Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Isabel de Oyarzábal: una malagueña en la corte del Rey Gustavo

Rosa M.ª Ballesteros García



Aproximación biográfica a la figura de una mujer especial que, procedente de la burguesía malagueña, supo defender los valores democráticos y feministas, en los tiempos difíciles en que la República era liquidada y sus defensores, en el mejor de los casos, obligados al exilio.




Introducción

El 1 de abril de 1939 la malagueña Isabel Oyarzábal de Palencia1, embajadora de la República española en los reinos vikingos, decía adiós por última vez a sus colaboradores y amigos. «Cautivo y desarmado el ejército rojo», los perdedores tuvieron que amoldarse a las circunstancias. Se calcula que al menos un millón y medio de republicanos: hombres, mujeres y niños de toda condición y edad, tomaron el camino del exilio. Isabel se encontraba entre ellos. Sin embargo, mecida por el mar que la alejaba rumbo a México2 mantenía la esperanza de volver pronto a la patria:

«Yo no puedo olvidar [escribe Isabel] que al salir de Noruega, en el barco, siguiendo una costumbre tradicional, se nos entregaron unas cintas de diversos colores, serpentinas, que los pasajeros arrojábamos a los que nos despedían desde el muelle. Cuando yo lancé todas las cintas, vi que me quedaban en las manos los extremos de tres solamente, que me unían a la tierra que dejaba: rojas, amarillas y moradas y siempre he considerado que aquello fue como una revelación profética, de que los españoles al abandonar Europa seguíamos ligados a nuestro país por la bandera tricolor republicana. Volveremos allí. Estoy completamente segura»3.



No obstante, esa esperanza fue perdiendo fuerza con el paso de los años aunque los recuerdos, siempre presentes, la transportaban frecuentemente en un hipotético viaje en el tiempo. De este modo recordaba, como si fuera ayer, un 23 de octubre de 1936 comenzada ya la contienda: un decreto del Ministerio de Estado la había nombrado Ministro Plenipotenciario. Tenía que partir a su destino: Estocolmo. Algo insólito. Es la primera vez que una española accedía a este título. La acompañaron Marisa, su hija, Isabel García Lorca, hermana del poeta asesinado, y Laura, hija del ex ministro don Fernando de los Ríos, que acababa de Isabel de Palencia rumbo a palacio para presentar sus credenciales al rey sueco (Estocolmo, 1937). En Mujer y exilio, A. Rodrigo ser nombrado embajador en Washington. Su hijo Ceferino, médico, había quedado en el frente del Guadarrama. Su marido cumplía destino diplomático al servido de la República en Riga.

Sin embargo, cosas de la vida, antes de llegar a Estocolmo debía salir hacia América (Estados Unidos y Canadá) para informar a la opinión pública sobre la situación española y tratar de inclinar los ánimos de las potencias europeas -con desigual fortuna- al intervencionismo: en Montreal, boicoteados por los católicos y, en Nueva York, arropados por veinticinco mil personas y el apoyo expreso de Eleanor Roosevelt. La embajada diplomática republicana: Isabel, Marcelino Domingo, presidente de Izquierda Republicana y el sacerdote Luis Sarasola regresaban a Europa, a Edimburgo, tras una gira de 53 días en la que dieron mítines y conferencias en 42 ciudades americanas para informar al Partido Laborista Británico. Sin embargo, el azar, las circunstancias o quién sabe qué evento impidieron a la comisión encabezada por Isabel intervenir en la conferencia política:

«Extrañamente [escribe Rodrigo] los detuvieron cinco horas y cuando llegaron a su destino el pacto de No Intervención ya había sido aprobado por el Partido Laborista»4.



La llegada de Isabel a su destino iba a comenzar con mal pie, pues el embajador español en Estocolmo, Alfonso Fiscowich, se había atrincherado en la legación amenazando con no moverse de allí hasta la victoria de Franco5. La nueva embajadora tuvo que esperar alojada en un hotel esperando acontecimientos. Había empezado una batalla más que debería librar, esta vez, en el campo de la diplomacia. Una vía demasiado frágil en aquellas circunstancias porque a pesar de que Suecia, como país neutral, debía respetar la No Intervención, sus simpatías estaban al lado de los republicanos6. A este respecto, Isabel no olvidaba que durante la recepción dada al personal diplomático con motivo de las fiestas navideñas de 1938, el rey Gustavo V7 levantó su copa para brindar por la «representante de la heroica República Española»8.

