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Libro diez y nueve

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Año 1530

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- I -

Guerra de Florencia. -Justificación, en favor del Emperador cerca de la sucesión de Florencia, adelante más copiosa. -El maestre de campo Juan de Urbina muere.

     Si bien la guerra que sujetó a Florencia, y de Señoría libre la puso en servidumbre y poder de un duque su ciudadano, no toque tanto a esta historia, y de ella las haya particulares y cumplidas, escritas por autores italianos de los mismos tiempos y dedicadas a los duques de Florencia, por haber hecho esta guerra el ejército imperial, en el cual eran los principales capitanes y soldados españoles, diré aquí, breve y sumariamente, los señalados hechos que en esta jornada hubo, lo cual comenzaron ejecutando con rigor las armas contra aquella miserable república los capitanes imperiales.

     En fin del año pasado de 1529 quiso Paulo Jovio, obispo de Nochera, señalarse escribiendo esta historia, porque la dedicó a Cosme de Médicis; pero no pudo disimular la pasión que contra españoles tuvo; y con ella huye de la verdad y se engaña, diciendo que el Emperador sujetó esta Señoría por habérselo prometido al Papa cuando trató de pasar a recibir la corona del Imperio, que aunque hubiese en esto algún trato (como lo hubo), no era bastante, ni el César ofreciera tal, si no tuviera causas legítimas para poder oprimir a Florencia y forzalla a mudar regimiento, porque quedara dañada en tal caso la conciencia del César católico, que siempre procuró tener muy limpia.

     Juntóse a esto la razón que tuvo para volver o la gobernación de Florencia en otra forma de la que hasta allí había habido, castigándolos por el rebelión que contra él los florentines habían tenido, no sólo para sacudir y echar de sí el yugo imperial, pero lo que más es, para enviar a Nápoles ejército que ayudase a ocupar las tierras patrimoniales, habiendo hecho, antes de esto, otras muchas gentilezas y desobediencias en ofensa del Imperio romano, desde el año de 21, en que comenzaron España y Francia a litigar sobre el ducado de Milán. Y está a cargo del señor del feudo proveer de la más conveniente manera de gobierno a los lugares feudatarios, como se hizo en Sena, año 1526, porque convenía así a la misma cosa feudal.

     Y considerando todo, y la voluntad del Papa, y hecho sobre ello algunas consultas para seguridad de la conciencia, determinó el Emperador, sin embargo de los privilegios y libertades que de otros emperadores los florentines tenían, que Florencia, parte del feudo imperial, estuviese sujeta a un solo señor, cuanto al dominio útil, quedando el directo y lo que más él proveyese en el Imperio, y para esto mandó el Emperador que el príncipe de Orange, y con él el marqués del Vasto y Juan de Urbina y otros capitanes españoles, fuesen a sujetar a Florencia.

     Era capitán principal de los florentines Malatesta Ballón, con Francisco Carduchi y otros diez; el príncipe de Orange quisiera ganar a Ballón, porque llevaba la orden del Papa, que en cuanto pudiese, excusase el rompimiento y rigor de las armas, y que la ciudad no fuese maltratada y de ninguna manera saqueada. Mas Ballón siempre estuvo firme en querer defender su ciudad hasta la muerte, como lo hizo. Aconsejaba a sus ciudadanos que procurasen echarla guerra lejos de sí, defendiendo los lugares apartados y embarazando en ellos a los imperiales, y para ello daba muchas razones, si bien no le valieron, porque Francisco Carduchi y los otros diez eran de contrario parecer.

     El príncipe de Orange, ganando algunos lugares en la Umbría, puso su campo sobre Hispelo, que era del señorío de Malatesta Ballón; combatiólo, y los españoles dieron el asalto valerosamente, en el cual fueron rebatidos, y Juan de Urbina, famoso capitán, maestre de campo, herido de un arcabuzazo en el rostro, de lo cual murió dentro de pocos días. Y Hispelo se dió con condiciones, que no les fueron muy bien guardadas.

     De Hispelo fué el príncipe contra la ciudad de Perusa, de allí quince millas; asentó su campo hacia la puente de San Juan, cerca del Tíber. Los perusanos habían muy bien mirado su negocio y Malatesta les había aconsejado que con honestas condiciones se rindiesen, por no ver destruida su ciudad; ellos lo hicieron así, y el príncipe los oyó de buena gana, y hechas las condiciones salió de ella Malatesta, y la ciudad se dió al Papa, y el príncipe tomó la posesión de ella y acabado con esto la guerra de la Umbría.

     De aquí pasó a Cortona, que tenía buena guarnición, y si bien el marqués del Vasto los requirió con la paz, no le quisieron oír, y así la combatieron, y los españoles dieron el asalto, señalándose mucho, por quemar una puerta, los capitanes Alonso del Valle y Segura, que eran valentísimos. Y aunque deste asalto no se entró el lugar, quedaron tan espantados de las uñas de los españoles, que sin esperar al segundo se rindieron.

     De la misma manera se tomo Arezo, y otros lugares se dieron sin esperar que les diese tiro, espantados de la fama del ejército imperial, recogiéndose toda la gente que había en ellos deguarnición a la ciudad de Florencia.





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- II -

A 16 de septiembre, año de 1529, pónense los imperiales sobre Florencia. -Constancia de los florentines. -No quiso el Emperador, ni tampoco el Papa, que se saquease Florencia. -El número del ejército imperial. -Enemiga del Jovio con españoles.

     Llegó, pues, el campo imperial a vista de Florencia, pasando con su gente por el valle alto de Arno, que es de las mejores tierras de Italia, en la cual no consintió el príncipe que se hiciese daño. Corrieron delante del ejército unas bandas de caballos españoles y albaneses, y bajaron por junto a la ribera del río Arno. Huían de ellas los labradores, como las ovejas de los lobos, y metiéronse tanto, que llegaron hasta los arrabales de Florencia, donde fué tan grande el miedo, que muchos ciudadanos salieron desatinados huyendo con sus mujeres y hijos; otros temblaban dentro de los muros, y hartos de los senadores y principales, se quisieran rendir, si bien Malatesta, como valiente capitán, los animaba.

     Puso la gente de guerra en orden, fortificó los lugares flacos y asentó la artillería en los más convenientes; y entendiendo que los imperiales querían tomar un collado, que era perjudicial a la ciudad, procuró estorballo, aunque no salió con ello, muriendo porfiadamente sobre ganarlo muchos de unos y otros.

     Finalmente, el príncipe ganó el más alto collado, llamado Giramonte, y con él otros, y los fortificó; y los florentines lo estaban ya tanto en la ciudad y muros, y en los ánimos, que aunque se veían solos y desamparados y contra sí príncipes tan poderosos, no les pesaba de haber comenzado la guerra, y tomado las armas con que pensaban defenderse. Ni el príncipe de Orange perdía la esperanza de ganar la ciudad, ni los soldados del saco; y es, sin duda, que si no se tuviera consideración a lo principal que Clemente pretendió de que no se diese a saco Florencia (lo cual el príncipe guardó también, porque sabía que lo quería así el Emperador), no se detuviera el cerco los meses que duró, porque venido después el segundo campo de españoles y alemanes, los unos y los otros bisoños, unos con don Pedro Vélez de Guevara y otros con el duque Félix de Witemberga, juntados con estotros alemanes y españoles práticos, y, como dice Jovio, valentísimos, por las muchas vitorias y afrentas en que se habían visto, sin duda, según buen juicio en las cosas de la guerra, la ciudad se entrara muy presto por fuerza de armas, y la saquearan, que era lo que más los soldados deseaban, por la gran riqueza que en ella había.

     Túvose siempre esta cuenta encubierta, y no mucho, de que aquel pueblo no padeciese aquesta última calamidad, porque el Papa, para firmeza del señorío toscano, que esperaba, pretendía no quedar aborrecido para siempre de sus naturales, aunque le quedó después harto, y tanto cuanto se puede encarecer.

     El campo del príncipe llegaría a veinte mil italianos, seis mil españoles y alemanes, soldados viejos, y más los que trajeron el duque de Witemberga y don Pedro Vélez de Guevara, que aún no eran llegados.

     Jovio nombra los capitanes y cabezas italianos y ningún español, como si no los hubiera en el campo. Es pasión de este autor, y lo mismo hace en mil cosas de esta guerra, que con haber habido en ella tantas escaramuzas, correrías, escoltas, tomas de pueblos de florentines y todas las demás, semejantes y no semejantes, no nombra otra gente, así capitanes como particulares, sino italianos; como si aquella ciudad no estuviera cercada de otra nación, y cuando viene a nombrar alguna vez alemanes o españoles, es por grandes rodeos, y tan secamente y de tal manera, que parece que lo hace más por decir su mal suceso que sus valentías y hechos famosos.



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- III -

Firme porfía de los florentines.

     Grande era la esperanza que los florentines tenían de su buen suceso, cuando supieron la venida del Turco contra Austria, pareciéndoles que embarazaría al Emperador de manera que los dejase a ellos, y que no querría gastar sus fuerzas en guerras ajenas, estando los turcos abrasando las tierras de su patrimonio y suelo real. Mas cayeron de esta esperanza cuando supieron la retirada del Turco, pero no de la obstinación y porfía en defender su libertad amable y honrosa, siendo firmes en este parecer no solamente los plebeyos (como dice Jovio), sino muchos principales. Y aún algunos parientes del Papa y de su apellido hablaban con libertad por las calles, hasta en los púlpitos, mal del Papa; llamaban tiranos a sus parientes, y otras cosas cuales una pasión tal, y en semejante aprieto, suele brotar. Salía la juventud de Florencia con su capitán, Stéfano Colona, cada día osadamente a escaramuzar con los imperiales, y se arrojaban a peligros desesperados, que dieron bien que escribir al Jovio y a Francisco Guiciardino y a otros escritores.

     Gastábaseles la gente a los florentines, por los que morían en escaramuzas y otros combates, y enviaron a Napoleón Ursino, hombre poderoso y enemigo del Papa, para que los socorriese.

     Sabiendo el príncipe de Orange la venida de éste, envió contra él a Alejandro Vitello, que estaba en Civita de Castello, para que le embarazase el camino. Alejandro lo hizo tan bien, que le rompió y deshizo y le tomó las banderas y armas y estuvo cerca de ser preso Napoleón. Con esta vitoria, volvió gozoso Alejandro al príncipe.



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- IV -

Ganan los españoles a Lastra.

     Es Lastra un lugar fuerte muy bien murado. Habíase puesto en él Francisco Ferrucho con gruesa guarnición, por ser puesto de importancia para proveer a Florencia de bastimentos. Dejó en él tres capitanes escogidos, y prometióles socorro cuando fuese menester. Por quitar el príncipe a los florentines el bien que de este lugar les iba, envió contra ellos mil soldados españoles con el capitán Pedro de Ripalda, y porque eran más de novecientos los que estaban fortificados en Lastra, y el lugar tan fuerte que se podían defender de mil, haciendo los cercados lo que debían, mandó el príncipe que fuesen otros mil alemanes.

     Salieron así todos juntos los dos mil españoles y alemanes, y detuviéronse en ganar una casa fuerte que estaba una milla del lugar, y en ella alguna gente de guerra, que luego fué deshecha. En el despojo de la cual se detuvieron los alemanes algunas horas, y los españoles caminaron delante y llegaron primero, y embistieron luego con el lugar, echándole escalas para subir al muro.

     Los de dentro los rebatieron, porque el lugar era fuerte, y demasiada la osadía de quererlo ganar a escala vista; pero llegaron a tiempo dos piezas de artillería, y con ellas los alemanes, y batieron reciamente el pueblo.

     Y si bien se hizo razonable batería, los alemanes, que son pesados, no pudieron entrar hasta que los españoles, volviendo a porfiar, arrimaron sus escalas y entraron por otra banda, donde no se había batido. Tomaron y ganaron valerosamente el lugar y lo metieron a saco.

     Y estando embarazados en el saco, supieron que venían en socorro del lugar los capitanes Otto de Montacuto, Jorge de Santa Cruz, con cuatro banderas de infantería, Amico Arsula con la caballería. Y salieron a ellos y los desbarataron, y mataron a muchos; y los demás huyeron.

     Hechas estas dos facciones o acometimientos, se volvieron al campo sin pérdida de un soldado.



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- V -

Los florentines, cansados y agotados, quieren rendirse. -Ahorcan un fraile francisco porque hablaba bien del Papa. -Destrozo de casas y arrabales que los mismos florentines hicieron. -Llega don Pedro Vélez de Guevara al campo.

     Sentían ya los florentines el peso de la guerra. Acrecentaba sus temores la fama de que bajaban de Alemaña nuevos regimientos de tudescos, y de otras partes españoles bisoños con gran artillería, para batir a Florencia, queriendo llevar la guerra por todo rigor de armas, pues tan largo asedio o cerco no los dominaba. Juntáronse para tratar de enviar al Papa pidiendo (como dicen) misericordia. Y si bien eran los más de este parecer y se determinó la embajada; pero Rafael Jerónimo, que este año de 1530 era el supremo magistrado, trampeó de tal manera los votos y los embajadores que habían de ir, que no se hizo la embajada, y las cosas quedaron en el mal estado de antes, y aún se embraveció más el común, ahorcando y matando cruelmente a los que hablaban bien del Papa y sus parientes. Y entre los ahorcados fué un fraile con su hábito francisco, porque había hablado al Papa y decía bien de él.

     Entraba ya la primavera del año 1530, y los soldados salían con nuevos bríos del encogimiento del invierno; los florentines también, con la última determinación de ver antes asolada su ciudad que rendirse, dieron en derribar los arrabales (cosa lastimosa) y hacer trincheas y reparos fortísimos, y ponían en ellos la artillería, temiéndose de la artillería imperial, que ya había pasado los montes Apeninos y bajado a lo llano, con la cual venían don Pedro Vélez de Guevara con siete compañías de españoles bisoños.

     Había llegado don Pedro al campo a 15 de enero deste año de 1530, mucho antes que la artillería. Y el marqués del Vasto despidió algunas de estas compañas, porque no quisieron pasar con el Emperador en Alemaña, queriendo más, por el saco que pensaban que había de haber en Florencia, la guerra, que acompañar a su príncipe donde no la había. Si bien después de este mal miramiento sacó la ventura un gran bien para el mesmo negocio de Florencia, como aquí diré.

     Andaban las escaramuzas vivas, y llevaban lo peor los florentines; perdieron de los mejores soldados y capitanes en ellas. De suerte que ya la ciudad estaba desordenada y en pláticas de querer la paz; Malatesta Ballón, y otros capitanes con él, no arrostraban a ella; pero por aplacar a los que la querían, vinieron en que se enviasen embajadores al Papa, y maliciosamente dieron orden que fuesen unos hombres tan viles y de tan poco caudal, que el Papa no los quiso oír, ni llevaron comisión ni recados bastantes para tratar de la concordia; y así, el Papa se enojó, y otros se rieron de los embajadores de Florencia.



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- VI -

Tópanse los florentines con españoles, en una escaramuza o encamisada. -Barragán y Machicao, valientes capitanes españoles. -Mandan al capitán Barragán. -Visten y sostienen la pelea Rodrigo de Ripalda, Machicao, Bocanegra. -Los que murieron en este encuentro sangriento. -Valor grande del capitán Malatesta. -Crueldades que florentines hicieron en Volterra.

     A 6 de mayo de este año de 1530, quisieron los florentines probar sus fuerzas con los españoles. Dice Jovio que, para disminuir la opinión que esta valentísima gente tenía en Italia, ordenaron de acometerlos por tres partes, y hiciéronlo así, saliendo toda la flor de capitanes y gente que había en Florencia.

     Acometieron los primeros furiosamente cara a cara, y estando en el calor de la pelea salió otro golpe de gente, y dieron en los españoles por las espaldas, y últimamente por un costado, y por todas partes era mortal la batalla, en la cual los capitanes Barragán y Machicao, el uno vizcaíno y el otro de Castromocho de Campos, hicieron maravillas, peleando como valentísimos soldados y gobernando como diestros y sagaces capitanes, que todo era bien menester, según era grande la furia y multitud de los enemigos.

     El estruendo de la arcabucería y armas era espantoso. El príncipe de Orange, oyendo el alboroto de la batalla, que tan encendida andaba, mandó que fuese Andrés Gastaldo con la infantería italiana, que estaba más cerca del cuartel de los españoles, los cuales fueron por el costado que los españoles fueron acometidos, quedando solos y peleando valientemente por la cara y espaldas, que eran las otras dos partes por donde los enemigos habían entrado.

     Puso el príncipe el batallón de los tudescos en orden, y don Fernando de Gonzaga salió con sus caballos ligeros, de manera que de ambas partes del campo y de la ciudad se veían con grandísimo aparato de una gran batalla. Malatesta Ballón, que aunque pequeño y enfermo era por extremo valeroso, acudía a todo, recogía los cansados y reforzaba la batalla, con nuevas y descansadas compañías.

     Sucedió que una pieza de artillería hizo pedazos al capitán Barragán, y los florentines, viendo muerto tan fuerte enemigo, cobraron ánimo y revolvieron con gran furia sobre los españoles. Pero resistiéronles admirablemente, y con igual valor Rodrigo de Ripalda, Machicao y Bocanegra, escogidos capitanes españoles, y apretaron con los florentines, de suerte que los hicieron volverles espaldas y echar a huir por las laderas de aquellas cuestas, dejando muchos de ellos las armas por huir ligeramente; y Malatesta Ballón hizo señal de recoger, viendo el destrozo que los españoles hacían en los suyos. No siguieron el alcance por temor de la artillería que disparaba de los muros.

     Fué la batalla más sangrienta que hubo en todo este cerco. Murieron muchos capitanes y hombres principales de la ciudad, y entre todos hasta quinientos de los mejores soldados. Jovio dice que murieron otros tantos españoles, y no fueron sino ciento y treinta. Y aún he visto papel de persona que se halló presente, que dice que fueron mil los que murieron de los florentines, y más capitanes de los que Jovio cuenta. Lo cual quebrantó grandemente los ánimos de los florentines, aunque no el de Malatesta, que era por extremo valeroso. Y si bien esta salida se hizo contra su voluntad, conociendo el peligro que en ella había, no sintieron ni echaron de ver en su rostro muestra de pesadumbre.

     Llegó el negocio a tanto, que faltándoles el dinero, tomaron la plata y oro de las iglesias; y en Volterra, que era una ciudad noble, y que seguía la parte del Papa, el capitán Ferruchi, florentín, hizo mil crueldades. Ahorcó ciudadanos, robó las iglesias, vendió las reliquias, hundió los cálices y vasos sagrados, y llegó su maldad a tomar unas imágines de plata y oro de San Octavián y San Vítor, patrones de esta ciudad, en las cuales estaban las cabezas de estos santos mártires, y las sacó a vender públicamente; y hubo mas piedad en los soldados que, como no hubiese ciudadano que tuviese un real que dar por ellas, por haberlos robado los soldados, las rescataron con su dinero, y aún fué tan tarde, que ya la una imagen, que era la más rica, se había llevado en casa del platero para que la fundiese. Estas y otras crueldades acarrea la guerra, aunque sea entre cristianos.



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- VII -

Va don Diego Sarmiento contra Empoli. Entrala. Matan al capitán Francisco de Avila en el asalto.

