaçios, lo qual non fue bien» (Crónica general, I, 134; folio 108, Zamora 1541, no en Menéndez Pidal, página 1662).

61 (números 356-360). Asaz desempeña comúnmente el oficio de adverbio: «Sus cuerpos esparcidos por la tierra asemejaban un horrible escuadrón, asaz poderoso para vencer la vanidad de los vanamente confiados» (Melo, Guerra de Cataluña, V); «Todas estas cosas bien consideradas nos declaran asaz qué tan grandes hayan de ser las penas de los malos» (Granada, Guía de pecadores, I, 10). El empleo de asaz como adjetivo (asaz estimación, Melo, ibid, III), sobre ser menos común, es contrario a la etimología (ad satis).

Análogo al yaqué, citado por el Autor, es el algo que353 usado por Cervantes, ora como sustantivo neutro, verbigracia: «Suplico a Vuestra Excelencia mande a mi marido me envíe algún dinerillo, y que sea algo que, porque en la corte son los gastos grandes» (Quijote, II, 52; véase además el capítulo V de la misma parte); esto es, cosa de consideración; ora como   —435→   adverbio: «El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa de esto, porque es algo que pasilargo» (Persiles, prólogo).

Ocurre también en Calderón (El secreto a voces, III).

Yaqué se halla también como adjetivo: «Mató a sobrevienta a su tío Flavio Clemente por yaqué sospecha poca que hobo dél» (Crónica general, I, 97).

Yacuanto se usaba también adverbialmente, como la mayor parte de los neutros de cantidad: «Los tres caballeros, que se tornaron su paso, eran yacuanto alongados» (Conde Lucanor, II).

Más completa que con otri es la semejanza de nadie con otrie, que ocurre en el Libro de Apolonio:


«Non lo daba a otrie lo que él fer podía»;


(Copla 299)                


y aun se conservaba en el siglo XVI (aunque acaso como provincialismo), según se ve en la traducción de Terencio por Pedro Simón Abril (páginas 78, 155; Zaragoza, 1577).

Alguien sale de aliquem como quien de quem. Es de creerse que la acentuación de algo y nadie influyó en alterar la de aquél, pues antiguamente se acentuó alguién, lo mismo que en portugués alguém y en gallego alguén: «Habla poco y bien, tenerte han por alguién» (Refrán en el Comendador Griego)354.

62 (número 361). Parece que en lo antiguo no estaba circunscrito ciertos y determinados infinitivos el usarse en plural; verbigracia «Es (el amor espiritual) amor sin poco ni mucho de interés propio; todo lo que desea y quiere es ver rica aquella alma de bienes del cielo. Ésta sí es la voluntad, y no estos quereres de por acá desastrados» (Santa Teresa, Camino de perfección, 7).


«Pues con su morir tan fuerte
Muchos morires mató,
Razón es que por tal muerte
Muchas muertes muera yo».


(Floresta de Böhl de Faber, tomo I, no 15)                


63 (número 364). Nonada puede también acompañarse del artículo definido en el mismo sentido que el indefinido: «¿Qué cosa más ajena de razón, que, siendo los hombres tan solícitos en proveerse para todas las nonadas de la vida, ser por otra parte tan insensibles para cosas de tanta importancia?» (Granada, Guía de pecadores, I, 10, § 1). «Si en cosas grandes os sirviera, no hiciera caso de las nonadas» (Santa Teresa, Vida, 39).

64 (número 377). El uso corriente, consignado en el Diccionario, es escribir a menudo separadamente. Lo propio sucede con tal vez, que el Autor, siguiendo a Puigblanch, escribe talvez, en una sola palabra, cuando significa quizá, y dividido cuando vale en ciertas ocasiones; verbigracia   —436→   «Tal vez anda despacio, y tal apriesa» (Cervantes, Viaje del Parnaso, 8).

65 (número 379). Más atrevidas que el recién libres de Cervantes, son las expresiones siguientes: «Gastaba como mayorazgo, y comía como recién heredero» (Estebanillo González, 5).


«Más secreto y recatado
Seré, que un recién ministro».


(Alarcón, Mudarse por mejorarse, II, 7)                



«A Benito le sea dado
Un zurrón para su apero,
Que, aunque recién ganadero,
Él tendrá mucho ganado».


(Ledesma, Conceptos espirituales, página 295; Madrid, 1609)                


Lo cual me recuerda haber oído decir recién sacerdote por recién ordenado de sacerdote.

66 (número 389). En aqueste, aquese, aquel, la primera sílaba es la partícula indicativa a que aparece en aquí, ahí, allí, allá, atal, atanto; las formas simples corresponden al italiano questo, quello, y se han formado sobre iste, ipse, ille, con el adverbio indicativo eccum, y por elipsis, eccu'iste, eccu'ipse, eccu'ille.

67 (número 392). Abundando en la opinión de don Francisco Merino Ballesteros, creo que en el ejemplo de Iriarte («Si que hay quien tiene la hinchazón por mérito») el si es corroborativo de lo anterior (consúltese todo el pasaje en la fábula XLII), y el que es conjunción causal equivalente de pues, porque (Gramática, número 992). Lo mismo digo del lugar de Cervantes, el cual puede verse en el prólogo de las Novelas ejemplares.

Fuera del sentido, pruébalo la puntuación, pues en estos casos siempre se pone coma, y aun punto y coma, después del , como se halla en las ediciones de Iriarte y Cervantes, y en Quintana. Otra cosa para mí concluyente es la identidad de este giro con aquel en que no tratándose de confirmar lo anterior, sino antes bien de negarlo o corregirlo, se dice no, que; verbigracia:


«El padrón del oprobio allí se mira
Que a dolor congojoso
Incita el pecho y a furor sañudo,
Cuando contempla a la ignominia dado
Tan santo sitio, y al silencio mudo.
¡Mudo silencio! No, que en él aún vive
Su grande habitador; vedle cuán lleno
De generosa ira
Clamando en torno de nosotros gira».


(Quintana, A Juan de padilla)                


  —437→  

68 (número 396). Sólo adonde puede ir en una sola palabra; las otras expresiones que el Autor indica (endonde, dedonde, pordonde) se escriben universalmente separadas, lo mismo que desde donde, hacia donde, hasta donde, aunque lleven su antecedente expreso: «El lugar hacia donde íbamos».

