Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Isabel la Católica y el patrocinio de la actividad literaria

Nicasio Salvador Miguel






ArribaAbajoI. Patrocinio literario de Isabel

Aunque, como parte de sus intereses culturales, el mecenazgo de muchos miembros de las casas reales hispanas puede rastrearse a lo largo de la historia de cada reino, fue en el siglo XV cuando alcanzó una consolidación y un reforzamiento notabilísimos, extendiéndose además a no pocas familias aristocráticas y a esclarecidos dignatarios eclesiásticos. Como consecuencia de tal proceder, en las cortes regias y señoriales se favoreció la creación literaria, se promocionaron traducciones y copias de manuscritos, se crearon bibliotecas, se apadrinaron las tareas musicales y se estimularon las fiestas cortesanas y urbanas, al tiempo que se apoyaba el desarrollo de la arquitectura y las artes plásticas.

Por lo que al mecenazgo literario atañe, es manifiesto que favorece tanto al patrocinador como al escritor: el primero, en efecto, puede obtener réditos tan distintos como el aprendizaje, el pasatiempo, la propaganda de determinados principios religiosos o políticos que le interesan o, sencillamente, el prestigio dimanado de asociar su persona a la escritura, mientras que para un autor puede significar una ayuda económica, una manifestación de reconocimiento público o un acicate para abordar un asunto por el que siente preferencia el padrino.

En este contexto deben situarse las aficiones literarias de Isabel la Católica, en ocasiones compartidas con su marido, de modo que no siempre resulta fácil diferenciar entre ambos, a quienes, de vez en cuando, van dirigidas conjuntamente distintas obras, en algún caso con un singular englobador, según se aprecia en la dedicatoria del Cancionero de Juan del Encina (Salamanca, 1496). Mas, en ocasiones, ya las fuentes contemporáneas (correspondencia privada, datos biográficos de algunos autores, atestaciones documentales de pagos en las cuentas de Gonzalo de Baeza o el en el Libro del limosnero) y la investigación moderna [Alvar Ezquerra 2002: 204] disciernen con nitidez el talante concreto de la Reina, la cual, además de no coincidir siempre con su esposo en la valoración personal de un escritor, patrocinó, con mucha mayor intensidad que Fernando, la labor de estudiosos y escritores.

Tal comportamiento de Isabel remite a su más directa tradición familiar, dadas las inclinaciones intelectuales de su padre, Juan II, si bien, al contar con poco más de tres años a la muerte del progenitor, acaecida el 21 de julio de 1454, Isabel no pudo ser consciente de esos gustos ni tuvo tiempo de comprender, y mucho menos disfrutar, la rica actividad cultural que Juan II propició en la corte. Como, por otro lado, su educación infantil debió realizarse en condiciones de cierta penuria y en un entorno reducido y recoleto [vid. Salvador Miguel 2003], la muchacha no debió tomar conciencia de la notoria imbricación entre el mecenazgo y el poder hasta que, en los últimos meses de 1461, con unos diez años y medio, fue trasladada, junto a su hermano Alfonso, a la corte de su hermanastro Enrique IV, por la que, en los distintos lugares donde a causa de su itinerancia se estableció, pululaban intelectuales y personajes comprometidos con la creación literaria y en la que abundaban los bailes, las manifestaciones musicales, las celebraciones festivas y dramáticas, así como las fiestas caballerescas de todo tipo (justas, torneos, juegos de cañas, correr toros), pues incluso el propio Rey, aun cuando ni de lejos manifestó unas inquietudes culturales comparables con las de su padre, también apoyó el cultivo de la música y la escritura de diferentes obras. En esa corte, Isabel amplió y completó la instrucción iniciada en Arévalo, se ilustró en saberes característicos del mundo cortesano (música, danza, baile, equitación, algunos juegos de mesa y determinadas lecturas), mantuvo sus primeros contactos con doctos de prestigio (Alonso de Palencia, Gómez Manrique o Pedro González de Mendoza, entre otros) y aprendió a apreciar la bibliofilia y el mecenazgo [vid. Salvador Miguel 2005].

Tras tomar los rebeldes alfonsinos Segovia, donde el grueso de las tropas penetró al alba del 17 de septiembre de 1467, la infanta se unió al bando de su hermano Alfonso, junto al que seguirá hasta la muerte del muchacho (5 de julio de 1468); y, durante tan escaso tiempo, continuará siendo testigo de un aprecio semejante por la ilustración, ya que esa corte, pese a su carácter efímero, se distinguió también como un hervidero de actividad literaria [Perea Rodríguez 2001] hasta el punto de que entonces iniciará Isabel su propia labor de patrocinio a la escritura.

