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Gregorio Marañón: «Cajal. Su tiempo y el nuestro».- Colección «El Viento Sur». Número 9. Antonio Zúñiga, editor. Santander-Madrid, 1950

Ricardo Gullón





Mi comentario al recién publicado Cajal, de Gregorio Marañón, ha de mantenerse estrictamente dentro de los límites reservados al crítico literario. No se trata de un libro científico, cuya reseña reclame la pluma del especialista, sino de una obra propiamente literaria, de un ensayo en simpatía que aspira a recrear la figura de don Santiago Ramón y Cajal, apurando su significación dentro de su tiempo, para conseguir, por un hábil cambio de perspectiva, algunas vistas sobre el nuestro, que nos permitan comparar uno y otro. Los propósitos del autor son claros y ambiciosos, y desde ahora quiero decir que los ha lograrlo, poniendo especialmente a contribución una cualidad humana que va haciéndose rara: la serenidad.

Las páginas del Cajal están compuestas con ánimo sereno y también generoso, desde una consideración objetiva de sucesos y personas en la que la pasión -pasión por la verdad-, lejos de quitar conocimiento, lo hace más vasto e intenso. El ejemplo estudiado tiene una significación que supera la solitamente entendida en la figura del gran histólogo; esta significación es de carácter moral, pues moral es, ante todo, el admirable -y por ventura no excepcional- caso del Maestro.

La vigencia de la obra de Cajal, en contraste con el hundimiento de otras, famosas en su tiempo, tiene su fundamento en la sincera modestia del investigador español. Marañón señala que la supervivencia de sus descubrimientos se debe a ser «la obra suya obra de naturalista, obra de observación directa de hechos», porque «los hechos, cuando se han visto y se han descrito exactamente, se incorporan a la eternidad de lo creado». Para trabajar así, apegado a la observación de los hechos, desdeñando las impresiones y el fulgor de la teorización brillante, aunque insegura, es preciso pertenecer a esa rara estirpe de hombres para quienes la obra importa más que el renombre, la verdad más que el éxito; es preciso aceptar con humildad la lección de los hechos, sometiendo las doctrinas al cotejo de los fenómenos observados y no forzando a éstos en la ortopedia de un esquema que los desdeña.

El Cajal de Marañón ni es biografía, ni estudio crítico. Es un diálogo entre maestro y discípulo, un diálogo en que, casi siempre sobre temas españoles, el autor se dirige a Cajal y revisa, de su mano o discrepando de él, las opiniones expresadas por éste sobre problemas y realidades de la patria y del mundo. Pero al discrepar del científico a ultranza y del «sentido excesivamente materialista que Cajal daba a nuestro atraso científico, de acuerdo con la ideología de su tiempo», Marañón puntualiza los riesgos de idealismos exagerados, «pretextos para el ocio y fuentes de rencor». Más adelante escribe de «la pereza hispánica», considerándola uno de los tópicos que padeció y aún padece España, y se opone a las ideas de Cajal respecto a las consecuencias de la expulsión de judíos y moriscos. Coincide, en cambio, con él en reputar el aislamiento como una de las causas mayores de nuestro atraso científico.

El pensamiento de Marañón, al madurar, ha ganado altura, y puede enfrentarse con las ideas de Cajal sin ceder al prestigio del nombre, afrontando y exponiendo con entera sinceridad sus discrepancias. Es difícil acertar a situarse a la distancia adecuada de persona que merece con tanta justicia el calificativo de genial. Pero la actitud justa es la de quien, según le ocurre al autor, siente el ejemplo del maestro como incitación al estudio y revisión de los problemas que le preocuparon y aun de los que previsiblemente serían hoy objeto de sus meditaciones. Colocarse ante Cajal en posición crítica, es una actitud cajaliana que hubiera merecido la aprobación de éste.

Ignoro si se ha subrayado alguna vez el hecho de que en las letras españolas actuales sea Gregorio Marañón uno de los dos o tres escritores que con más gallardía mantienen los prestigios de la buena prosa. A la decadencia de los escritores «profesionales», observable no sólo en España o en Europa, sino hasta en la rica U. S. A., corresponde un auge de quienes, además de dedicarse a las buenas letras, reservan parte de su tiempo al ejercicio de otras profesiones o actividades. Marañón, a la madurez de inteligencia y a la ponderación de sus juicios, une la buena y fluida prosa, el estilo animado y vivo, el arte de evocar, con cuatro rasgos, una persona o un suceso. Condiciones de escritor nato, consciente de sus propósitos y de los medios adecuados para lograrlos, que tiene bien aprendido el difícil arte de ser sencillo y claro, y lo aplica diestramente: «Cada frase debe ser vehículo riguroso de una idea, en que toda palabra que nada dice estorba aunque sea bella, y en que ninguna retórica supera en atractivo y gracia a la claridad.»

Este pequeño libro fue, sin duda, escrito con amor. La sencillez del estilo y la serenidad del pensamiento no impiden que bajo ellos se trasluzca el generoso ímpetu y la preocupación de Gregorio Marañón por los problemas españoles. Podrá discreparse de las soluciones por él propuestas, pero creo será obligado reconocer la rectitud de su intención y de su patriotismo.





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