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Indignación. -Indícase levantando la cabeza, abriendo los ojos, frunciendo las cejas; levantando los brazos algo por encima de la cabeza y cerrando los puños: si se sabe dar a tiempo una patada, en el momento que sigue a la palabra más fuerte del contrincante, no estará de más: llevando espada es de buen efecto manosear el puño con la mano izquierda con afectación nerviosa. Cuando el actor representa un personaje anciano, moverá la cabeza de arriba abajo, frunciendo las cejas y no levantando los brazos más que en momentos de gran efecto dramático. Al pasear de un lado a otro de la escena hay que calcular los pasos de manera que no se vaya a dar un encontronazo, y contar con el espacio que necesitan la capa, la espada, los plumeros, etc.

Ternura. -Se indican y subrayan los pasajes tiernos poniendo el cuerpo en situación airosa, inclinando algo la cabeza, moviendo los brazos con ademán elegante y teniendo las manos algo abiertas; los ojos deben estar algo entornados, la boca sonriente y la voz modulada con suavidad terminando las frases con un cierto dejo correspondiente al signo de interrogación.

Dolor. -Índicase levantando los ojos al cielo y bajándolos luego: la cabeza debe hundirse ligeramente entre los hombros; la voz algo quejumbrosa; alta en los pasajes críticos, y bajando sucesivamente cuando lo requiera el verso, especialmente en los períodos sombríos: no debe exagerarse ninguna de estas reglas para no caer en amaneramientos rayanos en ridículo.

Alegría. -El personaje que debe representar un tipo alegre, o simplemente demostrar jovial expansión en un pasaje de la obra, se moverá bastante, sin cambiar mucho de sitio las piernas, y dará a su voz sonoridades que correspondan al estado placentero de su ánimo; hablará algo deprisa, si está seguro de no tropezar, y si no tiene esta seguridad, marcará bien las sílabas acentuándolas de un modo algo gutural, sin exageración; de todos modos hay que tener cuidado en no olvidar la edad que requiere el personaje representado para que   —152→   no salga inoportunamente una explosión de voz impropia del tipo que se imita.

Los que han de representar personajes ancianos, podrían colocar dentro la boca una bolita de cautchuc no vulcanizado para imitar el tono gangoso de los viejos, y así, sea cual fuese la voz del actor, siempre tendrá una tonalidad uniforme y adecuada.

Superioridad. -Da mucho relieve a un personaje, el modo de expresar las ideas por medio de las inflexiones de voz y una mímica sobria y oportuna.

Cuando es preciso que éste represente un emperador, un rey, magnate, general, o cualquier otro individuo al que se suponga carácter avasallador, está indicado el lenguaje mímico siguiente, además de que conviene que la voz sea clara y fuerte; y la expresión breve e imperiosa.

La cabeza debe estar erguida, de modo que la dirección de la vista caiga, por decirlo así, encima del infeliz a quien le toca representar el papel secundario.

En las reconvenciones, arrastrar algo las frases, como si cayesen gota a gota; en las imprecaciones dar más importancia al gesto que a la palabra, porque es fácil descomponerse convirtiendo el personaje en un verdadero mamarracho; cuando el pseudo-magnate lleve encima alguna insignia o traje respetable cuidará de no manotear, primero para no caer en ridículo y además para que no ruede por el suelo todo el atrezo teatral entre las carcajadas irrespetuosas de la asamblea.

Avaricia. -El muchacho que tenga la desgracia de representar un tipo de avaro, debe andar con paso receloso, encoger los hombros y mirar detrás de sí con desconfianza: el color del rostro debe procurarse que sea amarillento, con arrugas pintadas encima; por muy repugnante que se marque este tipo no lo será tanto como el original. El traje, ya se supone que ha de ser todo lo sórdido que se pueda pero sin exagerar sus roturas, para no exponerse a efectos inesperados.