     En tanto que pasaban estas cosas con Ferruchi, el príncipe de Orange envió a don Diego Sarmiento con parte de la infantería española, y con otra parte de italianos de la coronelía de Alejandro Vitelo contra la ciudad de Empoli, que estaba con muy buena guarnición de gente de guerra, aunque Jovio dice (como suele) lo contrario. Llegados, la batieron y combatieron por dos partes, y a la segunda batalla de las manos fué entrada y saqueada, sin valerles las buenas diligencias del comisario Ferruchi, que la había proveído temiéndose desto. Y cuando parecieron los españoles sobre ella, les envió trecientos soldados valerosos, con su capitán Borne de Luca, que eran de los de la guarnición de Pisa.

     Y tiene más cuenta el Jovio en decir los despojos que hicieron los españoles, especialmente el capitán Bocanegra, quitando a las damas las joyas y vestidos, que en contar las valentías que esta gente hizo en el asalto, y la hidalguía de don Diego Sarmiento, que no consintió que hiciesen daño ni mal tratamiento a algún soldado de los que estaban en guarnición. Murió en el asalto que se dió a Empoli el capitán Francisco de Avila, caballero de los deste apellido y ciudad, que había sucedido en la compañía de don Luis de Avila, su pariente, a quien el Emperador poco antes había pasado de la guerra al servicio de su cámara. Así que Empoli fué valerosamente ganada, y con el mismo valor defendida, aunque Jovio, por natural enemistad que tiene con españoles, deshace así los vencidos como a los vencedores.



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- VIII -

Van el del Vasto y don Diego Sarmiento con sus españoles sobre Volterra. -Muerte de don Diego Sarmiento, valentísimo capitán. -Sangrientos asaltos que dan los españoles. -Brava resistencia.

     Después de tomada Empoli, el marqués del Vasto con sus españoles, y don Diego Sarmiento, fueron a favorecer a Fabricio Maramaldo, que estaba sobre Volterra, ciudad fuerte, sentada sobre un alto monte a uso de los antiguos; estaba fuerte por naturaleza y por arte. Vió el marqués la dificultad que había para darle el combate, por no se poder llevar ni plantar la artillería si no era con grandísimo trabajo; con todo eso, puso su campo, alojándose en un collado bajo, hacia Portón. Los de Ferruchi, viendo ocupados a los españoles en hacer su alojamiento, salieron, como es costumbre en semejante tiempo, a dar en ellos, pero hiciéronlos volver más que de paso, habiendo sido muertos pocos de ambas partes. Quiso el marqués alojar los italianos en mejor puesto, junto a la iglesia de San Andrés. Salieron a echarlos de allí, y trabaron una sangrienta escaramuza, y al mesmo tiempo, salieron por la puerta que llaman de Florencia a dar en los españoles, para embarazarles que no pudiesen socorrer a los italianos. Riñóse muy bien esta pendencia, y hubieron de volverse los de Ferruchi, las manos en la cabeza.

     Luego el marqués mandó batir el lugar con tanta fuerza, que los cercados tuvieron miedo, y Ferruchi fué herido de un pedazo que saltó de una esquina, Y le dió en el codo, y estuvieron a punto de querer huir y desamparar la ciudad. Los españoles dieron a Volterra dos ricos asaltos, peleando animosísimamente, pero la batería era ruin y los cercados la defendieron valientemente. Aparejáronse para el tercero, yendo delante don Diego Sarmiento, animándolos como escogido capitán. Pelearon esforzadamente y pusieron en lo alto de los muros algunas banderas, y renovando muchas veces la batalla, que andaba sangrienta, no cesaban de pelear subiendo al muro animosamente.

     Entre los más valientes, fué el primero don Diego Sarmiento, y tras él el maestre de campo Machicao; pero de ahí a poco, la fortuna, envidiosa del gran valor de don Diego Sarmiento, le sacó el alma de un arcabuzazo, siendo merecedor de larga vida, en la cual, si siguiera la guerra, fuera uno de los más señalados de sus tiempos. Dije cómo este caballero era, a lo que entiendo, de Burgos. También fué muy mal herido el capitán Machicao, que los suyos le sacaron medio muerto.

     Entre otros instrumentos de Satanás hacían mucho daño en los españoles pipas llenas de piedras que los enemigos derribaban con gran ruido por una cuesta abajo de una calle empedrada; y la parte donde los españoles peleaban era muy estrecha. Murieron muchos españoles, y se hubieron de retirar bien descalabrados.

     Dieron después otro asalto, rnezclándose españoles y italianos, y tampoco tuvo efeto, porque eran grandes las defensas que dentro había de fosos, trincheas fortificadas con artillería, y en el suelo por donde habían de arremeter y pelear, había tablones puestos con muy agudos clavos, cuyas puntas se veían, y abrojos sembrados, y después de todos estos peligros estaba un batallón de enemigos a punto para pelear.

     Era cierto y notorio el peligro de la vida, y al marqués del Vasto tenía con harta pesadumbre ver que no podía tomar este lugar. Y si no les faltara ya la pólvora, Ferruchi se defendiera mucho tiempo que durara el cerco; mas el marqués no quiso más porfiar, que era mucho lo que perdía, y levantando el cerco, volvió al campo corrido y enojado.



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- IX -

Encamisada de florentines contra tudescos. -Ardid cauteloso con que florentines engañaron a los tudescos.

     A 15 de julio salieron los florentines (por quererlo así Stéfano Colona) a dar en el cuartel de los tudescos que, fatigados con el calor, vivían con algún descuido. Pusieron la guarda que convenía en la ciudad, y salió Stéfano Colona con su gente, todos encamisados, por la puerta de Prato, que va al río Arno, para embarazar el río, y detener el socorro que el príncipe les podía enviar. Otro escuadrón salió por la puerta de Faenza para tomar un rodeo por lo alto y ir a dar en el alojamiento de los tudescos, y romper en ellos al mismo tiempo que Colona los combatiese. Finalmente, ellos se repartieron de manera que fueron por cuatro partes, y delante cien soldados sueltos, que dieron sobre las centinelas y mataron la una; la otra, si bien herida, escapó huyendo a dar aviso a los suyos, que los halló medio dormidos y sin cuidado de la tempestad que sobre ellos venía.

     Luego comenzaron a gritar: «Arma, arma», y Stéfano Colona alargó el paso, y entraron los florentines con grandísimo ímpetu las trincheas, sin poderles estorbar el paso los tudescos ni el conde de Lodron, que, con maravilloso esfuerzo, acudió a poner en orden su gente, que con la grita y estruendo de las armas no se entendían. La parte de los florentines, que fué por aquellos rodeos y cuestas a dar en el camino que venía del cuartel de los españoles al de los alemanes, cuando comenzó a andar la baraja y la grita, y los tudescos dando prisa a su arma, vinieron estos que digo con gran furia diciendo: «España, España», como que era socorro del otro cuartel que acudía a los tudescos, que los hizo descuidar un poco, hasta que vieron que por el nombre de España eran también acometidos como por las otras partes, entendieron el engaño y miraron bien por sí.

     El conde de Lodron hizo un escuadrón de cerca de dos mil tudescos en la plaza del alojamiento, mandándoles estar quedos, que no saliesen de ella. Quiso Stéfano Colona romper este batallón, mas no pudo.

     De una parte y otra cayeron muchos muertos, y Stéfano Colona, autor de esta jornada, fué mal herido de una punta de pica que le entró por la boca y le derribó los dientes, y de un golpe de una alabarda que le paso la ingle y partes secretas. Y cayó así herido de las trincheas en el foso. Murieron otros hombres señalados, de suerte que los florentines comenzaron a retirarse muy mal tratados y con harta priesa, temiéndose no les atajasen el paso los imperiales, así que ellos entraron por su ciudad muy cabizbajos y con harta pérdida, y los tudescos quedaron muy gozosos, porque pelearon y defendieron sus alojamientos como valientes, y el conde de Lodron hizo lo que debía a buen capitán.



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- X -

Fatiga la hambre a Florencia. -Constantes ánimos de los florentines. -Tratan medios de paz. -Determinación desesperada de los florentines. -Salen los imperiales contra Ferruchi. -El príncipe de Orange no quiere llevar españoles. -En qué manera, queriendo quitar a los españoles la honra de esta empresa, la ganaron. -Muerte del príncipe de Orange. -Reparan los españoles la rota del de Orange. -Queda vencido Ferruchi, preso y muerto. -Falta de Jovio.

     Sentían ya los florentines la hambre, tanto, que no quedaban caballos ni asnos, ni aun gatos, porque todos se los habían comido; y andaban ya a caza de ratones, y los estimaban como muy buenos conejos. Comían las perrunas, que no había otro pan; faltábales vino, que apenas había para más que decir misa, y algunas medicinas.

     Sufrían con admirable paciencia, así los extranjeros como los naturales; pero como se viesen sin esperanza de socorro, no esperaban sino un triste y miserable fin de esta guerra. Zanobio Bartolino, ciudadano noble y celoso del bien de su república, pareciendole que no había camino más seguro y saludable que rendirse, tratólo con Stéfano Colona y Malatesta Ballón, por cuya mano le parecía que debía tentar la voluntad del príncipe de Orange, el cual estaba muy bien en ello, con que le diesen dineros para pagar su gente, que los pedía importunamente, como suelen los soldados.

     El Papa también deseaba que Florencia no padeciese la última calamidad del saco; y en la instrucción que dió a su legado Valori, le había mandado apretadamente que de ninguna manera la ciudad tomase por fuerza, y que trabajase porque se hubiese la vitoria sin sangre, porque él no quería su patria destruída, sino salva y entera. Lo mismo escribía a los capitanes, y particularmente a don Hernando de Gonzaga, ofreciéndoles su agradecimiento; pero el Común de Florencia estaba muy lejos de estos pensamientos, y puestos en la última desesperación, y resueltos en acabar o acabar al enemigo en una sangrienta batalla.

     Para esto ordenaron de llamar a Francisco Ferruchi, y que tomase toda la gente de Pisa y de aquellas comarcas y viniese con ella a Florencia para, cuando estuviese a su vista, salir también ellos con la guarnición que tenían, y juntos dar en los enemigos a manera de desesperación, viendo que no les quedaba otro remedio. Ferruchi cumplió esto con diligencia y con hartas violencias que hizo en Volterra y Pisa, sacando dineros y gente y asegurando estas ciudades. Hizo reseña de su gente y halló tres mil infantes y quinientas celadas y capeletes albaneses, caballos ligeros con lanzas y adargas. Juntó municiones, tiros, invenciones de fuegos; quiso llevar un batallón de villanos. Finalmente, el comisario hizo lo que debía a buen capitán.

     Habló a sus soldados, aunque no con el coraje y brío que solía, como si adivinara lo que había de ser.

     Sabido por el príncipe de Orange y por los capitanes imperiales, por espías que para ello tenían, que Francisco Ferruchi en Pisa juntaba toda la gente que podía haber, sin la que había sacado de Volterra, y que también le había acudido Juan Paulo de Cherri con cierta infantería, y que por todos se habían juntado cuatro mil infantes, poco más o menos, y ochocientos caballos, los quinientos de ellos muy escogidos, para venir la vuelta de Florencia en socorro de los cercados, acordóse que fuese resistido y que se le saliese al encuentro para este efeto, sin dejalle llegar a ver su ciudad sitiada; y el mismo príncipe quiso tornar a cargo la jornada y ser el que hiciese la resistencia a Ferruchi.

     Y así, salió del campo llevando de infantería mil italianos y mil y quinientos alemanes, y mil españoles, y tres compañías de caballos ligeros y algunos hombres de armas; pero a cinco millas del campo y de Florencia, en una casa principal, el príncipe mandó volver los españoles a su sitio y alojamiento, y que se quedasen. Hecho a propósito para que los españoles no alcanzasen parte de aquella vitoria que él esperaba, ni se les pudiese atribuir alguna cosa de ella, por odio particular que algunos de los que podían mucho con el príncipe tenían a esta nación; y también el mismo príncipe, no por enemistad contra españoles, como algunos creen, sino por dependencia de los disgustos entre él y el marqués del Vasto, que era superior de la infantería española, el cual, sin este cargo, lo había tomado él muy grande de su afición.

     Y son los juicios de Dios tan escondidos a los hombres, que cuanto más quisieron quitar esta gloria a las manos españolas, en fin, a pesar del Jovio, que lo quiso callar, y de otros que lo quisieron negar y trampear, vinieron los mismos españoles, por casos no pensados, a haber aquella vitoria, de manera que perpetuamente le fuese debida esta honra. Para esto es menester tener memoria de aquellos soldados despedidos de que algunas veces está hecha mención, los cuales, por mandado de los capitanes del Emperador, iban algunas veces donde sabían que se alojaban el capitán y el maestre de campo, don Pedro de Guevara, a hablalles y a trabajar con ellos que estuviesen recogidos sin hacer excesos de que se causase incomodidad al negocio principal de Florencia y daño a la comarca que estaba por españoles. Así que, tornando al príncipe, habiendo hecho volver los mil españoles de su alojamiento de Florencia, él continuó su camino en busca de Ferruchi, habiendo enviado a mandar (como el Jovio también lo escribe) a Fabricio Maramaldo y Alejandro Vitelo, que, con sus gentes italianas, viniesen por los pasos del enemigo, para que, cuando él le acometiese, ellos también se hallasen cerca para molestalle de la otra parte.

     Y así caminando, llegó hasta topar con los enemigos de San Marcelo, de donde ya Ferruchi salía para Gaviñano; y estando junto a este lugar y escaramuzando los caballos de una banda y de la otra, llegó el príncipe con el golpe de su gente, y en la mesma coyuntura, Ferruchi con la suya, la infantería de la cual traía dividida en dos escuadrones. Y como se comenzaron a encontrar, pegados los unos y los otros a Gaviñano, el príncipe, a una banda de hombres de armas que traía consigo, mandó arremeter a uno de los dos escuadrones contrarios, que estaba más a mano izquierda del otro, y como fuesen a hacello y les ojeasen con los arcabuces, quedando muertos cuatro hombres de armas, los demás comenzaron a retirarse, y aun más que esto.

     El de Orange entonces, con las congojas y impaciencias suyas acostumbradas, y con aquel ímpetu que solía, dando al diablo a los que huían y aun creo que a sí también (porque aquel era su juramento), arremetió casi solo, donde le dieron dos arcabuzazos con que le derribaron muerto en el suelo, que hizo más presto a todos los caballos de armas y ligeros o a los más de ellos huir, como ya lo habían comenzado a hacer en la primera retirada; y en este punto es cuando huyeron algunos de ellos, tanto, que llegó la nueva al campo de 1a muerte del príncipe, como el Jovio cuenta.

     Pero en esta sazón aún no estaba el Ferruchi dentro en Gaviñano (como el mesmo Jovio dice), si bien luego fué su entrada; porque estando el negocio de la contienda en este peso, comenzando ya casi los enemigos a cantar vitoria, aunque los tudescos alargaban el paso a romper con el otro escuadrón, yendo casi caladas las picas para ello, bajando por un lado de un recuesto aquel capitán don Pedro Vélez de Guevara, impensadamente, con trecientos españoles de los despedidos que había podido recoger, viendo lo que pasaba, diciendo él y los que traía, «España. España», cerraron con los enemigos, hecho que fué de tanto efeto, pensando que por aquella parte había emboscada de más españoles, que no se puede decir la ligereza y brevedad con que fueron desbaratados, entrando ya parte de los alemanes en el hecho de la pelea.

     Y en este estado, el Ferruchi se comenzó a retirar al lugar, y Maramaldo y Vitelo, que venían detrás (que el día antes habían tomado unos traveses y llegado a Gaviñano), cuando vieron el negocio, diéronse también buena priesa, y hicieron retirar más aína a el Ferruchi y meterse en lo poblado, especialmente el Alejandro Vitelo, porque el Fabricio, viendo cómo se iba retirando el mesmo Ferruchi, entró por otra parte tan presto como él, y aun casi primero, y comenzaron a pelear los unos con los otros en las calles y plazas del pueblo.

     Pero como iban ya desbaratados los de Ferruchi, no hubo cosa de mucha defensa, porque luego el Ferruchi y sus capitanes, que con él allí habían podido entrar, se retrajeron en algunas casas donde luego se rindieran.

     Y el Maramaldo, sabida la muerte del príncipe de Orange, mató por su mano a Francisco Ferruchi, como dice Jovio, y su campo fué todo desbaratado y deshecho brevemente.

     Y esta es la suma de esta jornada, y lo que a la letra pasó, sin discrepar del acontecimiento alguna cosa. Lo cual fué miércoles a 3 de agosto de este año. Y Paulo Jovio, aunque lo cuenta bien y por menudo, no se quiso acordar de los trecientos españoles que fueron causa de esta vitoria. La cual quiere atribuir a solo Maramaldo. Y es así, que cuando allí no hubiera habido españoles que la ganasen, y en caso que ella sin ellos se ganara (que fuera imposible) sucediendo como sucedió la cosa, fuera muy más justo nombrar por autores de aquel vencimiento a los alemanes, que fueron los que más presto acudieron, y los que más firmes estuvieron en la campaña, y los que con mejor meneo y denuedo acometieron; porque de los italianos, los más de ellos, mandándoselo su capitán Fabricio, se entraban por la otra parte en Gaviñano; y no hacían mal él ni ellos en esto, considerando que el Ferruchi, viéndose ya en triste estado y medio, o casi del todo desbaratado, se inclinaba a aquella parte y se retiraba a más andar a la Villeta, y fué muy buena provisión la de Maramaldo.





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- XI -

Hallan el cuerpo del de Orange desnudo: tráenlo como un venado del monte. -Quién fué este príncipe. -Quieren los florentines salir a pelear; sus capitanes no lo quieren. -Desavenidos en Florencia. -Nombra el Emperador por duque de Florencia a Alejandro de Médicis. -Motín entre españoles y italianos. -Doce mil italianos contra setecientos españoles.

     Al tiempo que los hombres de armas huyeron, Tintebile, francés amigo del príncipe de Orange, conoció su cuerpo, que estaba ya del todo despojado, y alzándolo del suelo, lo llevó a parte donde los soldados no lo viesen, y envuelto en una manta lo puso en una capilla, hasta que, ganada la vitoria, lo pusieron sobre un caballo con los brazos y piernas colgando, como si fuera un venado, y lo llevaron a Pistoya, espectáculo por cierto lastimoso de la vida y miseria humana.

     Era el príncipe de Orange de edad de treinta años, valiente y liberal; con que había ganado gran nombre y las voluntades de muchos soldados, con la magnificencia que mostró en Nápoles, si bien a costa del Emperador. Era del linaje de los Chalones, generoso, en la Franche Conté, entre los borgoñones. Si no muriera tan temprano, fuera un excelente capitán.

     Murieron en la batalla poco menos de dos mil hombres de cada parte, con los que después murieron de las heridas.

     Súpose luego en el campo, y en Florencia, el suceso de esta batalla. No por ello desmayaron los florentines, antes porfiaron con sus capitanes que los sacasen a pelear, mas los capitanes, considerando el peligro, y que era determinación temeraria, no lo quisieron hacer. Estuvieron tan porfiados ellos en querer salir, y los capitanes en que no convenía, que vinieron a sospechar que su general Malatesta Ballón les hacía traición. Y le quisieron prender, y tuvieron hartas pesadumbres.

     Finalmente, dieron licencia para que él y Stéfano Colona enviasen dos embajadores a don Fernando de Gonzaga, a quien todos los soldados, de conformidad, habían puesto en lugar del príncipe de Orange.

