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ArribaAbajoIlustración XIX

Verdad histórica de La Araucana


Los hechos relatados en La Araucana se agrupan sin esfuerzo alguno en dos series perfectamente marcadas: una que comprende los que forman el asunto mismo del poema, y la otra los que son ajenos a él, procedentes todos de los episodios en que se cuentan los verificados en Europa, esto es, para nombrarlos desde luego, el asalto y toma de San Quintín, la batalla naval de Lepanto y la guerra con Portugal. Claro está que los primeros son propiamente por su índole los que debemos examinar de cerca para pronunciarnos sobre la verdad histórica del poema; que en cuanto a los últimos, pues se apartan por completo de lo que forman su esencia, ha de bastarnos con referir al lector, por lo tocante a la batalla de Lepanto, a la apreciación que su relato por Ercilla ha merecido al historiador de aquel suceso1236; y en los dos restantes será suficiente, nos   —406→   parece, con que se pongan a su lado los términos en que Antonio de Herrera, el más concienzudo de los cronistas españoles, los ha contado.

No puede suceder lo mismo con los que ocurrieron entre españoles y araucanos; y si esto es evidente, no lo es menos que se hace necesario clasificarlos para determinar cómo hemos de estudiarlos y juzgarlos. Desde luego, si hubiéramos de analizar todo el período que abarca La Araucana, o sea, desde el descubrimiento de Chile, o aun más, desde el viaje de Magallanes, también mencionado por el poeta, hasta los fines del gobierno de Hurtado de Mendoza, tendríamos que escribir un verdadero tratado histórico, que no puede entrar en nuestro plan y que, por otra parte, está ya bien y minuciosamente contado. En este orden debemos, por fuerza, limitarnos a sucesos de un carácter más especial, sin entrar en el examen de las batallas referidas por el poeta, las de Tucapel, Mareguano, Mataquito, Penco, Biobío, Millarapue, y el asalto del fuerte de Penco, (de que tuvimos ocasión de ocuparnos en su biografía), y los de Quiapo y Tucapel. Todavía, prescindiendo de estos hechos culminantes, los que al poeta-soldado más de cerca se refieren, quedan ya consignados en su biografía, como en ilustración separada los de todos sus compañeros que él nombra.

En cambio, hay en esta materia de la verdad histórica un punto capitalísimo sobre el cual es indispensable insistir. La generalidad de los críticos y no pocos de los historiógrafos, ya en sus versos o en obras en prosa, han hecho a Ercilla el reproche de no haber concedido a su jefe, don García Hurtado de Mendoza, la figuración que aseguran le correspondió en los sucesos a cuyo desarrollo presidió, con tal injusticia, que llegó, por esa causa, hasta dejar su poema destroncado, si nos es lícita esta expresión. ¿Tuvieron razón al formular semejantes cargos en contra del poeta? ¿O, acaso, éste, fiel a su norma de ajustarse estrictamente a la verdad histórica, no se apartó de ella, no ya al disminuir en un ápice los méritos de aquel mandatario, aunque más no hubiera sido silenciándolos, sino aun echando a su espalda, con altura de miras hasta ahora jamás apreciada, cualquier resentimiento que contra él tan justamente pudo abrigar? En este terreno nuestro papel ha de ser mucho más fácil de lo que pudiera parecer, pues ha de bastarnos con traer a cuenta lo que los apologistas de don García, -que no ya historiadores desde ese momento,- han dicho en abono de su persona y de sus hechos, para poner frente a frente   —407→   de sus asertos lo que Ercilla dijo y lo que no tenía porqué decir. Ya veremos cuál será el resultado de este estudio comparativo.

Antes de entrar en el análisis que ofrecemos, nos ha parecido que debíamos poner a la vista cuál ha sido el concepto en que ha sido tenido hasta hoy el poema bajo este aspecto tan interesante de su verdad histórica, para consignar enseguida si tal fue en efecto lo que Ercilla se propuso, que así, con los dictados de la crítica por una parte, con el conocimiento del programa del poeta por otra, y con el estudio de los documentos, finalmente, nos será lícito llegar a conclusiones que puedan parecer acertadas, y aun nos atreveríamos a decir, irrefutables.