Envidia. -No le va en zaga el envidioso al avaro; pueden pues aprovecharse las indicaciones anteriores, modificándolas algo en sentido de que el envidioso ha de mirar con ceño fruncido a la persona a quien odia mientras que en el avaro ha de dominar la desconfianza en la expresión de la fisonomía.

Esto se logra sencillamente; apretando los labios el envidioso, con lo cual indica despecho y furor, y entreabriendo algo la boca el avaro, como a pesar suyo, y así demuestra fisionómicamente la ansiedad que siente el posesor intranquilo de codiciados tesoros.

Mejor sería que ni aun en broma imitasen los jóvenes tan ruines modelos, pero es posible que convenga a los fines de la obra dramática presentar el contraste de la virtud con el vicio, y así, por mucho que se recarguen las tintas, siempre quedarán las copias muy lejos del original.

Protección. -Es fácil que entre los personajes simpáticos que entren en acción, haya una gran dama benéfica, un alcalde rico y generoso, un noble espléndido   —153→   y caritativo, un militar campechano o un maestro verdaderamente paternal, y en esos probables casos hay que tener en cuenta que los rasgos distintivos en la persona de carácter protector son los siguientes.

La voz se modula bastante alta al principio de las frases, para ir bajando hasta terminar en un acento ligeramente gutural que indica plena satisfacción; si es mujer la persona protectora, la voz ha de modularse cariñosamente, terminando las frases con cierto dejo interrogativo.

Las gradaciones que indicamos se modifican entre sí, según el carácter especial de cada uno de los tipos, que son generosos a su manera: por ejemplo en el acento del maestro ha de haber bondad y dulzura, impregnadas de cierto matiz de superioridad, mientras que en las expansiones del militar habrá más familiaridad, alguna carcajada sonora y cierto dejo brusco altamente simpático. Si es el paleto quien protege, empezará el actor la relación casi en tono de filípica, para acabar en un enternecimiento progresivo: hay que indicar siempre en los tipos las inflexiones escritas en el papel, pero dando a cada uno, en el tono general, el carácter que aperece indicado por lo mismo que él va manifestando en escena, y es preciso siempre estudiar lo que dice de sus costumbres, para no poner en contradicción flagrante los hechos con las palabras. Si, por ejemplo dice que sus piernas flaquean será muy inoportuno que el actor ande dando zancadas como una grulla y si explica que es muy activo y se está el actor muy quieto en su sitio durante toda la escena, no convencerá a nadie.

Terror. -Poco tiene de hacerse para imitar los gestos del hombre que se siente poseído de miedo cerval; de todas maneras bueno es hacer constar que esa ridícula pasión hace encoger todo el cuerpo, divagar los ojos como palomos asustados, y si tiembla el infeliz, no es por el frío. Conviene que no se exageren esos detalles, para evitar que, llegado el caso crítico ya no produzcan ningún efecto; bastará de vez en cuando hacer como que se siente un escalofrío para que el espectador recuerde la especialidad del tipo.

Entusiasmo. -Puede ser de índoles muy diferentes entre sí el entusiasmo nacido ora de una fe pura o de una exaltación semi-religiosa, producida por una pasión noble, o causada por el momentáneo reflejo de un hecho o relación que producen expansiones en el alma.

Si se trata de representar un héroe religioso, por ejemplo, un mártir cristiano, debe estar impregnado el personaje de cierta unción en que van hermanadas la dulzura y firmeza como símbolo de una conciencia pura y tranquila. Mucha sobriedad en la representación de tales simpáticas figuras, pues sería una verdadera profanación la menor falta y una irrespetuosidad lamentable el más ligero desliz.

Conviene pues que se encargue de un papel tan importante y delicado el más discreto, serio, instruido y hasta el de más aventajada apostura.

En la exhibición de otros géneros de entusiasmo no caben otras limitaciones que las ya expuestas en el curso de estas observaciones.

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Resignación. -Bastante difícil es encontrar el verdadero lenguaje mímico de esta virtud pasiva, tan admirable como poco extendida entre los muchos que sufren los combates de la desgracia.