     Anduvieron en demandas y respuestas del campo a la ciudad sin concertarse, y los florentines volvieron a porfiar con Malatesta que saliesen a pelear con la gente del Emperador. Y porque no lo quiso hacer, se pusieron en quitarle el oficio de general, y estuvo Florencia a punto de perderse, porque Malatesta dió de puñaladas al senador que envió la señoría a despedirle del oficio de general, y los florentines fueron en su busca para matarle, en venganza de esta injuria; y Malatesta, oyendo el alboroto y ruido de las armas, determinó tomar una puerta, y mandó a Margut, capitán de la infantería de Perusio, que se apoderase de ella, y que si los ciudadanos intentasen cosa de enemigos, quebrasen las puertas y revolviese y disparase en ellos el artillería que estaba en el bestión asestada contra los imperiales.

     Llegó la desesperación a tanto, que Rafael Jerónimo, que era confalonier (que ansí se llama en su magistrado) con todo el pueblo, quisieron salir a pelear y morir con todos, como desesperados; hiciéranlo si no fuera por el prudente consejo que Zecoto Tosingui, noble ciudadano florentín, les dió, con que se templó su furor, y volvieron en sí, dando en otro extremo, y pidiendo a voces la mayor y más sana parte de los ciudadanos que se concertasen con el Emperador.

     Para esto procuraron reconciliarse con Malatesta, y le pidieron tomase a su cargo el tratar la paz y concordia con don Fernando de Gonzaga, y las condiciones con que se habían de rendir. Estas pone largamente Paulo Jovio, aunque se olvidó algunas, y una es bien que se ponga agora aquí, y es que los florentines se rindieron llanamente al Emperador, y hecha expresa mención que pudiese disponer Su Majestad de la forma y manera que convenía tener el regimiento de Florencia, mudando y alterando lo que fuese servido.

     Conforme a lo cual, de allí a pocos días, el Emperador, estando en Augusta, envió sus provisiones, en que mandó que por cuanto convenía mudarse la forma del gobierno de aquella república, nombraba por duque de ella a Alejandro de Médicis, sobrino de Clemente VII, hijo de otro sobrino, que fué Lorenzo de Médicis, que algún tiempo se llamó duque de Urbino, y nieto de Pedro de Médicis, que sirviendo a franceses fué muerto en la batalla de Garellano, el cual Pedro era hermano del cardenal Juan de Médicis, que después fué papa León X, primos hermanos ambos de este pontífice Clemente VII, para que fuese príncipe de la Toscana perpetuamente, y a falta de él y de sucesión suya, lo fuese el pariente más cercano.

     Y así le fué entregado aquel Estado para que lo gobernase y rigiese, como lo hizo algún tiempo, hasta que sucedieron las cosas que se dirán adelante.

     En esto paró la guerra tan cruel y mala sobre Florencia, en que estuvo tan a pique de perderse. Del gusto y excesivo contento que el Papa recibió y otros casos que en componer esta república sucedieron, dirán autores a quien toca, que yo con lo dicho cumplo. Sólo contaré un motín que después de rendida Florencia, y a 29 de agosto, estando ya llana la ciudad (aunque la gente de guarnición no había salido ni Malatesta con ellos) hubo entre españoles y italianos; el cual alboroto fué tal y tan peligroso, que sonó por muchos días.

     Y dice Paulo Jovio, que la causa de esta pendencia entre estas dos naciones, fué porque los españoles mataron y echaron en un pozo dos italianos, que vinieron a su cuartel por roballos; y dice luego, que visto esto, los italianos cogieron cuatro españoles en su cuartel, y que los mataron, porque pensaron que habían sido en la muerte de los otros. Y el mesmo cuento, de la manera que Jovio lo dice, trae escrito en la frente la verdad contra lo que él escribe; porque ¿a qué propósito se ha de creer, que, aunque fuera cierto lo primero (que no lo es), se habían de hallar luego cuatro españoles, que fuesen al cuartel de los italianos consortes de la muerte de los de aquella nación? El caso fué que ellos mataron los cuatro españoles, sin propósito ni causa alguna, ni habelles muerto primero alguno, ni echádolos en pozo, como este obispo dice, aunque en pozo hondo o en lugar más escondido si fuese posible habían los italianos echado el secreto, que ordenaron y concluyeron con los de la guarnición de Florencia, para dar con los españoles al través, y degollarlos a todos en saliéndose ellos fuera, cuando fuese comenzada la baraja. Y así, sin propósito y sin ocasión chica ni grande, los tres días antes, que fueron 26 y 27 y 28 de agosto, se encontraban de palabra con españoles cada vez que los topaban, muy de mala manera, y con una soberbia nacida y criada en el concierto que tenían hecho, hasta que mataron los cuatro españoles que están dichos, que entonces viniendo el negocio a las armas el día que está contado, se comenzó la baraja.

     Y es sin duda verdad, que, con ser los italianos que sobre Florencia habían estado de doce mil arriba, no hubo setecientos españoles juntos, y de éstos se hizo escuadrón para defenderse de todos los italianos que están contados que venían contra ellos. Verdad es que esto fué al principio, porque luego a la continuación de la nueva del alboroto acudieron hartos por diversas partes, que andaban derramados, que ciertamente no parecía sino que las yerbas se volvían españoles, con no ser todos cinco mil cabales, así los viejos como los bisoños. Pero los setecientos primeros se defendieron tan bien de los doce mil italianos (cosa que parece increíble), que no solamente la defensa fué buena, pero la ofensa muy mejor, pues lo volvieron, retrayendo a su cuartel de donde habían salido. Y no contentándose con esto aquellos pocos que defendían aquel día la honra de España, entraron por el cuartel del enemigo, y una gran parte de él, que fué el del alojamiento del coronel Pincho Colona, y su coronelía toda, la abrasaron y saquearon como ropa de enemigos; si bien es verdad que revolvieron los italianos, trabajando de echar de sus estancias a los que habían entrado en ellas, dándoles voces desde las murallas, y diciéndoles los de su nación que cómo no habían vergüenza de huir tantos de tan pocos. Pero ya en este medio acudían españoles a más andar cada momento, y se peleaba como convenía; y los alemanes, que hasta esta coyuntura estaban mirando de talanquera, pero puestos a punto, y en escuadrón, sin haber prometido a los italianos de no ayudar a alguna de las partes, como el Jovio, falsamente, dice -porque bien veían el peligro que después de muertos los españoles ellos corrían-, arremetieron en mitad de esta braveza de batalla, y tornaron a dar nueva carga a los italianos, con la cual ellos quedaron descargados de armas y de valijas, y de todo su hato, hasta quedar del todo vencidos y desbaratados, y muertos como trecientos de ellos, y de los españoles once. Y al Jovio le pareció que fueron otros docientos, porque ansí lo quisiera él. Pero más que esto dirá quien dice en este paso que él esperaba que los españoles, recibieran daño si no los ayudaran los alemanes.

     Mas lo que dió la vida a los de estas dos naciones extranjeras, fué la división que hubo dentro en Florencia entre los de aquella república y los soldados, sobre que no habían de salir ni quebrar el concierto que estaba hecho, lo cual salido con todo esto, no pudieran estorbar los florentines, sino que los capitanes suyos, como vieron venir huyendo a los italianos, y que los alemanes ya se comenzaban a apercebir, entendieron que yendo el negocio tan de caída, que sería por demás meterse ellos de nuevo en la pendencia, y hacerse, a costa de sus vidas, consortes de tan gran maldad.

     En fin, el negocio se apaciguó a costa de los italianos, y con trabajo del general don Fernando y de los otros capitanes imperiales, que andaban haciendo todo lo posible por remediallo; pero, sobre todo, se le debe aquel día mucho, por el cuidado y trabajo, a Alonso Picolomini, duque de Malfa, que con toda la excelencia posible, hizo y anduvo de una parte a otra metiéndose en los más peligrosos trances, hasta que se concluyó el negocio: el cual parece que tomó a cargo de contar al revés de como había pasado, Paulo Jovio.





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- XII -

[Causas de la guerra de Florencia.]

     Referí al principio algunas de las causas que había para justificar esta guerra y sujeción de los florentines; diré aquí algo más, porque mejor quede en la memoria; y para entenderlo bien, es necesario repetir brevemente las ligas que florentines hicieron desde que el Emperador tuvo negocios en Lombardía y en la Toscana hasta este tiempo; pues pasó así.

     Que en las tres guerras de los años de 21, 22, 23, las dos administradas por monsieur de Lautrech y la tercera por el almirante de Francia, los florentines se confederaron con el Emperador y con los confederados de él; porque en el año de 21, que se hizo la primera concordia con León Florentin, los florentines, que estaban debajo de su mano, protección y amparo, gobernados particularmente por él y por sus hacedores, entraron en aquel contrato, y muerto León en la liga defensiva que se tomó con Adriano, debajo de la cual fué vencido Lautrech en la Bicoca, y deshecho el almirante Guillermo Gonfier, ni más ni menos los de Florencia fueron contrayentes de aquella capitulación, hasta que el rey de Francia, en persona, pasó los Alpes poderosamente, que entonces cada uno de los confederados se abstuvo de enojar al francés, que tan poderoso venía, y dejaron todos ellos al ejército del Emperador pegado, a las paredes; pero fué a las de Pavía.

     De manera que, en esto, no sólo los florentines fueron culpados, sino también los demás potentados de Italia; mas pagáronlo después a dinero, porque vencido y preso el rey en el parque de Pavía, a cada uno de los confederados se les mandó que enviasen el dinero que les cabía, y que de miedo habían dejado de enviar para la paga de aquel vitorioso ejército.

     Y como después, estando el rey de Francia cautivo en España, el papa Clemente tramase lo de la liga de los príncipes italianos secretamente contra el Emperador, los cuales ofrecieron a la regente de Francia, para que se ligase con ellos, fortalezas y estados, ella no lo quiso hacer, sino enviar a su hija madama de Alanson, a entender por otra vía la delibración del rey. Entraron los florentines en aquella liga por mandado del Papa, que como florentín, y de la casa de ellos, los administraba; y después desto, el año siguiente de 26, luego que el rey Francisco volvió a su reino libre, sin acordarse de los beneficios que recibió en España ni hacer caso del contrato de Madrid, se hizo la liga mediante comisarios en el ducado de Angulema, como dije.

     También entró en ella Francia, si bien es verdad que no fué expresamente, sinoque el Papa prometió por aquella república la ayuda, y lo demás de dineros que habían de dar; y en el mesmo capítulo donde hace esta promesa, dice que no entran expresados los florentines en aquel contrato, mas que se obliga por ellos y que lo aprobarán y ratificarán, porque no corran peligro los comercios y mercaderes que estaban en España y otros Estados del Emperador.

     Y corriendo las cosas así, y haciéndose todo lo de Florencia a voluntad de Clemente, como se hizo a la de sus pasados, sucedió que después de las guerras que he contado, y se saben, monsieur de Borbón determinó la jornada de la Toscana, y no pudiendo llevársela en las unas con el saco de Florencia, pasó a Roma, y viendo llevar los florentines ya aquel camino fuera de su señoría y que iba contra el Papa, luego se rebelaron contra el mesmo Pontífice, trabajando de echar de sí la sujeción en que estaban: cosa probada por ellos otras muchas veces desde los principios de la prosperidad de los Médicis en aquella república.

     Y para esto, apellidando libertad, fueron contra los administradores del Papa, que allí tenía, pretendiendo en todo esto que, pues son como las demás ciudades de Italia del feudo imperial, querían estar debajo de su gobierno y no sujetos al Papa, ni a sus parientes. Pero esta sedición la apaciguaron los generales y superiores del ejército de la liga que estaba allí en Toscana; los cuales entraron en Florencia muy apriesa y sosegaron aquel alboroto.

     Quedando, pues, pacífica aquella república, caminaron los de aquellos ejércitos tras el otro imperial, que iba la vuelta de Roma; pero sabido en Florencia el saco de Roma y prisión del Papa, y el mal suceso de las cosas, tornaron de nuevo a lo pasado, y dieron en salir de hecho con su libertad y pusieron las manos en los parientes y aficionados y ministros del Papa, y herían en los bultos y imágenes de los muertos de aquel apellido, por más injuriarlos, que estaban en sepulcros particulares y en lugares públicos de aquella república, y pusiéronse en orden para defender la libertad amable y deseada.

     Estando así muy apercibidos para defenderse, sucede que caló el ejército de Lautrech, con el cual se juntaron luego, pasados los montes, los ejércitos de los demás confederados; y según buena razón, los florentines se habían de juntar al Emperador, pues era aquel Estado del feudo imperial, y no tenían otro arrimo donde volver los ojos sino al Emperador, porque el Papa era su contrario, y por consiguiente, los franceses que le ayudaban, o a lo menos que decían ir con este intento a Roma, y que en hecho de verdad estaban ligados con él. Pues llegado Lautrech a Bolonia, y invernando allí, y estando el ejército imperial lleno de vitorias en Roma, para que no se pueda pensar que el miedo lo causó, los florentines de nuevo se ligaron con el francés y con Lautrech, en su nombre, y con todos los demás que eran de esta masa, y el Papa su enemigo estaba ligado. Y de esta capitulación trató Jovio oscuramente, en la cual se obligaron de enviar cierta infantería y caballería toscana con Lautrech, para ocupar el reino de Nápoles y dar cierta ayuda de dinero para sustentar el ejército francés, como lo hicieron durante las guerras de Nápoles. Hicieron esto, que tan fuera de razón parece, siendo enemigos del Papa, porque el francés los aseguró que a pesar del Pontífice los conservaría en su libertad, queriendo ya más su ayuda que la del Papa, o engañando a una de las dos partes.

     Viendo, pues, esto el Papa, enojado de los franceses y doliéndose de perder lo que tenía en Florencia, olvidado de sus injurias, se juntó con el Emperador. Volviéndose, pues, así, los florentines contra el direto señor, merecieron justamente la sujeción que les vino. Y baste lo dicho, para que no haya escrúpulo contra el César, por haber hecho a los florentines sujetos, y que fué muy justificada la guerra que les hizo.





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- XIII -

El maestre de campo Juan de Urbina: quién fué. -Protestantes, herejes atrevidos.

     Pues los hechos de Juan de Urbina, soldado famoso, fueron tales en el tiempo que vivió, que con ellos se engrandecen las historias españolas, justo es que en su muerte le honremos haciendo aquí memoria de ellos, y un breve discurso de su vida.

     Fué Juan de Urbina natural de Berberana, grande, robusto, de lindo entendimiento, limosnero, liberal, devoto y hombre que nunca juraba, y así castigaba mucho las blasfemias. Era, en fin, virtuoso, si no jugara demasiado, que matar, herir y aprovecharse del enemigo y de sus bienes son privilegios de la vida del soldado. Fué de buen consejo, tuvo grandes ardides, nunca mostró miedo, aunque en Génova se le conoció un poco, cuando el saco de ella; pero era del artillería y no de los hombres.

     Pasó a Italia con el Gran Capitán, por soldado; dió siempre señales de valiente, por lo cual fué uno de tres que hicieron campo, con otros tres italianos, por cuáles servían a mejor rey, estando el ejército sobre Rosano. Acetaron el desafío los capitanes Diego de Quiñones y Luis de Vera en compañía de Juan de Urbina; mas él, que los conocía y se conocía, no los quiso ayudar sin concertar con los contrarios que fuese a ayuda compañero. De esta manera combatieron a pie con las armas que quisieron, sin arcabuz, que lo sacaron de condición los italianos.

     Y si bien eran todos valientes, rindió Juan de Urbina a su contrario, quitándole las armas y socorriendo al Quiñones, que combatía dejarretado, y la rodilla en tierra. Rendido también aquel contrario, ayudó a Luis de Vera a vencer al tercero.

     Desde entonces quedó Juan de Urbina por el mejor soldado de Italia; mas como se acabó luego la guerra de Nápoles, no pudo subir. Fuése a Roma, y asentó por alabardero del Papa, con Diego García de Paredes, Juan de Vargas, Pizarro, Zamudio y Villalva, que todos fueron muy conocidos después por la guerra. Aunque capeaban entonces y tenían mujeres de la vida, hizo entonces gente el papa Julio contra Manteflascón, que se le rebelara. Fué con ella por alférez de Diego García de Paredes, y después contra el duque de Urbino. Tras esto fué capitán en Bolonia, cuando los franceses la ganaron. Y cuando cercó Lautrech a Milán con el ejército de la liga, era Juan de Urbina maestre de campo, y saliendo una vez a escaramuzar con los enemigos a San Columbán, pasó él solo por donde cinco italianos acuchillaban un español, el cual, conociéndole, dijo:

     -¡Ah, señor Juan de Urbina, que me matan!

     El, como se oyó nombrar, fué a socorrerle, que no quisiera. Los cinco italianos le volvieron luego las caras habiendo derribado al español, y apretábanlo; mas luego aflojaron, por ir los dos al caído, que se levantó, y así mató los dos, de tres con quien combatía, y con la partesana del uno hizo huir los otros, que matando al soldado temieron de ser muertos.

     Cogió las armas, para muestra del vencimiento, y volvió a Milán herido en los pechos de partesana, y con una cuchillada en la mejilla, y otra pequeña en la mano de la espada, y tan ensangrentado que lo desconocían. Escapó de buena, y así, decía él que era de mucha importancia en cualquier trance llamar a uno por su propio nombre.

     Animó los soldados en la entrada de Roma, muerto Borbón y demandando paga, que se amotinaron en Nola, cuando se recogían a Nápoles por Lautrech; cortó el brazo al capitán Salcedo delante del marqués del Vasto, su coronel, porque le echaba el motín, que fué atrevimiento, aunque no tuviesen culpa.

     Hizo algunas hazañas en el cerco de Nápoles, y a las veces topando con Pedro Navarro; viniendo a cercar a Florencia fué muerto sobre Hispelo con arcabuz, cuya pelota le pasó una pierna por debajo de la rodilla.

     Lleváronle a enterrar a Nápoles, a Nuestra Señora de Pie de Gruta, y en sepultura de bronce. La cual deshizo después el virrey don Pedro de Toledo, para hacer artillería.

     El Emperador, que le deseó ver, le hizo comendador de Heliche, alcaide del Ovo y de Aversa, y marqués de Oira, conde de Burgomene, señor de Esforcessa, señor del jardín de Milán, maestre justiciero de Nápoles, mas gozólo poco. Fuera en fin Juan de Urbina muy dichoso y honrado, si no fuera por la mujer; empero él se vengó muy bien de ella, matándola con cuantas cosas halló vivas en su casa.

     En el mes de abril de este año de 1530 se publicaron los decretos de la Dieta de Espira, cerca de lo que tocaba a la religión católica; pero como los herejes no gustaban de ellos, el duque de Sajonia y el landgrave de Hesse, el de Brandeburg y Lucemburg, con catorce ciudades libres del Imperio, protestaron de ellos, de donde se les dió el nombre de protestantes a estos herejes.

     Muchas veces se juntaron los alemanes para concertarse sobre la religión y nunca hallaban medio ni orden, porque el error en la fe y aun en las demás cosas, ciega, y la multitud de opiniones y falsos maestros que estos perdidos tenían, les quitaba el juicio. Estaban tan desatinados, que habiendo publicado una cosa, aunque después hallaban que era falsa y herética, por no volver atrás, y perder la reputación y crédito que con el vulgo tenían, la sustentaban y publicaban pertinazmente, como si fuera un oráculo divino; y ponían pena de muerte al que no la guardase. Doy cuenta de esta gente con la brevedad que puedo, por lo mucho que han de dar que decir adelante en los años 1546, 1547 y otros.



