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Josemilio González: para «Vivir a Hostos»

Carlos Rojas Osorio





Este libro de José Emilio González es su testamento espiritual: pues todo él es un ferviente llamado a conocer e imitar a un Hostos vivo, no a uno que celebramos cada año y pasamos luego a las sombras del olvido.

La obra consta de una serie de ensayos escritos en diferentes años y para distintas circunstancias. José Emilio comienza relatándonos la forma como se interesó en Eugenio María de Hostos. Desde de muy joven su maestro Manuel Negrón Nogueras le hizo conocer al ilustre mayagüezano. Luego en la Universidad de Puerto Rico continuó profundizando el estudio de Hostos bajo el estímulo de su profesor José A. Fránquiz. En la Universidad de Boston hizo su tesis de maestría: Hostos, as philosopher. Allí mismo el Dr. Edgar Brightman director del Departamento de Filosofía, fue su mentor en su camino hacia Hostos. Así iniciado continuó todo su peregrinar vital bajo la luminaria del pensamiento hostosiano.

José Emilio nos ofrece una prosa poética que brota cantarina desde el manantial de sus profundos conocimientos hostosianos. «Hostos, el enamorado del mar. El que ve en el mar la imagen de la justicia. El que ve en el mar la imagen de la libertad» (p. 19). La escritura de Hostos, nos dice José Emilio, es combativa y constructiva: abre nuevos caminos, nuevas ideas, nuevos ideales. Se queja Josemilio de cuan poco hacemos porque llegue a la juventud y al pueblo un Hostos vivo, su semilla inmortal.

Para Josemilio, Hostos es un libertador. Primero, por el camino del conocimiento y, luego, por la acción. La justicia tiene que estar fundamentada en el conocimiento de la verdad, pero la verdad ama la libertad. El educador y el revolucionario se unen en su misión libertadora: «Demostró que se puede ser al mismo tiempo revolucionario militante y pensador responsable» (p. 77). En la búsqueda de la verdad, Hostos no se detuvo ante nada: recorrió el camino de la tierra y del cielo, la física y la metafísica. Menos intuitivo que José Martí es, sin embargo, en la apreciación de Josemilio, más razonador, más riguroso, más contundente. Como Voltaire, Hostos es maestro de ironía, pero, agrega, sin su sarcasmo.

Hostos nos enseña que no se puede libertar a los pueblos sin liberar a sus hombres y a sus mujeres. Su viaje por Latinoamérica le dio conciencia continental. Cumple su misión latinoamericana como Sócrates, buscando la verdad, y como Bolívar, combatiendo por la libertad. Discutimos sus ideas pero, ante todo, imitamos su vida. Porque Hostos tenía claros sus ideales y vivía de acuerdo a ellos. «Pues sólo quien conoce su ubicación en el mundo puede situar sus metas en el mapa cósmico» (p. 59).

Hostos representa el espíritu de independencia puertorriqueño: es un Guarionex o un Cofresí. Escribe para transformar el mundo, siempre iluminado con los más noble valores. «La conciencia de Hostos parece una candela en perpetuo titilar» (p. 20). Vida y escritura forman una unidad íntima. Hostos emprende un viaje de exploración «por los parajes del ser». Su palabra fue siempre combativa, forjadora de nuevos ideales. Tenemos que aprender a sentir con él «porque vivir en Hostos es disfrutar la esencia de la puertorriqueñidad» (p. 21). Pero aún no ha llegado a nuestro pueblo. Josemilio ve la causa de ello en las actitudes coloniales que prevalecen, que exaltan lo extranjero y olvidan lo propio. Nuestros niños estudian a Washington, Franklin, Jefferson, Lincoln, Roosevelt o Kennedy; pero muy pocos a Betances, Ruiz Belvis, Muñoz Rivera, Hostos. Reconoce que estos males comienzan a remediarse poco a poco. Hostos es nuestra figura continental, al lado de Bolívar, Sarmiento, San Martín, Juárez y Martí. Nuestros teóricos de la pedagogía conocen a Dewey, a Fitzpatrick, a Hutchins; pero suelen desconocer la pedagogía de Hostos.

Hostos es un hombre de ideas, se mueve en ellas con sobriedad, pero hay lugar también para la emoción. El joven Hostos que estudia derecho en Madrid se zambulle en el romanticismo, ya en sus últimos devaneos. Decir romanticismo era hablar de libertad. Y Hostos se compromete con la libertad para España y para las Antillas. Y es bajo ese impulso romántico de la libertad que escribe La peregrinación de Bayoán. Forja la idea de una peregrinación ficticia, pero que resulta ser imagen preconcebida de la propia peregrinación vital. Su impulso libertario lo llevó a unirse a los dirigentes liberales de España; Pi y Margall, Castellar, Serrano. Pero Hostos experimenta la frustración y el desengaño por la falta de compromiso cuando llega la hora en que estos liberales toman las riendas del poder. Josemilio destaca con verdadero orgullo que Hostos fue maestro de España, del pueblo español. En los periódicos: La Nación, La Soberanía, La Iberia, La Voz del Siglo, El

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Con Francisco Matos Paoli y José Ferrer Canales ante el monumento a Hostos en la U. P. R.