Al examinar cómo ha sido estimada la obra de Ercilla, comenzaremos por los críticos, -a quienes menos responsabilidad sin duda cabe en sus juicios, como también menos prestigio,- bajo este aspecto de su verdad histórica, y si bien pudiéramos, por lo mismo, excusarnos de citarlos, la sola negativa de uno de ellos, por ser de los más notables, nos obliga a adoptar este camino. En todo caso, nos limitaremos a los europeos, pues que de los chilenos; perfectamente al cabo de lo que a este respecto encierra La Araucana, no hay que hablar.

Los acontecimientos narrados por Ercilla no escaparon desde el primer momento a la penetración de Voltaire de que eran enteramente históricos; en el juicio crítico que dedicó a La Araucana1237 no duda ni por un instante de que se daba cuenta en ella de una guerra entre españoles e indígenas, en la cual había figurado el poeta como uno de los conquistadores y celebrado después en sus versos.

En España, un preceptista contemporáneo del gran literato francés, apoyado en esa misma calidad de la obra, le negaba in limine el que pudiera contársela entre los poemas épicos. «En la epopeya, decía, en efecto, Luzán, todo ha de ser extraordinario, admirable y figurado. Por esto, muchos poemas, como La Farsalia de Lucano, La Araucana de don Alonso de Ercilla, La Austriada de Juan Rufo, La Mexicana de Gabriel Laso... y otros muchos, por faltarles esta calidad y ser meramente historias, no tienen, en rigor, derecho alguno al título de epopeyas»1238.

Lampillas, sin llegar a descalificarla de ese dictado, sostenía que los sucesos narrados en La Araucana eran tan ciertos, pero a la vez tan extraordinarios por su grandeza, que bien podrían reemplazar a los fabulosos, citando en comprobante de su opinión la tesis de Zanotti1239 de que «si el poeta encontrase algún hecho verdadero   —408→   que tuviese todas las circunstancias apetecidas para excitarla admiración y moverlos afectos, era indiscutible que podría valerse de él y contarle como sucedió efectivamente», circunstancia que concurría en La Araucana, en la cual eran tan extraordinarios y asombrosos los sucesos de aquellas guerras1240.

El traductor de la obra francesa de Batteux, hablando de esto mismo, afirma que «en su relación guardó Ercilla la más escrupulosa puntualidad, porque se propuso caminar siempre por el rigor de la verdad», censurando luego a los críticos «que pretenden que La Araucana no sea un poema épico y sí sólo una historia escrita en estilo épico»1241.

Bouterweck, que rebaja a Ercilla hasta el extremo de afirmar que nunca logró elevarse hasta la verdadera poesía, reconoce que en su obra «cada suceso se recuerda según el orden de los tiempos y cada combate se describe a medida que ocurre», preciándose tanto de ser verídico, «que desafiaba a todos sus contemporáneos conocedores de los sucesos de esta guerra de sorprenderle en una sola inexactitud»1242.

Sismondi, aun más injusto al juzgar a Ercilla como poeta, afirma que a su obra «apenas puede considerársele como un poema, puesto que es más bien una historia versificada y adornada de cuadros»1243.

Otro traductor español, no menos duro hacia nuestro poeta y su obra, cuyo argumento califica de grande «por la tenaz resistencia de los araucanos a la dominación de los españoles y por los esfuerzos que tuvieron que emplear unos y otros combatientes», épico, como tal, aunque «no importa que sea historia»1244.

También preceptistas como Luzán eran don Juan Francisco Masdeu, quien dice de Ercilla «que después de haber peleado en América contra los pueblos de Arauco, escribió en verso su conquista»1245; y don Antonio Gil y Zárate, que «no fue la intención de Ercilla escribir un poema a la manera de Homero y Virgilio, sino una historia de los hechos que presenciaba, amenizados con las galas de la poesía»1246.