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- XIV -

[Escribe el Emperador al condestable.]

     Volviendo al Emperador, que dejamos en Bolonia, ya de partida para Alemaña, a 7 de marzo del año 1530 mandó volver a España al marqués de Astorga y duque de Escalona, y escribió con ellos al condestable, diciendo que habría ya sabido la paz que con venecianos tenía asentada y el reducimiento del duque de Milán a su servicio, y la liga que se hizo para defensión de Italia, que eran las cosas que más convenían para el buen efeto de la paz; en lo cual solamente tuvo respeto al bien general, y también había procurado y trabajado, y trataba de tomar algún buen medio, en lo que quedaba por asentar de Italia, para que la dicha paz quedase más cierta y firme. Tenía acordado, entendiendo en esto, de ir a coronarse a Roma, pero que viendo la necesidad que había de su ida a Alemaña, así para el socorro del serenísimo rey de Hungría, su hermano, que la tenía muy grande, por haber dejado el Turco cantidad de gente con el vaivoda en Hungría, como para procurar algún remedio en las sectas luteranas, y otros que cada día eran mayores, que si no se atajasen, todo se acabaría de perder, que no sería pequeño daño y aun peligro de la Cristiandad. Y la priesa que el serenísimo rey le daba, y lo que le escribían y suplicaban muchos pueblos y príncipes del Imperio, y porque todo esto principalmente era causa de Dios, y a que él tenía obligación forzosa, había acordado de ir luego en persona a ver el remedio que podría dar, y que habiéndose de coronar en Roma, no pudiera ser sin mucha dilación, que causara grandes inconvenientes, había determinado de tomar las coronas en aquella ciudad de Bolonia, así por las causas dichas como porque después de haberlo mandado mirar muy bien, pareció que recibiéndolas de mano de Su Santidad en Italia, todo era un efeto tomarlas en Roma o en otra cualquier parte; y que así, el martes, día de San Pedro, 22 de febrero, había recebido la corona de rey de Lombardía, y el jueves siguiente, día de Santo Matía, la de Emperador, con todas las solenidades y ceremonias acostumbradas, y que luego se partiría para Alemaña, donde tenía convocada la Dieta. Que esperaba con el ayuda de Dios dar en las cosas de allá tal asiento y orden, que él fuese servido, y redundase en bien general de la Cristiandad, para que con brevedad pudiese volver a estos reinos a gobernallos como lo deseaba. Que le rogaba y encargaba que, continuando su fidelidad y lo que era obligado, hiciese en lo que se ofreciese durante su ausencia lo que de él esperaba, y sirviese en todo a la Emperatriz, etc. Su data en Bolonia, 27 de marzo de mil y quinientos y treinta.



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- XV -

Viaje del Emperador para Augusta. A 22 de marzo salió de Bolonia. -Viene el rey don Fernando a ver a su hermano el Emperador. -A 6 de junio, segundo de Pascua de Pentecostés, salieron de Bresa.

     Compuestas, pues, así las cosas de Italia en la manera dicha, a 22 de marzo el Emperador partió para Alemaña, y a 4 de abril estuvo en Mantua, donde fué recebido magníficamente de Frederico Gonzaga, marqués de Mantua, y dióle título de duque. Y de ahí, pasando por tierra de venecianos, le entregaban las llaves recibiéndole solemnemente.

     Atravesó los Alpes. Vino a Oeniponte, que el alemán llama Insprug, donde se halló al entierro de Mercurino Gatinara, cardenal y gran chanciller de Borgoña, y su consejero muy íntimo. Puso en su lugar a Nicolao Perrenoto, señor de Granvela, de nación borgoñón, el cual, habiendo tenido algún tiempo el oficio de chanciller y primer consejero o presidente de su Consejo, lo dejó.

     Recibió el Emperador en Oeniponte a su hermano, el rey don Fernando de Bohemia, que con mucho deseo de verlo salió al camino cuatro millas de esta ciudad, con todos los grandes de Austria ricamente vestidos y con mucha demostración de alegría. Mandó el rey don Fernando, que la mitad de la gente que traía fuese a la ciudad de Augusta, donde se había de tener la Dieta, y la otra parte dejó para acompañar al Emperador con ella. Tomaron el camino para Siguaso, cerca del río Oenu, donde estaban cinco mil hombres de esta ciudad, puestos en dos escuadrones muy en son de guerra, distribuídos de siete en siete por hilera.

     Hay en Siguaso grandes mineros; tantos, que de solos oficiales le salieron a recebir trece mil hombres, los cuales tenían bajas las picas, y afirmados en ellas, como si hubieran de romper con los enemigos, o unos contra otros, tocando fuertemente los atambores.

     Salió otro escuadrón de otros setecientos monederos, que estaban encubiertos, como en celada de través, y comenzó a huir con tanto concierto, que dió grandísimo gusto. Luego, juntándose todos en un escuadrón, fueron acompañando al Emperador y al rey su hermano hasta la ciudad, diciendo a grandes voces: Felix sit adventus Caesaris. Dichosa y bienaventurada sea la venida del César.

     Otro día sirvieron los monederos de esta ciudad al Emperador con una moneda de extraña grandeza, que pesaba ciento y cincuenta libras de plata, en la cual estaban las águilas con la corona imperial, y en el pecho de esta águila un escudo con las armas de todos sus reinos maravillosamente labradas.

     De esta ciudad partió el Emperador con el rey su hermano para Baviera. Fué recibido del duque Guillelmo con todo género de fiestas, comedias, saraos, obras de armas, banquetes y otros regocijos, en que quisieron mostrar estas gentes la grandeza de sus casas, voluntades y ingenios, que en esto son singulares los de aquellas tierras septentrionales.



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- XVI -

Llega el Emperador a Augusta. -Solemne recibimiento. -Hacen el recibimiento con gran aparato de guerra, por espantar al Emperador, los herejes.

     A 18 de junio llegó el Emperador a la ciudad de Augusta, donde todos los príncipes que habían venido para hallarse en la Dieta, le salieron a recebir en sus caballos fuera de la ciudad; y los principales eran Juan, duque de Sajonia, príncipe eletor, con su hijo Frederico; Francisco, duque de Lucemburg; Vuolfango, conde de Anolti; Joaquín Lansgravio de Brandeburg, príncipe eletor, con su hijo Frederico; Henrico, duque de Brunsvichio; Filipo Lansgravio, Juan Anholtio, Arnoldo Brunsvichio, Filipo, arzobispo de Espira; Hermanno, arzobispo de Colonia, príncipe eletor; el arzobispo y cardenal Alberto, eletor; el de Maguncia, Jorge Branburgio, y otros muchos.

     Llegando todos estos príncipes delante del Emperador, se apearon de los caballos, besándole cada uno la mano. Y el arzobispo de Maguncia, cuyo es hablar en nombre del Imperio, con una breve y elegante oración dió al Emperador el parabién de su venida. Y por parte del Emperador, y en su nombre, respondió Frederico, conde Palatino, uno de los siete eletores.

     Luego volvieron a subir en sus caballos, y fueron acompañando al Emperador y al rey su hermano.

     Salieron los ciudadanos de Augusta, y muchos en traje de guerra, con este orden. Traían delante de sí doce tiros gruesos de artillería, y los artilleros venían vestidos de blanco, y de la misma manera los soldados que venían en su guardia. Tras ellos venían los arcabuceros, luego los ciudadanos armados como cada uno quiso, y vestidos de negro, y jubones de raso negro. Después de ellos venían los mercaderes, vestidos de color frailengo y plumas en los sombreros. Seguían luego dos mil piqueros con cuatro banderas tendidas, caminando en compás, el son de los atambores. Luego la caballería, con ropas coloradas, y luego otra parte de ciudadanos vestidos de blanco y negro y plumas en los sombreros, y con muy ricas armas; y con ellos venían los caballeros, armados de todas armas y costosamente vestidos.

     Tras éstos venían otra compañía de mercaderes, vestidos de leonado, y las mangas y fajas de la guarnición eran de tela de oro. Luego venían los bodegoneros y cocineros, vestidos de color de ceniza; los últimos venían otros dos mil y docientos y sesenta soldados de a pie y de a caballo, que traían sueldo.

     Toda la gente de guerra, con el recibimiento, que salieron como soldados, llegando cerca de la ciudad y el Emperador a la puerta de ella, hicieron un escuadrón de doce mil hombres.

     Parece que hicieron tanta demostración de gente de guerra con cautela y malicia, porque, como muchos de ellos eran luteranos, recelábanse del católico Emperador, cuya cristiandad era ya muy sabida. Esto porque quisieran dejar los de Augusta, para guarda de la ciudad, ocho compañías de infantería, y el Emperador no se lo consintió, sino que él puso otros de su mano.

     Toda esta gente, puesta así en escuadrón, como dije, disparó la arcabucería; luego hizo lo mismo la artillería por su orden.

     Hecha esta salva, los magistrados y nobles hincaron tres veces las rodillas, con tres profundas reverencias, y con muestra de mucho contento saludaron al Emperador, y tomándolo en medio, lo llevaron por la ciudad.

     Iba sólo el César en un hermosísimo caballo español blanco enjaezado, como para tal príncipe convenía. Salieron a la puerta de la ciudad cuatro senadores con un palio de tela de oro, y cogiéndole debajo le llevaron hasta una plaza que está en medio de la ciudad, donde le esperaban el arzobispo y clerecía, con otro riquísimo palio que traían seis canónigos, y fueron con él a la iglesia mayor, donde el Emperador hizo oración, y el arzobispo dijo las preces ordinarias de la Iglesia. Hecho esto se fué el Emperador a palacio.

     Entraron todos en Augusta por este orden.



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- XVII -

Con qué orden se hizo la entrada en Augusta. -Fiesta del Corpus en Augusta: no se hiciera esta fiesta, ni se decía misa en la ciudad, si el Emperador lo mandaba.

     Entró primero aquel gran acompañamiento de los príncipes del Imperio; luego, en pos de ellos, iban los españoles y italianos caballeros que venían con el Emperador. Tras ellos los criados del rey de Bohemia, vestidos de colorado; luego los criados y casa del Emperador, vestidos de amarillo y negro, a los cuales seguían las trompetas y menestriles de Austria, vestidos de blanco y colorado; luego, los entretenidos y gentileshombres del Emperador, vestidos de seda amarilla; luego, todos los instrumentos de música, vestidos del color de su señor, unos a pie, otros a caballo; luego venía el rey don Fernando, con muchos príncipes y grandes ya nombrados y otros; luego, la guarda del Emperador y del rey don Fernando, de pie y de a caballo. El duque de Sajonia llevaba el estoque desnudo delante del Emperador, que iba debajo del palio que sacó la ciudad. Detrás del Emperador, inmediatamente, iba Bernardo, cardenal de Trento; George, obispo Brixiense; Marco, cardenal Saltzburgense; Cristóbal, arzobispo de Augusta, y el cardenal Campeggio, legado del Papa. Iban en pos de ellos los embajadores de los reyes de Francia, Portugal, Venecia y de otros muchos príncipes, y últimamente los grandes de Flandes y de Borgoña. De toda esta caballería llevaban la retaguardia mil y quinientos caballos del Emperador, encubertados, y los caballeros armados, y sobre las armas, muy ricos vestidos de amarillo. Tras ellos iban gran número de húngaros desarmados, vestidos de grana, y luego la caballería de Augusta sobredicha.

     Con este orden entró el Emperador en Augusta.

     Otro día se celebró la fiesta del Corpus, hallándose el Emperador a la procesión con todos los príncipes que en aquella gran corte estaban, excepto los protestantes. Llevaba el Santísimo Sacramento debajo del palio el arzobispo de Maguncia; y a su diestra iba el rey don Fernando, a la siniestra, Joaquín, marqués de Brandeburg. Detrás del arzobispo iba el Emperador, vestido llanamente de seda negra, y en la mano, como los demás príncipes, llevaba una hacha de cera blanca ardiendo. Luego se seguía todo el pueblo.

     Faltaban aquellos a quienes espantaban las amenazas de Lutero, y eran de ellos Juan, duque de Sajonia; Jorge de Brandeburg, Arnaldo, duque de Luneburge; Filipo, lanzgrave, Wolfango, conde de Anholti, y el de Sajonia, que tiene de oficio llevar el estoque delante del Emperador, cuando iba a misa, y en esta fiesta no lo quiso hacer sin consultar primero a los teólogos luteranos. Tanta era la arrogancia de los herejes, que no sólo se querían apoderar de los ánimos de la gente popular e ignorante, sino que con su astucia iban rindiendo las voluntades de los príncipes y haciéndose señores de ellos.

     Iban delante del arzobispo de Maguncia todos los de su casa con hachas encendidas, y los capellanes del Emperador y del rey don Fernando y de los demás príncipes católicos, y los músicos. Dijo la misa el arzobispo de Maguncia, y fué el oficio del Espíritu Santo. Predicó Pimpinelo, arzobispo de Losania.

     Es de consideración cómo, siendo la fiesta del Corpus, se decía la misa del Espíritu Santo, si no es por pedirle que alumbrase aquella gente, tan ciega en sus errores.



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- XVIII -

Comienza la Dieta de Augusta a 20 de julio. -Atrevimiento de los protestantes en Augusta. -Confesión augustana. -Manda el Emperador examinar esta confesión. -Fray Alfonso de Virués, monje benito, claro varón.

     A 20 de julio se comenzó la Dieta en Augusta, y en nombre del Emperador hizo la proposición a los príncipes Frederico, conde Palatino; y habló con mucha propriedad y elegancia, persuadiendo la paz y pureza de la religión católica, y que en esto debían estar todos conformes y traer por fuerza a los que se quisiesen apartar de tal camino.

     En acabando de hablar, mandó el Emperador que otros hombres, muy dotos y elocuentes, orasen allí sobre lo mismo, los cuales lo hicieron singularísimamente, pidiendo a todos, con esto, que, pues veían la potencia del Turco, común enemigo de la Cristiandad, se juntaron para resistirle y hacerle guerra.

     Los protestantes, haciendo poco caso de estas oraciones, dieron sus papeles y memoriales, y nombraron entre sí predicadores herejes, para que hablasen al Emperador y le diesen estos memoriales, pidiéndole encarecidamente los quisiese leer y proveer como se suplicaba. El Emperador remitió lo que éstos decían a varones dotos y bien intencionados; pero como en el dar los papeles no hubiese término, ni fin en lo que trataban de la nueva religión, sino que cada día acudían con nuevas invenciones, como es la condición del hereje ser inconstante y vario, enfadóse el Emperador mucho de ellos.

     Andando las cosas de esta manera por el mes de setiembre, estando el Emperador fuera de la dicha ciudad, en el campo, suntuosamente adornado, vestido con las ropas imperiales, armó caballero a su hermano el rey don Fernando y a otros caballeros, confirmándoles las encomiendas y beneficios imperiales y haciendo otras honras a otros muchos. Hiciéronse en la ciudad grandes regocijos de armas entre caballeros, que se quisieron mostrar en ellas, y el Emperador y el rey, su hermano, corrieron sus lanzas con mucha gallardía y con grandísimo gusto de los miradores.

     Volviendo a las cosas de la religión, el pecho que como tan católico tuvo siempre el Emperador en la fe católica y en la obediencia de la Iglesia romana, fué de verdadero hijo de ella; que algunos, con malicia, han querido dañarle, por haber concedido treguas a los protestantes. Y cierto que es en lo que más resplandece su celo.

     Y es notable que un día, estando en a Dieta, se descompuso uno de los príncipes herejes hablando mal de las cosas de la fe, potestad del Papa y costumbres de la Iglesia católica, y el César se enojó de manera que, como Carlos y no como Emperador ni rey, quiso determinar esta causa poniendo las manos en el puñal para castigar de aquella manera semejante desvergüenza; y fuera así si el rey don Fernando, que estaba a su lado, sintiendo el movimiento airado del César y el ademán imperial, no le detuviera y estorbara, que poniendo este gran príncipe en ventura su vida, la quitara al hereje desvergonzado.

     Y quien de esto quisiere bien informarse, podrá ver la armonía de la confesión augustana, que declara el consensu o consonancia de la dotrina evangélica que compuso Andrés Fabricio Leodio, del Consejo de los príncipes Alberto y Ernesto, su hijo, arzobispo y príncipe eletor de Colonia, conde palatino del Rhin y duques de las dos Bavieras, impreso este libro en Colonia, año de 1587, donde verá cómo Juan Federico, duque de Sajonia, eletor del Imperio, George, marqués de Brandeburgio; Ernesto, duque de Luneburge; Felipo, lantgrave de Hesia; Francisco, duque de Lunebinge; Wolfango, príncipe de Anhalt, senado y magistrado de Wurnbergen, senado de Reutlingen, que son dos poderosas ciudades de Alemaña, siguiéndolos otro infinito número de gente de toda suerte, le ofrecieron por escrito una confesión de dudas y determinación que en ellas tenían, firmadas de los nombres de estos príncipes, y con determinación y muestras de aventurar las vidas y Estados, como lo hicieron, por la defensión de ellas. Y aunque el Emperador entendió muy bien sus ánimos, y de ellos tenía necesidad para las peligrosas guerras que con otros enemigos tenía, no mirando a esto, sino al bien común, a la gloria y honra de Dios, a la salud de las almas, a la paz y concordia de la Cristiandad y quietud de Alemaña, no sólo no leyó esta confesión y sintió de ella lo que un tan cristiano príncipe debía sentir, antes mandó que algunas personas dotísimas de diversas naciones viesen y examinasen aquella confesión, y les encargó y mandó encarecidamente, que lo que en ella hallasen recta y católicamente escrito, loasen y aprobasen, y, por el contrario, lo que hubiese herético, mal sonante y diferente de lo que la Iglesia católica romana siente y tiene, lo notasen y advirtiesen, y respondiesen a todo, probando los errores en que se fundaron, y se lo trajesen todo junto. Lo cual se hizo así, siendo de los principales hombres dotos que esto vieron Juan Cochleo, fray Alonso de Virués, monje de San Benito de España y profeso del insigne monasterio de San Juan, de Burgos, famoso predicador del Emperador, y obispo que fué de Canaria, y otros que, habiendo visto los artículos de la dicha confesión y respondido a ellos como de personas de tantas letras se esperaba, lo entregaron todo al Emperador, y él lo leyó y lo dió para que lo leyesen y examinasen todos los demás príncipes eletores del Imperio y Estados que allí estaban.

     Y visto por ellos, lo aprobaron, dándolo por católico y santo, conforme al Sagrado Evangelio. Y por esto el Emperador, habiendo tenido su acuerdo con los príncipes que allí estaban, mandó que públicamente se leyese, para quietar los ánimos de todos, que con gran escándalo andaban alterados y bulliciosos.



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- XIX -

[Escribe el Emperador a su embajador cerca del Papa.]

     Por ninguna vía podré mejor decir el espíritu cristiano, el celo del bien común, la sujeción y obediencia al Sumo Pontífice, el deseo de la paz con el rey de Francia, la extirpación de las herejías que el Emperador procuró, como poniendo sus cartas que, en cifra y sumo secreto, escribía a sus ministros, por las cuales se podrá bien ver el engaño de los que malamente le quisieron culpar. Que si su intención no fuera sana, es cierto que en sus despachos se viera, y no me parece que cumplo con lo que está a mi cargo, ni que satisfaré a todos, diciendo en relación lo que el Emperador escribía y quería que los suyos hiciesen, si no pongo aquí al pie de la letra sus más secretas cartas y instrucciones, que han de ser el alma de esta historia.

