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- XXVII-

Muere el marqués de Pescara. -El duque de Borbón vuelve a Italia con oficio de general del ejército imperial.

     Por acabar en este año con los sucesos de Lombardía, antes de contar otros que fuera sucedieron, diré la muerte de don Hernando de Avalos, marqués de Pescara, que fué en Milán, teniendo cercado en el castillo al duque Francisco Esforcia. La enfermedad que le acabó fué tísica, que de los continuos trabajos de la guerra le sobrevino.

     Murió en la flor de su edad, y si Dios le diera larga vida, fuera uno de los mayores capitanes que ha tenido el mundo. Y en los años que vivió y siguió la guerra, ninguno se le igualó en valor, prudencia, liberalidad, grandeza de ánimo y otras virtudes dignas de un gran capitán.

     Fué de muy apacible condición y aficionado grandemente a los españoles, como verdadero español, castellano viejo, porque era bisnieto por línea de varón de don Ruy López de Avalos el Bueno, condestable de Castilla, que en los tiempos turbados del rey don Juan el II, por falsas informaciones que el rey tuvo de él, se hubo de salir del reino, perdiendo sus estados, y sus hijos fueron heredados en aquel reino.

     El sentimiento que el ejército hizo fué el que se debía a la muerte de tan extremado capitán. Lleváronlo a sepultar a Nápoles, en el monasterio de Santo Domingo.

     Sucedióle en el estado su sobrino, don Alonso de Avalos, marqués del Vasto, porque no dejó heredero.

     Quedó el ejército, hasta que el Emperador proveyese, a cuenta del marqués don Alonso y de Antonio de Leyva.

     Supo el Emperador la muerte del marqués, y sintióla como era razón.

     Proveyó luego el oficio de capitán general en el duque de Borbón, que cuando llegó la nueva de la muerte del marqués estaba en la corte; y más le dió el ducado de Milán en caso que Francisco Esforcia muriese o fuese despojado. Dejó esto ya dicho.



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- XXVIII-

Levantamiento de Alemaña. -Piérdese el marqués de Mondéjar en el peñón de Vélez. -Levántanse los moros de Valencia y tratos de su conversión. -Junta en Madrid si los moros bautizados por fuerza se habían de rebautizar y podían ser compelidos a ser cristianos. -Diez y seis mil moriscos resisten y se hacen fuertes en la Sierra. -Manda el Emperador que todos sean cristianos. -Católica resolución del Emperador a las dificultades que el Consejo le ponía. -Multitud de moros en Valencia. -Los de Almonacit resisten. -Matan a su señor los moriscos de Cortea.

     Diré agora otros sucesos varios deste año, y acabarlo he con ellos, que por ser de las tierras del Imperio tocan algo a esta historia.

     En Alemaña se levantaron unas Comunidades harto notables, de la gente rústica, que con gran furor y como bárbaros se amotinaron. Fueron las cabezas de este levantamiento Tomás Muncero, clérigo renegado, y Cristóbal Esclúpero, que fingiendo no sé qué revelaciones, ordenaron ciertos artículos, que ellos llamaron de la libertad cristiana. Uno de los cuales era que no se habían de pagar los tributos ni pechos a los príncipes y señores. Con lo cual engañaron y juntaron tanta gente rústica y baja, que bastaron a robar y saquear muchos lugares de señores, y alborotaron la tierra y la pusieron en harto trabajo.

     Para remedio del cual se juntaron los duques de Sajonia y el landgrave de Hessia y otros príncipes, y con mano armada fueron contra ellos y los vencieron y deshicieron, rompiéndolos en diversas partes; y se afirma que en menos de tres meses mataron más de cincuenta mil de ellos, con cuya sangre se remedió este mal, si bien con dura y fuerte medicina, pero la que merecían.

     En este año de mil y quinientos y veinte y cinco fué sepultado en la capilla real de Granada don Filipe, primero deste nombre, habiendo veinte años que la reina doña Juana lo tenía consigo en Tordesillas.

     Por el mes de otubre deste año, el marqués de Mondéjar, capitán general y alcaide de la ciudad y reino de Granada, por avisos que tuvo de que fácilmente podría ganar la fortaleza del Peñón deVélez, lo consultó con el Emperador, y con su voluntad fué sobre ella con muy buena armada. Tuvieron aviso los moros, y previniéronle; de manera que no le sucedió al marqués como pensaba, antes habiendo saltado gran parte de su gente en tierra, unos fueron rebatidos y muertos, otros quedaron presos y cautivos, en que se perdieron muchos caballeros de Ubeda y Baeza y de Granada y otras partes, sin que el marqués pudiese llegar a socorrerlos, porque le pareció que sería acabarse de perder, y así se volvió corrido y lastimado.

     Del fuego que en la Germanía de Valencia se encendió quedaron unas brasas que en este año de mil y quinientos y veinte y cinco volvieron a poner aquel reino en grandísimo peligro.

     El caso fué que en la Germanía de Valencia aquella gente desatinada, en todos los lugares que entraban a robar y saquear compelían a los moros a que se bautizasen, y esto no lo hacían los agermanados con caridad y celo de cristianos, sino por hacer mal a los caballeros cuyos eran, que por ser de moros les dan las rentas y intereses doblados más que donde todos son cristianos.

     Después que el Emperador vino en España y se apaciguaron los tumultos del reino de Valencia, los que por fuerza se habían hecho cristianos, de muy buena voluntad volvieron a ser moros, y en sus mezquitas hacían la zala y el guadoque, circuncidaban los hijos y tenían muchas mujeres, ayunaban el Ramadán y, finalmente, hacían todas las cosas del Alcorán de Mahoma, y lo peor era que los caballeros que eran sus señores, no sólo se lo consentían, mas los defendían.

     La causa por que los caballeros consentían tan gran maldad era porque decían los moriscos que si los compelían a ser cristianos no habían de pagar los tributos como moros, y los caballeros querían más sus rentas que las ánimas de sus vasallos.

     Era en aquellos tiempos inquisidor general don Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla, varón virtuoso y cristiano. Avisáronle los inquisidores de Valencia de esta ofensa que en aquel reino se hacía a Nuestro Señor. Estaba la corte en Madrid. Hízose una junta en el monasterio de San Francisco, en la cual dentro de veinte y dos días el Consejo Real de Castilla y el de Aragón y el de la Inquisición y el de Ordenes y el de Indias trataron y disputaron si habiendo sido estos moros bautizados por fuerza, bastaba para poderlos compeler a que fuesen cristianos.

     Llamaron de los teólogos que tenían nombre en el reino, y entre ellos fué uno fray Antonio de Guevara, mi antecesor en este oficio, que fué coronista del Emperador y obispo de Guadix, y después, de Mondoñedo. Disputóse mucho entre los teólogos y canonistas, y todos se conformaron que, pues los moros de Valencia no hicieron alguna resistencia cuando los bautizaron sin quererlo, que la fe que les hicieron tomar, quisiesen o no, que la debían guardar.

     Hízose esta junta en el mes de marzo de este año, y a 23 deste mes vino el Emperador en persona a hallarse en ella, y allí le fué, por el inquisidor general, referido el caso y la resolución que en él habían tomado, y él lo aprobó y confirmó, como príncipe católico, y mandó dar sus provisiones para que se guardase y ejecutase.

     Eligiéronse luego cuatro comisarios para que fuesen al reino de Valencia a reducir los moros a la guarda de la fe cristiana y absolverlos de la excomunión y apostasía; y los comisarios fueron don Gaspar de Avalos, obispo de Guadix, a quien sucedió Guevara, y el dotor Escarmier, del Consejo de Cataluña, y fray Juan de Salamanca, de la Orden de Santo Domingo, y fray Antonio de Guevara, coronista del Emperador.

     Idos, pues, a Valencia, el común los recibió bien; mas los caballeros muy mal. Podían ser quince o diez y seis mil moros los que se habían bautizado y después apostatado; los más de los cuales se fueron y se subieron en la sierra de Bernia.

     Y para hacerlos bajar de ella, no sólo los caballeros no favorecían, mas antes los animaban a que se defendiesen, porque pensaban ellos que a la hora que el Emperador supiese aquel motín, mandaría suspender el negocio.

     Subiéronse a la sierra de Bernia en el mes de abril y estuvieron allí encastillados hasta 22 de agosto. En el cual tiempo fueron muy requeridos, rogados y amenazados que descendiesen de grado; si no, que los bajarían por fuerza. Y como vieron que la gente de guerra se comenzaba a juntar para combatirlos, se allanaron y bajaron a la sierra, presentándose ante los comisarios.

     Antes que se bajasen de la sierra capitularon que si por el desacato hecho al Emperador y a la Inquisición merecían alguna pena, que se les perdonase; lo cual se les concedió, y vinieron a la villa de Murla, que es del condado de Oliva, y cerca de la sierra de Bernia, y allí fueron absueltos y benignamente tratados. Por manera que aquel negocio se comenzó con fuerza y se acabó con blandura.

