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La inmovilidad social de Juan Cabezón puede interpretarse como un elemento de la verosimilitud del relato, dado que en la época retratada por Aridjis «la sociedad [era] un trasunto del orden cósmico y del reino de Dios. Las clases sociales [...] son inmutables e inamovibles [...]: pretender cambiar de estamento [...] supone revelarse (sic) contra la ley natural y la providencia divina...» (Rico 1976: 46).

 

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Concuerdo aquí con Menton: «Como indica el título de la novela de Aridjis, la recreación de los tiempos de Juan Cabezón tiene por lo menos la misma importancia que la narración de la vida del protagonista. En realidad, la caracterización de Juan Cabezón está subordinada al montaje de un amplio panorama de la España de 1391-1492» (1993: 236).

 

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Michel Butor comenta al respecto: «Charactéristique à cet égard est le fait que lors de toutes les mystifications romanesques, chaque fois que l'on a essayé de faire passer une fiction pour un document, prenons par exemple le Robinson Crusoe ou le Journal de l'année de la peste de Daniel Defoe, on a utilisé tout naturellement la première personne» (1969:75). Véanse también los capítulos dedicados a Maluco y La tierra del fuego donde ahondo en el uso del presente y de la primera persona, respectivamente.

 

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Para una extensa discusión de las técnicas que usan, por ejemplo, Sterne, Flaubert, Conrad y Faulkner, para superar las limitaciones de la perspectiva del narrador-testigo en primera persona, véase Scholes y Kellog (1968: 259-265).

 

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En los agradecimientos Aridjis menciona a «los biógrafos de San Vicente Ferrer», identificando la fuente de su información que, considerada desde el punto de vista de la organización temporal de la materia narrativa, resulta un anacronismo. Sin embargo, su inserción en el relato de Cabezón no es in verosímil: San Vicente Ferrer fue un personaje muy popular en su época y el narrador pudo haber leído alguna crónica -recordemos que es un «letrado»- o recogido información transmitida oralmente.

 

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En referencia al nombre del personaje, véase la nota 13 arriba. Sobre la relación entre la picaresca y el estatus nuevo-cristiano de sus autores véase, además de Castro, el artículo de Marcel Bataillon, «Les nouveaux chrétiens dans l'essor du roman picaresque» (1964).

 

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Sobre la novela picaresca véase Bataillon (1964), Dunn (1979), Guillén (1957 y 1971), Molho (1968), Pellón (1986), Rico (1976) y Wicks (1989).