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José María de Pereda y la construcción de una imagen1

Raquel Gutiérrez Sebastián


Universidad de Cantabria

La relación de la persona y la obra de Pereda con el mundo iconográfico puede analizarse desde diversos puntos de vista. Nos limitaremos en las páginas siguientes a apuntar algunas reflexiones sobre la importancia de los retratos y caricaturas en la difusión de una determinada imagen del novelista de Polanco, dejando al margen otros aspectos como las interpretaciones pictóricas y visuales de sus motivos y personajes literarios y el estudio de los textos del autor que aparecieron ilustrados, como El sabor de la tierruca (1882), Al primer vuelo (1891) y Para ser buen arriero (1900), con imágenes de Apeles Mestres, la edición, con dibujos de Mariano Pedrero, de Tipos Trashumantes (1897) y la versión en la revista Apuntes de Las brujas (1896), acompañada de ilustraciones al óleo de Sorolla y Andreu. A las obras de Pereda que se editaron acompañadas de imágenes hemos dedicado algunos trabajos anteriores (Gutiérrez Sebastián, 2000; 2003; 2009 a y 2009 b) y la iconografía suscitada por los paisajes y personajes peredianos merecería sin duda un estudio extenso que esperamos abordar en el futuro.






Un recorrido por las imágenes de Pereda

El 1 de mayo de 1906, tres meses después del fallecimiento de Pereda, el periódico santanderino El Diario Montañés, en un número extraordinario que homenajeaba al novelista indicaba: «Gustaban tantos, aún sin ser amigos ni conocidos de Pereda, de poseer retratos suyos, que a cada paso tenía que reponer sus reservas y hacérselos nuevos. Como, por otra parte, aquella vigorosa cabeza tentaba de continuo a pintores y fotógrafos, es asombroso el número de retratos que del gran montañés se conservan.» (Apuntes, 1906:32).

Efectivamente, la abundancia, riqueza y variedad de grabados, fotografías y caricaturas que tomaron como motivo a don José María es constatable y la representación iconográfica del novelista se fue incrementando a medida que se consolidaba su trayectoria literaria. Estos retratos mostraban la evolución de sus rasgos fisonómicos a lo largo del tiempo y repetían, con leves variaciones, determinados elementos icónicos que llegaron a fraguar un estereotipo, en cuya construcción tuvo mucho que ver el propio escritor.

Revisando los principales retratos peredianos encontramos algunos, como la fotografía del estudio de Pierre Petit, en los que aparece un joven con una imagen casi romántica: melena, gabán, perilla puntiaguda y una pose melancólica que recuerda mucho a la efigie de Zorrilla. No cabe duda de que su estancia juvenil en París lo contagió de las modas del momento, pero también hemos de indicar que esta no fue, desde luego, la representación más difundida del novelista de Polanco ni la que habría de pasar al imaginario colectivo.

Retratos posteriores, como la fotografía de Jean Laurent realizada con motivo de la candidatura de Pereda a Cortes por el partido carlista en 1871, muestran ya a un hombre maduro, de 38 años, de fisonomía más enérgica, pero aún no se han configurado los elementos que habrían de tipificar su imagen, una imagen a la que Pereda concedió mucha importancia, poniéndola al servicio de la divulgación de su obra literaria y ejerciendo un férreo control sobre los retratos que lo representaban, incluso los caricaturescos. La famosa caricatura del novelista, realizada por Ramón Cilla y aparecida el 1 de abril de 1883 en Madrid Cómico, revista en la que se publicaron dibujos caricaturescos de los escritores más celebrados del momento, como Echegaray, Pérez Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Valera o Núñez de Arce, marca un punto de inflexión en el conocimiento del público lector de la figura de Pereda y se realizó, posiblemente, a instancias del propio escritor, amigo de Sinesio Delgado, el director de esta publicación. En ese momento de la carrera literaria del polanquino, cuando estaba redactando las páginas de Pedro Sánchez (una novela ambientada en Madrid) y le interesaba, por tanto, darse a conocer en los ambientes cortesanos, aparece esta caricatura de tintes levemente deformantes que lejos de ridiculizar al escritor lo hacía aparecer como un nombre a tener en cuenta en el panorama literario del momento (Caricatura de Pereda en Madrid Cómico). Los habituales versos jocosos que acompañaban a la caricatura, escritos por Delgado, aludían a los lugares de residencia y trabajo del escritor, a su filiación costumbrista-realista y a su fama literaria: «Montañés sencillo y franco,/que no cesa de correr/de Santander a Polanco,/de Polanco a Santander./Con lápiz inteligente/dibuja del natural,/y ha adquirido justamente/un renombre universal.». Se sentaban pues las bases del mito iconográfico de Pereda.