     Estando, pues, los comisarios para volver a Castilla, llegó un correo con despachos así para ellos como para los del reino, en que decía el Emperador que, pues Nuestro Señor en aquel año le había dado vitoria y había preso al rey de Francia, no sabía otro mayor servicio que le hacer si no era mandar que todos los infieles de sus reinos se bautizasen.

     Cuando se hacían estas provisiones, pusiéronle muchos temores los del Consejo de Aragón, diciendo que era ésta una determinación tal, que los Reyes Católicos, sus abuelos, no la habían osado acometer. Que se temían que Su Majestad no podría salir con ella. Que pues los bulliciosos de aquel reino no estaban del todo llanos, podría ser que los de la Germanía se levantasen antes que bautizarse los moros. A estas y otras muchas cosas que los del Consejo le pusieron delante, respondió el Emperador: «Las cosas que en sí son grandes, no pueden dejar de tener grandes inconvenientes, y por eso, los príncipes, cuando quisiéremos emprender alguna que sea grave, no hemos de mirar a los inconvenientes do podemos tropezar. Esto digo, porque no dejo de conocer que la conversión de los moros de Valencia me puede dar enojo y engendrar en aquel reino escándalos; mas, junto con esto, sé que hago a Nuestro Señor servicio. Venga lo que viniere y suceda lo que sucediere, que yo estoy determinado que, pues Dios trajo al rey de Francia mi enemigo a mis manos, he de traer yo los moros sus enemigos a su fe; porque no puedo yo dar gracias cumplidas a Dios con alguna cosa, por tantos y grandes beneficios como he recibido de su mano, como es en limpiar de infieles y herejes todos mis reinos.»

     Palabras por cierto de un príncipe cristianísimo y de más edad de la que el César tenía.

     Derramada, pues, la fama de la conversión general, todos los caballeros del reino, y los moros con ellos, se alteraron. Había en el reino de Valencia, cuando se hizo la conversión general, veinte y dos mil casas de cristianos y veinte y seis mil de moros. De toda esta tan gran morisma no se bautizaron seis personas de su voluntad, sino por no perder la hacienda se dejaban poner la crisma, y por no verse cautivos, decían que querían ser cristianos.

     Comenzó la conversión en la ciudad de Valencia, y como eran pocos, no hubo dificultad en bautizarlos.

     Cuando los moros de la villa de Almonacid supieron que los iban a bautizar, cerraron las puertas y pusiéronse en armas, por cuya causa hubo de ir sobre ellos gente de guerra de Valencia y otras partes.

     Estuvo cercada esta villa desde 20 de otubre hasta 14 de hebrero, dándola combates y ellos defendiéndose, hasta que los entraron por fuerza de armas y justiciaron los principales, y los demás se bautizaron y echaron los muros por tierra.

     El señor de la villa de Costea estaba a la sazón en la villa de Requena, el cual, movido con buen celo, tomó consigo diez y siete hidalgos valientes, y fué para allá con intención de a todos los moros sus vasallos tornarlos cristianos y sabiéndolo ellos, aguardáronlo de noche a un paso estrecho y peligroso, y mataron allí a los diez y siete y degollaron a su señor.



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- XXIX-

El duque de Segorbe no gustaba de esta conversión. -Hacíanse fuertes los moros en la sierra de Espadán. -Sale el estandarte de Valencia contra los moros de Espadán. -Vienen los cuatro mil alemanes contra los moros de Valencia. -Matanza que los tudescos hicieron en los moriscos.

     Por lo que entendían perder de sus haciendas, pesaba a todos los caballeros de esta conversión; mas al que más pena dió, y la contradijo, fué al duque de Segorbe, hijo del infante Fortuna, en cuya tierra se recibió más trabajo, peligro y pérdida de tiempo, que en la conversión de todo el reino.

     A 23 de noviembre, víspera de Santa Catalina, se levantaron los moros del valle de Uxó, y los del valle de Almonacid y muchos de Segorbe y del río de Morvedre, acogiéndose a la sierra de Espadán llevando consigo a sus mujeres y hijos, con voluntad determinada de antes morir que ser cristianos.

     La reina Germana, que gobernaba aquel reino, envió tres mil hombres con sus capitanes al duque de Segorbe, para que fuese sobre los moros que estaban enriscados; y fuése el duque al valle de Almonacid, y fray Antonio de Guevara, que escribió esto, iba con él.

     No les faltaban bastimentos a los moros que estaban en las sierras, que los demás los proveían y decían que, pues por su Mahoma padecían, antes les faltaría la comida a ellos y a sus hijos y mujeres.

     Como la sierra de Espadán era grande y no se podía toda guardar, muchas veces descendían los moros y hacían grandes daños, robaban los ganados, prendían los pastores, talaban los campos, quemaban y saqueaban las casas. Descendieron una noche a un lugar pequeño de la plana, en el cual había cristianos y iglesia; prendieron al clérigo y profanaron la iglesia; mataron a muchos y llevaron el Sacramento a la sierra, sin hacerle ningún desacato ni tampoco reverencia, como dijo el clérigo, sino que encima de una peña se estaba puesta la custodia.

     La gente de guerra que estaba en el valle de Almonacid, casi cada día daban vista a la sierra; mas no había remedio de hacer descender a los moros, ni menos subirles la sierra, porque con solas piedras que echaban se defendían. Vista, pues, la resistencia tan porfiada de los moros y el daño que hacían, salió en campo el senado y bandera de Valencia contra la sierra de Espadán, y juntáronse con la gente del duque, y entre los unos y los otros había cada día diversos pareceres, no se concertando sobre ver por dónde podrían subir la sierra.

     En este tiempo estaba el Emperador en Toledo (como dejo dicho). Fué avisado por la reina Germana que seis mil hombres, que estaban sobre la sierra, no eran bastantes para tomarla. Envió a mandar a Rocandulfo, capitán que era de los cuatro mil alemanes que trajo el Emperador, y estaban en Perpiñán, que viniesen luego a Valencia contra los moros amotinados. Vinieron los cuatro mil tudescos, y juntáronse con los seis mil españoles. Y un jueves de mañana, a 12 de otubre, unos por una parte y otros por otra, partidos en doce escuadras, comenzaron a subir la sierra, y los moros a defenderla. Mas habían jurado los españoles y tudescos de morir aquel día o tomar la sierra; si bien morían muchos, subían cumpliendo su palabra. No tiraban los moros saeta que no fuese enherbolada, y con éstas y con escopetas, mataron sesenta y dos cristianos, y los treinta y tres fueron alemanes. Mas cuando ya eran las tres de la tarde, la sierra estaba tomada con muerte de muchos moros. Los soldados españoles no mataban sino a los viejos y viejas, y a los otros tomaban por esclavos; mas los alemanes, como les habían muerto los de su compañía, no perdonaban a nadie. Pasaron de cinco mil moros los que los alemanes mataron en venganza de treinta y tres. Tal fué la conversión de los moros del reino de Valencia, la cual se comenzó año de mil y quinientos y veinte y cuatro, por el mes de setiembre, y se acabó en el año segundo de mil y quinientos y veinte y cinco por el mes de otubre.



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- XXX-

Descubrimiento del Pirú. -Lo que sintieron los antiguos de estas tierras tan remotas. -Discreto dicho de un cacique. -Blasco Núñez de Balboa descubre el mar del Sur. -Castilla de Oro. -Pedrarias de Avila. -Buscan camino para las Malucas. -Navegación de Magallanes. -Estrecho que atravesó. -Muerte de Magallanes. -Vuelta que dió al mundo una nao. -[Descubrimiento del Pirú]. -Resístenle los indios bravamente. -Dificultades que tuvo Pizarro en juntar gente para proseguir el descubrimiento. -Ciudad del Cuzco y su riqueza. -Pizarro trae a Castilla aviso del nuevo descubrimiento del Pirú. -Quejas de Almagro. -Navega Pizarro al Pirú. -Bubas y viruelas. -Lengua que tuvo Pizarro de la ciudad y rey del Cuzco. -Supo las disensiones que entre los indios había. -Pasa Pizarro a Tumbez. -Ciudad de San Miguel. -Huascar quiere ser amigo. -Atabaliba amenaza y veda que Pizarro no entre la tierra. -Pizarro prosigue su camino. -Gravedad de Atabaliba. -Aparéjanse los castellanos para las armas y pelea. -Atabaliba viene con propósito de prenderlos y sacrificarlos. -Majestad y riqueza grandes con que venía el Inga. -Lo que fray Vicente hizo con el Inga y predicó. -Responde el Inga valerosamente y con enojo. -Incita el fraile los castellanos para que peleen contra el Inga porque echó el breviario en el suelo. -Rompen los castellanos contra el Inga. -Prende Pizarro al Inga. -Desampáranle los suyos. -Notable hecho y conquista de las mayores tierras y riquezas del mundo. -Saquean los castellanos a Cajamalca. -Echa prisiones al Inga Atabaliba. -Tesoro increíble que promete Atabaliba por su rescate. -Herraduras de plata por falta de hierro. -Reparten los castellanos entre sí el riquísimo tesoro. -Viene Hernando Pizarro a Castilla con el quinto, y nueva de la conquista. -Mata Pizarro a Atabaliba malamente. -Entra Pizarro conquistando la tierra. -Riqueza de la ciudad de Cuzco, y de los entierros. -Conquistan los castellanos a Quito. -A la fama de las riquezas del Pirú acudían españoles. -Fundan y pueblan ciudades los castellanos. -Principio de los encuentros entre Almagro y Pizarro. -Título de marqués que el Emperador dió a Pizarro. -Muerte de Almagro.