Desde luego, el mecenazgo literario de Isabel solo se explica como parte de su atracción por todos los aspectos de índole cultural: de la arquitectura a las artes plásticas, de la música a la celebración de acontecimientos religiosos y profanos, de su empeño por el aprendizaje tardío del latín a su favor para la difusión del castellano, que se esforzó en hablar y escribir con pulcritud. En el mismo ámbito hay que colocar su afán por la formación de bibliotecas [Sánchez Cantón 1950; De la Torre 1968; Ruiz 2004; Salvador Miguel y Moya García 2004]; su obsesión por elevar el ambiente de saber en la corte, apoyando el establecimiento en la misma de humanistas sobresalientes; y el tesón porque sus hijos recibieran una educación esmerada que llamaba la atención incluso de algunos visitantes extranjeros, como el alemán Jerónino Münzer. Evidentemente, todos esos anhelos se acoplaban a la perfección con su capacidad lectora, reseñada en la Epístola exhortatoria a las letras por Juan de Lucena.

Por otro lado, conviene reparar en que el apoyo literario de Isabel no siempre fue del todo altruista o meramente lúdico, ya que notaba muy bien la capacidad propagandística de un texto para transmitir ideas o principios sobre determinados asuntos: la exaltación de los ideales monárquicos, de las actuaciones gubernativas o de las campañas militares, pongo por caso [vid. Salvador Miguel 2004b]. Así, por ejemplo, si la legitimidad dinástica que tanto le afectaba hace interesarse a Isabel por un tratado del canónigo Alonso Ortiz, en el que se aquietan sus dudas de conciencia mediante un diálogo protagonizado por la propia Soberana y el cardenal Mendoza, Nebrija justifica la dedicatoria de su Gramática castellana a la Reina para que, como ha acontecido con otros autores antiguos, «del autoridad de aquellos [a quienes un libro se destina] se consiguiesse algún favor a sus obras». Por eso, los encargos que, para componer ciertas obras, hará Isabel a personajes como Diego de Valera, Gómez Manrique o Alonso de Palencia, quienes ocupan puestos de relieve en la corte o en la administración, no tienen como propósito una recompensa inmediata, lo que sucede, sin embargo, con toda probabilidad, cuando Hernando de Ribera y otros autores «que seguían el ejército y estaban en los reales» consagran sus esfuerzos a cantar «las cosas y batallas» de la guerra de Granada.

También precisa destacarse que la protección literaria de Isabel no se limitó a los escritores hispanos, ya que la instalación en la corte de humanistas italianos (singularmente, Lucio Marineo Sículo, Pedro Mártir de Anglería y los hermanos Geraldini), amén de a otras causas (la atracción por el poder doméstico e internacional de la Monarquía hispana o la dificultad para enseñar gramática en Italia [vid. Gómez Moreno y Jiménez Caliente en esta misma página web]), respondió, desde la perspectiva que nos ocupa, al favor que encontraron en la Reina. Bien cierto resulta que la labor de estos intelectuales se encuadraba dentro de unas miras más amplias, sobre todo el deseo de doña Isabel por elevar la instrucción de sus hijos y de los vástagos de la nobleza, pero el disfrutar de unos ingresos asegurados les permitió elaborar algunas obras que prestigiaban el uso del latín y acercaban la producción hispana a modelos italianos.

No puede olvidarse asimismo que el patrocinio literario de la Reina fue estimulado, a veces, por personajes influyentes de su entorno: así, la variante que introduce Nebrija en la quinta edición de sus Introductiones latinae se debe a la instigación de Hernando de Talavera, quien también demandó al profesor salmantino un poema sobre la peregrinación de los Reyes a Santiago en 1486 (Ferdinandi ac Helisabethae Regum clarissimorum perfectio ad D. Iacobum), mientras que Pedro González de Mendoza, en 1492, intervino en el traslado a la corte de Pedro Mártir, quien había llegado a España años antes bajo el amparo del conde de Tendilla.

Por último, debe tenerse en cuenta que, según nuestras noticias, el apoyo literario de Isabel se inició muy pronto y, desde luego, antes de su acceso al trono, puesto que entre fines de septiembre y octubre de 1467, es decir con dieciséis años y medio, recién incorporada al bando de su hermano Alfonso, encargó a Gómez Manrique escribir unos momos para el decimocuarto cumpleaños del adolescente, que se celebró el 15 de noviembre. Desde entonces, ejercerá el mecenazgo durante toda su vida y en las circunstancias más diversas, desde los momentos de más tranquilo sedentarismo hasta en sus desplazamientos con motivo de operaciones militares, fiestas o visitas a ciudades [detalles y bibliografía en Salvador Miguel 2004a: 75-79].




ArribaAbajoII. Mecenazgo y corte

Para entender el patrocinio literario ejercido por Isabel en las coyunturas más varias, debe recordarse que, de acuerdo con lo estipulado por Alfonso X (Partida II, título 9, ley 27) y al no existir todavía un palacio exclusivo de representación, la corte se caracteriza, como en los reinados anteriores, por su itinerancia, de modo que con ese nombre no se menciona una población ni una residencia donde more habitualmente el monarca sino que es su persona la que confiere el marchamo de corte a cada lugar en que se afinca durante un tiempo.

