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Incluido luego en Poesías, 1837. En Obras completas, 1943:1, 25-26.

 

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Massard corrigió detalles de esta historia, dejando fuera a Santos Álvarez: Zorrilla, el capitán Antonio Madera y él mismo fueron los que visitaron la iglesia de Santiago el día 14, y el propio Massard cortó un mechón de cabellos al finado (Alonso Cortés. 1943: 1061). En dos cartas remitidas a Zorrilla juzga falso y erróneo el relato que se cuenta por Madrid y procede a reescribirlo, lamentando haber quedado relegado, casi en la sombra, convertido en una anécdota en el relato de los sucesos (ídem: 1061-1064).

 

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Boris de Tanneberg certifica, en 1887. esta tesitura: «Su voz es armoniosa, de un hermoso timbre de tenor, y la dirige con arte. Articula con una limpidez perfecta» (citado por Alonso Cortés, 1943: 866).

 

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Zorrilla se arrepintió luego de haber usado este adjetivo, probablemente movido por las críticas que le acusaron de ingratitud e injusticia. Es evidente que aprovechó la ocasión y quiso crecer a la sombra de Larra, pero le mueven además su ideología conservadora y su Fe a la hora de emitir este juicio. Tal vez también se deja llevar por su facilidad versificadora. Escribe en Recuerdos: «En cuanto a mi ingratitud..., por más que me avergüence y me humille tal confesión, no quiero morir sin hacerla. La muerte de Larra fue el origen de mis versos, leídos en el cementerio. Su cadáver llevó allí aquel público, dispuesto a ver en mí un genio salido del otro mundo a este por el hoyo de su sepultura: sin las extrañas circunstancias de su muerte y de su entierro hubiera quedado yo probablemente en la oscuridad, y tal vez muerto en la más abyecta miseria, y apenas me vi famoso, me descolgué diciendo un día: Nací como una planta corrompida al borde la tumba de un malvado, etc. He aquí un insensato que insulta a un muerto, a quien debe la vida; que intenta deshonrar la memoria del muerto a quien debe el vivir honrado y aplaudido. ¿Concibe usted, Sr. Velarde, un ente más ingrato ni más imbécil? Pues ese era yo en 1840; mezcla de incredulidad y superstición, ejemplar inconcebible de progresista retrógrado, que ignoraba, por lo visto, hasta la acepción de las palabras que escribía» (1998: 35).

 

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Entre ellos, y además de los ya mencionados, Martínez de la Rosa, Romero Larrañaga, García Gutiérrez, los hermanos Madrazo, Ayguals de Izco, Bretón, Gil y Carrasco, Carnerero, Romea, Latorre, Grimaldi, el editor Delgado...

 

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Acerca de las distintas narraciones y reseñas del entierro y, más allá, el canon larriano puede verse Varela (diciembre 1960 y enero 1961), Dérozier (1983:14-20), Aymes (1983), Urrutia (1995: 65-83) y Escobar (2002).

 

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Con respecto a la génesis del volumen, y a la parte que toca en ella a Velarde, remito a Palenque (julio-diciembre 2008).

 

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Peers (1973:1,423 n. 707) anota el cuento «La mujer negra. Una antigua campiña de Templarios» y los poemas «Canto de Elvira», «El Trovador» y «A una joven» (en El Artista), y el cuento «La Madona de Pablo Rubens» (en El Porvenir).

 

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Estudian estos tratados Rubio Jiménez (1988 y septiembre-octubre 2002) y González Subías (2003).

 

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Remito además a Romero Tobar (1998 y 2003) y Díez de Revenga (1999). Sobre el oficio poético de Zorrilla, López Castro (julio-septiembre 2006).