Viardot hace notar que Ercilla es más historiador que poeta y, por tanto, más afecto a la verdad que a la invención, a tal punto, que se puede decir que «La Araucana no es tanto una epopeya, como una relación en verso»1247.

Martínez de la Rosa, que estudia con algún detenimiento la participación que a Ercilla cupo en los acontecimientos que refiere, no puede menos de afirmar que «parece más bien historiador que poeta, pues fue escribiendo los sucesos que presenciaba, formando una relación más bien que un poema»1248.

«En realidad, dice Ticknor, la primera parte de La Araucana no es otra cosa más que una historia en verso del principio de la guerra y tiene toda la exactitud geográfica y estadística que puede apetecerse»1249.

El insigne Menéndez y Pelayo, pintando con elocuencia las desventajas que habían   —409→   cabido a Ercilla respecto de Camoens por la elección del tema de sus cantos, reconoce que «se limitó a convertir en materia poética la exigua materia histórica en que fundaba su argumento»1250.

Fitzmaurice-Kelly, por último, reconoce que en Ercilla «vence el historiador al poeta»1251.

Ante testimonios tan numerosos como unánimes producidos en el curso de más de siglo y medio, imposible pudiera parecer que alguien se apartase de ver en La Araucana una obra histórica, y la extrañeza ciertamente que sube de punto cuando sabemos que el crítico disidente fue don Manuel José Quintana, el mismo que con más intenso concepto del genio del poeta y de su obra y con más originalidad en sus apreciaciones hubo de juzgar la parte literaria del poema. ¿En qué se apoya, se preguntará, para arribar a semejante conclusión? «El aplauso ha cesado, dice al final de su estudio crítico, pero el respeto a Ercilla subsiste; y La Araucana, aunque rigurosamente hablando, no sea un poema épico y mucho menos una historia, es y será... uno de los libros castellanos más estimables...» Y luego nos remite a la nota que puso al hacer aquella afirmación que negaba a La Araucana su carácter de histórico, donde, por todo argumento, nos presenta el diálogo de Lautaro y Guacolda en la noche que precedió al asalto del fuerte de Mataquito, donde se hallaban, que el poeta no pudo escuchar, dice con perfecta razón, y que prueba que este episodio es falso y puede servir de muestra y ejemplo para lo demás del libro. Y para que no se crea que exageramos, aquí van las palabras de Quintana, que abarcan también otro de los asertos del poema que considera falsos:

«Este pasaje de Guacolda con que Ercilla quiso añadir interés a la muerte de Lautaro, sirve, como otros muchos del poema, a derribar las vanas pretensiones de los que quieren calificar de historia el libro de La Araucana. Es evidente que esta conversación de los dos amantes no pudo ser oída de nadie, ni referida al autor, y, por consiguiente, es una invención suya, al modo que tantas otras, para dar color poético a sus indios.

»Esto se ve también por el carácter de Caupolicán, que aunque indio principal, valiente y membrudo, está muy lejos en las memorias auténticas del tiempo de tener la dignidad y la importancia que en La Araucana. Ni fue elegido general en el modo que en ella se dice, ni mandó siempre las armas de los insurgentes, ni estuvo de comandante más que en una batalla que perdió. De manera que, al contar su muerte, muy diversa en circunstancias de la que cuenta el poeta, dice el historiador de Chile: "Este es aquel Caupolicán que don Alonso de Ercilla en su Araucana tanto levantó sus cosas." Todavía es más extraño lo que resulta de Colocolo. Este anciano tan venerable, y patriota tan ardiente en el poema, era, según el mismo autor, un cacique siempre amigo de los españoles, a quienes avisaba secretamente de todo lo que los indios intentaban»1252.



Sería materia de disquisición separada establecer si esta última aserción que dice tomada del historiador de Chile, aludiendo a Góngora Marmolejo, es o no fundada, y concretándonos por ahora al episodio de Lautaro y Guacolda, francamente que nos sentimos desconcertados ante semejante argumentación.