69 (número 408). En el tomo XXXIV, página 475, de la Biblioteca de Rivadeneira aparece este pasaje de El mayor imposible de Lope de Vega así puntuado:


«Pues haz que en ese jardín
Contigo esta noche cene;
Que yo, después de cenar,
Haré que conmigo juegue
O se entretenga algún rato.
Mientras, levantarte puedes
A hablar con Lisardo».


Como esto contradice la opinión de Bello, que tiene por una novedad en la lengua el uso absoluto de mientras por entretanto, he consultado la edición original, y resulta que después de rato hay coma y no punto, y que después de mientras no hay coma ni nada; por consiguiente, la opinión dicha no queda invalidada. El mismo editor dio de este modo en su Teatro escogido de fray Gabriel Téllez, tomo XII, página 112, el siguiente lugar de El burlador de Sevilla:


«¿De dónde sois? -De aquellas
Cabañas que miráis del viento heridas
Tan victorioso entre ellas,
Cuyas pobres paredes desparcidas
Caen en pedazos graves,
Dándoles, mientras, nidos a las aves».


En el tomo V de la mencionada Biblioteca, arreglado por el mismo editor, se lee el pasaje en la misma forma, salvo el último verso, que dice:


«Dando en mil grietas nidos a las aves».


El ejemplar más antiguo que he podido consultar es de las piezas sueltas publicadas en Sevilla por la viuda de Francisco de Leefdael, que creo es el reproducido por Ochoa; hallo el pasaje en esta forma:


«¿De dónde sois? -De aquellas
Cabañas que miráis del viento heridas
Tan victoriosas entre ellas,
Cuyas pobres paredes desparcidas
Van en pedazos graves
Dándole mil graznidos a las aves»355.


  —438→  

Si este mismo era el texto que tenía a la vista Hartzenbusch, me guardaré de acusarle por haber corregido el victoriosas que destruye verso y sentido; pero cualquiera será menos indulgente en cuanto a los dos últimos versos, por más que la lección fuese bárbara, pues, tratándose de obra ajena, no es lícito a nadie alterarla a su arbitrio de una edición a otra sin advertirlo. Por esta parte, pues, también queda a salvo la opinión de Bello. Otro caso: en el Libro de Alexandre se lee:


«Fizoles el conducho por tres dias toller
Por amor que ouiessen mas sabor de comer;
Fizosse ell mientre enno cuero coser,
La cara descubierta que podiesse veer».


(2335)                


Lo cojo del penúltimo verso arguye vicio en el texto; afortunadamente la grafía ell sugiere que están borradas dos letras en el manuscrito y que ha de leerse bellamientre. Este adverbio se halla usado de igual manera en varios códices del Fuero Juzgo, libro VIII, título III, I, XIII. El texto del señor Morel-Fatio da el demjentre.

Parece que el objeto de esta nota no fuese otro que inspirar compasión en favor del pobre que tenga que estudiar la lengua castellana en semejantes ediciones356.

70 (número 419). Etimológicamente está averiguado que el infinitivo latino que pasó a las lenguas romances es el dativo, petrificado, por decirlo así, de un nombre de acción (vivere = sánscrito jiváse); así como en griego es en unos casos el dativo y en otros el locativo. Rastros del valor originario se notan en el infinitivo final (it, mittit videre, dat bibere) y en el histórico, con el cual se da a entender que se procede a ejecutar un acto. De emplearse como complemento circunstancial en sentido final pasó a ser acusativo (volo videre) y nominativo (bonum est legere); a fuerza de usarse como predicado de un nombre en acusativo (audio te dicere = dicentem), este nombre vino a tomarse como sujeto del infinitivo, y la combinación no sólo tuvo cabida con verbos intransitivos (auctor sum te profugere) sino que se empleó como sujeto (constat Deum esse). Fuera de esto, perdido el carácter de complemento circunstancial, se tomó otra vez como nombre de acción independiente y se acompañó de pronombres y adjetivos (totum hoc philosophari).

El castellano heredó de la lengua madre los más de estos usos, por no decir todos, y los ensanchó considerablemente, como se va a ver:

a. El infinitivo final fue comunísimo hasta el siglo XV: «Exienlo ver mugieres e uarones» (Cid, 15).

b. Del infinitivo histórico no se encuentran sino ejemplos aislados, y por lo mismo es dudoso que se enlace con el uso latino:


«Todos de buen coraçon eran pora lidiar,
Nin lanças nin espadas non avyan vagar,
—439→
Retenien los yelmos, las espadas quebrar,
Feryen en los capyllos, las lorygas falsar».


(Poema de Fernán González, 523)                


«Era tanto el alboroto del pueblo, que no se hablaba en otra cosa, y todas condenarme y ir a el provincial y a mi monesterio» (Santa Teresa, Vida, XXXVI, según el facsímile). Más genial del castellano es emplear en este sentido el infinitivo con a (como me lo hace notar mi amigo el doctor Schuchardt), combinación que corresponde exactamente al infinitivo histórico latino en su valor etimológico: «El barquero me hacía mucha más lástima verle tan fatigado, que no el peligro; nosotras a rezar, todos voces grandes» (Santa Teresa, Fundaciones, XXIV); «Preguntábanme algunas cosas, yo respondía con llaneza y descuido; luego les parecía les quería enseñar y que me tenía por sabia; todo iba a mi confesor, porque cierto ellos deseaban mi provecho; él a reñirme» (la misma, Vida, XXVIII); «Como se dejó y quedó ansí, confirmose más ser todo disbarate de mujeres, y a crecer la mormuración sobre mí» (la misma, ahí mismo, XXXIII, según el facsímile).

c. Se usa como acusativo de ciertos verbos como poder, deber, soler:


«Imos in romería aquel rei adorar
Que es nacido in tera, no l'podemos fallar.
Que decides? o ides? a quin ides buscar?
De qual tera venides? o queredes andar?».