En el proceso de construcción de esta imagen emblemática se fueron añadiendo elementos a medida que el escritor iba construyendo su obra literaria. Entre ellos, destacaron el regionalismo y el tradicionalismo. La imagen de Pereda como representante del regionalismo literario tuvo su punto álgido durante su viaje a Cataluña, desde finales de abril hasta mayo de 1892, cuando actuó como mantenedor de los Juegos Florales de Barcelona, periplo cuyas implicaciones ideológicas y literarias ha analizado en profundidad Laureano Bonet (Bonet, 1983). En la mayoría de las crónicas escritas en la prensa regionalista catalana sobre ese viaje triunfal, desde los artículos que le dan la bienvenida, como el publicado el 1 de mayo de 1892 en La Vanguardia y que se acompaña de un grabado representando a Pereda obra de Francesc Sardá, pasando por las crónicas de los diferentes actos culturales en los que participa, hasta llegar a los varios artículos que glosan su marcha, aparecen grabados que representan al novelista, cuyos nobles gestos y figura se reiteran también en las crónicas escritas, hasta configurar una imagen simbólica. Y la prueba patente de que el estereotipo de Pereda-regionalista había cuajado la tenemos en dos imágenes gráficas caricaturescas del novelista y en un retrato peyorativo escrito por Rubén Darío algunos años después. Nos referimos a la caricatura de El Nuevo Mundo del 14 de marzo de 1895, que apareció al final de un número en cuya portada se representó también al escritor, junto con varios artículos y fotografías de los «lugares peredianos» (su casa de Polanco, la escuela y la iglesia del pueblo, la pila bautismal donde fue bautizado, su estudio...) y cuadros que recreaban escenas de sus novelas, especialmente de la recién aparecida Peñas arriba y de su famoso episodio de la caza del oso. En la última página de ese periódico se recoge el dibujo cómico realizado por el caricaturista asturiano José Prendes Pando, en el que se recrean jocosamente algunos rasgos del estilo literario del novelista, como la tendencia a recopilar «del natural» materiales para su creación literaria y referencias a su obra Peñas arriba, pero, sobre todo, se proyecta la imagen de un escritor regionalista, en cuya indumentaria destacan los elementos inequívocamente montañeses como el calzado tradicional de las albarcas o el paraguas. Dos días más tarde, el 16 de marzo de 1895, apareció en Blanco y Negro otra caricatura firmada por Mecachis, pseudónimo del dibujante Eduardo Sáenz Hermúa, que presenta también al novelista con algunos elementos simbólicos de su universo literario, adscribiéndolo al regionalismo a través de la incorporación al dibujo de algunos objetos como el cuévano, las albarcas o el fajín que viste.

El mismo regionalismo, considerado esta vez como un lastre, estaba en el retrato caricaturesco, esta vez verbal, que Rubén Darío dedicó al polanquino en su libro España contemporánea: «Don José María de Pereda, propietario de una fábrica de jabón, descansa de sus conquistas. Regionalista rabioso, su mundo se concentra en el Sardinero o en Polanco; su estética huele a viejo, su cuello se mantiene apretado en la anticuada almidonada golilla. Es un espíritu fósil, poco simpático a quien no tenga por ideal lo rancio y lo limitado.» (Darío, 1901:34).

