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Año 1518

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- VII -

Cortes en Valladolid. -Dificultan jurar al rey viviendo su madre. -Si era bien jurar al rey viviendo su madre. -No quieren admitir extranjeros en las Cortes. -Dotor Zumel, procurador de Burgos, resiste con valor.

     Pasado, pues, el año de 1517, a 4 de enero del año siguiente de 1518, habían llegado a Valladolid todos los procuradores de Cortes. Juntáronse en el monasterio de San Pablo. Lo que principalmente quería el reino eran dos cosas: que se mirase bien si convenía que jurasen por rey al príncipe siendo viva la reina doña Juana, señora proprietaria de estos reinos; y, dado que se recibiese y alzase por rey, y que se debiese hacer, que no hiciesen el juramento hasta tanto que el rey jurase los capítulos que en las Cortes pasadas, que el Rey Católico tuvo en Burgos el año de 1511, se hicieron y ordenaron por todo el reino. Uno era que el reino estuviese encabezado por cierto precio y tiempo, hasta que se pudiese admitir puja.

     El primero día que se juntaron los procuradores en Cortes, asistieron en ellas, por Su Alteza. el gran chanciller flamenco por presidente, don García de Padilla, del Consejo, y otro dotor flamenco, por letrados; el obispo de Badajoz Mota, que después fue de Palencia, por perlado. Los procuradores del reino llevaron mal que extranjeros entrasen en Cortes, y juntáronse a tratar de ello, y acordaron de hablar a don García y a Mota, diciéndoles que no era justo que asistiesen en las Cortes extranjeros. Y hizo la plática el dotor Zumel, procurador de Burgos, sobre lo cual pasaron muchas palabras y alteraciones, puesto que no se pudo tomar resolución.

     Y cuando los procuradores se volvieron a juntar en reino, el mismo dotor Zumel, en nombre de todos, requirió que no estuviesen en las Cortes aquellos señores que no eran naturales, y que si lo contrario hiciesen, lo recibía por agravio, y así lo pidió por testimonio ante el secretario Castañeda.

     Presentaron los poderes, juraron el secreto y hicieron todo lo demás que se acostumbra.



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- VIII -

Amenazan a los procuradores de Burgos. -Valor del dotor Zumel. -Quéjase el dotor Zumel de las lástimas que el chanciller le había dicho. -Aprietan con amenazas al dotor Zumel, porque mostraba valor. -Entra el rey en Cortes. -Propónelas el obispo Mota. -Responde el dotor Zumel, procurador de Burgos. -Juran los procuradores al rey. -No quieren jurar algunos. -Piden al rey que jure especialmente el capítulo de extranjeros. -Agraviándose los grandes que jurasen los procuradores primero que ellos. -No hubo orden en los asientos de los grandes, y en qué manera se sentaron.

     Otro día de mañana vino un portero a llamar a los procuradores de Burgos de parte del gran chanciller, y fueron; y con ellos los procuradores de Sevilla y Valladolid. Estaban con el chanciller el obispo Mota y don García de Padilla, y éstos hablaron al dotor Zumel, diciéndole muchas palabras feas y amenazándole por el requirimiento que había hecho en Cortes, y que se había hecho información contra él, sobre que andaba induciendo a los procuradores del reino que no jurasen a Su Alteza hasta que él jurase al reino de guardar sus libertades y privilegios, usos y buenas costumbres, y los capítulos que el Rey Católico había concedido en Burgos antes que muriese, y las leyes y premáticas, especialmente que no daría oficios ni dignidades a ningún extranjero, ni les daría carta de naturaleza. El dotor Zumel, con mucha entereza, dijo que era verdad que él había aconsejado a los procuradores del reino todo lo sobredicho; y que era de este parecer. Los menores le respondieron con mucha cólera, y que había incurrido en pena de muerte y perdimiento de bienes; y que así, le habían de mandar prender como a deservidor del rey. El dotor respondió que lo que él había hecho no era cosa de que poder temer, usándose con él justicia, y que estuviesen ciertos que el reino no juraría a Su Alteza hasta que él jurase lo susodicho, y que el reino no había de permitir que monsieur de Xevres y otros extranjeros llevasen la moneda que había en el reino.

     Sobre esto hubieron muchas palabras, y el dotor se quejó a los otros procuradores y les pidió que se diputasen personas que se fuesen a quejar al rey en nombre de todos y de las feas palabras que le habían dicho el chanciller, don García y Mota, y contóles en particular el dotor las palabras que le habían dicho, que no parecieron poco feas.

     Luego se juntaron los procuradores y ordenaron una petición en que suplicaban a Su Alteza fuese servido de les confirmar todo lo susodicho. Con esta petición fueron al gran chanciller, con el cual hallaron a Mota y a don García. Este dotor les hizo una plática, diciendo las obligaciones que Su Alteza tenía de jurar y guardar todo lo que se le había suplicado. Así, porque algunas de ellas eran leyes y ordenamientos del reino; y otras, cláusulas del testamento de los Reyes Católicos juradas en Cortes, y otras eran de los reyes antepasados. Y la respuesta que Su Alteza había dado a la carta que Burgos y otras ciudades le habían enviado, era lo mismo que aquí se suplicaba, y Su Alteza había respondido que se le guardaría.

     Dicho esto, y dada la petición, el chanciller, Mota y don García se entraron en una recámara y mandaron esperar a los procuradores y platicaron con Xevres todo lo que pasaba. Y luego salieron y respondieron que lo dirían a Su Alteza, aunque les parecía ser cosa muy mal mirada lo que hacían, en cuanto a dar petición al rey antes que supiesen lo que Su Alteza les querría mandar.

     A esto respondió el dotor que lo hacían porque su rey estuviese advertido de lo que estos reinos le pedían, y que era justo que así se hiciese, porque después no hubiese alteración ni desacato alguno. Todo esto supo mal al chanciller y a los que estaban con él.

     Idos los procuradores, acordó el chanciller de llamar al dotor Zumel, y mandó a Villegas, secretario de Su Alteza, natural de Burgos, que luego le trajese ante sí. El secretario lo hizo, y el dotor vino ante ellos, y le apretaron mucho y trataron ásperamente, y el dotor les respondió con mucha entereza y ánimo.

     Como algunos de los procuradores vieron que llevaban solamente al dotor, volvieron luego a palacio y se pusieron a la puerta de la cámara del chanciller, y estuvieron allí hasta que salió el dotor, porque pensaban que el haberlo llamado sobre lo pasado era para lo prender. Los procuradores que volvieron fueron don Francisco Pacheco y Aguyago, procurador de Córdoba, y don Antonio de Mendoza y Medrano, procuradores de Granada; y juntos con el dotor se salieron de palacio.

     Otro día se juntaron don Francisco Pacheco y don Martín de Acuña, procuradores de León, y este dotor, y acordaron de hablar a Xevres sobre lo que había pasado el día antes, quejándose de ello.

     Y al propósito, el dotor hizo un razonamiento muy bueno a parecer de todos, pidiendo a Xevres que los favoreciese con el rey, pues tenían a su señoría por natural de estos reinos, así por la carta de naturaleza que tenía muchos años había, como por los oficios que en ellos tenía, y por ser el cardenal de Croy, su sobrino, arzobispo de Toledo. A esto respondió Xevres que él se tenía por natural de estos reinos, por las causas que habían dicho; mas que estaba cierto que Su Alteza no haría más de lo que sus antepasados habían hecho, y que juraría las leyes, privilegios y buenos usos y costumbres; pero que no juraría particularmente el capítulo que pedían en cuanto a no dar oficio ni beneficio a extranjero, con los demás que arriba están dichos. Sobre esto estuvieron altercando hasta las cuatro de la tarde, que les mandaron ir a Cortes, porque el rey los llamaba.

     El rey vino aquella tarde, y con él muchos grandes y todos los procuradores y algunos perlados; y el obispo Mota hizo un razonamiento harto largo. En él dio cuenta de lo que había sucedido al rey en toda su vida hasta entonces, y de las amistades y alianzas que tenía con todos los reyes cristianos. En fin, concluyó diciendo que luego jurasen a Su Alteza los procuradores del reino.

     El dotor Zumel, con acuerdo de todos los procuradores, respondió besando las manos a Su Alteza por su bienaventurada venida en estos sus reinos y la merced que con ella les había hecho, y por la que de presente les hacía en les mandar hacer saber todas aquellas cosas, y que ellos estaban prestos de le jurar, con que Su Alteza asimismo jurase al reino de les guardar todo lo que se le había suplicado.

     Encontinente, sin más responder llevaron el juramento, y fueron a jurar parte de los procuradores del reino. Y el primero que fue sin le llamar fue Diego López de Soria, y otro procurador de Burgos compañero del dotor, que quiso anticiparse. El cual había siempre contradicho lo que el dotor su compañero hacía.

     Díjose que los procuradores que no juraron fueron don Antonio de Mendoza y Medrano, procurador de Granada, y don Pedro de Acuña, procurador de Salamanca.

     Hecho el juramento, besaron las manos al rey, y el obispo Mota dijo que Su Alteza juraba los privilegios de las ciudades y los buenos usos y costumbres, y las leyes, y que guardaría y cumpliría lo contenido en el capítulo que los procuradores de las ciudades habían dado. Y así lo juró Su Alteza, salvo que no expresó los oficios no haberse de dar a extranjeros, aunque había jurado el guardar las leyes generalmente, donde se incluía este capítulo.

     Y como este capítulo no se especificó señaladamente, el dotor Zumel tornó a decir que el reino suplicaba a Su Alteza que especialmente jurase esto que tocaba a los extranjeros. Y esto dijo muchas veces el dotor porfiando que Su Alteza lo jurase. El rey respondió: Esto juro.

     Algunos dijeron que Su Alteza había dicho solamente Esto juro, que se entendía especialmente lo que antes había jurado, y así quedó esta materia indecisa.

     Luego mandaron jurar a los grandes del reino, que allí estaban, y dijeron al condestable que jurase, y él se rogo con el almirante de Castilla, sobre que jurase primero, diciendo que como había más tiempo que había sucedido en su casa, que no él estaría más informado de estas cosas, y a esta causa le suplicaba que respondiese a esto que les pedían.