     Si bien hay historias particulares y cumplidas, que tratan el descubrimiento de las Indias y nuevos mundos, que con sumo valor los españoles hicieron, no puedo excusarme de decir sumariamente alguna cosa, pues es tan propria del reino y tiempo del Emperador Carlos V.

     Fué Cristóbal Colón el primer descubridor de estas tierras y nuevo mundo tan encubiertas y no conocidas en los siglos pasados. Si bien es verdad (según dice Apiano Alejandrino en el libro IV de las Guerras civiles entre los romanos, capítulo 2), que mataron a Cayo César inhumanamente en presencia de los dioses inmortales, despedazando su cuerpo, con veinte y tres heridas, sin tener respeto que era general del ejército romano, príncipe y sacerdote de los sacrificios, y que había conquistado, para el pueblo romano, gentes indómitas y terribles, siendo el primero de los romanos que pasó el mar hasta entonces innavegable, y muy adelante de las columnas de Hércules, y descubrió y dió noticia de tierras y gentes jamás conocidas.

     Bien sé que declaran algunos esto de las Islas Afortunadas, que son las Canarias. Mas también he leído que los cartagineses, que fueron grandes marineros, cuando andaban muy vivas las guerras con los romanos, habían descubierto unas tierras nunca vistas, por cuya bondad y por las riquezas grandes se despoblaba Cartago, pasándose todos a ellas. Y como la señoría estuviese con falta de gente para las guerras, mandó el Senado, por edicto público, que so pena de la vida, ninguno pasase a ellas ni dijese qué tierras eran aquéllas, y con esto cesó el paso, quedándose los que habían pasado en aquellas tierras.

     Y como después destruyeron los romanos a Cartago, perdióse de todo punto, la noticia que de aquellas tierras había, ni quiso alguno darla, porque los romanos no se aprovechasen dellas. Pero con todo esto no se satisface a la duda por dónde o cómo pudieron atravesar tantas gentes mares tan largos y peligrosos, sin saber navegar ni conocer más que unos pequeños leños en que cabían seis o diez personas.

     Ni se puede decir que por la tierra continua, pues en muchas partes no lo es, y con sierras y montañas inaccesibles.

     Pues decir que son gentes que duran desde la creación del mundo, es error manifiesto y contra la fe, que en el diluvio general perecieron todas las gentes y se salvaron solos ocho con el patriarca Noé. De los cuales se volvió a poblar el mundo como agora está.

     Quédese esto así, pues ni es de esta historia, ni alguna por más diligente que sea lo dirá.

     Digo, pues, que Colón topó con las islas de Santo Domingo y de Cuba, y con otras de aquella comarca, y en el segundo viaje descubrió la tierra firme, que llamaron la provincia de Paria, en la cual no paró ni hizo población, ni más que dar noticia de estas tierras, y poner codicia en los españoles de irlas a buscar y conquistar. En lo cual sucedieron hartas cosas que se dirán en su historia.

     Los primeros que más hicieron fueron Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda, que poblaron en tierra firme la villa del Antigua, de la provincia del Darien. Pero en muchos años (si bien se barruntaba que del otro cabo de aquellas tierras debía haber otro mar), no hubo quién supiese dar razón de ello, hasta que estando un día el alcalde mayor de la villa del Antigua, Blasco Núñez de Balboa, y otros, riñendo sobre partir cierta cantidad de oro que les había dado un cacique amigo, llamado Panquiaco, y su padre, que se decía Comagre, viendo el Panquiaco cosa tan fea como era que entre compañeros y amigos hubiese palabras de ira por el interés del dinero, dijo con mucho enojo dando una puñada sobre el peso con que se partía el oro: «Yo os certifico, cristianos, que si supiera que sobre mi oro habíades de reñir, que no lo lleváredes de mí, porque soy amigo de paz. Maravíllome cierto de vuestra locura, que por cosa que tan poco vale os queráis matar. Si habíades de tener posesiones en tierra ajena, mejor estuviérades en la vuestra. Y si tanto codiciáis el oro, idos hacia donde yo diré, y hallaréis harto.»

     Espantado Blasco Núñez de la discreción con que hablaba el indio, pidióle que se tornase cristiano, y que le dijese dónde era aquella tierra que tanto oro tenía. Hízolo Panquiaco, y llamáronle Carlos en memoria del Emperador. Dijo el nuevo Carlos a Balboa dónde caía el mar del Sur, y él por su industria pasó las montañas altas y ásperas que hay desde la Antigua hasta Panamá, y púsose con harto trabajo en un cerro alto, de donde descubrió el mar del Sur, a 25 de setiembre, año de 1513. Tardó cuatro días en llegar desde aquel cerro a la mar, y día de San Miguel tomó posesión por los reyes de Castilla en el golfo, que por ser en tal día se llamó de San Miguel.

     Descubrió muchos secretos de la tierra y halló que era rica de oro y de perlas. Volvió con esto muy gozoso a la villa de la Antigua, con propósito de volver luego con más poder a conquistar y poblar lo que había descubierto. Detúvose cuatro meses en esto. Trajo más de cien mil pesos de oro, y dejó trabadas grandes amistades con caciques y señores de aquella tierra.

     Y fué tan venturoso Blasco Núñez en esta jornada, que con haberse topado con indios bravos y guerreros que le resistían, nunca fué vencido, ni recibió en su cuerpo herida, ni le faltó alguno de los compañeros; fué bien recibido en su lugar.

     Despachó luego un correo a Castilla con el aviso de lo que había descubierto, y pidió que aquella tierra (pues era rica y descubierta por castellanos) se llamase Castilla de Oro.

     Hízose así, y el Rey Católico dió a Blasco Núñez título de adelantado del mar del Sur.

     Y poco después desto fué allá Pedrarias de Avila, a quien llamaron, por ser valiente, el Justador, caballero bien conocido en Castilla por la antigüedad de su sangre y grandes servicios que al reino hizo. Llevó consigo mil y quinientos hombres, en cuarenta y dos navíos.

     Partió de España a 17 de mayo año 1514.

     Entró en el Darien a 21 de junio con próspera navegación.

     Muchas cosas se cuentan de este caballero y de los encuentros que tuvo con Blasco Núñez; no son para esta historia, sino para las que en particular se escriben de las Indias, donde remito al que las quisiere bien saber.

     Fundó y pobló Pedrarias de Avila la villa que llaman del Nombre de Dios, y en el mar del Sur la ciudad de Panamá, donde se embarcan para Nicaragua y Nueva España, que están al Poniente, y para el Pirú, que se descubrió después, hacia el Oriente y Mediodía.

     Prosiguiendo, pues, los españoles el descubrimiento y conquista de aquellas nuevas tierras, continuando siempre la costa del mar del Norte, por la parte que se alarga hacia el Oriente, hallaron algunas tierras y vinieron en conocimiento de que había otras. Su principal intento, después que se supo del mar del Sur, no era otro sino hallar un estrecho para pasar a él, sin descargar los navíos, y tener por allí camino para las Malucas, de donde los portugueses, navegando al Oriente, traen las especias.

     Los que tenían mayor confianza de hallar este estrecho fueron dos portugueses, grandes marineros, llamados Hernando de Magallanes y Ruy Falero, los cuales, habiendo pedido a su rey lo necesario para hacer aquel viaje tan largo, por no se lo dar, vinieron a Castilla, y si bien en el Consejo de Indias lo dificultaron, al fin les dieron cinco navíos armados con docientos hombres, para que fuesen a hacer esta peligrosa y dudosa jornada.

     Antes que partiesen de Sevilla murió allí Ruy Falero, y por eso se entregó la armada a solo Hernando Magallanes. El cual partió de San Lúcar de Barrameda, en 20 de septiembre del año de mil y quinientos y diez y nueve, al tiempo que ya Hernando Cortés andaba en la conquista que arriba vimos de la Nueva España.