A pesar de todo, Isabel presentaba sus cartas credenciales como embajadora de la República Española un gélido 4 de enero de 1937, en carroza, y tocada con un elegante sombrerito: ¿Cómo prefiere la señora embajadora que hablemos, en inglés o en francés?, le había preguntado el Rey, al recibirla, aunque lo que recuerda con más precisión es que seguía sin acceso a la sede diplomática. Poco después, tras una ardua negociación por parte de las autoridades suecas con su refractario predecesor, atrincherado, como se ha dicho, y poco dispuesto a ceder el cargo a una «roja», Isabel pudo ocupar la legación.

Muy pronto la nueva embajadora se involucró en la ayuda al Comité Sueco de Ayuda a España, sin que ello fuera obstáculo para estudiar sueco y seguir escribiendo, fundamentalmente artículos. Por otra parte, su actividad como diplomática se había ampliado ante los gobiernos de Noruega, Dinamarca y Finlandia. Con toda seguridad, la preocupación y ansiedad que sentía por los suyos (su hijo y yerno, ambos médicos, estaban en España prestando sus servicios en el frente y su marido, Ceferino, había sido destinado a la legación lituana de Riga), junto a las cada vez más alarmantes noticias que le llegaban de la situación del frente republicano, debieron ser un acicate y una válvula de escape para su intensa actividad. Cuando el 26 de enero de 1939 cae Barcelona en manos de los franquistas,

Isabel pierde la pista de sus familiares, internados en un campo de concentración francés.

El día 1 de abril, bajo un débil sol de primavera, Isabel abandona la embajada «con el corazón desgarrado por España [se lamentaba] pero con la serenidad de un deber cumplido con entrega y lealtad». Allí, en la cubierta del barco, acodada frente al mar, no pudo evitar que se le nublara la vista, aunque de vez en cuando sus recuerdos fueran más dulces: como cuando conoció a la escritora norteamericana Pearl S. Buck, galardonada ese año con el Premio Nobel de Literatura, y tuvo la dicha de escuchar de sus labios palabras de simpatía hacia la España republicana, o su trato con Alejandra Kollontai, embajadora rusa en Suecia. Su amistad propició que años después, en su exilio mexicano, Isabel escribiría su biografía9.

La partida hacia el exilio la recuerda Isabel en uno de los pasajes de su autobiografía:

«Miré a Cefe y vi que estaba pensando, como yo, que debo decir unas pocas palabras también, que yo no podía salir sin agradecerles una vez más en mi nombre y en el de España. Yo sabía que iba a ser difícil hablar en ese momento. Sin embargo, logré decir unas palabras. Entonces salté las escalerillas del tren, y mientras salimos de la estación de tren yo estaba en la ventanilla despidiéndome con la mano, con lágrimas -las primeras que había derramado desde llegar a Estocolmo- que corrían abundantemente por mis mejillas. No hay nada más inquietante que la bondad en estos tiempos [...] las banderolas que tenía en la mano -los últimos lazos que nos ataban a Europa, a Suecia y a España- se rompieron una tras otra en mis manos. Cuando las últimas tiras de papel azul y amarillo cayeron al mar, cubrí mi cara con las manos y sollocé... Sólo una cosa era cierta: que aunque estábamos todos juntos, el barco nos llevaba más lejos de España, de la España que habíamos amado, de nuestra gente, que ahora eran prisioneros en las manos de Franco en los campos de concentración»10.



Allí, en el barco, rodeada de su familia se dirigía hacia un futuro incierto que ella, como la inmensa mayoría de los exiliados, en su esperanza, presumía pasajero. Mientras, entretenía sus horas y sus ojos en la vista del mar, aquel mar oscuro y bravo, tan diferente del mar azul y calmo de su infancia y juventud. Su mar de Málaga. Sus playas de la Malagueta y del Palo donde ella y sus hermanos se bañaban, mar abierto, ante el sacrosanto horror de las damas de la buena sociedad local que veían como una afrenta que los retoños -léase las hijas del señor Oyarzábal, uno de los suyos-, se distrajeran con ejercicios tan poco distinguidos y acordes con las normas del buen gusto y la educación que a tal clase se le exigía11. Isabel siempre había sido consciente de ser una rara avis. Ahora, ante el inmenso mar, le venían a la memoria retazos de su infancia y juventud.