Conviene dar al tono de voz una sonoridad que indique a un mismo tiempo la tristeza del que se siente contrariado y la firmeza del que acepta las pruebas con verdadera grandeza de alma. Al hablar se pronunciarán las frases con cierta lentitud y dignidad parecidos a las que debió emplear Colón, cuando, cargado de cadenas presentose al Rey Católico después de su gloriosa Odisea.

La resignación debe mostrarse en escena guardando un término medio entre el dolor y la firmeza; como si se aceptase la inmerecida desgracia, protestando de ella con la calma que presta la confianza en la justicia divina.

Ridiculez. -Cuando se trate de presentar en escena un tipo ridículo, tampoco será permitido al joven actor traspasar el limite de las conveniencias sociales

Aún en medio de la extravagancia deben guardarse miramientos al público, excluyendo una excesiva libertad de movimientos que acabarían por ser indecorosos y completamente fuera de lugar; el actor que deba representar un tipo grotesco, se identificará con él de modo que no suponga que encuentra placer en decir chocarrerías y en hacer payasadas, sino como obedeciendo a las sugestiones del carácter que indica el papel, y rebajando en su caso las tintas con que le hubiese recargado quizá el autor, con el loable deseo de hacer resaltar por medio del tipo risible la importancia de los demás.

Nunca deben surgir desavenencias entre los jóvenes con motivo del reparto de papeles, generalmente encomendado a persona respetable; prescindiendo de que todo personaje bien representado tiene tanta importancia como quiera darle el relativo mérito del actor, sea la que fuese la designación hay que acatarla con gusto y procurar que no se dé ya en lo sucesivo el mismo papel a otra persona; siempre las rencillas de los bastidores, nacidas de una mal entendida dignidad o de ruines pasioncillas, son poco dignas de personas de talento pero tratándose de niños o de jóvenes, que sin pretensiones se prestan a la diversión general, serían más censurables y menos dignas de excusa, y aumentando las dificultades con que tropiezan los organizadores de tan complejos pasatiempos, comprometerían el éxito, convirtiendo en disgusto lo que por encima de toda consideración ha de ser siempre un fraternal y honesto esparcimiento.

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Como advertencias sencillas que puede suplir con ventaja un buen tratado de declamación, pero que siempre serán útiles para los que solo busquen pasatiempo agradable, ejerciendo de actores en los Teatros Infantiles, basta lo dicho; más para completar gráficamente nuestras indicaciones no estarán de más los dibujos que aquí estampamos y que pueden coadyuvar a nuestro propósito, señalando   —155→   las diferencias de época en los tiempos en que se desarrollan las más conocidas escenas del Teatro Clásico español.

La mayor parte de apropósitos y comedias infantiles está escrita refiriéndose el asunto a la época actual; pero aun así, es posible que se desee representar alguna de las producciones dramáticas que inmortalizaron a nuestra literatura en el siglo de oro de la poesía castellana, y si no fuese posible tal empeño, por razones que ya hemos expuesto, no ha de holgar ciertamente el conocimiento de algunos datos de la indumentaria histórica española, porque ella es, a nuestro entender, utilísima para los fines instructivos, y constituye uno de los más seguros medios para ayudar a la memoria a retener la idea de los grupos sucesivos, que forman la leyenda histórica de nuestra amada patria.

Véanse ahora los figurines, de que daremos una sucinta explicación.

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1 - 2

Siglo XIII. 1-2. Trajes de nobles; el de la dama presenta reminiscencias de la vestidura bizantina: casi toda la gracia del traje femenino en esa época está encomendada a la naturalidad del plegado de las ropas; las líneas son sencillas pero elegantes y presentan cierto abandono infantil.

El traje masculino parece propio de época más adelantada en algunos detalles, como los zapatos y la túnica interior; pero el manto es verdaderamente bizantino y presenta resabio de su origen oriental.