Hechas estas precisiones, a lo largo de su gobierno, vemos desfilar por el entorno regio a muchos escritores, algunos de los cuales ya se habían distinguido en los años precedentes, aunque no siempre cabe precisar la cronología cabal de sus estancias en los aledaños de la Reina ni el tipo de relación exacta que con ella mantuvieron. Entre esos autores, se encuentran, además de los castellanos y de los humanistas procedentes de Italia, algunos catalanes y aragoneses, así como varios extranjeros que visitaron circunstancialmente la corte, redactando luego sus impresiones en otras lenguas (como, por caso, el alemán Jerónimo Münzer, que escribe en latín, o el polaco Nicolás de Popielovo, que emplea el alemán), si bien unos cuantos, pese a su procedencia, se acomodaron a componer en castellano, como el portugués Lope de Sosa, refugiado en Castilla tras la ejecución del duque de Braganza el 21 de junio de 1483, o el también portugués Joâo Manuel, representante en Castilla, hasta su muerte en 1499 o 1500, del rey don Manuel I. Esta pluralidad de procedencias explica que, aun cuando la mayor parte de la literatura producida en el entorno de Isabel se sirva del castellano, resten asimismo ejemplos en catalán, portugués y latín, lengua utilizada no solo por distintos viajeros y los humanistas italianos sino también por varios intelectuales de Castilla (Palencia, Nebrija y muchos más) que la alternaban con su idioma natal dependiendo de la índole de cada obra.

Por otra parte, la Reina vivía rodeada de un ambiente de afanes intelectuales, ya que algunos consejeros, nobles de distinta condición, no pocos dignatarios eclesiásticos de mayor o menor rango y muchos oficiales con distintos cargos conjugaban de manera habitual sus tareas de administración y gobierno con la práctica habitual de la escritura e incluso en algunos casos patrocinaban sus propios grupos literarios [pormenores y bibliografía en Salvador Miguel 2004c]. Lógicamente, tal ambiente y el mecenazgo de Isabel contribuyeron a que escritores muy varios se sintieran atraídos por la corte, la cual era además un espacio lúdico y festivo, donde la música, el canto, el baile y los espectáculos caballerescos, amén de constituir una exhibición pública del lujo y del poder, proporcionaban un entretenimiento que se también se hallaba en las representaciones dramáticas y paradramáticas o en la redacción de poemas de variada temática.




ArribaAbajoIII. Extensión y pluralidad del patrocinio

Si pasamos ahora a paradigmas más precisos, debe resaltarse que el mecenazgo literario de Isabel, en sintonía con sus intereses culturales tan vastos, se extendió a autores muy distintos y a todos los géneros.


ArribaAbajo III.1. Prosa

Así, por lo que atañe a la prosa, hay que rememorar que, como parte de su educación, sobre todo la allegada tras su traslado a la corte de Enrique IV [Salvador Miguel, en prensa], Isabel debió acceder a una serie de saberes que, desde la segunda mitad del siglo XIII, se consideraban imprescindibles en la instrucción de príncipes y nobles, vale decir, las colecciones de exempla, la literatura gnómica y los tratados conocidos como specula principum, en los cuales, por su insistencia en las cualidades necesarias a los monarcas y sus allegados, hubo de aprender pautas y conductas de comportamiento, ceremonial cortesano y normas sobre la gobernación. En las misceláneas de biografías femeninas descubriría, asimismo, los hechos de algunas mujeres célebres, a las que podía tomar por espejo, pues, precisamente, uno de los primeros libros que se le dedicaron fue el Jardín de nobles doncellas, de fray Martín de Córdoba, terminado con posterioridad a la jura de Guisando, ya que en el proemio llama a Isabel «legítima heredera de los reinos de Castilla y León», al tiempo que en el texto la denomina «princesa» y no «infanta».

En sintonía con esa pluralidad de lecturas a que se enfrentó desde muy pronto, la Reina patrocinó obras de temática muy diversa, tanto en latín como en castellano. Así, como parte de sus intereses filológicos, comprendió el valor histórico-cultural que prestaba el conocimiento del latín para acceder al pasado, ponerse al nivel de Italia, sentida como el punto de referencia y emulación cultural, y desenvolverse con competencia en el mundo de la diplomacia. Por eso, además de enfrascarse desde 1482, o un poco después, en el estudio tardío de esa lengua, bajo la batuta de Beatriz Galindo, y además de tomar las medidas apropiadas para su enseñanza en la corte, promovió la escritura de unos cuantos libros. Pues, como su actitud se hallaba en sintonía con los planes renovadores de Nebrija, quien en 1481 había publicado una gramática latina concebida como manual para la docencia, con el título de Introductiones latinae, Isabel, con el deseo de que esas nociones no quedaran reducidas a sus descendientes o a la nobleza sino que incluso las religiosas pudieran «sin participación de varones» alcanzar «algo de la lengua latina», solicitó a Nebrija, a través de Hernando de Talavera, que editara el libro con la versión castellana en columna paralela a la derecha. Así lo hizo Elio Antonio en la quinta impresión (Salamanca, 1486), con una dedicatoria a la Reina, en que remacha la importancia del latín («para colmo de nuestra felicidad y cumplimiento de todos los bienes, ninguna otra cosa nos falta sino el conocimiento de la lengua»), ya que en el mismo «está fundada nuestra religión y república cristiana, más aún el derecho civil y canónico, la medicina y las artes que dicen de humanidad, porque son propias del hombre en cuanto hombre». Aunque, por desgracia, la novedad no se respetó en las ediciones posteriores [cf. Gil 1981: 99], el caso ilustra bien a las claras la asociación que establecía la Soberana entre sus propias preocupaciones intelectuales y la tarea de mecenazgo; y, así, su discernimiento respecto al valor del latín explica también otras actuaciones, como el encargo a Alonso de Palencia de un Universal vocabulario en latín y romance (Sevilla, 1490) que se imprimió a dos columnas paralelas, en una de las cuales se explica en latín el significado de una palabra, mientras que en la otra se traduce al castellano.