     El almirante y el conde de Benavente respondieron agraviándose de haber primero jurado que ellos los procuradores. Y asimismo de no les haber dicho cuando los llamaron, que Su Alteza los mandaba venir para este efeto. Por do parecía que no se había hecho de ellos la cuenta que era razón.

     El duque de Nájara don Antonio (que no fue tan discreto y valeroso como su padre) dijo que él quería jurar luego, y que todos debían hacer lo mismo. El conde de Aguilar le dijo que hablase por sí, y que cada uno de aquellos señores haría lo que debiese y fuese obligado. Otro de los que allí estaban dijo asimismo al duque de Nájara que no sabía él qué pretendía para hablar más que por sí. E por estas cosas se defirió el jurar los grandes hasta el domingo siguiente, tres días más adelante.

     En los asientos que tenían allí los grandes no había orden, si bien estaban asentados en esta manera. Su Alteza en medio de todos, y Xevres a sus espaldas y no lejos de su oído. A la mano derecha del rey estaba el infante don Fernando, su hermano: junto a él el condestable, y luego el presidente del Consejo Real, don Antonio de Rojas, arzobispo de Granada, y sucesivamente otros caballeros. A la mano izquierda de Su Alteza estaba sentado el gran chanciller; junto a él, el almirante de Castilla, luego el conde de Benavente, el marqués de Aguilar y el duque de Arcos, el duque de Alburquerque, conde de Ureña, duque de Nájara. Antonio de Fonseca, señor de Coca y Alaejos, estaba en pie, y otros caballeros que no tenían donde se sentar.



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- IX -

El dotor Zumel porfiaba que no juren al rey hasta que él jure las leyes del reino. -Las diligencias que se hacían por allanar al dotor Zumel. -Valerosas razones del dotor Zumel. -Hablan los procuradores al rey. -Estiman los procuradores del reino que el rey les respondiese en castellano. -Juran grandes procuradores al rey. -Valladolid fue donde comenzó la casa de Austria a reinar en España.

     En todos estos días se andaba quejando el dotor Zumel, y traía a los otros procuradores que asimismo se agraviasen y que estuviesen en no jurar al rey hasta que Su Alteza les jurase especialmente todo lo que se le había pedido y suplicado. Este dotor era criado de la casa del condestable, y los procuradores que habían jurado acordaron de hablar al conde y le suplicar que mandase al dotor que no hiciese lo que hacía, porque era notorio desacato y deservicio del rey; que sabían que Su Alteza estaba de ello enojado; que su señoría lo remediase, pues podía.

     También se platicó de enviar a mandar a Burgos que enviase otro procurador a Cortes y revocase el poder que tenía el dotor. Algunos del Consejo lo tuvieron por inconveniente, pareciéndoles que sonaría mal en el reino cuando se dijese la causa porque procuraban quitarle el poder.

     Vino a términos el negocio que el rey habló de ello al condestable. Lo que pasaron no se pudo saber.

     Los procuradores del reino hicieron cada día sus ayuntamientos, acordándose entre ellos de hablar al rey y a Xevres para que Su Alteza fuese servido de les jurar los capítulos sobredichos; y para ello enviaron a don Francisco Pacheco, procurador de Córdoba, y a don Martín de Acuña, procurador de León, y a los procuradores de Valladolid, y con ellos el dotor Zumel, el cual, a instancia de todos los otros, habló a Xevres, diciendo cuánto convenía que Su Alteza fuese servido de hacer esto que se le suplicaba, y que tanto se le pedía, por lo que a su servicio convenía, como por el bien público del reino, porque lo que se requería para el reino de los príncipes, principalmente, era tener ganadas las voluntades de sus súbditos y naturales, y que éstas no se podían ganar entrando Su Alteza quebrantando las leyes y pregmáticas y preeminencias de sus reinos, y que no convenía a su servicio que así se hiciese, que cosa que tan mal principio llevaba, no podía tener buen fin, según sucedió.

     Como Xevres vio la cosa que andaba tan alborotada, respondió que no hubiese más, que después de comer hablarían al rey, porque por entonces no había lugar; y con esto se despidieron.

     Después de comer, el dotor Zumel recogió los procuradores que vinieron a esto, y volvieron a palacio y esperaron hasta que el rey oyó vísperas, y después de acabadas las vísperas mandó entrar el rey los procuradores, estando presentes el obispo Mota y don García de Padilla y Antonio de Fonseca.

     El dotor Zumel volvió a decir a Su Alteza lo mismo que había dicho a Xevres, y con buenas razones le apretó de manera que dio señal, como dicen, y prometió de guardar al reino lo que había jurado en la manera como se lo habían suplicado.

     En esto replicaron don Francisco Pacheco y don Martín de Acuña, que mandase dar por fe lo que Su Alteza decía. Él respondió algo enojado, diciendo que bastaba.

     Luego los procuradores le besaron las manos, por la merced que les hacía en haberles prometido esto que le habían suplicado y haberles hablado en lengua castellana.

     Entonces los procuradores que no habían jurado acordaron de lo hacer, y el obispo Mota les prometió en presencia del rey, que Su Alteza mandaría se diese esto signado por escribano de las Cortes.

     En aquel día por la mañana, antes de esto, se había mandado a los procuradores que no habían jurado, que en todo el día fuesen a jurar, so pena de perdimiento de bienes y oficios. Y el obispo Mota se lo había notificado de parte del rey, en presencia del secretario Castañeda. Y Fonseca, procurador de Salamanca, había dicho que no había jurado sino con condición que el rey jurase el capítulo susodicho, y que no pensaba ir el domingo a las Cortes, si Su Alteza no lo hiciese. Al cual expresamente mandaron con graves penas que fuese a las Cortes y que jurase, y así lo hizo.

     El domingo siguiente, que fueron siete de hebrero, año de 1518, juraron al rey todos los perlados, grandes y caballeros del reino de esta manera. Su Alteza vino a las Cortes muy galán. Vinieron con él todos los grandes y caballeros muy ricamente aderezados. Vino Su Alteza en un caballo a la estradiota. El condestable le traía de la rienda a mano derecha, para tener el estribo, y de la otra el conde de Benavente y el duque de Alba. Ninguno venía a caballo, sino sólo el rey.

     Los caballeros que se hallaron a esto fueron el condestable de Castilla, el duque de Alba, el de Béjar, el almirante de Castilla, el duque de Nájara, el duque de Arcos, el condestable de Navarra, el duque de Alburquerque, el marqués de Villena, el marqués de Tavara, el marqués de los Velez, el marqués de Denia, el marqués de Villafranca, el marqués de Tarifa, el conde de Benavente, el almirante de las Indias, el conde de Cabra, el conde de Ayamonte, el gran prior de San Juan, el conde de Altamira, don Pedro Puertocarrero, el conde de Lemos y otros muchos títulos y perlados de Castilla y León, todos tan soberbiamente vestidos y con tales libreas los criados y caballos, que lo menos eran telas de oro, que los extranjeros se admiraron.

     Estaban sentados en la iglesia, a la mano derecha del rey, el primero el nuncio, luego los embajadores del emperador Maximiliano, su abuelo; los embajadores de Francia, y sucesivamente los otros.

     La solemnidad del juramento fue así:

     El domingo siguiente, en el monasterio de San Pablo, dijo la misa el cardenal de Tortosa, Adriano, y acabada, el rey salió de la cortina y se sentó en una silla delante del altar, junto al cardenal, y tomó el cardenal un libro de los Evangelios y una cruz. Y luego don García de Padilla leyó una escritura que contenía lo que se había de jurar. Y acabada de leer, el infante don Fernando juró primero sobre el libro, y pasó a besar la mano al rey, y el rey no se la dio, sino abrazándole juntó el rostro con el suyo. Tomó el juramento y homenaje al infante monsieur de Xevres, y de allí fue el infante a la infanta doña Leonor y tomóla por la mano y llevóla a jurar y después a besar la mano al rey. El rey no se la dio, sino besóla en el carrillo. Y pasáronse a la mano derecha del rey el infante en pie junto a la silla, descubierta la cabeza. Luego juraron el infante de Granada, el arzobispo de Santiago y el de Granada y otros perlados, y después los grandes y señores de título que allí estaban. A los cuales el infante don Fernando tomó el juramento y homenaje.

     Leyó don García en voz alta el homenaje que los caballeros hicieron, y así a los procuradores, y tomado, tornaron a besar la mano al rey.

     Luego juró el rey de guardar y cumplir lo que tenía dicho y concertado con los procuradores; y se puso que si en algún tiempo diese Dios salud a la reina doña Juana, señora proprietaria de estos reinos, el rey desistiese de la gobernación, y la reina solamente gobernase. Que en todas las cartas y despachos reales que viviendo la reina su madre se despachasen, se pusiese primero el nombre de la reina y luego el suyo, y que no se llamase más que príncipe de España.

     Y acabado el juramento, los cantores levantaron Tedeum laudamus, y tocaron las trompetas y clarines.



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- X -

Cortes en Valladolid, las primeras que tuvo Carlos. -Monteros de Espinosa. -Reino de Navarra.