Conforme avanzamos cronológicamente en esta galería de retratos peredianos, los dibujantes, junto con los elementos icónicos que remiten al regionalismo, van poniendo de manifiesto el entronque de la imagen Pereda con la tradición literaria clásica, incidiendo cada vez más en lo quijotesco y serio de su rostro, de cierto parecido con las iconografías del personaje del Quijote realizadas por Gustavo Doré, y ponen de relieve su semejanza con escritores como Cervantes o Quevedo y pintores como Velázquez. Esta similitud discutible la remarcaba el novelista presentándose con quevedos y un aire rancio y antiguo, llegando incluso a hacerse retratar con capa, valona y ropilla. Ejemplos de este tipo de retratos peredianos los encontramos en los cuadros en los que Robles lo pinta, en el famoso óleo de Vaamonde en el que un Pereda venerable aparece de pie, recostado sobre una mesa, o en una de las fotografías de Zenón Quintana, en la que se retrata ataviado con capa y chambergo calado.

Se produce, a través de estas imágenes, un trasvase de los atributos del escritor a los de su obra literaria y viceversa, destacándose la raigambre clásica de su figura trasladada a su literatura, como se aprecia claramente en este texto con el que el 2 de abril de 1893 el periódico santanderino La Publicidad artística y literaria abría sus páginas, un texto laudatorio firmado por Pedro Sánchez (pseudónimo de José María Quintanilla, uno de sus discípulos) que acompañaba un grabado de Pereda aparecido en la primera página de la publicación, en el que se indica: «es el español más rancio, el tutor más avisado y cariñoso, el amigo más generoso y más leal, el maestro mejor y más constante [...] y hasta le encuentro guapo...¡sí, señor! aquellos ojos que chispean, y aquella nariz de «bearnés», el bigote y la perilla como los de D. Lope, el de El Alcalde de Zalamea, el pelo, aquel pelo despeinado, enmarañado, indomable que habla cuando no se le ensortija en la cabeza y le forma en negruzco y planteado una corona «rústica»...El que hoy a estas alturas, cuando ya hace años que reconocen su genio hasta sus convecinos, no lea en esa fotografía lo que debe leerse...¡cómo lo había de leer en mi malograda semblanza!... «(La publicidad artística y literaria, 1893:1-3).

Y una vez que el novelista había subido ya al Parnaso literario, antes incluso de entrar en la Real Academia, se siguen subrayando las similitudes con Cervantes, tal como se muestra en el retrato que Cándido, pseudónimo de José Martínez Ruiz en sus primeros años como escritor, hizo a Pereda en las líneas previas a una entrevista publicada en la revista madrileña Apuntes el 26 de febrero de 1896. Junto a un grabado del novelista imitaba Azorín el autorretrato cervantino aplicándoselo al de Polanco en estos términos: «Don José María de Pereda es uno de los tipos más exactamente cervantescos que se echa uno a la cara; y para hacer su retrato muy poco tendría que variar la descripción que de sí propio hizo Cervantes, [...] Este que veis aquí-podría decir Pereda,-de rostro aguileño, de cabello gris, frente lisa y desembarazada, de profundos ojos y de nariz corva, de barbas cuasi de plata, que no ha diez años que fueron de ébano, los bigotes grandes, la boca pequeña, el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes morena que blanca [...] éste que digo es el autor de La Montálvez y de Sotileza, [...] fue soldado algunos años en el incesante batallar del mundo y cautivo de no pocos males de cuerpo y de alma, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades, y hace poco tiempo buscó descanso y compensación de sus muchos trabajos en la quietud de sosegado y apacible retiro, en la compañía de sencillos mareantes y en el noble y provechoso ejercicio de las letras» (Cándido:1896). Es una imagen patriarcal de Pereda que lo presenta como uno de los grandes escritores clásicos del momento y que se completa con el dibujo de un venerable hombre de edad que acompaña al texto, una imagen que acabará de redondear don Marcelino Menéndez Pelayo cuando aluda a Pereda como hidalgo español, años después de su muerte, en 1911, en un Discurso pronunciado en la inauguración de la estatua de Pereda en Santander: «No fue Pereda literato profesional, sino un hidalgo que escribía libros, donde se refleja su espíritu creyente y castizo, donde se aprende a vivir bien y a morir mejor.» (Homenaje a Pereda: 1983:75).