(Reyes Magos, 79-82, edición de Hartmann)                


d. Va con verbos que llevan un acusativo que viene a ser al mismo tiempo agente del infinitivo: «Te oy decir que cient amigos avias ganado» (Caballero Cifar, V); «A poco de rato vido la nave yr muy lexos» (ibid, XLII). Aquí el castellano se ha apartado resueltamente del latín, pues admitiendo las proposiciones infinitivas, pone el sujeto, no ya en acusativo como en las frases citadas que sirvieron de modelo para la lengua madre, sino en nominativo, conforme lo hace con los modos personales. «El dulce sonido de tu habla, que jamás de mis oídos se cae, me certifica ser tú mi señora Melibea» (Celestina, XII). Lo cual se ha extendido a todos los casos en que el infinitivo lleva sujeto. «Todo lo que dices, Cipión, entiendo, y el decirlo tú y entenderlo yo me causa nueva admiración y nueva maravilla» (Cervantes, Coloquio de los perros).

A estas proposiciones infinitivas se refiere, así en latín como en castellano, el infinitivo exclamatorio: «Véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro. -¡Irme yo con él -dijo el muchacho-, más!» (Cervantes, Quijote, I, 4).


«Aquí debe haber gran mal,
Traición es esta celada;
—440→
¡A mí negarme la entrada
En el aposento real!».


(Lupercio de Argensola, Alejandra, II, 6)                


«¡Ellos creerse poetas, llamarse doctos, e insultar de esa manera a los verdaderamente sabios, a su nación, y a mí que los he despreciado siempre por no destruirlos!».


(Moratín, Derrota de los pedantes)                


e. El infinitivo precedido de preposición, desconocido casi totalmente en latín, proporciona a nuestra lengua medios cómodos de enlazar con variedad y concisión las proposiciones subordinadas. Baste citar las locuciones condicionales formadas con a y las adversativas en que entra con: «A ser yo para saberlo decir, se podía hacer un gran libro de oración» (Santa Teresa, Camino de perfección, XXXVII). «No hay dos ángeles de igual perfección, con ser ellos innumerables» (Granada, Símbolo de la fe, parte I, 3, § 1).

f. Figura en frases interrogativas y relativas: «Lleno de turbación no sabía qué hacerse» (Cervantes, Novelas, VII); «Una cosa me queda que demandar» (Valdés, Diálogo de la lengua); «Ni al gastador que gastar, ni al endurador que endurar» (refrán en el mismo).

Esta construcción es efecto de contaminación o fusión de dos frases sinónimas de estructura normal; interrogativas: «No sé cómo hacer eso» proviene de «no sé cómo haga eso» + «no sé hacer eso»; «no sabe qué decir» de «no sabe qué diga» + «no sabe decir nada»; «busca qué comer» de «busca qué coma» + «busca de comer»; relativas: «buscaba algo que comer» de «buscaba algo que comiese» + «buscaba algo de comer»; «halló al fin lugar donde esconderse» de «halló al fin lugar donde se escondiese» + «halló al fin lugar para esconderse»; «una carta me queda que escribir» de «una carta me queda que escriba» + «una carta me queda por escribir», etc. Vese además aquí la facilidad con que en castellano se confunde la estructura interrogativa con la relativa; por esto en muchos casos es dudoso el carácter de la expresión: «El ingenio halla que decir, y el juicio escoge lo mejor de lo que el ingenio halla» (Valdés, Diálogo de la lengua).


«Ni fallaban en ellos caza,
Ni fallaban que traer».


(Romance antiguo)                


En estos pasajes, según la pronunciación del que, se entenderá que cosas o cosas que. Lo mismo en este otro: «No era otro su pensamiento sino buscar donde bizmarse» (Cervantes, Quijote, II, 15). Puede entenderse en qué lugar o lugar en que, aunque más bien lo último. No hay para qué advertir que en latín no se halla rastro de esto357.

  —441→  

g. Úsase como nombre de acción igualándose en un todo al sustantivo: «El cobdiciar es pobreza» (Flores de filosofía, I); «El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas» (Cervantes, Quijote, I, prólogo).


«Quedé yo triste y solo allí, culpando
Mi temerario osar y desvarío».


(Garcilaso, Égloga II)                



«Y ya su amor con tu morir compraste».


(Jáuregui, Aminta, IV)                


En virtud de un procedimiento análogo al expuesto en la nota 54, el infinitivo puede tomarse como sustantivo, ya solo, ya acompañado de una modificación adverbial; así en el pasaje siguiente aparecen como sustantivos, primero la combinación siempre temer, y luego idolatrar, lisonjear, pretender, modificados por los adjetivos eterno, diestro, incierto:


«Verás un siempre temer,
Un eterno idolatrar,
Un diestro lisonjear
Y un incierto pretender».


(Lope de Vega, El piadoso veneciano, II, 6)                


Aplicación de este uso sustantivo parece el empleo del infinitivo como imperativo; en efecto se dice ¡callar!, ¡obedecer!, lo mismo que ¡silencio!, ¡paciencia!, ¡cuidado!358 «Holgar, gallinas, que muerto es el gallo»; «Rehilar, tortero, que el huso es de madero» (refranes en la colección del Marqués de Santillana).


«Obedecer y callemos,
Duque, si no pretendemos
Saberlo en el otro mundo».


(Tirso, La ventura con el nombre, II, 4)                


«Ustedes no se rocen con él, no le hablen palabra; huyan, si pueden, de encontrarle; y por medio de su amigo el General soliciten lo atrasado; y no ver caras nuevas ni volver a pisar secretarías».


(Moratín, Obras   —442→   póstumas, tomo II, página 238)                


«Repito lo que dije a ustedes en otra mía: estarse quietas, y basta lo hecho, y no tentar a la fortuna muchas veces».


(El mismo, ahí mismo)                



«¡No lanzan mis navíos
En pos! Armarse, mis fenicios; luego
Remos y velas requerir, y fuego
Que incendie atroz»359.