     Juntos los procuradores del reino en Valladolid, hicieron un razonamiento muy acordado al rey, respondiendo a lo que el obispo de Badajoz, presidente de estas Cortes, y don García de Padilla, letrado de ellas, de parte del rey habían propuesto, sobre que entre sí mirasen y confiriesen las cosas importantes al bien y conservación de estos reinos y acrecentamiento de ellos. Pidiendo los procuradores con muy buenas razones que el rey pusiese por obra el santo y católico propósito que mostraba en favor de sus reinos, y súbditos de ellos, y que para alcanzar el fruto de tan santos deseos, le traían a la memoria cómo por orden del cielo fue escogido y llamado para rey, cuyo oficio es regir bien, y el bien regir es administrar justicia, dando a cada uno lo que es suyo; y así le suplicaban fuese éste su fin y principal intento. Porque si bien los reyes tengan otras muchas calidades, como son linaje, dignidad, potencia, honra, riquezas, deleites, estimaciones, etc., ninguna de éstas le hace rey, según el derecho, sino sólo el administrar justicia. Y por ésta, y en nombre de ella, dice el Espíritu Santo que los reyes reinan. Que la justicia y el reinar con ella piden que cuando los súbditos duermen, los reyes velen. Y que así lo debía él hacer, pues en verdad era mercenario de sus vasallos, y por esta causa le daban parte de sus frutos y haciendas y le sirven con sus personas, cuando son llamados, y que así el rey por un tácito contrato era obligado a guardar justicia a los suyos, la cual es de tanta excelencia y dignidad, que quiso Dios intitularse de ella, llamándose juez justo. Que ella sola fue la que libró a Trajano. Que siendo tan amiga de Dios, sería así su amigo el que la guardase. Y porque la carga del juzgar es grande, y el que tiene la vara y cetro ha menester quien le ayude, fue y es necesario que el rey tuviese ministros inferiores, que lleven parte de esta carga y pesado cuidado, quedando al príncipe la suprema potestad. Que el buen rey debe buscar los tales, como los buscó Moisés cuando le mandó Dios que escogiese setenta y dos varones de su pueblo, para que le ayudasen a gobernar y descargasen de parte de su cuidado. Los cuales se habían de escoger sabios, ancianos, temerosos de Dios, enemigos de la avaricia y de otras pasiones, que ciegan y pervierten el sentido.

     Que aunque ellos esperaban de Su Alteza todos estos bienes, con todo suplicaban lo siguiente:

     1.º Que la reina doña Juana, madre del rey, estuviese con la casa y asiento que a su real majestad se debía, como a reina señora de estos reinos.

     A lo cual respondió el rey: Que se lo agradecía, y que no tenía otro cuidado mayor ni más principal que de lo que tocaba a esto, como verían por obra.

     2.º Que fuese servido de se casar lo más brevemente que pudiese, según la necesidad que de ello estos reinos tenían. Porque de tan alto príncipe quedasen a estos reinos hijos de bendición, que por muchos años reinasen en ellos.

     Respondió el rey: Que miraría en ello y haría lo que más conviniese a su honra y bien de su persona, y por estos reinos y sucesión de ellos.

     3.º Que el infante don Fernando no saliese de estos reinos hasta tanto que él fuese casado y tuviese hijos.

     Respondió el rey: Que de ninguna cosa tenía más cuidado que del acrecentamiento del infante, por lo mucho que le amaba. Y todo lo que se mandase proveer cerca de su persona, sería para su aumento y bien de estos reinos.

     4.º Que mandase confirmar las leyes y premáticas de estos reinos, usadas y guardadas, y los privilegios, libertades y franquezas de las ciudades y villas, y no consintiese poner en ellas nuevas imposiciones y lo jurase así.

     Respondió el rey: Que guardaría lo que cerca de esto tenía jurado, y que no consintiría las nuevas imposiciones.

     5.º Que no se diesen a extranjeros oficios, ni beneficios, ni dignidades, ni gobiernos; ni diese, ni consintiese carta de naturaleza, y si se habían dado, las revocase. Y que mandase ver la cláusula del testamento de la reina doña Isabel, que habla de esto, que la presentaron; y en lo que contra esto estaba hecho, lo mandase remediar, especialmente las tenencias, dignidades y otros beneficios que vacaron en el arzobispado de Toledo, y otros obispados se den a naturales. Y que el arzobispo de Toledo viniese a residir en estos reinos, porque gastase aquí las rentas.

     Respondió el rey: Que así se haría, y guardaría de allí adelante y lo prometía. Y que ya tenía escrito al cardenal de Croy, entendiendo que convenía así a su servicio y bien de estos reinos que viniese, y que agora le volvería a escribir con mayor instancia, y trabajaría que veniese en todo aquel verano. De lo cual estuviesen ciertos que sería.

     6.º Que los embajadores de estos reinos fuesen naturales.

     Respondió: Que lo mandaría proveer, de manera que los reinos no reciban agravio.

     7.º Que en la casa real sirviesen y tuviesen entrada castellanos, o españoles, como era en tiempo de sus pasados. Y tengan los oficios de ella, como con los reyes sus antecesores los tenían. Y en el género de porteros y aposentadores, haya de todos, porque algunos de ellos entendiesen y pudiesen ser entendidos.

     Respondió: Que le placía de lo mandar así, y se haría de allí adelante.

     8.º Que fuese servido de hablar castellano, porque haciéndolo así lo sabría más presto, y podría mejor entender sus vasallos, y ellos a él.

     Respondió: Que le placía, y se esforzaría a lo hacer, particularmente porque se lo suplicaban en nombre del reino. Y así lo había comenzado a hablar con ellos y con otros del reino.

     9.º Que no enajenase cosa de la corona real, y si había algún agraviado que pidiese justicia se la mandase guardar.

     Respondió: Que guardaría lo que cerca de esto tenía jurado, y mandaría guardar justicia a cualquier agraviado.

     10.º Que escribiese al Pontífice sobre el agravio que la corona real de Castilla y iglesia de Murcia reciben de la elección de Orihuela que tantas veces prometió en Cortes el Rey Católico de la deshacer; y Su Alteza lo había agora prometido en esta diligencia se apretase para que el Papa la revocase antes que él entrase en Aragón.

     Respondió: Que tenía escrito al Papa por la manera que los procuradores de Murcia lo habían suplicado. Y escribiría siempre que conviniese en favor de la ciudad.

     11.º Que no hiciese merced a ninguno de la tenencia de la fortaleza de Lara, que es de la ciudad de Burgos, y si tenía alguna hecha, la mandase revocar, mandando sobre todo hacer justicia.

     Respondió: Que mandaría ver a los del Consejo la justicia que la ciudad tenía, y no proveería en perjuicio de ella.

     12.º Que mandase guardar a los monteros de Espinosa sus privilegios y libertades, cerca de la guarda de su real persona, por ser tan antiguo y que toca a la lealtad de España.

     Respondió: Que mandaría ver los privilegios y proveer lo que fuese justicia y razón, y su servicio.

     13.º Que no permitiese que Arévalo y Olmedo saliesen de la corona real.

     Respondió: Que no entendía haber enajenado ni apartado de su corona real las dichas villas por las haber dado a la reina Germana solamente por los días de su vida. Lo cual hacía por muchas y justas causas del servicio de Dios y suyo y bien de estos reinos. Y que para que se viese que su voluntad era de no enajenar las dichas villas, les daría todas las cartas que le pidiesen, para que luego que la reina muriese, las dichas villas volviesen y se incorporasen con la corona real, y de ahí adelante no se anajenen.

     14.º Que lo que estaba encabezado, lo estuviese, y los que quisiesen encabezarse pudiesen, en el precio que estaban, guardando la cláusula del testamento de la reina doña Isabel.

     Respondió: Que le placía que se hiciese así como lo pedían.

     15.º Que no diese expetativa de oficios de personas vivas, y mandase revocar las dadas, ni hiciese merced de bienes de algún condenado antes de su sentencia pasada en cosa juzgada.

     Respondió: Que lo guardaría así, por ser tan justo.

     16.º Que no permita sacar de estos reinos oro, ni plata, ni moneda, ni diese cédulas por su cámara para ello.

     Respondió: Que lo tenía por muy provechoso, y mandaría a los de su Consejo los oyesen y tratasen sobre ello, para que viesen y proveyesen lo que fuese bien de estos reinos y su servicio.

     17.º Que la ley que habla de las apelaciones de tres mil maravedís abajo, se entienda en cualquier causa civil y criminal.

     Respondió: Que no ha lugar esto, ni conviene.

     18.º Que no se saquen caballos del reino.

     Respondió: Que así lo tenía mandado desde Bruselas, y se pondrían mayores penas siendo necesario.

     19.º Que los protomédicos no envíen personas que en su nombre visiten las boticas, por los daños que hacen.

     20.º Que se guarden las leyes que hablan de los oficios acrecentados, para que se consuman.

     21.º Que se guarden las leyes que hay en el reino, contra los que se alzan con haciendas ajenas, habiéndolos por públicos robadores.

     22.º Que se vede, como lo vedó el Rey Católico, el juego de los dados.

     23.º Que se revoquen todas las cédulas y cartas de suspensiones de pleitos, y de allí adelante no se diesen.

     24.º Que porque había grandes novedades, después de la muerte de la Reina Católica, en los consejos y chancillerías, las mandase visitar.

     25.º Que los alcaldes de corte y chancillerías no lleven más derechos de rebeldías, ni meajas, ni otras cosas de las que llevan otras justicias.

     26.º Que los merinos y alguaciles de la corte y chancillerías no lleven más derechos de las ejecuciones que hacen, de los que se pueden llevar en el lugar donde las hicieren por el merino de allí.

     27.º Que los alcaldes de corte y chancillerías y alguaciles den residencia, a lo menos de dos en dos años, pues en ésta es más necesaria que en todas las otras justicias del reino.

     28.º Que se vean en Consejo todas las residencias, y ninguno pueda ser proveído en otro oficio hasta que su residencia sea vista y sentenciada.

     29.º Que no se provean pesquisidores, sino que los corregidores más cercanos, o sus tenientes, remedien y provean en lo que sucediere, sin derechos.

     30.º Que los alcaldes de la hermandad hiciesen residencia cumplido su año.

     31.º Que las penas de la cámara y fisco no se librasen a jueces, ni corregidor alguno, sino que las cobre el tesorero.

     32.º Que cuando algún juez fuese recusado habiendo de tomar acompañados, se tenga lo que la mayor parte sentenciare.

     33.º Que la provisión que dio a estos reinos para que donde no hubiere parte querellante, que las justicias no procedan de oficio en ciertos casos, que se entienda aunque el querellante haya acusado, si después se aparta de la querella.

     34.º Que los corregidores y asistentes cumplan sus oficios a los dos años, y luego se les tome residencia, y tomada, no puedan ser proveídos al dicho oficio, aunque la ciudad lo pida donde lo haya sido.

     35.º Que las justicias no puedan tomar las armas de día y en lugares honestos.

     36.º Que, porque en el echar de los huéspedes, donde está la Corte se hacen notorios agravios, suplicaron que se los mandase quitar.

     Los demás capítulos se concedieron.

     A éste respondió el rey: Que sabía que se había suplicado a los reyes sus progenitores, y no se había concedido; que lo mandaría ver y proveería lo justo, teniendo siempre respeto al bien y utilidad del reino.