Su apoyo al aprendizaje del latín no impidió a Isabel tomar plena conciencia del significado de la lengua castellana en la línea marcada, una vez más, por Nebrija, quien, en la dedicatoria a la Reina de su Gramática castellana (1492), augura una etapa de fulgor cultural y un desarrollo de ese idioma que, a pesar de haberse encaramado ya «tanto en la cumbre», anda aún «suelto y fuera de regla», a la espera de un uso que deben fijar «aquellos que tienen autoridad para lo hacer», es decir, los gramáticos, con Nebrija en primera fila, apoyados por Isabel, la cual, con su poderío y el de su entorno ( «la autoridad de Vuestra Alteza o el consentimiento de aquellos que pueden hacer[lo]»), puede ayudar al florecimiento de la lengua: tal es el sentido de la manida frase, según la cual «siempre la lengua fue compañera del imperio».

La atracción que Isabel sentía por la historia como repositorio del pasado y modelo para el presente le llevó también a amparar, independientemente de las crónicas sobre su reinado [de las que se ocupa aquí Ladero Quesada], obras que se ocuparan de los tiempos pasados y recientes, como se infiere de la que le dedica Nebrija (Muestra de la historia que dio a la reina Isabel de las antigüedades de España, Burgos, 1499), la cual coincide con las inquietudes de otros intelectuales, como Alonso de Palencia, Joan Margarit o Lucio Marineo Sículo [vid. Tate 1970:184-197]. Asimismo, la Reina encargó a Diego de Valera escribir la Crónica abreviada, lo que inició durante su corregimiento en Segovia, en 1479-1480, para terminarla en El Puerto de Santa María, la «bíspera de San Juan de junio» de 1481, y editarla por primera vez en Sevilla, en 1482; el libro «comprende una introducción geográfica, un resumen de historia antigua de España y un compendio de la de Castilla, que acaba con una verdadera Crónica de Juan II» [Carriazo 1941: XXXVIII]. Igualmente, demandó a Fernando del Pulgar una Relación de los reyes moros de Granada (o Tratado de los Reyes de Granada) que, a la espera de una edición a la altura de estos tiempos, cabe definir como una «pieza historiográfica imprescindible para comprender las estructuras subyacentes en los libros de asunto morisco, por cuanto reconstruye todo un ambiente de leyendas que 'oficializa' la materia contenida en los romances fronterizos» [Gómez Redondo 1991: 59].

En otros casos, doña Isabel debió estar tras la redacción de algún tratado político enlazado con asuntos por los que sentía especial turbación, como el proceso que había desembocado en su ascenso al trono como consecuencia de una prolongada revolución nobiliaria contra Enrique IV y la preterición de su hija, Juana de Castilla, mal apodada «la Beltraneja». Por tanto, sin contar otros alegatos a favor de sus derechos dinásticos, diseminados en numerosos textos, Alonso Ortiz, en un extenso tratado (Dialogus de regimine regni [seu potius de Regni et Regis institutione] inter Reginam Elizabeth et cardinalem Mendoza), a través de una detallada casuística que hurga con consideraciones jurídicas en la diferencia entre tiranía activa y permisiva, intenta disipar los escrúpulos regios mediante una plática entre el cardenal Mendoza y la misma Reina, la cual llega a convencerse de que el cardenal ha aclarado suficientemente sus dudas (satis aperte ostendisti que petieram) [vid. Azcona 1988: 27, n. 12; 158-160].