Málaga en el recuerdo

Aquellos años pasados en su Málaga natal. Recordaba a su padre, Juan Oyarzábal y Bucelli, descendiente de vascos, malagueño de nacimiento y educado a la inglesa12. Quizás por ello, y porque se casó con una escocesa, Ana Smith Guitrie, protestante y veinte años menor que él, su padre rompía el molde intolerante que caracterizaba a los miembros de la buena sociedad católica que ejercía su liderazgo en la capital andaluza. Recuerda las mañanas de domingo, cuando acompañaba a su padre a la misa dominical en la catedral o en la iglesia13 de Santiago -donde había sido bautizada en 1878- y cómo alternaba estas santas visitas acompañando a su vez a la madre a la capilla protestante, una colonia que contaba con un número considerable de adeptos en Málaga, donde ella y sus hermanos «aprendieron los salmos de la Biblia»14.

No obstante, es evidente que la presión del catolicismo social pudo más que la fe protestante de la madre. Como resultado, Ana claudicó y se convirtió en una oveja más de la grey romana. Y de una cosa a otra. A Isabel le venían a la memoria los años (de los siete a los catorce) de rígida y espartana educación monjil en el convento malagueño de la Asunción. De ellos conservó mal recuerdo sólo roto por alguna efeméride, como la vivida en el último año de reclusión, cuando trabajó como voluntaria dando clases a las niñas que asistían a un colegio de «pobres» ubicado en las faldas del monte Gibralfaro. Aquellas niñas, inteligentes y vivas, pese a la miseria en que se desarrollaban, indujeron a Isabel a reflexionar sobre la injusticia social vista desde otra perspectiva diferente a la caridad practicada por buena parte de la oligarquía local15.

Los recuerdos se hacen nítidos. Las casuchas: barracas, en palabras de Antonina Rodrigo, de aquel barrio llamado «La Coracha», ascendían serpenteando el montículo que culminaba el antiguo castillo árabe y que, haciendo juego con él, eran una ruina. Carecían de las mínimas condiciones higiénicas. Sin agua corriente, ni luz eléctrica. La vecindad recurría a la calle para las tareas cotidianas. Menos mal que el clima era benévolo y la luz del sol gratis. Sin embargo, la enfermedad y la muerte eran habituales entre el vecindario. Recordaba, entre tantas otras, una visita efectuada a un obrero enfermo, viudo y con varios chiquillos. La visión le causó un gran impacto. Quería ayudar a la familia y se dirigió a su padre. La respuesta del buen señor era que podía coger de la casa lo que creyera conveniente, sin embargo, le advirtió: «Procura no dárselo a los indisciplinados. Este hombre es probablemente un socialista»16.

Cosas de la vida. Ahora ella pertenecía a esa tropa de indisciplinados.

Caía la tarde. El sol desaparecía por el horizonte, y aunque la primavera estaba ya avanzada, el aire era frío y cortante allí, en alta mar. Abandonando, friolera, la cubierta y siguiendo su inveterada manía por la lectura, Isabel se dirigió hacia el pequeño camarote. Había que entretener al tiempo y a sus recuerdos. Sin embargo, el azar quiso que le cayera en las manos una tarjeta postal de entre las páginas del libro que se disponía a leer. Tenía fecha de 31-V-1928 y reproducía la fachada del Western College for Women de Oxford, donde estuvo alojada cuando fue a dar aquellas conferencias sobre folklore español por tierras americanas. Reconoció su letra. Era para Marisa, su hija, y decía:

Nenita mía: la ventana baja señalada con cruz es la del cuarto donde yo estoy durmiendo estas noches. Mañana salgo para la ciudad de Sprinfield. Mil besos de mother17.



Vuelta al pasado. Ahora eran las vacaciones estivales que se repartían entre la finca de Alhaurín y las visitas a la familia materna, en Escocia. En tierras inglesas fue donde ganó su primer sueldo -recordaba- dando clases de español. Nuevo anatema: ¿cuándo se ha visto que una señorita de la buena sociedad trabaje? Sin embargo, Isabel ya había comenzado a elaborar por sí misma un curriculum propio, bastante alejado por cierto del de sus amigas, hijas de la burguesía malagueña. Había nacido para romper estereotipos, como más adelante veremos. Sin embargo, reflexionaba, siempre había presumido de andaluza. A lo largo de su existencia y en sus numerosos viajes dio muestras de ello. Como cuando bailó sevillanas, durante una de sus estancias en Escocia, ante la gran Paulova. Años más tarde, ya en la década de los veinte, comenzó a dar conferencias divulgativas sobre el folcklore y la artesanía españolas18, como ya hemos apuntado. Atravesó fronteras: París, Londres, Estados Unidos, Canadá o Cuba: «el mantón español es una prenda democrática: lo usa la reina y la mujer pobre», afirmaba en una de las conferencias que dio en La Habana19. Recordaba que, en algunas ocasiones, su disertación fue acompañada, muy gráficamente, por desfiles de los trajes y prendas por ella descritos. Incluso artistas de la talla de La Argentina20 acompañaron sus palabras con el baile, convirtiendo la conferencia, en palabras de Rodrigo, «en una fiesta delirante de plasticidad y alegría». Estos son algunos datos de su biografía en los que se basarían, ciertos personajes, en tiempos de la República, para incluirla en el grupo de las «damas rojas». Por cierto, que en ese grupo se encontraban su amiga y paisana la abogada Victoria Kent21, exiliada como ella por su compromiso con la República, o la también escritora y periodista andaluza, Carmen de Burgos22, entre otras «desclasadas».