     37.º Que los que tenían oficios en el reino, los pudiesen renunciar veinte días antes de su muerte, conforme a las leyes. Y el rey fuese obligado a se los pagar.

     38.º Que lo que los Reyes Católicos y don Felipe mandaron por título de dote, lo mandase cumplir para descargo de sus conciencias.

     Respondió: Que se haría como no fuesen mandas en perjuicio del patrimonio real.

     39.º Que mandase proveer de manera que en el oficio de la Santa Inquisición se hiciese justicia. Y los malos fuesen castigados y los inocentes no padeciesen, guardando los sacros cánones y derecho común que de esto hablan. Y que los jueces inquisidores fuesen generosos, de buena fama y conciencia y de la edad que el derecho manda. Y que los ordinarios sean los jueces conforme a justicia.

     40.º Que el cardenal Jiménez mandó en su testamento veinte cuentos de maravedís para redención de cautivos y otros cuatro para casar huérfanas, y otros diez para un monasterio en Toledo, donde se criasen mujeres pobres y se casasen. Que lo mandase cumplir.

     A este capítulo non respondió.

     41.º Que no anden pobres por el reino, sino que cada uno pida en su naturaleza. Y los contagiosos estén en casa particular.

     42.º Que mandase plantar montes en todo el reino, donde se hallase aparejo, y los que había se guardasen conforme a las ordenanzas de las villas y lugares, y donde no los había se hiciesen.

     43.º Que por el pedir y cobrar de las alcabalas y otras rentas no se den jueces de comisión, sino que las justicias ordinarias sean jueces de las dichas rentas.

     44.º Que se guardasen las premáticas que vedan el traer de los brocados, y dorado, y plateado, y tirado, y en el traer de la seda se diese orden conveniente al reino.

     45.º Que mandase labrar vellón y moneda menuda por la necesidad que de ella había en el reino.

     46.º Que mandase que valiesen las provisiones y mercedes que los Reyes Católicos habían hecho a procuradores y oficiales de Cortes, y las que él hiciese.

     47.º Que mandase pagar a los continuos caballeros de la casa real que habían servido a sus padres y abuelos, y Su Alteza les mantuviese sus oficios.

     48.º Que mandase tener consulta ordinaria para el buen despacho de los negocios, y dar audiencia personalmente, a lo menos dos días en la semana.

     49.º Que en el echar de las bulas no se hiciesen fuerzas ni extorsiones, sino que cada uno tuviese libertad de tomarlas, y no se prediquen sino en día de fiesta. Y las provisiones que llevasen, fuesen rubricadas del Consejo Real.

     50.º Que se pida a Su Santidad que dé orden cómo los jueces y escribanos eclesiásticos tengan aranceles y hagan residencia.

     51.º Que los obispos que estando fuera del reino arriendan las rentas, no puedan arrendar la jurisdicción.

     52.º Que pida al Papa que no dé reservas en los cuatro meses de los obispados. Y los perlados visiten con mucho cuidado las iglesias.

     53.º Que no se resuma ninguna calonjía de las catedrales.

     54.º Que Su Alteza provea cómo los clérigos puedan testar, porque, de otra manera, los papas serían señores de la más hacienda del reino.

     55.º Que ninguno pueda mandar bienes raíces a ninguna iglesia, monasterio ni hospital ni cofradías. Ni ellos lo puedan heredar ni comprar, porque si se permitiese, en breve tiempo sería todo suyo.

     56.º Que no permita que el Papa aneje beneficios a obispados que sean de fuera del reino.

     57.º Que se provea cómo los obispados y dignidades y beneficios que vacasen en Roma, se volviesen a proveer por el rey, como patrón y presentero de ellas, y no quedasen en Roma.

     58.º Que se remedien las demasías de los jueces conservadores, y se limite su jurisdicción, y no se permitan, no siendo personas de calidad, y haya número y orden en ellos, y nombrados por el rey.

     59.º Que habiendo jueces en los lugares de primera instancia, no sean llevados los clérigos a las cabezas de los obispados ni otra parte, si no fuere en grado de apelación.

     60.º Otro sí (dice el capítulo que se sigue), ya Vuestra Alteza sabe que el reino de Navarra está en la corona real, desde las Cortes que el rey y la reina hicieron en Burgos el año pasado de 1515. E agora el obispo de Badajoz nos dijo al tiempo que juramos a Vuestra Alteza la voluntad que tenía a lo conservar. Por lo cual besamos las manos a Vuestra Alteza por tan crecida merced como a estos sus reinos hace. Y así esto, como todo lo que por razón de la cisma se adquirió a estos dichos reinos e a su corona real e patronazgo de ella, suplicamos la mande conservar e defender como sus pasados lo hicieron, mandando defender y amparar los perlados que, por razón de lo susodicho, algo poseen. E si para la defensa de esto fuere necesario nuestras personas y haciendas, las pornemos, pues este reino es la llave principal de estos reinos.

     A esto se vos responde: Que visto que el buen derecho que para tener el dicho reino de Navarra tenemos, y cuánto importa en ello para estos nuestros reinos de Castilla; y la incorporación en ellos hecha por el Rey Católico, y lo que nos encomienda por su testamento, tenemos voluntad, como nos lo suplicáis, de le tener siempre en ella, ansí le tenemos y ternemos en servicio el ofrecimiento grande que cerca de esto nos hacéis, en nombre de estos reinos, que es de tan buenos y leales vasallos como sois. Aunque creemos y tenemos por cierto que habría poca necesidad de él, pues nuestro derecho está tan conocido para tener el dicho reino, que no habrá ninguno que nos quiera poner turbación en él. Y en lo de los perlados, trabajaremos de lo hacer como nos lo suplicáis.

     61.º Que a ningún pechero se diese carta de hidalguía. Ni se permitiesen hermandades de mostrencos ni frailes.

     62.º Que el correo mayor, que reside en Corte, no lleve el diezmo de lo que ganan los correos de las otras ciudades y villas del reino.

     63.º Que se guardase la premática que manda medir los paños sobre tabla.

     64.º Que los alcaldes de Corte no pongan ni tengan escribanos de su mano, sino que se los dé el rey.

     65.º Que no libren en sus casas, sino públicamente en la plaza.

     66.º Que se nombren personas que tengan cuidado de mirar la orden que se ha de guardar en el despachar los pleitos por antigüedad.

     67.º Que no se consientan salir las carnes y ganados del reino.

     68.º Que se quitasen las nuevas imposiciones.

     69.º Que no permita que por Roma ni Portugal se den hábitos de las órdenes militares ni encomiendas.

     70.º Que no se hagan caballeros pardos, porque el cardenal Jiménez había hecho algunos y era en perjuicio de los pecheros.

     71.º Que las franquezas que el cardenal dio, cuando quiso echar la gente de guerra en el reino, se den por nulas.

     72.º Que se conservasen los derechos y bulas de los hijos patrimoniales en los obispados, cuyos son los beneficios de los tales.

     73.º Que el servicio que se le había concedido, se cobrase por los mismos procuradores y ciudades y no por recetores y cobradores.

     74.º Que en los tres años que se había de cobrar este servicio, no se echase ni pidiese otro tributo, sino con estrecha y extrema necesidad.

     Esto fue lo que al rey se pidió en las primeras Cortes que tuvo en Castilla, y otras cosas que por ser particulares y que tocaban a solos los procuradores, no he referido.

     Y las demás sí, porque por ellas parece el estado en que estaba Castilla y el buen celo de sus castellanos, así en el servicio de Dios y de su rey como bien del reino. Y a todas estas cosas respondió el rey graciosamente, y les dio las gracias con tanto cumplimiento, que todos quedaron muy pagados de él. El servicio que le otorgaron y se había de cobrar en los tres años primeros, fueron (según dice fray Antonio de Guevara) ciento y cincuenta cuentos, y según Pero Mexía, seiscientos mil ducados.



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- XI -

Monteros de Espinosa.

     En el capítulo doce de estas Cortes suplicaron los castellanos a su rey que se sirviese de mandar guardar los privilegios de los monteros de Espinosa cerca de la guarda de la persona real. Es muy cierto y recibido, y aun constaba por escrituras del monasterio real de San Salvador, de Oña, que se encomendó esta guarda a los hombres nobles hijosdalgo naturales de Espinosa, en tiempo del conde don Sancho de Castilla, porque dos criados de su casa le avisaron que se guardase de una traición que estaba armada para quitarle la vida. Y en pago de esta lealtad el conde casó a la doncella, que era criada de su madre, con el criado que le dio el aviso, y por ser ambos naturales de Espinosa y nobles, les dio que ellos y todos sus descendientes hijosdalgo fuesen guarda de su persona y de todos los condes o señores de Castilla, y que ellos solos velasen, y guardasen su casa y retrete y cama.

     Que parece a lo que Salomón ordenó en su casa de los setenta y dos varones de los más ilustres y valientes del reino que, armados, le guardaban el sueño.

     Este privilegio confirmó el rey don Alonso de Castilla año de mil y docientos y ocho, y señaló los solares y casas de los monteros, y de la mesma manera lo confirmaron otros reyes de Castilla, y el Emperador hizo lo mismo estando en Barcelona, a doce de agosto año de mil y quinientos y diez y nueve.

     Las preeminencias de este oficio, antigüedad y calidades de él, son harto honradas, y baste por ahora lo dicho, pues no da lugar a más la historia.



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- XII -

Título a don Bernardo de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, para que se encargue del servicio de la reina en Tordesillas.

     Satisfecho el rey de la antigua lealtad y grandes servicios en que los marqueses de Denia se habían señalado, escogió al marqués don Bernardo para encargarle el servicio y guarda de la reina doña Juana, su madre, que importaba en ello no menos que la quietud de estos reinos y firmeza suya en ellos, como después pareció en las alteraciones que para ejecutar sus malos intentos los que los tenían, queriéndose apoderar de la reina, echaron de su servicio al marqués y marquesa de Denia.