¿Es posible que un incidente tan baladí, que no pasa de ser, bien se comprende, un simple adorno poético, que nadie puede tomar a lo serio, llegue a ser en boca de tan notable crítico una observación de peso irresistible para echar por tierra la multitud   —410→   de acontecimientos que llevan de por sí y por su simple lectura la impresión de ser verdaderos que llenan La Araucana; es posible que por tal causa se desentendiese en absoluto de cuanto el poeta había repetido una y otra vez respecto a la verdad de los sucesos que contaba, y que el crítico no se olvidó de recordar, hasta llegar a decir que los reparos que pudieran alegarse para negar a la obra de Ercilla su condición de poema épico, se venían al suelo con sólo responder que era una narración verdadera de los acontecimientos que cantaba, amenizada con el encanto de la versificación y de su estilo; es posible que él, que conocía la Historia de Chile de Góngora Marmolejo, en la cual se tributa el más amplio reconocimiento a la verdad de los asertos de Ercilla, la olvidase hasta ese punto; es posible que ni una observación siquiera, ya que las contradecía redondamente, le merecieran las opiniones de tantos críticos como eran los que antes que él habían sostenido ser La Araucana, más que otra cosa, una relación de sucesos ciertos? Es verdad que en ningún caso sería de repetir con más fundamento que en el presente el quandoque bonus dormitat Homerus...1253

Dejemos, pues, aparte esta nota aislada y de ningún significado en su alcance, para contradecirla aún más, si cabe, con el testimonio en contrario de los historiadores, cuyos dictados han de parecernos en este terreno en todo caso de más valor que los de los críticos.

Bien pocos son los que escribieron en Europa cuyos testimonios pudiéramos traer a cuenta. Fernández de Oviedo no llegó en su obra a tratar de las cosas de Chile más allá del viaje de Magallanes y de la expedición de Almagro, hechos ambos apenas insinuados en La Araucana y los cuales, por lo mismo, no hay para que considerar. Un sucesor suyo en el cargo de cronista de Indias, Antonio de Herrera, escrupuloso y concienzudo y cuyo testimonio sería de peso cuando sabemos que a aquellas cualidades añadía el de haber podido disfrutar de los documentos que se guardaban en los archivos oficiales, algunos de los cuales hoy no parecen, tampoco llegó en sus Hechos de los Castellanos más allá de la partida desde España para el Perú de don Andrés Hurtado de Mendoza y de los que le acompañaban, entre los cuales no se olvida de apuntar al autor de La Araucana, «con quien fue, dice, refiriéndose a él, el famoso poeta y honrado caballero don Alonso de Ercilla»1254. Y si este era el elogio que allí lo tributaba, en su controversia con el Conde de Puñoenrostro cita, entre las autoridades históricas a Ercilla, cuya obra la llama Cosas de Chile, título que daba también a las Elegías de Juan de Castellanos y al poema de don Antonio de Saavedra Guzmán1255.

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En igual categoría la colocaban más tarde Antonio de León Pinelo1256 y su continuador don Andrés González de Barcia1257, y siguiendo las huellas de ambos, el benedictino fray Martín Sarmiento incluía La Araucana entre las Historias de las Indias1258.

Poco era esto en realidad, aunque de sobra se hallaba compensado bajo ese aspecto con lo que todo lector hubiera podido encontrar entre los preliminares del mismo poema, aquel testimonio de Juan Gómez, actor principalísimo en los sucesos que narraba Ercilla, que presentaba como comprobante de haberse ajustado en todo y por todo a la verdad histórica, quien certificaba que en lo que tocaba a ella, «no hallaba cosa que se pueda emendar, por ser, como es, tan verdadera, así en el discurso de la guerra y batallas y cosas notables, como en la descrición y sitios de lar tierra y costumbres de los indios...» ¿Podía presentarse un testimonio más autorizado que el de aquel hombre, que, según cuidaba de expresarlo, hacía ya entonces 27 años a que residía en Chile, ni más explícito y comprensivo en sus asertos?