(Maury, Dido)                


Acaso pudiera también adjudicarse al valor sustantivo el empleo que se hace del infinitivo en frases elípticas semejantes a las que explica el Autor en el número 926 («querían dar los remos al agua, porque velas no las tenían»); «Veréis a unos hombres tan determinados, o por mejor decir tan desalmados, que juran y perjuran que fulano tiene pendencias con fulana, y que éste quiere mal a aquél, y aquél tiene hecha confederación con el otro; y si le conjuran a que diga cómo lo sabe, responde que él, saber, no lo sabe, mas de que muy cierto lo presume». (Guevara, Menosprecio de la corte, prólogo);


«Llorar, cualquiera llora;
A más ha de pasar, mi sentimiento»;


(Lupercio de Argensola, Isabela, III, 4)                


no obstante, hace dificultad el que no se refiera el pronombre reproductivo al infinitivo, como en las otras frases se refiere al sustantivo: «velas no las tenían».

El artículo y los pronombres que pueden acompañar al infinitivo verdaderamente sustantivado, se le juntan por extensión cuando desempeña funciones verbales. «Alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura» (Cervantes, Quijote, I, 1).


«Disimula y ten paciencia,
Que el mostrarse muy amante
Antes daña que aprovecha».


(Alarcón, La verdad sospechosa, I, 8)                


Esto mismo se observa en griego, y es singular que en nuestra lengua el artículo ha pasado de las proposiciones infinitivas a las indicativas y subjuntivas: «Parecieron estas condiciones duras; ni valió para hacerlas aceptar, el que Colón propusiese contribuir con la octava parte   —443→   de los gastos» (véase Gramática, número 319). Aquí el artículo que precede a que es el que iría con el infinitivo: el proponer Colón.

El infinitivo, en cuanto nombre de acción, no es de suyo ni activo ni pasivo; el contexto determina su sentido. No obstante, como en castellano el infinitivo lleva tan a menudo sujeto o refleja el del verbo principal, ha predominado en el empleo sustantivo el valor activo, por lo cual se extraña el pasivo en pasajes como los siguientes: «Al destetar suelen morir algunos niños» (Ávila, Tratado del Espíritu Santo, IV); «Creo que están sentenciados a degollar en la corte» (Cervantes, Persiles, III, 11). El uso no consiente de grado el infinitivo en este sentido sino en ciertos complementos formados con las preposiciones de, para y por: «Por esta causa dijo el mesmo Cicerón que no había artífice más dificultoso de hallar que un perfecto orador» (Huarte, Examen de ingenios, XII). «Dio con él en tierra, y revolviéndose por los demás, era cosa de ver con la presteza que los acometía y desbarataba» (Cervantes, Quijote, I, 19). «¿Quieres no cometer pecado mortal, cosa tan para desear?» (Ávila, Eucaristía, XIX). «Una sola de ellas es más valerosa que todos los cuerpos del mundo criados y por criar» (el mismo, ahí mismo, XIII). Sin embargo, como lo nota Bello (Gramática, número 1105), se usa también la pasiva es de saberse, libro digno de leerse. Así que nuestra lengua reúne las dos construcciones, con la forma pasiva, que es la única admisible en latín (legi dignus), y con la activa, que prefiere el griego (imagen).

Ha parecido preciso hacer esta enumeración sumaria de los principales usos del infinitivo latino y castellano, para mostrar cuán poco acertado es el procedimiento de algunos gramáticos (y en este caso, de nuestro Autor) que escogen las expresiones más sencillas para convertirlas en fórmulas únicas sobre las cuales fundan una doctrina. Bonum est legere no comprende ni con mucho todas las aplicaciones del infinitivo latino, cuanto menos bueno es leer las del castellano. Me parece que Bello, obedeciendo a un rigorismo de clasificación rara vez aplicable al lenguaje, no ha reparado en que esta inflexión es de aquellas que, apartándose poco a poco de su valor originario, ofrecen en todo el camino recorrido ejemplo visible del conflicto tan frecuente en la historia de las lenguas entre la forma y el sentido, a causa del cual ora predomina el uno, ora el otro, sin que sea posible reducir todas las gradaciones a un solo tipo. No resignándose a hacer lo único que en casos semejantes puede hacer el gramático, que es exponer y explicar sencillamente las diversas fases, ha calificado de sustantivo al infinitivo, mirando solamente a la forma (que no es el criterio que él adopta para la clasificación de las partes de la oración), y desatendiendo sus funciones, le ha negado el carácter de verbo, mediante consideraciones no del todo concluyentes.

La comparación con los sustantivos abstractos, admisible hasta cierto punto en la frase «Bueno es leer», es inaceptable cuando el infinitivo lleva sujeto: temer yo es tan concreto como yo temo. Es de advertir que aun en combinaciones en que el uso de la lengua no permite expresar   —444→   el sujeto, como en «No puedo salir», el mero hecho de admitir pronombres reflejos y predicados (no puedo mojarme, más vale soltero andar que mal casar), es ya argumento de que la acción denotada por el infinitivo no se considera como independiente de todo agente. Y no es esto sólo: aun cuando pudiera sustituirse al infinitivo un nombre de acción ordinario, no siempre el sentido es idéntico. Se dice «No le conviene jugar» o «No le conviene el juego»; pero el infinitivo refleja precisamente un nombre que acompaña al verbo anterior, ora sea sujeto o no, lo que no sucede con el sustantivo; así, si de un niño enfermo digo que no le conviene jugar, se entiende que no ha de jugar él mismo; mas si pongo que no le conviene el juego, puede ser el de él mismo o el de otros. De aquí proviene que el infinitivo, aun cuando esté sustantivado del todo, como si conservara rastros de la vida verbal, es más animado y expresivo que los sustantivos de significación parecida, dejándose ver que no ha vuelto a su olvidado carácter de sustantivo independiente, sino después de haber servido por mucho tiempo para significar concretamente las acciones de los seres360. Obsérvese la diferencia en los pasajes siguientes, que tienen infinitivos y sustantivos: «¿Pues qué cuando se humillan a componer un género de verso que en Candaya se usaba entonces, a quien ellos llamaban seguidillas? Allí era el brincar de las almas, el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos, y finalmente el azogue de todos los sentidos» (Cervantes, Quijote, II, 28). «Luz fue tu nacimiento, luz tu circuncisión, tu huir a Egipto, tu desechar honras» (Ávila, Eucaristía, XII).