     Confiando, pues, el rey, como digo, tanto del marqués de Denia, y estando ya Su Alteza para partir de Castilla, a quince de marzo de este año mil y quinientos y diez y ocho, en nombre suyo y de la reina su madre, dice: que, confiando de la fidelidad y buenos y leales servicios que don Bernardo de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y conde de Lerma, y del su Consejo, había hecho a los Reyes Católicos, sus padres y abuelos, y los que a ellos hacía cada día y esperaban haría de allí adelante, porque estaban ciertos de todo ello y de la buena manera, cuidado y diligencia con que siempre había servido, y que así haría de allí adelante, le dan cargo de la administración y gobierno de la casa de la reina, que residía en Tordesillas, para que la pudiese regir y gobernar y a todas las personas de ella; y así mismo, para que en la gobernación y justicia de la villa de Tordesillas pudiese hacer lo que viese que convenía, y que todos le obedezcan, así los criados de la casa real como las justicias y vecinos de la villa.

     Con la provisión hecha en el marqués don Bernardo, que duró hasta el año de 1535 en que murió, y luego le sucedió en ella, como diré, su hijo, el marqués don Luis, descuidó el Emperador del gobierno de la reina su madre, y con esto se dio conclusión a las Cortes.



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- XIII -

Justa real en la plaza de Valladolid.

     A catorce de marzo hubo justa real en la plaza de Valladolid, de veinte y cinco a veinte y cinco caballeros españoles y flamencos, que a porfía se quisieron señalar, así en los trajes costosos como en el pelear, y encuentros de las lanzas y golpes de las espadas.

     Cayeron muchos, fueron heridos otros, y murieron siete, que por eso dicen que este regocijo para veras es poco y para burlas pesado. Entraron en la carrera el señor de Beauram y el señor de Sencelles, caballeros del Tusón, mantenedores, acompañados del condestable de Castilla, conde de Haro, conde de Ayamonte, conde de Aguilar y don Pedro Girón. Y la librea de los mantenedores era carmesí sembrado de dragones de plata, con otros muchos asistentes y con ricas libreas. Salieron al encuentro de éstos el prior de San Juan y don Antonio, su hermano, el hijo del duque de Cleves y otros señores extranjeros, don Juan de Mendoza, don Francisco de Bracamonte. Duraron estas fiestas desde el jueves hasta el martes de Carnestolendas, en que éstos y otros caballeros se mostraron.

     Entró el rey en una de estas justas con grandísimo acompañamiento y majestad, el martes, y fue la primera vez que justó con armas. Justó contra él su caballerizo Carlos de Lanoy, caballero de quien se hará larga mención en esta historia. El aderezo que el rey sacó sobre las armas y cubiertas del caballo era de terciopelo y raso blanco bordado y recamado de oro y plata, y sembrado de mucha pedrería, obra verdaderamente real, y rompió el rey tres lanzas en cuatro carreras, aunque le faltaban diez días para cumplir diez y ocho años.

     Fue Carlos V singular en usar de las armas y en el aire y postura, tanto, que afirman que de él aprendieron los mejores caballeros, y que en algunos regocijos de armas quiso entrar disimulado, y luego era conocido por la postura y donaire que tenía.

     Hubo toros, cañas y otros regocijos. Hizo banquete general a todos los señores que estaban en la Corte. Hubo grandes saraos en palacio. En todo se mostró príncipe gallardo, aventajándose a todos. Y para mayor grandeza mandó que se pagasen los gastos que en estas fiestas se habían hecho a su cuenta. Y sumó el gasto cuarenta mil ducados.



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- XIV -

De la reina Germana, y respeto que el rey la tuvo hasta que ella le perdió a Su Alteza. -Melancolía grande de la reina doña Juana.

     Tuvo el rey algunos días gran respeto a la reina Germana, por haber sido mujer de su abuelo y habérsela dejado encomendada. Fue tanto, que si ella entraba y el rey estaba sentado, se levantaba de su asiento y se descubría y la hablaba la rodilla en tierra.

     No duró esta cortesía mucho tiempo, porque el rey luego cobró autoridad y ella miró poco por la suya, gustando más de sus placeres, comidas, huertas y otras cosas ajenas de quien era, aunque no en lo que toca a la limpieza de su persona, que de mirar por el respeto que sus tocas pedían.

     Estaba retirada estos días en el monasterio del Abrojo, legua y media de Valladolid, y el rey envió por ella y la trajo a su palacio, honrándola como a madre, que así la llamaba. Luego envió por la infanta doña Catalina, su hermana, y quiso que viniese sin que la reina doña Juana, su madre, lo entendiese. Y como la reina la echó menos, sintió tanto su ausencia que estuvo tres días sin comer bocado, y avisando al rey, mandó luego volver la hermana, y fue tras ella a se disculpar y visitar a la madre.

     Vuelto a Valladolid, determinó su partida para Aragón, que quería visitar aquellos reinos y tener Cortes en ellos, donde quería ser jurado, y esperaban que personalmente fuese a visitarlos, y que, conforme a sus fueros, le recibiesen, y él se los jurase.

     El infante don Fernando tenía su casa en Aranda de Duero, bien poco favorecido de su hermano el rey, porque siempre los privados desvían las personas reales de los reyes. Tratóse de que con brevedad le enviasen a Flandes, que para las cosas de allá importaba su presencia. También para asegurarse de la de acá, convenía tenerle ausente, que no quiere compañía la impaciente codicia de reinar.



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- XV -

Parte el rey para Aragón. -El infante don Fernando va a Flandes.

     Dada, pues, la mejor orden que fue posible en las cosas tocantes al buen gobierno de Castilla, el rey partió de Valladolid para Aragón, acompañándole muchos grandes y principales caballeros, en el principio del mes de abril de este año de mil y quinientos y diez y ocho, llevando consigo a la infanta doña Leonor, su hermana, y a la reina Germana.

     Tomaron el camino para la villa de Aranda, donde el infante don Fernando, su hermano, había vuelto con muy poco gusto, por la priesa que había en sacarlo de España. Detúvose el rey algunos días en Aranda, en los cuales despacharon al infante para Flandes, como estaba determinado. Y hecho esto se partió el rey para Aragón. Y con el infante fue monsieur De Beurren, mayordomo mayor del rey, dejando en su oficio a su hijo, que se llamaba como él. Y esto dicen que fue traza de monsieur de Xevres, por apartarlo de la presencia del rey, porque entre ellos había habido grandes discordias. Todos los más criados que el infante llevó fueron extranjeros. Y pocos castellanos. Hizo su viaje en una buena armada que estaba aparejada en el puerto donde se embarcó.

     Y el rey prosiguió su camino para Zaragoza, en la cual entró a 15 de mayo con muy solemne recibimiento; y a 19 fue a la iglesia mayor, donde se le hizo gran fiesta y aplauso.



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- XVI -

Sienten mal en Castillo de la ida del infante don Fernando: que le querían bien. -Quejas de los castellanos por el gobierno de los flamencos. -Rectitud del autor en decir verdad. -Sana intención y verdad con que esto se escribe. -Lo que dice Pedro Mexía. -Favores que el rey hizo a sus españoles. -Es don del cielo que un rey acierte con ministros leales. -La gravedad en el príncipe importa.

     Por la ida del infante de estos reinos pesó a muchos, y se comenzó a murmurar, porque les parecía que no se debía hacer hasta que el rey se casase y tuviera hijos.

     Murmuraban también en Castilla y Aragón de la gobernación que había, porque todas las cosas pasaban por la mano de Xevres y de sus amigos, y demás de que los privados de los príncipes, por justos que anden, son envidiados y aborrecidos de todos, Xevres era infamado de codicioso y avariento, y lo mismo se decía de los flamencos que servían al rey.

     Y los españoles, impacientes que extranjeros tuviesen tanta mano en su tierra, quejábanse con harta demostración y sentimiento. También decían que el rey era intratable, esquivo, y que daba pocas muestras de querer bien a la gente española; que al fin era extranjero y criado entre extranjeros, enemigos de esta nación.

     De todo esto diremos presto largamente que de aquí nacieron las Comunidades, que dieron bien que escribir. Yo ni loo ni condeno a nadie, con afición ni otra pasión. Ni cometeré tal pecado por cuanto Dios tiene en el suelo, ni miraré en que sea mi natural, ni que sea extranjero. Ni puedo decir lo que no vi, porque no era nacido; diré lo que he hallado en papeles, en personas y autores graves, a quien se debe dar crédito, y en los papeles originales de los Consejos, y cartas del rey y sus ministros.

     Mexía, que fue un honrado caballero, coronista del Emperador, dice que Xevres era muy prudente y que sirvió al rey con mucho amor; que le procuró la paz con los príncipes cristianos, que deseaba que se hiciese justicia con igualdad, que era grave de canas y experiencia, y aun casi quiere decir que acertó el rey en darle la mano que le dio. Y dice cierto lo que fue, bien es verdad que no le salva del pecado de la avaricia.

     Con todo, parece que habla Pero Mexía con alguna afición, porque respondiendo al cargo que al rey se hacía, de que extranjeros gobernaran el reino, dice que no era así, porque el rey tenía en el Consejo de su Cámara a don García de Padilla y al maestro Mota, obispo de Badajoz, y por secretario a Francisco de los Cobos, oficial que había sido del secretario Conchillos y fidelísimo ministro de su príncipe. Y es claro que aunque los tres fueron notables en valor, prudencia y experiencia, que no se sumaba en ellos lo mejor de España, ni eran bastantes tres personas para el gobierno de tan gran monarquía, y lo que ellos podían y hacían, era lo que quería Xevres; que por esto echó manos de ellos y no de los grandes de España, hasta que vio Xevres el juego perdido, que, para remediarlo, encomendaron el reino a dos de los mejores de él.

     Yo diré, antes que comiencen las Comunidades, lo que dice fray Antonio de Guevara y dicen otros que vieron estos tiempos. Y fray Antonio era fraile, teólogo, obispo, caballero, coronista del Emperador, y no comunero, antes enemigo de ellos. Y así hemos de creer, como es justo de tal religioso, que hablaría sin pasión y con temor de Dios, diciendo la verdad, y procurando saberla, y si alguna pasión tuvo, antes fue contra los comuneros que en su favor, deseando, como quien era, el servicio de su rey, y pareciéndole mal lo que en contrario se hacía; y así, lo que dijere para descargo de ellos se le ha de creer, porque lo diría sin ninguna afición, con la limpieza que digo.

