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Henry Ford y el arte

Ricardo Gullón





En Dureen cuenta S. N. Berman una graciosa anécdota del conocido magnate de la industria automovilística. Varios marchantes americanos entre ellos Dureen, buscando clientes acaudalados, decidieron realizar una maniobra conjunta sobre míster Ford.

Prepararon una lista de las cien mejores pinturas del mundo, obtuvieron magníficas reproducciones de todas ellas, y después de encuadernarlas en tres volúmenes, juntamente con eruditos comentarios, decidieron visitar al rico industrial para proponerle la venta de la selecta colección.

Ford se entusiasmó; llamó a su mujer para que se deleitara con los tres álbums llevados por los marchantes, y dijo a éstos:

-Gentlemen, libros como éstos, con tan hermosas ilustraciones en colores, deben costar una fortuna.

-¡Oh, señor Ford!- se apresuró a aclarar Dureen-, estos libros no son para vender. Los hemos preparado especialmente para que usted viera las pinturas. Nos complace ofrecerle este presente.

-Mamá, ¿has oído? -dijo Ford dirigiéndose a su esposa-. Estos caballeros van a regalarme los preciosos libros. Sí, señores; su gesto es muy amable, pero no veo cómo puedo aceptar un regalo tan bello y costoso de unos desconocidos.

Dureen se quedó sin habla; mas al fin pudo explicar que los libros tenían por objeto interesar a Ford en la adquisición de los cuadros reproducidos. Y entonces el poderoso anciano desarmó a sus visitantes objetándoles:

-Pero, caballeros, ¿para qué necesito yo los originales si las ilustraciones coleccionadas en estos volúmenes son tan hermosas?





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