Empero, era en América y sobre todo en Chile, como se comprenderá, donde los cronistas debían de surgir para apreciar, completar y rectificar, si tal cosa fuera posible, los dictados de Ercilla, y tanta fue la influencia de ellos, que como por encanto se vio a algunos de los mismos que habían militado aquí con el poeta, tomar la pluma para desde luego desarrollar la historia de Chile en lo que éste se había limitado a esbozarla. Pronto siguieron otros el mismo camino para salvar las que, apasionadamente, según hemos de verlo, se creyeron intencionadas omisiones del historiador-poeta.

Entre los primeros, se contaba Alonso de Góngora Marmolejo, quien afirmaba quiso darse el trabajo de escribir una crónica de Chile en prosa, que nadie hasta entonces se había tomado, «aunque don Alonso de Ercilla... escribió algunas cosas acaecidas, en su Araucana... y por no ser tan copiosa cuanto fuera necesario para tener noticia de todas las cosas del reino, aunque por buen estilo...»

Y en verdad que le sobraba razón al hablar de cuán conciso o diminuto había sido en ocasiones el poeta, puesto que, sin ir más lejos, él mismo lo había declarado expresamente así después de impresa la Primera Parte de La Araucana, cuando al emprender la publicación de la Segunda decía: «yo dejo mucho, y aun lo más principal, por escribir, para el que quisiere tomar trabajo de hacerlo...»

No dudaba, así, después de haber leído esa Primera Parte del poema, de que en él no se contuviese una relación verdadera; su propósito se limitaba a contar más por extenso lo que en parte había referido Ercilla en simple compendio; siguiéndole, por lo demás, tan de cerca, que la principal dificultad que al investigador se ofrece hoy al confrontar el poema y la crónica, está en saber si el autor de ésta procede por sus propias informaciones, o si, en realidad, no hace más que copiar a aquél. Ya podremos convencernos que esto ocurre en cuantos sucesos abarca la Primera Parte de La Araucana, única, como decíamos, que Góngora Marmolejo conoció, pues daba remate a su obra a fines de 1575, esto es, casi tres años antes de que saliera a luz la Segunda. De ahí también por qué, en cuanto a los sucesos relacionados en ella, ya es posible invocar como fuente diversa a la del poeta la del cronista.

Tanto valor, acaso, como la de Góngora Marmolejo hubiera revestido para nosotros la de don Pedro Mariño de Lobera, camarada también de Ercilla en la campaña de Arauco, si su Crónica del Reino de Chile hubiera llegado hasta nosotros tal como   —412→   salió de sus manos y sin los retoques, correcciones y adiciones que le hizo en Lima el jesuita Bartolomé de Escobar, dejándonos a oscuras sobre los verdaderos asertos del autor y enderezando la obra a tratar de convertirla en apología de don García Hurtado de Mendoza, cuando éste era ya virrey del Perú. A pesar de todo, salvo lo que a esto último se refiere, y alguna prevención al lector acerca de cómo podían estimarse ciertas escenas del poema, considerándolas hipérboles hijas de la fantasía del poeta, no hay, ni podía haberla, oposición alguna entre ambas obras. Más aún: en la Crónica se califica en términos elogiosos a Ercilla, y a su Araucana expresamente como historia. «No quiero dejar de advertir al lector, -dice, en efecto, Mariño de Lobera o su enmendador, aludiendo al episodio de la elección de Caupolicán de jefe del ejército araucano,- «que si acaso leyere la historia llamada Araucana, compuesta por el ilustrísimo poeta don Alonso de Ercilla, vaya con tiento de dar el legítimo sentido a las palabras con que pondera el largo tiempo que este Caupolicán tuvo en sus hombros un pesadísimo madero»1259.

Pedro de Oña, que daba a luz su Arauco domado en Lima dos años después de haber muerto allí Mariño de Lobera y que lo había escrito, de cierto no en competencia con Ercilla, pero sí, tildando la obra de éste de parcial en contra de Hurtado de Mendoza, y que tomaba la pluma al


Ver que tan buen autor, apasionado,
os haya de propósito callado,



le expresaba a su Mecenas; adelgazando luego el concepto hasta decir que


Pensó, callando así, dejar cerrada
de vuestra gloria y méritos la puerta,
y la dejó de par en par abierta,
dejando su pasión descerrajada:
sin vos quedó su historia deslustrada
y en opinión, quizás, de no tan cierta.1260



Tal era el defecto que el poeta chileno achacaba a La Araucana, pero salvaba siempre su carácter de historia y sin atreverse a afirmar otra cosa en su contra de que, en concepto de las gentes, apareciera quizás no tan cierta por lo que llamaba estudiado silencio de su autor respecto del personaje que iba a tomar por héroe de sus cantos.