     Al rey no se puede culpar en este tiempo, porque siendo de tan poca edad, por fuerza se había de guiar por aquéllos con quien se había criado, y que él estuviese sin culpa, mostrólo el tiempo cuando llegó a edad madura. Bien claro vieron los españoles lo que los amó y estimó, anteponiéndolos a todas las otras naciones y dándoles oficios más honrados y de mayor confianza, no sólo en España, mas en Italia, Flandes y Alemaña.

     Y tuvo más otra virtud este príncipe, que nunca admitió privado que no lo mereciese ser, guiándole Dios en todo, de cuya mano vienen los bienes. Y no es pequeño que un rey acierte en escoger quien le ayude con amor, con fidelidad y deseo del bien común; que dar contento a todos es imposible. Pues Moisés, con ser escogido de Dios, y hacer milagros, y verle hablar con el Señor tan familiarmente como un amigo con otro, fue tan aborrecido de su pueblo y de sus hermanos naturales, que le quisieron mil veces apedrear.

     Quejábanse más de que el rey era demasiado de grave. La gravedad que este príncipe tuvo era natural en él, que jamás usó de artificio. Y no sé si en los príncipes es más importante la gravedad que la llaneza, particularmente cuando tratan con los vasallos y gente poderosa del reino, que con los demás, cuanto más llano, más amado y querido. Baste lo dicho, que es fuera de historia, mas son menester estas salvas para lo que en el año siguiente veremos en Castilla.



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- XVII -

Llega el rey a Zaragoza. -Cortes en Zaragoza. -Muere el chanciller. -Entra en el oficio Mercurino Catinara. -Peste en España. -Viterbo, legado del Papa. -Pide el Papa liga contra el Turco.

     Volviendo, pues, a nuestra obra, entró el rey en Zaragoza, haciéndole las fiestas que aquella grande y generosa ciudad pudo, para muestras de la voluntad con que recibía a su príncipe. Después de algunos días se comenzaron las Cortes, y alargáronse tanto, que el rey se detuvo ocho meses.

     Murió aquí el gran chanciller con muy pocas lágrimas de los españoles, de quien era sumamente aborrecido. Y aún él quería más su oro que sus personas ni gracias. Tuvo muy mal nombre este monsieur de Laxao.

     En su lugar puso el rey a Mercurino de Catinara, varón prudente y sabio, y amigo de justicia y rectitud y gran jurisconsulto, y así sirvió al rey en el oficio de gran chanciller leal y prudentemente.

     Hubo este año muy poca salud en la mayor parte de España. Murieron muchos de landres.

     Estando el rey en Zaragoza, llegó allí Isidro de Viterbo, cardenal y legado del papa León X, varón insigne en letras, como parece por sus obras. La embajada que trajo era encomendar y procurar la paz con el rey de Francia. Y también la del Emperador y rey de Ingalaterra, que al mismo efeto envió a un mesmo tiempo a cada uno de estos príncipes un embajador o legado, para que así, juntos y conformes, pues eran las cabezas de la cristiandad, entendiesen en resistir a la potencia y tiranía de Selim, Gran Turco, que estaba poderosísimo, haciendo notables daños en toda la cristiandad, para lo cual pidió el legado particularmente al rey, que enviase por su parte armada de mar, y que defendiese la costa del reino de Nápoles y de Sicilia, y hiciesen guerra al enemigo.

     A lo primero respondió el rey con muy alegre semblante, que él estaba con muy buenos deseos de siempre procurar y conservar la paz con el rey de Francia y con el de Ingalaterra, con los cuales la tenía asentada, prometida y jurada, la cual nunca él rompería, en cuanto en sí fuese. Y en lo que tocaba a ligarse para hacer guerra al turco, él haría por su parte todo lo posible, y mandaría aparejar la armada para que fuese a tiempo. Lo cual hizo así después, con que el legado volvió contento en Italia.



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- XVIII -

Casamiento de la infanta doña Leonor con don Manuel, rey de Portugal.

     Aquí se trató que la infanta doña Leonor, hermana del rey, casase con don Manuel, rey de Portugal, que estaba viudo, y sobre ello hubo muchas juntas y varios pareceres: habiéndolos que fuera mejor que la infanta casara con el príncipe don Juan, hijo del mismo rey don Manuel. Mas monsieur de Xevres, a quien decían que el rey de Portugal había dado gran suma de dineros, porque hiciese con el de Castilla que viniese en darle su hermana, acabó que el casamiento fuese con el rey don Manuel y no con el príncipe, su hijo. Otros dijeron que la mesma infanta, por verse luego reina, había más querido al padre que al hijo. Y a mi parecer se engañó, que más vale el sol cuando nace, que cuando se pone.

     Finalmente, el desposorio se hizo con poderes del rey de Portugal, a trece de julio. Y salió la infanta aquel día con corona de oro en la cabeza. Era el rey don Manuel de cincuenta años, con todo, deseaba ver su nueva esposa, y dio priesa que se la llevasen.

     Entró la reina doña Leonor en el reino de Portugal, miércoles a veinte y cuatro de noviembre de este año, por Castil de Vide. De allí fue al Crato, donde el rey la esperaba con toda la nobleza de aquel reino.

     De Castilla fueron con la reina el duque de Alba, don Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla; la mujer de Xevres, don Hernando Cabrero, arcediano de Zaragoza y del Consejo Real de Castilla, que quedó en Portugal y sirvió a la reina hasta que volvió viuda a estos reinos, y otros muchos caballeros.

     Y, como dije, en estos días fue cuando dio el rey el arzobispado de Toledo a Guillelmo de Croy, sobrino de monsieur de Xevres, que ya era obispo de Cambray. Y todo el reino se sintió mucho de esto, porque era extranjero, y la provisión contra lo que había jurado en Valladolid.



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- XIX -

Confirman la paz con Francia.

     En este tiempo se volvió a confirmar la paz y amistad entre los reyes de España y Francia, y el de España dio en cumplimiento del capítulo de la paz de Noyon ciento y cincuenta mil florines de oro, y de tal manera dieron muestras de amistad, aunque duraron poco, que el día de San Miguel, el rey Carlos de España trajo públicamente al cuello el collar y insignia de San Miguel, que es la más principal de la caballería de Francia; y luego, el rey de Francia, correspondiendo, día de San Andrés trajo la cadena y vellocino que llaman del Tusón.

     Muchas de estas aparencias de amor hubo entre estos príncipes; mas las obras fueron muy diferentes, dañosas y pesadas, dentro de breve tiempo, que no hay más firmeza en los hombres de la que quiere el interés.



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- XX -

Piden los de Aragón que el rey les guarde los fueros. -Quieren los de Aragón jurar por príncipe al infante don Fernando, y condiciones con que quieren jurar al rey. -Enójase el rey de los de Aragón. -Palabras del conde de Benavente contra los de Aragón. -Pendencia entre los condes de Benavente y Aranda.

     Juntáronse los grandes de Aragón en el palacio del arzobispo, tío del rey, y suplicaron les dijese qué era su voluntad, porque en ellos había el deseo de servirle, que siempre tuvieron a los reyes sus pasados. Pero con tal condición, que se les guardasen los fueros que el reino tenía. El rey respondió que así lo haría; pero que pues veían la indisposición de la reina, su madre, les pedía y rogaba que le alzasen por rey, como lo habían hecho en Castilla.

     Respondieron los jurados en nombre del reino, que ellos lo harían, aunque iban contra las leyes, por ser la reina proprietaria viva; pero que Su Alteza había de tener por bien que el día que le jurasen por rey había él de jurar al infante don Fernando, su hermano, por príncipe. Y esto no para que hubiese efeto de quedar por príncipe heredero, sino para en el entretanto que Su Alteza se casaba, y Dios le diese sucesor. Y que si esto no quisiese, le jurarían por albacea y tenedor de los bienes de la reina, su madre. Y que si Su Alteza no acordase en esto, que ellos no tenían licencia para hacer otra cosa, y caso que la tuviesen, ellos, de su parte, no lo consentirían, porque era en perjuicio y daño de sus exenciones.

     Enojóse mucho el rey con tanta resolución y no les respondió palabra, y los grandes que con él estaban de Castilla quedaron muy enojados de la respuesta de los aragoneses. Dijo el conde de Benavente al rey que si Su Alteza tomase su consejo, que él los traería a la melena, y que hacía pleito homenaje de servirle en esto con su persona y con toda su hacienda: que era bien hacer un ejército y sujetar aquel reino por fuerza de armas, y así les daría las leyes que quisiese y no las que los aragoneses querían.

     A estas palabras del conde de Benavente respondió el conde de Aranda tan ásperamente, que todo el palacio y los grandes de la Corte se alborotaron de manera, que tuvo bien que hacer el rey en componerlos, y les mandó guardar sus casas y que ninguno saliese de ellas so pena de la vida, mas no lo cumplieron así.

     Y venida la noche, se armaron los unos y los otros, y apellidaron de ambas partes mucha gente y salieron a matarse por las calles de la ciudad. No murió ninguno; pero fueron heridos veinte y siete. Fuera sin duda mayor el daño si el arzobispo, que estaba cenando, no saliera con siete o ocho grandes, que con él estaban, a los poner en paz. Y así quedaron por entonces algo quietos, hasta otro día, que el rey tomó la mano y puso treguas entre el conde de Benavente y el conde de Aranda. Después de esto se allanaron los de Aragón y quisieron conformarse con los de Castilla.



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- XXI -

Juran los de Aragón al rey. -Sabe el rey la muerte de Horruc y levantamiento de Haradín Barbarroja. -Don Hugo de Moncada contra Argel. -Piérdese don Hugo sobre Argel por no la combatir en llegando.

     Y a treinta días del mesmo mes, con auto solemne, habiéndose determinado por las Cortes, juraron al rey por su rey y señor en compañía de la reina su madre, cómo se había hecho en Castilla, y predicó aquel día el legado un excelente sermón, y las Cortes procedieron adelante.