Alégase que en esta oración: «Informado el general de estar ya a poca distancia los enemigos, mandó reforzar las avanzadas», estar es atributo de su peculiar sujeto (los enemigos) y no precisamente del sujeto de la proposición; pero lo mismo sucede con todo verbo de proposición subordinada, pues las de esta especie son lógicamente parte integrante de otra proposición, y en ellas el verbo, por de contado, es atributo de su propio sujeto y no del de la subordinante. Además, no comprendo cómo pueda suponerse que haya combinación de palabras en que se reconozca a una de éstas por atributo, a otra por sujeto, y con todo eso se niegue a la primera de las dos el carácter de verbo, y al conjunto el nombre de proposición.

Al decir que el infinitivo hace todos los oficios del sustantivo, se olvida que cuando tiene carácter verbal, no es él solo el que hace los oficios de sustantivo, sino la proposición que él forma: «Avisose estar cerca los enemigos»; «Avisose que estaban cerca los enemigos»; «Avisose dónde estaban los enemigos»; en estas oraciones, ¿cuál es el sujeto: estar, estaban, o las proposiciones íntegras que éstos contribuyen a formar? ¿Cuál es la cosa avisada: el estar, el estaban; o estar cerca los enemigos, que estaban cerca los enemigos, dónde estaban los enemigos? La respuesta es obvia. No niego que el infinitivo, originariamente nombre, conserve, al desempeñar oficio de verbo, su prístina forma; y precisamente   —445→   por eso, cuando entra a componer proposiciones, éstas son diferentes de las comunes en su enlace y en la manera de regirse por otras. Aquí, pues, cumple al gramático, no negar la existencia, que es patente, de ciertas proposiciones, por el hecho de no parecerse a las demás, sino formar con ellas una especie separada y dar las reglas que les conciernen.

Tampoco tiene mucha fuerza la afirmación de que el infinitivo no puede graduarse de verbo, por no indicar tiempo con respecto al acto de la palabra, cosa que se dice es esencial al verbo castellano. Baste recordar que en caso parecido se halla el pos-pretérito, y sin embargo nadie le niega el carácter y nombre de verbo: «Dijo que vendría ayer»; «Dijo que vendría ahora», «Dijo que vendría mañana».

71 (número 438). Ingeniosa a todas luces es la explicación que da el Autor del participio que con haber forma los tiempos compuestos; en pugnatum est, arguye él, se subentiende según Prisciano el nominativo pugnare, luego en habeo pugnatum se subentenderá el acusativo pugnare y en habeo dictum el acusativo dicere; de modo que el participio se refiere siempre a este infinitivo tácito. Por mi parte añadiré que hay locuciones en que efectivamente el participio acompaña a un verbo refiriéndose al sustantivo que denota la acción del mismo verbo o la cosa sobre que ella naturalmente se ejerce: mirar dormido (Lope) es sin duda mirar un mirar dormido, calzar ajustado es calzar calzado ajustado. No obstante, es difícil conceder que semejante explicación se apoye en la historia de nuestras expresiones temporales he escrito, he peleado, según el Autor mismo la expone en los números 434 y siguientes. Es bien sabido que esta combinación tuvo su origen en los verbos transitivos acompañados de un acusativo, y es visto además que cuando los verdaderamente tales se usan en absoluto, no se ofrece al entendimiento como término de su acción la acción misma, sino aquellos objetos en que de ordinario se ejerce; cuando decimos: «El que busca, halla», nadie entiende busca el buscar, halla el hallar, sino busca alguna cosa, halla alguna cosa; y por consiguiente es inconcebible que en he buscado a Dios se envuelvan estos elementos: he buscado el buscar a Dios. Admitida la explicación del Autor, deberá también forzosamente admitirse que habiendo tenido su origen en los verbos intransitivos la combinación de haber con el participio, se extendió con idéntico valor a los transitivos, cosa de todo punto inexacta361.

En latín este participio se refería al acusativo de habere y concordaba con él: illa omnia missa habeo. Esta concordancia la ha conservado el italiano diciendo ho ricevute le lettere, le lettere che ho ricevute, pero admite el participio invariable cuando va después el acusativo: ho   —446→   ricevuto le lettere. El francés antiguo y el provenzal preferían la concordancia, sobre todo precediendo el acusativo; el francés moderno la ha limitado a este caso, mas sólo en el lenguaje literario, pues el vulgo hace a cada paso invariable el participio. El castellano antiguo se conformaba con las lenguas hermanas, pero poco a poco se fue apartando de ellas hasta el punto de que en el siglo XVI no quedan ni rastros de la construcción originaria. En portugués duró algo más, sin duda por emplearse como auxiliar ter, tener. El valaco no sólo hace invariable el participio, sino que aglutina el auxiliar, como lo hacemos en el futuro: am ecris o ecrisam, au vezut o vezutau. De una manera parecida se posponía enfáticamente en castellano el auxiliar: «Hallado ha Sancho su rocín»; «Hallado habéis la gritadera» (expresiones proverbiales en la colección del Marqués de Santillana); «Este hombre blasfemado ha, que se ha hecho hijo de Dios» (Ávila, Tratado del Espíritu Santo, II); e intercalando el pronombre como se hacía entre los dos elementos del futuro: «Hermanos, juntándoos heis a oír y hablar del Espíritu Santo» (Ávila, ubi supra, IV); «Desarmádose ha la ballesta, y herídome ha el corazón» (el mismo, Tratado de la Eucaristía, I); «Perseguídome han encantadores, encantadores me persiguen, y encantadores me perseguirán hasta dar conmigo y con mis altas caballerías en el profundo abismo del olvido» (Cervantes, Quijote, II, 32).

Tenemos, pues, aquí una combinación cuyos elementos al fundirse en unidad ideológica para entrar en el paradigma de la conjugación, han ido desvaneciéndose paulatinamente: el uno, haber, va perdiendo su sentido concreto de tener, hasta convertirse en mero signo formal sin más valor que tendría un sufijo; el otro, el participio, emancipándose del sustantivo, representa tan sólo la raíz verbal, pero no como quiera sino con la modificación temporal que tiene en su origen, tal que podría compararse a la raíz de los tiempos perfectos griegos o latinos. Escrito he corresponde a imagen, scrips-i.