Equivocose en esto completamente: allí mismo en Lima un fraile dominico contemporáneo suyo, más tarde obispo de la Imperial en Chile, fray Reginaldo de Lizárraga, tratando precisamente de las cosas de don García, se expresaba así: «y porque esta historia en La Araucana se puede ver, desto no más»1261.

Más aún: un alto funcionario de la administración pública en Santiago, escribiendo a Felipe II de algunos sucesos ocurridos en Chile, y al llegar, entre ellos, al punto en que los españoles del fuerte de Tucapel no lograron reunirse con Valdivia en el sitio y hora que éste les había señalado, le dice que tal cosa «no pudo ser, como ya Vuestra Majestad lo habrá visto en La Araucana, que escribió Alonso Darcila»1262, que tal era, por aquellos días tan cercanos a los sucesos que éste refería, el crédito que alcanzaba su obra. Y cosa que sorprende verdaderamente: hasta en las informaciones de servicios de los descendientes de los conquistadores, documentos por su   —413→   naturaleza de índole judicial, en las que los testigos declaraban bajo de juramento ante los Gobernadores del reino o sus delegados, o ante los miembros de la Real Audiencia, vamos a encontrar que se buscaba la prueba de los hechos en que se basaban aquellos servicios en la mismísima Araucana. Citaremos en comprobante de nuestra afirmación dos de esas informaciones.

En la pregunta octava de la de don José de Villegas y de su bisabuelo Alonso de Reinoso, se lee, después de la relación de ciertos hechos:

«Como lo certifica y refiere el dicho Francisco de Villagra en una encomienda que le dio, siendo gobernador de este dicho reino por Su Majestad, haciendo copia de todos los méritos y servicios de el dicho maestre de campo Alonso de Reinoso y los puestos e cargos preeminentes que tuvo en las partes y lugares y conquistas de las provincias donde anduvo, y lo refiere don Alonso de Arcilla en La Araucana que compuso, en los cantos número V, XXI, XXXII y XXXIV, y el licenciado Pedro de Oña en la que compuso, en los cantos IX y X, a que se remitan los testigos...»

Declara el licenciado Francisco Pastene (5 de Febrero de 1618, en Santiago): «se remite a las certificaciones y encomiendas, papeles y recaudos que dice la pregunta, y a los cantos de Las Araucanas que cita».

El capitán Fernando Álvarez de Toledo (20 de Febrero de 1618) vecino de Santiago, dijo que estaba en Chile de 50 años a esa parte, «y en lo que toca a los cantos de el Araucana, se remite a ellos, por donde constará lo que se le pregunta»1263.

En la información de servicios del capitán Gregorio de Rojas:

«Item, si saben que, hallándose en el presidio de Ongol, salió a correr la tierra el dicho Gregorio de Rojas con el capitán Juan Morán, del que se trata en La Araucana...»1264

No es posible, nos parece, llevar más allá el crédito que a la verdad histórica de Ercilla pudiera prestarse, y eso por los que mejor que nadie estaban en situación de apreciarla, constituyendo así un caso único de que un libro en verso figure como prueba en las actuaciones judiciales.

Inspirada en los mismos móviles que la de Oña fue la obra que por encargo del hijo de Hurtado de Mendoza escribió en prosa el célebre doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, aunque con un desarrollo harto más amplio y, como era de esperarlo, con muchísimo espíritu de parcialidad, hasta degenerar en puros aplausos a don García y censurar sin rebozo la obra de Ercilla, pues bien, a pesar de todo esto, el apologista y crítico sólo pudo hallar en ella el defecto de que no se celebrase debidamente a aquel su héroe, que, a no ser por ello, ninguna otra historia le igualara en cuanto a verdad. No se crea que exageramos, pues véase como se expresaba el doctor: «tanto pudo la pasión, que quedó casi como apócrifa, en la opinión de las gentes, la historia, que llegara a lo sumo de verdadera, escribiéndose como se debía»1265.