     Este año de 1530 hacía en Roma cerca de la persona del Pontífice oficio de embajador por el César micer May, del su Consejo. Estando el Emperador en Augusta, por el mes de agosto le escribió, respondiendo a las cartas de 30 y 31 de julio, 4, 5 y 10 de agosto, que de micer May había recebido, agradeciéndole el cuidado que tenía en saber y entender todo lo que en Roma se trataba, avisando de ello, y le dice: «En lo que toca al Concilio, responderemos luego con otro lo que nos parece que se debe hacer. Agora solamente decimos que la carta de Su Santidad nos ha parecido tan bien cuanto decís que a Su Beatitud pareció la nuestra, y habemos holgado mucho que Su Santidad esté también en lo del Concilio, que es como se espera de Su Beatitud. Y aunque hay algunas dificultades, Su Santidad prudentemente las verá, y todavía habiéndolo bien visto y entendido, nos parece que no se debe dejar de convocar por las causas que tenemos escritas, antes cada día es más necesario, porque esto de acá no tiene otro remedio; y así, conforme a esto, entretened esta materia hasta que respondamos a Su Santidad y os escribamos lo que se debe hacer, que será presto.

     »Lo de Florencia tenemos por cierto que estará acabado antes que recibáis estas cartas, porque a once del presente nos escribió don Fernando de Gonzaga que andaba la plática del concierto muy adelante y estaban casi concertados para concluirlo; y demás, con monsieur de Balansón, y después con Pelu, le habemos escrito que lo traiga a efeto y asiente todo a voluntad de Su Santidad, porque no habemos tenido ni tenemos otro fin y respeto en esta empresa, encargándole muy expresamente que por todas las vías y medios que ser pueda, trabaje y dé orden como el saco se excuse, para cuyo propósito habemos proveído por nuestra parte del dinero que nos ha sido posible, enviando a mandar al reino de Nápoles que se busque y envíe al campo con toda diligencia, sacándolo de ventas y de cualquier manera que se pueda haber. El dicho don Fernando os habrá escrito lo que será menester que Su Santidad provea para este efeto; entenderéis en ello conforme aquello. También enviamos la orden de lo que el ejército ha de hacer: Balansón y Pelu están allá para solicitar y procurar, y enderezar, lo que en todo se debe hacer; y no nos parece que se llame Juan Antonio Muxetula, por la necesidad que de él hay en Nápoles para la provisión del dinero, especialmente estando, como está, tan adelante, que creemos que ya está acabado o lo estará luego sin más dilación. Pero si a Su Santidad parece que será bien enviar a los muy reverendos cardenal Salviati, y con él algunos florentines, como decís que lo tenía determinado, remitímosnos cuanto a esto a su voluntad, para que mande lo que sea servido.

     »Para lo de Sena, habemos también escrito y proveído lo que nos parece que se debe hacer, y ciertamente holgaríamos mucho que se pudiesen asentar las cosas de aquella ciudad, sin dar ocasión a nueva guerra. A este efeto es lo que habemos proveído, y se ha de procurar lo que convenga.

     »Confiados estamos que lo que escribistes al marqués del Vasto para que viniese al ejército, fué pareciéndoos que aquello era lo que a nuestro servicio cumplía; pero siendo esto de la importancia y calidad que era, y estando en el ejército don Fernando de Gonzaga, al cual el príncipe había dejado en su lugar cuando partió a buscar los enemigos, y sin saber cómo estaba después de su fallecimiento. Y estando el marqués proveído, como sabéis, para que venga a Hungría, debríades mirarlo mucho y no hacerlo sin saber primero nuestra voluntad, por los inconvenientes que se podrían seguir, habiendo Nos proveído luego como supimos el fallecimiento del príncipe. Lo que por la última carta nuestra habéis visto; lo cual no se hizo, no porque no tenemos al marqués muy entera confianza y voluntad de honralle y favorecelle, sino por hallarse él absente del ejército y estar proveído para Hungría, donde es necesario que venga con brevedad, y por haber el príncipe dejado al dicho don Fernando en su lugar, y estar en el cargo, como dicho es.

     »En lo de la provisión del cargo de visorrey de Nápoles, se mirará que sea como a nuestro servicio y al bien de aquel reino cumpla.

     »Las causas interscritas que enviasteis vi, y téngoos en servicio la diligencia que se puso en haberlas y todos los avisos que nos escribís de Francia y de otras partes; debéis tener siempre muy grande inteligencia en saber todo lo que pudiéredes, por todas vías, y avisarnos de esto como lo hacéis.

     »En lo que toca al embajador florentín que está en Francia, bien creemos que ha usado de todas las diligencias y artes que hacían a su propósito, y también se puede creer que aunque le diesen algunas esperanzas, no serían tan largas como él lo juzga, pues no se ha visto algún efeto de obra. Debéis trabajar de saber si lo que decís se escribió del casamiento del de vaivoda con hermana de don Enrique de Labrit, si se trata y pasa adelante, y estado en que está, y avisadnos de lo que supiéredes.

     »Todo lo que pasastes con Su Santidad cerca de la ida del conde de Pontremol a Florencia, y las causas que le distes para no deberse hacer, nos han parecido bien porque, como antes habemos dicho, no pudiera aprovechar a alguna cosa y trujera inconvenientes.

     »En lo del casamiento que decís que Su Santidad os dijo que le había ofrecido para su sobrina del hijo segundo del rey de Francia, nos parece bien lo que respondistes, y confiamos tanto de la prudencia y bondad de Su Beatitud, que conocerá el apariencia de verdad que esto tiene, y se habrá en ello como conviene. Cuanto a lo que dijo Su Beatitud cerca del Concilio, que Nos estamos de voluntad que se convocase y tuviese en Alemaña, Su Santidad sabe bien lo que cerca de esto le escribimos, y la humildad y voluntad con que le habemos dicho nuestro parecer, por donde podrá conocer las invenciones que hace, fué bien satisfecho de vos, y así lo debe ser en todas las cosas, según la materia y calidad de cada una.

     »Otra buena invención es procurar que en el Concilio se ha de tratar también de las cosas temporales y de la restitución de lo que cada uno tiene de otro. Satisfaced a esto, dando a entender, donde sea menester, nuestra intención no ser otra sino dar asiento y orden en estas cosas de la fe, como cumpla a servicio de Nuestro Señor y al bien de la Cristiandad, y la necesidad que se ofrece.

     »Fué muy bien lo que por monsieur Andrea de Burgo hicistes decir a Su Beatitud, para asegurarlo de la sospecha que tenía, que el Concilio se había de convocar para Alemaña, y por cierto hasta ahora no habemos tenido tal pensamiento, y asimismo lo que se le dijo cerca de la comunicación de Tarba, más continua que hasta aquí; confiados estamos de la voluntad que Su Beatitud dice que tiene, y que nos ha de ser verdadero padre, pues Nos le tenemos y habemos de tener y servir como a tal, y vos, siempre que convenga, le habéis de certificar y asegurar de esto de nuestra parte, y persuadirle y conservarle en nuestra unión y amistad, y estad muy sobre aviso en lo que toca a Tarba, de mirar y entender lo que pasare y las inteligencias que tuviere, para advertir a Su Santidad de lo que convenga, y satisfacerle, según fuere necesario; lo cual habéis de hacer con toda disimulación y buena manera, sin mostrar que se tiene desconfianza del rey de Francia, ni darle ocasión para que se pueda quejar que por nuestra parte se va contra la paz en cosa alguna, pues no queremos sino guardarla enteramente. En lo de la ida del obispo de Faenza al rey de Francia, pues Su Santidad le tiene por persona de quien se puede confiar que hará buen oficio, no hay que decir sino que nos aviséis de lo que hubiere hecho.

     »De Suiza esperamos, el serenísimo rey nuestro hermano y yo, tener nuevas ciertas de lo que allá se hace. Nos mandaremos avisar de lo que conviniere que sepáis, y vos tened siempre cuidado de entenderlo de todas partes y hacérnoslo saber.

     »Holgamos mucho del contentamiento que de nuestros ministros se tiene en Italia; hacéis muy bien en tener ínteligencia con ellos y en avisarnos de lo que conviene; continuadlo así. De ninguna parte tenemos aviso hasta ahora, que haya ni se apareje novedad ni bullicio de guerra, especialmente de Francia, antes después de la restitución de sus hijos y de la consumación del matrimonio con la serenísima reina nuestra hermana, hay mayor demostración de guardar la paz y hermandad que tenemos, según lo que nuestro embajador nos escribe de allá, el cual también nos dice que os ha avisado de la consumación del matrimonio y de lo que más es necesario de lo de allá.

     »Vos lo decís y pensáis muy bien en considerar las cautelas y artes que se pueden sospechar que toman los que nos tienen mala voluntad, para dañarnos en lo que pudieren, por lo cual es muy necesario estar muy sobre aviso para entender y proveer lo que conviniere, a fin de estorbar y impedir la ejecución de sus malas intenciones y tramas, y así vos lo estad continuamente, como lo confío, que ahí no se puede dejar de saberlo de todas partes.

     »Holgado habemos de saber la voluntad de Su Santidad en lo que toca a la venida de la ilustre duquesa, mi hija, esposa del ilustre duque Alejandro, porque, conforme aquélla se haga, Nos lo habemos escrito a la serenísima princesa madama Margarita, nuestra tía, para que para el tiempo que Su Beatitud dice se enderece lo que conviniere. Pero porque ella estará con cuidado hasta saberlo de parte de Su Santidad, debéis sacar un breve, en que le escriba que ha por bien que la venida se difiera hasta abril, como nos lo escribistes.

     »En lo que toca a los casamientos del duque de Milán y el de la hija del marqués de Monferrato, Nos lo tenemos muy adelante para otra persona. En el de la sobrina de Su Santidad no hay que decir agora, sino escribir sobre ello, y le responderemos lo que nos parecerá. Si a vos os hablare en ello, para que nos lo escribáis, avisarnos heis de lo nue os dijere, y entre tanto no mostréis habérnoslo escrito, ni que lo sabemos.

     »En lo de la causa matrimonial de la serenísima reina, nuestra tía, ya habéis visto el criado de la reina, que allá es ido, con quien os escribimos; de él entenderéis lo que pasa y lo que es menester; conforme aquello, entended en lo que conviniere con toda la diligencia y calor necesario.

     »Verdad es lo que decís, que el embajador de Ingalaterra, que estaba en Francia, procuró de dilatar la consumación del matrimonio de la serenísima reina nuestra hermana, y que visto que no aprovechó su diligencia, se partió y volvió a su rey, mostrando descontentamiento. El de Francia muestra muy gran contento y ha cumplido todo lo que conforme a los tratos era obligado, exceto una quitanza que ha de otorgar, que no lo ha hecho por un yerro que hubo en la minuta: pero ha ofrecido que lo otorgará.

     »Cuanto a lo que decís de lo que escriben de Francia, que el rey proporná en el Parlamento de París si era obligado a cumplir los capítulos de Cambray para usar de ellos a su provecho, y lo que dice también, que se han de reformar aquellos, tenémosos a servicio el aviso que nos dais; procurad de entender siempre de esto y de todo lo demás lo que pudiéredes, y avisadnos cómo lo hacéis.

     »En lo de los forajidos de Nápoles, que están en Francia, Nos tenemos prevenida a la Cristianísima reina, nuestra hermana, de lo que conviene cerca de esto.

     »Fué bien avisar al embajador que tenemos en Génova los dineros que tuvistes nueva que se traían de Francia para Florencia, aunque no se tiene por cierto que los hubiese enviado, ni los recibiese, según lo que se ha visto. Y asimismo lo que escribistes al duque de Ferrara sobre lo del criado del embajador de Florencia, que partiéndose él dejaba allí.

     »En lo del Turco, pues decís que el poder que os enviamos es bastante, trabajaréis lo que se pudiere hacer, conforme a lo que os habemos escrito y tenéis entendido que es menester.

     »Cuanto a lo de los ochenta mil ducados, hicistes bien de avisar a Su Santidad de lo que Tarba dice cerca de lo que tocare a su rey en esto y en lo de los veinte y cinco mil ducados que han de pagar venecianos al serenísimo rey, nuestro hermano, escribirá a monsieur Andrea de Burgo lo que se debe hacer conforme aquello, y a lo que a él pareciere, ayudad y procurad todo lo que pudiéredes, y ansimesmo en lo que se ha de proveer sobre la venida de Andrea Gritti, que el Turco envía en favor del váivoda.

     »Del armada de Barbarroja se sabe que después que anduvo por la costa de Francia y Génova estuvo algunos días en Cerdeña, donde hizo algún daño, y se retiró a Argel, y créese que ha varado las galeras y fustas enteras. Andrea Doria, después del daño que les hizo al principio de su viaje, se fué a Málaga, donde se puso en orden de gente, bastimentos y las otras cosas necesarias, y salió de allí mediado julio con veinte y nueve galeras, que él llevó, y otras cinco, y dos galeotas y dos naos, todas muy bien aderezadas y con mucha artillería y alguna gente de respeto para fortalecer las galeras o echarla en tierra; espérase que habrá hecho o hará antes que se acabe el verano algún buen efeto.

     »En lo de Isabela Coloma ya respondimos ha llegado, como os lo escribimos, y no tenemos más que decir, sino que esperamos la declaración que Su Santidad hará en lo del matrimonio, para ver después lo que en lo demás se ha de hacer, conforme a justicia.

     »Hase visto lo que escribís que pasastes con Ascanio Colona; parécenos muy bien la satisfacción que hicistes a sus quejas, que cierto no son justas, porque Nos le tenemos por muy buen servidor, y la voluntad que él merece y es razón para hacerle favor y merced.

     »Trabajad y procurad todo lo que conviniere a la buena expedición y efeto del abadía de Romaricomote, entendiendo en ello con toda diligencia y cuidado, como en cosa que conviene a nuestro servicio que Nos mandaremos hablar acá al embajador de Francia sobre ello, y escribir al nuestro, que está allá, para que hable al rey, y no se ha de dejar de hacer alguna cosa de las que convengan para el buen fin del negocio.

     »Su Santidad nos escribió cerca del fallecimiento del infante, nuestro hijo; besarle heis las manos de nuestra parte por ello, que por cierto tenemos que le habrá pesado; mas pues Nuestro Señor fué servido de ello, conviene pasarlo con buen ánimo, y darle gracias por todo lo que hace.

     »Bien hicistes en avisarnos de la sospecha que tenéis que Su Beatitud nos demandará prestado alguna cantidad de dineros para lo de Florencia, y asimismo al duque de Milán, de los que nos es obligado a pagar, para que le socorra con más voluntad y contentamiento; porque sepáis cómo os habéis de haber en ello si la cosa pasare adelante, conviene que por todos los medios que fueren buenos, desviéis, como de vuestro, que no nos lo demande en alguna manera, porque nuestras necesidades, y los gastos, son tan grandes, que no tenemos posibilidad para poder prestar cosa alguna, ni aun sabemos cómo ni de dónde podamos cumplir lo que no podemos excusar, y por alguna causa y necesidad que sea no entendemos habemos de tocar en el dinero del rescate de los hijos del rey de Francia, porque por muchas causas conviene conservarlo. Y lo que nos ha de pagar el duque de Milán, tenemos consignado y librado desde antes que partiésemos de Bolonia, a personas que nos socorrieron con parte de ello, y para otras deudas y gastos, de manera que no tenemos algún aparejo para poder prestar ni ayudar con algo, y por esto es menester que desviéis que no se nos demande.

     »El dotor Ortiz, a quien escribimos que fuese a esa corte para lo de la causa de la reina de Ingalaterra, irá brevemente, que ya tenemos respuesta de Castilla de ello, y ahora tornaremos a escribir que se dé priesa. Y también hemos escrito que os envíe los traslados de las capitulaciones y escrituras que allá se hallaren, y de acá se os envían las que se han hallado, aunque son de poca importancia. La dispensación no se ha enviado porque no es cosa de confiar por el peligro de perderse, y si fuere menester se podrá sacar con autoridad de legado y enviárosla.

     »Entended en procurar que se sobresea todo lo que toca a la coadjutoria del maestrazgo de Montesa, hasta que Nos mandemos otra cosa, porque habemos escrito sobre ello a Juan de Lanuza, y esperamos que el negocio verná a buen fin.

     »Llevad adelante lo de los calumniosos litigadores, de manera que se ejecute lo que en esto se acordó, y sin más dilación.

     »Pues ya Su Santidad os ha dicho que dará la confirmación de la bula de los patronazgos con Sicilia y Cerdeña, trabajad de despacharla luego, antes que se ofrezca algún estorbo, y también todas las otras cosas, entendiendo en ello con diligencia, y tened especial cuidado de lo de las canonjías doctorales y magistrales, y que no se derogue contra aquello lo de don Carlos de Arellano de la iglesia de Salamanca.

     »Habemos visto lo que nos escribís que allá ha pasado cerca de la ida del conde de Pontamolo a Florencia, y como quiera que por la confianza que tenemos del Cristianísimo rey nuestro hermano, y por tocar tanto aquella empresa a Su Santidad, somos ciertos que hiciera todo buen oficio: vos hicistes todo lo que debíades, en no consentir que fuese sin hacérnoslo primero saber; agora no hay que decir en esto, pues gracias a Dios se ha acabado.

     »Lo que decís que hacéis en lo del capelo del auditor de la cámara es muy bien; Nos escribiremos sobre ello a Su Santidad, como os parece. Vos haced en este particular, y en lo que generalmente toca a estos capelos, de nuestra parte, la instancia que conviniere, para que no se den sino a personas en quien haya la calidad que se requiere.

     »Brevemente tomaremos resolución en la provisión de lo que está vaco por la Iglesia, y ternemos memoria de esos reverendísimos cardenales, especialmente de aquellos que nos lo merecen, y os mandamos escribir lo que con ellos se podrá hacer.

     »Desplacido nos ha de lo que la infantería ha hecho en Nápoles, que después de lo que nos escribistes procedieron en sus invenciones y desórdenes y saquearon a Aversa, como habréis allá sabido. Habemos escrito y proveído lo que para el remedio de ello parece que de acá se puede hacer.

     »Lo que escribistes a don Fernando de Gonzaga, para que procure saber de los que fueron presos en el reencuentro donde murió el príncipe, el fin que tenía, y por qué eran enviados y pagados, está muy bien. Avisarnos heis de lo que os escribiere y se supiere cerca de esto.

     »En lo de las vistas que dice Tarba, con el rey de Francia, hasta ahora no nos ha hablado en esta materia por su parte. El gentilhombre que decís que allá se había escrito que venía, es ya llegado. Muestra siempre querer guardar la paz: de lo que sucediere os mandaremos dar aviso.

     »Habemos holgado, por lo que deseamos la satisfacción de Su Santidad, que lo de Brachiano esté tan adelante, y no nos parece que estando tomada la bula, y la fortaleza tan apretada, sería justo que se pusiese en mano de las personas que decís, por las consideraciones que escribís. La diligencia que hicistes para estorbarlo fué muy buena. Y así, haréis lo que más conviniere, y todo lo que fuere menester, para que esto tenga efeto a voluntad de Su Beatitud.