Por supuesto, las creencias religiosas de Isabel y, en concreto, su inclinación hacia la reforma alentada por la devotio moderna resultaron cruciales a la hora de favorecer la circulación de obras que reflejaran esos ideales. Así, aunque habían sido los dos «cristianísimos reyes» quienes habían encomendado a fray Ambrosio de Montesino traducir la Vita Christi de Ludulfo de Sajonia, Isabel (por más que el libro se encontraba ya en los talleres de Stanislao Polono en Alcalá de Henares, donde apareció en cuatro abultados volúmenes en 1501 y 1502, inaugurando las prensas de esa ciudad), al menos desde agosto de 1501 deseaba una copia manuscrita de lujo, bien iluminada con historias y letras de oro, para su disfrute privado, según revelan las cuentas de Gonzalo de Baeza. De esta manera, la Reina podía ensamblar su piedad con sus refinados gustos artísticos y literarios. Mas la edición alcalaína ofrece todavía un valor complementario, ya que, si bien Montesino dirige a ambos el «prohemio epistolar» y a ambos extiende sus alabanzas, la xilografía que sirve de portada suministra un ejemplo más de la prioridad con que en la época se sentía el mecenazgo de la Reina en comparación con el de su marido. Pues, aun cuando parece que se los retrata «en perfecta paridad [?], presenta una estudiada gama de gestos que, sin mermar la idea de promoción conjunta, refleja con nitidez uno o dos rasgos de la personalidad de Isabel: los monarcas reciben el libro activamente, con vivo comentario, pero el principal agente del mismo no es el rey sino la reina, como señala el índice de su mano derecha y corroboran la propia colocación del volumen (que sólo ella y el fraile alcanzan a leer) y la posición de su mano izquierda», pegada al pecho, mientras que «la actitud de Fernando es sustancialmente receptora» [Rico Camps 2003:250].




ArribaAbajo III.2. Poesía

Ya en la corte de Enrique IV, Isabel había tenido la oportunidad de conocer la ebullición de la poesía cancioneril tanto en su vertiente amorosa, de la que gustaba la propia reina doña Juana, como en su variante política y satírica en relación con la guerra de Cataluña, con la desventurada situación del reino o con distintos sucesos menudos. Gómez Manrique, el comendador Román, Íñigo de Mendoza o Álvarez Gato son, en efecto, poetas con los que ya entonces hubo de entrar en contacto, junto a otros muchos, ya que la lírica cancioneril la cultivaban hasta los nobles más sobresalientes de ambos bandos, empezando por Beltrán de la Cueva, cuya actividad en este campo recoge el Pequeño cancionero, o Rodrigo Manrique, quien, además de una serrana en colaboración con Santillana y García de Pedraza [Salvador Miguel 2002], escribió varias canciones, un romance y dos villancicos repartidos en el Cancionero de Rennert, el Cancionero de Herberay dess Essarts y el Cancionero de Palacio.

Consta, además, que a lo largo de toda su vida Isabel gustó de la poesía, tanto de los romances como de la lírica cancioneril, por lo que no puede extrañar el apoyo que otorgó a muchos vates, según se deriva de pagos, encargos o dedicatorias. Algunos la seguían en sus desplazamientos, como Costana, al que se entregaron diversas cantidades, entre 1486 y 1487, en Santiago, Málaga, Córdoba y Salamanca, según las anotaciones de El libro del limosnero [vid. Beltrán 2000], por el que también conocemos otros pagos realizados a Moner, Núñez, Portacarrero, Guevara o Diego de Valera, mientras que las cuentas de Gonzalo de Baeza suministran datos sobre prestaciones económicas a Íñigo de Mendoza o Ambrosio de Montesino [vid. González Ollé 1961].

En otros casos, el mecenazgo de Isabel se desprende de las solicitudes que hace para la escritura de una pieza concreta: así, las «Coplas de San Juan Evangelista», que comienzan con el verso «Razón tiene vuestra Alteza», las compuso Ambrosio de Montesino «por mandado de la cristianíssima reina doña Isabel»; y el mismo autor pergeñó otro poema «por mandado de la reina doña Isabel estando su Alteza en el fin de su enfermedad».

No faltan ejemplos en que la ayuda de la Reina hay que deducirla de las dedicatorias que le hacen autores como Antón de Montoro, Hernando de Ludueña, Juan Álvarez Gato, Cartagena, Diego Guillén de Ávila, Pedro Gracia Dei, Íñigo de Mendoza, Juan del Encina o Tapia, por cuya lectura cabe asegurar que a Isabel le satisfacían los poemas de la temática más dispar, desde los asuntos graves a los más intrascendentes. Así, si Montoro se dirige a la Reina para quejarse de que le sigan motejando de «confeso», pese a comportarse como un fiel cristiano («¡Oh Ropero, amargo, triste…!»), Pedro Gracia Dei le endilga una didáctica Criança y uirtuosa dotrina, Íñigo de Mendoza le dedica un speculum principis (Dechado a la muy excelente reina doña Isabel, nuestra soberana Señora), y Hernando de Ludueña le ofrenda un Doctrinal de gentileza, donde, entre bromas y veras, transmite consejos sobre el comportamiento amoroso del galán y la dama. Cartagena y Montoro ensayan la difundidísima forma de la canción de loor, con toda la retahíla de tópicos al uso, de manera que el primero inicia unas coplas dedicadas «a la reyna Doña Ysabel» con un panegírico que integra motivos como la hipérbole sagrada y el tópico de la indecibilitas:


De otras reynas diferente,
princesa, reyna y señora,
¿qu'esmalte porné que assiente
en la grandeza excelente
que con su mano Dios dora?
Que querer yo comparar
vuestras grandezas reales
a las cosas temporales
es como la fe fundar
por razones naturales;



y Montoro termina otra pieza («Qué fecho tan escusado») con tópicos sobre la honestidad femenina y el deseo de un futuro feliz:


Gremio de rica honestad,
a quien son honras debidas,
dé vos Dios, por su bondad,
tanta de felicidad
que gocéis entrambas vidas.