Siglo XIV. En este siglo evoluciona bastante el traje, sobre todo entre la clase noble: he aquí un conde y una condesa (3-4) que presentan contraste singular por el corte de su vestimenta: la dama está vestida con corpiño ceñido y mangas estrechas: disposición que hace resaltar las formas sin exagerarlas: es   —156→   ese un traje verdaderamente regio, severo, elegante: de ellos hay ejemplares muy notables reproducidos en las piedras sepulcrales de los monasterios e iglesias. El traje del galán carece de seriedad, indicando muy claramente la frivolidad y ligereza de aquellos cortesanos cuya vida bulliciosa contrastaba generalmente con la reclusión doméstica y conducta ejemplar de las mujeres de la época.

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3 - 4

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5 - 6

Y todavía se nota más esa discordancia de costumbres examinando los trajes de los mozalbetes de las dos figuras siguientes (5-6) una de las cuales parece   —157→   haber copiado algún modelo infernal, sobre todo en la caperuza terminada en una bolsa cónica que así puede remedar un rabo como un cuerno.

Los zapatos largos y excesivamente puntiagudos, que también semejan la pata de un endriago diabólico se inventaron así para ocultar la deformidad de los pies de un rey de Francia.

Más serio y aun más elegante es el traje del compañero, con su capita y su toca igual a la de nuestros concelleres.

En los últimos años de ese siglo perdieron mucho de su eficacia las virtudes femeninas y por prurito, de imitación se adoptaron modas completamente reñidas con la moral.

Siglo XV. Una reacción favorable operada en las costumbres, a consecuencia del mayor predominio de las ideas religiosas, motivó la modificación del traje en sentido más honesto y sencillo, como puede verse en las figuras aquí reproducidas (7-8-9-10).

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7 - 8 - 9 - 10

Fíjense los lectores en la vestimenta del joven noble y digan si es posible imaginar una vestidura más sencilla, airosa y distinguida; la de la doncella que está a su izquierda es también de corte delicado y severo: en cambio la de la dama tiene poca esbeltez y más que traje de recepción parece cota carnavalesca; el traje del aldeano, tal como es subsiste todavía con sus elementos principales en algunas comarcas enamoradas de las tradiciones, como por ejemplo la Escocia.

Estas dos figuras (11-12), vestidas con trajes característicos del siglo XV os recordarán sin duda los que todavía se representan en los juegos de naipes: en la baraja española habéis visto el traje del mancebo aquí representado, y el de la dama se reproduce en la baraja francesa.

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11 - 12

Débese esto a que por aquella sazón se inventaron los naipes, según dice la crónica, por Odeta de Champdivers para entretener al infeliz rey loco Carlos VI.

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13 - 14

Todavía sirve ese figurín para que se copien de él los trajes de comparsas,   —159→   aún en teatros de primera categoría; sea cualquiera la época en que figure sucedido el asunto dramático, allí van pajes como sotas de baraja.

Cierto que esas vestimentas no son muy complicadas, pero cuando en la obra dramática se supone la acción acaecida posteriormente, el efecto anacrónico presta motivos de risa a las personas medianamente versadas en historia.

Siglo XVI. Fastuosos, ricos y sobrecargados de tela son los trajes en el comienzo del siglo XVI: (13-14) el corte del vestido mujeril no carece de cierta majestad aunque recuerda algo la forma de los hábitos monásticos de Venecia y otras ciudades de Italia, indicando su origen probable.

A medida que avanza el siglo XVI se va modificando la vestidura en sentido de menor amplitud y mayor elegancia; de esa evolución es muestra fehaciente el rico traje que viste Carlos V, en el magnífico retrato pintado por Ticiano, existente en el Museo de Madrid.

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15 - 16 - 17

Los figurines que aquí intercalamos (15-16-17) son los de trajes de caballeros franceses del tiempo de Francisco I y traje de dama noble; menos ampuloso y más elegante, aunque perteneciendo a la misma época es el vestido español tan conocido por vosotros por haberlo visto en las representaciones tradicionales del popular drama «D. Juan Tenorio».