     Tomó Magallanes su derrota para la costa del mar del Norte, y costeando hacia el Mediodía con grandísimos peligros y dificultades, acabó de pasar la línea equinoctial. Descubrió el otro polo, que llamamos antártico, y después de haber padecido grandes trabajos y motines de los suyos (que decían que los llevaban a morir), sucedió que el un navío de los cinco (donde iba por piloto Esteban Gómez, y por capitán Alvaro de Mezquita, sobrino de Magallanes), se quedó atrás, y perdiendo de vista a los otros cuatro, y teniendo creído que su tío fuese perdido con ellos, el Mezquita dió la vuelta para España con harto trabajo.

     Hernando Magallanes, prosiguiendo su camino, cuando menos se cataba, vióse embocado por un estrecho angosto, por algunas partes de dos leguas, y legua y media, y más y menos, y largo como ciento y diez leguas. Prosiguió su viaje hasta ver en qué paraba, y salió del otro cabo al anchísimo mar del Sur, muchos grados del cabo de la línea equinoctial. Luego que se vió salido del estrecho que todo es de tierras fragosísimas y muy frías, que a lo que yo creo deben ser antípodas de Flandes o de Polonia, revolvió Magallanes sobre la mano derecha, en busca de las Malucas, por desviarse del camino de los portugueses.

     Al cabo que hubo navegado cuarenta días con vientos que él no conocía, tomó tierra en la isla Yubagana, y fué descubriendo infinitísima multitud de islas, juntas unas cerca de otras, hasta que salió a la isla Zebut, que llaman otros Subo.

     Allí predicó Magallanes la fe de Cristo Nuestro Señor, que confirmó su predicación con un milagro que hizo, sanando un sobrino del rey Hamabar. Convencidos él y toda su casa con la fuerza de la verdad, recibieron el santo bautismo, y Hamabar se llamó don Carlos, y la reina, doña Juana, por llamarse así nuestra reina de Castilla y su hijo el Emperador. Bautizáronse con estos reyes hasta ochocientas personas, y dos hijos suyos, Hernando y Catalina.

     Convirtiéronse luego todos los isleños de Zebut, de común acuerdo, y lo mismo persuadieron ellos a los de Mesana, isla allí cerca.

     Como Magallanes vió que se recibía bien por allí la fe, pensó convertir todas las demás islas de aquel pasaje. Tentó de paz a Calipulapo, rey de la isla Mautan, cuatro leguas de Zebut, y no lo queriendo él aceptar, un cierto caballero suyo, envió a llamar por engaño a Magallanes, diciendo que le ayudaría contra Calipulapo. Y yendo, halló los isleños puestos en arma, y hubo de pelear con ellos, y le mataron, y así no pudo gozar de sus trabajos, como tenía pensado y merecía.

     Murió este famoso marinero a 27 de abril del año de mil y quinientos y veinte y uno, y durará su nombre y fama para siempre, porque el estrecho que descubrió (aunque poco nos servimos de él, por ser tan lejos y fuera de conversación), se llama hoy y se llamará siempre (según se cree), el estrecho de Magallanes.

     Dieron luego los compañeros el cargo de capitán general de las cuatro naos a Juan Serrano, piloto mayor. Al cual, estando en Zebut (bien descuidado de lo que le sucedió), le convidó el malvado rey Hamabar, nuevo cristiano, que ya estaba arrepentido, por consejo de un perro morisco que servía a los nuestros de lengua, llamado Enrique. Y estando comiendo con gran regocijo él y otros treinta de sus compañeros, saltaron sobre la mesa cierta gente, que el rey falso tenía aparejada. Mataron a los treinta compañeros, y prendieron al capitán Juan Serrano, y luego el malaventurado rey, con toda la isla, renegó el santo bautismo que había recibido.

     Los demás compañeros, que ya no eran más de ciento y cincuenta, como vieron el tratamiento que a Juan Serrano le había hecho, aderezaron muy bien los dos de sus navíos con la madera y clavazón de los otros, y recogiéronse en ellos. Diéronse a la vela y entraron en el puerto de Borney, en una rica isla de moros, adonde fueron muy bien recibidos y honrados de Siripa, rey de aquella isla, del cual supieran que las Malucas que buscaban las dejaban muy al Poniente.

     Y por el aviso que les dió, vinieron a topar con una de las Malucas, que se llamaba comúnmente Tidore.

     Entraron en ella a 8 de noviembre del año de 1521. Hallaron buen acogimiento en Almanzor, rey moro de la misma isla, y detuviéronse con él cinco meses en buena paz, porque Almanzor holgó de ser amigo del rey de Castilla. Escudriñaron todo lo que se pudo saber de los secretos de la tierra y de las otras tres Malucas, que se llamaban Matía, y Terrenate, y Matimatil. Y cargando de la especería que Almanzor les dió, partieron de allí por diversos caminos.

     La una de las naves, llamada Vitoria, prosiguió la derrota del poniente, y vino a salir por el Oriente, dando al mundo una vuelta entera, y hallóse en el mismo camino que los portugueses suelen hacer por Calicut. Salió la Vitoria de Tidorre en 22 de abril del año de mil y quinientos y veinte y dos. Pasó por junto a Zamorata, que es la antigua Taprobana, y al fin, penetrando el Cabo Verde y el de Buena Esperanza, vino a salvamento a Sanlúcar de Barrameda, con solos diez y nueve compañeros. Tomó puerto a 6 de setiembre del año de veinte y tres.

     Traía por piloto esta famosísima nao a Juan Sebastián del Cano, natural de Guetaria, en Vizcaya, el cual afirmó que había caminado catorce mil leguas. Nunca hombres jamás anduvieron tanto, ni es nada lo que de otras largas navegaciones se escribe en comparación de lo que éstos navegaron; porque, sin mentir, dieron una vuelta al universo mundo, pues saliendo por la vía del Occidente, penetraron por todo el globo del mundo y salieron por el Oriente al mismo punto de donde habían partido. Por lo cual, con mucha razón, tomó Juan Sebastián por armas un mundo con una letra, en la cual, hablando el mundo con el mismo Juan Sebastián, decía: Primus circundedisti me: tú eres el primero que me rodeaste.

     La otra nave de las dos, que se decía la Trinidad, partió por otro camino, y tomó puerto en Panamá, y después tornó a Maluco, adonde los portugueses que allí estaban la tornaron. De todo lo que arriba se ha dicho queda bien entendido que Blasco Núñez de Balboa fué el primero de los españoles que vió el mar del Sur, Magallanes el primero que navegó por él, Pedrarias de Avila fundó a Nombre de Dios y a Panamá, y Hernando Cortés y sus capitanes conquistaron la Nueva España.

     Cursóse la navegación del mar del Sur por la costa del Poniente, dende Panamá a las provincias de Nicaragua y Guatimala; pero por la costa que de Panamá vuelve hacia el Mediodía nunca navegó ni descubrió español alguno, ni cristiano de otra ni desta nuestra nación, hasta que el año adelante de mil y quinientos y veinte y cinco, tres vecinos de la ciudad de Panamá, muy ricos, que fueron Francisco Pizarro, natural de Trujillo; Diego de Almagro, hombre no conocido, porque estuvo creído que fué echado cuando nació a la puerta de la iglesia, y Hernando de Luque, maestrescuela de aquella ciudad, movidos con esperanza de que debajo de la línea equinoctial, que no la tenían muy lejos, habría necesariamente grandes riquezas, determinaron gastar sus haciendas en descubrir aquellas tierras que se designaban hacia el Mediodía.

     Para esto hicieron entre sí compañía, metiendo en ella sus haciendas con igualdad en pérdida y ganancia de todo lo que se descubriese o gastase en el viaje que entendían hacer. Después de otorgadas sus escrituras fuertes y firmes, acordaron que Francisco Pizarro fuese en la amada en el descubrimiento; que Diego de Almagro le proveyese de navíos y de gente y de socorros, todos los que hubiese menester, y que Hernando de Luque granjease desde su casa las haciendas de todos tres.

     La primera salida hízola Francisco Pizarro con ciento y veinte compañeros. En ella descubrió hasta cien leguas de costa; queriendo tomar tierra, halló resistencia en los indios de ella, y peleando con ellos perdió algunos de los compañeros, y él recibió siete heridas, con las cuales dió la vuelta para Panamá, no muy descontento, porque aunque no traía sino puñadas, todavía entendió que era la tierra riquísima, porque todos los indios pelearon cargados de oro y arreados de perlas y de cosas de gran precio.