Una vez que en castellano y en portugués esta trasformación ha sido completa, es natural que se haya generalizado. En los tiempos anteclásicos muchos verbos intransitivos se conjugaban con ser, lo mismo que en italiano, francés y provenzal; decíase es nacido, es muerto, es partido, a semejanza de los deponentes latinos natus est, mortuus est, profectus est, cosa naturalísima pues estos verbos no podían tener participio pasivo, que es el que acompaña a haber. Hoy la combinación más común ha vencido, y para los tiempos compuestos no hay otro auxiliar que haber.

Otra observación para terminar: si en nuestra conjugación los dos términos que, rota la sintaxis normal, forman los tiempos compuestos, constituyen un solo signo ideológico ni más ni menos que las inflexiones simples, parece natural que, al perderse su individualidad, también se haya dislocado su categoría gramatical. En amaré, amaría no se puede decir que amar sea todavía infinitivo, ni verbo, ni sustantivo, pues sería como afirmar lo mismo de ama en el latín amabo = ama + fuo (imagen,   —447→   bhu). Por esta razón no parece acertado calificar de sustantivo o de sustantivado al participio de he escrito; bastaría indicar el hecho llamándole invariable, y describir los pasos por donde ha llegado a serlo362.

72 (número 442). Examinados con atención los varios aspectos que según la práctica de los buenos escritores ofrece nuestro gerundio, apenas puede creerse que sea en todos mera modificación de sólo el ablativo del gerundio latino; no obstante, nada hay más cierto. Para mayor esclarecimiento del nuestro apuntaré, lo más brevemente posible, sus orígenes latinos; en lo cual, al paso que se probará la necesidad de reconocerle varios caracteres, se ejemplificará de nuevo la fuerza vital del lenguaje, mediante la cual un vocablo se aleja de su valor primario y se ramifica.

El gerundio latino es la terminación neutra sustantivada del participio en dus, y se usa para reemplazar al infinitivo en el genitivo, dativo, acusativo con preposición, y ablativo con preposición o sin ella.

En ablativo significa, como es natural, medio o manera: «Movit Amphion lapides canendo» (Horacio, Carmina, III, 11); «Anfión las piedras con su voz movía» (Burgos). En este sentido es comunísimo en castellano: «Todos los reinos fueron pequeños en sus principios; después crecieron conquistando y manteniendo» (Saavedra, Empresa, XCVII).

Como en casos semejantes al ejemplo de Horacio la acción del gerundio pertenece al sujeto de la proposición, y al propio tiempo denota modo o manera, vino a asemejarse al participio de tal suerte que podían usarse casi promiscuamente; así en este pasaje de Livio: «L. Cornelius Maluginensis, simulando curam bella, fratrem collegasque ejus tuebatur» (III, 40), podría ponerse el participio, calcando la frase sobre ésta de Cicerón: «Aer tum concretus, in nubes cogitur, humoremque colligens terram auget imbribus, tum effluens huc et illuc, ventos efficit» (De Natura Deorum, II, 39); pues, como se ve, el participio se presta de grado a expresar el medio. Añádase a esto, que el carácter adverbial del gerundio ablativo, en virtud del cual se allega íntimamente al verbo, le trae a darse la mano con el participio, que usado como predicado, viene a encontrarse en las mismas circunstancias.

Y no era esto sólo; acercábase al gerundio el sujeto de la frase o una palabra que lo representara, con lo cual se estrechaba más la conexión entre los dos; como en estos otros lugares del mismo Livio, citados por Riemann: «Quibus dum locum ad evadendas angustias, cogendo ipse agmen praebet» (XXXIX, 49); «Id consules, ambos ad exercitum morando, quaesisse» (XXII, 34).

Abierta esta entrada, muy poco había que andar para que el gerundio   —448→   ablativo usurpase otras funciones del participio, como en efecto sucedió en la baja latinidad, en que llegó a expresar mera coexistencia de tiempo:


«Si nocte inspiciat hanc praetereundo viator,
Et terran stellas credit habere suas»363.


(Venantius Fortunatus, Opusc., libro III)                


Admitido el gerundio como participio activo, en calidad de predicado del sujeto, no hubo dificultad alguna para usarlo con referencia al acusativo: «lo encontré cantando»; dado que ocupaba con respecto al verbo la misma posición, y tomaba de él la misma vida que en el otro caso.

Según queda indicado, la acción del gerundio corresponde ordinariamente al sujeto del verbo con que se junta; no obstante, es en latín frecuente el que se usa con cierta independencia y refiriéndose a un sujeto, o indeterminado («Frigidus in gratis cantando [si quis cantet] rumpitur anguis», Virgilio, Bucólicas, VIII, 71), o que se colige de lo precedente, como en este otro lugar del mismo Virgilio:


«Tauros procul atque in sola relegant
Pascua, post montem oppositum, et trans flumina lata,
Aut intus clausos satura ad praesepia servant.
Carpit enim viris paulatim uritque videndo
Femina, nec nemorum patitur meminisse nec herbae,
Dulcibus illa quidem inlecebris, et saepe superbos
Cornibus inter se subigit decernere amantis».


(Geórgicas, III, 212-218)                


Videndo, lo mismo que si tauri videant. En las lenguas romances vino a ser completa esta independencia, pues que no sólo se emancipó el gerundio del sujeto del verbo de la frase, sino que lo tomó expreso por su cuenta, y tal es, si no me engaño, el origen de nuestras cláusulas absolutas, en las cuales el gerundio ha asumido también el verdadero carácter de participio activo.

Por estos pasos ha venido el gerundio a asumir carácter participial; pero a causa de su origen adverbial y de la relación que guarda con el verbo a virtud de la tradición sintáctica, no es tan lato en su uso como los participios de griegos y latinos, pues que rechaza el apegarse al sustantivo especificándolo, y cuando lo explica o lo lleva por sujeto, siempre   —449→   la frase en que figura se refiere al verbo de la sentencia a manera de modificación adverbial. En este concepto la doctrina de Bello, aunque estrecha, es luminosa para el recto uso de este verbal.