     »Estando respondido y escrito todo lo de arriba, habemos recebido cartas de don Fernando de Gonzaga, con la copia de los capítulos de lo que se ha asentado con los de Florencia. Dice que se ha fecho todo a voluntad y intervención de los comisarios de Su Santidad, y siendo así, pues no habemos tenido otro fin ni respeto en esta empresa, no hay que decir sino que holgamos mucho de ello.

     »Ya habemos dicho arriba cuánto conviene que Su Santidad provea con brevedad del dinero que es menester para pagar a la gente lo que se le debe, y parece levantarla de sobre aquella ciudad, y sacarla de su tierra, y pues se pueden considerar los inconvenientes y daños que de no hacerse así se seguirían, y especialmente que no se podrá excusar el saco, ni nadie sería poderoso para ello, Su Santidad lo debe proveer, y sin dilación, que Nos no podemos hacer más de lo que tenemos proveído, que es que por la paga de este mes se provean y trayan cuarenta mil de Nápoles, y otros cuarenta mil más, y si fueren menester, otros quince mil. Lo cual no se hará sin mucha dificultad, según las necesidades que hay. Don Fernando de Gonzaga habrá escrito a Su Santidad, lo que es menester, y a vos también; solicitadlo, y trabajad que en todo caso se provea luego por el peligro que la falta o dilación está claro que traería.

     »Con el correo pasado os escribimos, como habéis visto, que el término del compromiso de lo de Módena se acababa presto, y que no se podía determinar dentro en él, así por la brevedad como porque las partes querrían reconocer las escrituras que dicen que tienen, y probar de su derecho, lo cual no se podrá hacer en el término señalado. Habíamos enviado a Gutierre López de Padilla, gentilhombre de nuestra casa, al duque de Ferrara, a rogarle y persuadirle que por su parte consintiese en que se prorrogase por algunos días más; hanos, excusándose, respondido que no lo quiere hacer, alegando para ello algunas causas. Tornamos ahora a escribirle encarecidamente que por nuestro respeto venga en ellos, y enviamos a mandar a Gutierre López esté quedo allá, porque llevó mandado que no volviese sin resolución del duque de lo que se le pedía; que le persuada a ello por todas las maneras que pudiere. Pero porque no somos ciertos que lo haya de hacer, y el término, como sabéis, se cumple a 20 de setiembre, y no se puede determinar en él por las causas dichas, comunicadlo con Su Beatitud para que si le pareciere se piense en algún medio, y se procure y trate, y siendo servido de ello, encaminadlo con los que ahí están del duque, o por la manera que mejor hubiere lugar, dándonos luego aviso de lo que halláredes en Su Santidad, y hubiéredes fecho y os parece que se debe hacer, para que conforme aquello se procure, habiendo primeramente hablado a Su Santidad. Lo que dicho es por lo mucho que ahora Su Beatitud ha de proveer para levantar el ejército de Florencia, nos parece que no sería fuera de propósito acordar a Su Beatitud, que del duque se podría sacar alguna buena cantidad de dinero para poder cumplir; decírselo heis como de vos, por la manera que mejor os pareciere, y avisadme de lo que en lo uno y en lo otro pasáredes, y de su voluntad cerca de ello. Y advertid bien que tratéis esta materia por palabras, y de manera que Su Santidad no conciba alguna sospecha de nos, pues ciertamente no deseamos otra cosa tan principalmente como la conclusión a contentamiento de Su Santidad.

     »La carta que me escrebistes sobre la causa de Llerena y Salamanca, he visto; y porque aquélla se ha tratado y trata en el nuestro Consejo, y acá no hay información del estado en que está, ni de lo que se debe hacer, he mandado enviar allá vuestra letra para que la vean en el Consejo, y provean lo que conviene, y os escriban lo que en el negocio se debe procurar y hacer. Entenderéis en él conforme a lo que os escribieren, y entre tanto entretenedlo de manera que no se despache cosa que sea contra lo que está hecho y proveído, por las causas de la Emperatriz y los del Consejo; porque así cumple a nuestro servicio.

     »En el breve que sacastes en favor de la iglesia y arzobispo de Santiago sobre la ejecución de la de Salamanca, parece en Castilla (donde lo mandé enviar) que es necesario añadir la cláusula que veréis en el margen de la copia de ella, que con ésta os mando enviar. Entended luego en despácharla, acrecentando la dicha cláusula, como va puesta en la dicha copia, y enviármela heis en estando despachada.

     »En lo que me decís que pasastes con el cardenal Santicuatro, sobre lo de Carlos de Torrellas, acá parece que el pedimiento ha de ser fecho solamente en su nombre, diciendo que él está preso ha más de un año y medio, por causa que fué culpado en cierta muerte, y no espera salir de la prisión en que está hasta que haya dicho y depuesto cerca de ello lo que sabe. Lo cual, por razón de un juramento solemne que hizo de no descubrir los que fueron en el delito, hasta ahora ha rehusado de decir, sufriendo la prisión grave en que está desde el dicho tiempo acá, por no venir contra el juramento que así tiene hecho, en peligro de su conciencia y ánima, suplica a Su Santidad le plega, condoliéndose, de relajarle el dicho juramento cuanto al fuero de consciencia, para que, sin peligro de su ánima, pueda decir la verdad sin venir contra el juramento, y que Su Beatitud se apiade de él para concederle esto, porque no muera atormentado en la cárcel, pues en verdad no mató a quien le inculpan. Y de la persona del arzobispo, para hacerla culpada ni pedir que se proceda contra él, no se ha de hacer memoria, porque no conviene. Y a lo que Santicuatro dice, que el juez lo puede hacer sacándoselo a tormentos, se dicen dos cosas. La una, que, como vos sabéis, por esta causa, según de los fueros de Aragón, se tiene que este no debe ser atormentado; la otra, que ya que lo pudiese ser, o de hecho se le diese el tal tormento, por ser delito tan grave, que el juez en cuyo poder está no lo puede hacer, porque es inquisidor, y éste no es caso de Inquisición. Y su prisión fué hecha por esta manera, y púdose justamente hacer por la causa que vos sabéis. Decir que es causa de sangre, y que, por esta razón se le niega el breve, no se tiene por bastante, pues se pide in foro conscientiae y para poder decir verdad solamente, y no se sabe lo que se depondrá, ni si aquellos contra quien depusiere podrán ser habidos, ni si por su disposición ha de haber sangre. Y ya que todo esto cesase para evitar el peligro de conceder el breve, asaz tiene cumplido el derecho de remedio. Y hase de notar, que según la calidad de aquel reino, es muy mayor inconveniente que por falta de dejar de decir Carlos Torrellas la verdad no se sepa quiénes fueron los culpados en ello, que no que se le conceda el breve solamente, relajándole el juramento in foro conscientiae, para decir verdad. Y si por tormentos la ha de decir, considere el cardenal Santicuatro, que también por su deposición, aunque fuese fecha con tormento, podría haber ejecución de sangre, y que es menos inconveniente que la diga sin peligro de su conciencia, relajándole el juramento, que no atormentándole, ofendiendo a Dios y a ella, viniendo contra el juramento, pues en falta de esto, lo otro no puede dejar de hacerse, aunque sea con inconveniente de los fueros, como es dicho.

     »También se dice que, así los sacros cánones generalmente, como la Silla Apostólica diversas veces, no sólo relajan el juramento a los testigos para decir verdad, pero compélenlos por censuras eclesiásticas para ello. Y apúntase que en las cosas de las Comunidades pasadas contra clérigos, se dió poder de esta Santa Silla, para que pudiese ser procedido contra el obispo de Zamora y otros clérigos en dignidad constituídos, y tomádoles sus dichos y permitido que fuesen puestos a quistión de tormento. De lo cual, porque acá no están los breves que se concedieron, no se os escribe lo que en ellos se concedió, más de que se cree que fué esto, y háceseos memoria de ello, para que vos, informado de cierto de lo que se concedió, si viéredes aprovecharos, podáis ayudar de ello.

     »Los del nuestro Consejo de las Ordenes me han escrito de Castilla una carta, cuya copia aquí os mando enviar; será servido, que luego entendáis en sacar el breve que para aquello es menester, y pongáis en ello toda diligencia, y me la enviéis lo más breve que ser pueda. De Augusta a 4 de setiembre de 1530 años.»

     «Estando escrito hasta aquí llegaron vuestras cartas de 15 y 22 de agosto que escribistes al comendador mayor, mi secretario, el cual me hizo relación de ellas. Y cuanto a los negocios de Nápoles, en que entienden los comisarios, ya tenemos respondido y proveído lo que acá parece que conviene. Y sobre lo que toca a los infantes amotinados que han saqueado a Aversa, escribimos y proveemos lo que de acá se puede hacer.

     »Desplacido nos ha de la indisposición que ha tenido el reverendísimo cardenal Santicuatro, y habemos holgado de la mejoría; visitadle de nuestra parte, y estando para que pueda entender en negocios y siendo venido el cardenal Ancona, dad priesa en todos esos negocios que se han de despachar.

     »Lo de las iglesias de Huesca y Segorbe que decís que está ya propuesto, se despache. Y la pensión de los dos mil ducados sobre Tarazona, pues el obispo ha enviado su poder y consentimiento para ello, se despache conforme a lo que os escribo sobre ello por una carta particular que irá con este despacho. Y debéis advertir, que los proveídos de las iglesias han de gozar de ellas desde la data, y desde entonces será justo que el arzobispo goce de la pensión.

     »En lo de Florencia parece acá a lo mesmo que allá, que se pudieran mejorar las condiciones, pero como yo no he tenido en esto otro fin sino que se hiciese a voluntad de Su Santidad, me satisfago de ello.

     »En lo de Sena tenemos proveído lo que ha parecido que conviene, como habemos dicho, para que sin dar ocasión a mucha guerra, se procure dar asiento y orden en las cosas de aquella ciudad.

     »Habemos visto lo que escribistes al comendador mayor, nuestro secretario, de las palabras que Ordas dijo, cuando se le notificó nuestra cédula, y lo que hablastes a Su Santidad, y os respondió sobre ello; todo nos ha parecido muy mal, y mejor pareciera si fuera luego castigado de ellas como lo merecía, que no iros vos a lamentar al Papa del desacato que nuestro natural vasallo nos haga. No habléis más sobre ello a Su Santidad ni a otra persona alguna. Pero porque nuestra voluntad es que por el bien y pacificación de nuestros súditos, y descanso y reposo de ellos, los que os fueron dados por memorial todavía vayan a residir a sus beneficios, porque tanto daño y vejación como hacen cese, vos haced que sean requeridos por virtud de estas cédulas que nuevamente se os envían, aquellos que os fueron dados por memorial, sin tener respeto a alguno de ellos, ni a otra persona ni a particular interese, hinchendo y nombrando a cada uno en su cédula. Y en la manera de la notificación ternéis la orden que mejor pareciere, notificándola a las personas y a los tiempos que conviene, guardando en ello vuestra autoridad, pues representáis nuestra persona.

     »La negociación de lo de la fe está muy a punto de romperse, que después de haber muchos días entendido estos príncipes, que están bien en trabajar, que los otros viniesen en lo que fuese justo y bueno, no han querido acetar cosa de lo que se les ofrecía, y me han respondido en su pertinacia y error, de que estoy con cuidado. Platícase en lo que se debe hacer, y parece que, para más justificar la causa, que yo mismo les debo hablar y persuadir sobre ello, así juntos, como cada uno de por sí, lo cual porné luego en obra, y según lo que de ello sucediere, así se tomará la determinación, aunque para en caso de fuerza, que era lo que más fruto hiciera, no hay el aparejo que era menester. Daréis cuenta de ello de mi parte a Su Santidad, y decidle que luego le haré saber particularmente lo que en todo se hiciere, y esto y lo demás, comunicadlo con el cardenal de Osma.»



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- XX -

Lo que procuró el César que se celebrase Concilio. -Pide el Emperador Concilio, por el bien de Alemaña. -Cuánto deseaba el Emperador el Concilio. -Notable cristiandad del César.

     A 30 de octubre, estando el Emperador en Augusta, envió a Roma a don Pedro de la Cueva, su mayordorno y del Consejo, con una Instrución, en que le decía que como había visto, tenía escrito a Su Santidad, dándole razón de lo que había pasado y pasaba en lo de la fe, y cómo después de haber trabajado tanto tiempo en la negociación para traerlos por medio suave a que se desistiesen y apartasen de sus errores, habían faltado todas las esperanzas que de ello había, y se había rompido, y el duque de Saxa, y los otros luteranos, se habían ido a sus casas, y no quedaba otro remedio alguno sino el del Concilio; y que suplicase a Su Santidad, considerando lo que esto importaba al servicio de Dios, y conservación y acrecentamiento de la fe, y al bien de la Cristiandad, hubiese por bien de concederlo y proveer lo que convenía, para que se juntase con la brevedad posible. Que llegado en Roma juntamente con micer May su embajador, después de haber hablado y comunicado al cardenal de Osma, su confesor, y a micer Andrea del Burgo, embajador del rey de Hungría, con su parecer, besase de su parte el pie al Papa, y le diese su carta, y en virtud de ella la dijese cuánto se había trabajado en esta negociación, y los medios que se ofrecían, y todo lo demás que había pasado, conforme a una relación que llevaba escrita, que podía mostrar a Su Santidad, y que todo no ha bastado para reducirlos, antes estaban tan duros y pertinaces en su obstinación, que no quedaba ya otro algún remedio sino convocar el Concilio; el cual, no sólo pedían ellos, mas también los príncipes y grandes, y todos los otros que habían vivido y vivían católicamente. Que está cierto que Su Santidad, con celo que tenía y debía tener a la conservación y acrecentamiento de la fe, y al bien de la Cristiandad, no pornía dificultad en concederlo, aunque pareciese que obstaban a ello las razones que Su Beatitud había escrito, que se habían referido por los cardenales; porque de no hacerse, o dilatarse, demás de permanecer toda aquella Germania en sus errores con que se apartarían totalmente de la unión de la Iglesia romana, estaba claro que se extendiera por las otras partes de la Cristiandad, como ya parecía que se comenzaba; lo cual después no se podría remediar.

     Que por todas estas causas suplicaba a Su Santidad con la instancia que podía, se determinase luego en conceder el Concilio; pues en esto consistía todo cuanto bien se podía pensar. Que para mejor efetuarlo, escribía a los príncipes cristianos haciéndolo saber, y particularmente al rey de Francia, persuadiéndole a que esté bien en lo del Concilio, y en lo demás que se hubiere de hacer y proveer. Que muy en particular y encarecidamente, dijese al Papa lo que le deseaba servir, y en todas ocasiones mostrase la buena voluntad que le tenía, y cuánto a ambos convenía el buen efeto, del Concilio, y los grandes inconvenientes que se les podrían seguir de no hacerse. Y le asegurase que le había de servir y seguir. Y finalmente, le ordena que diga al Pontífice todas las buenas palabras y demostraciones de amor que le pareciese, y lo que se había holgado con la venida del ilustre duque Alejandro (a quien llama hijo), y la buena voluntad que le tenía, y lo que con su vista había holgado, y cuán contento estaba de su persona. Que tenía mandado a micer May, su embajador, que juntamente con micer Andrea del Burgo entendiese luego en procurar con Su Santidad los despachos para lo que tocaba a la eleción del rey de romanos, que se había comenzado a tratar. Pero que fuese ésto de manera que el Pontífice entendiese que lo principal a que don Pedro iba, era a lo del Concilio, y no otra cosa, si bien lo que tocaba a la eleción convenía que se despachase con toda la brevedad. Que asimesmo hablase y diese una carta suya al colegio de los cardenales sobre lo del Concilio, para que se juntase con la brevedad que tanto convenía; porque cualquier dilación, por pequeña que fuese, sería muy dañosa. Que el lugar donde se hubiese de hacer, el César lo remitía a Su Beatitud, para que él lo escoja el que más conveniente fuere. Pero que convenía que fuese lugar cercano a Alemaña, y serían buenos, Mantua, que Su Santidad había señalado, o Milán, porque los alemanes decían que no pasarían a otro lugar más lejos, y en esto aún venían con dificultad por ser fuera de Alemaña.

     Que dijese a Su Santidad, que después de haberse rompido con los príncipes luteranos, y se partieron de allí, había entendido con los católicos en ver lo que se podía hacer y proveer contra ellos, y que a causa de estar ya allá tan adelante el invierno, y no estar apercebido, ni proveído lo que sería menester para proceder con rigor, por entonces no se podía usar de él; que para adelante, y entretanto, debía Su Santidad pensar lo que se debía hacer, y comenzar desde luego a proveer lo que para ello era menester, que él, aunque, como al Pontífice escribía, tenía necesidad de volver en España, así para el bien de aquellos reinos, como por los negocios particulares, estaba determinado a posponer todo lo que le tocaba y de emplearse, con medio y intención de Su Santidad, en todo lo que conveniese al remedio de esto, que tanto tocaba a la honra y servicio de Nuestro Señor y al bien de la Cristiandad. Que asegurase a Su Santidad, conforme a su carta, que en esto y en todo le había de ser siempre muy verdadero y obediente hijo, y que le había de seguir y servir, y mirar por su honra como por la propria suya, y que creyese que no le había de faltar en alguna manera.

     Que si se pusiesen algunos inconvenientes más de los que se habían apuntado, safisfaciese al Pontífice con las razones que se habían dicho y para ello había, especialmente con que otro remedio no tenía la Cristiandad sino este del Concilio. Que no era razón que en tiempo de Su Santidad y suyo, se acabase de perder, ni los dos dejasen de hacer lo que eran obligados. Que después de haber concluido lo del Concilio, que era lo principal en que don Pedro había de entender, venido a lo que se debía proveer para castigo y remedio del mal presente, entretanto que el Concilio proveía lo que era menester, parecía ser a propósito que se efectuase lo que otras veces se había platicado de vender bienes de iglesias en Italia y Alemaña, o echar una cuarta en las rentas eclesiásticas, pues era para convertirlo y distribuirlo en defensión y acrecentamiento y sostenimiento tan necesario de la fe. Aunque de lo de Alemaña, según la manera en que estaba, se podría sacar poco.

     Encargaba el César otras cosas en esta instrución a don Pedro de la Cueva, enderezadas todas a la reformación de la fe y celebración del Concilio, que muestra grandemente desear para limpiar aquellas tierras de las herejías que en ellas había. En este celo, en la humildad y acatamiento con que escribe al Pontífice y manda a don Pedro le hable y trate con él estos negocios, se muestra claramente el pecho católico que el César tenía, y cuánto erraron los que en esta propria materia sintieron y hablaron mal de él.



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- XXI -

Manda el Emperador a los protestantes que se conformen con los católicos. -Receso de la Dieta augustana. -Parte el Emperador para Colonia a fin de este año 1530.



     Vistas las impertinencias y demasías de los protestantes, enfadado de ellas el Emperador, les mandó dar ciertos capítulos de lo que habían de guardar, so pena de su indignación, con aditamento de que para mediado el mes de abril del año siguiente, trajesen la resolución (escrita y firmada de mano de Lutero, y de las otras cabezas de esta conjuración) de lo que determinaban hacer cerca del conformarse en las opiniones con lo que la Iglesia católica tiene recibido, con tanto que, mientras no trajesen esto, ninguno fuese osado a imprimir ni vender algún libro de dotrina nueva, ni tampoco pudiesen compeler a nadie a sentir con ellos en la religión, y señaladamente, que no sustentasen las dos opiniones, notoriamente falsas, de los anabautistas ni de los sacramentarios.

