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Historia de una corte de los milagros

Ignacio Soldevilla-Durante





Es ya caracterizadora del hacer narrativo de Zarraluki una impar capacidad de interponer entre él y los temas, situaciones y personajes con los que construye su mundo de ficción, por más dramáticos que sean, un narrador caracterizado por las distancias que toma con respecto a ellos. Un distanciamiento hecho de materiales afines, pero no idénticos, y que, con todos los riesgos que esto implica, podría resumir con el término de sátira. A condición de que veamos en él una mezcla de ironía, humor, sarcasmo y agresiva caricatura, pero manteniéndose en una zona templada, que ni se hiela con el humorismo deshumanizado, ni arde en el esperpento. Esta renuncia a los extremos le permite, en ocasiones de especial dramatismo, que la distanciación quede prácticamente difuminada sin que la pérdida momentánea de la distancia sea disonante, y empuja de ese modo al lector -casi por sorpresa- a una implicación sentimental inesperada con los personajes. Por decirlo todo, suscita una compasión, en el sentido más etimológico del término, que, precisamente porque se produce sin previo aviso, atrapa al incauto.

Esa manera peculiar de Zarraluki es especialmente difícil cuando -como ocurría en su anterior novela, La historia del silencio, premio Herralde 1994- ese narrador es a la vez uno de los protagonistas, y, consiguientemente, se ve implicado en la novela. De mayor complejidad era igualmente aquella obra, por plantear -y resolver con felicidad- problemas metanovelísticos que en otros autores con más ínfulas, a fuerza de quebrarse de sutiles, logran espantar al lector más que distanciarlo. En cambio, la situación, los motivos y los héroes, que en aquella novela resultaban rabiosamente actuales y representativos de la intelectualidad posmoderna, son en ésta más lejanos. No sólo su heroína pertenece a una generación anterior, sino que por su entorno familiar, y por su educación primera, pertenece a una clase -la obrera- cuyos mayores fueron diezmados por la guerra civil y reprimidos por el franquismo victorioso. Pero Zarraluki no hace con los temas de su novela una historia «realista» ni abandona su manera personalísima de narrar. Sigue interponiendo entre él y sus historias un narrador satírico (esta vez omnisciente, relator en tercera persona) de los acontecimientos, que se inician con un episodio trágico. Pero las tintas esta vez difieren en parte de su anterior novela, difuminándose prácticamente los finos matices del humor y apuntando otros más próximos al grotesco esperpéntico, probablemente por la fuerza de los ambientes, de los personajes y de la Historia que, más que cañamazo, resulta envés del tapiz -a menos que el envés sea la historia narrada, y que, al ciarle la vuelta, nos percatemos de la parabólica intención del artífice, que nos ha estado dando por faz lo que no era sino envés. La historia es básicamente la de una adolescente, Ana, y de su iniciación, que resulta de su absorción por un mundo hasta entonces soñado y que, a la luz de la experiencia, le deparará una primera desilusión. La substituirá por otra de mayor alcance, pero sólo en el capítulo epilogal tendrá el lector ocasión de saber si el viaje iniciático se habrá por fin hecho realidad, y si ésta corresponde, por fin, al ensueño.