El teatro, un amor siempre presente

Paradójicamente, fueron algunas de las prácticas «permitidas» y aún fomentadas por la buena sociedad malagueña las que introdujeron, sin proponérselo, el veneno de lo «prohibido» en el alma de la inteligente y poco convencional Isabel. De aquellos años de adolescencia y primera juventud recuerda las largas horas de lectura en la biblioteca familiar -naturalmente «expurgada», según Rodrigo- de autores poco afectos al catolicismo como Galdós o Balzac por su buen padre, el señor Oyarzábal. Se le viene a la memoria cierta fiesta organizada en su casa. Tendría, calcula, unos diecisiete años. Como era costumbre, en las fiestas organizadas por la burguesía no podía faltar la función teatral23 ¡representada por actores aficionados reclutados de entre las filas de la burguesía! Era una pieza titulada «De tiros largos» y ella hacía el papel de Eloísa. Junto a ella actuaban dos amigos, María Barros y Fernando Guerrero. Su hermano Juan, para no ser menos, actuó aquella noche en otra de las piezas: creía recordar, escribe, que se titulaba algo así como «Una casa de fieras»... A los pocos días podía leer la crítica que el buen amigo de su padre, el cronista de sociedad José Carlos Bruna, publicaba en la Unión mercantil:

«Prácticos mis muy distinguidos amigos D. Juan Oyarzábal y señora, de los compromisos que puede traer una invitación [...] ¿Cómo no manifestar algo cuando en vez de hallarnos ante aficionados nos hacemos, en ocasiones, la ilusión de hallarnos ante artistas? En el graciosísimo juguete "De tiros largos", Ella Oyarzábal, si dijo bien toda su parte, en el monólogo estuvo admirable, dando al papel de Eloísa su verdadera interpretación. Tan linda joven recibió en repetidos aplausos la comprobación de este juicio [...] A él, a su distinguidísima Señora, a sus lindísimas hijas y a sus afectuosos hijos, débese el feliz resultada de tan grata velada, donde rivalizó la galantería más refinada con la amabilidad más exquisita»24.



No sospechaba Isabel (familiarmente, Ella) que lo que hacía por simple diversión, se iba a convertir para siempre en una pasión. Mientras, no dejaba de aprovechar las oportunidades que se le brindaban para representar, que era su actividad preferida. Recuerda en sus memorias los últimos acontecimientos políticos de finales de siglo: el desembarco de las tropas que llegaban de Cuba, la Alameda de Málaga y las calles adyacentes al puerto abarrotadas de soldados expuestos a la caridad pública. Parecía escuchar aún las campanas de la catedral anunciando nuevos contingentes y despertando a los vecinos para avisarles de la necesidad de nuevos donativos. Cada uno ayudaba a su modo. Isabel representaba obras en funciones benéficas para los repatriados y escuchaba atenta, en las reuniones familiares, las discusiones mantenidas entre sus tías María y Amalia, rivales políticas25. Eran años de crisis y en Isabel se estaba fraguando ya una nueva mujer que, sin embargo, no deja de manifestar sus raíces andaluzas asistiendo a fiestas, corridas de toros y representaciones en el Cervantes o el Principal26. ¿Qué habrá sido de su amigo Juan Molate, aquel con el que se carteaba y que había conocido en uno de aquellos saraos malagueños? No recuerda cuando fue, lo que sí recuerda perfectamente es que le decía en una de sus cartas que tenía «ojos de fuego»27.