Suele el gerundio ablativo latino juntarse con la preposición in, la cual entonces significa duración, «mientras Fit ut distrahatur in deliberando animus» (Cicerón, De Officius, I, 3, 9)364, uso que con corta variación se ha conservado en francés: «Trois insupportables tyrans, dont le triumvirat et les proscriptions font encore horreur en les lisant» (Bossuet, Discurso sobre la Historia Universal, parte I, IX). Fue muy común en castellano, por lo menos hasta el siglo XV365; pero después ha experimentado una modificación muy notable, y es que denota hoy, no ya coexistencia de tiempo, sino inmediata anterioridad, según vemos en este lugar de Mariana: «En fin del otoño se volvió el rey a Sevilla con intento de, en pasando el invierno, juntar una grande flota y hacer la guerra por el mar» (Historia General de España, XVIII, 2). Cuanto a llevar sujeto, hubo de procederse por un trámite análogo al que observamos en el infinitivo, con el cual no vacilo en identificarlo en este caso; y sospecho debió comenzar esta práctica en la baja latinidad, de suerte que en el primer versículo del salmo 125, que según la Vulgata dice: «In convertendo Dominus captivitatem Sion, facti sumus sicut consolati», más bien que un hebraísmo o imitación de la frase griega de los Setenta366, veo la aplicación de un giro vulgar para verter otro semejante del original. La variación en cuanto al tiempo no debe causar sorpresa, pues la preposición en se ha prestado en otras ocasiones al mismo cambio, por una naturalísima exageración que consiste en dar a entender lo muy corto del intervalo que separa dos acciones pintándolas como coexistentes. La frase relativa en cuanto, por ejemplo, que fue primitivamente signo de coexistencia, lo es hoy de anterioridad367; y creo que con un poco de atención se perciben vislumbres de la misma metamorfosis en la combinación del infinitivo con la dicha partícula, según lo muestran los siguientes ejemplos:

  —450→  

«En ver mis tristes cuidados
Los nobles cuatro elementos
Con tormentos
Todos serán ponzoñados».


(Farsas y églogas de Lucas Fernández, página 69, edición Acad.)                



   «Junto al agua se ponía
Y las ondas aguardaba,
Y en verlas llegar huía;
Pero a veces no podía
Y el blanco pie se mojaba».


(Gil Polo, Diana, III)                


En el lenguaje familiar nada más frecuente que, «En el momento, en el instante que me vio, echó a correr»; «Verme y echar a correr, todo fue uno».

Aparece, pues, que el gerundio tiene hoy un carácter muy indeciso, pues si en unos casos semeja adverbio por su íntima conexión con el verbo y por su significado de modo, manera, etc., en otros va tan unido con el sustantivo denotando una acción de éste y corresponde tan exactamente al participio activo de otras lenguas, que creo no se le puede negar el nombre de tal. Añádase a esto que a veces es puro adverbio, como en «Viene la muerte tan callando», y a veces puro adjetivo como en «Un caldero de agua hirviendo», y que combinado con en, aunque originariamente es sustantivo, tiende a asimilarse al participio como si no existiera tal partícula. De modo que si en el infinitivo vimos un sustantivo que gradualmente se trueca en verbo, aquí vemos la metamorfosis todavía más complicada de un participio que se sustantiva para ser nombre de acción, sustantivado toma fuerza adverbial mediante la desinencia ablativa, por su contacto con el verbo resucita a significar acción verbal, hasta volver a su oficio de participio y entrar en los confines del adjetivo.

El siguiente extracto del erudito y científico Tratado del Participio de mi amigo el señor Caro, pondrá a la vista los casos generales en que tiene cabida el gerundio, y confirmará lo dicho arriba, para lo cual me he aprovechado también de aquella excelente disertación.

Nuestra forma verbal amando ejerce como principal y más general oficio, el de participio activo, y los casos en que desempeña este oficio pueden reducirse a cuatro:

1.º Cuando el participio forma parte del sujeto de una proposición, explicándole: «El ama, imaginando que de aquella consulta había de salir la resolución de la tercera salida, toda llena de congoja y pesadumbre se fue a buscar al bachiller Sansón Carrasco» (Cervantes). En esta proposición el sujeto consta, en primer lugar del sustantivo el ama, y en segundo lugar de la frase adjetiva acarreada por el participio:   —451→   imaginando que de aquella consulta, etc.; frase explicativa, pues no se trata de particularizar el ama de que se va hablando, a la cual el lector conoce. Pero es incorrecto este otro pasaje por ser especificativo el participio: «Este animal que llamamos hombre, previsor, sagaz, dotado de tantas facultades, teniendo el espíritu lleno de razón y sabiduría, ha sido de una manera inefable y magnífica engendrado por Dios».

El participio no puede ir refiriéndose al predicado, por lo cual es impropio su uso en este pasaje: «La Religión es Dios mismo hablando y moviéndose en la humanidad».

Como reducibles a la misma categoría deben mirarse ciertas proposiciones que no representan un juicio perfecto sino una percepción compleja, y que por esta razón admiten un participio o bien un adjetivo asimilado a participio, en lugar del verbo. Así el que inopinadamente ve que el fuego ha prendido en un edificio, antes de perfeccionar su juicio exclama: «¡Una casa ardiendo!». Y lo mismo cuando se aplica figuradamente el mismo giro para representar una cosa al vivo y ponerla, por decirlo así, a los ojos del lector o el espectador, como si se intitula una fábula Las ranas pidiendo rey, o se inscribe en un cuadro: Napoleón pasando los Alpes. Este mismo giro es inaplicable a títulos de leyes o decretos, por cuanto no se representan las leyes a la imaginación en una especie de movimiento indefinido, y peca entonces contra la regla de que el participio ha de ser explicativo cuando se junta con el sujeto.

2.º Amando, en su calidad de participio activo, sirve en segundo lugar para formar tiempos compuestos en unión de un verbo que accidentalmente tome carácter de auxiliar, cuales son estar, andar, venir y algunos otros; combinaciones en que, quedándole al verbo sólo una significación genérica y asumiéndola específica el participio, se forma de los dos una serie de tiempos compuestos en que el participio hace el principal papel, y que por esta razón puede considerarse como una rama de la conjugación del verbo de que sale el participio; así yo estoy pensando, más denota la idea de pensar que la de estar; y es como una forma enfática de pienso: «Don Quijote, que se vio libre, acudió a subir sobre el cabrero, el cual, lleno de sangre el rostro, molido a coces de Sancho, andaba buscando a gatas algún cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza» (Cervantes); el circunloquio andaba buscando dice mucho más que diría la forma simple buscaba.