     Salió Diego de Almagro poco después en busca de Pizarro, antes que supiese lo que le aconteció. Llegó hasta el río de San Juan, y lo que trajo del viaje fué un ojo menos, porque peleando se le quebraron. Vinieron después a juntarse los dos compañeros en Chinchama, cerca de Panamá. Contáronse el uno al otro los trabajos que habían pasado, y con buen ánimo tornaron juntos a continuar su descubrimiento con hasta docientos hombres.

     Toparon con una gente tan bárbara y cruel, que no les quisieron dar ni aun agua, sino muchas heridas. Determinaron hacer la guerra de propósito contra aquellos indios, que parecían tan ricos como soberbios y crueles, si bien la mayor parte de los soldadas eran de parecer que se volviesen a Panamá y que se dejase aquel negocio tan dudoso y lleno del peligro; pero todavía porfiaron a perseverar los capitanes, y quedándose allí Pizarro con la gente, envió a Diego de Almagro a Panamá por más de gente de armas y por otros pertrechos de guerra.

     Dió presto la vuelta Almagro con otros ochenta hombres y algunos caballos.

     Con este socorro cobraron ánimo los de Pizarro, y pareciéndoles el sitio para poblar no muy bueno, pasaron adelante hasta Camarez, adonde la gente andaba tan llena de oro (que era lo que principalmente ellos buscaban), que determinaron asentar allí. Pero hallaron en los indios tanta resistencia, que fué menester nuevo socorro de gente.

     Almagro volvió a Panamá segunda vez por ella, y entre tanto que tornaba recogióse Pizarro a una isla que la llamó del Gallo.

     Estaban los suyos tan descontentos de aquel viaje y tan desconfiados que habían de sacar provecho, que le fué bien necesario a Pizarro mostrarles los dientes, y aun estorbarles que no escribiesen a Panamá, porque no desganasen con la relación de sus trabajos a los que se quisiesen embarcar con Almagro para la conquista. Pero por mucho que lo quiso encubrir, no dejaron de avisar a Pedro de los Ríos, gobernador de Panamá, de cómo Pizarro los tenía por fuerza y los trataba con crueldad, diciendo que Almagro era el recogedor, y Pizarro el carnicero, con lo cual Pedro de los Ríos dió una provisión para que Pizarro y Almagro no compeliesen a alguno a seguirlos. Dando licencia a los que estaban en la isla del Gallo para venirse a Panamá, y a los que habían concertado de ir con Almagro, para que se quedasen en Panamá.

     De esta manera Diego de Almagro se quedó solo, que no pudo llevar algún socorro, y a Pizarro no le quedaron sino solos Pedro Candía, natural de Candía; a Bartolomé Ruiz de Moguier, su piloto, con otros once compañeros en un solo navío, con los cuales Pizarro (casi desesperado) se fué a la isla Gorgona, y allí estuvo muchos días, sin comer pan ni carne ni otra cosa más que cangrejos crudos y algunas yerbas, y aun culebras.

     Salió de Gorgona medio muerto, y llegó con mucho trabajo a la costa cerca de Tangarara. De allí fué a Montupe y después a Chira, y últimamente llegó al valle de Tumbez, adonde puso en tierra a Pedro de Candía. El cual entró por el valle adelante, hasta topar con unos ricos palacios que allí había de los reyes ingas del Cuzco, cabeza de todas aquellas largas provincias.

     Supo algunos secretos de la tierra. Tomó lengua de sus grandísimas riquezas y, contentándose extrañamente de todas las calidades de ella, dejó allí dos de sus trece compañeros para que aprendiesen la lengua y costumbres de los indios de aquella región.

     Dió la vuelta para Panamá muy contento de lo que había visto y sabido, y con propósito de pasarse luego en España y pedir al Emperador la conquista de aquellas riquísimas tierras, a las cuales él quiso llamar la Nueva Castilla, o por otro nombre, el Pirú, porque así se llama el río que parte aquellas provincias de las otras que hasta allí se habían visto.

     Tres años enteros gastó Francisco Pizarro en este descubrimiento primero, con tanta casta de su hacienda y persona y de las de sus compañeros Almagro y Luque, cuanta se puede encarecer. Y porque casi habían ya todos tres quedado pobres, apenas tenían dineros que dar a Pizarro para venir a Castilla.

     Al fin, como pudieron le remediaron de mil ducados para el camino, y él se partió del Nombre de Dios con próspero tiempo.

     Llegó a Castilla año de veinte y nueve y en ella hubo merced el descubrimiento y la gobernación de la Nueva Castilla y de las provincias del Pirú, con título de adelantado y capitán general. Con lo cual se le juntaron luego muchas personas principales, que se acodiciaron a las inestimables riquezas que les decía él que habían de hallar en aquella tierra.

     Con ellos, y con cuatro hermanos suyos, Hernando y Juan y Gonzalo Pizarro, y Martín de Alcántara, su hermano de madre, partió de Sevilla muy gozoso y pujante.

     Llegó al Nombre de Dios, y de allí a Panamá, adonde halló a Diego de Almagro triste y agraviado, porque habiendo él gastado su hacienda y padecido poco menos trabajos que Pizarro, se traía él todo el premio con nuevos y honrosos títulos, y a él le había dejado fuera, sin pedir para él siquiera algo de la mucha honra que traía. Disculpábase Francisco Pizarro con muchos cumplimientos y promesas, afirmando que no había sido suya la culpa, sino que Su Majestad no había tenido gana de darle nada para él, si bien se lo había pedido, y prometiéndole muy de veras de partir con él por su mitad las ganancias, y aun de cederle el oficio y gobernación. Pero estaba tan arraigado en el pecho de Diego de Almagro el rancor y pasión, que jamás lo pudo echar de sí hasta la muerte, y si bien algunas veces se reconciliaron, siempre tornaron a revivir las pasiones con tanta porfía, que duraron muchos días en aquella tierra los bandos de pizarristas y almagristas, que por otro nombre se llaman los del Chili, como en Vizcaya Giles y Negretes, y en Italia güelfos y gibellinos. Y no bastaría papel para contar los daños y muertes que destas competencias se han seguido.

     Cuando Pizarro se vino a Castilla dejó en poder de Almagro toda su hacienda, y cuando volvió, apenas la podía sacar de él.

     Hacíale padecer Almagro gran necesidad, porque la costa era mucha y el dinero poco. De lo cual Hernando Pizarro (el hermano mayor de todos cinco) sentía más enojo que alguno, y si a su voto se dejara, no sufriera Francisco Pizarro lo que sufría; pero, al fin, él deseaba contentar a su compañero. No faltó quien se metiese por medio y los reconcilió, y así pudo aparejarse Pizarro para su jornada y conquista. Y con dos navíos y ciento y cincuenta hombres, partió para Tumbez, adonde ya habían los indios muerto a los soldados que allí quedaron.

     No pudo con fortuna Francisco Pizarro tocar en Tumbez, y fué a tomar tierra en el río Perús, o cerca de él. Siguió la casta por tierra con grandes trabajos, y llegó hasta Coaque, pueblo rico y principal, adonde adolescieron algunos de los suyos de viruelas y bubas, y murieron algunos; otros quedaron feísimos; pero todo lo sufrían con el mucho oro que a cada paso hallaban. De lo cual tomó Pizarro hasta veinte mil pesos y enviólos a Panamá a Diego de Almagro, para que con ellos le enviase más gente y caballos.

     Sin esto, llegaron a juntarse con Pizarro Sebastián de Benalcázar y Juan Fernández, que venían de Nicaragua con alguna gente. Con lo cual se reforzó muy bien su campo, y él pudo ganar la isla de la Puna, con pérdida de tres o cuatro compañeros en la Puna, que no está de Tumbez más de doce leguas.

     Halló Pizarro muy muchos cautivos de allí de Tumbez, de los cuales supo cómo allí en aquella tierra firme que llamamos Pirú, que corre la costa más de mil y docientas leguas hasta el Chili, había un gran señor que reinaba en toda ella y tenía su asiento en la gran ciudad del Cuzco. Dijéronle que en tiempos pasados Guanicaba y otro hijo suyo, Yupague, y después Topainga, habían sido grandísimos guerreros y muy poderosos, y que pocos días atrás era muerto Guynacaba, hijo de Topainga, y que sobre la sucesión del reino había al presente guerras muy reñidas entre Huascar, hijo mayor de Guynacaba, y Atabaliba, su hermano menor, que llamaban rey del Quito.

     Sin éstas, supo otras particularidades; pero la que más contentamiento le dió fué ver que había bandos en la tierra, como aquel que sabía que a Hernando Cortés en la Nueva España le había valido esto más que otra cosa para hacerse señor de todo.

     Soltó Pizarro los presos que halló en la Puna y enviólos a Tumbez a que dijesen al rey Atabaliba que él quería ser su amigo y ayudarle contra Huascar, si lo tenía por bueno. Envió con estos indios tres españoles, y sacrificáronlos allá luego a sus ídolos, que los llaman guacas. Por lo cual hubo de pasar él a Tumbez con todo su campo, y venciendo al gobernador que allí tenía Atabaliba, y pobló la ciudad de San Miguel, que fué la primera ciudad que hubo en aquella tierra de cristianos, en la ribera del río Chirra, que es en la provincia de Tangarare.