Tal fue el concepto que en realidad se siguió teniendo de La Araucana, eso sí, con las consiguientes reservas que podía inspirar la circunstancia de que los hechos que encerraba estuvieran referidos en forma poética, que, de ordinario, acarrea cierta prevención en su contra, suponiéndolos, en su mayor parte, hijos de la fantasía1266. Bien se explicaba el P. Alonso de Ovalle, juzgándola bajo ese punto de vista, aunque sin   —414→   negarle de modo alguno su exactitud histórica, y aun dando los motivos que forzosamente tenían que producir ese inconveniente. Habla, pues, de que hasta su tiempo ninguno había escrito de propósito la historia de Chile, de cómo en esos días (mediados del siglo XVII) estaban para salir dos a la luz pública, «que harían verdad y adelantarían cuanto hasta aquí se ha oído a pedazos de esta gente» (los indios de Chile), y prosigue así: «y harto dice don Alonso de Ercilla en su famosa Araucana, que aunque por ser en verso se lee con menos satisfacción de la verdad; pero no hay duda que abstrayendo de los hipérboles y encarecimientos propios del arte poético, todo lo histórico es muy conforme a la verdad, y el autor, por ser un caballero de tanta suerte y haber visto casi todo lo que escribió, por sus ojos, es digno de todo crédito; que habiendo escrito, no en los rincones, ni de oídas, en partes remotas y distantes, sino en el mesmo lugar donde sucedió lo que cuenta, si se hubiera apartado de la verdad, tuviera contra sí tantos desmentidores cuantos eran los que la sabían, por haberse hallado con él presentes a todo».

«Demás de que, habiendo dedicado la obra al Católico Rey, su señor, y presentádosela de su mano, cuando volvió de Chile a España, no se hubiera atrevido a faltar a la verdad de la historia, so pena de exponerse al castigo y descrédito de su persona... Véase el prólogo, en que en buen estilo y prosa dice harto del valor de estos indios... Hasta aquí este autor, digno de la inmortal memoria que le ha dado este su libro, el cual, con haber más de cincuenta años que se dio a la estampa en España, en Flandes y otras partes, están las librerías llenas de ellos, por el cuidado que hay de restamparle para que no falten, que es buena señal de cuan acepto ha sido»1267.

Otro jesuita, también historiador, y de los de buena cepa, que ha ilustrado los anales de este país, el P. Diego de Rosales, en su libro por todo extremo apreciable, que permaneció inédito hasta nuestros días, va siguiendo igualmente en no pocos pasajes a La Araucana, hasta trascribir en ocasiones algunas de sus estrofas.

Paralizada durante cerca de un siglo la producción histórica en general en Chile, por causas que no es del caso formular aquí, cuando de nuevo reaparecieron los escritores que a ella consagraron sus ocios y desvelos, se ve, asimismo, continuar la tradición, si así podemos llamarla, de los que concedían a la obra de Ercilla el alcance que tenía en cuanto a su verdad, y eso, aun en casos especialísimos y hasta aparentemente extraños, que pudieran, en verdad, parecer simples lucubraciones de su fantasía de poeta. Por ejemplo, don Pedro de Córdoba y Figueroa en su Historia de Chile cuenta el incidente de la entrada de los indios al fuerte de Tucapel cargados con haces de leña1268; le cita para referir el asalto del indio de ese nombre solo a la fortaleza improvisada de Penco1269; le sigue en el episodio en que Ercilla relata cómo se ahorcaron con Galbarino los indígenas apresados junto con él1270; y sin otros de esta índole, en el ataque de Caupolicán al fuerte español y en la prisión y muerte de este caudillo araucano; todo sin reservas de ninguna especie.