     Estando el rey aquí en Zaragoza tuvo nueva de la guerra que con el cosario Barbarroja se tenía en África, y de la muerte de Horruc Barbarroja, y levantamiento de su hermano Haradín en Argel, como queda dicho, y viendo el rey que no bastaba haber muerto y deshecho a Horruc, si quedaba Haradín con el reino de Argel y con los pensamientos altos que tenía de ser más que su hermano, envió a mandar a don Hugo de Moncada, que era virrey de Sicilia, que juntando la gente y armada que bastase fuese luego sobre Argel y echase de allí aquel tirano.

     Recogió don Hugo cuatro mil y quinientos españoles, soldados viejos, y haciéndose a la vela, tomó algunos soldados en Bugía, que le dio Perafán de Ribera, y en Orán le dio más gente el marqués de Comares.

     Había corrido y saqueado el marqués este año diez y siete lugares y tenía tan amedrentados los moros de Berbería, que se tenía por cierta la toma de Argel.

     Como don Hugo llegó, echó en tierra la gente y sacó la artillería con otras cosas. Ganó luego la Serrezuela, que importaba mucho, y atrincheróse en ella con mil y quinientos soldados. Quisó batir y arremeter al lugar por no perder tiempo; mas Gonzalo Marino de Rivera, caballero gallego, sin cuyo parecer no se podía hacer, le aconsejó que esperase al rey de Tremecén, que vernía presto con muchos alárabes a caballo y gente de a pie, como lo había prometido, cuya gente sería buena para contra los del campo de Argel, ya que no valiesen para el combate de la cerca.

     En esto y en otras cosas que trataban los del Consejo de guerra se pasaron seis o siete días. Y aún cuentan que no se avinieron como fuera razón, don Hugo y el Gonzalo Marino.

     Levantóse a ocho días que llegaron un cierzo tan recio, que dio en tierra con veinte y seis navíos, sin otros bajeles. Anegáronse en esta tormenta, que fue día de San Bartolomé de este año, cuatro mil hombres. Pérdida notable y lastimosa, que quebraba el corazón ver encontrarse las naos unas con otras, y hacerse pedazos como si fueran delicados vidrios, y la gente sin entenderse, gritando y llorando tan miserable fin. Fue un caso extraño y desdichado.

     Recogió don Hugo lo poco que le había quedado y navíos, y lleno de dolor se retiró a Ibiza, donde invernó. Perdióse aquella empresa por no querer el Marino dar, luego que se ganó la Serrezuela, el asalto a la ciudad; que todos tenían por cierta la victoria. Y así veremos adelante otra pérdida mayor sobre esta ciudad, por la misma ocasión de no querer, luego que saltaron en tierra, arremeter al lugar, y por hacer esta jornada a la boca del invierno. En Ibiza se le amotinaron a don Hugo los soldados porque no les pagaban, y destruyeron la isla.



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- XXII -

Los moros de Berbería saquean la costa de Valencia. -Muéstrase cruel Barbarroja contra españoles. -Quiere Barbarroja matar a Benalcadi. -Barbarroja desampara a Argel.

     Quedó Haradín Barbarroja muy ufano con la vitoria que los elementos le habían dado, y muy rico con los despojos que hubo de ella, de esclavos, artillería, madera, hierro, jarcias para labrar fustas y galeotas, de que tenía falta. Labró y armó algunas, porque era muy inclinado a las cosas de la mar, y envió al alcaide Hazán o Cartazán con cinco navíos a correr la costa de Valencia por inteligencias que tenía con los moriscos de este reino.

     Entró el cosario por el río de Amposta, y robó el lugar, guiándolo un morisco de allí, sin hallar quien le hiciese daño, ni contradición alguna. Volviendo a Argel con la presa, combatió una nave española, mas no la pudo tomar.

     Barbarroja dio de palos a este capitán y lo echó en la cárcel, porque halló que le había encubierto ciertas cosas de la presa de Amposta; y porque no tomó la nao, culpándole de cobarde. Mató cruelmente los cautivos españoles, en especial a los que se habían hallado en la guerra de Tremecén y muerte de sus hermanos, y quiso también matar a Benalcadi, que le vino a visitar, diciendo que no muriera su hermano en el corral de cabras si él no le desamparara. Otros dicen que el bárbaro Haradín quería hacer semejante vileza de matar a quien tan buen amigo había sido de su hermano, por quitarle las tierras, y por no tener cerca de sí hombre tan poderoso y tan bien quisto en la tierra.

     Benalcadi se salió de Argel porque le avisaron y se fue a Azuaga, donde juntó mucha gente con que hizo guerra mucho tiempo al Haradín Barbarroja; el cual, viéndose apretado, soltó al capitán Hazán, y le hizo su capitán contra Benalcadi, dándole orden que le diese la batalla. Para la cual le dio quinientos turcos y otros muchos hombres, y él se quedó en Argel porque no le cerrasen las puertas; que con tales temores viven siempre los tiranos.

     Hazán, afrentado con los palos que Haradín le había dado, se pasó a Benalcadi, enviando a decir a Barbarroja que mirase otra vez cómo trataba a los hombres de bien.

     Luego, los dos capitanes, Benalcadi y Hazán, vinieron sobre Argel y lo tomaron, y casi todo el reino, y pusieron a Barbarroja en tanto aprieto y hambre, que no tuvo otro remedio más que tomar sus fustas y, cargado de riquezas, se echó al agua, yendo a buscar nuevo asiento y nuevos amigos. Que no tienen más firmeza los imperios tiranos.



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- XXIII -

Barbarroja corre el mar Mediterráneo. -Hace gavilla Barbarroja con otros cosarios.

     A la ventura se echó Haradín Barbarroja por el mar Mediterráneo, juntándose con otros ladrones, cosarios como él, por no tener nido seguro donde acogerse con su casa, hijos y muchas mujeres. Fue a Jijar, que era de Benalcadi y metióse dentro y fortalecióse en ella. Y dejando algunos turcos de guardia, partió con cinco fustas a buscar su buena ventura.

     Topóse con siete naos cargadas de trigo junto a Cerdeña. Combatiólas al cabo de Puellar, rindiólas y tomó las cinco, echando otra a fondo. Y con esta presa volvióse a Jijar.

     Estando aquí le vinieron a decir que fuese a Bona, que se la entregaría Jaquenaxar Alhabe. Sabía Barbarroja cuán buena tierra era aquélla. Holgó con tal nueva, y más por ser a tal tiempo; y enviando delante un renegado de Málaga en una fusta, partió con las otras allá. Mas cuando llegó halló puestas sus banderas al revés por las almenas del castillo, y las cabezas de los suyos colgadas. Como se vio burlado, diose a correr la mar con intención de hacer mal igualmente a moros y a cristianos; lo cual, en efeto, hizo como lo propuso.

     Tomó luego en la playa romana una nao genovesa, aunque con peligro, porque con un tiro le raparon el turbante de la cabeza y quedó aturdido del golpe: por lo cual degolló a todos los de la nao que pelearon. Fue a los Gelves a buscar otros cosarios, y halló a Sinán, judío; Haradín Cachidiablo, Salarraez, Tabas y otros famosos salteadores. De lo cual se holgó mucho y se agavilló con ellos.

     Hízoles muchos presentes, especialmente al judío Sinán, mostrando gran tristeza por sus desventuras. Para les ganar mejor la voluntad hízoles una plática, en que les dijo, llorando, la fama malograda de su hermano Horruc, su muerte desdichada con los otros dos hermanos, su desdicha particular, que habiéndose visto señor de tres reinos, que su hermano había ganado, estaba como le veían. Pidióles con encarecimiento y lágrimas que le ayudasen a cobrar lo que había perdido. Ellos se le ofrecieron muy de voluntad. Y así se partieron de los Gelves con cuarenta velas y fueron sobre Bona.

     Combatiéronla, mas no la pudieron tomar, aunque hicieron daño. Hubieron allí palabras Barbarroja y el judío, sobre si fue o no fue bien dado el segundo combate, por las cuales se volvió el judío a los Gelves, que era el mejor cosario de todos.



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- XXIV -

Vuelve Barbarroja sobre Argel. -Libran de prisión y muerte los españoles a Barbarroja. -Entra Barbarroja en Argel. -Reina Barbarroja en Argel y Túnez. -Cachidiablo, cosario, corre la costa de España. -Don Alonso de Granada va contra la carraca.

     Estuvo Haradín Barbarroja en Jijar algunos días haciendo bizcocho y otras cosas para la flota y para la guerra. Fue sobre Argel. Sacó a tierra la gente y artillería con toda la munición necesaria, como quien sabía bien el lugar y asiento. Asentó el real lo mejor que él pudo. Salió Benalcadi a escaramuzar con él; y encendióse de tal manera, que fue una muy reñida y sangrienta pelea, para no ser muchos.

     Peleó aquel día Barbarroja como muy valiente, y fuera con todo desbaratado y aun preso, si no le valieran sesenta españoles, de los que fueron cautivos cuando se perdió don Hugo; los cuales, con las escopetas que les dio, arremetieron a los moros la sierra abajo, diciendo Santiago, y abrieron el escuadrón de Benalcadi. Acudieron luego los turcos, y así lo echaron del campo.

     Tornó a pelear Benalcadi de allí a cuatro días y fue muerto, no a lanzadas, sino a traición, porque le vendieron los suyos por cuatro mil doblas, que no hay otra ley entre aquellos bárbaros. Barbarroja hizo poner la cabeza del triste Benalcadi en un palo y mostrarla a los de Argel. Ellos entonces le abrieron las puertas de la ciudad y le recibieron por rey.

     Otro día, que no se detuvo más, fue de Argel contra Hazán, y le prendió y degolló, ganándole el castillo con industria de los sesenta españoles, a los cuales dio licencia para venirse libremente a España, y una fusta que los pasase. Mas Hamet, vizcaíno renegado, estorbó tan buena obra diciendo que no le cumplía enviarlos, y les hizo dar tan mala y trabajosa vida, que se tornaron moros cuarenta de ellos.

     Luego se hizo señor Barbarroja de Túnez y de otros lugares, y trajo su casa y familia de asiento a Argel. Y por no cesar en sus buenas obras, envió al cosario Cachidiablo para, que corriese la costa de España con diez y siete fustas y galeotas.