El devenir cotidiano de la corte conduce a poetizar anécdotas sabrosas que procuran diversión saludable, como el poema («Noble reina de Castilla») en que el mismo Montoro pide a la Reina que guarde su vajilla de otro poeta, Juan de Valladolid, quien le había robado unas coplas,


porqu'es mi fuerte motivo,
que a todos los más empece,
que quien furta lo inbesivo
furtará lo que paresce



(es decir, quien roba lo que no se puede ver hará lo mismo con lo que tiene consistencia material). En ese mismo ámbito del esparcimiento cortesano hay que encuadrar también a Pinar, autor de un Juego trobado que hizo a la reyna doña Ysabel con el qual se puede jugar como con dados o naypes y con el qual se puede ganar o perder y echar encuentro o azar. Las coplas son los naypes y las quatro cosas que van en cada vna de ellas han de ser las suertes. Parece evidente que la intelección de esta pieza, amén de probar la pluralidad de preferencias de la Reina, presupone su instrucción en los juegos de cartas que, con toda probabilidad, habría aprendido en su etapa adolescente junto a otros juegos de mesa, como el ajedrez, que completaban la preparación para un ocio refinado [Salvador Miguel 2005].

Por otra parte, el patrocinio literario de Isabel explana que buena parte de los poetas del Cancionero de Rennert, de hacia 1500, y del Cancionero General, publicado en Valencia en 1511, provenga de la corte de los Reyes Católicos, donde se debió confeccionar “el arquetipo o, al menos, los materiales” que los originaron [Beltrán 2002: 356 y 359], si bien este aspecto se escapa de mi exposición actual.

Asimismo, aun cuando aparezcan anónimos en el Cancionero musical de Palacio, resulta casi seguro que, por su función encomiástica y propagandística, partieran de un encargo regio (acaso de ambos Monarcas o de personas de su círculo) romances como «Setenil, ay Setenil», «Pascua d'Espíritu Santo» y «Sobre Baça estava el Rey» que celebran, respectivamente las tomas de Setenil (1484), Ronda (1485) y Baza (1489) [vid. solo Correa 1999].

No puede ocultarse, por fin, que el ansia pedigüeña de alguno de estos vates originó graciosas anécdotas, como la que Melchor de Santa Cruz atribuye a Costana, quien aspiraba a la alcaidía de una fortaleza, llamada 'Rabé', en las cercanías de Burgos y, como no la conseguía, dejó de cumplir con su función de poeta y cantor. Sorprendida, la Reina preguntó un día: «¿Por qué no canta Costana?» y un comendador, jugando con el doble sentido del término, respondió: «Señora, ha jurado de no cantar sin rabé».




ArribaAbajo III.3. Teatro

Durante los años que Isabel pasó en la corte de Enrique IV, hubo de asistir a distintas representaciones dramáticas, que hay que entender en un sentido lato y que debieron ser más frecuentes de lo que arrastran a pensar las informaciones y los textos conservados, pues, a guisa de ejemplo, ya con motivo de la boda del rey en Córdoba, junto a fiestas propiamente caballerescas, se montaron algunos espectáculos parateatrales que corresponderían a los «muchos entremeses» de que habla Enríquez y a los « juegos» que menciona Palencia. Además, diversos faustos contemporáneos, con motivo de distintos sucesos políticos, tuvieron un carácter clarísimo de escenificación: así, la ceremonia con que, el 5 de junio de 1465, en Ávila, se procedió a deponer a Enrique IV y a entronizar al infante Alfonso o el proceso, condena y quema de la efigie del arzobispo Carrillo en Simancas, a principios de julio de 1465, constituyen auténticos espectáculos teatrales con escenario, actores, vestuario especial, público y texto [más detalles en Salvador Miguel 2005].