3.º Entra como participio activo refiriéndose al complemento acusativo, pero sólo cuando el gerundio denota una actitud que se toma, una operación que se está ejerciendo o un movimiento que se ejecuta ocasionalmente en la época señalada por el verbo principal; condiciones que fijan perfectamente la diferencia entre aquella construcción justamente censurada por Salvá y por Bello: «Envío una caja conteniendo libros», y esta otra que es correcta: «Vi a una muchacha cogiendo manzanas». En ambos casos el participio se agrega al complemento acusativo, que en el primer ejemplo es caja y en el segundo muchacha; pero allá no se trata de una operación o actitud ocasional; lo contrario sucede   —452→   acá, donde el coger las manzanas es acción que se ejecuta actualmente a tiempo que es vista quien las coge368.

La mayoría de los verbos que rigen participio objetivo significan actos de percepción o comprensión, como sentir, ver, oír, observar, distinguir, hallar, o de representación, como pintar, grabar, representar, etc.

El participio activo no tiene cabida con sustantivo alguno que forme complemento que no sea acusativo; por eso es incorrecto este pasaje: «Oirá la voz del héroe admirándonos con su fortaleza, del sabio predicando la verdad, y la del siervo de Dios acusando nuestra tibieza»; porque los sustantivos héroe, sabio y siervo a que se refieren admirando, predicando y acusando, no son complementos acusativos. Sin embargo sería demasiado rigor condenar este pasaje de Cervantes: «En un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores, diciendo a grandes voces: Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes» (Quijote, II, 31).

El uso de antiguos y modernos exceptúa de esta regla los participios ardiendo e hirviendo, que se pueden juntar con el sustantivo cualquiera que sea su oficio: «Echó a su hijo en un horno ardiendo» (Rivadeneira).

4.º En cláusulas absolutas; verbigracia:


«Semejaba, depuesto el blanco lino,
      Revolando las blondas
Madejas por el cuello alabastrino,
      La hija de las ondas».


(Bello)                


Pasaje en que ocurren dos cláusulas absolutas: la primera, depuesto el blanco lino, con el participio pasivo depuesto; y la segunda, revolando las blondas madejas por el cuello alabastrino, con el participio activo.

Sobre el uso del participio activo en este caso, debe tenerse presente:

a. Lo mismo que en las demás cláusulas absolutas, el participio debe ir antes que el nombre a que se refiere: «revolando las blondas madejas».

b. Cuando la cláusula absoluta se toma en sentido pasivo absoluto, es decir, cuando al que habla no ocurre sujeto oportuno que aplicarle, en este caso y siendo transitivo o neutro el verbo de donde sale el participio, éste debe tomar el enclítico se, como lo tomaría el mismo verbo en una forma personal (esto es, formando una proposición cuasi-refleja regular o irregular); verbigracia: «Especulaciones demasiado abstractas para lectores imberbes las habrá, sin duda, en esta Gramática; ni era fácil evitarlas tratándose de rastrear el hilo a veces sutilísimo de las analogías que en algunos puntos dirigen el uso de la lengua» (Bello). Aquí sería incorrecto tratando, porque al variar la construcción diríamos: «Ni era fácil evitarlas cuando se trata o se trataba de rastrear el hilo, etc.». Permítese, sin embargo, la omisión del se cuando el participio que debía   —453→   llevarlo se construye con una frase que lo lleva; verbigracia: «En sabiendo lo que es imposibilidad, se sabe lo que es posibilidad» (Balmes)369.

c. La cláusula absoluta, fuera de significar mera coexistencia, verbigracia «Envió un ballestero de maza al Rey de Aragón a quejarse porque le había rompido malamente la tregua, y, faltando a su verdad, hacía que sus gentes le entrasen en su tierra, estando él descuidado y desapercibido con la seguridad de su palabra» (Mariana, Historia General de España, XXII, 2), se presta a significar: 1.º Causa o razón, verbigracia: «Andando los caballeros lo más de su vida por florestas y despoblados, su más ordinaria comida sería de viandas rústicas»; 2.º Modo, verbigracia: «'Conmigo' es un accidente de 'mí', una forma particular que toma el caso 'mí' cuando se le junta la preposición 'con', componiendo las dos palabras una sola» (Bello); 3.º Condición, verbigracia: «Determinado ya el Emperador de recibir a Berenguer de Entenza, le envió a llamar muchas veces, y para asegurarle le envió sus patentes con sellos pendientes de oro, en que le prometía con juramento que, queriéndose quedar, le trataría con buena voluntad» (Moncada); 4.º Oposición, verbigracia:


«¡Hermoso edificio! -En él
Es la materia lo menos,
Siendo preciosa».


(Solís, Triunfos de amor y fortuna, II)                


Fuera de estas circunstancias es inoportuno e incorrecto el uso del participio en cláusula absoluta, como en este pasaje: «¿Quién creerá que en la misma obra en que se dan lecciones que son de bulto para cualquiera racional que tenga ojos u orejas, se cometen iguales faltas, no alcanzando la paciencia para contarlas?».

Explicados ya todos los usos del verbal en ando, endo, como participio activo, resta hablar del caso en que es adverbio, lo cual sucede cuando se adhiere a un verbo denotando el modo de ejecutarse la acción, como en «Paseaba galopando», «No le hables gritando». Pero aun aquí no pierde completamente su carácter verbal, como que conserva el régimen del verbo de donde sale; y acaso no es completa la transformación sino en unos pocos como corriendo, volando, callando, burlando.

73 (número 470). No sólo en castellano se ha conservado el futuro del subjuntivo hipotético; existe también en portugués y en valaco.

74 (número 479). Sobre la ortografía pordonde, véase la nota 68.

75 (número 497). Otras variaciones puramente ortográficas son el cambio de la g en j en verbos como fingir, de donde sale finjo, finja, y el empleo de la diéresis en averigüe de averiguar.