Escritor regionalista, clásico y también católico, imagen de la que se hacen eco determinadas publicaciones para proyectar sobre su figura un modelo ideológico ultraconservador, presente en las necrológicas que publica la prensa tradicionalista y los periódicos santanderinos. En los artículos publicados en El Eco de Navarra, El siglo futuro, El Correo Español, Diario de Navarra o La tradición navarra se reiteran los elementos tópicos de la efigie del novelista a los que venimos aludiendo y se presenta como un venerable patriarca montañés, maestro de la literatura castiza «leal a la Tradición, amante de su tierra y de su Religión, prestigio indiscutible de su época.» (El correo español, 2 de marzo de 1906). El emblema del Pereda carlista, ultracatólico y «cristiano viejo» se materializa visualmente en un grabado de Rivero aparecido en el periódico santanderino El Cantábrico el 3 de marzo de 1906 en el que sobre la leyenda «El cadáver de Pereda en su lecho de muerte» se dibuja al difunto sosteniendo piadosamente entre sus manos un crucifijo.






Conclusiones

En definitiva, al igual que un sector de la prensa liberal se apropió de una imagen tópica de Galdós para esgrimirla como argumento ideológico, se aprecia claramente la manipulación a la someten a la imagen de Pereda la prensa conservadora y el regionalismo.

Por otro lado, el hecho de que amplios sectores del público lector de la época conociera los rasgos fisonómicos del escritor, propició la utilización de su retrato como como reclamo comercial para la venta de sus libros y por eso aparece representado en algunas de sus obras, incluso en traducciones de las mismas. El dibujo de Pereda que Apeles Mestres incluye en la edición ilustrada de El sabor de la tierruca responde a este propósito mercantil y muestra ya a la altura de 1882 la amplia difusión que tenía la imagen del novelista. También la traducción al inglés de Pedro Sánchez de 1908, hecha por Ralph Emerson contiene en sus páginas iniciales un grabado representando al escritor y es una muestra más de esa utilización mercantil del icono perediano.

Además, encontramos en Pereda una voluntad de difundir un estereotipo de su propia imagen que ayude a la divulgación de su literatura y a la propagación de los valores ideológicos, estéticos y morales que la sustentaban. El elevado número de retratos que encargaba, el control que sobre su representación, incluso caricaturesca, pretendía ejercer y su recurrente presentación con unos elementos icónicos que lo emparentan con la tradición así lo demuestran.

Posiblemente el polanquino fue consciente de la identificación escritor/obra y decidió erigirse como emblema de la literatura regionalista y conservadora, pero no podemos obviar que el novelista era también editor de sus propias obras y por tanto le movían intereses comerciales que sin duda influyeron en esa voluntad de presentarse de un modo determinado ante los lectores. La contradicción está presente en este como en otros aspectos de la trayectoria de Pereda, pues su manejo de los resortes publicitarios de la difusión de su imagen tiene poco que ver con el mito de un novelista aficionado aislado en un pequeño pueblo montañés que él pretendió divulgar.

La sesgada recepción ideologizada de la obra del polanquino en el siglo XX en la que tuvo que ver en alguna medida su representación iconográfica, el hecho de que tengamos muchos más retratos del novelista que dibujos que recreen su mundo literario y la constatación de que la imagen de Pereda es más conocida actualmente que su obra literaria demuestran la fuerza del icono perediano y nos invitan a reflexionar sobre el modo en el que los novelistas y sus obras pasan a la historia literaria.




Bibliografía

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