     Partiéronse con esto de la Dieta los protestantes, mal contentos, hablando con libertad. Partidos ellos con tanta dureza como siempre, se pronunció contra Lutero, y contra todos sus secuaces, un decreto que se llamaba el receso de la Dieta Augustana, por el cual se mandó generalmente (sin exceptar persona) que todos los fieles cristianos permaneciesen en los ritos y ceremonias antiguas, conforme a lo que los pasados sintieron y ordenaron, sin profesar ni recebir alguna de las opiniones nuevas de Lutero, ni de algún hereje de los condenados por el juicio de la Iglesia, so las penas contenidas en otro edicto de Wormes. Con lo cual se concluyó la Dieta en 19 de noviembre del dicho año de 1530.

     El Emperador, con esto, se partió a Colonia, quedando el negocio de la religión poco menos estragado que antes estaba, y Lutero mucho más endurecido que nunca. Porque en tanto que la Dieta se hacía, y después que se acabó, nunca hizo sino escribir mil blasfemias, envueltas en otras tantas calumnias, mentiras y desvergüenzas contra el Emperador y contra todas las potestades del mundo.

     Firmaron este receso de la Dieta, el Emperador, el rey don Fernando su hermano, treinta príncipes eclesiásticos y seglares, veinte y dos abades, treinta y dos condes y treinta y nueve ciudades francas, y con todo eso, osó afirmar Lutero, con su acostumbrada desvergüenza, en un librillo que compuso luego, que nunca en Augusta se había publicado contra él tal decreto.

     Puso en aquel libro muchas mentiras, soberbias, blasfemias, y tantas amenazas como lo mostró muy bien Juan Cocleo en un libro que compuso en contra. Lo mismo hizo un hidalgo lego, natural de la ciudad de Dresda, mostrando a la vuelta, palpablemente, cómo Martín Lutero había sido el movedor de todas las alteraciones y tumultos que en aquellos años se habían visto en Alemaña y en todas las otras provincias comarcanas.



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- XXII -

Colonia. -Altéranse los herejes: hacen juntas. -Muerte de madama Margarita, princesa de España. -Entra el Emperador en Gante. -Aprestos de armas en España contra el Turco.

     Partido el Emperador para Colonia, en compañía del rey don Fernando su hermano, mandó juntar a los príncipes eletores para principio de enero del año adelante, en Colonia, para elegir y nombrar rey de romanos. Y porque en las Cortes de Augusta fué donde los protestantes declararon las cabezas de la nueva religión, se llamó su dañada seta la confesión augustana, y religión de los protestantes.

     Luego comenzaron los alemanes a juntarse y hacer conventículos diabólicos, que así se llaman los que son sin autoridad de la Iglesia Romana, ligas y confederaciones, metiendo en ellas a sus vecinos. Y juntándose otra vez en el mes de deciembre de este año en Smalcaldia, se concertaron y juramentaron de defenderse unos a otros. Recibieron a otros que se juntaron con ellos, y nombraron personas para que fuesen a todas las ciudades, reyes y príncipes, pidiéndoles su ayuda, y que se ligasen con ellos. Aquí comenzó la liga o conjuración de Smalcaldia.

     Ultimo de noviembre, a la hora de media noche, murió en Malinas madama Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano y tía de Carlos V, y princesa de España, por haber casado con el príncipe don Juan, hijo único varón de los Reyes Católicos. Murió de edad de cincuenta y dos años, habiendo cerca de veinte y tres que gobernaba a Flandes. Mandóse traer a España, y que la enterrasen cerca de su hermano el rey Felipe, y que el corazón quedase en Bruselas de Flandes, con su madre, y que en Malinas, que era el lugar de su nacimiento, sepultasen las entrañas.

     Acudieron el Emperador y el rey don Fernando, su hermano, al entierro de la tía, haciéndole solemnísimas honras. Las cuales hechas, puso el Emperador a su hermana doña María reina de Hungría, viuda del desdichado rey Luis, mujer de grandísimo valor, como en esta historia se dirá, para que gobernase los Estados de Flandes.

     La reina María vino luego a verse con sus hermanos en la ciudad de Augusta, desde Augustina, donde ella estaba.

     De Augusta fueron para Gante, donde había necesidad de la persona del Emperador, a quien deseaban unos, por ver a su príncipe, nacido y criado en aquella tierra, otros por ver aquella provincia con la justicia necesaria, que con las ausencias de los dueños es ordinario faltar. Recibiéronle con el mayor aplauso y muestras de buena voluntad que pudieron hacer los flamencos.

     Este año de 1530 trató el Emperador con su hermano el rey don Fernando de hacer una gran jornada por mar y por tierra contra el Turco, y se aprestaron las armas. En España se levantó gente, y armaron navíos, y la Emperatriz, que gobernaba el reino, estando en Madrid a primero de junio, escribió al condestable de Castilla y a monsieur de Praet, de la cámara del Emperador y su embajador en Francia, enviando a Ochoa de Salazar, para que en el condado de Vizcaya, y en la provincia, se hiciesen con toda presteza mil hombres de guerra escogidos y pláticos en las cosas de la mar, para la armada que se hacía contra el Turco enemigo de la religión cristiana, y dice que aunque parecía inconveniente en aquel tiempo hacer gente de guerra; en especial en esta frontera, por los negocios que se trataban (que era con el rey de Francia todavía), por ser para lo que era, y por no hacer mala obra impidiendo la dicha armada, quiso que se hiciesen los dichos mil hombres, y que si los franceses se recelasen viendo levantar esta gente, les mostrase la carta original del rey don Fernando (que con ésta envió) para que viesen el fin con que esta gente se hacía.

     Esta gente de Guipúzcoa y condado de Vizcaya, envió a pedir el rey don Fernando desde Linz, a 29 de abril, año 1530, porque sabía este príncipe cuán valientes son los de esta nación y para mucho. Dice el rey a la Emperatriz, que tenga por bien esto, «que de ello el Emperador mi señor será servido, y yo recibiré merced de V. A.» Firma: «Hermano y servidor de V. A., El rey

     Que hasta agora yo no había visto letra de este príncipe, a quien tanto quiso Castilla, y era cierto, muy mal escribano, a uso de los príncipes de España.





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- XXIII -

Libertad que se dió al delfín y duque de Orleáns de Francia.

     El deseo grande que el rey de Francia tenía de verse ya con sus hijos libres de la cautividad en que por su libertad los había dejado, hacía que con toda diligencia juntase el dinero y joyas que había de dar por el rescate de ellos, conforme a la concordia sobredicha, hecha en Cambray. Pidió al rey de Ingalaterra las prendas que tenía del Emperador, pagándole los dineros que se debían, como estaba capitulado.

     Llegado, pues, ya el día en que se había de hacer la delibración de los príncipes de Francia conforme a los capítulos de Cambray, aunque no fué en el tiempo que allí se señaló, por no poder acudir el rey de Francia con el dinero, el rey quería que se hiciese la entrega por Salsas o Perpiñán, y el Emperador y la Emperatriz, que gobernaba, estaban de este parecer; mas el condestable porfió siempre y acertadamente, que no convenía, porque el camino era largo, que había ciento y veinte y tres leguas desde Pedraza hasta Salsas, y en camino tan largo se casarían demasiado la reina Leonor y los príncipes, y aun podría haber peligro en su salud, por ser muy delicados, y se perdería la ventura que había habido en tenerlos sin enfermedad en España. Y demás de esto, que se había de caminar muy cerca de la raya de Francia por muchas partes, y podían ofrecerse otros peligros, porque había fama de que en Francia se hacía gente y juntaban armas y amenazas de que el rey no estaría quedo.

     Y a la Emperatriz se dieron largos memoriales de estas advertencias.

     Consideradas estas razones, el Emperador halló que el condestable le decía bien, y así le dió su poder cumplido y por sus cartas le escribió que lo ponía todo en sus manos, para que hiciese y ordenase como a él pareciese, y nombró juntamente con el condestable, para recibir los dineros, a monsieur Luis de Praet, caballero flamenco, camarero del Emperador y del su Consejo de Estado, y envió los recados para que alzasen el pleito homenaje que el condestable y el marqués de Berlanga, su hermano, habían hecho por los príncipes.

     Y el rey de Francia dió, asimismo, poder a los que aquí diré, para recebir sus hijos y dar el dinero.

     Tuvo el condestable firmas en blanco del Emperador y Emperatriz para llamar la gente de guerra y otros cualesquier señores que le pareciese; y miráronse tantas cosas, que sería cansar contarlas todas.

     Sacaron los príncipes de Pedraza con mucho acompañamiento y gente de guerra, y caminaron hasta Gumiel de Mercado. Quedáronse aquí con el marqués de Berlanga y con don Antonio de Leyva, y el condestable se adelantó a Fuenterrabía para verse con su compañero monsieur de Praet y ver el recado que los franceses tenían, y tomar la fortaleza, y recoger la gente que había de venir de Navarra y la que había de traer Gutierre Quijada. Aquí le llegó al condestable un aviso y aún requirimiento del licenciado Giles, procurador fiscal y patrimonial del reino de Navarra, en que decía que era público en aquella ciudad que don Enrique de Labrit con favor del rey de Francia, tenía junta y convocada mucha gente de guerra para, entregados los príncipes de Francia, venir con ella a conquistar aquel reino. Por tanto, que él le requería, en nombre de Su Majestad, mandase proveer lo necesario para la defensa de aquel reino, y que hasta tanto que se supiese lo cierto, no entregase los príncipes.

     Y con dos notarios de aquel reino hizo un solemne requerimiento a don Martín de Córdoba, conde de Alcaudete, virrey de Navarra, pidiendo lo mismo, y el virrey respondió que tenía dado aviso a la Emperatriz. Sin embargo de esto, el condestable procedió en la entrega de los dichos delfín y su hermano como el Emperador tenía mandado, y los cuatro que tenían poder, dos por el Emperador y dos por el rey de Francia, se concertaron de esta manera:



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- XXIV -

Concierto que hubo sobre la libertad de los príncipes de Francia.

     «Como por el tratado de paz y alianza y confederación hecha en la ciudad de Cambray a 5 días del mes de agosto pasado, entre los muy altos y muy poderosos y muy excelentes príncipes don Carlos, por la divina clemencia Emperador de los romanos y rey de Castilla, y Francisco, I de este nombre, por la gracia de Dios rey de Francia cristianísimo; sea entre otras cosas dicho, asentado, acordado y convenido, que el dicho Cristianísimo rey, por el bien de la paz y por cobrar los señores delfín y duque de Orleáns, sus hijos, que están por él en rehenes, en poder del dicho señor Emperador y rey, dará al dicho señor Emperador la suma de dos millones de escudos de oro del sol en escudos, tierras, obligaciones y joyas, según que más largamente está declarado en el dicho tratado de paz, y que en el mismo instante serán también, realmente y de hecho, entregados los dichos señores delfín y duque de Orleáns en las manos de los comisarios diputados por el dicho Cristianísimo rey, y que los dichos pagamentos y delibración se harían dentro del primero día de marzo postrero pasado, o más presto si hacer se pudiese, y en la forma y manera que sería concertado entre los diputados de los dichos señores Emperador y Cristianísimo rey, para hacer la dicha delibración de los dichos señores delfín y duque de Orleáns, el dicho señor Emperador, e por sus poderes y patentes que al cabo de esta capitulación irán insertos, ha nombrado y cometido por sus procuradores especiales al ilustrísimo señor don Pedro Hernández de Velasco, condestable de Castilla y duque de Frías, y conde de Haro, y a monsieur Luis de Flandes, señor de Praet, camarero del Emperador y del Consejo de Estado. Y para recibir al dicho señor delfín y duque de Orleáns y para satisfacer a lo que el dicho señor rey Cristianísimo ha de cumplir por el dicho tratado, el dicho rey Cristianísimo asimismo ha nombrado por sus patentes, que también al cabo de esta capitulación serán insertas, e cometido e ordenado y diputado por su procurador especial al ilustre señor, el señor Anna de Montmorancy, caballero de la Orden y mayordomo mayor y mariscal de Francia. Los cuales comisarios después alargaron por algunas buenas consideraciones el día sobredicho que estaba determinado para los dichos pagamentos y delibranzas por diversas veces, y la postrera, hasta 15 días del mes de junio primero, y se ha tratado y acordado el día de la fecha de ésta, de los lugares y orden y forma y manera de la dicha delibranza, según y de la manera que se sigue:

     «I. Primeramente que todos los hombres de armas de ordenanza y toda otra gente de guerra de caballo, de cualquier manera que sean, así los de una parte como los de la otra, se hayan de retraer diez leguas atrás del lugar donde se hiciere la entrega, y que en alguna manera se puedan llegar al dicho lugar diez días antes ni diez días después que la dicha entrega se haga.

     »II. Item, que el día que se hiciere la entrega, algún gentilhombre de casa del rey Cristianísimo ni otros, no pasarán ni vernán más acá de la villa de Bayona, hasta que los señores delfín y duque de Orleáns sean llegados a la villa de San Juan de Luz, salvo el número de los que serán declarados en estos capítulos.

     »III. Item, que no se hará de una parte ni de otra, en la frontera ni a diez leguas del lugar donde se hará la dicha entrega, alguna junta de gente de a pie, a sueldo ni de otra alguna manera, salvo setecientos hombres de pie, los cuales se pornán en la parte que abajo se dirá, y toda la gente de guerra que están en guarnición en Fuenterrabía y en Irún se retraerán de los dichos lugares, sino que fuere para guarda del castillo de Fuenterrabía, que son cincuenta hombres.

     »IV. Item, que el día de la entrega no se pueda hacer alguna junta de gente de la tierra, de hombres ni mujeres, ni de alguna manera que sean en el lugar de la dicha entrega ni tres leguas de él.

     »V. Item, que doce días antes que se haga la entrega, y hasta que sea hecha, envíen el condestable y monsieur de Praet doce personas a Francia que puedan entrar hasta diez leguas dentro de la tierra, para ver si se hace alguna gente, o alguna apariencia de cosa que parezca que es contraria a esta capitulación. Y que el señor mayordomo mayor envíe para lo mismo en España otras doce personas, y que los dichos señores condestable y monsieur de Praet y mayordomo mayor de los susodichos, algunas personas que los guíen, para que hagan lo que llevan a cargo. Y que estas doce personas puedan ir repartidas como quisiesen los dichos señores condestable y monsieur de Praet, y mayordomo mayor, y a cada uno se le dé persona que lo guíe al lugar donde quisiere ir dentro de las diez leguas.

     »VI. Item, que el dicho señor mayordomo podrá mandar visitar los que están en guarnición en el castillo de Behovia, los cuales no puedan ser más de veinte hombres.

     »VII. Item, para que mejor puedan pasar los dichos príncipes en Francia y recibirse la moneda y flor de lis, y escrituras en un mismo instante, se pondrá un pontón sobre el agua donde fuere concertado, de cuarenta pies de largo y quince de ancho, fijado con sus áncoras muy gruesas y entablado por encima, y por medio del dicho pontón se hará una barrera cerrada con sus maderos y tablas, muy bien clavadas una con otra, que llegue hasta el suelo debajo, y que la dicha barrera llegue desde el un cabo al otro, y que tenga la dicha barrera cuatro pies de alto, y por el un lado pasarán los caballeros españoles y por el otro cabo los franceses.

     »VIII. Item, que dos horas antes que los dichos príncipes y dineros, y flor de lis y escrituras, se embarquen, vayan dos caballeros, uno español y otro francés, los cuales visitarán el dicho pontón alto y bajo, y estarán encima de él hasta que los señores condestable y mayordomo mayor estén encima del dicho pontón. Y estos dos caballeros que así fueren delante, serán los primeros que pasaren en un mismo instante; el español, a la gabarra del dinero, y el francés, a la de los príncipes.

     »IX. Item, que las dos gabarras que el mayordomo mayor hizo venir desde Bayona a la ría de Fuenterrabía servirán para hacer la dicha entrega, y los dichos señores condestable y de Praet escogerán una para traer los dichos príncipes, y el dicho mayordomo mayor guardará la otra para traer los dineros; y la que los dichos señores condestable y de Praet escogieron para los dichos príncipes, quedará en el lado de Andaya, y la otra, delante de Fuenterrabía, hasta el día que se hiciere la entrega, el cual día ellas serán visitadas por personas diputadas de una parte y de otra, y después serán traídas cada una a la parte donde se ha de cargar. Y después de cargadas las dichas gabarras, antes que parta la una del lado de España, y la otra de la parte de Francia, será visitada cada una de ellas por los dichos caballeros español y francés.

     »X. Item, que para que no haya ventaja en las dichas gabarras, en ir más liviana la una gabarra que la otra, que la gabarra donde entraren los dichos señores delfín y duque de Orleáns sea cargada de tanto peso de hierro que pese tanto como los dichos cofres donde fueren los dineros, y flor de lis, y escrituras, los cuales dichos cofres enviarán a pesar el dicho señor condestable y monsieur de Praet si quisieren, para que sea igual el peso de hierro que pusieren del que trujere la barca del dinero, y ha de ir el dicho hierro en el suelo de la dicha gabarra, debajo de un suelo de madera que le mandarán echar el condestable y monsieur de Praet por encima, muy bien clavado. Y que el dicho señor mayordomo mayor pueda también enviar a pesar el dicho hierro para ver si es igual el dicho peso del dicho hierro del de los cofres.

     »XI. Item, que antes que los dichos príncipes y el dinero se embarquen, habrá dos gabarras iguales sobre el agua, en cada una de las cuales habrá seis caballeros españoles y cuatro remadores españoles, y con ellos dos caballeros franceses, y en la otra habrá seis caballeros y cuatro remadores franceses, y con ellos dos caballeros españoles, los cuales dichos caballeros no llevarán sino espadas y puñales. Los remadores no traerán algunas armas ni puñales, y pasarán los caballeros de una parte y otra para visitar y mirar si los dichos señores condestable y de Praet y mayordomo mayor, y los dichos caballeros y remadores marineros que han de ir en las dichas gabarras, llevan otras armas ofensivas ni defensivas sino las que después serán declaradas, y también visitarán y sabrán si todas las otras cosas se cumplen conforme a esta capitulación, para que cada uno de ellos dé aviso a su parte.

     »XII Item, que el dicho señor mayordomo mayor se halle sobre el borde de la ribera acompañado de ciertas personas a caballo y de los setecientos hombres de pie arriba declarados tan solamente, sin que se puedan acercar más cerca del agua de hasta la casilla que está de la parte de Francia, que llaman Ondarralzo, cerca de la cual el dicho mayordomo mayor terná ciento de a caballo y cuatrocientos de a pie, y retirarán la otra gente de a caballo y de a pie en la parte de Francia donde él quisiere, y los dichos señores condestable y monsieur de Praet tendrán otra tanta gente de caballo y de pie de la parte de España, en los cuales también ternán ciento de caballo y cuatrocientos de pie sobre el arenal, en derecho del lugar donde ellos se embarcaron, y los otros se partirán de la parte de España donde quisieren, sin que se acerquen más al agua que los franceses.

     »XIII. Item, que los acemileros que vendrán con las acémilas que trajeren el dinero, que puedan llegar con las dichas acémilas hasta el borde del agua, para poner los dichos cofres en la gabarra donde ha de venir el dicho dinero, y que con cada acémila puedan venir cuatro hombres de a pie, franceses, sin armas algunas ofensivas ni defensivas, para ayudar y guiar las dichas acémilas, y cargar y descargarlas. Y que asimismo, desque se partieren de Bayona, vengan con cada una de las dichas acémilas, dos hombres de pie, españoles, sin armas algunas, tales cuales Alvaro de Lugo quisiere.