Sin embargo, el momento de inflexión para la futura actriz le llegaría con motivo del homenaje dado en Málaga a la gran actriz María Tubau28. Recuerda, en sus memorias, como si fuera ayer, que era el verano de 1905. La compañía Palencia-Tubau había llegado en gira a Málaga y uno de sus primos la había invitado a la recepción que se celebraba en los jardines del Hotel Hernán Cortés (años después reconvertido en el Caleta Palace). Allí conoció Isabel a sus futuros suegros, el empresario y dramaturgo Ceferino Palencia y a su mujer, la gran María Tubau que, aunque de edad más que madura, aún conservaba restos de su espléndida belleza rubia. Gracias a su facilidad para relacionarse, fruto de su intensa vida social, y a sus cartas credenciales avaladas por sus trabajos de aficionada actriz había conseguido, finalmente, que accedieran a hacerle una prueba. Aquello fue un escándalo, no solo para la familia, sino para la buena sociedad malagueña. Por fortuna su mejor aliada, su madre, ya entonces viuda, marchó hacia Madrid para acompañarla en esta una nueva andadura. Cómo recuerda en sus memorias a su madre. Tan moderna. Tan comprensiva. Escribe cómo papá defendía a la joven esposa aquella vez que ésta, para adornarse, se había colgado al cuello, a modo de collar, un rosario bendecido que le había regalado el mismísimo Papa en persona. Así se explicaba de donde provenían algunas de sus rarezas. Atrás quedaban Málaga y sus gentes, aunque siempre mantuvo vivo su recuerdo... su amiga Trini, con quien tan a menudo se carteaba: «Adiós Ella, no he visto al que me preguntas F... ni en la Alameda ni en ninguna parte...», le escribía la amiga en cierta ocasión29.

No obstante, podemos afirmar, gracias a los datos obtenidos a través de la correspondencia familiar, que esta situación se fue «normalizando» con el tiempo. De esta forma, se puede apreciar que a la altura de 1914, año en que nació su hija María Isabel, las relaciones familiares se desarrollaban en el ámbito de lo correcto. Con motivo del acontecimiento escribe su hermano Juan:

«Mi querido Cefe:

A mi regreso esta tarde de Alhaurín el Grande donde tengo desde hace unos días a la familia me encuentro con tu telegrama comunicándome la fausta nueva del nacimiento de María Isabel. Me alegro muchísimo que haya sido una niña. Espero carta tuya con detalles del parto y del estado de Ella que espero será completamente satisfactorio y que la pobre no haya sufrido tanto como la vez anterior [...] Cefito me figuro estará celoso estos primeros días, pero eso pasa después...»30.



La temporada teatral madrileña comenzó su andadura con una nueva artista: Isabel Oyarzábal interpretando un pequeño papel en la obra de don Ceferino Palencia: «Pepita Tudó». Quién le iba a decir que llegaría a escribir, entre otros títulos, una obra para la gran Margarita Xirgu31 ahora, como ella, condenada al exilio. Fueron duros aquellos primeros años queriendo abrirse camino en la capital. Sin embargo, no estaba sola. Su madre, siempre apoyándola, fue su gran aliada. La segunda intervención fue en el teatro de El Pardo, con motivo de la boda de Alfonso XIII en mayo de 1906. Al parecer, la delicada salud de la Tubau y por ende los problemas económicos, obligaron al matrimonio Palencia-Tubau a disolver la compañía, de modo que Isabel ya sólo actuaría ocasionalmente, al margen de lo profesional, en proyectos como «El Mirlo Blanco»32, dirigido por Cipriano Rivas Cherif. Allí presentó Isabel su obra Diálogo con el dolor (1926), participando también en el estreno de la obra de Valle-Inclán Ligazón que también fue presentada en el Círculo de Bellas Artes madrileño.

En otro orden de cosas Isabel, coinciden en ello sus biógrafos/as, al ver mermada su faceta interpretativa decidió volcar su creatividad en la escritura. De este modo, en 1907 comienza a editar una revista, La Dama y la Vida33 ilustrada en colaboración con su socia y amiga Raimunda Avecilla y su hermana Anita, «todo escrito por mí y a mano» (afirma en su autobiografía). Por otro lado, su conocimiento de idiomas le facilitó que la agencia inglesa Laffan News Bureau le nombrase corresponsal en Madrid. Comienza entonces sus colaboraciones con distintas publicaciones: The Standard, The Peninsular and Pyrenean, Blanco y Negro, El Heraldo, Nuevo Mundo, La Esfera, además de traducir una serie de obras de variada temática. Con nostalgia recordaba Isabel sus inicios en Madrid con su madre y su hermana Anita y sus primeros trabajos como escritora. Gracias a su dominio de idiomas, como decíamos, había empezado a ganarse la vida como traductora, siendo una de sus más conocidos trabajos la traducción al español de parte de la obra de Havelok Ellis Psicología Sexual. En 1921 publicó su primer libro, un estudio sobre la psicología infantil titulado El alma del niño; en 1923, la novela El sembrador sembró su semilla en 1926, el libro El traje regional de España.