     Después, sabiendo que Atabaliba estaba en el valle Cajamalca, determinó irle a buscar. Tomó por lengua a un indio de Puna, que se llamó Filipillo cuando se bautizó.

     Conquistados y hecha paz con los pohechos (pueblos entre Tumbez y Cajamalca), prosiguió su camino harto trabajoso por los muchos arenales y desiertos que hay entre los valles, que por no llover jamás en aquellos llanos no se puede vivir sino en los valles donde hay ríos.

     Antes que llegase a verse con Atabaliba, le vinieron embajadores de Huascar, pidiéndole paz y amistad con su hermano. Luego topó otros dos de Atabaliba, el cual le mandaba expresamente que no pasase más adelante ni hiciese mal a sus vasallos, si no quería que le mandase matar. A Huascar dió buena respuesta Pizarro, y al Atabaliba envióle a decir que por cierto él holgara de poderse volver sin hacer cosa que no debiese; pero que él era mandado, y venía por embajador de los dos señores del mundo, que son el Papa y el Emperador. Los cuales le enviaban a decir cosas importantísimas para la salud de su alma y aumento de su honra. Por tanto, que le pedía mucho de merced no recibiese pena de dejarse ver y de oír la embajada que le traía. Replicó a esto Atabaliba -con determinada y resoluta voluntad- que no pasase de donde estaba en alguna manera; si no, que luego le mandaría matar.

     Habíanle dicho al rey que los cristianos eran pocos y para poco, y por eso hablaba tan resolutamente, pareciéndole que no había de ganar honra en matar una gente tan vil. Con todo eso, Francisco Pizarro determinó proseguir su camino. Dijo a los mensajeros que se volviesen a su señor y le dijesen que a riesgo de perder la vida, él no dejaría por alguna cosa de pasar más adelante hasta verle la cara y decirle lo que traía encomendado.

     Entonces uno de los mensajeros sacó unos zapatos muy pintados y unos como puñetes o ajorcas de oro y dijo a Pizarro: «Pues si has de ir a verte con el señor Inga (que así se llaman los reyes del Cuzco), ponte estos puñetes; cálzate estos zapatos, porque te conozca.»

     Con esto se despidió, y Pizarro prosiguió su camino hasta llegar a Cajamalca.

     No halló allí al rey, porque se había ido a ciertos baños allí cerca. Envióle luego a visitar con el capitán Hernando de Soto, y a pedirle licencia para tomar su aposento en Cajamalca, en tanto que él venía a ella. Recibió Atabaliba al Hernando de Soto con mucha gravedad, y sin gastar muchas palabras díjole: «Ve, di a ese tu capitán, que mando yo que deje ahí todo lo que a mis vasallos ha robado y se salga luego de mi tierra, que con esto yo le recibiré por amigo y le dejaré ir en paz y seré buen amigo de su Emperador. Mañana yo seré con él en Cajamalca y daré la orden que ha de tener en su partida y diráme quién es el Papa y el Emperador, que de tan lejas tierras me envían a visitar.»

     Espantóse el capitán Soto -y Hernando Pizarro, que fué con él-, de la grandísima riqueza y majestad de aquel bárbaro. Volvieron luego con la respuesta, diciendo que, a lo que habían sentido de Atabaliba, les habían de ser bien menester las manos.

     Gastaron toda aquella noche en aderezar sus armas y en platicar lo que habían de hacer. Francisco Pizarro hizo a los suyos una plática para ponerles ánimo, y a la mañana repartió a cada uno su estancia, diciéndole lo que había de hacer. Mandó que los de a caballo se escondiesen tras unas tapias y que de los de a pie ni de los de a caballo, ninguno se moviese hasta oír soltar un arcabuz.

     Atabaliba, que tenía propósito de pelear con los cristianos (para sacrificarlos a su ídolo), tuvo mucha cuenta con que no se le pudiesen ir, teniendo por fácil cosa el vencerlos. Mandó a Ruminagui, su capitán, que se pusiese con cinco mil hombres a las espaldas de los cristianos, porque no huyesen.

     Con esto partió, a la mañana, de los baños para Cajamalca, con tanto espacio y majestad, que en sola una legua tardó cuatro horas enteras.

     Venía en una litera de oro maciza aforrada de plumas de papagayos; traíanle en hombros ciertos indios caciques grandes señores. El asiento que traía era un muy hermoso tablón de oro, que pesó veinte y cinco mil ducados, y un cojín de lana finísima todo guarnecido de piedras preciosas de grandísimo precio. Traía en la frente una borla de lana que es la insignia de los reyes Ingas, como acá entre nosotros la corona. Delante venían trecientos como lacayos, vestidos de muy rica librea, quitando las piedras y pajas del camino, y otros bailaban y cantaban; detrás venían otros muchos caciques también en andas.

     En llegando al tambo de Cajamalca, que son unos palacios reales, alzó los ojos y vió a los cristianos arrimados a las paredes; y como vió que no se movían aquellos, ni parecían los de a caballo, levantóse en pie sobre la litera y dijo: «Estos, rendidos están.» Respondieron los indios: «Señor, sí.»

     Enojóse infinito Atabaliba de ver algunos españoles puestos en una torrecilla de ídolos que allí cerca estaba, y mandólos echar de la torre. Llegóse entonces a él el obispo fray Vicente de Valverde, fraile dominico, con una cruz en la mano derecha y con un breviario en la izquierda, y, hecha su mesura, comenzó a hablar de esta manera:

     «Muy excelente y poderoso señor: habéis de saber y cumple que se os enseñe, que Dios es trino y uno, y hizo de nada todo el mundo. Este Dios formó en el principio del mundo un hombre: hízole de tierra y llamóle Adán. De él nacimos y traemos el origen todos los hombres. Pecó Adán por inobediencia contra su Criador, y en él pecaron todos los hombres, cuantos hasta hoy han nacido y nacerán hasta la fin del mundo; salvó Jesucristo Nuestro Señor, el cual, siendo verdadero Dios, bajó del cielo y nació de María Virgen, para redimir y sacar al linaje humano de la servidumbre del pecado. Murió Jesucristo en una cruz semejante a ésta que tengo en las manos, y por eso la adoramos los cristianos. Resuscitó al tercero día; subió a los cielos a los cuarenta días, y dejó por su vicario en la tierra a San Pedro y a sus sucesores, a los cuales nosotros llamamos Papas. El Papa que hoy vive dió al potentísimo rey de España, Emperador de los romanos y monarca del mundo, la conquista destas tierras. El Emperador envía agora a Francisco Pizarro a rogaros seáis su amigo y tributario y que obedezcáis al Papa, y recibáis la fe de Cristo y creáis en ella, porque veréis cómo es santísima y que la que vos agora tenéis es más que falsa. Si esto no hacéis, sabed que os hemos de dar guerra y os quebraremos los ídolos y os forzaremos a que dejéis la religión de vuestros falsos dioses.»

     Enojóse extrañamente Atabaliba de oír tan nueva embajada y respondió con ira y desdén:

     -No quiero dar tributo a nadie, que soy libre; ni tampoco quiero oír ni creo que haya otro mayor señor que yo en el mundo. Bien me holgaré de ser amigo de ese Emperador, porque pues envía tantos ejércitos acá tan lejos, gran señor debe de ser. Obedecer al Papa no me está bien, que debe de ser loco, pues que da lo que no es suyo, y me manda dejar el reino que yo heredé de mi padre, y quiere que le dé a quien no conozco. Religión tampoco quiero más de la que tengo, que sobra de buena. Yo me hallo muy bien con ella y no tengo para qué poner en disputa cosa tan antigua y aprobada como ésta. Vosotros tenéis por Dios a Cristo y decís que murió; pues yo adoro al Sol, que no ha muerto jamás, ni morirá; ni la Luna, mucho menos. ¿Quién os dijo a vosotros que vuestro Dios crió el mundo?

     «Este libro», dijo fray Vicente, y púsole el breviario en las manos.

     Tomóle Atabaliba, y comenzó de hojear en él, pensando que había de hablar el libro. Como vió que callaba, dió con él en tierra, como haciendo escarnio, y amohinado porque no hablaba.

     Como el obispo vió su libro en el suelo, arremetió a alzarle y fuése dando voces a Pizarro, diciendo: «¡Los Evangelios por tierra, cristianos! ¡Justicia de Dios! ¡Venganza, cristianos, venganza! A ellos, a ellos, que menosprecian y no quieren recibir nuestra ley ni ser nuestros amigos!»