Trajes parecidos vistieron los héroes que apenas cubiertos con ligeras armaduras fueron a conquistar México, El Perú, Chile y otras comarcas vírgenes de la   —160→   recién descubierta América; y con la misma osadía guerrearon en Francia, en los Países Bajos, en Italia y en Grecia. Ese exceso de vida, diseminando más allá de lo posible los miembros del cuerpo nacional, nos acarreó la decadencia que todavía no lleva trazas de acabar.

Siglo XVII. Llegamos ya a la edad de oro de la literatura española: viendo estas figuras de las damas y caballeros (18-19) que Velázquez copió con su pincel incomparable, parece que se oyen los parlamentos deliciosos que esmaltan las comedias de Calderón, Lope y Tirso de Molina.

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18 - 19

Exagerada es sin duda alguna la falda de la dama, falda que más tarde han imitado con los miriñaques las mujeres de los siglos XVIII y XIX pero no puede negarse cierta majestad de formas a esa vestidura que realzaba grandemente a las damas y obligaba a los arquitectos a trazar más amplias puertas y escaleras y salones más anchurosos. El traje de los caballeros era serio y al mismo tiempo airoso y distinguido.

En ese período el mayor predominio de las letras parece corresponder a la menor importancia concedida a las armas; el mundo abandona definitivamente aquella rudeza caballeresca traída desde el siglo XIV por las incesantes guerras a que dieron lugar las nacionalidades apenas formadas. El traje dominante en el siglo XVII presenta ya los gérmenes del tipo que ha de formarse en los dos siguientes;   —161→   salvo el trueque de la capita por el casacón, lo demás del vestido queda casi igual en el traje masculino y en cuanto al femenino, la modificación más radical que ha de sufrir andando el tiempo consiste en la exageración del peinado, cubierto de polvos, o hinchado formando verdaderos edificios encima de la cabeza, imitados de los edificios capilares de épocas muy anteriores, especialmente del siglo XIV, según puede verse en los retratos de Isabel de Inglaterra, Margarita de Francia y Gabriela de Estrees.

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20 - 21

Y aquí está el traje del aldeano español (20) perteneciente a esa época; el vestido de los villanos, tan maltrechos en las comedias, el de los criados sin librea, graciosos por fuerza, valientes sin ganas de serlo, y receptores obligados de los palos y puntapiés que liberalmente distribuían sus amos en los ratos de mal humor.

En estas tres figuras (21) hay un militar y dos caballeros de los tiempos en que comenzó a palidecer la estrella española.

Contrastan con tales y tan severas vestiduras las de los franceses del mismo período (22), pues así como entre nosotros el traje tenía reminiscencias de los tiempos de los Felipes de España y los Enriques de Francia, el de los caballeros de allende el Pirineo ya anuncia la radical transformación que han de sufrir las vestiduras en el siglo XVIII y en el nuestro.

Y lo que todavía es más raro, como detalle característico, es el fenómeno que se observa en ambos trajes, tan diferentes entre sí, y pertenecientes al mismo   —162→   período, esto es, que el cinturón se trueca en tahalí amplio entre los caballeros del reinado de Luis XIV retrocediendo en este detalle, a tiempos muy anteriores, mientras que en los trajes españoles, de corte más antiguo, hay el cinturón que hasta fines del mismo reinado y comienzo del de Luis XV no volverán a llevar los caballeros y militares franceses.

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22

De entonces acá varían mucho más los trajes, y ora parecen imitar a los griegos antiguos, en tiempos del Consulado de Bonaparte, ora se adornan las faldas mujeriles con muchos perifollos y se hinchan merced a enormes miriñaques: el talle sube o baja según los caprichos de la moda, cuyas vertiginosas transformaciones sólo terminarán cuando se acabe el mundo...




 
 
FIN
 
 


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