Cascabel, y Las Antillas, enseñó con amplios conocimientos y defendió ideas a cerca de las teorías políticas, económicas, morales, religiosas, y muchas otras. Desde la cátedra del periódico contribuyó con el más alto grado de excelencia a la educación para la democracia del pueblo español. También desde el periódico se aboca a una función educativa del lector hispanoamericano. Su palabra de periodista ilustrado, enérgica y combatiente, empieza a hacerse famosa en toda la América hispánica en su viaje al sur, y cuando llega a Chile es ya ampliamente conocido, ha conquistado un nombre para combatir por la libertad de Cuba y Puerto Rico.

En Nueva York, en 1870, Hostos tiene muy en claro qué es lo que quiere. «Estoy en Nueva York para hacer la revolución de Puerto Rico y contribuir al desarrollo de la de Cuba». Las Antillas están en condiciones para llevar una vida propia e independiente. Ante todo, dice Hostos, es necesario sustraerlas a la atracción americana. Mientras que Hostos tenía ya las ideas y los ideales claros para la independencia de Puerto Rico y Cuba, muchos emigrados antillanos eran anexionistas. Hostos emprende nueva lid contra su programa. Para pedir auxilios se enruta por los países latinoamericanos, será entonces, dice Josemilio, el «aventurero de la libertad». Pero en todo este peregrinar, Hostos encuentra mil dificultades, mil obstáculos. El compromiso con la causa libertaria no lo veía en aquellas tierras siempre espontáneo y generoso. «Ese vasto recorrido es una de las claves al desarrollo de la conciencia continental de Hostos y contribuye notablemente a prepararlo para ser el maestro de generaciones en Santo Domingo y en Chile» (p. 54). La ignorancia es una esclavitud, y una de las mayores. Se da cuenta que para libertar a los pueblos es necesario libertar a los hombres y mujeres que lo componen. Se hace por ello «Peregrino de la libertad intelectual en América» (p. 54). Su compromiso educativo no es, pues, ajeno a su lucha revolucionaria, advierte claramente Josemilio.

En la vida de Hostos, asevera Josemilio, «se plasma la vida del ser americano» (p. 59). De hecho su madre era puertorriqueña, su padre era hijo de una dama dominicana y un caballero español, Don Juan José de Hostos. Su esposa, Doña Belinda, era venezolana, hija de emigrados cubanos. Sus hijos nacieron en Santo Domingo y uno en Chile. Tuvo amores con una colombiana, Carolina; con una peruana, Manolita; con una chilena, Carmelita Lastarria. Para Hostos América es la esperanza del porvenir humano. Es aquí en América donde podrán realizarse los sueños ya milenarios de justicia y libertad. Hostos ama a América. Y porque la ama la conoce, pues, como comenta sabiamente Josemilio, «el amor es también una forma de conocimiento». Estudia la geografía, la historia, observa los procesos económicos y los conflictos sociales. Porque ama a América le interesa todo. Cuando formula críticas a nuestras sociedades latinoamericanas, lo hace con comprensión, sin ningún tono de superioridad altanera. Acierta indudablemente en ver las heridas de nuestra realidad social. Pero también propone medicinas curativas. La observación que hace José Emilio de que Hostos era «un criticón social nato» es extraordinariamente exacta. Admira ver cómo Hostos en pocos días está ya enterado de la compleja trama social de las sociedades que visitó en su periplo americano. Lo sabe todo porque lo observa todo. «El empirismo positivista con su culto a los datos lo lleva al enfoque realista de las situaciones sociales» (p. 86). Y si cuestiona y critica es con conocimiento de causa. Hostos cree en América. En una «América que nos abraza a todos» (p. 86).

También destaca Josemilio el amor por los oprimidos. Defendió a los indios, a los cholos, a los chinos. Es muy de destacar que no hay en Hostos ese prejuicio racista que se encuentra en algunos de los pensadores positivistas del siglo pasado en América Latina. En Hostos predomina una actitud comprensiva. El lema positivista latinoamericano según el cual «gobernar es poblar» parecía implicar un no poco desprecio por el nativo, una tremenda falta de confianza en sus capacidades.