En el exilio seguirá su labor como escritora34 con títulos como En mi hambre mando yo, Smouldering Freedom. The History of the Spanish Republicans in Exile, I Must Have Liberty y Diálogos con el dolor. En 1960 se fecha una obra teatral inédita El gran delito. Entre sus numerosas colaboraciones periodísticas destacamos las de las revistas España Peregrina y Romance. Como prueba de su interés por la infancia dejó escritas algunas obras. Entre ellas destacamos Juan y St. Anthony Pig.




Ceferino

Como ya apuntamos, Isabel se había enamorado de unos de los hijos del matrimonio Palencia Tubau, Ceferino y en 1909 habían decidido casarse. Al año siguiente nació su primer hijo, al que llamaron como su padre y abuelo, y al que ella siempre se refiere con el familiar nombre de Cefito35. Cuatro años más tarde nació su hija María Isabel, Marisa. Sus hijos... En su correspondencia podemos comprobar el miedo que tenía durante este último embarazo: «La última vez que te vi en Madrid estabas preocupada con que pudiera descomponerse la cosa...», le había recordado su amigo de juventud Domingo Orueta36. Pero nació Marisa, y se convirtió en enfermera. Muy joven tuvo que pasar por amargos trances. La recordaba así, tan seria, tan morena, peinada a la moda de entonces con un moño bajo, sentada al lado del padre Sarasola, en aquella foto que les sacaron los periodistas en su desesperada gira al comienzo de la guerra. Sin embargo, en esta otra estaba sonriendo. Tenía el mismo peinado. Pero la familia unida obra milagros. Aunque solo sea por pocos días. Se la sacaron en Estocolmo cuando la nombraron embajadora. Cefito también sonríe abiertamente en la foto, aunque en el gesto de los padres parece traducirse en que se reían... con la boca chica.

Ceferino Palencia Álvarez había nacido en Madrid en 1882. Cuando lo conoció Isabel ejercía como abogado y, posteriormente, el mismo año de su boda, accedió al cargo de fiscal. Sin embargo, su inclinación por el arte le llevó a abandonar definitivamente su carrera para dedicarse a la pintura. Estudió con el Maestro Eduardo Chicharro, el mismo con el que había estudiado Margarita Nelken, que luego sería diputada socialista, y coincidiendo también con un pintor mexicano que adquiriría más adelante gran fama: Diego Rivera, afincado en España durante unos años. Su éxito profesional se produjo a raíz de la Exposición Nacional de 1914 y los premios de Pintura y Grabado en 1920 y 1924, respectivamente. A esta actividad hay que sumarle su faceta de escritor37.

Por otro lado, su faceta como hombre público, o mejor dicho, su compromiso social, lo desarrolló desde una inicial postura progresista (durante la dictadura de Primo de Rivera estuvo algún tiempo exiliado en Francia e, incluso, encarcelado) hasta su adscripción al PSOE. Durante los años de la Segunda República desempeñó su actividad fuera de España como diplomático. Fue Gobernador Civil de Almería, Guadalajara, Teruel y Zamora. Tras la caída de la República, se exilió junto a su familia en México.

En otro orden de cosas, y en lo que se refiere a sus relaciones de pareja, el matrimonio pasó por varias crisis surgidas, al parecer, por la debilidad que sentía Ceferino por las faldas femeninas. De esta cuestión habla Isabel en sus memorias. Sin embargo, el matrimonio nunca llegó a separarse definitivamente. Según todos los indicios parecen apuntar Isabel puso mucho de su parte para que esto no se produjera. Estuvo siempre muy enamorada de su marido al que debió perdonar muchas infidelidades, proceder, por otro lado, bastante corriente en aquellos tiempos en que estaba tan mal visto el divorcio. La dedicatoria inserta en uno de los libros de Isabel ratifica lo expuesto: «A Cefe, con el que tantos caminos de dicha y de dolor he recorrido»38. Sin embargo, autoras como Antonina Rodrigo, no son tan benévolas con el esposo traidor, al que no duda en calificar de «marido parásito, superficial y conquistador, con título de pintor, muy poco dotado para el arte»39.