El arranque de la narración está construido con un sabio contrapunto de dos historias, dos lugares de Barcelona y dos grupos de personajes contrapuestos, que van siendo desarrollados en secuencias alternativas hasta que todos ellos se funden en un encuentro que revela las relaciones hasta entonces ocultas entre unos y otros. A partir de ese momento, la historia se centra en el proceso de la «educación sentimental» de Ana. Personaje que, por cierro, el autor no se molesta en construir verosímilmente, porque sus divagaciones y sus conocimientos, tal y como se van revelando después de la pseudo-anagnórisis (en realidad, acabamos enterándonos de que la madre no era desconocida por la hija, puesto que la visitaba a veces en la casa de los padres putativos), y habida cuenta del ambiente en el que se ha movido y ha crecido hasta entonces, resultan difícilmente creíbles. Probablemente este descuido sea voluntario, y resulte del carácter alegórico del personaje, que representa y asume en ella a esa joven generación de los hijos de los perdedores de la guerra civil, encerrados, como el primer personaje de Juan Marsé, con un solo juguete: en este caso, la inteligencia suficiente para percatarse de la miseria y la mediocridad de su entorno, acompañada con una imaginación lo bastante fértil para construirse un paraíso posible al que su ambición aspira con desmesura. A la fecundidad ele esa imaginación contribuye esa novela de los orígenes que ella se ha ido construyendo a partir de los vagos datos obtenidos en las esporádicas visitas de su madre. La búsqueda del padre «auténtico», ante la insatisfacción absoluta que le produce el «modelo» representado por su padre putativo, está sabiamente fomentada en el personaje y a la vez satirizada en la revelación del primer probable padre real, aunque ni el personaje ni, por supuesto, el lector, acabe saliendo de dudas.

A través de los engaños y desengaños de esta joven, tan representativa de su generación y su condición social, en su carrera de obstáculos hacia una soñada felicidad, se nos va revelando el trasfondo histórico de la sociedad franquista, nacida del rechazo a cualquier tentativa de ascenso de los desposeídos, y fundamentada en la sistemática represión y la domesticación de los deseos y ambiciones más elementales de la mayoría, mientras que los vencedores se adocenaban en una sociedad con una doble moral que, bajo las ostentosas apariencias y consignas de patriotismo, honestidad y religiosidad (la sobada trilogía de todos los petainismos: Dios, Patria, Familia), se complacía en la satisfacción de los instintos, se abroquelaba en un egoísmo insociable y simulaba una religiosidad tartufesca. Una reproducción muy ampliada -un auténtico blow-up- de esa siciliana Onorata Società que protagoniza un memorable cuento inserto en La historia del silencio.

Sobre ese fondo social que en estas dos últimas décadas se ha cubierto con el espeso y comprometido telón de silencio al que los unos se han resignado y los otros se han apresurado a abrazar, y como bordón de la pequeña historia de Ana y sus circunstantes, se viene a entretejer un hilo histórico entre los más ocultos e ignorados por quienes vivimos en aquella sociedad aparentemente sometida a un orden impecable y a un indiscutido caudillazgo. La sorda y ambigua oposición de las tradicionales fuerzas monárquicas, que fomentaron cualquier ocasión para defenestrar al advenedizo impostor, tiene su reflejo en esta novela, y sirve a la vez de pretexto para un segundo y frustrado viaje iniciático de la protagonista. El resonador recuerda de sus años estudiantiles la noticia del curioso fallecimiento de Juan Bautista Sánchez, capitán general de la región militar de Cataluña, durante unas maniobras en Puigcerdà, y algún que otro susurro que la acompañó. Pues bien, esa historia secreta se desarrolla aquí, siguiendo la peripecia del viaje de Ana, y el narrador, que focaliza el desarrollo de la anécdota a través de los ojos y la limitada información que va recibiendo la muchacha. Con ello logra a la vez revelar y dejar al mismo tiempo entre veladuras ese oscuro episodio del antifranquismo, conservando ese aura de secretismo que lo rodeó en su momento, incomparablemente menos notorio, por ejemplo, que el de los maquis, que duró años y fue leyenda oral (Alfons Cervera contribuye con una reciente novela -Maquis- que he reseñado en Quimera, y partiendo de minuciosa información de primera mano, a esa otra aventura del antifranquismo). El desenlace de éste, como el del otro, fue el mismo. Hay que volver al citado cuento de Zarraluki y citar la frase con que culmina: «Aquí, en Caltanissetta, los milagros los hace la Onorata Società, o se pagan con la vida. Punto y final».

La galería de personajes que arropa la historia de Ana contribuye de manera mucho más directa y realista a «reconstruir» una sórdida hoguera de complicidades, frustraciones y resentimientos sobre la que parece resbalar sin dañarse, como el basilisco, esa poco creíble adolescente. Ma se non è vera, è ben trovata.





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