José Emilio expone la tensión entre contrarios dentro de los cuales se mueve el pensamiento hostosiano: un racionalista que no teme calar en las profundidades irracionales del alma. «Este temperamento científico es un imaginativo impenitente» (p. 66). Juzga el arte desde la ética, mas conoce y practica las leyes de la creación artística. Positivista, «pero nadie más idealista que él». Idealista, era a la vez un tremendo realista. En lo personal, era generoso, pero se negaba a que lo fueran con él. Eterno enamorado, mas lo sacrificó lodo al deber patrio. Pasional, sin embargo, sabía contener su pasión hasta parecer indiferente. Admirador de los Estados Unidos de América, sin dejar de ser crítico del quebrantamiento de sus ideales democráticos. «Si Hostos hubiese vivido veinticinco años más, habría visto confirmadas sus sospechas. Toda la racionalidad que él le había atribuido al gobierno y al pueblo de los Estados Unidos hubiera probado ser una ilusión» (p. 94). También se habría dado cuenta de lo arrollador del poder económico extranjero sobre nuestro país. Habría lanzado sus flechas contra el sistema de Instrucción «que es una agresión cultural y un instrumento para enajenar al niño puertorriqueño» (p. 94). Su crítica a los problemas actuales hubiera sido incluso mucho más severa de lo que fue entonces.

En el artículo sobre «La reforma de la educación», Josemilio hace una detallada síntesis de las ideas hostosianas en el campo de la pedagogía. En la exposición de la funciones de la razón acentúa la unidad sintética de las mismas, su trabajo sinóptico. La educación tiene un fin ético e intelectual, pero también un ideal colectivo para la sociedad que Hostos denominó «civilización». Josemilio acentúa, con Hostos, el carácter de la Universidad como «organismo de la cultura» y no como mero recinto para preparar profesionales y servidores públicos. Comunicación de ideas, pensaba Hostos que era la misión de la Universidad.

Hostos organiza la «revolución pedagógica» crucial para el desarrollo histórico dominicano. Todas las revoluciones se han intentado, dice el propio Hostos, menos la única que podía devolverle la salud, la revolución por la educación.

Josemilio nos invita a hacer frente a la ignorancia, a la reacción, para combatir por la libertad, la civilización, la personalidad y la patria. Esta fuerza intelectual y ética de la Educación es lo que Hostos nos mostró con especial claridad y entusiasmo. Hostos ve el camino del hombre en la Educación. Es el ámbito donde el hombre se humaniza hasta su plenitud. Hostos fue autodidacta, pero se dio cuenta que uno no puede educarse sino en comunión con los otros seres humanos y educando a los otros. Por ello Hostos se entrega totalmente a la Educación. Su vía revolucionaria fue también una vía a través de la Educación. Las ideas de Hostos estaban en la vanguardia de su tiempo. Sin duda, muchas de sus ideas han sido rebasadas por el tiempo que todo lo desgasta, pero muchas otras mantienen su vigencia. Josemilio destaca que lo decisivo es «el temple moral» de Hostos, «la validez integral de una existencia dedicada a los más noble valores».

El intelectual tiene el deber de realizar la crítica social. Y Hostos, nos dice Josemilio, cumplió ese deber a cabalidad. Se dio cuenta de los males coloniales que asedian al puertorriqueño, supo darse cuenta de que sólo progresiva y evolutivamente el pueblo llegaría a una conciencia civil de sus plenos derechos y deberes. José Emilio González es, como Hostos, un vivo testimonio de ese deber ineludible del intelectual de crítica a los males sociales, de defensa de los valores enaltecedores de la personalidad humana, del ser patrio y de la aspiración a una comunidad humana -nacional e internacional verdaderamente civilizada. José Emilio entendió en mensaje de Hostos y lo prolongó para llevarlo a cada nueva generación.

El Hostos que Josemilio delinea magistralmente es uno con el cual él se siente empáticamente identificado. Aquí no se habla meramente por un saber de erudición, sino con el cálido amor del discípulo, con la fe efusiva en el maestro y con la fuerza de convicciones comunes. Ello no significa mero trato servil que impida ver las limitaciones del maestro. Josemilio no dejó de señalarlas: ya no tenemos la fe ingenua en la ciencia, aunque no podemos prescindir de la investigación científica; mucho del optimismo racionalista de Hostos nos es difícil compartirlo, pero la inteligencia tiene funciones humanas que él supo defender; estudió los métodos pedagógicos más avanzados, pero eso no significa que no podamos concebir algunos nuevos; fue muy optimista en su fe en la democracia americana, pero vislumbró el imperio que se avecinaba. Y así, Josemilio está consciente de que todo saber y todo compromiso es contextual, histórico, y que es necesario comprender las luchas de los seres humanos dentro de dichos parámetros; de lo contrario, los juzgamos con grave injusticia. En la mente y en los escritos de José Emilio Hostos está vivo, vivo para cada uno de los puertorriqueños que quieran aprender de su inmortal magisterio.

Que este testamento espiritual que nos dejó José Emilio González penetre en la mente y el corazón de todos los puertorriqueños; que lo recibamos como tal, le demos todo el valor que merece y nos sirva de luminaria en nuestro peregrinaje vital.





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