     Llegó a la costa de Valencia y robó a Chinches sin resistencia ninguna, y luego a Badalona. Tomó también dos naos de trigo. Peleó junto Alicante con el galeón de Machín de Rentería, mas no lo pudiendo coger, por tener viento fresco en popa, se volvió a Argel.

     También andaba por la costa de Alicante una carraca arragocesa que llamaban la Negra, haciendo grandes daños y robos, y era muy temida de todos los que navegaban.

     Mandó el rey a don Alonso de Granada Venegas, caballero ya nombrado, que saliese contra ella, y hízolo tan bien, que peleó con la carraca, y defendiéndosele valientemente, la pegó fuego. Estaban los mares de España y de Italia peligrosísimos por los cosarios que los corrían.



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- XXV -

Toma a los Gelves don Hugo de Moncada.

     Don Hugo de Moncada, después de la rota que padeció en Argel, retiróse, como dije, a la isla de Ibiza, y de ella salió en busca de los cosarios de los Gelves, y dio en ellos cerca de Cerdeña, en la roca de San Pedro. Peleó con ellos de noche. Perdió dos galeras y quedó herido de una saeta en el rostro. Quiso vengarse bien de los enemigos; juntó trece galeras, setenta naos y otros bajeles en que llevó diez mil infantes, ochocientos hombres de armas, quinientos caballos ligeros, y acometió a los Gelves.

     Y, peleando un día, le hirió un alarbe en el hombro, y estuvo muy cerca de ser desbaratado, no pudiendo detener los españoles y italianos. Sustentólos el escuadrón de los alemanes hasta que se pusieron en orden, y de tal suerte se rehicieron y cargaron en los moros, que los hicieron volver las espaldas.

     El jeque se rindió, prometiendo de pagar al rey de España doce mil doblas cada un año. De esta manera se dejó de cantar: Los Gelves, madre, malos son de ganare.

     Heme adelantado en escribir la toma de los Gelves, que no fue en este año, sino en el de 1520, estando el rey en Alemaña, por concluir con África y Barbarroja y las costas de España por algunos años.



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- XXVI -

Muere madama Claudia. -Los genoveses piden que se les dé trato con España. -Envía el rey su embajador al Turco.

     En este año de 1518, estando el rey en Zaragoza, murió madama Luisa o Claudia, hija del rey de Francia, con quien, según la paz y capitulaciones de Noyon, estaba concertado que casase el rey. Quedó otra menor que aún no tenía un año cumplido, con quien pedían los franceses que esperase a casarse el rey, conforme a lo asentado en la capitulación, la cual ellos rompieron, como adelante se verá.

     Llegaron a Zaragoza embajadores de la señoría de Génova, pidiendo la contratación libre en los reinos de Castilla, aunque ellos estaban sujetos al rey de Francia.

     El legado del Papa instaba por la armada que el rey había de enviar para guarda de Italia, porque se temían mucho del turco Selim, que estaba soberbio, triunfante, glorioso, con las vitorias que había habido contra el soldán, y amenazaba con las armas a Italia y a Alemaña. El rey quiso saber los intentos que este enemigo tenía, y qué poder y armas. Para lo cual se acordó que enviase allá un caballero que, con color de visitarle, se pudiese informar de todo, dándole el parabién de sus vitorias que por haberlas alcanzado de infieles se sufría.

     El caballero que fue con esta embajada se llamaba Loaysa, y el turco le recibió muy bien, y dio su respuesta significando en ella que deseaba la paz y amistad y treguas con el rey, como aquí diré.



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- XXVII -

Carlos, rey de España, rey de romanos.

     Sentía ya la carga de los años el emperador Maximiliano; veía la cristiandad en paz; determinó de hacer rey de romanos a uno de sus nietos, a quien quedase el Imperio.

     Para tratar de esto mandó juntar Cortes, que en Alemaña llaman Dieta, en el mes de julio de este año de 1518, en la ciudad de Augusta.

     Y juntos los príncipes, el Emperador les declaró la intención que tenía, que era hacer rey de romanos y futuro Emperador al infante don Fernando, porque le parecía que don Carlos estaba muy bien puesto con los riquísimos y poderosos reinos de España y los demás estados que eran de su patrimonio, y que el infante don Fernando era pobre. Mas el cardenal de Trento y todos los amigos del emperador Maximiliano y enemigos de franceses eran de contrario parecer, y le aconsejaban que convenía que el Imperio se diese a don Carlos, y que este príncipe se pusiese en la mayor grandeza que pudiese, y que el Rey Católico de España, su abuelo materno, había sido de este parecer, con amar tiernamente como a hijo al infante don Fernando, y haberlo criado consigo, y tener su nombre y nunca haber visto a don Carlos; y que en su testamento lo había así dejado. Y que para el infante don Fernando se buscase otra cosa que bien le estuviese. Que al bien común y grandeza de los reinos de España y casa de Austria, y aun de la cristiandad, convenía que a don Carlos se diese el Imperio.



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- XXVIII -

Quiere el rey Francisco el Imperio. -Dicho del rey Francisco sobre la pretensión del Imperio. -Embajada al Gran Turco. -Lo que dijo el Turco de los judíos de España.

     Sintió el rey Francisco lo que de la sucesión en el Imperio se trataba, y codiciando esta dignidad para si, más que para su yerno, temiendo también que si al rey de España se diese, sería insufrible su potencia, con todos los medios posibles procuró con los electores del Imperio y con el pontífice León X y potentados de Italia, que al rey de España no diesen la sucesión en el Imperio, diciendo que si a tantos reinos como don Carlos tenía, se le añadía la dignidad imperial, no podrían averiguarse con él.

     Envió personas graves, astutas y sagaces en Alemaña, con gran suma de dinero para corromper los electores y hacerlos de su parte y ganar para sí los votos. Entendiendo el emperador Maximiliano las diligencias del rey de Francia, procuró, con los mismos medios que el francés pensaba salir con la empresa y ganarla, y usando del mismo dinero, si hemos de creer a Francisco Guiciardino, a hacer sus diligencias, envió dos mil pesos de oro para que se distribuyesen entre los electores del Imperio. Y valiendo con el oro la gran autoridad y canas del Emperador, y que el Pontífice ayudaba, porque estaba desavenido del rey de Francia, y de hecho envió la corona de rey de romanos al Emperador, para que él la diese, no por eso se efectuó por la contradicción que el rey de Francia hacía.

     El rey de España, si bien tenía correos, y avisos de todas estas diligencias, dábase por no entendido en ellas, y envió una embajada al rey de Francia, como a amigo, padre y suegro, que con este término trató el rey de Francia al de España después de la paz de Noyon, haciéndole saber sus intentos, y como a dueño de ellos; para obligarle con tal salva, y quitarle el achaque y ocasión que podía tener para que la paz faltase y no querer guardar lo acordado. Mas el rey de Francia hizo poco caso de esta buena cortesía, y al descubierto con muestras de mucho sentimiento respondió, y en suma dijo: que no le podía dar más gusto aquella pretensión de su hijo, el rey de España, que si ambos compitieran o fueran pretensores de una hermosa dama, que procurase valerse como pudiese, y que la fortuna ayudase al más dichoso.

     De aquí tuvo origen la larga y mortal pasión que duró la vida de estos príncipes: de donde resultaron tantos males, años y muertes, y (lo que más es de llorar) las herejías, desobediencias a la Iglesia católica romana, que hoy día se padecen.

     Estando el Emperador en Zaragoza envió, como dije, a fray Garcijofre de Loaysa, caballero de la Orden de San Juan, con cartas al gran turco Solimán, pidiéndole que no consintiese maltratar, ni impedir el camino a los peregrinos que iban a Jerusalén. El cual dijo que de grado, con tal que no acogiesen griegos en Italia. Este turco dijo que se maravillaba mucho de que hubiesen echado de España los judíos, pues era echar de sí las riquezas. La carta que trajo del turco en respuesta de la creencia que llevó del Emperador, y de la embajada que dio, decía así:

     «Sultán Selino, por la divina favente clemencia grande Emperador e señor de Persia, e de Arabia, e Siria, e toda Egipto, e de Mecea, e de Jerusalén, e de Asia, e de Europa, etc. Con acatamiento de todo buen amor, al prepotentísimo rey de romanos, e de Castilla, de León, de Aragón, de Navarra, de las dos Sicilias, de Granada, e de Austria, e de Borgoña, etc. Con todo amor e honra hacemos saber a Vuestra Majestad cómo de presente pareció ante nuestra imperial majestad el noble comendador fray García de Loaysa, gentil-hombre y embajador de Vuestra Majestad, con sus cartas. El cual nos ha referido el buen ánimo y buen amor que tenéis a nuestra imperial majestad, y allende y más de esto nos ha hecho entender el deseo y demandas que de nos queréis e deseáis. Conviene a saber, que los cristianos peregrinos que vinieren a Jerusalén a la visitar, puedan venir e tornar en paz sin ningún impedimento, también para adobar e reparar e renovar las iglesias de Jerusalén, de lo que han menester, asimismo para renovar e confirmar los privilegios y estatutos que sus vasallos de sus tierras tenían del Soldán, e para tener consultas para librar sus pleitos e contiendas por todas nuestras tierras, así en Arabia como en la Turquía. En fin, todo lo entendimos cumplidamente del dicho vuestro embajador, el cual acetamos con mucho amor. Empero por el presente hacemos saber a Vuestra Majestad que el principio de este nuestro amor es fecho con este vuestro embajador, con autoridad podría satisfacer las demandas que serán necesarias con ánimo e corazón en todo aquello que pueda acaescer, según la usanza nuestra. Y así sed cierto que se hará. Pero, por el presente, Vuestra Majestad ha de hacer lo debido, y es que los vasallos e hombres nuestros, que son en nuestro territorio de la Valona e de la ribera de las otras nuestras tierras, que pasan en la Apulia y en las otras tierras de Vuestra Majestad, es necesario mandéis no los afrenten, ni hagan mal ni daño, e que los reciban por donde pasaren, e les restituyan algo si les han tomado. Y haciendo esto, crecerá el amor nuestro de día en día con mucha ventaja más que hasta aquí, e así se hará. Dada en la nuestra sala de Andrinópoli, a los diez de hebrero del nuestro profeta Mahoma, año de novecientos y veinte y cinco años.»

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