Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

La aldea del blanco y negro

Carlos Franz





No tan lejos de Santiago, en un rincón del valle de la Gran Depresión Central de Chile, existe un pueblito rural donde muchos de sus habitantes ven solamente en blanco y negro. Producto del excesivo entrecruzamiento, de la endogamia secular, del aislamiento, buena parte de sus escasos ciudadanos padecen del mismo mal genético, hereditario: visión acromática. Es decir, son ciegos para los colores, ven solamente en blanco y negro.

Muchas veces he pensado que esta aldea rural, auténtica, es una estupenda metáfora del Chile de las últimas tres o cuatro décadas. El Chile que, de tanto en tanto, damos por definitivamente muerto, en el entusiasmo de la más reciente racha modernizadora. Y que luego, de repente, como en este trigésimo aniversario del golpe militar, resulta que no piensa en haberse ido.

Observando de lejos los festejos y los lamentos del aniversario que se avecina, a veces me ha parecido que -al menos nuestras élites- continuamos habitando esa aldea, que nunca hemos salido de ese pueblo donde unos primos mal avenidos se igualan en el rasgo atávico de ver todo en blanco y negro. Los herederos políticos y culturales de los dos protagonistas del 11 de septiembre de 1973, son parientes cercanos en su afán de contarnos una historia sin matices, sin colores, hecha sólo de sombras y luces.

Allende es para unos esa especie de santo laico de Chile, beatificado por su martirio en la hecatombe de La Moneda; mientras para sus enemigos no deja de ser el marxista astuto que urdió una «vía chilena al socialismo», como una estratagema para llevarnos derechito al comunismo y al Gulag. Para estos mismos, Pinochet prevalecerá como el héroe providencial que salvó al país del caos y una inminente guerra civil; mientras para sus opositores y sus víctimas, es el dictador sanguinario que no titubeó en torturar y asesinar con tal de mantener y acrecentar su poder. Creíamos haber matizado estos contrastes, pero este aniversario nos advierte que no es fácil repudiar las orgullosas herencias genéticas de un pueblo chico.

El problema de los colores es su gama, su infinita descomposición en tonos y tintas que cuesta llamar por sus nombres, y a veces ni los tienen. ¿Cómo llamar a la contradicción íntima del gesto de Allende al suicidarse en La Moneda? ¿Es su suicidio sólo un gesto de protesta y rebeldía política? ¿O implica también un acto de responsabilidad asumida por el fracaso del régimen que encabezó? El gesto del capitán que se hunde con su buque, cuando ve que bajo su mando el barco va a naufragar en un abismo de violencia que se tragará a sus marineros y a muchos de sus pasajeros.

¿Cómo llamar al gesto de Pinochet entregando el poder pacíficamente a sus adversarios? Para mi visión acromática -no estoy exento de ella, también pertenezco a la aldea endogámica de Chile- el cinismo del mutis pinochetista, la intención blanqueadora del gesto, es evidente: el Dictador pretende salir de Fundador. Mientras el suicidio de Allende tiñe su abortada y patética revolución legalista de un tono de tragedia que, retrospectivamente, enaltece el absurdo de su régimen.

El cómodo blanco y negro con el que, en general, conmemoramos este aniversario, simplifica ese cuadro histórico cuyas tintas no sabemos -o no quisiéramos- denominar. Por ejemplo, ¿con qué matices describiríamos el colorido confuso de nuestra democracia sui generis dibujada a brochazos sobre la tela de una Constitución provista por un terrorista de Estado; tela que la mayoría de sus opositores se pelearon por heredar? O bien, ¿qué alarde de imaginación podría pintar de profecía la utopía del discurso postrero de Allende? Las Alamedas se han abierto, pero por ellas no pasa el hombre libre, en blanco y negro, de esos años -el «hombre nuevo» que quiso esa generación revolucionaria-, sino que en el mejor de los casos pasea el hombre liberal, colorinche, de estos años.

¿Podremos en el siglo que se inicia, el de la ingeniería genética, manipular el gen de este ADN desteñido, para salir del blanco y negro de nuestras visiones? ¿O estamos condenados a vivir en la aldea de los claroscuros? Algo en este aniversario me hace dudarlo. Y algo me da esperanza: mientras nuestras elites vuelven a ver en blanco y negro, otra parte del país, sobre todo sus jóvenes, hace tiempo que se atreve con los colores. Por confusos, ofensivos o inciertos que estos sean.





Indice