No dudo de que Isabel asistió en la corte de su hermanastro a representaciones semejantes, en las que predominaba el propósito alegre y jocoso. Solo ese conocimiento previo explana, según indiqué antes, que una de las primeras decisiones que toma, poco después de trasladarse al lado de su hermano Alfonso, es pedir a Gómez Manrique que componga, para solemnizar el decimocuarto cumpleaños del muchacho, unos momos (es decir, un espectáculo en que se combinaban texto, disfraces, música y baile), en cuya puesta en escena ella misma actúa como actriz en compañía de sus damas (Mencía de la Torre, Elvira de Castro, Beatriz de Sosa, Isabel Castaña [sic, ¿por Castañeda?], Juana de Valencia, Leonor de Luxán y la «Bovadilla» [es decir, Beatriz de Bobadilla]), recitando cada una un parlamento en que ofrecen al muchacho como regalo distintos «fados», o sea, diversas expresiones de buenos deseos o augurios. Los momos van precedidos de un «breve tratado», escrito también, según la rúbrica, «a mandamiento de la muy ilustre Señora infante doña Isabel». Luego, ya Reina, volverá a encargar obras del mismo tipo en otras ocasiones, según certifican tanto algunas informaciones cronísticas como, en especial, distintos apuntes en las cuentas de Gonzalo de Baeza, donde se recogen los gastos a que dieron lugar los momos celebrados en Zaragoza, Valencia y Murcia durante el viaje de los Reyes en 1487 y 1488; los escenificados en el campamento real sobre Úbeda, en octubre y noviembre de 1489; y los que tuvieron lugar en Zaragoza y Lérida, entre agosto y octubre de 1492 [vid. Díez Garretas 1999].

Otras representaciones teatrales, estimuladas por Isabel, a veces en unión de su marido, debieron de repetirse en su entorno, ya que la Égloga de Francisco de Madrid, secretario del Rey, con el fondo histórico de las guerras libradas en Italia entre Fernando el Católico y Carlos VIII de Francia a causa del reino de Nápoles, se puso en escena en la corte ante embajadores extranjeros en 1495.

Tampoco cabe olvidar en este apartado el apoyo que, según los cronistas y las cuentas del tesorero real, prestó Isabel, como parte de sus funciones regias, a festejos, ceremonias y espectáculos caballerescos (torneos, justas, pasos de armas, entremeses, («invenciones») que se sucedieron durante su reinado con motivo de diferentes acontecimientos y que guardaban no poca conexión con el teatro, ya que en los mismos se combinaban el juego, la música, la poesía, la máscara y el montaje escenográfico con un ambiente en que imperaban la magnificencia de las joyas y la riqueza del vestuario que exhibían damas y caballeros, quienes se adornaban con frecuencia con divisas y motes de indudable carácter poético y dramático. Por desgracia, los detalles transmitidos sobre este tipo de fiestas no siempre responden a la profusión con que debieron celebrarse, sobre todo por lo que atañe a los cronistas, para los cuales se trataba en muchos casos de «formas acostumbradas». Con todo, un paradigma de esas «ricas e sumptuosas fiestas» puede rastrearse en abril de 1490 cuando, con motivo de la boda de la infanta Isabel, primogénita de los Reyes, con el príncipe don Alfonso, hijo de Juan II de Portugal, tuvieron lugar en Sevilla justas, juegos de sortijas y momos con el propósito de agasajar a los relevantes invitados de los reinos peninsulares y a los embajadores extranjeros.






ArribaAbajoIV. Dos palabras sobre la música

Entre la protección a las actividades que tocan de algún modo a la literatura, hay que colocar asimismo la dispensada a la música, en cuanto que los músicos resultaban imprescindibles en el ceremonial y en los espectáculos cortesanos, así como en las entradas reales, en distintos tipos de escenificación y en la expansión de no pocos poemas que, pese a la pérdida de su melodía, iban acompañadas de música, como muestra sin ir más lejos el término de «canción» para nombrar a una de las formas más difundidas de la poesía cancioneril. En Isabel, esos intereses musicales deben remontar a un aprendizaje en la corte de Enrique IV, pues, independientemente de constituir una de las aficiones preferidas del Monarca, sobre todo desde el concilio de Constanza (1414-1418) Reyes y altos señores habían comenzado a usarla como «símbolo de autoridad» a causa de «su papel propagandístico». En esa línea, a lo largo de su reinado se rodeará de un cuerpo destacado de atabaleros, trompetas y ministriles bajos, recurrirá a la música con «un firme y determinado fin político» de propaganda regia, se preocupará de la educación musical de sus hijos, cuyas casas dotó de numerosos instrumentistas y compositores, y ejercerá un mecenazgo que sirvió para formar «una gran cantera» de músicos castellanos, parte de cuya producción recoge el Cancionero musical de Palacio [Aguirre Rincón 2003; a la misma pertenecen las frases entrecomilladas].

Con la música hay que conectar también el baile y la danza que, con sus variedades, se practicaron frecuentemente en la Corte de los Reyes Católicos, pese a no ser muy del agrado del confesor de Isabel, Hernando de Talavera, quien en 1493 llegó a reprenderla epistolarmente porque, con motivo de los festejos que tuvieron lugar en Barcelona con motivo de la recuperación de los condados de Rosellón y Cerdaña, se celebraron bailes y se sentaron a comer en la misma mesa hombres y mujeres [Azcona 1999: 363 y 376-377].




ArribaAbajoV. Final

En definitiva, Isabel ejerció un transcendental patrocinio literario que se encuadra en el proceder que Reyes, aristócratas y altos dignatarios eclesiásticos manifestaron durante el siglo XV, en armonía con las circunstancias de la época, y que, en su caso, enlazaba también con una tradición familiar. Tal mecenazgo muestra tan solo una porción del que extendió a todo tipo de actividades educativas, culturales y artísticas, conjugando sus gustos personales con el papel propagandístico que podía acarrear a su persona, a la monarquía y a sus ideales políticos.