     »XIV. Item, que así como los dichos acemileros franceses han de llegar al borde del agua para poner en la gabarra el dinero, que así también haya de llegar la parte de España al borde del agua; la mitad de otros tantos acemileros, sin armas algunas, para sacar los dichos cofres del dinero de la dicha gabarra en que vienen, y para podellos cargar luego que sean pasados y para llevallos.

     »XV. Item, que hayan de venir siempre con los dichos cofres del dinero en compañía del dicho mayordomo mayor Alvaro de Lugo y quince hombres de caballo o de pie, cuales querrá el dicho Alvaro de Lugo y los que él nombrare; los cuales estarán presentes siempre a ver cargar y descargar los dichos cofres de las acémilas, y en cualquiera parte donde se descargaran, los dichos cofres serán puestos en una cámara buena y convenible, en la cual el dicho Alvaro de Lugo se aposentará y dormirá; y dormirán con él en la dicha cámara seis personas, las que él quisiere, de los quince sobredichos, a los cuales pueda mandar hacer el dicho señor mayordomo mayor la guarda que quisiere fuera de la cámara donde el dicho Alvaro de Lugo estuviere, y podrá el dicho señor mayordomo mayor enviar a Fuenterrabía otros quince hombres para el semejante efeto de ver si vienen los príncipes; mas estarán quedos dentro en Fuenterrabía sin armas algunas las dichas quince personas que enviare el dicho señor mayordomo mayor, como lo han de estar en Francia las quince personas de España que fueren para venir con el dicho dinero.

     »XVI. Item, que el dicho Alvaro de Lugo sea presente, y también las quince personas españolas que vinieren con él a ver poner en la gabarra los dichos cofres donde fueren los dichos dineros y escrituras y flor de lis, y que si antes que fueren puestos los dichos cofres en la dicha gabarra tuviere el dicho Alvaro de Lugo alguna sospecha en algunos de ellos, que los pueda hacer abrir en presencia del señor mayordomo mayor, para ver si halla alguna falta, y si la hallare, que el dicho señor mayordomo mayor la haya de cumplir.

     »XVII. Item, en la dicha gabarra de los dichos señores condestable y monsieur de Praet irán los dichos señores delfín y duque de Orleáns, y el señor de Brisac, y también habrá en ella doce caballeros españoles, comprendiéndose en ellos el dicho señor condestable y el de Praet, y en la gabarra del dicho señor mayordomo mayor serán los dineros, flor de lis y escrituras, y Alvaro de Lugo y dos pajes, cuales los dichos señores condestable y monsieur de Praet nombraren, del mismo talle, poco más o menos, que los dichos señores delfín y duque de Orleáns; y también habrá doce caballeros franceses, contado y comprendido en ellos el dicho señor mayordomo mayor. Y podrán los caballeros susodichos, así los de una parte como los de la otra, traer cada uno de ellos espadas y puñales de semejante largura, poco más o menos, y ningunas otras armas ofensivas ni defensivas. Y los dichos señores delfín y duque de Orleáns y dos pajes, podrán llevar puñales tan solamente. Y en cada una de las dichas gabarras habrá doce marineros remadores y uno para guiarla; y ninguna otra persona, si no es las susodichas, no puedan entrar en las dichas gabarras, salvo si no fuese menester mayor número de remadores, y que si fuere menester se puedan tomar tantos de una parte como de otra, guardándose igualdad.

     »XVIII. Item, el dicho señor mayordomo mayor se embarcará para venir al pontón de la parte de Francia en el lugar donde el señor de San Per puso el otro día una marca por mandamiento del dicho señor mayordomo mayor, junto al agua, debajo de la casa que se llama de Ondarralzo.

     »XIX. Item, que no hayan de llevar arma alguna ofensiva ni defensiva los remadores ni los que guiaren las gabarras, sino sus remos, los cuales serán iguales así en largura como en gordura y en anchura, y sean medidos los dichos remos por los seis españoles y dos franceses, y por los dos españoles y seis franceses que han de andar de una parte a otra, para ver si se cumple la dicha capitulación.

     »XX. Item, que las dichas gabarras de los dichos príncipes y dineros, abordarán al pontón a un mismo tiempo y instante y, abordadas, los dichos señores condestable y mayordomo mayor se pondrán los primeros encima del dicho pontón, y subidos, el dicho señor condestable se pondrá de la parte de la barrera donde han de pasar los caballeros españoles, y el dicho señor mayordomo mayor, de la parte de la barrera por donde hubieren de pasar los caballeros franceses, para que se truequen los dichos caballeros y remadores y gobernadores de las gabarras, y que ninguno de los dichos caballeros suba encima del pontón sin que los llamen, el dicho condestable a los españoles, uno tras otro, y el dicho mayordomo mayor, uno tras otro, a los franceses, y que entre los unos caballeros y los otros encima del pontón, como fueren llamados, es a saber dos caballeros y dos remadores de cada parte, y entrarán y pasarán en las gabarras; los españoles en la del dinero y los franceses en la de los príncipes, y todo esto se liará a un mismo tiempo, sin que los unos se den más priesa que los otros.

     »XXI. Item, que ninguna otra persona, sino los caballeros susodichos y remadores y guiadores de las dichas gabarras, y los acemileros sobredichos, no se puedan llegar al agua durante el tiempo de la entrega.

     »XXII. Item, que, como las dichas gabarras serán abordadas al pontón y amarradas y trabadas con él como se concertare, que todos los caballeros que vinieren en las dichas gabarras se pongan a un cabo de ellas, de manera que esté vacía la parte donde hubieren de entrar los caballeros que se han de trocar, sin ponerse ni mezclarse con los que no fueren salidos.

     »XXIII. Item, que haya un galeón, en que vayan cuatro caballeros españoles, y otro galeón en que vayan otros cuatro caballeros franceses, y que el uno y el otro lleve igual número de remadores, y que el español esté en la mar delante de San Juan de Luz, y el francés esté delante del puerto del Pasaje, yendo y viniendo donde quisiere, para que los caballeros que fueren en los dichos galeones puedan ver si hay algún juntamiento de naos que puedan hacer daño al efeto de la entrega, y dependencias de ella, para que cada uno pueda dar aviso a su parte de lo que hallare. Y ha de llevar cada galeón un barco en que vaya un caballero con dos remadores para poder dar aviso a su parte de lo que hubiere que dársele.

     »XXIV. Item, que toda la artillería que está en Fuenterrabía de la parte del agua donde se hará la entrega, se porná de la otra parte en una casa o en dos, o en otro lugar, cual se ordenare, de manera que ella no pueda hacer daño ni embarazo al pasaje del agua y a la entrega sobredicha. Y para ver si esto se cumple así, enviará el dicho señor mayordomo dos caballeros a Fuenterrabía, para ver si está la dicha artillería en el lugar que está ordenado, y para que le den cada hora aviso de ello; y que tampoco el dicho señor mayordomo mayor no pueda traer alguna artillería, si no son escopetas y arcabuces de mano, que no sea menester para traer cada arcabuz más de una persona, y que sean de tamaño que tiren con ellos como con escopetas y no de otra manera, y para que si esto se cumple así lo sepan los dichos condestable y de Praet, enviarán también otros dos caballeros para que vengan en compañía del dicho señor mayordomo mayor.

     »XXV. Item, que por ser tan grande como es el peso que llevarán las dichas gabarras, que se haga la dicha entrega en plena mar, y que venga el dicho señor mayordomo mayor, al tiempo que todos los cofres del dinero, y flor de lis, y escrituras sean embarcadas media hora antes de la creciente, para que al punto de ella se pueda efetuar la dicha entrega, y que si tardaren los unos o los otros de entrar en la gabarra a la hora que se señalare, que haya de quedar para otro día la dicha entrega.

     »XXVI. Item, que en ninguna parte de la villa de Fuenterrabía, ni en los baluartes de ella, ni alrededor, no habrá alguna manera de navío que se pueda echar sobre el agua, ni tampoco sobre la dicha agua; y que tampoco haya alguno en Andaya, ni en todo el lado de la frontera de Francia, más de los que han de servir en esta entrega. Y habrá dos barcas que irán y vernán todo el largo de la dicha ribera, en cada una de las cuales habrá cuatro caballeros y cuatro marineros, la mitad de ellos españoles y la otra mitad franceses, para visitar la dicha ribera y para dar aviso a su parte de lo que hallare.

     »XXVII. Item, que la reina irá dentro de una gabarra aparte, acompañada de los señores o damas que ella mandare, hasta en número de seis mujeres, y habrá dentro de la dicha gabarra ocho caballeros españoles y otros ocho franceses, y doce remadores, la mitad españoles, nombrados por los dichos señores condestable y monsieur de Praet, y la otra mitad franceses, nombrados por el dicho señor mayordomo mayor, y partirá la dicha al mismo instante que partirá la de los dichos señores delfín y duque de Orleáns, y se acercará al pontón y parará hasta que el trueque de los príncipes sea hecho por el dinero, y hecho el trueque, pasará de la parte de Francia, para llegar a un mismo lugar en un instante que llegare la gabarra de los dichos señores delfín y duque de Orleáns. Y verná el reverendísimo cardenal de Tornon a Fuenterrabía, acompañado de los dichos franceses que han de pasar en el barco con la dicha reina, para besarle las manos y recebirla y acompañarla en la dicha gabarra, en la cual ha de ir con ella el señor obispo de Segovia y los caballeros españoles sobredichos, que han de pasar con la dicha reina; y llevará cada uno de los dichos perlados un criado con ellos; y la dicha gabarra será gobernada y guiada por un gobernador español, hasta que lo otro que es sobredicho sea hecho; y hecho, gobernará la dicha gabarra el guiador francés.

     »XXVIII. Item, que el vizconde de Turena y los franceses y francesas que están con él y con la reina y con los príncipes, exceto monsieur de Brisac y madama de Brisac y sus criados, en número de doce, se hayan de partir para Bayona, tres días antes que partan de acá la reina de Vitoria y los príncipes de la Puebla de Arganzón.

     »Y de la manera susodicha es acordado y concluido este dicho concierto, asiento y capitulación, por los dichos señores condestables y de Praet y mayordomo mayor, a 26 días del mes de mayo, año del Nacimiento de Nuestro Señor Jesu-Cristo, de mil y quinientos y treinta años.»



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- XXV -

Libertad de los príncipes de Francia. -A primero de julio se hizo la entrega.

     A 21 de junio, el condestable y monsieur de Praet y el mayordomo mayor del rey de Francia moderaron el capítulo que dice que de cada parte estén docientos hombres de a caballo que aseguren la costa de un reino y de otro, en que no sean más de ciento de cada parte, de los cuales pueden el condestable y Praet tener los sesenta en derecho del pontón, donde se embarcaren los príncipes, y los restantes que los pudiesen poner donde quisiesen, y que también de la parte de Francia el mayordomo mayor pudiese tener en la casa que llaman de Hondaralco, que es en la parte de Francia, otros sesenta hombres a caballo, y que el resto que quedaba a cumplimiento de ciento, los pudiese poner de la parte de Francia donde quisiese, y que la demás gente que los unos y los otros han hecho juntar, que la despidan y derramen, y hagan retirar diez leguas atrás del lugar donde se hizo la entrega, y no puedan entrar ni estar dentro de este término diez días antes de la entrega y diez días después.

     Fueron grandes los embarazos que hubo en el contar y calificar el dinero, que los plateros no se concertaban, porque los que eran de parte del Emperador pedían el oro de 24 quilates, y los franceses decían que había de ser de 21, y vino a faltar una gran suma de dinero.

     Y ya que todo estaba cumplido, estando la reina Leonor en Rentería, que es dos leguas de Fuenterrabía, y el mayordomo mayor del rey de Francia en San Juan de Luz, que es otras dos, y los príncipes en Salvatierra, a 26 de junio cayó malo el condestable, y la enfermedad se mostró peligrosa, por lo cual paró la entrega que se había de hacer del dinero y delibración de los príncipes en el domingo y lunes siguientes, y el martes vinieron el mayordomo mayor y el cardenal de Tornon con otros muchos caballeros a Fuenterrabía a visitar al condestable y a requerirle que, pues ya ellos habían cumplido, que cumpliesen él y monsieur de Praet, en nombre del Emperador, lo que eran obligados.

     El condestable respondió que ya veían cuál estaba. Ellos dijeron que no se debía de perder por eso el negocio del Emperador y del rey de Francia, y que si él no estaba para ello, que pusiese al marqués, su hermano, u otro en su lugar, que hiciese lo que él había de hacer; que pues colgaba de este negocio la paz de la Cristiandad, que no se había de embarazar por alguna cosa particular.

     Y visto que no podía dilatarse sin caer en gran falta por parte del Emperador, determinó el condestable de posponer lo que tocaba a su salud y aun la vida en peligro, por cumplir con la autoridad de Su Majestad y con la palabra que él y monsieur de Praet habían dado de hacer la entrega en cumpliendo los franceses como habían cumplido. Y así se concertó para el viernes de aquella mesma semana, y en el sitio del pontón, que era donde se había de hacer el trueque, como en el día de poca agua tenían ventaja los españoles a los franceses, porque estaba entre el pontón y Francia la canal principal del río, y a la parte de Fuenterrabía era arenal que lo toma la creciente de la marca, de manera que si hubiera algún ruido, no pudieran llegar los franceses que estaban a la banda de Francia al pontón, sin ahogarse los que no supieran muy bien nadar, y la gente española que estaba en la parte de Fuenterrabía podía llegar poco más del agua a la cinta.

     También se les había pedido que en lugar de los príncipes fuese un caballero más de los españoles con las armas que los príncipes llevaban, que era un puñal; y no lo quisieron dar los franceses, sino que fuesen dos muchachos de su edad de ellos, y como el condestable estaba malo, tuvieron por bien que fuese él, demás de todos los que allí iban.

     Miraban en tantas menudencias, temiendo alguna ruindad. Fué este día 1.º de julio de medias aguas -que llaman los marineros- concertado esto así.

     La reina vino a Fuenterrabía y los príncipes a la Rentería, los cuales fueron vueltos después dos leguas atrás, porque se certificó que habían tomado los franceses un correo que enviaban el condestable y monsieur de Praet, mas después que se supo que no era verdad, determinaron de hacer la entrega, y así tornaron a caminar para Fuenterrabía los príncipes.

     Estaba concertado que la reina fuese en otro barco detrás de los príncipes, con igual número de caballeros españoles y franceses, y que estuviese parado el barco de la reina mientras que se hiciese la entrega.

     El viernes dicho 1.º de julio llevaron al condestable a hombros en una silla a una casa que está fuera de Fuenterrabía, junto a la puente, a esperar a los príncipes antes que ellos llegasen. Vino el cardenal de Tornon a Fuenterrabía con los caballeros franceses que venían a acompañar la reina, y fueron con ella don Francisco de Zúñiga y el marqués de Poza, y el conde de Nieva y el clavero de Calatrava, y Martín Ruiz de Avendaño, caballero principal y de las cabezas de aquellas montañas, y don Bernardino de Velasco, Pedro Zapata, señor de Barajas; don Pedro Bazán, don Pedro Vélez de Guevara, hijo del conde de Oñate, y don Alonso de Silva.

     Embarcóse la reina antes que los príncipes llegasen.

     El condestable esperó a los príncipes en la casa dicha, donde llegaron a las seis de la tarde. Entraron allí a desnudarse los sayos de camino que traían y vistiéronse sendas ropas de brocado.

     Llegó monsieur de Praet a dalles las cartas del Emperador, y él y otros caballeros les hicieron grandes ofrecimientos; y monsieur de Praet fué a entender en algunas cosas, y el condestable quedó con los príncipes, y salieron desde a un rato con menestriles, trompetas y atabales, y ellos a pie, delante del condestable, que por su enfermedad iba en la silla.

     Y luego vino monsieur de Praet para ir con ellos embarcados en la gabarra. La mitad de ella, donde habían de entrar los franceses, iba vacía, y en la otra mitad iban todos los del barco, y los príncipes, casi en medio de todos.

     Llevólos el condestable hasta que se acercaron al pontón, y allí quedó con ellos monsieur de Praet, y el condestable pasó adelante a subir en el pontón, como estaba concertado, para llamar los caballeros, y arrimóse a una silla que llevaron allí, y comenzó a llamar de allí los caballeros españoles, y el mayordomo mayor, los franceses; y así fueron pasando los unos a la una gabarra y los otros a la otra, lo cual se hizo muy presto y muy bien.

     Acabados de pasar, entró el mayordomo mayor en el barco de los príncipes, y el condestable en el del dinero, y desde el un barco al otro se quitaron los bonetes.

     De allí a poco que comenzaron a entrar en la canal los franceses con sus príncipes, se oyó el alegría que hacían de verse ya en parte donde no se podía pasar a ellos, y así llegaron ellos a Francia y los españoles con el dinero a Fuenterrabía, disparando de un cabo y de otro muchas escopetas de placer, y tañendo los menestriles y trompetas.

     La reina se entregó al punto que esto se hizo, y proveyóse que las personas principales y caballeros que con ella iban que en acabándose la entrega de los príncipes, todos se pasasen a un barco; y así los caballeros que iban con la reina, como los que habían ido con los príncipes, todos quedaron con el dinero hasta ponello en Fuenterrabía, y trajeron al condestable a su cama, y el dinero se dió orden que se partiese luego otro día, sábado, como se hizo.

     De esta manera fué la delibración de los príncipes de Francia, hecha con tan poca confianza de los unos y de los otros. Yo la he contado al pie de la letra como se hizo y como la escribieron los que se hallaron en ella, que por eso va con tanta particularidad y menudencias, si bien dignas de saberse, porque veamos cómo viven y se tratan los reyes, que quizá valdrá más la llaneza de dos tristes labradores.

     Dice más esta relación:

«La reina, aunque se embarcó primero que los príncipes, no partió hasta que la gabarra de los príncipes llegase al pontón. Iban los caballeros españoles en la mitad de la gabarra en la proa, y comenzaron a salir los que estaban más al cabo, porque los postreros fuesen los que quedaban cerca de los príncipes. La gabarra de la reina y la de sus damas, y la otra en que se habían de recoger los caballeros que habían ido con la reina, estaban desviadas del pontón cincuenta brazas, y estuvieron paradas hasta que se hizo el trueque. Las gabarras de los caballeros que habían ido a reconocer las armas, estaban la una al un lado del pontón y la otra al otro.

     »Caminaron los príncipes derecho a Burdeos, donde el rey su padre los esperaba, y allí los recibió con grandísimo gozo, y en principio del año siguiente se casó con la reina doña Leonor por mano del cardenal de Tornon, en un monasterio de monjas de San Benito, abadía muy principal de Bayona, y en el mes de marzo la coronó en San Dionís, de París, monasterio real de San Benito y común entierro de los reyes de Francia, con corona de oro, y se hicieron grandísimas fiestas en París, mostrando el rey, como siempre mostró, tener tal amor a la reina cual ella lo merecía.»

     En estos días murió en París, preso en una fortaleza, Maximiliano Esforcia, duque desdichado, despojado de Milán, habiendo estado quince años cautivo, no siendo el miserable mozo en nada más dichoso que su viejo padre.

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