     Mandó luego Pizarro disparar el arcabuz; arremeten todos ciento y sesenta compañeros (que no eran más); dispararon unos tirillos de artillería que tenían, y con el estruendo comenzaron a herir en aquellos indios, con un valeroso ánimo de más que hombres; acudieron todos al tropel donde tenían en medio los suyos al rey Atabaliba.

     Fué tan repentino este acometimiento y tanto lo que los indios se embarazaron de ver una cosa tan repentina y tan nueva, que ni sabían dónde se estaban ni lo que harían. Rompió Pizarro por toda la gente y llegó a las andas del rey, y con furia de un león, asióle de la ropa y dió con él en tierra. Los suyos, como le vieron caído, escaparon unos por aquí y otros por allí, que no hallaban donde se asconder. Lo mismo hizo Ruminagui, sin que algún hombre de ellos echase mano a las armas, si bien todos las tenían. Siguieron los de a caballo el alcance hasta que se hizo noche. Mataron infinitos indios, sin que alguno de los castellanos recibiese herida, si no fué Francisco Pizarro, que salió con una pequeña en la mano.

     Aconteció esta admirable hazaña en el año de 1533. Fué una de las mayores y más importantes cosas que jamás capitán hizo en el mundo, porque con ella se abrió la puerta a las mayores riquezas que los hombres oyeron ni pudieron imaginar. Y, lo que más es, que se dió con ella principio a la conversión de más tierra que hay de España a Babilonia, adonde se han convertido y cada día se convierten infinitos millares de gentes. Satanás fué vencido y echado de ellas con grandísima gloria y triunfo de la cruz de Cristo para eterno loor de la nación española.

     Otro día después de la prisión, saquearon los españoles el tambo Cajamalca y los baños donde Atabaliba se había estado recreando; hallaron grandes riquezas de oro y de cosas de plumas, y una vajilla que valió de cien mil castellanos arriba.

     Mandó Pizarro echar grillos al pobre Atabaliba en tiempo que por su mandado sus capitanes traían ya presos y con ellos a su hermano mayor Huascar, con quien tenía crudelísima guerra sobre la posesión de aquellos riquísimos reinos.

     Sintió Atabaliba las prisiones extrañamente, y prometió por su rescate tanto oro y plata que bastase para hinchir una gran sala donde le tenían, dende el suelo hasta donde él señaló con la mano, poniéndose sobre las puntas de los pies y echando una raya por toda la sala alrededor, que apenas en toda Europa se hallaría tanto oro; y no prometía cosa imposible para él. Prometióle Francisco Pizarro la libertad por el rescate, y ansí comenzó él luego con grandísima diligencia a despachar mensajeros al Cuzco y otras partes. Cada día venían indios cargados de cántaros y jarros de oro y plata; no hacía mucho embarazo en la sala por ser tan grande. Los españoles más quisieran el oro que no al rey, y cada día se les hacía un año. Al fin, como veían que no se hinchía la sala y temían no fuese manera de entretenerlos para hacerles alguna burla, decían algunos de ellos a Pizarro que le matase, porque andaba alargando la cura por soltarse. Entendió esto muy bien Atabaliba: dió a Francisco Pizarro sus desculpas, jurando muy de veras que la causa de la dilación no era sino porque el oro había de venir del Cuzco, que estaba más de docientas leguas, y que no podían los indios traer mucho de una vez, para que se satisfaciese. Rogóle muy mucho que enviase alguno de los suyos al Cuzco, y que vería que no había memoria de juntarse gente ni se entendía en otra cosa sino en allegar el oro del rescate.

     Parecióle éste buen medio a Pizarro y despachó luego para el Cuzco a Hernando de Soto y a Pedro de Vasco. Toparon éstos en el camino a Illescas, hermano menor de Atabaliba, el cual traía trecientos mil pesos de oro para el rescate. Luego toparon a Huascar, que le traían preso los capitanes de Atabaliba. Holgóse Huascar de toparlos, y dándoles grandes quejas de su hermano Atabaliba, prometió de ser amigo fiel de los españoles si se le mataban, y de darles otros mayores tesoros que no les prometía él.

     Tenía sus espías Atabaliba y de ellas supo lo que Huascar había tratado con Hernando de Soto, y por quitarse de peligro mandóle matar, y así se hizo.

    Entretanto que Soto iba al Cuzco, fué Hernando Pizarro a Pachacama, a donde halló grandísimos tesoros y supo grandes secretos de aquellas tierras. Tuvo necesidad de herrar los caballos, y por falta de hierro hiciéronse de plata las herraduras.

     Como los españoles no aguardaban sino a que se hinchiese la sala y vieron que no llevaba camino de henchirse tan presto, acordaron de partir lo que había. En poco más de quince o veinte días hallaron un millón y veinte y seis mil y quinientos castellanos y cincuenta y dos mil marcos de plata. Cupo al de caballo a ocho mil y novecientos pesos de oro y a trecientos y sesenta marcos de plata. Al infante cupo la mitad, porque el caballo traía tanto sueldo como su amo. De los capitanes unos hubieron a treinta, otros a cuarenta mil pesos. A Francisco Pizarro diéronle, demás de su parte, aquel tablón en que venía asentado Atabaliba.

     Luego que Almagro supo en Panamá la fortuna buena de su compañero, fué a Cajamalca. Pizarro se holgó con su llegada, y partió con él fidelísimamente, como amigo, por iguales partes. Quedaron por entonces muy conformes, y así lo estuvieron días. Despacharon luego los dos a Hernando Pizarro con el quinto del rey y con la nueva de lo acontecido.

Estándose todavía Atabaliba en la prisión, acaeció que el malo de Filipillo (el que ya dije que servía de lengua), se enamoró de una de las mujeres de Atabaliba; y así por haberla en su poder como porque de suyo era traidor y deseaba verle muerto, levantó al pobre Atabaliba un falso testimonio, diciendo que trataba de soltarse y de matar los españoles. Por el dicho de este malvado, si bien muchos lo tenían por falso, y eran de parecer que se enviase Atabaliba así preso a Castilla, últimamente Pizarro se resolvió en matarlo, que no debiera. Para justificar su muerte (atento que ya el buen hombre se había vuelto cristiano) formósele proceso sobre la muerte de Huascar y sobre el trato que hacía para matar los españoles.

     Hízose la probanza destos y de otros delitos con testigos, parte de ellos falsos y sobornados por el traidor de Filipillo, porque los que no deponían contra Atabaliba, como él era la lengua, interpretábalos a su favor. Así se probó contra él todo lo que fué menester para condenarle a muerte.

     Cuando el pobre mancebo supo la sentencia, que había de morir y el por qué le mataban, hizo gran sentimiento y dió grandes razones (que cierto era discreto) para fundar que no era posible ser verdad que él tratase de traición alguna. Pero al fin no le valieron sus excusas y ruegos. Sacáronle a justiciar en público y, diéronle un garrote, el cual sufrió con mucho ánimo; y pues era bautizado, es de creer que se salvó, y bienaventurado él, que tan bien granjeó con la vida temporal la del cielo. Si fué justa o no la muerte de este poderoso y riquísimo rey, Dios lo sabe, que nada ignora; pero a lo menos, a lo que acá se puede juzgar, ella fué injustísima, y ansí lo mostró Nuestro Señor casi palpablemente, porque todos cuantos en ella entendieron vinieron después a morir malas muertes, como se cuenta de los matadores de Julio César. Filipillo murió ahorcado; Pizarro y Almagro y los demás, unos murieron por justicia y otros a puñaladas.

     En acabando Pizarro de matar al rey, partió de Cajamalca la vía del Cuzco. Topó en el camino a Quizquiz, un capitán valeroso, que venía con gente y en arma; peleó con él y vencióle. Y porque Mango Inga, otro hermano de Atabaliba, se vino a él de paz, recogióle Pizarro y dióle la borla del reino del Pirú, con que prometió vasallaje al rey de Castilla, aunque después no lo cumplió.

     En el Cuzco no halló Pizarro resistencia alguna, sino mucho más oro y plata que todo lo que había visto. Había en aquella ciudad muchos templos, todos cubiertos de planchas de oro, y muchas sepulturas cubiertas de plata y llenas de grandes tesoros; porque generalmente en aquellas partes todos los hombres ricos enterraban consigo todos los tesoros y aun parte de sus mujeres y pajes vivos para servirse de ellos en el otro mundo; que así les hacía entender el diablo con quien hablaban, que habían de tener en ella los mismos regalos que acá, y otros mucho mayores. Sepultura hubo que se halló en ella más de cincuenta mil castellanos de oro.

     El otro capitán, Ruminagui, cuando vió muerto a Huascar y Atabaliba y que Pizarro se había ido hacia el Cuzco, fuése al Quito, y habiendo en su poder a Illescas, el otro hermano, por alzarse él con el reino matóle cruelmente; hizo del cuero un atambor. Supo esto Pizarro y envió luego contra Ruminagui a Sebastián de Benalcázar con docientos infantes y con cuarenta de a caballo.