El feminismo de Isabel de Palencia

Ya hemos referido anteriormente que la conciencia social había despertado muy pronto en aquella niña de la burguesía malagueña. Como se suele decir, de una cosa se pasa a la otra. Y, en esta línea, Isabel no tardaría en percatarse, como ya lo había hecho la dirigente anarcosindicalista Teresa Claramunt, de que la obrera era la esclava del obrero. En un pasaje de una de sus novelas, En mi hambre mando yo, de fuerte componente autobiográfico, Isabel deja patente esta visión de género:

«Las mujeres, en su mayoría jóvenes, también se habían colocado en fila aguardando turno. Diana contempló aquellos cuerpos [...] -Diríase que todas están embarazadas se dijo-, ¿Por qué darían, siempre, esa impresión las pueblerinas? Los talles se curvaban hacia fuera [...] Los rostros de pómulos salientes y finas facciones, los brazos y las manos de todas eran afilados, descarnados casi. No así los cuerpos [...] Vientres que habían sido llenados y mantenían la curva en los intervalos de la preñez consecutiva [...] La que hablaba no tendría arriba de veinte años; pero tenía los ojos hundidos y sus pechos flácidos apenas se dibujaban bajo el corpiño negro. Diana la conocía bien. Habían jugado mucho juntas siendo niñas...»40.



Dicho en otras palabras, Isabel se irá involucrando cada vez más con la cuestión feminista. En este sentido, nos parece interesante destacar la amistad surgida entre ella y las hermanas Trudy y Luisa Graa, esposas de los dirigentes y políticos socialistas Luis Araquistain y Julio Álvarez del Vayo, respectivamente, en los años en que la maternidad le impedía apenas desarrollar otra actividad. Recordamos que fue Vayo, siendo ministro de Trabajo, quien la propuso como Embajadora. Con Araquistain coincidió, como compañera, en el periódico El Sol. Hacia 1918 dio un paso definitivo al afiliarse a la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME, 1918-1936)41, organización liderada por la también malagueña María Espinosa de los Monteros42. En 1920 Isabel asistirá como delegada española al Congresos de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, celebrado en Ginebra.

Los años que siguieron tras el armisticio de la Primera Guerra mundial (1914-1918) fueron decisivos en la formación del movimiento feminista en España. Eran organizaciones encuadradas, desde el punto de vista ideológico, en un feminismo de raíz burguesa e inspiración liberal que se nutría de las clases medias ilustradas. Isabel conocerá a las mujeres del movimiento obrero gracias a una invitación efectuada por los socialistas de la Casa del Pueblo madrileña. En aquel ateneo obrerista dará una conferencia sobre «La educación de las mujeres». En opinión de Rodrigo, esta primera visita a un centro obrero fue un descubrimiento para Isabel. Allí comenzó a relacionarse con dirigentes del PSOE y de la UGT y con mujeres de gran relevancia en su doble militancia política y feminista como María Lejárraga (1874-1984), Matilde de la Torre (1884-1946), Matilde Huid, Carmen de Burgos (1867-1932), Victoria Kent (1898-1987), Clara Campoamor (1888-1972) o Margarita Nelken (1896-1968), por citar algunos nombres.

Hacia 1926 hace su aparición en el panorama feminista español el Lyceum Club Femenino, al que la investigación feminista en general no duda en calificar como referencia imprescindible del feminismo burgués43. En un primer momento su sede social se ubicó en los locales de la Residencia de Señoritas de La Institución Libre de Enseñanza. Posteriormente, se estableció en la calle Infantas 31 (más conocida como Casa de las Siete Chimeneas). Su Junta Directiva estaba presidida por María de Maeztu. Como vicepresidentas, la abogada malagueña Victoria Kent e Isabel Oyarzábal. Allí se dieron cita figuras de relevancia tales como Gregorio Marañón, Alberti o Lorca. La organización se mantuvo vigente hasta 1936.

En 1939 sus locales fueron entregados a la Falange, que según Carmen Baraja «malbarató» las instalaciones, en especial la biblioteca. Entre las socias, algunos nombres: María Goyri, María Martínez Sierra, Zenobia Camprubí, Blanca de los Ríos, Clara Campoamor, Concha Espina, Emilia Pardo Bazán, Concha Méndez, María Teresa León, Maruja Mallo, etc. Junto con la Asociación Femenina de Educación Cívica fue, en palabras de la escritora y diputada socialista María Martínez Sierra, el hogar de nuestro feminismo44.Como contrapunto, los detractores de este núcleo feminista fueron notorios. Es el caso del dramaturgo Jacinto Benavente que según varias fuentes declinó la invitación a dar una conferencia con la excusa de que él no hablaba «a tontas y a locas» o la sonada Intervención de Rafael Alberti, que horrorizó a las socias más conspicuas con una conferencia surrealista finalizada con varias detonaciones de pistola, a modo de traca final.