ArribaVI. Bibliografía

-Aguirre Rincón, S.: «La música de Isabel la Católica: La Casa real como paradigma», en Arte y cultura en la época de Isabel la Católica, ed. J. Valdeón Baruque, Valladolid, 2003, pp. 281-321.

-Alvar Ezquerra, A.: Isabel la Católica. Una Reina vencedora, una mujer derrotada, Madrid, 2002.

-Azcona, T. de: Juana de Castilla, mal llamada la Beltraneja. 1462-1530, Madrid, 1988.

-Azcona, T.: Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y reinado, Madrid, 1999 (tercera edición «actualizada»), Madrid, 1999.

-Beltrán, V.: «La Reina, los poetas y el limosnero. La corte literaria de Isabel la Católica», en Actas del VIII Congreso de la Asociación Hispánica de literatura medieval, Santander, 2000, I, pp. 287-306.

-Carriazo, J. de M., ed.: Diego de Valera, Memorial de diversas hazañas, Madrid, 1941.

-Correa, P.: Los romances fronterizos. Edición comentada, Granada 1999 (2 vols.).

-Díez Garretas, M.ª J.: «Fiestas y juegos cortesanos en el reinado de los Reyes Católicos. Divisas, motes y momos», Revista de Historia Jerónimo Zurita, 74 (1999), pp. 172-173.

-Gil, L.: Panorama social del humanismo español (1500-1800), Madrid, 1981.

-Gómez Redondo, F.: «Historiografía medieval», en C. Alvar, A. Gómez Moreno y F. Gómez Redondo, La prosa y el teatro en la Edad Media, Madrid, 1991.

-González Ollé, F.: «Noticias literarias y bibliográficas del reinado de la corte de los Reyes Católicos», Revista de archivos, bibliotecas y museos, LXIX (1961), pp. 647-649.

-Perea Rodríguez, O.: «La corte literaria de Alfonso "el Inocente" (1465-1468), según las "Coplas a una partida" de Guevara en el Cancionero general», Medievalismo, 11 (2001), pp. 33-57.

-Rico Camps, D.: «Imágenes del saber en tiempos de los Reyes Católicos», en Arte y cultura en la época de Isabel la Católica, ed. J. Valdeón Baruque, Valladolid, 2003, pp. 249-278.

-Ruiz García, E.: Los libros de Isabel la Católica. Arqueología de un patrimonio escrito, Salamanca, 2004.

-Salvador Miguel, N.: «Las serranillas de don Iñigo López de Mendoza», en Iberia cantat. Estudios sobre poesía hispánica medieval, ed. J. Casas Rigall, Santiago de Compostela, 2002, pp. 287-306.

-Salvador Miguel, N.: «La instrucción infantil de Isabel, infanta de Castilla (1451-1461», en Arte y cultura en la época de Isabel la Católica, ed. J. Valdeón Baruque, Valladolid, 2003, pp. 155-177.

-Salvador Miguel, N.: «El mecenazgo literario de Isabel la Católica», en Isabel la católica. La magnificencia de un reinado (Catálogo de la Exposición celebrada en Valladolid, Medina del Campo y Madrigal de las Altas Torres, febrero-junio de 2004 [comisario: F. Checa Cremades]), Salamanca, 2004, pp. 75-86. [= Salvador Miguel 2004a].

-Salvador Miguel, N.: «La visión de Isabel la Católica en los escritores de su tiempo», en Los Reyes Católicos y la Monarquía de España (Catálogo de la Exposición celebrada en Valencia, septiembre-noviembre de 2004 [comisario: A. Bartolomé Arriaza]), Madrid, 2004, pp. 239-256. [=Salvador Miguel 2004b].

-Salvador Miguel, N.: «La actividad literaria en la corte de Isabel la Católica», en Isabel la Católica. Los libros de la Reina (Catálogo de la Exposición celebrada en Burgos, diciembre de 2004-enero de 2005 [comisario: N. Salvador Miguel]), Oviedo, 2004. [=Salvador Miguel 2004c].

-Salvador Miguel, N.: «Los años cruciales», Arbor (en prensa).

-Salvador Miguel, N. (2005): «Isabel, infanta de Castilla, en la corte de Enrique IV (1461-1467»), en Actas del X Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura medieval, Alicante (en prensa; a parecer en 2005).

-Salvador Miguel, N. y Moya García, C.: «Descripción de los libros expuestos», pp. 197-211 de Salvador Miguel 2004c.

-Sánchez Cantón, F. J. (1950): Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica, Madrid, 1950.

-Tate, R. B.: Ensayos sobre la historiografía peninsular del siglo XV, Madrid, 1970.

-Torre, A. de la: Testamentaría de Isabel la Católica, Valladolid, 1968.



Indice