     El cual venció a Ruminagui peleando con él, y ganó la ciudad de Quito. El capitán Quizquiz levantó por rey a Paulo, el último de los hijos de Guynacaba y hermano de Atabaliba. Hubo con los cristianos algunas batallas, y como por la mayor parte de todas salía vencido, rogáronle los suyos a Quizquiz que hiciese paz con Pizarro, y porque no quiso, matáronle.

     Ibase cada día haciendo Pizarro más poderoso, porque a la fama de las inestimables riquezas del Pirú acudían allá cada día infinitas gentes de España, de las Indias y de Méjico. Negociaban en la corte de España muchos hombres principales de haber conquistas y descubrimientos en aquellas tierras, principalmente adonde Francisco Pizarro no hubiese descubierto.

     El primero que hubo licencia para descubrir fué el capitán Pedro de Alvarado, uno de los principales compañeros de Hernando Cortés. Partió Alvarado de la Nueva España con dos navíos y con mucha gente para el Pirú. Tuvo grandes bregas con Pizarro y con los que allá estaban, y al fin húboles de vender la flota que llevaba por cien mil pesos de oro que le dieron por ella, si bien no valía la mitad. Volvióse a su gobernación de Guatimala, y allá murió desastradamente, porque yendo por una cuesta muy agria de Compostela a Guadalajara él y otros, tropezó un caballo en lo alto de la cuesta y vino rodando con toda furia, que Alvarado no se pudo desviar, y el mismo caballo le hirió de manera que de ahí a poco murió en Guadalajara.

     Comenzaron luego Pizarro y sus capitanes a poblar ciudades. Fundó Diego de Mora la ciudad de Trujillo, y Pizarro la de los Reyes, en la ribera del río Lima, a donde agora reside la Chancillería Real y es la cabeza de aquellos reinos.

     Diversas cosas pasaron en estas conquistas, que si las quisiese yo aquí contar, sería menester hacer otra historia tan larga como la principal. Solamente quiero decir en suma lo que ha sucedido en aquella tierra. Que cierto entró poca gente (todos compañeros y de una misma nación), en menos de diez y ocho años. Nunca tierra se ganó ni tantas riquezas se vieron, ni tantas guerras civiles se trataron, ni con mayor odio y crueldad, como entre dos o tres mil hombres, que por todos serían los que en estos años allá se hallaron.

     El principio de las guerras civiles nació de una merced que Su Majestad hizo a Diego de Almagro, haciéndole mariscal y gobernador de cien leguas más al Mediodía, adelante de lo que Pizarro hubiese descubierto, con título y nombre de gobernador de la Nueva Toledo, como Pizarro lo era de la Nueva Castilla. Sobre la división de estas gobernaciones, y sobre si el Cuzco era de Pizarro o era de Almagro, no se puede pensar las disensiones que hubo. Luego se encendió la tierra en bandos y guerras. Luego, en llegando las provisiones de Almagro, comenzaron él y Pizarro a apuntarse; porque le duraba todavía a Almagro el desabrimiento antiguo de cuando Pizarro fué de acá sin nada para él. Estas primeras pasiones se acabaron presto, con buenos medianeros que hubo.

     Tornaron de nuevo a ratificar la compañía con escrituras y juramentos, y aun Almagro dicen que dijo: «Confundido yo sea en el cuerpo y en el alma, si jamás por mi causa se quebrantare la paz entre nosotros.»

     Partióse con esto Diego de Almagro al descubrimiento de Chile, siguiendo la costa al Sur la vía del estrecho de Magallanes. Topó en el camino con ciertos indios que traían de Chile ciento y cincuenta mil castellanos del tributo para Huascar, que aún no sabían que fuese muerto, y tomóselos. En el entretanto, Hernando Pizarro acá en España negoció con el Emperador grandes favores para su hermano, y el título de marqués de los Atabillos. Para Diego de Almagro llevó provisiones y todo recaudo, para que gobernase la tierra de la Nueva Toledo, dende cierta parte adelante. Y como (conforme a la división que el Emperador hacía entre los dos compañeros) la ciudad del Cuzco caía en la parte de Almagro, según él decía, los que la tenían de parte de Pizarro no la quisieron dar, y Almagro no quiso quedar sin ella, y así tornaron de nuevo a sus pasiones, y tan de veras, que el uno, y el otro formaron ejércitos y se hicieron crudelísima guerra. La cual se comenzó en el año de mil y quinientos y treinta y seis y duró hasta que los unos y los otros se acabaron.

     Afirmase que murieron en estas guerras mil españoles y pasados de un millón y quinientos mil indios.

     Apoderóse Almagro a los principios de la ciudad del Cuzco, y prendió en ella a Hernando y Gonzalo Pizarro. Estuvo determinado de matarlos, y al fin, por ruegos, los dejó. Tornaron después a batalla el año de treinta y ocho Hernando Pizarro y Almagro, y en ella fué preso Almagro. Pizarro, por acabar cosas, determinó cortarle la cabeza. Formóle proceso y hízole acusar que había entrado con mano armada en el Cuzco en gobernación ajena, y que había sido causa de morir muchos españoles. Item, que se había concertado con Mango Inga contra el marqués, y que había peleado contra la justicia del rey en Abancay y en las Salinas. Por lo cual (y por otros algunos cargos que se le pusieron) se pronunció contra Diego de Almagro sentencia de muerte.

     Por cosas que dijo, y lástimas que hizo al mismo Pizarro, nunca le pudo ablandar a que siquiera le otorgase la apelación que interpuso para el rey; cuando mucho, por le hacer honra le dieron garrote en la cárcel, y después le sacaron a degollar a la plaza.

     Hizo Almagro su testamento, y aunque tenía un hijo bastardo (que se llamaba don Diego de Almagro, habido en una india en Panamá) no le dejó a él su hacienda, sino al Emperador.

     Era Almagro natural de la villa de Almagro, tan pobre y de oscuro linaje, que nunca se pudo saber quién fué su padre. No sabía leer ni escribir, y algunos le tenían por clérigo. Hízose justicia de él en la plaza del Cuzco, año de mil y quinientos y cuarenta.

     De los que más sintieron su muerte, después de su hijo, fué un Diego de Alvarado, el cual vino luego a Castilla a querellarse de Hernando Pizarro porque le mató, y del marqués porque lo consintió. Andando en este negocio murió en Valladolid.

     Mandó Su Majestad parecer en España a Hernando Pizarro, y túvole muchos años preso en la Mota de Medina del Campo, después salió libre.

     Pocos meses después de muerto Almagro, vengaron su muerte don Diego, su hijo; Juan de Rada y otros once amigos suyos, matando al marqués Francisco Pizarro en la ciudad de los Reyes, mientras Gonzalo Pizarro andaba en el descubrimiento de la canela; matáronle a cuchilladas, día de San Juan, de junio del año de mil y quinientos y cuarenta y uno.

     Era Francisco Pizarro hijo bastardo del capitán Gonzalo Pizarro; echóle su madre a la puerta de la iglesia. Anduvo perdido en su niñez, y nunca tuvo quien le mostrase a leer ni lo supo jamás. Hubo su padre lástima de él, y recogióle y traíale a guardar los puercos en Trujillo, de donde era natural.

     Andando con los puercos, acaeció que les dió mosca o se le alteraron por otra causa, y no los pudiendo recoger, no osó venir a casa. Fuése huyendo a Sevilla, y de allí se pasó a las Indias y vino a lo que todos vimos. Fué el más rico de dinero que cuantos hombres particulares se han visto en el mundo.

     Luego, en matando los conjurados al marqués Francisco Pizarro, levantaron a don Diego de Almagro el mozo, dándole título y voz de gobernador, entre tanto que Su Majestad otra cosa mandaba. En sustancia, tiranizaron él y los suyos la tierra con intención de hacerle rey y señor absoluto de ella.

     Envió el Emperador por su gobernador al licenciado Cristóbal Vaca de Castro para que allanase la tierra. Fuéle menester formar ejército contra don Diego, porque no quiso venir al servicio del Emperador. Entró con él en batalla junto a Chupas, en 15 de setiembre de mil y quinientos y cuarenta y dos. Salió huyendo don Diego y fuése meter en el Cuzco, adonde sus mismos oficiales le prendieron, y Vaca de Castro hizo justicia de él y de otros muchos de los que se le seguían.

     Estúvose después de esto Vaca de Castro en el Pirú gobernando pacíficamente año y medio, hasta que fué allá por virrey Blasco Núñez Vela, caballero principal de Avila, del cual y de los levantamientos hechos en el Pirú adelante se dirá.

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