Entre este juego de claroscuros podemos Incluir una referencia hecha por el escritor Rafael Cansinos Assens (La novela de un literato, Madrid, 1995) a Isabel, en la que mezcla el retrato literario con lo personal:

«Isabel Oyarzábal de Palencia si bien no tiene una obra literaria considerable, es una gran mujer, a la moderna, de espíritu amplio, comprensivo y de una sensibilidad muy femenina, pese a su actitud feminista, acreditada en miles de artículos y gestos políticos: pertenece a ese número de nobles mujeres, de ideología moderna, desligadas de la tradición clerical, libres, pero no libertinas, en que figuran Teresa de Escoriaza, Clara Campoamor y otras menos célebres, que continúan la línea de Carmen de Burgos y las llamadas damas rojas de principios de siglo. Viste con sencillez, y no gasta pendientes, símbolo de la antigua servidumbre del sexo; pero su falda corta deja ver unas piernas estupendas, dignas de Demetrio, involuntariamente incitantes y que cruza con toda naturalidad. Es una mujer seria, sin coquetería, una intelectual»45.






Reflexión final

Como ya hemos apuntado, Isabel de Palencia se involucró de lleno en la vida socio-política y cultural de la España del primer tercio de siglo. Desarrolló su actividad en campos muy dispares, aunque perfectamente coherentes para nuestra paisana. Tan pronto presidía la Liga Femenina por la Paz y la Libertad, como la Asociación Protectora de Animales y Plantas, de la que fue bibliotecaria. Militante del PSOE, fue la única mujer que formó parte de la Comisión Permanente contra la Esclavitud en las Naciones Unidas. Tras el fracaso del pronunciamiento de Galán y García Hernández en 1930 Isabel, actuando como reportera Internacional, se infiltró en la cárcel haciéndose pasar por un familiar de uno de los presos y consiguió entrevistar a miembros del comité Revolucionario Republicano. Tras la proclamación de la Segunda República actuó como traductora del Comité Organizador de la XX Sesión del Instituto Internacional, como Consejera Gubernamental en la XV Conferencia Internacional del Trabajo, vocal del Consejo del patronato del Instituto de Reeducación Profesional, etc. Afiliada al PSOE mantuvo su compromiso con la causa republicana hasta el final de sus días, y desde su exilio, en el que militó en la Unión Nacional Española, en la Unión de Mujeres Españolas y Mujeres Antifascistas Españolas.

Sin embargo, de todas las facetas que desarrolló en su larga y fructífera existencia es, quizás, su amor a los niños la que más destacamos. Sirva como colofón a este pequeño perfil que hemos elaborado una carta dirigida a Isabel por un atribulado ciudadano, padre de un hijo sordomudo, en la que le solicita ayuda para remediar su desgracia (a la sazón Isabel era miembro del Patronato para la Reforma de la Enseñanza en los centros de sordomudos). Tiene fecha de 24 de setiembre de 1932 y está firmada por Julián López Lozano, en Checa (Guadalajara), y dice lo siguiente:

«Muy distinguida señora:

Atrevimiento grande supone por mi parte molestar la atención de Ud. sin mérito ni título alguno que avale mi decisión, pero lo hago confiado en que la bondad y espíritu humanitario y democrático de Ud. suplirá con creces lo que yo no puedo aportar [...] La circunstancia de ser Ud. esposa de nuestro dignísimo Gobernador Civil [...] sus ideas democráticas, humanitarias y generosas me animan a esta empresa...»46.



Durante toda su vida llevó en su recuerdo a la Málaga de su infancia. Fue imprescindible para soportar los largos años de exilio y quizás sea este recuerdo el mejor punto final para este apunte biográfico que aquí presentamos. Las frases que a continuación transcribimos forman parte de su libro de memorias, escrito en México:

«Mientras estaba tumbada en la cama escuchaba a los vendedores en las calles pregonando sus mercancías, casi podía engañarme y pensar que estaba en España [...] No las España que habíamos dejado. Sí la España que conocí de niña en Málaga, con sus casas de azotea y sus bellos jardines, sus parques llenos de palmeras y granados y molles y los grandes hibiscos, y los rosales y los claveles y las azucenas perfumadas y los nardos. Hasta el modo de hablar de los mexicanos me hacía recordar mi pueblo, porque no usan la más pura, pero más áspera, pronunciación de los castellanos. Cecean suavemente como los andaluces»47.







 
Indice